CAMINANDO CON JESUS

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

AÑO LITURGICO PATRISTICO  -  TIEMPO ORDINARIO  -   Asunción de la Virgen – Todos los Santos y Jesucristo, Rey del Universo

Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

El origen de los textos, es de la Fundacion GRATIS DATE www.gratisdate.org

 

 

Asunción de la Virgen

Todos los Santos

Jesucristo, Rey del Universo

 

 

Asunción de la Virgen María

15 de agosto, solemnidad

Entrada: «Una señal grandiosa apareció en el cielo: una Mujer con el sol por vestido, la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12,1). O : «Alegrémonos  todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de la Virgen María: de su Asunción, se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios».

Colecta (como la oración del ofertorio y la postcomunión, procede del Misal anterior, desde 1950): «Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma  gloria en el cielo».

Ofertorio: «Llegue a tu presencia, Señor, nuestra humilde oblación, y por la intercesión de la Santísima Virgen María, que ha subido a los cielos, haz que nuestros corazones, abrasados en tu amor, vivan siempre orientados hacia ti».

Comunión: «Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí» (Lc 1,48-49).

Postcomunión: «Después de recibir los sacramentos que nos salvan, te rogamos, Señor, que, por intercesión de la Virgen María, que ha subido a los cielos, lleguemos a la gloria de la resurrección».

En la Virgen María, asunta en cuerpo y alma a los cielos, se ha consumado plenamente el misterio Pascual de Cristo. Ella nos ha precedido en el tiempo como índice de la capacidad regenerante y glorificadora de la obra de Cristo sobre la naturaleza humana.

Apocalipsis 11,19.12,1-6.10: Una Mujer vestida de sol, la luna por pedestal. María, Arca Nueva y Viva de la Nueva Alianza, realizadora de la presencia del Emmanuel en medio de su pueblo y entronizada, al fin, en la bienaventuranza. Ella es el signo plenamente logrado de la obra redentora de Cristo. Comenta San Germán de Constantinopla:

«Ya que por medio de ti, oh santísima Madre de Dios, han cobrado esplendor los cielos y la tierra, ¿acaso es posible que, con tu tránsito, dejas a los hombres privados de tu asistencia? En modo alguno podemos pensarlo. Puesto que cuando habitabas en el mundo no eras ajena a las costumbres celestiales, de igual modo, después  de haber emigrado de entre nosotros, no te has distanciado en espíritu del tenor de vida de los seres humanos» (Homilía 1 sobre la Dormición, 13, 109-110).

–Con el Salmo 44 proclamamos: «De pie a tu derecha está la Reina enjoyada con oro de Ofir... Prendado está el Rey de tu belleza... Las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real»...

1 Corintios 15,20-26: Primero resucita Cristo, como primicia, después todos los cristianos. La Asunción plena de María en cuerpo y alma a los cielos, triunfo pleno de la obra de Cristo en Ella, es también un índice consumado de nuestra vocación de resucitados para Cristo y para la eternidad. Comenta Modesto de Jerusalén:

«Finalmente, tal como correspondía a la gloriosísima Madre de Aquel que es dador de vida y de inmortalidad, le fue concedida la vida eterna y la participación en la incorruptibilidad de su Hijo: Cristo, en efecto, nuestro Dios y Salvador, la resucitó de la muerte, haciéndola subir del sepulcro y la elevó junto a Sí en los cielos del modo que solo Él conoce» (Sermón sobre la Dormición 14).

Lucas 1,39-56: El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: enaltece a los humildes. Grandes son las prerrogativas de la Virgen María, sobre todo su Maternidad divina, con todo lo que antecede y sigue a la misma. Escribe Antíoco Estratagio:

«Desde el tiempo en que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, gracias a su bondad para con nosotros, se dignó aparecer en el mundo, naciendo de la santa e inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, nos ha concedido el don de la fortaleza necesaria para combatir al diablo, a fin de que, para quien lo desea, resulte más fácil alcanzar la virtud de la virginidad a pesar de que su práctica sea ardua y laboriosa.

