7ª SEMANA DE PASCUA
Domingo: Ascensión del Señor
Entrada:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os
ha dejado para subir al cielo volverá como lo habéis visto marcharse.
Aleluya» (Hch 1,11).
Colecta (del
Sermón 73 de San León Magno): «Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de
gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo,
tu Hijo, es ya nuestra victoria y Él, que es la Cabeza de la Iglesia, nos ha precedido en la gloria a la que
somos llamados como miembros de su Cuerpo».
Ofertorio (textos
del Gelasiano y del Sacramentario de Bérgamo): «Te presentamos, Señor, nuestro
sacrificio en este día de la gloriosa Ascensión de tu Hijo; que este
divino intercambio nos haga vivir en
el reino de Jesucristo resucitado».
Comunión: «Y sabed que yo estoy
con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Aleluya» (Mt 28,20).
Postcomunión (textos
del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Dios Todopoderoso y
eterno, que mientras vivimos aún en la tierra nos das ya parte de los
bienes del cielo; haz que deseemos vivamente estar junto a Cristo, en quien
nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que
participa de tu misma gloria».
Cristo desapareció visiblemente
de entre los hombres para seguir actuando en medio de la humanidad a través
de su presencia invisible y salvífica en su Iglesia.
–Hechos 1,1-11. Se elevó a la vista de ellos. Con perfecta
lógica inicia San Lucas la historia de la Iglesia naciente, como Cuerpo
místico de Cristo, allí donde culmina la desaparición temporal o histórica
de Cristo, su Cabeza. Jesús ha concluido históricamente su obra. Ahora nos
toca continuarla a nosotros a diario.
–Efesios 1,17-23: Lo sentó a su derecha en el cielo. Jesús
entronizado ya en la gloria del Padre por su Ascensión a los cielos, sigue
actuando en medio de la humanidad mediante su Cuerpo místico visible, la
Iglesia.
–Ciclo A) Mateo 28,16-20: Se me ha dado
pleno poder en el cielo y en la tierra.
Ciclo B) Marcos
16,15-20: Ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ciclo C) Lucas 24,46-53: Mientras los
bendecía, iba subiendo al cielo.
Desde su Ascensión a los
cielos, Jesús tiene transferido a su Iglesia el mandato de seguir
realizando su obra de evangelización y salvación hasta el fin de los
tiempos.
Oigamos a San León Magno, que
en sus Sermones 73 y 74 expuso el Misterio de la Ascensión del
Señor:
«El misterio de nuestra
salvación, que el Creador del universo estimó en el precio de su Sangre, se
fue realizando, desde el día de su nacimiento hasta el fin de su Pasión,
mediante su humildad. Aunque bajo la forma de siervo, se manifestaron muchas
señales de su divinidad; con todo, su acción durante este tiempo estuvo
encaminada a mostrar la verdad de su naturaleza humana. Pero, después de su
Pasión, libre ya de las ataduras de la muerte, las cuales habían perdido su
fuerza al sujetar a Aquel que estaba exento de todo pecado, la debilidad se
convirtió en valor, la mortalidad en inmortalidad, la ignominia en gloria.
Esta gloria la declaró nuestro Señor Jesucristo, mediante muchas y
manifiestas pruebas (Hch 1,3), en presencia de muchos, hasta que el triunfo
de la victoria conseguida con la muerte fue patente con su Ascensión a los
cielos.
«Por lo mismo, así como la
Resurrección del Señor fue para nosotros causa de alegría en la solemnidad
pascual, así su Ascensión a los cielos es causa del gozo presente, ya que
nosotros recordamos y veneramos debidamente este día, en el cual la
humildad de nuestra naturaleza, sentándose con Jesucristo en compañía de
Dios Padre, fue elevada sobre los órdenes de los ángeles, sobre toda la
milicia del cielo y la excelsitud de todas las potestades (Ef 1,21).
