TIEMPO
PASCUAL
OCTAVA DE PASCUA
Lunes
Entrada: «El Señor nos ha introducido en una tierra que mana
leche y miel, para que tengáis en los labios la Ley del Señor. Aleluya (Ex
13,5-9). O bien «El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había
dicho; alegrémonos y regocijémonos todos, porque reina para siempre.
Aleluya»
Colecta (del Misal anterior y antes del Gelasiano y
Gregoriano): «Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu
Iglesia, dándole siempre nuevos hijos; concede a cuantos han renacido en la
fuente bautismal, vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron».
Ofertorio: «Recibe, Señor, en tu bondad, las ofrendas de
tu pueblo, para que, renovados por la fe y el bautismo, consigamos la
eterna bienaventuranza».
Comunión: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (Rom 6,9).
Postcomunión: «Te pedimos, Señor, que la gracia del misterio
pascual llene totalmente nuestro espíritu, para que, quienes estamos en el
camino de la salvación, seamos dignos de tus beneficios».
–Hechos
2,14.22-32: Dios resucitó a
este Jesús y todos nosotros somos testigos. Sigue Pedro anunciando a
todos la resurrección de Jesucristo, en quien se cumplieron las profecías
de la Escritura. Este es el tema central de la primera proclamación del
mensaje cristiano: el Misterio de Cristo muerto y resucitado, según el plan
de salvación de Dios. La celebración eucarística, al hacer presentes de
nuevo los acontecimientos salvíficos, en-rola y compromete toda nuestra
vida actual en el plan salvífico de Dios, que se manifestará en plenitud
cuando experimentemos la liberación definitiva en la vida gloriosa. Dice
San Juan Damasceno:
«El Señor recibió en herencia los despojos
de los demonios, o sea, aquellos que desde antiguo habían muerto, y liberó
a todos los que se hallaban bajo el yugo del pecado. Habiendo sido contado
entre los malhechores, él fue quien implantó la justicia. La semilla de los
incrédulos se abolió; el luto se cambió en fiestas y el llanto en himnos de
gozo. En medio de las tinieblas brilló para nosotros la luz; de un sepulcro
surgió la vida y del fondo de los infiernos brotaron la resurrección, la
alegría, el gozo y la exultación» (Homilía
sobre el Sábado Santo 27).
–La
resurrección de Cristo es esperanza de incorrupción. Ella hace posible que
las afirmaciones del autor del Salmo 15 tengan plenitud de sentido en
los labios cristianos. Por Cristo el cristiano puede vivir su vida en
esperanza de inmortalidad: «Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti;
yo digo al Señor: “Tú eres mi bien”. El Señor es el lote de mi heredad y mi
copa, mi suerte está en su mano. Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta
de noche me instruye internamente. Tengo presente al Señor, con Él a mi derecha
no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi
carne descansa serena; porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu
fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás
de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha».
–Mateo 28,8-15: Id a comunicar a mis hermanos que
vayan a Galilea; allí me verán. Las santas mujeres se encuentran con
Jesús resucitado, que les encarga que avisen a sus discípulos que vayan a
Galilea. Entre tanto, los guardianes de la tumba reciben dinero para que
defiendan la idea de que han robado el cuerpo de Jesús, mientras ellos
dormían. Es una preparación para la manifestación a los Apóstoles, que
serán los verdaderos testigos de la Resurrección. San Agustín dice atinadamente:
«Pusieron guardas para custodiar el
sepulcro. Tembló la tierra y resucitó el Señor. Sucedieron tales milagros
junto al sepulcro que aun los mismos soldados, que habían ido a
custodiarlo, habrían servido de testigos, si hubieran querido decir la
verdad. Mas aquella avaricia que se apoderó igualmente de los soldados los
inutilizó. “Os damos este dinero, les dijeron, y decid que, estando
vosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se lo llevaron”.