«A los que de veras aman a Dios se les otorga un feliz resultado y unos dones aún mayores, de acuerdo con su promesa. Nadie, sin embargo, puede alcanzar una virtud tan excelsa, si no tiene amor y si no posee la humildad debida, como lo atestigua Aquella que es totalmente inmaculada, la siempre alabada y gloriosísima Madre de Dios, al entonar su cántico de alabanza en el que dice: “mi alma engrandece al Señor”» (Homilía 21).

 

Todos los Santos

1 de Noviembre, solemnidad

Entrada: «Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día en honor de todos los Santos. Los ángeles se alegran en esta solemnidad y alaban a una al Hijos de Dios».

Colecta (del Misal anterior): «Dios todopoderoso y eterno, que nos has otorgado celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los Santos, concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia y tu perdón».

Ofertorio (tomada del Misal de París de 1738): «Dígnate aceptar, Señor, las ofrendas que te presentamos en honor de todos los Santos, y haz que sintamos interceder por nuestra salvación a todos aquellos que ya gozan de la gloria de la inmortalidad».

Comunión: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,8-10).

Postcomunión (del Misal de París de 1738): «Señor, te proclamemos admirable y el solo Santo entre todos los Santos; por eso imploramos de tu misericordia que, realizando nuestra santidad por la participación en la plenitud de tu amor, pasemos de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del Reino de los cielos».

Hoy la Iglesia en su liturgia nos presenta un cuadro plástico de lo mejor de la humanidad redimida por Cristo: la Iglesia triunfante ya en la Jerusalén celeste. Son los Santos de todos los tiempos. También los Santos que solo Dios conoce. De ellos, algunos han sido proclamados oficialmente por la Iglesia y se les da culto; otros, la mayoría, nos son desconocidos, pero santos también y por eso hoy los veneramos a todos en una misma solemnidad. Son un ejemplo para nosotros y nuestros intercesores.

–Apocalipsis 7,2-4.9-14: Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas. El destino eterno del hombre se libra a diario en la vida temporal, cualquiera que sea su raza, la condición y estado de cada hombre.

–1 Juan 3,1-3: Veremos a Dios tal cual es. La santidad cristiana es siempre una iniciativa del de Amor de Dios sobre el hombre, aunque queda bajo la responsabilidad de los propios hombres el secundar esa iniciativa y esa elección, respondiendo con amorosa conciencia de hijos de Dios.

–Mateo 5,1-12: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Las bienaventuranzas evangélicas son el camino auténtico que Cristo nos ha garantizado con su vida y con su gracia para la santidad cristiana. Son la semblanza modélica del propio Corazón de Jesucristo.

La voluntad de Dios es  nuestra santificación. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Dice San Agustín:

A Cristo «lo han imitado los santos mártires hasta el derramamiento de su sangre, hasta la semejanza con su pasión; lo han imitado los mártires, pero no solo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasados ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos. Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor no solo hay las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes, y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desestimar su vocación; Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad está escrito de Él: Nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (Sermón 304).

Y San Cipriano:

«Pedimos y rogamos que nosotros que fuimos santificados en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial» (Tratado sobre la oración 11-12).

 

Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo

Domingo de la Semana 34

 

La larga serie de los Domingos del Tiempo Ordinario, y todo el Año litúrgico, se concluye con la grandiosa solemnidad de Cristo Rey.

Entrada: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. A Él la gloria y el poder, por los siglos de los siglos» (Apoc 5,12.16).

Colecta (de nueva composición): «Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin».

Ofertorio (del Misal anterior): «Te ofrecemos, Señor, el sacrificio de la reconciliación de los hombres, pidiéndote humildemente que tu Hijo conceda a todos los pueblos el don de la paz y de la unidad».

Prefacio: (del Misal anterior): «Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que, ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana; y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz».

Comunión: «El Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz» (Sal 28,10-11).

Postcomunión (de nueva composición): «Después de recibir el alimento de la inmortalidad, te pedimos, Señor, que quienes nos gloriamos de obedecer los mandatos de Cristo, Rey del Universo, podamos vivir eternamente con él en el Reino del cielo».