Gracias a esta economía de las obras divinas, el edificio de nuestra
salvación se levanta sobre sólidos fundamentos... Lo que fue visible a
nuestro Redentor ha pasado a los sacramentos (a los ritos sagrados) y, a
fin de que la fe fuese más excelente y firme, la visión ha sido sustituida
por una enseñanza, cuya autoridad, iluminada con resplandores celestiales,
han aceptado los corazones de los fieles» (Sermón 74,1-2).
Lunes
Entrada:
«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para
ser mis testigos en Jerusalén y hasta los confines del mundo.
Aleluya» (Hch 1,8).
Colecta (del
Veronense y del Gelasiano): «Derrama, Señor, sobre nosotros la fuerza del Espíritu
Santo, para que podamos cumplir fielmente tu voluntad y demos testimonios
de ti con nuestras obras».
Ofertorio:
«Este sacrificio santo nos purifique, Señor, y derrame en nuestras almas la
fuerza divina de tu gracia».
Comunión: «No
os dejaré desamparados, volveré –dice el Señor– y se alegrarán vuestros
corazones. Aleluya» (Jn 14,18;16,22).
Postcomunión:
«Ven, Señor, en ayuda de tu pueblo, y, ya que nos has iniciado en los
misterios de tu reino, haz que vivamos, ya desde ahora, la novedad de la
vida eterna».
–Hechos 19,1-8: ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la
fe? Pablo encontró en Efeso a unos discípulos y les preguntó si habían
recibido el Espíritu Santo, a lo que le respondieron que ni siquiera habían
oído hablar de Él. Los catequizó, los bautizó, les impuso las manos y lo
recibieron. La Eucaristía renueva en nosotros la fuerza profética del
Espíritu que hemos recibido y en la
confirmación. San Gregorio Nacianceno dice:
«Espíritu recto, principal, Señor,
que envía, que segrega, que se construye un templo mostrando la vida,
operando a su arbitrio y repartiendo sus gracias. Es Espíritu de adopción,
de verdad, de sabiduría, de entendimiento, de ciencia, de piedad, de
consejo, de fortaleza, de temor, como son enumerados (Is 11,2). Por quien
el Padre es conocido, y el Hijo glorificado, y por los cuales Él mismo es
conocido solamente... ¿Para qué más palabras? Todo lo que tiene el
Hijo lo tiene el Padre, menos el ser engendrado» (Sermón 41).
Y San Basilio:
«Por la iluminación del
Espíritu contemplamos propia y adecuadamente la gloria de Dios; y por medio
de la impronta del Espíritu llegamos a Aquél de quien el mismo Espíritu es
impronta y sello» (Sobre el Espíritu Santo, 26).
–La gran marcha de Dios que camina
delante de su pueblo desde el Sinaí a Sión, simboliza la marcha de Dios en
Cristo, que deja la tierra para subir al cielo. En la acción litúrgica
nosotros nos asociamos a esta grandiosa procesión de júbilo y lo expresamos
con el Salmo 67: «Se
levanta Dios y se disipan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo
odian. Como el humo se disipa, se disipan ellos; como se derrite la cera
ante el fuego, así perecen los
impíos ante Dios. Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría. Cantad a Dios, tocad en su honor; su nombre es el
Señor, alegraos en sus presencia. Padre de huérfanos, protector de viudas.
Dios vive en su Santuario, en su santa morada; Dios prepara casa a los
desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece».
–Juan 16,29-33: Tened valor. Yo he vencido al mundo.
Jesús anuncia que todos los abandonarán en el transcurso de su Pasión. Pero
el Padre está con Él. La cruz será la victoria de Cristo Redentor. Comenta
San Agustín:
«Como si dijera: “Entonces llegará vuestra turbación, hasta el punto
de abandonar lo que ahora creéis”; porque llegarán a tal desesperación y,
por decirlo así, muerte de su fe antigua, como se ve en aquel Cleofás, que,
hablando con Él, sin conocerlo, después de su resurrección y contándole lo sucedido
dijo: “Nosotros esperábamos que Él había de rescatar a Israel”. Ahí tenéis
cómo le habían abandonado, perdiendo también la fe que antes habían tenido
en Él.
