CAMINANDO CON JESUS

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

AÑO LITURGICO PATRISTICO  -  TIEMPO ORDINARIO  -  SEMANA 16 A 20

Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

El origen de los textos, es de la Fundacion GRATIS DATE www.gratisdate.org

 

 

SEMANA 16

 

DOMINGO

La liturgia de este Domingo tiene un mensaje especial sobre el sacrificio eucarístico.

Entrada: «Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre que es bueno» (Sal 53,6.8).

Colecta (del Sacramentario de Bérgamo): «Muéstrate propicio con tus hijos, Señor, y multiplica sobre ellos los dones de tu gracia, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren fielmente en el cumplimiento de tu ley».

Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano). Se alude en ella de nuevo al sacrificio: «Oh Dios, que has llevado a la perfección del sacrificio único los diferentes sacrificios de la antigua alianza, recibe y santifica las ofrendas de tus fieles, como bendijiste la de Abel, para que la oblación que ofrece cada uno de nosotros en honor de tu nombre sirva para la salvación de todos».

Comunión: «Ha hecho maravillas memorables; el Señor es piadoso y clemente: él da alimento a sus fieles» (Sal 110,4-5); o bien: «Estoy a la puerta llamando, dice el Señor; si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos» (Apoc 3,20).

Postcomunión (del Veronense y del Gelasiano): «Muéstrate propicio a tu pueblo, Señor, y a quienes has iniciado en los misterios del Reino, concédeles abandonar el pecado y pasar a una vida nueva».

Ciclo A

Dios castiga al perverso, pero es paciente y espera la conversión. Esto es lo que se deduce de la primera lectura y de la tercera con la parábola del trigo y la cizaña. El Espíritu intercede por nosotros y obra en nosotros, según nos enseña San Pablo en la segunda lectura.

En el mundo que nos rodea, en las personas con quienes convivimos, en nosotros mismos, aparece el mal como una realidad que nos condiciona. Es un verdadero misterio. Dios nos da los medios adecuados para conocer el mal y superarlo. Pero el hombre es libre y puede rechazar el don de Dios y preferir las tinieblas del error, de la mentira, del pecado.

Sabiduría 12,13.16-19: En el pecado das lugar al arrepentimiento. Dios aparece como el Soberano absoluto del universo. Lo muestra el orden de todo el cosmos. Quien conoce el poder divino y no se le revela puede tener confianza y abandonarse a la misericordia infinita de Dios. Dos enseñanzas deducimos de la lectura. Una lección de bondad, de amor para con todos los hombres: encontramos aquí una superación de los confines de la religión y raza, como pretendían los escribas y fariseos contemporáneos de Jesucristo, que traía una misión de salvación universal para todos los hombres. Y una lección de esperanza: el hombre no puede pretender por sí mismo ser impecable, pero le conforta el pensamiento de que Dios perdona a los que se arrepienten de corazón.

–Con el Salmo 85 proclamamos: «Tú, Señor, eres bueno y clemente... Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor bendecirán tu nombre. El Señor es bondadoso y misericordioso, perdona nuestros pecados...»

Romanos 8,26-27: El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Por la obra redentora de Cristo el Padre nos da su propio Espíritu, capaz de superar en nosotros el mal y transformarnos en hijos suyos. San Agustín explica:

«Eso quiere decir que hay en nosotros una docta ignorancia, por decirlo así, pero docta por el Espíritu de Dios, que soporta nuestra debilidad. En efecto dice el Apóstol: “Si lo que no vemos lo esperamos, por la presencia lo aguardamos”; y a continuación dice: “De un modo semejante el Espíritu socorre nuestra debilidad... pues intercede según Dios por los santos” (Rom 8, 25-27).

«No hemos de entender estas palabras como si el Espíritu de Dios, que en la Trinidad de Dios es inmutable y un solo Dios con el Padre y con el Hijo, interpelase a Dios como alguien distinto de Dios. Se dice que interpela por los santos, porque impulsa a los santos a interpelar. Del mismo modo que se dice: “Os tienta el Señor, vuestro Dios, para ver si le amáis” (Dt 13,3), es decir, para que vosotros lo conozcáis. El Espíritu Santo impulsa a interpelar a los santos con gemidos inenarrables, inspirándoles el deseo de esa tan grande realidad, que todavía nos es desconocida y que esperamos con paciencia. Pero ¿cómo es que, cuando se desea, se pide lo que se ignora? Porque en verdad, si enteramente nos fuese ignorada, no la desearíamos ni la pediríamos con gemidos» (Carta 130, a Proba).

Mateo 13,24-43: Dejadlos crecer hasta la siega. Porque es eterno y paciente, Dios tolera el mal en los seres libres, hasta el día de su juicio en que dará a cada uno una eternidad según sus obras. Comenta San Juan Crisóstomo:

«A la verdad, traza suele ser del diablo mezclar siempre el error a la verdad, coloreándolo muy bien con apariencia de ella a fin de engañar fácilmente a los ingenuos. De ahí que el Señor no habla de otra semilla, sino que la llama cizaña, pues, ésta a primera vista, se asemeja al trigo. Seguidamente explica cómo procede el diablo en su asechanza: “mientras sus hombres dormían”. No es pequeño el peligro que aquí amenaza a los superiores, a quienes está encomendada la guarda del campo; y no sólo a los superiores, sino también a los súbditos. Y da a entender el Señor que el error viene después de la verdad, cosa que comprueban los hechos mismos. Después de los profetas vinieron los falsos profetas; después de los apóstoles, los falsos apóstoles; después de Cristo, el anticristo. Y es que el diablo, si no ve algo que imitar ni a quienes tender sus lazos, ni lo intenta ni lo sabe...

«Así sucedió también en los comienzos de la Iglesia. Porque muchos prelados, introduciendo en las Iglesias hombres perversos, heresiarcas solapados, facilitaron enormemente estas insidias del diablo, pues una vez plantados estos hombres en medio de los fieles, poco trabajo le queda ya al diablo... Mientras los herejes estén junto al trigo hay que perdonarlos, pues cabe aún que se conviertan en trigo, mas una vez que hayan salido de este mundo sin provecho alguno de tal proximidad, entonces necesariamente les alcanzará el castigo inexorable» (Homilía 46, 1-2, sobre San Mateo).

 

Ciclo B

Ovejas sin pastor fue el panorama que vio Jesús en Palestina y peor aún en el mundo restante. Cristo se compadece. El es verdadero Pastor que Dios había prometido a su pueblo. Todos los hombres, judíos y gentiles, se unen en Cristo, que ha sellado con su sangre nuestro pacto con Dios, de donde brota la paz verdadera.

La Iglesia entera es siempre el resultado de una acción pastoral evangélica, que hace de cada comunidad creyente un solo rebaño, bajo el cayado del Único y Eterno Príncipe de Pastores (Jn 10; 1 Pe 2,25), elegidos por Él para continuar su obra de santificación.

Jeremías 23,1-6: Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores. La más entrañable semblanza del Mesías Salvador fue delineada desde siglos atrás, a través de los profetas, como el Buen Pastor de toda la humanidad y como Maestro de pastores elegidos por Él para continuar su obra bajo sus cuidados especiales. San Jerónimo dice:

«Los apóstoles, con toda confianza y sin temor alguno, apacentarán el rebaño de la Iglesia y las reliquias del pueblo de Israel se salvarán de todas las tierras; y volverán a sus campos, a sus pastos, y crecerán y se multiplicarán. Sobre los malos pastores, escribas y fariseos, el Señor manifestará la malicia de su doctrina. Con todo, podemos entenderlo también, conforme a la tipología, de los príncipes de la Iglesia que no apacientan dignamente las ovejas del Señor. Dejadlas, y castigados ellos, se salve el pueblo. Entregadlas a otros que sean dignos, y así se salve el resto. Pierden las ovejas los que enseñan la herejía; laceran y dispersan los que hacen cismas» (Comentario sobre el profeta Jeremías 2,4).

–Oportunamente se canta el Salmo 22: «el Señor es mi Pastor, nada me puede faltar», ya muchas veces expuesto.

Efesios 2,13-18: Él es nuestra paz y ha hecho de dos una sola cosa. En el Corazón de Jesucristo se nos revela Jesús como el Buen Pastor que realiza la paz y la unidad entre los hombres por su propio sacrificio. La salvación es paz, es reconciliación, es acercamiento a Dios; en otros términos, la salvación es liberación de todos los males que nos oprimen y que nos impiden ser lo que Dios quiere que seamos. Sólo si se une a Cristo, puede el hombre conseguir su salvación.

Con mucha frecuencia ha comentado San Agustín este pasaje paulino:

«A ambos, judíos y gentiles, les nació la piedra angular, para, como dice el Apóstol, hacer en Sí mismo un solo hombre nuevo, estableciendo la paz y transformar a los dos en un solo cuerpo para Dios por la cruz. ¿Qué otra cosa es un ángulo sino la unión de dos paredes que traen direcciones distintas y, por decirlo así, encuentran allí el beso de la paz? Los judíos y los gentiles fueron enemigos entre sí, por ser dos pueblos diversos y contrarios: allí encontramos el culto del único Dios verdadero y aquí el de muchos y falsos dioses. Aunque los primeros estaban cerca y los segundos lejos, a unos y a otros los ha conducido hacia Sí (Ef 2,11-22)... Quienes escucharon y se mostraron obedientes, viniendo de aquí y de allí, encontraron la paz y pusieron fin a la enemistad. Los pastores y los magos fueron las primicias de los unos y de los otros» (Sermón 204).

Marcos 6,30-34: Andaban como ovejas sin pastor. La compasión pastoral es la expresión más profundamente bíblica de la caridad salvadora de Cristo ante las necesidades del género humano. Esto no es un gesto aislado o coyuntural en Jesucristo, sino la razón de toda su vida. Por eso hemos de acudir a Él como al Pastor Bueno de nuestras almas. San Gregorio de Nisa se dirige a Cristo:

«¿Dónde pastoreas, Pastor Bueno, Tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? (toda la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre, para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna. Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas. Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia Ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a Ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.

«Enséñame, pues, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciarme del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar mis labios a la bebida divina que Tú, como de una fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor que salta hasta la vida eterna» (Comentario al Cantar de los Cantares,2).

 

Ciclo C

La primera lectura narra la hospitalidad de Abrahán a Dios, que se le muestra bajo las apariencias de un extranjero. El Evangelio nos muestra a Jesucristo, huésped de sus amigos Lázaro, Marta y María. En la segunda lectura San Pablo se siente identificado con Cristo, cuya pasión vive en su propia carne, y con la Iglesia, cuyo misterio anuncia.

Ni la trascendencia de la divinidad ni la profundidad misteriosa de su vida íntima trinitaria, ni su absoluta supremacía sobre todas las cosas han sido óbice contra la iniciativa de Dios de entablar intimidad amorosa con nosotros, los hombres. El mismo se ha puesto a nivel de diálogo. «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14), convivió con nosotros. Esta es la gran noticia que todos los hombres deben conocer y secundar.

Génesis 18,1-10: Señor, no pases de largo ante tu siervo. Abrahán, Padre de los creyentes, es en la historia de la salvación el «amigo de Dios» (Is 41,8; Sant 2,23). Es el hombre que en la fe y en la caridad pudo llegar hasta el diálogo y la intimidad misteriosa con Dios. Su profunda religiosidad no lo aparta del prójimo, sino que lo hace particularmente generoso y delicado con los hombres. San Hilario de Poitiers dice en su Tratado sobre los Misterios que «Abrahán ve a un hombre y adora a Dios». Esta interpretación es común en los Santos Padres.

En verdad acogiendo al hermano pobre, marginado, socorriendo al menesteroso, se acoge y socorre al mismo Dios. Lo dijo Cristo en el Evangelio: «Tuve hambre y me diste comer...»

–Adecuadamente se ha escogido el Salmo 14 como Salmo responsorial: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?» Y las condiciones son las obras de caridad: «El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal al prójimo ni difama al vecino; el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente, el que así obra nunca fallará».

Colosenses 1,24-28: El misterio que Dios ha tenido escondido lo ha revelado ahora a su pueblo. Ese misterio es Cristo, revelado como cercanía personal y suprema de Dios ante los hombres. Todo cristiano, en cuanto miembro de Cristo por el bautismo, ha de ser testimonio y apóstol del Evangelio. En el momento de la prueba y del sufrimiento no debe venirse abajo, sino ofrecer las tribulaciones al Señor para irradiar el mensaje evangélico al mundo, completando, a imitación de San Pablo, lo que falta al padecimiento de Cristo. Todo fiel puede y debe cooperar a la dilatación del Reino de Cristo con su oración, con sus palabras, con su vida ejemplar, con su propio sufrimiento ofrecido a Dios por medio de Jesucristo.

Dios ha reconciliado consigo al mundo por medio de la sangre de Cristo, muerto en la cruz. Tal misterio de amor ha de ser participado por los cristianos en su quehacer cotidiano. El amor de Dios se manifiesta en el dolor y en el sufrimiento. El cristiano debe asociarse a la cruz de Cristo para hacer brillar el rostro amoroso de Dios en toda la humanidad.

Lucas 10,38-42: Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor. La plena intimidad amorosa y dialogante con el Corazón de Cristo, como en familia y en trato de amistad es siempre «la mejor parte», que el Evangelio garantiza y defiende para los que le conocen y le aman. San Agustín comenta este pasaje evangélico:

«Marta y María eran dos hermanas no sólo en la carne, sino también en la devoción. Ambas se unieron al Señor, ambas le sirvieron en la unidad de corazón cuando vivía en la carne de este mundo. Marta lo recibió en su casa como suele recibirse a los peregrinos. La sierva sirve al Señor; la enferma al Salvador, la criatura al Creador. Lo recibió para alimentarlo en la carne, ella que iba a ser alimentada en el espíritu. Quiso el Señor tomar la forma de siervo y en ella ser alimentado por los siervos, mas no por necesidad, sino porque así se dignó...

«Marta preparando y aderezando el alimento para el Señor se afanaba en infinidad de quehaceres; María, su hermana, prefirió ser alimentada por el Señor. Abandonando en cierto modo a su hermana, entregada a los afanes domésticos, ella se sentó a los pies del Señor y, libre de ajetreos humanos, escuchaba su palabra... Una sola cosa es necesario: aquella unidad celeste, la unidad por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved cómo se nos recomienda la unidad... Y con todo, estas tres Personas no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente. La misma Trinidad es un solo Dios, porque una sola cosa es necesaria. Y a la consecución de esta única cosa sólo nos lleva el tener los muchos un solo corazón» (Sermón 103).

LUNES

Años impares

Éxodo 14,5-18: Sabrán que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del Faraón. En el momento en que los israelitas ponen el mar y el desierto entre ellos y Egipto, creen llegada la hora de medir el peso de esta decisión y, en particular, la significación y esta emancipación de su servicio al Faraón, para ponerse al servicio de Dios. Orígenes,

«La quinta etapa es Mará, que se traduce por amargura. No podían llegar a los torbellinos del mar Rojo, para ver cómo perecía Faraón con su ejército, hasta que tuvieron palabras de nobleza en su boca, es decir, hasta que confesaron las maravillas del Señor, y confiaron en el Señor y en su siervo Moisés y oyeron de él: “El Señor combatirá por vosotros y vosotros guardaréis silencio” (Ex 4,14)» (Sobre el Éxodo 4).

–Respondemos a la lectura con el cántico de Moisés después del paso del mar Rojo: «Cantemos al Señor, sublime es su victoria» (Ex 15). «Caballos y carros ha arrojado en el mar... Los carros del Faraón los lanzó al mar, ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes. Las olas los cubrieron, bajaron hasta el fondo como piedras». Por eso, se acogen a Dios solo. En El ponen su confianza: «Él es mi Dios; yo lo alabaré, el Dios de mis padres, yo lo ensalzaré... Tu diestra, Señor, es fuerte y terrible; tu diestra, Señor, tritura al enemigo». Es una lección para nosotros. Israel, no obstante ver las maravillas que Dios ha obrado en su favor, le fue rebelde muchas veces. Así puede encontrarse el cristiano muchas veces y, de hecho, se encuentra, como nos lo manifiesta la vida ordinaria, pese a que el Señor, como lo comentan los Santos Padres, ha hecho con nosotros mayores maravillas.

Años pares

Miqueas 6,1-4.6-8: Te he explicado, hombre, lo que Dios desea de ti. Al revisar el proceso de su pueblo, recuerda Dios con amargura todos los beneficios que le ha prodigado. Entonces el fiel interroga al profeta que le indique cuál es el camino preferido de Dios. Clemente de Alejandría dice:

«Todo el que se convierte del pecado a la fe, se convierte de las costumbres de pecador, que son como una madre, a la vida; así me lo dirá el testimonio de uno de los doce profetas cuando dice: “Habré de dar a mi primogénito por causa de mi impiedad, el hijo de mi vientre por causa de los pecados de mi alma” (Miq 6,7)» (Stromata, III,16,100).

El profeta es bien claro: «Pueblo mío, ¿qué te hice o en qué te molesté? Respóndeme. Te saqué de Egipto, de la esclavitud te redimí, y envié delante de ti a Moisés, Aarón y Miriam». Esto nos evoca los llamados Improperios del Viernes Santo en la liturgia romana. Es una lección para nosotros, pues nos ha hecho mayores dones. ¿Cómo correspondemos? Sigue el profeta: «Te he explicado, hombre, el bien, lo que Dios desea de ti: simplemente que respetes el derecho, que ames la misericordia y que andes humilde con tu Dios».

–El Salmo 49 reza: «Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios». «Congregadme a mis fieles que sellaron mi pacto con un sacrificio. Proclame el cielo su justicia: Dios en persona va a juzgar. No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante Mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños. ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos? Esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara. El que me ofrece acción de gracias, ése me honra, al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios».