 

 CICLO A

El Evangelio nos presenta a Cristo en el juicio final separando las ovejas de las cabras. Las primeras a la derecha y las segundas a la izquierda. Esto ha motivado la elección del pasaje de Ezequiel sobre Dios Pastor que juzga a su rebaño. La segunda lectura nos habla de Cristo que devuelve a Dios Padre su Reino.

El reino de Cristo no es de este mundo (Jn 18, 36), pero se inicia o se rechaza aquí, cuando por la fe o la incredulidad aceptamos o rechazamos su mensaje de salvación.

–Ezequiel 34,11-12.15-17: A vosotros, ovejas mías, os voy a juzgar. La Realeza mesiánica del Corazón de Jesucristo, en su etapa de encarnación y de humillación redentora, se realizó por vía de amor y de sacrificio; como Buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas (Jn 10,11). El juicio del Señor se hará sobre los delitos, injusticia y opresión con respecto a las ovejas pobres y débiles por parte de las más fuertes y poderosas. Hacer justicia equivale a salvar las más débiles de la opresión por parte de las más poderosas. El Señor asume la defensa de estas ovejas humildes, rectifica lo tortuoso, asegurando la salvación.

–Consiguientemente se toma como canto responsorial el Salmo 22: «El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar, en verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombres. Prepara una mesa ante mí, en frente de mis enemigos, me unge la cabeza con perfume y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la Casa del Señor por años sin términos».

–1 Corintios 15,20-26.28: Devolverá el Reino a Dios Padre, para que Dios sea todo en todos. Con su sacrificio salvador nos brindó Jesús la posibilidad de librarnos de nuestros pecados y de sus degradantes consecuencias. Pío XI en la encíclica Quas primas, en la que instituyó en 1925 la solemnidad de Cristo Rey, dice:

«Es necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo. Es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos. Es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los afectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas y  solo a Él estar unido. Es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como “armas de justicia” para Dios (Rom 6,13), deben servir para la interna santificación del alma».

El texto anterior de San Pablo en la Carta primera a los Corintios, en el que se contempla el Reinado de Cristo, es ampliamente comentado por los Padres, como puede apreciarse en la siguiente síntesis:

El Reino de Cristo se asentará y jamás llegará a su fin (Teodoreto de Ciro), porque Él comienza a reinar eternamente en todos los sentidos (San Jerónimo). El último enemigo, la muerte, será destruído (San Juan Crisóstomo). El sometimiento de Cristo al Padre significa que toda criatura aprenderá a someterse a Cristo, quien a su vez se somete voluntariamente al Padre (Ambrosiáster).

Del mismo modo que nosotros nos sometemos a la gloria de su Cuerpo reinante, el Señor somete a sí mismo todas las cosas (San Hilario de Poitiers). Algunos rechazaban el término «sometimiento» referido al Hijo, sin entender que el sometimiento del Hijo al Padre revela la bendición de nuestra madurez espiritual (Orígenes). Cuando las Escrituras dicen que el Hijo es menor que el Padre, se refieren a su condición de hombre. Pero cuando señalan que es igual al Padre, se refieren a su divinidad (San Agustín y San Gregorio Nacianceno).

El Señor hace suyas incluso nuestras adversidades, cargando con nuestros sufrimientos (San Basilio). Los Santos Padres trataron de responder tanto a las confusiones de los paganos, como a las exageraciones arrianas respecto al texto paulino aludido (Teodoreto de Ciro y Mario Victorino). San Pablo está pensando en la dispensación divina de la Encarnación cuando dice que el Hijo, que es verdadero Dios, se ha sometido voluntariamente al Padre (San Juan Crisóstomo). Es necesario que Él haga su reino tan evidente, para que sus enemigos no se atrevan a negar que Él reina (San Agustín). Cristo no deja de reinar cuando pone a todos sus enemigos bajo sus pies (San Gregorio Nacianceno y San Cirilo de Jerusalén).

La nueva vida que ahora comienza por medio de la fe, proseguirá mediante la esperanza, hasta que llegue un momento en que la muerte se vuelva victoria (San Agustín). Cuando seamos capaces de recibir a Dios, entonces «Dios será para nosotros todo en todas las cosas» (Orígenes). Dios será la consumación de todos nuestros deseos (San Agustín y Orígenes). Esta es madurez hacia la cual nos apresuramos (San Gregorio Nacianceno). Cuando todos los santos sean glorificados en el coro de todas las virtudes, y Dios sea todo para todo el mundo (San Jerónimo y San Agustín) (cf. La Biblia comentada por los Santos Padres, Ciudad Nueva, Madrid 2001, pg. 230).