Verdaderamente se cansaron en vano discurriendo tales cavilaciones. ¿Qué es
lo que has dicho, infeliz astucia? ¿Hasta ese extremo abandonas la luz de
la verdadera prudencia y te sumerges en el abismo de la malicia que dices:
“afirmad que estando nosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se lo
llevaron”? ¿Alegas testigos dormidos? Verdaderamente tú mismo dormías,
cuando en tales cavilaciones caíste» (Comentario al Salmo 63).
Martes
Entrada: «Les dio a beber del agua de la sabiduría; en
ellos se hizo fuerza y no cederá; los ensalzará por encima de todos para
siempre. Aleluya» (cf. Eclo
15,3-4).
Colecta (del Misal anterior y antes del Gelasiano y
Gregoriano): «Tu, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual,
continúa favoreciendo con dones celestes a tu pueblo, para que alcance la
libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo que ya ha empezado
a gustar en la tierra».
Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu
protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen
para siempre».
Comunión: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad
los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios;
aspirad a los bienes de arriba. Aleluya» (Col 3,1-2).
Postcomunión: «Escúchanos, Dios Todopoderoso, y concede a
estos hijos tuyos, que han recibido la gracia incomparable del bautismo,
poder gozar un día de la felicidad eterna».
–Hechos 2,36-41: Convertíos y bautizaos todos en nombre
de Jesucristo. Ante el mensaje apostólico sólo cabe una actitud por
parte de los judíos y para los paganos que sean de recto corazón: dejar la
senda descarriada por medio de la conversión, la fe y el bautismo, que
confiere el perdón de los pecados y el don del Espíritu. Para todos es
necesario estar en estado de conversión permanente, pasar de un grado menos
perfecto a un grado más perfecto en la vida cristiana. Esto es para
nosotros vivir continuamente en misterio pascual. Sobre esta permanente
conversión, Rabano Mauro dice:
«Todo pensamiento que nos quita la
esperanza de la conversión proviene de la falta de piedad; como una pesada
piedra atada a nuestro cuello, nos obliga a
estar siempre con la mirada baja, hacia la tierra, y no nos permite
alzar los ojos hacia el Señor» (Tres
libros a Bonosio 3,4).
Y
Juan Pablo II ha escrito: «El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la
misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de
conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como
disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este
modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin
cesar a Él. Viven, pues, en un estado de conversión, es este estado el que
traza la componente más profunda de la peregrinación de todo el hombre por
la tierra en estado de viador» (Dives
in misericordia 13).
–En
el plan salvador de Dios, fruto de su misericordia, la resurrección ocupa
un lugar central. Dios resucitó a Jesús y resucitará a todos los que creen
en Él, en una resurrección de gloria, porque de su misericordia está llena
la tierra. Así lo proclamamos con el Salmo 32: «La palabra del Señor es
sincera, y todas sus acciones son leales; Él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus
fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la
muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: Él
es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre
nosotros, como lo esperamos de Ti».
–Juan 20,11-18: He visto al Señor y ha dicho esto.
Jesús se aparece a María Magdalena, que ha venido a llorar junto al
sepulcro. Tras un momento de duda, ella reconoce al Maestro y recibe de
éste la orden de anunciar a los discípulos que va a subir al Padre. Comenta
San Agustín:
«Al
volverse los hombres, un afecto más fuerte sujetaba al sexo más débil en el
mismo lugar. Y los ojos que habían buscado al Señor, sin encontrarlo, se
deshacían en lágrimas, sintiendo mayor dolor por haber sido llevado del
sepulcro que por haber sido muerto en la Cruz, porque ya no quedaba
recuerdo de su excelente Maestro, cuya vida les había sido arrebatada. Este
dolor sujetaba a la mujer al lado del sepulcro» (Tratado 121,1 sobre el Evangelio de San Juan).