Mateo 12,38-42: La reina del Sur se levantará contra esta generación en el juicio. A los que piden una señal espectacular de que Él es el Mesías, Jesús les asegura de que no se les dará otra señal que la de Jonás, el profeta de la penitencia y símbolo de la resurrección. San Agustín comenta:

«El mismo Salvador mostró que el profeta Jonás, arrojado al mar y engullido en el vientre de un monstruo marino y vomitado vivo al tercer día, es figura del mismo Salvador. Era denunciado el pueblo judío por comparación con los ninivitas, pues cuando fue enviado a ellos para fustigarlos el profeta Jonás, hicieron penitencia, aplacaron la cólera de Dios y merecieron misericordia. Dijo: “y aquí hay uno más que Jonás” (Mt 12,41), refiriéndose a Sí mismo. Los ninivitas oyeron al siervo y consiguieron sus caminos; los judíos oyeron al Señor y no sólo no se corrigieron, sino que además lo asesinaron... » (Sermón A,1).

MARTES

Años impares

Éxodo 14,21-15,1: Los israelitas entraron en medio del mar Rojo a pie enjuto. Todo esto se ha interpretado en el Nuevo Testamento y en la tradición patrística como figura de la liberación del pecado original por medio del bautismo. Predica San Agustín en una Vigilia Pascual celebrada en Hipona:

«Amadísimos, ningún fiel dudará de que el paso de aquel pueblo por el mar Rojo fue figura de nuestro bautismo. Así, liberados por el bautismo y bajo la guía de nuestro Señor Jesucristo, de quien era figura Moisés; del diablo y de sus ángeles, quienes cual Faraón y egipcios, nos atribulaban, sometiéndonos a fabricar ladrillos, es decir, al lodo de la carne... Para nosotros están muertos aquellos que ya no pueden someternos a su dominio, porque nuestros mismos delitos, causantes de nuestra sumisión, han sido destruidos y como sumergidos en el mar. Cantemos, por lo tanto, al Señor... arrojó caballo y caballero (Ex 15,1); destruyó en el bautismo a la soberbia y al soberbio. Este cántico lo entona quien ya es humilde y súbdito de Dios.

«El Señor no se ha mostrado grande y glorioso en favor del soberbio, que busca su propia gloria y se engrandece a sí mismo. En cambio el impío, justificado ya, creyendo en el que justifica al impío, para que su fe se le compute como justicia, a fin de que el justo viva de la fe, no sea que, ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se someta a la de Dios, canta con toda verdad como su ayuda y protector, en orden a la salvación, al Señor, su Dios, al que honra... Arrojó al mar el carro del Faraón y su ejército (Ex 15,3-4).

«Destruyó en el bautismo la altanería humana y la caterva de los innumerables pecados que militaban en nosotros a favor del diablo... El que hizo sagrado el bautismo con su cruenta muerte, en la que se consumieron nuestros pecados, sumergió en el mar Rojo a todos los enemigos...» (Sermón 363,1-2).

–El Salmo responsorial es el canto de Moisés del que se trató ayer y en la lectura anterior.

Años pares

Miqueas 7,14-15.18-20: Arrojará en lo hondo del mar todos nuestros delitos. Una plegaria, pidiendo la piedad del pueblo precede a un Salmo que glorifica al Señor. Dios no es indiferente al pecado, pero, no por ello deja de ser fiel a la alianza. Dios no deja de amar a su pueblo. El descubrimiento más importante de los israelitas en el exilio es que Dios les sigue siendo fiel y fundamentalmente benévolo. La fidelidad Dios se convierte de esta forma en misericordia, en perdón y en gracia. Escribe San Jerónimo:

«Habla Dios Padre a su Hijo, esto es, a nuestro Señor Jesucristo, para que, como Buen Pastor que da la vida por su ovejas (Jn 10,17), apaciente a su pueblo con su cayado y a las ovejas de su heredad. Y no pensemos que las ovejas y los pueblos son los mismos; en otro lugar vemos: “nosotros somos su pueblo, el rebaño que él guía” (Sal 94,7). El pueblo se refiere a aquéllos que son razonables, las ovejas a aquellos que, no usando aún su razón, se contentan con su simplicidad y se dice que son la heredad de Dios» (Comentario a este pasaje de Miqueas).

–La permanencia del amor de Dios hacia su pueblo a pesar de la infidelidad de éste es el motivo principal del Salmo 84 escogido como Salmo responsorial de la lectura anterior. Contra lo que se ha escrito, el hombre moderno es muy sensible a la misericordia y al perdón. La misericordia de Dios invita a la conversión, al cambio de mentalidad e impulsa a quien de ella se beneficia a practicar a su vez la misericordia. No tiene nada de alienante, sino que es una llamada a asumir responsabilidades precisas. Esto es muy necesario en nuestros días.

Este salmo es uno de los más bellos del Salterio: «Muéstranos, Señor, tu misericordia... Has sido bueno con tu tierra, has restaurado la suerte de Jacob, has perdonado la culpa de tu pueblo, has sepultado todos sus pecados, has suprimido tu cólera...» Todo esto se cumplió de modo especialísimo con la venida de Cristo. Por esto tiene tanto relieve este Salmo en el tiempo litúrgico de Adviento-Navidad. Allí se exalta con fervor la misericordia divina, pues jamás se ha manifestado tan grande y sublime.

Mateo 12,46-50: Estos son mi madre y mis hermanos, dijo Jesús señalando a sus discípulos. La primacía espiritual está sobre la carne. San Agustín ha comentado muchas veces este evangelio:

«Mientras trataba algunas cosas del reino de los cielos con sus discípulos, la madre estaba fuera y se le dijo que estaba allí. Digo que le anunciaron que su madre con sus hermanos, esto es, con sus parientes, estaba fuera. ¿Qué madre? Aquella madre que le concibió por la fe, aquella madre que, permaneciendo virgen, le dio a luz, aquella madre fiel y santa, estaba fuera y se lo anunciaron. Si Él hubiera interrumpido las cosas que trataba y hubiera salido a su encuentro, habría edificado en su corazón un afecto humano, no divino.

«Para que tú no escucharas a tu madre, cuando te retrae del reino de los cielos, Él, por hablar del reino de los cielos, desdeñó hasta a la buena María. Si Santa María, queriendo ver a Cristo, es desdeñada, ¿qué madre habrá de ser oída cuando impide ver a Cristo? Recordemos lo que entonces respondió cuando le anunciaron que su madre y sus hermanos, esto es, los parientes de su familia, estaban fuera. ¿Qué respondió?... extendiendo la mano a sus discípulos, estos son, dijo, mis hermanos. “Quien hace la voluntad de mi Padre que me envió es para Mí un hermano, hermana y madre” (Mt 12,48-50). Rechazó la sinagoga de la que fue engendrado, y encontró a los que Él engendró. Y si los que hacen la voluntad del que le envió son madre, hermano y hermana, queda comprendida su Madre María» (Sermón 65,A,6).

 

MIÉRCOLES

Años impares

Éxodo 16,1-5.9-15: Yo haré llover pan del cielo. El maná en el desierto como alimento del pueblo israelita. Cristo lo contrapuso al Pan que Él había de dar: la Eucaristía (Jn 6,58). Comenta San Agustín:

«El Señor se presentaba de tal forma que parecía superior a Moisés; jamás tuvo Moisés la audacia de decir que él daba un alimento que no perece, que permanece hasta la vida eterna. Jesús promete mucho más que Moisés. Este prometía un reino, una tierra con arroyos de leche y miel, una paz temporal, hijos numerosos, la salud corporal y todos los demás bienes temporales...; llenar su vientre aquí en la tierra, pero de manjares que perecen; Cristo, en cambio, prometía un manjar que, en efecto, no perece, sino que permanece eternamente» (Tratado 25,12, sobre el Evangelio de San Juan).

–Decimos con el Salmo 77: «El Señor les dio pan del cielo... Tentaron a Dios en sus corazones... Pero Dios hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste. Y el hombre comió pan de ángeles...». La historia de Israel, resumida a grandes rasgos en este largo Salmo de 72 versículos, es, en último término, la historia de la alianza de Dios con su pueblo, marcada por la fidelidad inquebrantable de Dios y por las deficiencias humanas. Dios no se muda, pero el hombre puede endurecerse de tal modo en su obstinación que llegue un día a hacer infructuosos los infinitos dones de un Dios que es todo Amor.

La vida cristiana en el desierto de este mundo tiene mucho que ver con las infidelidades y conversiones del pueblo israelita. Sólo una fe viva puede mantener firme la alianza con Dios. Para llegar a vivir profundamente esta fe nada mejor que alimentarse con el verdadero maná llovido del cielo, el verdadero pan de los ángeles: la sagrada Eucaristía, que es la realización perfecta de la nueva Alianza, la Alianza entre Dios y su pueblo.

Cristo vino a llevar a cabo el cumplimiento de la liberación iniciada en Egipto y redimir de la esclavitud del pecado, no sólo a los israelitas, sino a todos los pueblos, haciéndolos pasar por medio de las aguas del bautismo a una vida nueva y sobrenatural (Jn 3,5.16-17). Él era la fuente de aguas vivas para apagar la sed de los hombres (Jn 4,10; 1 Cor 10,4). Él era la nube luminosa que debía guiar al pueblo a la salvación (Jn 8,12). Él era el Pan vivo bajado del cielo para alimentar a los hombres en la travesía por el desierto de este mundo (Jn 6,35). Él vino para aniquilar las potencias del mal, aplacar la cólera de Dios, tomando sobre Sí las plagas y el castigo debido a los hombres (Is 53,4-5).

Años pares

Jeremías 1,1.4-10: Te nombré profeta de los gentiles. El profeta Jeremías relata cómo fue escogido por Dios para ser su portavoz ante todos los hombres. La palabra humana es totalmente incapaz de ser portadora de Dios. Jeremías lo hace constar. Esto es normal en la vocación de los profetas: Moisés tartamudea, Isaías tuvo necesidad de purificarse los labios (Is 6,1-6), y los mejores anunciadores de la salvación fueron víctima del «mutismo» o se les trababa la lengua (Mc 7,31-37). Estas dificultades vienen a subrayar la comunión entre Dios y su profeta y la iniciativa del primero en el ministerio del segundo.

«El Señor que dijo al profeta: Mira que hoy te pongo sobre naciones y reinos... (Jer 1,10), concede en todo tiempo a su Iglesia la gracia de que su cuerpo se mantenga íntegro por la paciencia y que no prevalezca el veneno de las doctrinas de los herejes. Cosa que vemos ahora cumplida» (Carta de Teófilo a Epifanio).

–En estos casos siempre es lo mejor confiar en el Señor como lo confirma el Salmo 70: «A Ti me acojo, Señor, no quede yo derrotado para siempre... Sé Tú la Roca de mi refugio... Líbrame de la mano perversa... Tú fuiste mi esperanza y mi confianza...» Comenta San Agustín:

«No temas ser abandonado en la flaqueza, en la vejez. ¿Pues qué? Tu Señor ¿no se debilitó en la cruz? ¿Por ventura, no movieron ante Él, como ante un hombre sin valimiento e indefenso, prisionero y abatido, sus cabezas los potentados, los toros fuertes?... ¿Qué te enseñó el que pendiente de la cruz no quiso bajar de ella? La paciencia entre los ultrajadores y que seas fuerte en tu Dios» (Comentario al Salmo 70).

 Luego vino la victoria, la resurrección y el triunfo. Así también vendrá a nosotros.

Mateo 13,1-9: Cayó en tierra buena y dio grano. San Juan Crisóstomo dice:

«Habiendo, pues, dicho el Señor los modos de perdición, pone, finalmente la tierra buena, pues no quiere que desesperemos, y nos da esperanza de penitencia, haciéndonos ver que de camino y rocas y espinas puede el hombre pasar a ser tierra buena. Sin embargo, si la tierra era buena y el sembrador el mismo y las semillas las mismas, ¿cómo es que una dio ciento, otra sesenta y otra treinta? Aquí también la diferencia depende de la naturaleza de la tierra, pues aun donde la tierra es buena, hay mucha diferencia de un corro a otro. Ya veis que no tiene la culpa el sembrador ni la semilla, sino la tierra que la recibe, y no por causa de la naturaleza, sino de la intención y disposición. Mas también aquí se ve la benignidad de Dios que no pide una medida única de virtud, sino que recibe a los primeros, no rechaza a los segundos y da también lugar a los terceros. Mas si así habla el Señor, es porque no piensen los que le siguen que basta con oír para salvarse» (Homilía 44,4 sobre San Mateo).

JUEVES

Años impares

Éxodo 19,1-2.9-11.16-20: El Señor bajará al monte Sinaí a la vista de todos. La teofanía del Sinaí fue impresionante: nube, tormenta, relámpagos. Todo para revelar Dios su mensaje a Moisés, mediador entre Dios y su pueblo. Trascendencia de Dios. Comenta San Agustín:

«Allí el pueblo se mantuvo en pie a distancia; existe el temor, aún no el amor. En efecto, a tanto llegó su temor que dijeron a Moisés:“háblanos tú, y no el Señor, no sea que muramos”. Descendió, pues, según está escrito, Dios al monte Sinaí en el fuego, pero atemorizando al pueblo, que se mantenía a pie a distancia, y escribiendo con su dedo en la piedra, no en el corazón. En cambio, cuando vino el Espíritu Santo, los fieles estaban congregados en unidad; no sólo no los aterrorizó en el monte, sino que entró en la casa. En efecto, de repente se produjo un estruendo procedente del cielo, como de un viento fuerte; a pesar del estruendo nadie se asustó. Escuchaste el estruendo ya, ve ahora el fuego y el ruido, pero allí había también humo, mientras que aquí se trataba de un fuego sereno» (Sermón 105,6).

–Como salmo responsorial se ha escogido algunos versos del cántico de los tres jóvenes del libro de Daniel, 3: «Bendito eres, Señor, Dios de nuestros Padres... Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito en el templo de tu santa gloria... sobre el trono de tu reino..., sentado sobre querubines...»

Composición bellísima. Empieza a alabar al Dios de los Padres que con ellos ha hecho la alianza y que se ha manifestado glorioso en su nombre en la historia prodigiosa de Israel. A pesar de esas manifestaciones Él sigue siendo Altísimo y trascendente, sentado sobre querubines y penetrando con su mirada lo más profundo de los abismos. Desde el cielo asiste majestuoso, desplegando su providencia sobre su pueblo y sobre los justos. Por eso todas las criaturas lo alaban y nosotros con ellas y en nombre de ellas.

Años pares

Jeremías 2,1-3.7-8.12-13: Hicieron aljibes agrietados y me abandonaron a Mí, Fuente de agua viva. Tiempo de decadencia en Israel. Su pecado está bien expresado y se muestra en toda su maldad. Los responsables del pueblo –sacerdotes, legistas, reyes y profetas– no han reconocido a Yavé en el don de la tierra prometida con la misma fuerza que han sentido su presencia en la ley, el culto y el poder (7-8). Nada tiene entonces de asombroso que sus sistemas legalistas o litúrgicos, aislados de la Fuente de agua viva, sean cisternas incapaces para retener el agua. Todo el esfuerzo religioso se construye sin el auxilio divino y sin su conocimiento de su presencia es vano e infructuoso. San Ireneo dice:

«Porque donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y la totalidad de la gracia. El Espíritu es la verdad... Por esto, los que no participan del Espíritu, ni van a buscar el alimento en los pechos de su Madre (La Iglesia), ni reciben nada de la limpidísima fuente que brota del Cuerpo de Cristo, sino que por el contrario ellos mismos se construyen “cisternas agrietadas” (Jer 2,13) hurgando la tierra y beben el agua maloliente del fango, al querer escapar a la fe de la Iglesia por temor de equivocarse rechazan el Espíritu, y así no pueden recibir enseñanza alguna. Puesto que se han apartado de la verdad, es natural que se revuelvan en toda suerte de errores y que se sientan zarandeados por ellos» (Contra las herejías III, 24,1).

–Por eso decimos con el Salmo 35: «en Ti, Señor, está la fuente viva y en tu Luz nos haces ver la luz». «Señor, tu misericordia llega al cielo, tu fidelidad hasta las nubes; tu justicia hasta las altas cordilleras, tus sentencias son como el océano inmensas. ¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a las sombras de tus alas, se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias. Porque en Ti está la Fuente viva y en tu Luz nos hace ver la luz. Prolonga tu misericordia con los que te reconocen, tu justicia con los rectos de corazón».

Mateo 13 10-17: A vosotros se os ha dado a conocer los secretos del Reino. La razón del empleo de las parábolas en la predicación de Cristo. Sólo los cercanos a Él, sus íntimos, pueden entender su pleno sentido. Clemente de Alejandría comenta:

«“Al que tiene se le dará” (Mt 13,12). Al que tiene fe se le dará conocimiento; al que tiene conocimiento, amor; al que tiene amor, la herencia. Esto acontece cuando el hombre está adherido al Señor por la fe, por el conocimiento y por el amor, y se remonta con él al lugar donde está Dios, el Dios preservador de nuestra fe y nuestro amor, de donde procede el conocimiento para aquellos que son capaces de este privilegio y que son elegidos por su anhelo de una mejor preparación y entrenamiento. Estos son los que están dispuestos a oír lo que les dice, a poner en orden sus vidas a progresar por una cuidadosa observancia de la ley de la justicia. Este conocimiento es lo que les conduce hasta el fin, el término final que no tiene fin, enseñándoles la vida que hemos de poseer, una vida según Dios, cuando quedemos liberados de todo castigo y corrección que ahora soportamos a consecuencia de nuestras maldades, como disciplina salvadora. Cuando, pues, hayan recibido esta liberación, los perfectos alcanzarán su recompensa y sus honores» (Stromata 7,10,55-56).