«En cambio no le abandonaron en
aquella tribulación que padecieron después de su glorificación, recibido ya
el Espíritu Santo; y, aunque huyeron de ciudad en ciudad, no huyeron de Él,
sino que en medio de las persecuciones del
mundo conservaron en Él la paz, sin abandonarle, antes buscando en
Él su refugio. Recibido el Espíritu Santo, se verificó en ellos lo que les
había dicho: “Confiad: Yo he vencido al mundo”. Confiaron y vencieron. ¿Por
quién sino por Él? No hubiera Él vencido al mundo, si el mundo alcanzase la
victoria sobre sus miembros» (Tratado 103,3 Sobre el Evangelio de San Juan).
Martes
Entrada: «Yo
soy el primero y el último. Estaba muerto y, veis, vivo por los siglos de
los siglos. Aleluya» (Ap 1,17-18).
Colecta (del
Misal anterior): «Te pedimos, Dios
de poder y de misericordia que envíes tu Espíritu Santo, para que, haciendo
morada en nosotros, nos convierta en templos de su gloria».
Ofertorio: «Con
estas ofrendas, Señor, recibe las súplicas de tus hijos, para que esta
eucaristía, celebrada con amor, nos lleve a la gloria del cielo».
Comunión: «El
Espíritu Santo, que enviará el padre en mi nombre, será quien os lo enseñe
todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho –dice el Señor–. Aleluya»
(Jn 14,26).
Postcomunión:
«Después de recibir los santos misterios, humildemente te pedimos, Señor, que
esta eucaristía, celebrada como memorial de tu Hijo, nos haga progresar en
el amor».
–Hechos 20,17-27: Lo que importa es completar mi carrera y
cumplir el encargo que me dio el Señor. Al final de su tercer viaje
misional, San Pablo, en camino hacia Jerusalén, anuncia a los ancianos de
la Iglesia de Efeso que el Espíritu Santo le ha revelado las graves pruebas
que tendrá que padecer en la ciudad santa. Les asegura que ya no le
volverán a ver más en este mundo. La participación en el sacrificio
eucarístico de Cristo nos dará fuerzas para confirmar nuestra vida según la
imagen de Cristo crucificado al que sigue tan de cerca el santo Apóstol.
Comenta Orígenes:
«Conviene saber que seremos
juzgados ante el tribunal divino no sólo por nuestra fe, como si no hubiéramos
de responder de nuestra conducta; ni sólo por nuestra conducta, como si la
fe no hubiera de sufrir examen. Es la rectitud de ambas la que nos
justifica y la falta de una u otra nos haría merecedores de castigo» (Diálogo
con Heraclidas 9) .
«Desde el mismo día en que la
Palabra divina se introduce en nuestra alma, es necesario que se entable
una batalla de las virtudes contra los vicios. Antes de que la Palabra
llegara a atacarlos, los vicios permanecían en paz; desde el momento en que
la Palabra comienza a juzgarlos uno a uno se produce un gran movimiento y
nace una guerra sin cuartel. ¿Qué tiene que ver la justicia con la
iniquidad? (2 Cor 6,14)» (Homilía 3 sobre el Exodo 3).
–Jesús, que ha subido al cielo,
no se despreocupa de nosotros. Sigue derramando en su heredad, en la
Iglesia, una lluvia copiosa de gracias. Ha ascendido para mostrarnos el
camino. Así lo proclamamos con el Salmo 67: «Derramaste en tu heredad, oh Dios, una
lluvia copiosa; aliviaste la tierra extenuada y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres. Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación. Nuestro Dios es un Dios
que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte».
–Juan 17,1-11: Padre, glorifica a tu Hijo. Jesús anuncia
que ha llegado la hora de su glorificación. Es como el testamento de Jesús.