–Mateo 25,31-46: Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros. Sobre nuestra existencia pesa un momento decisivo: el encuentro final con Cristo Rey, Señor de cielos y tierra. Él ha de juzgar nuestras vidas, con el modelo de su Amor... Y de este juicio dependerá nuestra suerte eterna. San Juan Crisóstomo dice:

«Ahora ha venido en deshonor, en injurias e ignominias; mas entonces se sentará en el trono de su gloria. Es que como la cruz estaba tan cerca y la cruz parecía el suplicio más ignominioso, de ahí que trate Él de levantar a sus oyentes  y les ponga ante los ojos el tribunal, y delante del tribunal la tierra entera. Y no es éste el modo único por el que da tono de espanto a su palabra, sino el hecho de mostrarnos vacíos los cielos. Porque todos los ángeles -dice- vendrán en su acompañamiento, y también ellos dará testimonio de cuanto sirvieron, enviados por el Señor, en la salvación de los hombres. De todos modos ha de ser espantoso aquel día» (Homilía 79,1, sobre San Mateo).

CICLO B

El Reino de Cristo no es de este mundo (tercera lectura). Él es el Hijo del Hombre al que Daniel vio venir sobre las nubes investido con una realeza eterna y universal (primera lectura). San Juan en el Apocalipsis nos presenta a Cristo como príncipe de los reyes de la tierra (segunda lectura). Cristo es la razón de nuestra fe, el aval de nuestra esperanza y el centro de nuestra caridad. Coronamos el año litúrgico con una vivencia intensa del Reinado de Jesucristo.

–Daniel 7,13-14: Su poder es eterno. No cesará. La investidura real del Hijo del Hombre coronará la victoria de Dios y de su pueblo sobre las fuerzas del mal y congregará a todos los que han vivido en la fe de Cristo. Como Israel somos santos y reinaremos en la medida en que en que servimos a Dios. El Reino eterno de Dios destruirá las potencias adversas que actúan mediante el imperio del despotismos, de la agresividad, de la recíproca destrucción y de la idolatría. La entronización del Hijo del Hombre será para todos los pueblos, naciones y lenguas el quebrantamiento de toda esclavitud y un servicio que es fruición del Reino divino universal de la libertad.

 –Con el Salmo 92 aclamamos al Señor que reina, vestido de majestad, el Señor vestido y ceñido de poder. Así está el orbe  firme y no vacila. Su trono está firme desde siempre y Él es eterno. Sus mandatos son fieles y seguros, la santidad es el adorno de su casa por días sin términos.

–Apocalipsis 1,5-8: El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y nos ha hecho sacerdotes. La humanidad entera ha quedado emplazada para la Parusía: el retorno de Cristo Rey para juzgar a vivos y muertos. La realidad de Cristo, expresión perfecta de la acción del Dios del universo, es contemplada y celebrada en los momentos esenciales que abarcan el pasado, el presente y el futuro de la historia de la salvación. La realeza de Cristo converge hacia el Reino del Padre y en la realeza de Cristo viene realmente hasta nosotros el Reino del Padre.

–Juan 18,33-37: Tú lo dices: soy Rey. La realeza de Cristo está por encima de los criterios y moldes humanos. Es Reino de salvación. Reino de amor. La Cruz nos revela quién es el Padre y quién es Jesús, la comunicación interpersonal de amor que se difunde en el hombre. En la medida en que la Cruz es para nosotros palabra y verdad, la muerte de Cristo nos salva, la fe acoge su acto redentor y mediante esta fe de los hombres, Cristo puede reinar en ellos.

Testigos de la realeza de Jesucristo vivimos en la esperanza nuestra vocación de eternidad. Nuestro vivir de cada día no debe desmentir nuestra condición de elegidos para el Reino del Hijo muy amado del Padre. Pero esta realeza de Cristo hay que vivirla en la interioridad y en el amor.