VIERNES

Años impares

Éxodo 20,1-17: La ley se dio por medio de Moisés. Dios entregó a Moisés la ley en el monte Sinaí, en ella figuran los diez mandamientos. Cristo dijo que no vi-no a abolir la ley sino a perfeccionarla con la promulgación del programa que lleva al Reino de los cielos.

El interés del Decálogo no radica sólo en su contenido, sino ante todo en su forma. No dimana del derecho natural o del simple fenómeno étnico. Ante todo es la expresión de la voluntad de Dios. Esa es también la base de la moral cristiana. El comportamiento nace en un mandamiento de Dios que abarca los diez preceptos que se reducen al amor a Dios y al prójimo. Para el cristiano la moral natural es recibida por su yo más profundo, es decir, el que vive con Dios que se revela en Jesucristo. Todo hemos de verlo a lo que dice el Señor de Sí mismo: «Yo soy el Señor tu Dios, un Dios celoso» (Ex 20,5). Orígenes dice:

«Ved la bondad de Dios; para instruirnos y hacernos perfectos no teme asumir la debilidad de las pasiones humanas. Entendiendo de hablar de un Dios celoso, ¿quién no se admirará en seguida viendo en ello un defecto de la humana debilidad? Pero Dios lo hace todo y lo sufre todo por nosotros y, para instruirnos, Él pone en su lenguaje las pasiones que nos son conocidas y familiares. Ved, pues, lo que Él quiere decir con esta palabra: “Dios celoso” (Homilía 8,5 sobre el Éxodo).

–Como canto a la ley del Señor es adecuado el Salmo 18: «Señor, Tú tienes palabras de vida eterna. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulce que la miel de un panal que destila».

Años pares

Jeremías 3,14-17: Os daré pastores conforme a mi Corazón; esperarán en Jerusalén todas las naciones. Restauración del reino de Judá e Israel. En la nueva era mesiánica no será necesaria la presencia del arca, como símbolo de la presencia de Yavé. Ahora toda la ciudad de Jerusalén podrá ser llamada trono de Yavé, porque Dios se hará sentir plenamente en ella. Es más esta nueva Jerusalén será el punto de convergencia de todos los pueblos. Tenemos reflejado aquí el universalismo mesiánico, como aparece también en Isaías y en Miqueas. El profeta presenta una nueva religión basada no en lo puramente externo, sino vinculada al corazón como punto de arranque. Es bien claro la alusión a los tiempos de Cristo con su culto litúrgico, centrado principalmente en la Eucaristía.

–Como salmo responsorial se han escogido algunos versos del capítulo 31 de Jeremías, que es una invitación a celebrar el retorno glorioso de Israel, la primera de las naciones en cuanto que ha sido escogida por Dios como heredad particular para que participara de sus beneficios materiales y espirituales. Se invita a la naciones a oír la palabra de Yavé y a que la den a conocer en las islas remotas: «El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como pastor a su rebaño. Porque el Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte. Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor. Entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos; convertiré en gozo su tristeza, los alegraré y aliviaré sus penas».

Mateo 13,18-23: El que escucha la palabra y la entiende ése dará fruto. Explicación de la parábola del sembrador. El reino de Dios comienza ya aquí abajo con las palabras sublimes, y al mismo tiempo sencillas, de Cristo. La acogida que se dé en el espíritu nos convertirán en ciudadanos del Reino.

Jesús se plantea el problema de los fracasos y de las resistencias que se oponen a su mensaje: ceguera de los escribas, entusiasmo superficial de las masas, desconfianza de los parientes, dureza de corazón, afición a las cosas del mundo, a las riquezas, a los honores, al poder. Pretende dar un sentido a esta incomprensión y lo descubre en la oposición entre el trabajo casi infructuoso del sembrador y la rica cosecha que se recogerá en el tiempo oportuno. Jesús piensa en su misión difícil y la analiza a la luz del juicio que se acerca. Dificultades las tuvo Cristo y las ha tenido la Iglesia en toda su historia, pero también ubérrimos frutos de santidad. San Efrén comenta:

«¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos que concentrara su reflexión» (Comentario al Diatésaron 1,18).

SÁBADO

Años impares

Éxodo 24,3-8: Alianza del Señor con el pueblo de Israel. Este se ha obligado a observar la ley de Dios, por eso se realiza una alianza con Él sellada con la sangre de un sacrificio. La Nueva Alianza estará sellada con la sangre del Hijo de Dios encarnado, para el perdón de los pecados y se hace presente en la Eucaristía. Ya hemos visto que la alianza de Israel con Dios se rompió muchas veces por la infidelidad del pueblo elegido. Pero Dios, infinitamente misericordioso, siempre la reanudó. Lo hemos expuesto con muchos textos patrísticos. como éste de Melitón de Sardes:

«La salvación del Señor y la realidad fueron prefiguradas en el pueblo judío, y las prescripciones del Evangelio fueron preanunciadas por la ley. De esta suerte, el pueblo era como el esbozo de un plan, y la ley, la letra de una parábola; pero el Evangelio es la explicación de la ley y su cumplimiento y la Iglesia el lugar donde aquello se realiza. Lo que era figura era valioso antes de que se diera la realidad, y la parábola era maravillosa antes de que se diera la explicación. Es decir, el pueblo judío tenía un valor antes de que se estableciera la Iglesia, y la ley era maravillosa antes de que resplandeciera la luz del Evangelio» (Números 4-10).

–El pacto es cantado por el Salmo 49, algunos de cuyos versículos forman el Salmo responsorial de hoy: «Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. Congregadme a mis fieles que sellaron mi pacto con un sacrificio». Nuestro Pacto ha sido sellado con el sacrificio de Cristo en la Cruz. Esto es reactualizado sacramentalmente en la Eucaristía. En ella hemos de participar con mente y corazón y ser consecuentes con lo que esa participación exige.

Años pares

Jeremías 7,1-11: El templo no se puede convertir en una cueva de bandidos. El profeta interpela a los peregrinos junto al templo, denunciando la hipocresía de sus compatriotas y vaticinando la ruina del lugar santo. Los exhorta a practicar una religión comprometida, interior y sincera, no sólo un culto externo, aunque este también sea necesario. San Jerónimo así lo explica:

«Si han de pasar el cielo y la tierra, sin duda que pasará también todo lo terreno. Por consiguiente, los lugares de la cruz y de la resurrección aprovecharán sólo a quienes llevan su cruz y resucitan con Cristo cada día, a los que se hacen dignos de tan excelsa morada. Por el contrario, los que dicen: “el templo del Señor, el templo del Señor” (Jer 7,4), oigan al Apóstol... Vosotros sois templo de Dios y el Espíritu Santo mora en vosotros. La corte celeste está abierta lo mismo si se mira desde Jerusalén como si se mira desde Bretaña, pues el Reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17,21)» (Carta 58,3, a Paulino presbítero).

–El Salmo 83 expone los deberes del santuario del Señor: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!» El alma del piadoso israelita se consume y anhela los atrios del Señor, su corazón y su carne retozan por el Dios vivo... Anhela vivir en la Casa del Señor, alabándolo siempre y encontrar su gozo y su alegría y toda su fuerza en Dios y en su culto auténtico. Por eso prefiere el umbral de la Casa del Señor a vivir con los malvados, y vivir un día en los atrios del Señor a mil en su propia casa.

El cristiano tiene muchos motivos para superar el fervor del piadoso israelita. El antiguo templo de Jerusalén era sólo un símbolo y signo de la presencia dinámica de Dios; pero el templo cristiano es la morada del Dios vivo, ya que allí está Jesucristo, realmente presente en la Eucaristía. Allí se reactualiza sacramentalmente el sacrificio redentor del Calvario. Todo esto es mucho más que lo que significaba el templo judío de Jerusalén.

Mateo 13,24-30: Dejadlos crecer juntos hasta la siega. Manifiesta la paciencia de Dios que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y que viva. Dice Clemente de Alejandría:

«Si decimos, como se admite universalmente, que todas las cosas necesarias y útiles para la vida nos vienen de Dios, no andaremos equivocados. En cuanto a la filosofía, ha sido dada a los griegos como su propio testamento, constituyendo un fundamente para la filosofía cristiana, aunque los que la practican de entre los griegos se hagan voluntariamente sordos a la verdad, ya porque menosprecian su expresión bárbara, ya también porque son conscientes del peligro de muerte con que las leyes civiles amenazan a los fieles.

«Porque igual que la filosofía bárbara, también en la griega ha sido sembrada la cizaña (Mt 13,25) por aquel cuyo oficio es sembrar cizaña. Por esto nacieron las herejías juntamente con el auténtico trigo, y entre ellos, los que predican el ateísmo y el hedonismo de Epicuro, y todo cuanto se ha mezclado en la filosofía griega contrario a la recta razón, son fruto bastardo de la parcela que Dios había dado a los griegos...» (Stromata 6,8,67).

 

 

SEMANA 17

 

DOMINGO

Entrada: «Dios vive en su santa morada; Dios, que prepara casa a los desvalidos, da fuerza y poder a su pueblo» (Sal 67,6-7.36). Dios nos recibe siempre en su Casa: la iglesia catedral, parroquial, monástica. Le adoramos en su santa morada, en la asamblea litúrgica.

Colecta (del Misal anterior, antes del Gregoriano, ahora retocada con textos del Veronense): «¡Oh Dios!, protector de los que en ti esperan; sin ti nada es fuerte ni santo. Multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia, para que, bajo tu mano providente, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eternos».

Ofrendas (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada ahora con textos del Gelasiano y del sacramentario de Bérgamo): «Recibe, Señor, las ofrendas que podemos presentar gracias a tu generosidad, para que estos santos misterios, donde tu Espíritu actúa eficazmente, santifiquen los días de nuestra vida y nos conduzcan a las alegrías eternas».

Comunión: «Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios» (Sal 102,2); o bien: «Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,7-8).

Postcomunión (tomada del propio de los dominicos): «Hemos recibido, Señor, este sacramento, memorial perpetuo de la pasión de tu Hijo; concédenos que este don de su amor inefable nos aproveche para la salvación».

Ciclo A

Parábola del tesoro escondido. Todo se sacrifica a fin de conseguirlo. Nada supera a la Sabiduría que procede de Dios. San Pablo nos inculca el plan de Dios sobre nosotros que no es otro que el amor que Dios nos tiene y quiere que reproduzcamos en nosotros la imagen de su Hijo bien amado para compartir su gloria.

Sólo así es posible entrar en el Reino de Dios y aquí en la tierra. Esto nos prepara, a su vez, para la santidad de vida y para la liberación y santificación consumada en la eternidad.

Dichosos los que por la oración y disponibilidad humilde saben descubrir en el tiempo las posibilidades de la eternidad bienaventurada que nos ofrece el misterio de Cristo, revelación de la plenitud de la Sabiduría divina.

1 Reyes 3,5.7-12: Pediste discernimiento. Salomón es en la historia de la salvación un símbolo típico de la exaltación de la sabiduría como actitud religiosa, como don gratuito y como responsabilidad bienhechora entre los hombres.

El don del juicio a Salomón señala un momento importante en la historia del movimiento sapiencial de Israel. El carisma consiste en una especial prerrogativa del soberano para gobernar al pueblo con rectitud, en el contexto no de una justicia humana, sino en el de la elección de Israel y de la fidelidad a la Alianza, es decir, en un sentido religioso y mesiánico. Esto es un carisma concedido de lo alto para bien del pueblo, un don del Espíritu que ha aparecido en otros personajes como Moisés y, sobre todo, aparecerá en el Rey-Mesías.

Las inevitables deficiencias de varios reyes de Israel en el gobierno, en la administración de la justicia y en la fidelidad a la Alianza, conducirá a una espera cada vez más apremiante del futuro Rey ideal, el que sólo ejercerá plena y perfectamente la justicia, sueño de todos los hombres. Esto sucederá en el Nuevo Testamento, más aún será propio del Mesías «la justicia de Dios» (Jer 23,5): Cristo, más que Salomón (Mt 12,42).

–Unos versos del Salmo 118 nos ofrecen materia de reflexión y meditación, como Salmo responsorial: «¡Cuánto amo tu voluntad, Señor! Mi porción es el Señor, he resuelto guardar tus palabras. Más estimo yo los preceptos del Señor que miles de monedas de oro y plata. Que tu voluntad me consuele, según la promesa hecha a tu siervo; cuando me alcance tu compasión, viviré, y mis delicias será tu voluntad. Yo amo tus mandatos, más que el oro purísimo; por eso aprecio tus decretos, y detesto el camino de la mentira. Tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma; la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes».

Romanos 8,28-30: Nos predestinó a ser imagen de su Hijo. La sabiduría salvífica de Dios ha culminado su revelación en Cristo. Y nos ofrece el don de descubrir en Él la Sabiduría divina que nos ilumina y santifica. Su Corazón es el diseño perfecto que nos ha trazado el Padre.

Es conocida la distinción evangélica de «llamados» y «elegidos» (Mt 22,14). Los israelitas estaban todos llamados al Reino, pero no todos fueron elegidos, es decir, miembros efectivos del Reino de Dios. El Apóstol insiste aquí en el don inefable de la vocación divina, pero esto no excluye la responsabilidad de la colaboración activa y total al don de Dios. Comenta San Agustín:

«Me dirá alguno: Entonces no obramos nosotros, sino que otro obra en nosotros. Le respondo: Es más acertado decir que obras tú y que otro obra en ti; y sólo obras bien cuando actúa en ti el que es bueno. El Espíritu de Dios que obra en ti, te ayuda cuando obras tú. Su mismo apelativo de auxiliador te indica que también tú haces algo. Reconoce lo que pides, reconoce lo que proclamas cuando dices: “sé mi auxiliador, no me abandones” (Sal 26,9). Invocas ciertamente a Dios como auxiliador, pero nadie recibe ayuda si él nada hace. Quienes son movidos por el Espíritu de Dios, dice, esos son hijos de Dios; movidos no por la letra, sino por el Espíritu, no por la ley que ordena, amenaza y promete, sino por el Espíritu que exhorta, ilumina y ayuda. “Sabemos, dice el Apóstol, que todo coopera para el bien de los que aman a Dios” (Rom 8,28). Si tú no hicieres nada, él no sería tu colaborador» (Sermón 156,11).

Mateo 13,44-52: Vende todo lo que tiene y compra el campo. La genuina sabiduría evangélica consiste en la apertura humilde y decidida a la gracia divina y a los dones salvíficos que el Padre nos ofrece amorosamente en Cristo y que transforman nuestras vidas. El anuncio del Reino de Dios es el punto principal del mensaje de Cristo (Mc 1,15) realidad o una situación espiritual, en la cual el hombre reconoce, en espíritu de amor y de temor filial, la soberanía o el primado absoluto de Dios y cumple lo más perfectamente posible su Voluntad (Mt 6,10). San Jerónimo explica:

«Este tesoro en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3), es el Verbo de Dios que parece escondido en la carne de Cristo, o bien las sagradas Escrituras en las que está guardado el conocimiento del Salvador. Cuando alguien lo descubre en ellas, debe despreciar todas las ganancias de este mundo para poder poseer a aquel a quien ha encontrado. Lo que sigue: el hombre que lo encuentra, lo vuelve a esconder, no significa que lo hace por maldad sino por temor y como no quiere perder ese bien, esconde en su corazón el tesoro que ha preferido a sus antiguas riquezas» (Comentario al Evangelio de San Mateo 44).

«Las perlas finas que busca el mercader son la ley y los profetas, el conocimiento del Antiguo Testamento. Pero hay una perla única, la más valiosa: el conocimiento del Salvador, el misterio de su pasión, el secreto de su resurrección. Cuando un mercader la encuentra, como el Apóstol Pablo, desprecia todos los misterios de la ley y de los profetas y las antiguas observancias en las que vivía irreprochablemente; las considera como inmundicias y basura, para ganar a Cristo (Flp 3,8). No es que el descubrimiento de la nueva perla sea condenación de las perlas antiguas, sino que en comparación con aquélla, todas las otras joyas son menos valiosas» (ib. 45,46).

Ciclo B

Con este domingo la liturgia comienza a presentarnos un tema centralísimo en el cristianismo: la sagrada Eucaristía, según el capítulo sexto del Evangelio de San Juan.

El discurso eucarístico de Cafarnaún desarrollado y meditado en estos domingos, nos irá actualizando las inmensas riquezas del acontecimiento eucarístico, que, como ha expresado el Concilio Vaticano II en varios de sus documentos es «el centro y culmen, raíz y fuente» de toda la vida de la Iglesia, de su propia actividad y de la vida y autenticidad cristiana.

Necesitamos mucho insistir en todo lo que es la Eucaristía en la vida cristiana y actuar en consecuencia en su triple aspecto: Sacramento-Sacrificio; Sacramento-Presencia y Sacramento-Comunión, según expresión del Papa Juan Pablo II en su primera encíclica Redemptor Hominis.

2 Reyes 4,42-44: Comerán y sobrará. El Antiguo Testamento, aún con sus sombras, nos adelantó proféticamente las realidades del Nuevo y proclamó la salvación definitiva en Cristo, Mesías y Profeta, en la plenitud de los tiempos.

Los prodigios que Dios obraba por medio de sus siervos los profetas tenían por misión autentificar la palabra predicada por ellos, de modo que el pueblo tuviese garantía de su origen divino.

Dios sigue obrando en su Iglesia maravillas. Hemos de reconocerlo y utilizarlo para profundizar más y más en la fe y hacer que los demás crean en el mensaje divino. Pero esto será difícil si nuestra vida no se conforma con ese mensaje, no obstante los prodigios que Dios hace constantemente en medio de nosotros.