Él será glorificado con la misma gloria que tenía antes de bajar y de ella
participa su humanidad santísima. Los suyos, todos los que pertenecerán a
su Iglesia, tienen su Palabra, su Vida eterna, la fe en su misión. La obra
consumada por Jesucristo es la Hora por antonomasia. Comenta San Agustín:
«En verdad que si la vida eterna es el
conocimiento de Dios, tanto más tendemos a vivir cuanto más adelantemos en
este conocimiento. No moriremos en la vida eterna, el conocimiento de Dios
será perfecto cuando la muerte deje de existir. Entonces será la suma
glorificación de Dios, porque será la suma gloria... Los antiguos han
definido la gloria, que hace gloriosos a los hombres, de este modo: “gloria es la
constante fama con loa de una cosa”. Y si el hombre es alabado cuando se da
crédito a su fama, ¿cómo será Dios alabado cuando sea visto?... La alabanza
de Dios no tendrá fin allí donde el conocimiento del mismo Dios será pleno;
y porque este conocimiento será pleno, será suma la clarificación o
glorificación» (Tratado 105,3 Sobre el Evangelio de San Juan).
Miércoles
Entrada:
«Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo. Aleluya»
(Sal 46,2).
Colecta (del Veronense
y del Gregoriano): «Padre lleno de amor, concede a tu Iglesia, congregada
por el Espíritu Santo, dedicarse plenamente a tu servicio y vivir unida en
el amor, según tu voluntad».
Ofertorio:
«Recibe, Señor, este sacrificio que tú mismo has querido que te
ofreciéramos, y por esta eucaristía, que celebramos para glorificarte,
dígnate santificarnos y darnos tu salvación».
Comunión:
«Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de
la Verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y también
vosotros daréis testimonio –dice el Señor–. Aleluya» (Jn 15,26-27).
Postcomunión: «La
participación en los santos misterios aumente, Señor, nuestra santidad, y,
al purificarnos de nuestros pecados, nos haga cada vez más capaces de recibir
tus dones».
–Hechos 20,28-38: Os dejo en manos de Dios, que tiene poder
para construiros y daros parte en la herencia. Pablo anuncia las
dificultades que van a sufrir dentro de la propia comunidad y les hace sus
últimas recomendaciones. Un cristianismo auténtico es una vida de íntimo
contacto con Dios, que no ahoga, sino que abre cauces a la expansión de una
intensa emoción humana. La palabra y la acción de gracias nos edifican como
Iglesia y nos dan la herencia de los santos.
San Gregorio de Nisa, expone
unas normas seguras para el gobierno de las almas:
«Es necesario que los que
gobiernan la comunidad ejerciten dignamente las actividades de dirección...
Existe el peligro de que algunos que se ocupan de otros y los dirigen hacia
la vida eterna puedan destruirse a sí mismos sin notarlo. Es necesario que
quienes supervisan trabajen más que el resto, sean más humildes que quienes
están bajo ellos, les ofrezcan su propia vida como ejemplo de servicio y
consideren a los súbditos como un depósito que Dios les ha confiado... No
es conveniente que los hombres cristianos, atentos al esfuerzo humano,
consideren que la entera corona depende de sus peleas, sino que es
necesario refieran a la voluntad de Dios sus esperanzas en el premio»(De
Institución Cristiana).
–En la Ascensión del Señor,
Dios ha desplegado su poder. Ha resplandecido su majestad. Jesús desde el
cielo da fuerza y poder a su pueblo. Ha avanzado por los cielos y ahora
reina junto al Padre. Así lo proclamamos con el Salmo 67: «Oh Dios, despliega tu poder, tu poder, oh Dios,
que actúa en favor nuestro. A tu templo de Jerusalén traigan los reyes su
tributo. Reyes de la tierra cantad a Dios, tocad para el Señor que avanza
por los cielos, los cielos antiquísimos, que lanza su voz, su voz poderosa:
Reconoced el poder de Dios. Sobre
Israel resplandece su majestad y su poder, sobre las nubes. ¡Dios
sea bendito!».