Y
San Gregorio Magno dice también:
«Llorando,
pues, María se inclinó y miró en el sepulcro. Ciertamente había visto ya
vacío el sepulcro, ya había publicado que se habían llevado al Señor. ¿Por
qué, pues, vuelve a inclinarse y renovar el deseo de verle? Porque al que
ama, no le basta haber mirado una sola vez, porque la fuerza del amor
aumenta los deseos de buscar. Y, efectivamente, primero le buscó, y no le
encontró; perseveró en buscarle y le encontró. Sucedió que, con la
dilación, crecieron sus deseos, y creciendo, consiguió encontrarle» (Homilía 25 sobre los Evangelios).
Miércoles
Entrada: «Venid vosotros, benditos de mi Padre, heredad
el Reino preparado para vosotros desde la Creación del mundo. Aleluya» (Mt
25,34).
Colecta (del Misal anterior y antes de los
Sacramentarios Gelasiano y Gregoriano): «Oh Dios, que todos los años nos
alegras con la solemnidad de la resurrección del Señor; concédenos, a
través de la celebración de estas fiestas, llegar un día a la alegría
eterna».
Ofertorio: «Acepta, Señor, este sacrificio, con el que
has redimido a todos los hombres, y concédenos bondadosamente la salud del
alma y del cuerpo».
Comunión: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al
partir el pan. Aleluya» (Lc 24,35).
Postcomunión: «Te pedimos, Señor, que la participación en los
sacramentos de tu Hijo nos libre de nuestros antiguos pecados y nos
transforme en hombres nuevos».
–Hechos 3,1-10: Te doy lo que tengo: en nombre de
Jesucristo, echa a andar. Lo que actúa en San Pedro al curar a este lisiado de la Puerta
Hermosa del Templo en Jerusalén, es el Nombre de Jesucristo, esto es, su
Persona y su fuerza.
Sobre
el Nombre de Jesús dice San Bernardo:
«El
nombre de Jesús no es solamente Luz, es también manjar. ¿Acaso no te
sientes confortado cuantas veces lo recuerdas? ¿Qué otro alimento como él
sacia así la mente del que medita? ¿Qué otro manjar repara así los sentidos
fatigados, esfuerza las virtudes, vigoriza la buenas y honestas costumbres y fomenta las castas
afecciones? Todo alimento del alma es árido si con este óleo no está sazonado;
es insípido si no está condimentado con esta sal. Si escribes, no me
deleitas, a no ser que lea el nombre de Jesús. Si disputas o conversas, no
me place, si no oigo el nombre de Jesús. Jesús es miel en la boca, melodía
en los oídos, alegría en el corazón. ¿Está triste alguno de vosotros? Venga
a su corazón Jesús, y de allí salga a la boca. Y he aquí que apenas aparece
el resplandor de este nombre desaparecen todas las nubes y todo queda
sereno» (Sermón 15 sobre el Cantar
1.2).
–Las
grandes maravillas de Dios en favor de su pueblo culminan con la
resurrección de Jesús, primicia de los que resucitaremos. Cantemos con el Salmo 104 al
Señor, que ha sido fiel a sus promesas, haciendo maravillas con su pueblo
al nombre de Jesús: «Dad gracias al Señor, invocad su nombre, dad a
conocer sus hazañas a los pueblos, cantadle al son de instrumentos, hablad
de sus maravillas. Gloriaos de su nombre santo, que se alegren los que
buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su
rostro. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo; hijos de Jacob, su elegido! Él
Señor es nuestro Dios, Él gobierna toda la tierra».
–Lucas 24,13-35: Reconocieron a Jesús al partir el pan.
Aparición a los discípulos de Meaux. A Jesús se le sigue encontrando en su
Palabra, en la Eucaristía, en los hermanos, en los pobres y necesitados.
Comenta San Gregorio Magno:
«En
verdad les dirigió la palabra, les reprendió su dureza de entendimiento,
les descubrió los misterios de la Escritura Sagrada que a Él se referían...