–El Salmo 144 nos ofrece unos textos de meditación relacionados con la lectura anterior: «Abres tú la mano, Señor y sacias de favores a todo viviente. Los ojos de todos están fijos en el Señor y Él les da la comida a su tiempo... Está cerca de los que lo invocan sinceramente». El Señor es fiel y providente, levanta a los que caen y suministra a las criaturas lo necesario para vivir.

Efesios 4,1-6: Un solo cuerpo, una fe, un solo bautismo. En el Corazón de Cristo se consuma el designio de unidad entre todos los hombres. Un único Padre que nos ama en su único Hijo y que nos hace a todos participar en su único Espíritu.

En la Iglesia no debe existir ningún elemento discriminatorio ni en los que vienen del judaísmo, ni en los que vienen de la gentilidad. Lo que todos han de hacer es poner su esperanza en la salvación a la cual todos han sido llamados por Dios. Sobre la unidad, exhorta San Cipriano:

«El que abandona esta cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia, ¿puede creer que está todavía en la Iglesia? El que se rebela contra la Iglesia y se opone a ella, ¿puede pensar que está en ella? El mismo Apóstol Pablo enseña idéntica doctrina declarando el misterio de la unidad con estas palabras: “un solo cuerpo y un solo espíritu, una sola esperanza en vuestra vocación” (Ef 4,4)... Esta unidad hemos de mantener y vindicar particularmente aquellos que estamos al frente de la Iglesia como obispos, mostrando con ello que el mismo episcopado es uno e indiviso.

«Nadie engañe a los hermanos con falsedades; nadie corrompa la verdad de nuestra fe con desleal prevaricación: el episcopado es uno y cada uno de los que lo ostentan tienen una parte de un todo sólido. La Iglesia es una, aunque al crecer por su fecundidad se extienda hasta formar una pluralidad. El sol tiene muchos rayos, pero su luz es una; muchas son las ramas de un árbol, pero uno es el tronco, bien fundado sobre sólidas raíces; muchos son los arroyos que fluyen de la fuente, pero aunque la abundancia del caudal parezca difundirse en pluralidad, se mantiene la unidad en el origen» (Sobre la unidad de la Iglesia,4-7).

Juan 6,1-15: Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron. De este hecho histórico procedió el llamado sermón eucarístico de Cafarnaún. El «hecho eucarístico» es, en la Iglesia, la verdadera multiplicación del Pan de vida (Jn 6,35-48), que nos alimenta para la unidad con la propia vida de Cristo, el hijo de Dios vivo.

De este milagro, ampliamente comentado por los Santos Padres, se deducen muchas consecuencias: debemos servir a todos en su totalidad existencial, en lo que pertenece a su alma y a su cuerpo, a sus problemas temporales y eternos. Hemos de actuar evangélicamente con sentido preciso de las necesidades de este mundo, como toda la historia de la Iglesia nos lo muestra desde los tiempos apostólicos, en los que «todos tenían un solo corazón y una sola alma». Comenta San Agustín:

«Gran milagro es hartar con cinco panes y dos peces a cinco mil hombres y aún sobrar doce canastos. Gran milagro, a fe; pero el hecho no es tan de admirar si pensamos en el Hacedor. Quien multiplicó los panes entre las manos de los repartidores, ¿no multiplica las semillas que germinan en la tierra y de unos granos llena los trojes? Pero como este portento se renueva todos los años a nadie le sorprende... Al hacer estas cosas hablaba el Señor a los entendimientos no tanto con palabras como por medio de sus obras» (Sermón 130).

El relato evangélico de la multiplicación de los panes y de los peces tiene, en su contexto y en la intención pedagógica del Maestro, un fuerte trasfondo mesiánico-eucarístico. Jesús intenta poner en evidencia sus poderes teándricos y su Señorío mesiánico trascendente para promover la fe. Trata de disponer las inteligencias al anuncio eucarístico-pascual. Aun literariamente, el relato histórico del acontecimiento es consignado por los cuatro evangelistas con módulos y lenguaje litúrgicos, que reflejan la tradición eucarística ya existente en las primitivas comunidades (1 Cor 11,17s.). Iluminados por la Palabra de Dios y vivificados con su Eucaristía testifiquemos en nuestra vida cotidiana nuestra identidad evangélica entre todos los hombres, si no queremos frustrar todo lo que Dios ha obrado en nosotros por su liturgia eucarística plenamente vivida.

 

Ciclo C

Se nos exponen vivamente en la primera y tercera lecturas la fuerza de la oración. Así lo muestra el diálogo de Abrahán con Dios y la parábola del amigo inoportuno. San Pablo nos recuerda que, por obra del bautismo, hemos muerto y resucitado con Él. Por su sacrificio en la cruz Cristo nos ha merecido el perdón de los pecados y nos ha hecho compartir su vida.

Para la existencia cristiana la oración no es un adorno convencional, sino una necesidad profunda y el primer signo de una vida real de fe, esperanza y caridad. La oración dialogante con el Padre, en Cristo, por el Espíritu Santo, es siempre la vivencia más espontánea de la fe cristiana, un ejercicio de la virtud de la esperanza y el primer acto de la caridad.

Génesis 18,2-32: No se enfade mi señor si sigo hablando. Como Padre de los creyentes, Abrahán aparece también en la historia de la salvación como criatura abierta al coloquio con Dios y en actitud mediadora.

Todo es impresionante en este diálogo, pero de modo especial la condescendencia y la misericordia de Dios. Se acomodó a lo que Abrahán le pide. Fue lástima que Abrahán no descendiera más. Se quedó en diez justos. No los había. Pero, ¿y si hubiera pedido dos o un justo? Posiblemente Dios hubiera accedido. Hay pasajes escriturísticos que lo sugieren. Antes el pecado de uno bastaba para el castigo de muchos. Ahora la justicia e inocencia de pocos es suficiente para atraer la misericordia divina. Más aún la de uno solo (Jer 5,1). San Agustín enseña:

«No seamos prontos para las disputas y perezosos y tardos para las oraciones. Oremos, mis muy amados hermanos, oremos para que Dios dé su gracia a nuestros enemigos y, sobre todo, a nuestros hermanos y a los que nos aman, para comprender y confesar que, después de la tremenda e inefable ruina por la que todos en uno caímos, nadie puede ser libre sino por la gracia de Dios, y que ésta no se da como debida a los méritos de los que la reciben, sino como verdadera gracia, gratuitamente, sin mérito alguno precedente» (Del don de la perseverancia 24,66).

–Como Salmo responsorial se han escogido algunos versos del Salmo 137: «Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste... El Señor se fija en el humilde... conserva la vida en los peligros... su derecha nos salva... completará sus favores, porque su misericordia es eterna y no abandona la obra de sus manos».

Colosenses 2,12-14: Os dio vida en Cristo, perdonándoles todos los pecados. Por el bautismo se nos ha dado la existencia cristiana, con el derecho filial a la oración, a la amistad y al diálogo de intimidad con el Padre. Se trata ahora, en la práctica reflejar que estas dos realidades, bautismo y fe son indisolubles: el bautismo sin fe nos une al misterio de Cristo; la fe sin bautismo es una realidad incompleta. Dice San Ambrosio:

«Es evidente que, en el que es bautizado, está crucificado el Hijo de Dios, porque nuestra carne no podía estar libre de pecado si no estuviera crucificada en Cristo Jesús (Rom 6,3 y 6,5-6), y a los Colosenses: sepultados con Él en el bautismo... (Col 2,14), porque Él solo puede perdonar nuestros pecados. Él es quien triunfa en nosotros de los principados y de las potestades (Col 2,15)» (Tratado de la Penitencia 2,2,9).

Lucas 11,1-13: Pedid y se os dará. El Corazón de Cristo Jesús, el Hijo muy amado del Padre, nos reveló la Paternidad entrañable de Dios. Nos ha hecho participar de su propia filiación divina (Gál 4,4) y nos ha enseñado el secreto de la verdadera oración. San Ambrosio explica:

«Este es el pasaje del que se desprende el precepto de que hemos de orar en cada momento, no sólo de Día, sino también de noche; en efecto, ves que éste que a media noche va a pedir tres panes a su amigo y persevera en la demanda instantemente, no es defraudado en lo que pide. Pero, ¿qué significan estos tres panes? ¿acaso no son una figura del alimento celestial?; y es que, si amas al Señor, tu Dios, conseguirás, sin duda, lo que pides, no sólo en provecho tuyo, sino también en favor de los demás. Pues, ¿quién puede ser más amigo nuestro que Aquel que entregó su cuerpo por nosotros?» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas 87).

LUNES

Años impares

Éxodo 32,15-24.30-34: El pecado de idolatría del pueblo. El becerro de oro. Dos concepciones de religión: una falsa y otra verdadera. Una que adora a las criaturas, llamemos ídolos, honores, riquezas, prestigio, fama...; y otra que adora al verdadero Dios en Jesucristo, que nos dejó el culto al que hemos de dedicarnos con la reactualización sacramental de su sacrificio redentor en la celebración de la Eucaristía, en los demás sacramentos y sacramentales, todo dirigido por su Iglesia santa.

Al final de esa lectura Moisés intercede por su pueblo prevaricador. Comenta San Agustín:

«El pueblo de Dios, después de haber visto tantos prodigios y milagros..., no obstante todo esto, pidió un ídolo, lo exigió, lo hizo, lo adoró y le ofreció sacrificios. Indica Dios a su siervo lo hecho por el pueblo y promete hacerlo desaparecer delante de sus ojos. Intercede Moisés... ; se adhiere a los pecadores y pide por ellos. ¿Y cómo pide? ¡Gran prueba de amor, hermanos! ¿Cómo pide? Ved aquella prueba de amor materno del que hemos hablado con frecuencia.

«Cuando Dios amenazaba al pueblo sacrílego, se estremecieron las piadosas entrañas de Moisés y se puso en su lugar ante la ira de Dios: “Señor, dijo, si le perdonas el pecado, perdónaselo; de lo contrario bórrame del libro que has escrito” (Ex,32,31-32). ¡Con qué entrañas a la vez paternales y maternales, con cuánta seguridad dijo esto, confiando en la justicia y misericordia de Dios!. Para que siendo justo no perdiera al justo, y siendo misericordioso perdonara a los pecadores» (Sermón 88).

–El Salmo 105 nos ofrece materia para meditar y reflexionar aún más sobre el contenido de la lectura anterior: «Dad gracias al Señor, porque es bueno... En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición, cambiaron su gloria por un toro que come hierba. Se olvidaron de Dios, su Salvador... Dios hablaba ya de aniquilarlos, pero intercedió Moisés...» El Salmo es un poema histórico que sintetiza la historia de Israel. Nosotros tenemos mucho que aprender de él. También nos hacemos con frecuencia ídolos de fundición: el poder, las riquezas, los honores, la fama..., y miles de manifestaciones del amor propio. Pero Dios, siempre misericordioso, nos aguarda, espera la hora de la conversión, del arrepentimiento, como el Padre esperaba al hijo pródigo de la reina de las parábolas. Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia, nos enseña San Pablo.

Años pares

Jeremías 13,1-11: El pueblo será como ese cinturón que ya no sirve para nada. Con un gesto profético, Jeremías da a en-tender que Dios rechazará a Judá y a Jerusalén, puesto que su pueblo se ha apartado de Él.

La imagen del cinturón es elocuente. Yahvé ha hecho de Israel algo entrañablemente suyo, y este pueblo vive de la intimidad misma que Dios le propone. En cuanto Israel rompe sus compromisos con su Señor, pierde automáticamente su razón de ser, como el cinturón de cuero expuesto a la humedad. Así nos sucede también a nosotros. Nuestra filiación divina nos hace mucho más cercanos a Dios que el antiguo Israel, nos hizo el Señor más entrañablemente suyos; el pecado nos convierte en cinturón inservible. Desposeído de la gracia, por la que participamos en la propia naturaleza divina, coherederos con Cristo de su gloria..., todo lo perdimos.

Pero hemos de reaccionar vigorosamente contra esa situación tan calamitosa y arrepentirnos de nuestros pecados. El Señor siempre nos aguarda con gran misericordia.

–Lo mismo sigue en el canto responsorial, tomado del Deuteronomio 32: «Despreciaste a la Roca que te engendró... olvidaste a Dios. Lo vio el Señor e, irritado, rechazó a sus hijos e hijas... Son una generación depravada... Se han hecho un dios ilusorio... Ídolos vacíos». ¡Cuántas veces podría dirigirnos el Señor esas mismas quejas. Siempre que pecamos nos ponemos en las mismas circunstancias que Israel. Dice San Agustín:

«Todo lo que quieres y deseas es bueno. No quieres tener una bestia mala, un siervo malo, un vestido malo, una villa mala, una casa mala... Todo lo quieres bueno, pues sé tú también bueno que todo lo quieres bueno. ¿Dónde has tropezado, para que entre todas las cosas buenas que quieres, sólo tú quieres ser malo» (Sermón 297).

Mateo 13,31-35: El grano de mostaza se hace arbusto... Así el Reino de los cielos, pequeño al principio y luego esplendoroso. San Juan Crisóstomo comenta esta parábola:

«¿Quiénes, pues, y cuántos serán los que crean? A fin de quitarles este temor, incítalos a la fe por medio de esta parábola del grano de mostaza y les hace ver que, de todos modos, se propagaría la predicación del Evangelio. De ahí que les ponga delante la imagen de una legumbre muy propia para el objeto que el Señor se proponía... Quiso el Señor dar una prueba de su grandeza, pues así exactamente sucederá con la predicación del Reino de Dios. Y, a la verdad, los más débiles, los más pequeños entre los hombres, eran los discípulos del Señor; mas como había entre ellos una fuerza grande, desplegóse ésta y se difundió por todo el mundo» (Homilía 46,2 sobre San Mateo).

MARTES

Años impares

Éxodo 33,7-11; 34,5-9.28: Moisés habla con el Señor cara a cara. En medio de las tiendas del pueblo se halla la Tienda del Encuentro, en que reside la gloria de Dios, y en donde Moisés reside intercede en favor de su pueblo. Esta presencia de Dios en medio de su pueblo se verificará en plenitud en la Encarnación, cuando la Palabra hecha carne establezca su tienda entre los hombres.

A raíz del incidente del becerro de oro, vino a producirse una ruptura entre Dios y su pueblo. Ruptura que Moisés simboliza en su mismo comportamiento. Esta ruptura entre el pueblo y Moisés sirve de ocasión para describir la vida mística del Patriarca. San Gregorio de Nisa lo explica así:

«Hemos descrito la vida de Moisés como un ejemplar de perfección, por el que pueden dibujarse los rasgos de esta belleza manifestada en un hombre. Que Moisés alcanzó la perfección posible al hombre, se manifiesta en el testimonio de la voz divina: “has hallado, dice, gracia a mis ojos y te conozco por tu nombre” (Ex 33,17). Además él fue llamado “amigo de Dios” (Ex 13,11) por Dios mismo. Y queriendo Dios, airarse por los pecados de su pueblo, perderlos a todos, Moisés prefiere morir con el pueblo a vivir sin el pueblo, y Dios, obrando como amigo, se aplacó (Ex 3211-14). Todo lo cual manifiesta que Moisés llega a la cumbre de la perfección humana» (Libro de la vida de Moisés).

–Con el Salmo 102 decimos: «El Señor es compasivo y misericordioso, hace justicia, defiende a los oprimidos, enseñó sus caminos a Moisés..., lento a la ira, rico en clemencia, no acusa siempre ni guarda rencor perpetuo, no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas..., siente el Señor ternura por su fieles».

Es un canto maravilloso al amor de Dios. La santidad de Dios es, ante todo, la trascendencia, por la cual Dios es totalmente distinto de los hombres. Es el Todo Otro. Mas el Dios infinitamente grande se inclina como un Padre sobre sus hijos. A todos quiere, a todos desea salvar, mas ¿qué hace el hombre?

Años pares

Jeremías 14,17-22: Recuerda, Señor y no rompas tu alianza con nosotros. El profeta Jeremías describe el inmenso desastre que se ha abatido sobre el pueblo. Éste hace penitencia. Esta confesión colectiva de los pecados atrae la misericordia de Dios. Esa confesión es una manifestación de gran fe, por la cual se expresa que la bondad de Dios es inmensamente mayor que los pecados de los hombres. Así se han expresado generalmente los Santos Padres, como San Jerónimo:

«No dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestras culpas, la magnitud de la misericordia divina perdonará, sin duda, la enormidad de vuestros muchos pecados» (Comentario sobre el profeta Joel).

Y San Gregorio Magno:

«Consideramos cuán grandes son las entrañas de su misericordia, que no sólo nos perdona nuestras culpas, sino que nos promete el reino celestial a los que se arrepientan después de ellas» (Homilía 19 sobre los Evangelios).

–Sigue el clamor penitencial en el Salmo 78: «Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre... Líbranos de nuestros pecados... salva a los condenados a muerte..., nosotros, ovejas de tu rebaño..»

La Iglesia sabe que el pecado es la causa de inmensas ruinas espirituales y materiales (Gaudium et spes 13). El pecado profana el templo espiritual de las almas, donde mora el Espíritu Santo; por el pecado Cristo derramó su propia sangre. Tengamos presente lo que dice San Pablo en la Carta a los Romanos 2,24: «que el nombre de Dios no sea blasfemado entre los paganos por vuestra culpa». La Iglesia sufre por la descristianización de los pueblos en los que se ha sembrado abundantemente la semilla evangélica.

Mateo 13,36-43: La cizaña arrancada y quemada simboliza el fin del tiempo. Cristo da a conocer que en el estado actual del Reino una lucha constante enfrentará al Hijo del hombre con el Maligno, pero al final vencerá y los justos brillarán como el sol. Comenta San Agustín:

«Ved lo que preferimos ser en su campo; considerad cuáles nos hallará la siega. El campo que es el mundo, es la Iglesia, difundida por el mundo. Quien es trigo persevere hasta la siega; los que son cizañas, háganse trigo. Porque entre los hombres y las espigas de verdad o la cizaña real hay esta diferencia: cuando nos referimos a la agricultura, la espiga es espiga y la cizaña. Pero en el campo del Señor, esto es, la Iglesia, a veces lo que era trigo se hace cizaña y lo que era cizaña se convierte en trigo y nadie sabe lo que será mañana...