–Juan 17,11-19: Que sean uno como nosotros. Jesús pide por la
unidad de los que han de ser sus discípulos, de toda la Iglesia. Son muchos
los santos Padres que han tratado de la unidad de la Iglesia. Dice San
Cipriano:
«Esta unidad de la Iglesia está
prefigurada en la persona de Cristo por el Espíritu Santo en el Cantar de
los Cantares, cuando dice: “Una sola es mi paloma, mi hermosa es única de
su madre, la elegida de ella” (6,8). Quien no guarda esta unidad de la
Iglesia, ¿va a creer que guarda la unidad de la fe? Quien resiste
obstinadamente a la Iglesia, quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la
que está cimentada la Iglesia, ¿puede confiar que está en la
Iglesia?» (Sobre la unidad de la Iglesia, 5).
Y San Ireneo:
«Por diversos que sean los
lugares, los miembros de la Iglesia profesan una misma fe y única fe, la
que fue transmitida por los Apóstoles a sus discípulos» (Tratado sobre
las herejías 1,10). Cristo nunca habla de Iglesias, sino de la Iglesia,
de su Iglesia y por ella oró en la última Cena.
Jueves
Entrada:
«Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia; a fin de alcanzar
misericordia y hallar gracia en el tiempo oportuno. Aleluya» (Heb 4,16).
Colecta (del
Veronense): «Que tu Espíritu, Señor, nos penetre con su fuerza, para que
nuestro pensar te sea grato y nuestro obrar concuerde con tu voluntad».
Ofertorio:
«Santifica, Señor, con tu bondad, estos dones, acepta la ofrenda de este
sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne».
Comunión: «Lo
que os digo es verdad: “os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no
vendrá a vosotros el Paráclito”. Aleluya» (Jn 16,7).
Postcomunión: «Te
pedimos, Señor, que los santos misterios nos hagan comprender tus designios
y nos comuniquen tu misma vida divina, para que así logremos vivir en
plenitud las riquezas de tu Espíritu»
–Hechos 22,30-23.6-11: Tienes que dar testimonio de Mí en Roma.
Defensa de Pablo ante el sanedrín con gran éxito. Siente que el Señor lo
llama a Roma. Tiene que dar testimonio allí de su fe en Cristo. San Pablo
es un fiel cumplidor de la voluntad de Dios. A esta voluntad hemos de
someternos todos. Oigamos a San Cipriano:
«Nunca hemos de olvidar que
nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, tal
como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana. ¡Qué
contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio de
la voluntad del Señor, cuando Él nos llama para salir de este
mundo!» (Tratado sobre la muerte 18,24).
San Juan Crisóstomo dice: «Si
no me hubiera retenido el amor que os tengo, no hubiese esperado a mañana
para marcharme. En toda ocasión yo digo: “Señor, hágase tu voluntad. No lo
que quiere éste o aquél”. Este es mi alcázar, esta es mi roca inaccesible,
éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así sea haga.
Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me
mande le doy gracias también» (Homilía antes del exilio 1,3).
–El Salmo 15 tiene una plena realización en Cristo, a quien el
Padre no permite experimentar la corrupción, sino que lo levanta a su
presencia y lo sienta a su derecha. Por Cristo el cristiano conoce la
realidad de la vida celeste, espera en ella, la pregusta en las celebraciones litúrgicas:
«Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti. Yo digo al Señor: “Tú eres
mi bien”. El Señor es el lote de mi heredad y copa, mi suerte está en tu
mano. Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye
internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no
vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne
descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel
conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de
gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha».
–Juan 17,20-26: Que sean completamente uno. Persiste Jesús
en la unidad de su Iglesia, de todos los que han de creer en Él. El Padre
nos ama como ama a Cristo. Comenta San Agustín:
«El amor con que Dios ama
es incomprensible y, al mismo tiempo, inmutable. Porque no comenzó a
amarnos desde que fuimos con Él reconciliados por la Sangre de su Hijo,
sino que nos amó antes de la formación del mundo, para que juntamente con
su Hijo fuésemos hijos suyos, cuando nosotros no éramos absolutamente nada.
Pero, al decir que hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo, no debemos oírlo ni tomarlo como si el Hijo nos hubiera reconciliado
con Él para comenzar a amar a quienes antes odiaba, al modo que un enemigo
se reconcilia con otro enemigo para hacerse amigos, amándose después los
que antes se odiaban; sino que fuimos reconciliados con el que ya nos amaba
y cuyos enemigos éramos por el pecado» (Tratado 110,6 Sobre el Evangelio
de San Juan).