Fingió ir más lejos. Convenía probarlos por si podían amarle, al menos como
extraño, los que como a Dios no le amaban todavía. Pero, como no podían ser
extraños a la caridad los hombres con quienes la Verdad caminaba, le
ofrecen hospitalidad... Ponen pues la mesa, presentan pan y manjares; y en
el partir el pan conocen a Dios, a quien en la explicación de la Sagrada
Escritura no habían conocido. Al escuchar, por lo tanto, los preceptos de
Dios, no fueron iluminados; pero sí lo fueron al cumplirlos, porque escrito
está: “No son justos ante Dios los oyentes de la ley, sino que serán
justificados los que la observen”. Así pues, todo el que quiera entender lo
que ha oído, apresúrese a poner por obra todo lo que ha podido oir. He aquí
que el Señor no es conocido mientras habla, y se digna ser reconocido
cuando le sustentan» (Homilía 23
sobre los Evangelios).
Jueves
Entrada: «Ensalzaron a coro tu brazo victorioso, porque
la sabiduría abrió la boca de los mudos y soltó la lengua de los niños.
Aleluya» (Sab 10,20-21).
Colecta (del Misal anterior y antes de los
Sacramentarios Gelasiano y Gregoriano): «Oh Dios, que has reunido pueblos diversos en la confesión
de tu nombre; concede a los que han renacido en la fuente bautismal una
misma fe en su espíritu y una misma caridad en su vida».
Ofertorio: «Recibe, Señor, en tu bondad, las ofrendas que
te presentamos en acción de gracias por los nuevos bautizados, para que
venga sobre ellos la ayuda del cielo»
Comunión: «Pueblo adquirido por Dios, proclamad las
hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz
maravillosa. Aleluya» (1Pe 2,9).
Postcomunión: «Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que
este santo intercambio, en el que has querido realizar nuestra redención,
nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas».
–Hechos 3,11-26:
Matasteis al Autor de la vida;
pero Dios lo resucitó de entre los muertos. La curación del
paralítico ofrece a San Pedro una nueva ocasión para proclamar el mensaje
de salvación. Jesús, el Crucificado, ha resucitado. Dios ha dado
cumplimiento a las Escrituras e invita a la conversión mediante el perdón
de los pecados, mientras aguardamos el retorno de Cristo, que volverá a
restaurar todo el universo. La ignorancia que llevó al pecado se debe
cambiar en el arrepentimiento. Cristo es el tesoro escondido en el campo de
este mundo y en el frondoso bosque de las sagradas Escrituras. Así dice San
Ireneo:
«Si
uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que
prefiguran la nueva vocación. Porque Él es el tesoro escondido en el campo
(Mt 13,44), es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo (Mt 13,48);
tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de
figuras y parábolas, que no podían entender según la capacidad humana antes
de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el
advenimiento de Cristo. Por esto se dijo al profeta Daniel: “Cierra estas
palabras y sella el libro hasta el tiempo del cumplimiento, hasta que
muchos lleguen a comprender y abunde el conocimiento” (Dan 12,4)» (Contra las Herejías 4,26,1).
–Cristo
resucitado, a quien se somete toda la Creación, da la respuesta a la
pregunta del salmista en el salmo 8: El hombre tiene vocación de
resurrección. ¡Qué admirable es, Señor, tu nombre. «¡Señor, Dios nuestro,
qué admirable es tu nombre en toda la tierra! ¿Qué es el hombre para que te
acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a
los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las
obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies. Rebaños de ovejas y
toros y hasta las bestias del campo, las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar».