«Escuchad, carísimos granos de Cristo; escuchad carísimas espigas de Cristo; escuchad carísima mies de Cristo; reflexionad sobre vosotros mismos, mirad a vuestra conciencia, interrogad a vuestra fe, preguntad a vuestra caridad, despertad vuestra conciencia y si os reconocéis mies de Cristo, traed a vuestra mente: “quien perseverare hasta el fin, ése será salvo” (Mt 10,22). Pero quien al escudriñar su conciencia, se encontrare entre la cizaña, no tema cambiarse. Todavía no hay orden de cortar; aún no llegó la siega; no seas hoy lo que eras ayer; o no seas mañana lo que eres hoy» (Sermón 73, A,1-2).

MIÉRCOLES

Años impares

Éxodo 34,29-35: Al ver el rostro iluminado de Moisés no se atrevieron a acercarse a él. San Pablo alude a esto en su carta segunda a los Corintios 3,18: en la nueva Alianza, los discípulos reflejan como en un espejo la gloria del transformado en su misma imagen. Moisés aparece como un hombre de Dios, capaz de un acercamiento especial con Yavé y su misterio y sembrando con ello su misión de mediador. Comenta San Juan Crisóstomo:

«El cristiano, purificado por el Espíritu Santo en el sacramento de la regeneración es transformado, según la expresión del Apóstol, en imagen del mismo Jesucristo. No solamente contempla la gloria del Señor, sino que toma para sí mismo algunos rasgos de esta gloria divina... El alma regenerada por el Espíritu Santo recibe y difunde a su alrededor el resplandor de la gloria celeste que le ha sido comunicado» (Homilía sobre 2 Cor,7).

–Rezamos con el Salmo 98: «Santo eres, Señor, Dios nuestro... Moisés y Aarón, con sus sacerdotes, Samuel con los que invocan su nombre, invocaban al Señor y Él respondía. Dios les hablaba desde la columna de nube, oyeron sus mandatos y la ley que les dio».

Ciertamente, Moisés, Aarón y Samuel fueron tres grandes siervos de Dios que tuvieron con Él una gran intimidad; pero el cristiano tiene un privilegio mayor y es que puede conocer a Dios trascendente en la Persona de Cristo, como dice San Juan: «A Dios nadie le vio jamás, Dios unigénito que está en el seno del Padre, Ése lo ha dado a conocer» (Jn 1,18).

 

Años pares

Jeremías 15,10.16-21: ¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga? Si vuelves, estarás en mi presencia. Jeremías manifiesta su gran amargura y sufrimiento, por las contradicciones que tiene que soportar. Dios lo consuela y responde a sus plegarias prometiéndole una gran fuerza para continuar su misión profética.

Poner fin a la duda negando a Dios o rompiendo los compromisos contraídos con Él no es digno del misterio de Dios. Es menester permanecer firmes en las noches oscuras del sentido y del espíritu y ver venir la luz, tener confianza en Dios y esperar que la solución vendrá sin duda alguna. Estar en vela como aquellos centinelas de que trata el profeta Isaías.

–Un canto que inspira confianza es el Salmo 58 y de él se han escogidos algunos versos como Salmo responsorial: «Dios es mi refugio en el peligro... líbrame de mi enemigo, protégeme de mis agresores, líbrame de los malhechores y de los hombres sanguinarios.. Porque Tú, oh Dios, eres mi Alcázar». La verdadera felicidad del hombre sólo se encuentra en la fidelidad a Dios, que es Padre amoroso. Apartarse de Él, equivale a ir al dolor, a la angustia, a la muerte. Con Él tenemos seguridad en medio de los muchos peligros en que podemos encontrarnos y, de hecho, nos encontramos. Nada más doloroso que la pasión de Cristo, pero Él resucitó y está sentado a la derecha del Padre. A sus discípulos no les faltarán sufrimientos, pero del mismo modo también para ellos vendrán la gloria, la luz esplendorosa y el triunfo.

Mateo 13,44-45: Vende todo lo que tiene y compra el campo. Son dos parábolas casi idénticas: perla y tesoro. Al hallar eso el buen mercader vende todo lo que tiene para comprar algo de mucho más valor. San Hilario de Poitiers escribe:

«Con la parábola del tesoro en el campo, Él muestra las riquezas de nuestra esperanza puesta en Él. Efectivamente, Dios ha sido encontrado en un hombre; para comprarlo deben ser vendidas todas las riquezas de este mundo. Así adquiriremos las riquezas eternas, el tesoro celestial, dando vestido, comida y bebida a quienes de ello tengan necesidad. Mas es necesario observar que el tesoro se ha encontrado escondido... El tesoro ha estado escondido porque debía ser comprado también el campo. En efecto, con el tesoro en el campo, como hemos dicho, se entiende Cristo encarnado, que se encuentra gratuitamente. La enseñanza de los Evangelios es de suyo completa. Pero no hay otro modo de utilizar y poseer este tesoro con el campo si no es pagando, ya que no se poseen las riquezas celestiales sin sacrificar el mundo» (Comentario al Evangelio de San Mateo 13,7).

San Agustín dice que la piedra preciosa es la caridad:

«También vuestra sociedad es un negocio de cosas espirituales, para ser semejante a los mercaderes que buscan la piedra preciosa. Esta no es otra que la caridad, que será derramada en vuestros corazones por el Espíritu Santo que os será dado» (Sermón 212,1).

JUEVES

Años impares

Éxodo 40,14-19.32-36: La gloria de Dios en el santuario. Una nube cubría la tienda levantada por Moisés, según las órdenes de Dios. En la Nueva Alianza el verdadero templo de Dios es Cristo.

El tabernáculo, el arca y el sacerdocio aseguran al pueblo la presencia de Dios. No se trata, sin embargo, de una presencia automática. Se percataban de que Yavé sólo está presente donde reinan la fidelidad y la conversión y, sobre todo, con los que son «pobres de Yahvé», como aparece en los capítulos 56, 57, 60, 63 y 66 de Isaías.

La Biblia y la Tradición cristiana son unánimes en encarecer la eficacia santificadora del ejercicio de la presencia de Dios: «anda en mi presencia y sé perfecto», dice Dios a Abrahán (Gén 17,1). Quien está plenamente convencido de que Dios le está mirando, se esforzará en evitar todo lo que pueda ofenderle y procurará estar recogido y hacer todo como corresponde a un hijo de Dios. San Columbano explica:

«Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua Él mismo: “Yo soy un Dios cercano, no lejano”. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esa presencia» (Instrucciones sobre la fe,1).

Para San Ignacio de Antioquía:

«Nada hay escondido para el Señor, sino que aún nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que Él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y Él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifiestará ante nuestra faz; por esto tenemos motivos más que suficientes para amarlo» (Carta a los Efesios).

–Lógicamente se han escogido algunos versos del Salmo 83 para Salmo responsorial: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos! Mi alma anhela los atrios del Señor... Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre... Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa...» Esto es más cierto en las iglesias cristianas, donde se tiene a Cristo realmente presente en la sagrada Eucaristía. Este Salmo expresa la alegría y el abandono en Dios del que vive en su gracia. Expresa también la felicidad de pertenecer a la Iglesia y poder gozar en las celebraciones litúrgicas los beneficios del amor de Cristo. Los que anhelan la perfección espiritual y la unión con Dios encuentran aquí, en este Salmo, la plegaria que mejor cuadra a sus aspiraciones.

Años pares

Jeremías 18,1-6: Como el barro en manos del alfarero. Soberanía total de Dios sobre el pueblo de Israel y todo el mundo. San Pablo también usa esa imagen de la elección. Este tema subraya la iniciativa de Dios en su designio sobre el hombre. Todo esto se conjuga con la propia libertad del hombre que el mismo Dios le ha otorgado. Dios quiere que el hombre corresponda, por voluntad propia, por amor, a los designios de amor por parte de Dios. Esto se corresponde mejor con la visión de Cristo en la Cruz, donde se patentiza el supremo amor de Dios y la libertad del hombre. Cristo en la Cruz oró por sus verdugos.

–La lectura anterior nos ofrece una total confianza en manos de Dios, abandono en su divina providencia, aunque nosotros tengamos el deber de hacer todo lo que podamos por nuestra parte. Por eso decimos en el Salmo 145: «Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob... Alaba, alma mía, al Señor: alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista. No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar; exhalan el espíritu y vuelven al polvo, ese día perecen sus planes. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él».

Mateo 13,47-55: Selección de los peces buenos y abandono de los malos. Es una descripción del juicio final como la que hace San Jerónimo:

«Una vez cumplida la profecía de Jeremías que dice : “He aquí que os envío a muchos pescadores”. Andrés, Santiago y Juan, hijos del Zebedeo oyeron estas palabras: “seguidme y os haré pescadores de hombres” (Mt 4,19), entretejieron tomando del Antiguo y Nuevo Testamento la red de las doctrinas evangélicas y la arrojaron al mar de este siglo. Hasta el día de hoy está tendida en medio de las olas y recoge todo lo que cae de estos abismos salados y amargos, es decir, hombres buenos y malos, peces mejores y peores. Cuando llegue la consumación y el fin del mundo, como Él mismo lo explica más claramente a continuación, la red será sacada a la orilla; entonces se mostrará el juicio verdadero, la selección de los pescados. Como en un puerto muy tranquilo, los buenos serán puestos en los recipientes de las mansiones celestiales. Pero el fuego de la gehenna recibirá a los malos para quemarlos y calcinarlos» (Comentario al Evangelio de Mateo 13, 47-49).

VIERNES

Años impares

Levítico 23,1.4-11.15-16.27.34-37: Asambleas litúrgicas en las solemnidades del Señor. Entre los judíos se encuentran estas solemnidades litúrgicas: Pascua y los Azimos, Pentecostés, Día de Expiación y Fiesta de la Tiendas.

Las fiestas para los israelitas tienen un sentido muy preciso que supera su origen. No se trata ya de una sumisión del hombre a la naturaleza, sino de su comunión con Dios en la realización de una historia de salvación. Las fiestas judías conmemoran las principales etapas de esta colaboración de la libertad de Dios con la del hombre en la construcción del mundo y en la orientación de su historia.

Con todo, esto no llegó a su plenitud sino con Jesucristo: Él es nuestra Pascua, nuestro Pan ázimo, nuestra Nueva Alianza, nuestra promesa de felicidad. Todas las fiestas cristianas son esencialmente los misterios de Cristo reactualizados sacramentalmente, por medio de los cuales nos ponemos en contacto con su Persona y recibimos su gracia para unirnos más a Él en el amor. Si esto desaparece la fiesta carece de sentido.

–Otra vez nos encontramos con el Salmo 80 para reflexionar sobre la lectura anterior. Esto indica la solemnidad con que comienza este himno, invitando a una alegría extraordinaria, acompañada con toda clase de instrumentos músicos, panderos, cítaras, arpas, trompetas... «Aclamad a Dios nuestra fuerza... Acompañad, tocad los panderos, las cítaras templadas y las arpas; tocad la trompeta por la luna nueva, por la luna llena que es nuestra fiesta, porque es una ley en Israel, un precepto del Dios de Jacob, una norma establecida para José al salir de la tierra de Egipto...» Todo esto tiene un gran sentido religioso, porque las fiestas litúrgicas han de ser una fuente de alegría, y una afirmación rotunda de la soberanía de Dios, el Dios único. Celebramos el comportamiento bienhechor y salvífico de Dios para con el hombre y que Él es el único que puede exigir el tributo de reverencia y sumisión del hombre.

Años pares

Jeremías 26,1-9: El pueblo se juntó en el templo del Señor. Nueva exhortación de Jeremías para que el pueblo se mantenga fiel a la ley de Dios, de lo contrario le vendrá la ruina y desolación. Esta exhortación le acarrea la incomprensión y el castigo por parte de los hombres que no quieren salir de su pecado y tener espíritu para un culto de mente y corazón, interior y comprometido. Pero todo eso conduce al ateísmo, como lo indicó Pablo VI: «la secularización es un terreno fértil para el ateísmo» (19-III-1971). La Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium subraya más de diez veces el carácter sagrado de la liturgia y afirma que «es acción sagrada por excelencia».

Mateo 13,54-58: ¿De dónde le viene a Cristo toda su doctrina? Es la pregunta que se hacían sus paisanos. Su doctrina y su autoridad hizo estallar de admiración a sus paisanos, pero era una admiración de escándalo. Conocían a sus familiares y sabían que el Mesías nadie sabría de dónde venía. Pero, por sus hechos y doctrina podían deducir que un mero hombre no podía hacerlos. Comenta San Jerónimo:

«Observa la necedad de los nazarenos: se preguntan asombrados de dónde le viene la sabiduría a la Sabiduría y de dónde el poder al Poder. El error es evidente; pensaban que era el hijo del carpintero... El error de los judíos es nuestra salvación y la condenación de los herejes. Hasta tal punto veían en Jesucristo el hombre que pensaban que era hijo de un carpintero. ¿Te asombras de que se equivoquen con respecto a sus hermanos cuando se equivocan con respecto al padre?

«La envidia hacia un conciudadano es casi natural. No consideran las obras actuales del hombre, sino que recuerdan la debilidad de su infancia, como si ellos mismos no hubieran alcanzado la edad madura por esas mismas etapas. No allí muchos milagros a causa de su incredulidad. No porque no pudiera hacer muchos milagros también para estos incrédulos, sino para no condenar, haciendo muchos, a sus conciudadanos incrédulos.

«Asimismo puede entenderse de otra manera que Jesús haya sido despreciado en su casa y en su patria, es decir, en el pueblo judío. Por eso hizo allí pocos milagros, para que no fueran totalmente inexcusables. Pero cada día hace signos más grandes entre los gentiles por medio de sus apóstoles, no tanto sanando los cuerpos como salvando las almas» (Comentario al Evangelio de Mateo 13,53-58).

 

SÁBADO

Años impares

Levítico 25,1.8-17: Año jubilar. Cada cincuenta años hay que celebrar un jubileo a las deudas. Jesús, comentando una página del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret, proclamará el año de gracia del Señor, que traerá el perdón de los pecados (Lc 4,21). Será un año jubilar espiritual. Cristo enfoca su ministerio como un verdadero año jubilar. Lo pone de manifiesto en muchas ocasiones (Mt 11,2-6; Lc 1,77; cf. Ef 1,7). Lo manifiesta de modo particular por su poder de perdonar los pecados, cosa que irrita a sus enemigos (Mt 9,6). El ministerio público de Jesucristo será, en efecto, una serie ininterrumpida de liberaciones, curaciones, perdón de deudas y de pecados. Esto mismo confía a sus apóstoles y a sus sucesores: obispos y presbíteros. El sacramento de la penitencia es un gran regalo hecho por Cristo a su Iglesia. Hemos de acercarnos frecuentemente a él con verdadero espíritu, con dolor de haber ofendido a Dios, con arrepentimiento de todos los pecados.

–Esto debe movernos a dar gracias a Dios y alabarlo como se hace con el Salmo 66: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben... El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros... que canten de alegría las naciones... que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe».

Es como el padrenuestro del Antiguo Testamento. Lo que se pretende con este Salmo es que Dios sea reconocido como Señor universal de toda la tierra. Es lo que pedimos en el padre ha mostrado al Padre. Rostro misericordioso y sereno que ilumina a cuantos creen en Él. En Cristo hemos conocido la benignidad de Dios, su infinita misericordia, siempre dispuesta al perdón. Todos los pueblos están llamados a dar gracias al Señor a alabarlo, porque a todos llama Él a la salvación y los hace partícipes de sus bendiciones.

Años pares

Jeremías 26,11-16.24: El profeta enviado por Dios a predicar. No tiene temor alguno de confesar la misión para la que ha sido elegido por el Señor. Él es inocente. Es sólo instrumento escogido por Dios en favor de su pueblo.

Tres razones: Es profeta de Dios, sus palabras expresan la voluntad divina y esas palabras producirán no obstante la oposición y la contradicción de los hombres. Es lo mismo que siglos más tarde dirán los apóstoles y discípulos de Cristo. Esto mismo hemos de hacer hoy, aunque el mundo sea adverso a la doctrina del Evangelio y hemos de hacerlo con la palabra y el testimonio de una vida totalmente evangélica. Cristo y su Espíritu ayudan siempre, como lo vemos en tantos apóstoles santos, que proclaman sin cesar el mensaje salvador de Jesucristo, aunque por ello tengan que sufrir e incluso derramar su propia sangre.

–Oramos con el Salmo 68: «Escúchame, Señor, el día de tu favor... que no me hunda en el cieno, líbrame de las aguas sin fondo...»

Es una súplica impresionante para que Dios socorra al que se encuentra abandonado y lo salve del borde de la muerte, ya que es objeto de todas las injurias de los hombres. Sin embargo, no deja de confiar en Dios, aun en esa situación extrema, sino que espera verse libre de sus enemigos e incluso que sirva de ejemplo para que se alegren los humildes. En el Nuevo Testamento se aplican a Cristo muchos versos de este salmo. De los labios de Cristo pasa esta súplica a los de la Iglesia, tantas veces atribulada con persecuciones, cismas, herejías, desobediencias e insurrección. Ayuda este Salmo a entrar en el espíritu de Cristo paciente y nos ofrece una saludable meditación sobre la pasión del Señor.