Viernes
Entrada:
«Aquél que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su Sangre, nos ha
convertido en un reino y hechos sacerdotes de Dios, su Padre. Aleluya» (Ap
1,5-6).
Colecta: (del
Veronense y del Sacramentario de Bérgamo): «¡Oh Dios, que por la
glorificación de Jesucristo y la venida del Espíritu Santo nos has abierto
las puertas de tu reino, haz que la recepción de dones tan grandes nos
mueva a dedicarnos con mayor empeño a tu servicio y a vivir con mayor
plenitud las riquezas de nuestra fe».
Ofertorio:
«Mira complacido, Señor, las ofrendas de tu pueblo, y haz que el Espíritu
Santo nos purifique para que podamos presentarte un sacrificio agradable»
Comunión: «Os
enviaré el Espíritu Santo de la Verdad –dice el Señor–; Él os comunicará
toda la verdad. Aleluya» (Jn 16,13).
Postcomunión: «Tus
sacramentos, Señor, nos han purificado y alimentado; haz que nuestra
participación en la eucaristía nos lleve también a la posesión de tu
reino».
–Hechos 25,13-21: Se trataba de ciertas cuestiones de un
difunto, llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo. Él gobernador
Festo expone al rey Agripa el asunto de Pablo. Es un testimonio valiosísimo
de la fe cristiana. Cristo resucitó. Cristo está vivo. Esta es nuestra fe.
Este es nuestro convencimiento. Este es el fundamento de la predicación
apostólica, de modo especial de San Pablo: Si Cristo no resucitó, vana es
nuestra fe. San Pablo subraya el carácter pascual de la vida cristiana:
participación real en la vida de Cristo resucitado. Oigamos a San Jerónimo:
«No es de poco estudio que
sepamos la esperanza de la vocación y la riqueza de la heredad de Dios en
los santos. Necesitamos de ellas para conocer estas cosas por el poder que
también usó Dios en su Hijo, resucitándolo no una vez, sino siempre, de
entre los muertos, y haciéndolo libre entre los muertos, no manchado por
contagio alguno de muerte (Sal 87,6;15.10). Todos los días resucita Cristo
entre los muertos, todos los días se despierta en los penitentes. No porque
no tenga poder según la carne para entregar su alma y volver a tomarla (Jn
10,18); nadie se la quita si El no la da por sí mismo, sino porque, según
la disposición de la carne y del Hijo, se diga que ha resucitado hombre e
Hijo por Dios Padre» (Comentario los Efesios 2,5).
–Estamos invitados a la
alabanza del Señor, que puso en el cielo su trono. Nosotros bendecimos a
Jesús, que ha subido al cielo y está sentado a la derecha del Padre y
gobierna el universo. Lo hacemos con el Salmo 102: «Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi
ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus
beneficios. Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad
sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros
nuestros delitos. Él Señor puso en el cielo su trono, su soberanía gobierna
el universo. Bendecid al Señor, ángeles suyos, poderosos ejecutores de sus órdenes».
–Juan 21,15-19: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.
La misión de Pedro es confirmada por Jesús después de la triple negación y
de la triple manifestación de amor. Comenta San Agustín:
«Este fue el fin de aquel negador
y amador; engreído con la presunción, postrado con la negación; purgado con
las lágrimas, coronado con la pasión; este fin halló: morir en caridad
perfecta por el nombre de Aquél con quien había prometido morir, arrastrado
por una perversa precipitación. Confirmado con su resurrección, realiza lo
que a destiempo su flaqueza prometía. Convenía que Cristo muriese antes
para salvar a Pedro y después muriese Pedro por la predicación de Cristo.
Sucedió en segundo lugar lo que había comenzado a osar la humana temeridad,
siendo éste el orden dispuesto por la Verdad... La triple negación es
compensada con la triple confesión, para que la lengua sea menos esclava
del amor que del temor» (Tratado 123, 4-5, Sobre el Evangelio de San
Juan).