CICLO C

El título de la Cruz: «Jesús nazareno, Rey de los judíos» (tercera lectura) evoca la unción de David como rey de Israel. Cristo descendiente de David. Pero Jesús es mucho más que Rey de los judíos; es, como indica San Pablo, «imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia y quien hizo la paz por la sangre de su Cruz» (segunda lectura).

–2 Samuel 5,1-3: Ungieron a David como rey. Históricamente David fue el rey «según el corazón de Dios», para el pueblo de Israel. Fue, al mismo tiempo, una figura de Cristo Rey para la humanidad rescatada. Dios, que conoce de antemano el destino de cada hombre y pueblo, había elegido a David como jefe de su pueblo. Samuel lo ungió rey. De pastor de ovejas pasó a ser pastor del pueblo elegido. Cristo, más aún, será el Ungido del Señor para ser el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y ella le conocen a Él. Es el Buen Pastor  que va en pos de la descarriada y da su vida por la salvación de la humanidad, a la que rescata del pecado. Es Rey de reyes y Señor de los que dominan.

–Jerusalén es la ciudad del rey David. La Iglesia, nueva Jerusalén, es la gran familia que salvó Cristo y reina sobre ella, por eso cantamos jubilosos con el Salmo 121: «¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor», vamos a la Iglesia, a la asamblea litúrgica.

–Colosenses 1,12-20: El Padre nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido. La razón suprema de la realeza del Corazón de Cristo está en su filiación divina. Dice San Juan Crisóstomo:

«Los beneficios recibidos son múltiples: además del propio don con el que nos gratifica, nos da también la virtud necesaria para recibirlo... Dios no solo nos ha honrado  haciéndonos partícipes de la herencia, sino que nos ha hecho dignos de poseerla. Es doble, pues, el honor que recibimos de Dios: primero el puesto, y segundo el mérito de desempeñarlo bien» (Homilía sobre Colosenses 1,12).

Y más adelante dice él mismo:

«El Hijo de Dios no solamente ha creado todo, sino que Él conserva todo; de modo que si suspendiera un solo momento la acción de su voluntad soberana, todo volvería a la misma nada de la que Él ha sacado todo lo que existe... Por la palabra plenitud es necesario entender la divinidad de Jesucristo... La elección de esta expresión se ha hecho para indicar mejor que la esencia misma de la divinidad residía en Cristo» (ib. 17 y 19).

Y San Agustín:

«La Cabeza es nuestro mismo Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato y ahora, después que resucitó de entre los muertos, está sentado a la diestra del padre. Y su Cuerpo es la Iglesia... Pues toda la Iglesia, formada por la reunión de los fieles –porque todos los fieles son miembros de Cristo–, posee a Cristo por Cabeza, que gobierna su Cuerpo desde el cielo» (Comentario al Salmo 56,1).

–Lucas 23,35-43: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Toda la realeza salvífica del Corazón redentor de Cristo Jesús gira en torno al Calvario. Es la realeza que nos redime con su inmolación amorosa y nos salva con su resurrección pascual. Comenta San Agustín:

«Miremos la Cruz de Cristo. Allí estaba Cristo y allí estaban los ladrones. La pena era igual, pero diferente la causa. Un ladrón creyó, otro blasfemó. El Señor, como en un tribunal, hizo de juez para ambos; al que blasfemó lo mandó al infierno; al otro lo llevó consigo al Paraíso. Cristo en la Cruz es considerado Rey: “acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Cristo reinó desde la Cruz. La participación en la realeza de Cristo es consustancial a la vida cristiana, con tal que lo reconozcamos en medio de las tribulaciones, en su Cruz, como el buen ladrón» (Sermón 335,2).

En los tres ciclos se puede meditar también el texto siguiente de Orígenes:

«Sin duda, cuando pedimos que el reino de Dios venga a nosotros, lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo con las palabras del Evangelio: “vendremos a él y haremos morada en él”.

«Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a Él todos sus enemigos, entregue a Dios Padre su reino, y así Dios lo será todo para todos. Por esto, rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino» (Tratado sobre la oración 25).

 

 

 

 

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