Mateo 14,1-12: Juan decapitado por Herodes. Sus discípulos acuden a Cristo». El Bautista muere como víctima de la prioridad de lo político sobre lo espiritual, del instinto sobre el espíritu. San Jerónimo dice:

«Juan Bautista, que había venido con el espíritu y la fuerza de Elías, quien había reprendido a Ajab y a Jezabel, reprocha a Herodes y Herodías, por haber contraído matrimonio ilícito, porque en vida de su hermano no le estaba permitido casarse con la hermana de éste. Prefirió arriesgarse a perder el favor del rey antes que adularlo olvidando los preceptos de Dios... Temía una sedición del pueblo a causa de Juan, sabía Herodes que él había bautizado a numerosas multitudes en el Jordán, pero lo vencía el amor de la mujer cuyo ardor le había hecho descuidar los preceptos de Dios...

«Herodías, temiendo que un día Herodes se arrepintiera o que se reconciliara con su hermano Filipo y que un repudio dejara sin efecto su matrimonio ilícito, aconseja a su hija que pida de inmediato en pleno banquete la cabeza de Juan: digno premio de sangre por la digna obra de una bailarina... Excusa su crimen pretextando el juramento; bajo el manto de la piedad deviene el impío... Quiere que todos participen en su crimen para que se presenten alimentos sangrientos en el banquete de la lujuria y la impureza... La que bailó pide como precio sangriento la cabeza del profeta, para tener en su poder la lengua que censuraba un matrimonio ilícito. Esto sucedió literalmente. Pero nosotros hasta hoy vemos en la cabeza del profeta Juan a Cristo, Cabeza de profetas, a quien los judíos hicieron perecer» (Comentario al Evangelio de Mateo 1-11).

 

SEMANA 18

 

DOMINGO

Entrada: «Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme. Que tú eres mi auxilio y mi liberación; Señor, no tardes» (Sal 69,2.6).

Colecta (del Veronense, retocada con textos del Gelasiano y Gregoriano): «Ven, Señor, en ayuda de tus hijos; derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican, y renueva y protege la obra de tus manos en favor de los que te alaban como creador y como guía».

Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense): «Santifica, Señor, estos dones; acepta la ofrenda de este sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne».

Comunión: «Nos has dado pan del cielo, Señor, que brinda toda delicia y sacia todos los gustos» (Sab 16,20); o bien: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed, dice el Señor» (Jn 6,35).

Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): «A quienes has renovado con el pan del cielo, protégelos siempre, Señor, y, ya que no cesas de reconfortarlos, haz que sean dignos de la redención eterna».

 

Ciclo A

La multiplicación de los panes y peces (lectura evangélica) ha sugerido el texto de Isaías 55,1-3, en el que el Señor invita a comer y a beber gratis. En la segunda lectura San Pablo corona su exposición con un himno al amor de Dios.

La liturgia de la palabra es hoy una proclamación de la condición vivificante de Cristo y una meditación profunda sobre la grandeza de cuantos, por la fe, hemos conocido el gran acontecimiento de la Eucaristía. Por lo mismo, es un día de gratitud y de responsabilidad, de amor intenso y de fidelidad amorosa al Padre que así nos ha amado en su Hijo unigénito.

Isaías 55,1-3: Daos prisa y comed. La idea de convite de comunión con Dios y de llamamiento divino a participar en él aparece en los vaticinios mesiánicos como un reclamo amoroso de Dios invitándonos a la salvación. En todos los dones que nos ofrece ese texto de Isaías se subraya la «gratuidad». A tal gratuidad de amor y de benevolencia se contrapone la desidia del hombre, que pretende busca en sí mismo su felicidad. San Jerónimo dice:

«Había dicho que todo vaso falso había de ser machacado contra la Iglesia, y toda voz y lengua que se armara contra la lengua de Dios había de ser superada. Provoca a los creyentes a venir al río de Dios, lleno de aguas, y cuyo ímpetu alegra la ciudad de Dios, para que beban en las fuentes del Salvador. Dice a la Samaritana: “si conocieras el don de Dios..., te habría dado agua viva” (Jn 4,10). Y en el templo: “si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba... ” (Jn 7,37-38), significando al Espíritu Santo... De ella se dice con palabra mística: “mi alma tiene sed de Dios” (Sal 41,2), y en otro lugar: “me han abandonado a Mí, fuente de aguas vivas, para cavarse aljibes agrietados” (Jer, 2,13). Estas aguas las esparcen las nubes, por las que llega la verdad de Dios (Is 45,8)» (Comentario al profeta Isaías).

–En el Salmo 144 prosigue el tema de la lectura: «Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores... Todos aguardan a que Él nos dé la comida a su tiempo... Él abre la mano y sacia de favores a todos viviente... está cerca de los que lo invocan sinceramente». Alabamos a Dios, digno de toda alabanza por su infinita grandeza, por la sublimidad maravillosa de sus obras. Pero, sobre todo, por su inmensa bondad, por su misericordia y generosidad, ya que todos los dones que tenemos lo debemos a Él.

Romanos 8,35.37-39: Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo. Frente al mundo increyente o anticristiano que dramáticamente pretende arrancar al creyente del amor de Dios garantizado por Cristo, el mismo Cristo es quien nos mantiene en el amor del Padre y nos vivifica. Comenta San Agustín:

«Por la paciencia fueron coronados los mártires: Deseaban lo que no veían y despreciaban los sufrimientos. Fundados en esta esperanza decían: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”... (Rom 8,23 s.). ¿Dónde está el por quién? Porque por Ti vamos a la muerte cada día. Por Ti. ¿Y dónde está?: “Dichosos los que no vieron y creyeron” (Jn 20,29). Mira dónde está: En ti, pues en ti está tu misma fe. ¿O nos engaña el Apóstol que dice que “Cristo habita por la fe en nuestros corazones”? (Ef 3,17). Ahora habita por la fe, luego por la visión; por la fe mientras estamos en camino, mientras dura nuestro peregrinar... Todo lo que aquí buscamos, todo lo que aquí tenemos por grande, todo eso será para ti... Estando en posesión de la caridad y nutriéndola en nosotros, perseveremos con confianza en Dios, con su ayuda, y digamos hasta que Él se apiade y lo lleve a la perfección: ¿Quién nos separará del amor de Cristo...? (Sermón 158,8-9).

La garantía del cristiano es el amor inquebrantable y gratuito de Dios, no la propia voluntad de corresponder a Él, aunque sea muy decidida y comprometida. Toda la teología de la gracia de modo incisivo y entusiasta está contenida en esa lectura paulina, corta, pero densa y luminosa.

Mateo 14,13-21: Comieron hasta quedar satisfechos. Si Jesucristo, Dios-Hombre entre los hombres, tenía poderes divinos para dar vida a los cuerpos, mucho más para dar vida a las almas. Comenta este evangelio San Jerónimo:

«Levanta los ojos al cielo para enseñarnos a dirigir hacia allí nuestra mirada. Tomó en sus manos los cinco panes y los dos pececitos, los partió y se los dio a sus discípulos. Cuando el Señor parte los panes abundan los alimentos. En efecto, si hubieran permanecido enteros, si no hubieran sido cortados en trozos ni divididos en cosecha multiplicada no hubieran podido alimentar a las gentes, los niños, las mujeres, a una multitud tan grande. Comenta San Jerónimo:

«Por eso la Ley con los profetas es fraccionada en trozos y son anunciados los misterios que contiene para que lo que estaba íntegro y en su primer estado no alimentaba, dividido en partes, alimente a la multitud de los pueblos. Cada uno de los apóstoles llena su canasto con los restos del Salvador para tener luego que alimentar a los pueblos o bien para mostrar con esos restos que los panes multiplicados eran panes verdaderos. Trata a la vez de explicar cómo en un desierto, en una soledad tan vasta donde no se encuentran sino cinco panes y dos pececitos, tan fácilmente se hallan doce canastos» (Comentario al Evangelio de Mateo 14,19-20.

Jesús «rompe» la ley, y los misterios que contiene escondidos en su interior son ahora revelados. Es lo que quiere decir San Jerónimo y lo mismo dice San Agustín (La ciudad de Dios 4,33 y 16,26,2).

 

Ciclo B

La multiplicación de los panes y de los peces dio ocasión a Jesucristo a exponer la admirable doctrina del Pan de la vida. Esto ha sugerido la primera lectura sobre el maná en el desierto (Ex 16,2-4.12-15). San Pablo nos recuerda en la segunda lectura que el cristiano es un hombre nuevo. Ha de abandonar el hombre viejo que había en él.

La lectura continuada del capítulo sexto del Evangelio según San Juan nos presenta el acontecimiento eucarístico como misterio de participación de la vida divina del Verbo encarnado en plenitud de vida para nosotros. En la plenitud de los tiempos Cristo es el verdadero maná, que da la vida divina y la salvación real de los elegidos de Dios para la eternidad. Participar de esta vida, viviendo el misterio de Cristo y dejándonos transformar por Él, es la finalidad del acontecimiento salvífico del Hijo de Dios vivo y viviente en medio de su Iglesia (Jn 10,10).

Éxodo 16,2-4.12-15: Yo haré llover pan del cielo. Peregrinos los israelitas por el desierto hacia la tierra de promisión, el alimento providencial del maná fue signo permanente del amor divino sosteniendo su indigencia de emigrantes. San Gregorio Magno dice:

«Truena Dios maravillosamente con su voz, porque con fuerza oculta penetra incomparablemente nuestros corazones y, cuando con secretos impulsos los oprime en el terror y los reforma en el amor, publica de alguna manera calladamente con cuánto ardor debe ser seguido; y hácese en el alma una grandeza de ímpetu, aunque no suena nada en la voz. La cual tanto más fuertemente resuena en nosotros cuanto hace ensombrecer el oído de nuestro corazón de todo sonido exterior.

«Por lo cual el alma, recogida luego en sí misma por esta voz interior, se maravilla de lo que oye, porque recibe la fuerza de la compunción no conocida. La admiración de la cual fue bien figurada en Moisés cuando el maná vino de arriba (Ex 16,15). Porque aquel dulce manjar es llamado maná que quiere decir :“¿Qué es esto?” Y entonces decimos: ¿qué es esto, cuando, no sabiendo lo que vemos nos maravillamos» (Tratados morales sobre el libro de Job 27,42).

–Con el Salmo 77 decimos: «El Señor les dio pan del cielo»... Dio orden las altas nubes, abrió las compuertas del cielo. Hizo llover sobre ellos maná, les dio pan del cielo. El hombre comió pan de ángeles, el Señor les mandó provisiones hasta la hartura»...

Efesios 4,17.20-24: Vestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios. En la Nueva Alianza Cristo mismo es el misterio de la vida divina que nos vivifica y nos transforma en hijos suyos. El paso de una situación a otra se denomina «nueva creación» No se trata de un cambio exterior, como el que tendría lugar en quien cambia de vestido, sino de una renovación interior, por la que el cristiano, al ser hecho nueva criatura en Jesucristo, puede vivir la justicia y la santidad con una profundidad y verdad que superan las fuerzas de la propia naturaleza humana. San Anastasio Sinaíta dice:

«Entrar en la iglesia y honrar las imágenes sagradas y las veneradas cruces, no basta por sí solo para agradar a Dios, como tampoco lavarse las manos es suficiente para estar completamente limpio. Lo que verdaderamente es grato a Dios es que el hombre huya del pecado y limpie sus manchas por la confesión y la penitencia. Que rompa las cadenas de sus culpas con la humildad del corazón» (Sermón sobre la sagrada sinaxis).

Juan 6,24-35: El que viene a Mí no pasará hambre, y el cree en Mí no pasará nunca sed. Cristo se nos presenta como providencia amorosa y como Redentor definitivo que nos ofrece la salvación eterna.

Comenta San Agustín:

 «Necesitamos el consejo de cómo llegar a Él para saciarnos de Aquel del que ahora apenas conseguimos una migajas, para no perecer de hambre en este desierto; sobre cómo llegar a la hartura de ese Pan del que dice el Señor. Necesitamos el consejo sobre cómo conseguir esa saciedad de Pan tan distinta de la saciedad de quien sufre el hambre de aquí abajo» (Sermón 389,2).

Dios pone a disposición del hombre su vida una vida que no termina jamás, pues supera la muerte.

Esta vida se identifica con el Hijo que el Padre ha dado al mundo. Aceptar al Hijo equivale a entrar en el círculo de la vida divina. El hombre tiene que abrirse al Hijo. En una palabra, tener fe en Él, tomar una decisión por Él y vivir de Él.

Hemos de repartir el pan material, para que el mundo entero se acerque al Pan espiritual, esto es, la Sagrada Eucaristía.

Tenemos una gran responsabilidad de una comunión vital con el Corazón de Cristo vivo, que deberá dar nuevo sentido a toda nuestra vida, más allá del altar y del templo, si no queremos profanar con nuestra conducta lo que la Eucaristía significa y exige.

Ciclo C

La codicia de que nos habla el Evangelio de hoy está relacionada con la primera lectura: «Vaciedad sin sentido; todo es vaciedad». Nueva vida, nos dice San Pablo, han de vivir los que han sido bautizados, pues son un hombre nuevo. Esto hace que caminemos hacia el encuentro del Señor.

Las lecturas de este domingo nos recuerdan el «principio y fundamento» de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola: «El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y mediante esto salvar su alma». Todo lo demás vale «tanto» en «cuanto». Caminamos hacia Dios. Somos peregrinos. Nos realizamos en Cristo.

Eclesiástico 1,2; 2,21-23: ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo?. El insondable misterio de la muerte y de la limitación de la felicidad humana, sin perspectivas de eternidad, son una fuente permanente de defraudación, que sólo la fidelidad en Dios puede esperar». Dice San Gregorio Magno:

«Cosas vanas hacemos cuando pensamos en las cosas transitorias; y de aquí es que se dice envanecer lo que de repente es quitado de los ojos de los que lo miran... Así que “las cosas que pasan son vanas”, según que dice Salomón (Ecl. 1,2). Pero convenientemente después de la vanidad sigue luego la maldad, porque, cuando somos llevados por algunas cosas transitorias, somos atados culpablemente en algunas de ellas; y como el alma no tiene estado de firmeza, procediendo de sí misma con inconstancia, cae en los vicios. Así que de la vanidad se cae en la maldad, porque el alma, acostumbrada a las cosas mudables, como siempre salta de unas cosas a otras, allégase a las culpas que nuevamente nacen» (Tratados morales sobre el libro de Job  10,20-21).

–El Salmo 94 recuerda al pueblo judío, y ahora a nosotros, las prevaricaciones de tiempos pasados: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto». Podemos encontrarnos también nosotros en situaciones semejantes. Es mejor: «aclamar al Señor, postrados por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro», no sólo con nuestros labios, sino, sobre todo, con el corazón y las obras buenas.

Colosenses 3,1-5.9-11: Buscad los bienes de arriba, donde está Cristo. Incorporado al misterio redentor por la renuncia al «hombre viejo» y por la «nueva vida en Cristo», el auténtico cristiano puede superar a diario el riesgo de frustración de su vida para la eternidad. San Agustín ha comentado con frecuencia este pasaje paulino en sus sermones. Escogemos un sermón predicado en Hipona en la octava de Pascua:

«Escuchemos lo que dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo... ¿Cómo vamos a resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con esas palabras? ¿Acaso Él hubiera resucitado si o hubiera muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que aún no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto?

« Ved lo que dice: “si habéis resucitado con Cristo saboread las cosas de arriba, buscad las cosas de arriba...” Si vivimos bien, hemos muerto y resucitado; quien, en cambio, aún no ha muerto ni resucitado, vive mal todavía; y, si vive mal, no vive; muera para no morir. ¿Qué significa muera para no morir? Cambie para no ser condenado... A quien aún no ha muerto, le digo que muera; a quien aún vive mal, le digo que cambie. Si vive mal, pero ya no vive, ha muerto; si vive bien, ha resucitado... Por tanto, mientras vivimos en esta carne corruptible, muramos con Cristo, mediante el cambio de vida, y vivamos con Cristo, mediante el amor a la justicia. La vida feliz no hemos de recibirla más que cuando lleguemos a Aquel que vino hasta nosotros y comencemos a vivir con quien murió por nosotros» (Sermón 231,3ss).

Lucas 12,13-21: Lo que has acumulado ¿de quién será? La misión redentora de Cristo de Cristo Jesús no fue la de solucionarnos la felicidad materialista en el tiempo, sino la de abrir nuestras vidas íntegras a los verdaderos valores de la eternidad, que nos llevan hasta el Padre. Lo afirma San Ambrosio:

«El que había descendido para razones divinas, con toda justicia rechaza las terrenas, y no se digna hacerse juez de pleitos ni repartidor de herencias terrenas, puesto que Él tenía que juzgar y decidir sobre los méritos de los vivos y de los muertos. Debes, pues, mirar no lo que pides, sino a quien se lo pides, y no creas que un espíritu dedicado a cosas mayores puede ser importunado por menudencias. Por esto, no sin razón es rechazado este hermano que pretendía que el Dispensador de los bienes celestiales se ocupara en cosas materiales, cuando precisamente no debe ser un juez el mediador en el pleito de la repartición de un patrimonio, sino el amor fraterno.

«Aunque, en realidad, lo que debe buscar un hombre no es el patrimonio del dinero, sino el de la inmortalidad; pues vanamente reúne riquezas el que no sabe si podrá disfrutar de ellas, como aquél que, pensando derribar los graneros repletos para recoger las nuevas mieses, preparaba otros mayores para las abundantes cosechas, sin saber para quien las amontonaba (Sal 38,7). Ya que todas las cosas de este mundo se quedan en él y nos abandona todo aquello que acaparamos para nuestros herederos; y, en realidad, dejan de ser nuestras todas esas cosas que no podemos llevar con nosotros. Sólo la virtud acompaña a los difuntos, sólo la misericordia nos sirve de compañera, esa misericordia que actúa en nuestra vida como norte y guía hacia las mansiones celestiales, y logra conseguir para los difuntos, a cambio del despreciable dinero los eternos tabernáculos» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,122).