–Lucas 24,35-48:
Estaba escrito: el Mesías padecerá
y resucitará de entre los muertos al tercer día. Jesús se aparece a
los Once, mostrándoles la autenticidad de su cuerpo resucitado: come con
ellos y luego les demuestra que las Escrituras han tenido cumplimiento en
su pasión y resurrección y en la futura predicación de su obra a todos los
pueblos. Jesús es condescendiente y ayuda a los incrédulos. Se muestra como
Hijo de Dios que persigue amorosamente a su pueblo. Los apóstoles se
transforman. Jesús se hace presente a ellos y les entrega sus poderes.
Comienza la era de la Iglesia. Jesús vive hoy presente en medio de
nosotros; pero la fe es fruto de la gracia y no del caminar humano. Hemos
de estar siempre abiertos a la gracia divina. San Ambrosio habla de esta
aparición de Jesús a los Apóstoles:
«Cosa
maravillosa es cómo una naturaleza corpórea pasó a través de un cuerpo
impenetrable; cómo una carne visible entró de un modo invisible, y, siendo
asequible al tacto, era difícil comprender. Asustados los discípulos,
juzgaron, en definitiva, ver un espíritu. Por eso el Señor, para darnos una
prueba de su resurrección, les dijo: “Tocadme y ved que el espíritu no
tiene carne ni hueso, como veis que yo tengo”... Resucitaremos, pues, con
nuestro cuerpo. Porque se siembra el cuerpo animal y resucitará como cuerpo
espiritual; éste más sutil, aquél más grosero y material, por sentir aún el
peso de la enfermedad terrestre. Y ¿cómo podrá dejar de ser cuerpo, aquél
que tenía las señales de las llagas y los vestigios de las cicatrices que
el Señor les dio a tocar? Con lo cual no sólo corrobora la fe, sino que
excita también devoción, ya que prefirió llevar al cielo las llagas que
padeció por nosotros y no quiso borrarlas, a fin de presentarlas a Dios
Padre como precio de nuestra libertad...» (Comentario a San Lucas lib. 10,c. 24),
Viernes
Entrada: «El Señor condujo a su pueblo seguro, sin
alarmas, mientras el mar cubría a sus enemigos. Aleluya» (Sal 77,53).
Colecta (del Misal anterior y antes del Gregoriano): «Dios Todopoderoso y eterno, que por el misterio pascual
has restaurado tu alianza con los hombres; concédenos realizar en la vida
cuanto celebramos en la fe».
Ofertorio: «Realiza, Señor, en nosotros el intercambio
que significa esta ofrenda pascual, para que el amor a las cosas de la
tierra se transfigure en amor a los bienes del cielo».
Comunión: «Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos, comed”. Y
tomó el pan y se lo dio. Aleluya» (cf.
Jn 21,12-13).
Postcomunión: «Dios Todopoderoso, no ceses de proteger con
amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por
la Pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su Resurrección».
–Hechos 4,1-12:
Ningún otro pudo salvar.
Los apóstoles, al ser interrogados por los sumos sacerdote luego de su
arresto, responden por boca de Pedro: «Dios resucitó de entre los muertos a
Jesús a quien vosotros crucificásteis; se han cumplido las Escrituras y
nadie, fuera de Él, puede otorgar la salvación». La causa de la persecución
es la proclamación del poder salvífico de Jesucristo muerto y resucitado,
en el que se cumplen las Escrituras. Los apóstoles no saben ni quieren dar
otro mensaje distinto del que ellos han sido testigos, aunque tengan que
sufrir persecución y castigos por ello, y más tarde la muerte. Todo por
Jesús, muerto y resucitado. Oigamos a San Hipólito:
«Antes
que los astros, inmortal e inmenso, Cristo brilla más que el sol sobre
todos los seres. Por ello, para nosotros que nacemos en Él, se instaura un
día de Luz largo, eterno, que no se acaba: la Pascua maravillosa, prodigio
de la virtud divina y obra del poder divino, fiesta verdadera y memorial
eterno, impasibilidad que dimana de la Pasión e inmortalidad que fluye de
la muerte. Vida que nace de la tumba y curación que brota de la llaga,
resurrección que se origina de la caída y ascensión que surge del
descanso... Este árbol es para mí una planta de salvación eterna, de él me
alimento, de él me sacio. Por sus raíces me enraízo y por sus ramas me
extiendo, su rocío me regocija y su espíritu como viento delicioso me
fertiliza. A su sombra he alzado mi tienda y huyendo de los grandes calores
allí encuentro un abrigo lleno de rocío... Él es en el hambre mi
alimento, en la sed mi fuente... Cuando temo a Dios, Él es mi protección;
cuando vacilo, mi apoyo; cuando combato, mi premio; y cuando triunfo, mi
trofeo...» (Homilía de la Pascua).