Sábado
Entrada: «Los
discípulos se dedicaban a la oración en común con algunas mujeres, entre
ellas María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos. Aleluya» (Hch 1,14).
Colecta (del
Misal anterior): «Dios Todopoderoso, concédenos conservar siempre en
nuestra vida y en nuestras costumbres la alegría de estas fiestas de Pascua
que nos disponemos a clausurar».
Ofertorio: «Que
la venida del Espíritu Santo nos prepare, Señor, a participar
fructuosamente en tus sacramentos, porque Él es el perdón de todos los
pecados»
Comunión: «El
Espíritu Santo me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá
comunicando –dice el Señor–. Aleluya» (Jn 16,14).
Postcomunión:
«Señor de misericordia, escucha nuestras súplicas, y, ya que nos has hecho
pasar de los ritos antiguos a los sacramentos de la nueva alianza, ayúdanos
a pasar de la vida caduca, fruto del pecado, a la nueva vida del Espíritu».
–Hechos 26,16-20.30-31: Pablo vivió en Roma predicándoles el
Reino de Dios. En régimen de semilibertad, el Apóstol no deja de continuar
la misión para la que fue elegido por el Señor predicar el Reino de Dios.
El plan salvífico de Dios realizado en Cristo por su Muerte-Resurrección e
impulsado por el Espíritu tiene una dimensión universal. La Iglesia como
comunidad y sacramento de salvación, debe actualizar y llevar a
cumplimiento el plan de Dios. Nos toca a nosotros continuar esa misión con
todos los medios que podamos: nuestra oración, nuestra palabra, nuestra
vida... Dice San Gregorio de Niza:
«Esta es la verdadera
perfección, no detenerse nunca en el camino hacia lo que es mejor y no
poner límites a lo perfecto» (De la perfecta forma cristiana). «La
gracia del Espíritu Santo se concede a cada hombre con la idea de que debe
aumentar e incrementar lo que recibe» (Institución cristiana).
Y
San Gregorio Nacianceno:
«Procurad una limpieza de
espíritu siempre en aumento. Nada agrada tanto a Dios como la conversión y
salvación del hombre... Sed como lumbreras en medio del mundo, como una
fuerza llena de vida para los demás hombres»(Disertación 39).
–Jesús está en el cielo y los
buenos lo verán. El cristiano vive con ansias de ver el rostro del Señor,
convencido de que verá a Dios cara a cara. Con esta confianza caminamos
hacia el gran día de la segunda venida del Señor. Por eso proclamamos con
el Salmo 10: «El
Señor está en su templo santo, el Señor tiene su trono en el cielo; sus
ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres. El Señor examina
a los inocentes y culpables, y al que ama la violencia Él lo odia. Porque
el Señor es justo y ama la justicia. Los buenos verán su rostro».
–Juan 21,20-25: Este es el discípulo que ha escrito todo esto y
nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Comenta San Agustín:
«“Sígueme”, porque por él padeció Cristo,
del cual dice el mismo Pedro: “Cristo padeció por nosotros, dejándonos
ejemplo para que sigamos sus huellas”. Por eso le fue dicho: “Sígueme”.
Pero hay otra vida inmortal en la que no hay males: allí veremos cara a
cara lo que aquí vemos en espejo y figuras cuando se ha progresado mucho en
la verdad.
«Así, pues, la Iglesia tiene
conocimiento de dos vidas que le han sido predicadas y encomendadas por
divina inspiración, de las cuales una es en la fe y la otra en la
contemplación; la una en el tiempo de la peregrinación, la otra en la
eternidad de la mansión; la una en el trabajo, la otra en el descanso; la
una en el camino, la otra en la patria; la una en el trabajo de la
actividad, la otra en el premio de la contemplación; la una se afana por
conseguir la victoria, la otra vive segura en la paz de la victoria..., en
conclusión, la una es buena, pero llena de miserias, la otra es mejor y
bienaventurada...» (Tratado 124,5 Sobre el Evangelio de San Juan).

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