LUNES

Años impares

Números 11,4-15: Yo solo no puedo cargar con este pueblo. Quejas de los israelitas por el maná. Moisés se desahoga ante Dios. San Pablo, evocando las murmuraciones del pueblo en el desierto, escribe a los Corintios en su primera Carta, 10,6: «No codiciéis el mal, como lo hicieron vuestros padres». San Agustín dice:

«Cuando los cuerpos de los fieles son sometidos a servidumbre, toda disminución del placer corporal va en provecho de la salud del espíritu. Por ello debéis guardaros de buscar manjares costosos, o simplemente sustituirlos por otros, a veces, más exquisitos, bajo la excusa de no comer carne. La mortificación del cuerpo y su reducción a servidumbre conlleva reducir los placeres, no cambiarlos por otros. ¿Qué importa un alimento u otro, si la culpa está en el deseo inmoderado del mismo? La voz divina condenó a los israelitas por apetecer no sólo carnes, sino también algunos frutos y alimentos del campo... Por lo tanto, amadísimos, sean cuales sean los alimentos de que os plazca absteneos, recordad las palabras antes mencionadas, para manteneros en vuestros propósitos por religiosa templanza, sin condenar, por sacrílego error, a ninguna criatura de Dios» (Sermón 208,1).

–Con unos versos del Salmo 80 nos unimos a la lectura anterior: «Aclamad a Dios, nuestra fuerza. Mi pueblo no escuchó mi voz. Israel no quiso obedecer. Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino». Un Dios tan bueno para con su pueblo, tiene derecho a que se le oiga y se le obedezca como su único Dios. Él ha testimoniado de sí mismo narrando todas sus grandes gestas en favor de Israel. Ahora corresponde a los israelitas dar testimonio de sí mismos obedeciendo y amando a su Señor. No quisieron. Pero Dios esperó su conversión. Así también nosotros. Todo pecado es una especie de idolatría que sustituye al Dios único por un capricho. También el Señor espera nuestra conversión, nuestro progreso espiritual. Siempre podemos, debemos, optar por un grado mayor de perfección.

Años pares

Jeremías 28,1-17: Jeremías sufre la contradicción del profeta Ananías que asegura al pueblo una liberación inmediata. Jeremías, desorientado en un principio, cambia de postura y, desenmascarando al falso profeta, denuncia la próxima derrota.

El individuo que va a la búsqueda de sí mismo, considera que la actitud de la sociedad para con él es la de los falsos profetas, puesto que calla una verdad para ofrecer otra; por otra parte, define la verdad de manera tan absoluta y con una publicidad tan bien orquestada, que el individuo se verá obligado a aceptarla, no por convicción, sino para ser bien visto, por causa de su buen nombre o, simplemente, para no hacerse notar. Es, por consiguiente, imposible que una sociedad así concebida tenga una alta concepción de su ética.

 El «falso profeta» puede hallarse también en los que defienden la lucidez con fanatismo; los que crean poseer ellos solos la verdad, los que no quieren escuchar, sino que se les escuche. Todo ha de ser moderado por la humildad y el amor.

–De nuevo rezamos unos versos del Salmo 118, el más largo de todo el Salterio. Humildemente se pide al Señor que nos instruya en sus leyes, que nos aparte del falso camino y nos dé la gracia de su voluntad, que no quite de nuestros labios las palabras sinceras, porque queremos esperar en sus mandamientos..., que sea nuestro corazón perfecto en sus leyes, para no quedar avergonzado. A pesar de los lazos y redes del enemigo el fiel medita los preceptos del Señor. Instruídos por Él no nos apartamos de sus mandatos.

Mateo 14,13-21: La multiplicación de los panes y peces. Se ha querido ver en este hecho a Cristo como un nuevo Moisés, capaz de saciar al pueblo con alimento de vida y conducirlo a los pastos definitivos. Toda la narración de la multiplicación de los panes y de los peces está concebida de tal manera que aparece realmente Cristo, no como Moisés, sino como superior a él, ofreciendo un alimento de más valor que el antiguo maná, liberando al pueblo del legalismo en que había caído la ley de Moisés, triunfando sobre las aguas del mar y abriendo acceso a la verdadera Tierra Prometida, no solamente a los miembros del pueblo elegido, sino también a los mismos paganos. San Juan Crisóstomo comenta este milagro:

«Por el lugar en que se hallaban, por el hecho de no darles de comer sino pan y peces, y dársele a todos en igual medida y en común y que a nadie se le procurara mayor porción que a otro, el Señor daba a las muchedumbres lecciones varias de humildad, de templanza, de caridad, de aquella igualdad que había de imperar entre todos y de la comunidad de bienes en que habían de vivir... Él les dio partidos los cinco panes y éstos se multiplicaban en manos de los discípulos. Y no acaba aquí el prodigio, sino que el Señor hace que sobren, y que sobren no sólo panes sino también fragmentos. Estos mostraban que eran restos de aquellos panes, y los ausentes podían fácilmente comprobar el milagro.

«Podía muy bien el Señor haber hecho que las gentes no sintieran hambre, pero sus discípulos no se hubieran dado cuenta de su poder, pues eso mismo había sucedido con Elías (3 Re 17,9-16). El hecho fue que los judíos quedaron tan maravillados de este milagro, que intentaron proclamarlo rey, cosa que no hicieron en ningún otro prodigio del Señor. ¡Qué palabra, pues, pudiera explicar cómo se multiplicaban aquellos cinco panes, cómo corrían como un río por el desierto, cómo fueron bastantes para tan ingente muchedumbre? Eran, en efecto, cinco mil hombres sin contar las mujeres ni los niños. Máxima alabanza de aquel pueblo, pues seguían al Señor a par de hombres y mujeres, ¿Cómo se formaron los fragmentos? Porque éste es otro milagro no menor que el primero. Y hubo tantos que se llenaron doce canastos, en número igual, ni más ni menos al de los apóstoles. Tomando, pues, los fragmentos, los dio el Señor no a las muchedumbres, sino a los apóstoles, pues las gentes eran aún más imperfectas que los apóstoles» (Homilía 49,3 sobre San Mateo).

MARTES

Años impares

Números 12,1-13: Se atrevieron a hablar contra Moisés. En vista de las quejas de la profetiza María y de Aarón contra Moisés, el Señor hace resaltar la superioridad de éste, a quien habla como confidente, que tiene, además, el privilegio de contemplar su gloria. Dice San Jerónimo:

«Aquel caudillo del ejército israelita que había herido a Egipto con diez plagas, y a cuyo mando obedecían cielo, tierra y mares, es proclamado como “el hombre más bondadoso de cuantos entonces había engendrado la tierra” (Num 12,3). Y por eso conservó el poder durante cuarenta años, pues con la bondad y la mansedumbre atenuaba la arrogancia del mando. El pueblo intenta apedrearlo, y él ruega por los que le quieren apedrear. Es más: prefiere se le borre del libro de Dios (Ex,32,32) a que el pueblo que se le ha confiado perezca. Quería de este modo imitar a aquel pastor de quien sabía que iba a llevar sobre sus hombros las ovejas descarriadas... También el discípulo del Buen Pastor desea ser anatema por sus hermanos y allegados según la carne, que son los israelitas (cf. Rom 9,3). Y si éste desea perecer para que los perdidos no perezcan, ¿cuánto más los padres buenos deberán estar atentos para no provocar a sus hijos a ira y no forzar por una dureza excesiva a que aun los más dóciles se hagan violentos?» (Carta 82,3, a Teófilo).

–Los judíos, arrepentidos de haber criticado a Moisés, obtienen el perdón. También nosotros lo obtendremos rezando el Salmo 50: «Misericordia, Señor, misericordia, hemos pecado». También nosotros pecamos y tenemos necesidad del perdón de Dios. El venerable Padre Charles de Foucauld escribe:

«Gracias, Dios mío, por habernos dado esta divina oración del Miserere... Este Miserere que es nuestra oración cotidiana... Digamos este Salmo con frecuencia, hagamos a base de él nuestra oración. Él contiene el resumen de todas nuestras oraciones: adoración, amor, ofrenda, acción de gracias, arrepentimiento, súplica. Parte de la consideración de nosotros mismos y sobre nuestros pecados, y se eleva hasta la contemplación de Dios, pasando por el prójimo y orando por la conversión de todos los hombres».

La humanidad pecadora, guiada por Cristo, encuentra el camino para pasar de la esclavitud del mal a una vida renovada, obteniendo la efusión del Espíritu Santo y un corazón puro santificado por la gracia divina, para ofrecerse a sí misma, «como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios» (Rom 12,1), juntamente con Cristo el cual «se ha dado como sacrificio de suave olor» (Ef 5,2).

Años pares

Jeremías 30,1-2.12-15.18-22: Se cambiarán la suerte de las tiendas de Jacob. No obstante la desgracia vaticinada, Dios pronuncia palabras de consuelo, por boca del mismo profeta. La derrota exterior es consecuencia del pecado, pero vendrá la reconstrucción y la alegría. Sigue la Alianza porque Dios es siempre fiel a sus promesas. El mesianismo no ha muerto. No puede morir. Espera la venida del Mesías: Cristo. San Jerónimo distingue entre la aflicción del pecador y la del inocente:

«Existen diferentes tipos de aflicciones. Una es la aflicción que padece el pecador como castigo sin remisión; otra es la que padece para que se arrepienta; otra distinta es la que uno puede sufrir, no para que se arrepienta de alguna falta pasada, sino para que no la cometa en el futuro; otra, en fin, es la que padecen muchos, no para que se arrepientan de un pecado pasado ni para impedir que lo cometan en el futuro, sino para que cuando uno es salvado inesperadamente de la aflicción, ame con mayor ardor la esperada potencia del que le salva. De esta forma cuando el sufrimiento alcanza al inocente, permite que por su paciencia obtenga un cúmulo de méritos. Como hemos dicho, a veces el pecado es afligido para recibir un castigo sin remisión, tal como se dice a Judea al ser condenada: “te golpeé con la desgracia del enemigo, con un castigo cruel” (Jer 30,14). Y añade: “¿por qué me invocas en la aflicción? Tu dolor es incurable” (ib. 30,15)» (Libros morales sobre Job  prefacio, 12).

–Las ideas de la lectura anterior siguen en estos versos del Salmo 101, escogidos como responsorial: «El Señor reconstruyó Sión y apareció en su gloria. Los gentiles temerán su nombre, los reyes del mundo su gloria, cuando el Señor reconstruya Sión y aparezca su gloria, y se vuelva a la súplica de los indefensos y no desprecie sus peticiones, cuando se reúnan unánimes los pueblos y los reyes para dar culto al Señor».

Dios es eterno y por eso los hijos de sus siervos subsistirán y encontrarán una habitación estable en el país que Él les ha asignado. Su posteridad vivirá eternamente en su presencia. La eternidad de Dios aparece para el salmista como el gran motivo de esperanza para él y para la ciudad santa. La tradición cristiana ha meditado este Salmo como plegaria de Cristo en su Pasión. Él resucitó y esta Resurrección es nuestra liberación. «El salario del pecado es la muerte, pero el don de Dios es la vida eterna en Cristo Señor nuestro» (Rom 6,23).

Mateo 14,22-36. Cristo andando sobre las olas. Es un signo más del misterio de su persona que se presenta como Hijo de Dios ante sus discípulos. Comenta este evangelio San Jerónimo:

«“Tened confianza. Soy yo. No temáis”. Pone remedio a lo que interesaba en primer lugar; a los que tienen miedo les manda: tened confianza, no temáis. En cuanto a lo que sigue: Yo soy, sin especificar quién es, podían conocer por la voz que les era conocida a quien les hablaba en las oscuras tinieblas de la noche, o bien se acordaban de Aquel que sabían había hablado a Moisés: Así dirás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a vosotros.

«Pero le respondió: “Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. En todas partes encontramos la ardentísima fe de Pedro... También ahora, con la misma ardiente fe de siempre, mientras los otros callan él cree poder hacer por la voluntad del Maestro, lo que éste podía por naturaleza. Mándalo y al punto las aguas se volverán sólidas y mi cuerpo, pesado por sí mismo, se volverá liviano... Era ardiente la fe de su alma pero la fragilidad humana lo arrastraba hacia las profundidades. Es abandonado por un momento a la tentación para que aumente su fe y para que comprenda que ha sido salvado no por una oración fácil, sino por el poder del Señor...

«Si al Apóstol Pedro cuya fe y corazón ardiente evocamos antes, si a él que había pedido con gran confianza al Señor mándame ir a ti sobre las aguas, por haber tenido miedo un momento se le dice: “hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”, ¿qué se nos dirá a nosotros que no tenemos ni siquiera una parte de esa poca fe?» (Comentario al Evangelio de Mateo  14,27-31).

MIÉRCOLES

Años impares

Números 13,2-3.26; 14,1,26-30.34-35: Despreciaron una tierra envidiable. Las noticias de los exploradores de la tierra prometida es acogida con murmuraciones. Dios castigó la incredulidad. La grandeza de estos hechos no puede ser disimulada por las perversiones y abusos propios de gran parte de los que se revelan. La misma rebelión contra Dios es ya una gran perversión. Dice Orígenes:

«En este mismo libro que tenemos en las manos: cuando regresaron los exploradores, enviados a inspeccionar la tierra, y diez de ellos, con sus informes pésimos, infundieron desesperación al pueblo, pero los otros dos, a saber, Caleb y Josué, anunciaron las ventajas (Num 13 y 14) y exhortaron al pueblo a permanecer en lo propuesto, les valió del Señor un mérito inmortal, no tanto su confesión, cuanto el miedo de sus compañeros» (Homilía sobre los Números 16-17,9).

La presencia de Dios es siempre fecunda de promociones humanas, sobre todo después de Cristo, que ha iluminado con su vida y doctrina todas las situaciones en que podemos encontrarnos los hombres. Siempre hemos de proceder con gran espíritu de fe, de sumisión y de reverencia a Dios, a Cristo, a su Iglesia, que se rige por pastores escogidos por Él. No hay que dudar: Cristo está presente en su Iglesia hasta la consumación de los siglos, como Él mismo prometió, y su palabra no puede fallar.

No podemos ser desorientados por las revoluciones, por los díscolos, los insumisos, los orgullosos, los autosuficientes que niegan toda autoridad al Papa y a los obispos en comunión con él.

–De nuevo el Salmo 105 nos sirve de meditación a la lectura anterior: «acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo: Hemos pecado con nuestros padres, hemos cometido maldades e iniquidades... Olvidaron las obras de Dios, no se fiaron de sus planes, ardieron de avidez en el desierto y tentaron a Dios en la estepa... Se olvidaron de Dios, su Salvador»... También nosotros, por nuestros pecados, hemos sido rebeldes. Necesitamos convertirnos a Dios con todo nuestro corazón. Muchas veces nuestra misma historia está descrita en esas páginas bíblicas. Es una historia de caídas, de rebeliones, de traiciones... Es la historia del mismo Dios que sigue nuestros pasos y nos llama constantemente a la conversión y a la penitencia. Es la historia de nosotros que, arrepentidos, volvemos a Dios.

 

Años pares

Jeremías 31,1-7: Con amor eterno te amé. Jeremías contempla la restauración de Israel, fruto del amor eterno de Dios para con los suyos. Serán unos días de alegría para Jerusalén, celebrando al Señor que ha salvado a su pueblo. San Ambrosio explica que:

«En todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque la gracia varíe según nuestros méritos. El Pastor va a la oveja cansada, es hallada la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al Padre, y vuelve a Él plenamente arrepentido del error que le acusa sin cesar (Lc 15,1-32). Y por eso, con toda justicia se ha escrito: “Tú, Señor, salvarás a los hombres y los animales” (Sal 35,7). ¿Y quiénes son esos animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una simiente de hombres, y la de Judá, una simiente de animales (Jer 31,37) Y por eso Israel es salvado como un hombre y Judá recogido como una oveja» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas 7,208).

–Del mismo Jeremías se ha tomado el canto responsorial: «El Señor nos guardará como Pastor a su rebaño... El que dispersó a Israel lo reunirá..., porque el Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte, vendrán con aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor... convirtió su tristeza en gozo, los alegró y alivió sus penas» Esto mismo hace con su Iglesia, con las almas de los pecadores que se convierten, con las almas buenas que reparan los pecados de los demás. Con razón en el culto al Corazón de Jesucristo se ha escogido este texto de Jeremías: «Con amor eterno te amé». Esto está pidiendo una correspondencia de amor por nuestra parte.

Mateo 15,21-28: Mujer ¡qué grande es tu fe! Curación de la hija de la Cananea. San Jerónimo elogia la fe de esta mujer:

«Admira en la persona de la mujer cananea la fe, la paciencia, la humildad de la Iglesia; la fe porque creyó que su hija podía ser sanada, la paciencia porque a pesar de tantos rechazos persevera rogando, la humildad cuando no se compara a los perros sino a los cachorros. Los perros son los paganos llamados así a causa de su idolatría, los perros que alimentados con sangre y con cadáveres se vuelven rabiosos (cf. Ap 22,15).

«Observa que esta cananea, perseverando en su petición, lo llama primero Hijo de David, luego Señor, y finalmente lo adora como Dios... “Yo sé, dice, que no merezco el pan de los hijos, que no puedo recibir todo su alimento ni sentarme a su mesa con su padre. Pero me contento con los restos reservados a los cachorros, para que por la humildad de las migas pueda llegar al honor de compartir todo el pan”. ¡Oh admirable mudanza de las cosas! En otro tiempo Israel era hijo, nosotros, perros, Por la diversidad de la fe se cambia el orden de los nombres... Nosotros escuchamos con la sirofenicia y la hemorroísa: “Grande es tu fe, que te sucede como deseas”, e “Hija, tu fe te ha salvado”» (Comentario al Evangelio de Mateo 15,26-27).