–Este es el día en que actuó el Señor.
Cristo rechazado por los suyos, ha resucitado y es el centro de todas las
cosas. Llenos de gozo proclamamos con el Salmo 117, que ha sido un milagro patente
y abrimos nuestro corazón a la plenitud que la resurrección da a nuestra
fe: «Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su
misericordia. Diga la Casa de Israel: “eterna es su misericordia”. Digan
los fieles del Señor: “eterna es su misericordia”... La piedra que
desecharon los arquitectos es ahora piedra angular. Es el Señor quien lo ha
hecho, ha sido un milagro patente. Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. Señor, danos la salvación; Señor, danos
prosperidad. Bendito el que viene en el nombre del Señor; el Señor es Dios;
Él nos ilumina».
–Juan 21,1-14:
Jesús se acerca, toma el pan y se
lo da, y lo mismo el pescado. Jesús resucitado se muestra junto al
lago de Galilea a sus discípulos, que han vuelto a sus ocupaciones
habituales: la pesca milagrosa va acompañada de una comida del Resucitado
con los suyos. Comenta San Agustín:
«Con
esto hizo el Señor una comida para aquellos siete discípulos suyos, a
saber, con el pez que habían visto sobre las brasas y con algunos de los
que habían cogido y con el pan que ellos habían visto, según la narración.
El pez asado es Cristo sacrificado. Él mismo es el pan bajado del cielo. A
este pan se incorpora la Iglesia para participar de la eterna
bienaventuranza. Y por eso dice: “Traed los peces que ahora habéis cogido”,
para que cuantos abrigamos esta esperanza podamos por medio de estos siete
discípulos, en los cuales se puede ver figurada la totalidad de todos
nosotros, tomar parte en tan excelente sacramento y quedar asociados a la
misma bienaventuranza. Esta es la comida del Señor con sus discípulos, con
lo cual el Evangelista San Juan, aun teniendo muchas cosas que decir de
Cristo, y absorto según mi parecer en alta contemplación de cosas excelsas,
concluye su Evangelio» (Tratado
123,2 sobre el Evangelio de San Juan).
Sábado
Entrada: «El Señor sacó a su pueblo con alegría, a sus
escogidos con gritos de triunfo. Aleluya» (Sal 104,43).
Colecta (compuesta con textos del Gelasiano y del
Gregoriano) : «Oh Dios, que
con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos,
mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que,
quienes han renacido por el Bautismo, obtengan también la resurrección
gloriosa».
Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por
medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra
de tu redención, sean también fuente de gozo incesante».
Comunión: «Los que os habéis incorporado a Cristo por el
Bautismo, os habéis revestido de Cristo. Aleluya (Gál 3,27)».
Postcomunión: «Mira Señor con bondad a tu pueblo, y ya que
has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele
también la resurrección gloriosa».
–Hechos 4,13-21:
No podemos menos de contar lo que
hemos visto y oído. Pedro y Juan se niegan a hacer caso a las
prohibiciones de los jefes del Sanedrín, para que no hablen más que de
Jesús, puesto que, como ellos mismos dicen, tienen que obedecer a Dios
antes que a los hombres. A pesar de todas las amenazas, prosiguen proclamando
el mensaje de la resurrección de Jesús. Así manifiesta el nombre de Jesús
toda la plenitud de su poder salvífico; no sólo salva de la enfermedad,
sino que es la única fuente de salvación, que infunde una valentía, un
poder superior, contra el que chocan todos los planes humanos que intentan
destruirlo.
Nuestra
participación eucarística nos pone en contacto experimental con la
situación de Jesús resucitado. Adquirimos de este modo un compromiso de
obediencia y de testimonio y recibimos la fuerza del Espíritu para vivir y
proclamar libre y valientemente la salvación que hemos experimentado.
La
profundidad y amplitud del misterio de Cristo se expresa en la inefable
riqueza de los nombres con que es designado el Salvador. Así se expresa
Nicetas de Remesiana:
«Se
llama Verbo, porque ha sido engendrado sin pasión alguna por Dios Padre...
O bien porque por su medio habló Dios Padre a los ángeles y a los hombres.
Se dice Sabiduría, porque por medio de Él se ordenó todo sabiamente al
principio. Se llama Luz, porque Él iluminó las primeras tinieblas del mundo
y con su venida hizo desaparecer la noche de los corazones de los hombres.
Se llama Potencia, porque ninguna
criatura lo puede vencer. Se dice Diestra y Brazo, porque por su medio
fueron creadas todas las cosas y Él las abarca todas. Se llama Ángel del
Gran Consejo, porque Él es personalmente nuncio de la Voluntad paterna. Se
llama Hijo del Hombre, porque por nosotros los hombres se dignó nacer como
hombre. Se dice Cordero, por su inocencia singular. Se llama Oveja para que
quede patente su Pasión. Se dice Sacerdote, bien porque ofreció a Dios
Padre en favor nuestro su Cuerpo como oblación y sacrificio, bien porque se
digna ofrecerse cada día por nosotros. Se dice Camino, porque por medio de
Él llegamos a la salvación. Verdad, porque rechazó la mentira. Se llama
Vida, porque destruye la muerte. Se llama Vid, porque al extender los ramos
de sus brazos en la Cruz proporcionó al mundo el gran fruto de la
dulzura... Se llama Médico, porque con su visita curó nuestras enfermedades
y heridas... Se dice Paz, porque reunió en la unidad a los que estaban
dispersos y nos reconcilió con Dios Padre. Se llama Resurrección, porque
resucitará todos los cuerpos... Se llama Puerta, porque por su medio se
abre a los fieles la entrada del Reino de los cielos» (Catecumenado de adultos B P
16,32-38).
–El
salmo responsorial
es el mismo que ayer.
–Marcos 16,9-15: Id al mundo entero y predicad el
Evangelio. La fe de los apóstoles se basa en la experiencia directa y
en una renovación de la convivencia con el Señor. Así quedan constituidos
en testigos y reciben el homenaje del Resucitado para difundirlo por todo
el mundo. San Juan Crisóstomo dice:
«El mensaje que se os comunica no va
destinado a vosotros solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el
mundo. Porque no os envío a dos
ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envio a toda una
nación, como en otro tiempo a los profetas; sino a la tierra, al mar y a todo
el mundo, y a un mundo, por cierto muy mal dispuesto. Porque al decir:
“Vosotros sois la sal de la tierra”, enseña que los hombres han perdido su
sabor y están corrompidos por el pecado. Por ello exige a todos sus
discípulos aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para el
cuidado de los demás» (Homilía
sobre San Mateo 15, 6).
Lo único importante es que Cristo sea
anunciado, conocido y amado. Él es el que actúa por medio de los apóstoles
de entonces y de ahora. Así lo expresa San Agustín:
«Podemos
amonestar con el sonido de nuestra voz, pero si dentro no está el que
enseña, vano es nuestro sonido... Os hable Él, pues, interiormente, ya que
ningún hombre está allí de maestro» (In
1 Jn. 2,4).

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