JUEVES

Años impares

Números 20,1-13: Ábreles tu tesoro, la fuente de aguas vivas. El pueblo se queja a Moisés por faltar el agua. Y Dios le indica que haría brotar agua de la roca. El pueblo tiene sed y murmura. Pone en duda la presencia de Dios. El simbolismo del agua ocupa un lugar importante en la vida del pueblo elegido y en el mismo Cristo.

 También en nuestros días tiene esto una plena realidad, no obstante tantísimos adelantos como hay. Hay épocas, temporadas e incluso años de sequía. Esto es más vivo en la época en que se escribió este libro bíblico. El pueblo debió experimentar con frecuencia, durante su vida en el desierto (Ex 17; Num 20), y en la misma Jerusalén en la que sólo había una fuente, la bendición que significa para él el descubrimiento de un punto de agua. De ahí que el tema del agua viva sea uno de los más evocadores de la presencia de Dios en su pueblo (Sal 45-46; Is 30,25; 35,4-7; 41,15-18; Ez 47; Zac 13,1). Es Cristo quien distribuye el agua viva, don de su propia vida (Jn 7,37-38;1 Cor 10,1-11), agua llena del Espíritu.

–El oráculo divino del Salmo 94 sigue siendo actual. «¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor!... No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto». El hoy de la misericordia de Dios brilla sobre nosotros. San Pablo también cita este salmo al invitar a la conversión a los cristianos:

«Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros un corazón malo e incrédulo, que se aparte del Dios vivo; antes exhortaos mutuamente cada día, mientras perdura el hoy, a fin de que ninguno se endurezca con el engaño del pecado. Porque hemos sido hechos participantes de Cristo en el supuesto de que hasta el fin conservemos la firme confianza del principio; mientras se dice: Si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la rebelión» (Carta a los Hebreos 3,12-15).

Años pares

Jeremías 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados. El anuncio de una nueva alianza constituye un hito en la predicación del profeta. La antigua alianza, basada en la ley escrita, cederá su puesto a una Alianza nueva, cuya ley estará grabada en los corazones de los fieles. Se trata de la Alianza nueva y eterna que Cristo asegura que se ha realizado en su Sangre, según las palabras del relato de la institución de la Eucaristía. Exclama Clemente de Alejandría:

«¡Salve, Luz! Desde el cielo brilla una luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte, Luz más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esta Luz es la vida eterna, y todo lo que de ella participa vive, mientras que la noche teme a la luz y, ocultándose de miedo, deja el puesto al día del Señor; el universo se ha convertido en Luz indefectible, y el ocaso se ha transformado en aurora. Esto es lo que quiere decir la “nueva creación” (Gál 6,15); porque el Sol de justicia (Mal 4,2), que atraviese en su carroza el universo entero, recorre asimismo la humanidad imitando a su Padre...

«Él fue quien transformó el ocaso en amanecer, quien venció la muerte por la resurrección, quien arrancó al hombre de su perdición y lo levantó al cielo;... Da leyes a su inteligencia y las graba en su corazón. ¿De qué leyes se trata? Pues “todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor, oráculo de Yavé; ya que perdonaré su culpa y no recordaré más su pecado” (Jeremías, 31,34)» (Exhortación a los paganos 11,114,4-5).

No hay oposición entre los dos Testamentos, sino cumplimiento en uno de lo que en el otro se había prometido. Todo es un acto continuado de la misericordia divina.

–De nuevo repetimos algunos versos del Salmo 50: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro..., renuévame por dentro... enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a Ti; los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias».

Mateo 16,15-23: Tú eres Pedro, te daré las llaves del Reino de los cielos. Pedro proclama en nombre de los Doce su fe en que Jesús es el Mesías y Éste lo proclama dichoso y le anuncia su futura misión en la Iglesia. Muchas veces ha comentado San Agustín este pasaje evangélico:

«Él les dijo: “Los hombres que pertenecen al hombre dicen esto y aquello; pero vosotros, hombres ciertamente, que pertenecéis al Hijo del Hombre, ¿quién decís que soy yo?” Entonces respondió Pedro, uno por todos, la unidad en todos: “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Cristo encarece su humildad; Pedro confiesa la majestad de Cristo. Era justo y conveniente que fuera así. Escucha, Pedro, lo que Cristo se hizo por ti y tú di quien se hizo Hijo del Hombre por ti. “¿Quién dice la gente que soy yo, el Hijo del Hombre?” ¿Quién es Este que por ti se hizo Hijo del Hombre?... “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Yo, dijo, recomiendo mi humildad; tú reconoce mi divinidad. Yo digo que me he hecho por ti; di tú cómo te hice a ti (Hebreos 3,12-15):» (Sermón 306, D).

VIERNES

Años impares

Deuteronomio 4,32-40: Amo a tus padres y después eligió su descendencia. Llama la atención Moisés sobre la misericordiosa elección del Señor en favor de Israel, a quien se ha dado a conocer y ha colmado de beneficios. Por eso el pueblo escogido ha de corresponder con gran amor, manifestado en la observancia de sus mandatos, que en definitiva son para bien de todos los hombres.

Tres acontecimientos del pasado retienen la atención de este pasaje bíblico: Dios se ha acercado a Israel comprometiéndose en las promesas de los patriarcas yendo a busca a su pueblo exiliado en Egipto, e introduciéndolo en la tierra prometida. El mismo y único Dios es el autor de estos tres acontecimientos: ¿por qué no habrá de ser también el autor de los acontecimientos que nos preocupan? Dios es único; por tanto su amor dura para siempre...

La palabra de Dios no se limita al pasado; también tiene actualidad ahora y la tendrá en el futuro; si esa Palabra espera una respuesta del hombre, esa respuesta es tan necesaria hoy como ayer y no es otra que una correspondencia de amor.

–Seguimos con la misma idea en el Salmo 76 escogido como responsorial: «Recuerdo las proezas del Señor, Sí recuerdo tus antiguos portentos, medito todas tus obras y considero tus hazañas. Dios mío, tus caminos son santos... Tú, oh Dios, haciendo maravillas...»

El cristiano, con mirada de fe, ha de saber leer en los caminos de la Providencia, que saca bienes aun de los mismos males. Por muy mal que nos parezca la situación del mundo, el cristiano ha de saber que Cristo ha prometido su asistencia a la Iglesia y una acogida favorable a la oración perseverante. Nunca hemos de desconfiar de que los antiguos portentos de la historia de la salvación se pueden renovar en nuestros días, como de hecho se renuevan en tantos movimientos más o menos silenciosos y en tantos actos heroicos patentes a los ojos de Dios.

Años pares

Nahúm 1,15; 2,2; 3,1-3.6-7: ¡Ay de la ciudad sangrienta! Nahúm, contemporáneo de Jeremías, anuncia el final del poder sirio. El profeta es el alegre mensajero que trae la noticia de la salvación, al tiempo que anuncia la ruina de Nínive, la ciudad enemiga. Yavé es realmente el Señor de toda la historia. San Jerónimo explica que:

«El padre únicamente corrige al que ama; el maestro únicamente reprende al alumno que ve de más agudo ingenio; si el médico deja de curar, es que ha perdido toda esperanza. Y si tú replicaras que así como Lázaro recibió los males en su vida, así yo también soportaré resignado mis sufrimientos, para que se me conceda la gloria futura, el Señor no tomará dos veces venganza de los mismos (Nah, 1,9). Por qué Job, hombre santo y sin tacha, y justo entre los de su tiempo, tuvo que sufrir tantas calamidades está explicado en su mismo libro» (Carta 68,1, a Castriciano).

–El salmo responsorial se ha tomado del capítulo 32 del Deuteronomio: «Yo doy la muerte y la vida... El Señor defenderá a su pueblo y tendrá compasión de sus siervos...» El Señor es justo. Si castiga, será hasta lo señalado por Él y al mismo tiempo quien ha sido en cierto sentido escogido como instrumento de su justicia recibirá su paga por su mala acción. Él dice: daré su paga al adversario». Porque Dios es único, un acontecimiento que tuvo lugar en Nínive, según la lectura anterior, repercutió en Jerusalén. Por la misma razón, un pueblo hundido en la desgracia recupera la felicidad prometida a sus antepasados. Siempre hemos de tener gran confianza en Dios.

Mateo 16,24-28: ¿Qué podrá dar un hombre para recobrar la vida? Después del anuncio de la Pasión, Jesús les indica a los suyos que habrán de seguirle en el sufrimiento y en la muerte. Llegará, sin embargo, un día en el que Cristo volverá en su gloria para el premio final. Algunos de sus discípulos tendrán un anticipo de semejante venida en la visión de Jesús transfigurado. San Agustín comenta:

«El hombre se perdió por primera vez causa del amor a sí mismo. Pues si no se hubiese amad y hubiese antepuesto a Dios; no se hubiese inclinado a hacer su propia voluntad descuidando la de Él. Amarse uno a sí mismo no es otra cosa que querer hacer su propia voluntad. Antepón la voluntad de Dios; aprende a amarte no amándote... Cuanto tiene de bueno, atribúyalo a Aquél por quien ha sido hecho; cuanto tiene de malo, es de cosecha propia.

«No hizo Dios lo que de malo existe en él; pierda lo que hizo si esto le causó defección. “Niéguese a sí mismo, dijo, y tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). ¿A dónde hay que seguir al Señor? Sabemos adonde va: hace pocos días hemos celebrado su solemnidad. Resucitó y subió al cielo: allí hay que seguirle. No hay motivo alguno para perder la esperanza; no porque el hombre pueda algo, sino por la promesa de Dios... Sigan a Cristo los miembros que allí tienen su lugar, cada uno en su género, en su puesto...

«Tomen su cruz, es decir, mientras están en este mundo toleren por Cristo cuantos sufrimientos les procure el mundo. Amen al único que no sufre engaño, el único que no engaña. Ámenle porque es verdad lo que promete. Mas como no lo da al instante, la fe titubea. Resiste, persevera, aguanta, soporta la dilación: todo esto es llevar la cruz» (Sermón 96).

SÁBADO

Años impares

Deuteronomio 6,413: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. Jesús reiterará a sus discípulos que en esto consiste el primero y el más grande mandamiento. Comenta San Agustín:

«La ley contiene muchos preceptos; aquella misma ley que recibe el nombre de decálogo tiene diez. Pero son como los diez preceptos generales a los que han de referirse todos los demás, innumerables por cierto... No te envió a cumplir muchos preceptos; ni siquiera diez, ni siquiera dos; la sola caridad los cumple todos. Pero la caridad es doble; hacia Dios y hacia el prójimo. Hacia Dios, ¿en qué medida? Con todo.

«¿A qué se refiere ese todo? No al oído, o a la nariz, o a la mano, o al pie. ¿Con qué puede amarse de forma total? Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente. Amarás la fuente de la Vida con todo lo que en ti tiene vida. Si, pues, debo amar a Dios con todo lo que en mí tiene vida, ¿qué me reservo para poder amar al prójimo? Cuando se te dio el precepto de amar al prójimo no se te dijo “con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente”, sino “como a ti mismo”. Has de amar a Dios con todo tu ser, porque es mejor que tú, y al prójimo como a ti mismo, porque es lo que eres tú» (Sermón 179,A).

–Sigue la misma idea en el Salmo 17: «Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza... Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte... Viva el Señor...sea ensalzado mi Dios y Salvador». El Señor nos sigue con un rostro lleno de amor y de misericordia, con el poder del Espíritu. En la Carta a los Hebreos se dice:

«No os habéis allegado al monte tangible, al fuego encendido, al torbellino, a la oscuridad, a la tormenta, al sonido de la trompeta y a la voz d las palabras, que quienes las oyeron rogaron que no se les hablase más...Pero vosotros os habéis allegado al Monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, a la Jerusalén celestial... y al Mediador de la nueva Alianza, Jesús...» (12,18-19.22.24).

Habría que traducir: «yo te amo entrañablemente, desde lo más íntimo de mi ser». Con estas palabras se expresa el sentido de lo preceptuado en Deuteronomio 6,4, según la lectura anterior.

Años pares

Habacuc 1,12–2,4: El justo vivirá por su fe. El profeta Habacuc, coetáneo de Jeremías, exalta la potencia de Dios y se lamenta del espantoso poderío del rey de Asiria. Seguidamente el profeta aguarda la visión que tiene que esperar con paciencia. Comenta San Agustín:

«Igualmente si dijéramos que carecemos en absoluto de justicia, carecemos también de fe; y si no tenemos fe, ni siquiera somos cristianos. Si tenemos fe, algo de justicia poseemos. ¿Quieres conoces la medida de ese algo? El justo vive por la fe... puesto que cree lo que no ve» (Sermón 158,4).

–Con el Salmo 9 decimos: «No abandonas, Señor, a los que te buscan... Él será el refugio del oprimido... Él venga la sangre. Él recuerda y no olvida el grito de los humildes». La acción de gracias y la alabanza es un modo de manifestar la fe en Dios. Pero la fe es, además, la más pura fuente de alegría; más aún, de una alegría desbordante. Este tema de la fe se repite muchas veces en el Salterio. Hay que vivir según la fe. El que vive como un pagano, el avaro, el intrigante, el malhechor, el opresor, ha negado la fe en la práctica y no tardará de abandonarla por completo; porque, si el corazón está corrompido, pronto se nublará la vista para no ver claro las cosas de la fe.

Mateo 17,14-19: Si tuvierais fe, nada os será imposible. Con ocasión de la curación del epiléptico, Jesús recomienda siempre la fe. La incredulidad no puede hacer milagros. Pero la fe es capaz de obtener de Dios grandes cosas. San Juan Crisóstomo dice:

«La Escritura nos muestra que este hombre era muy débil en la fe, Muchas circunstancias nos patentizan esta debilidad de fe: el haberle dicho Cristo “para el que cree todo es posible”; la respuesta misma del hombre a Cristo “Señor, ayuda a mi incredulidad”; el haber mandado al demonio que no volviera a entrar en el enfermo. Y otra prueba de poca fe es haber dicho el hombre a Cristo: “Si puedes”...

–«Mas si la falta de fe del padre –me dirás– fue la causa de que el demonio no saliera del enfermo, ¿cómo es que el Señor reprende a sus discípulos?

–«Porque quiere hacerles ver que podían ellos mismos, sin contar con los que se les acercaban, curar en muchas ocasiones con sola su fe. Porque así como muchas veces ha bastado la fe del suplicante para recibir la gracia aun de taumaturgos inferiores, así otras muchas ha bastado la fuerza del taumaturgo, aun sin la fe de los que se les llegaban, para obrar el milagro... De uno y otro caso se muestran ejemplos en la Escritura» (Homilía 57,3 sobre San Mateo).

San Agustín comenta:

«Nuestro Señor Jesucristo... reprochó la infidelidad hasta en sus mismos discípulos... Si los apóstoles eran incrédulos, ¿quién puede llamarse creyente?... No obstante, ni siquiera cuando eran incrédulos los abandonó la misericordia del Señor, sino que los censuró, los nutrió, perfeccionó y coronó. Pues también ellos, conscientes de su debilidad le dijeron: “Señor, auméntanos la fe” (Lc 17,5). La primera cosa útil era la ciencia, saber de qué estaban escasos; la gran felicidad saber a quien lo pedían... Ved si no llevaban sus corazones como a la fuente y llamaban para que se les abriera y los llenara. Quiso que se llamase a la puerta, no para rechazar a los que lo hicieran, sino para ejercitar sus deseos» (Sermón 80,1).

 

 

 

SEMANA 19

DOMINGO

Entrada: «Piensa, Señor, en tu alianza, no olvides sin remedio la vida de los pobres. Levántate, oh Dios, defiende tu causa, no olvides las voces de los que acuden a ti» (Sal 73,20.19.22-23).

Colecta (del sacramentario de Bérgamo): «Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida».

Ofertorio (del Veronense, Gelasiano y Gregoriano): «Acepta, Señor, los dones que has dado a tu Iglesia para que pueda ofrecértelos, y transfórmalos en sacramento de nuestra salvación».

Comunión: «Glorifica al Señor, Jerusalén, que te sacia con flor de harina» (Sal 147,12.14); o bien: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo, dice el Señor» (Jn 6,52).

Postcomunión (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada con texto del sacramentario de Bérgamo): «La comunión en tus sacramentos nos salve, Señor, y nos afiance en la luz de tu verdad».

 

Ciclo A

Se subraya en este Domingo la presencia de Dios, que actúa en medio de los hombres. Esa presencia divina culminó en la encarnación del Verbo, el Emmanuel, Dios con nosotros. Solo con una conciencia viva y constantemente renovada de esta presencia personal divina, el cristiano puede conjurar el mayor riesgo que amenaza al hombre en su paso por la vida: el vacío o la ignorancia de Dios en su quehacer de cada día. Solo la cercanía de Dios, amorosamente vivida en el misterio de Cristo, puede dar trascendencia a nuestra existencia temporal en ruta hacia la eternidad.

El pavor de los discípulos de Jesús al verle andar sobre las aguas del mar es similar al del profeta Elías, en la primera lectura, cuando se encontró con el Señor en el monte santo. San Pablo explica que el pueblo judío, aunque oficialmente no acogió el mensaje de Cristo, es el pueblo que recibió de Dios las promesas y en su seno nació Cristo. Al final de la historia, Israel entrará por la fe en Cristo en el Reino de Dios (cf. Rom 11,5.12.26; Catecismo 674).

1 Reyes 19,9.11-13: Aguarda al Señor en el monte. Elías, el varón de Dios, en medio de hombres idólatras e increyentes, encarna la semblanza del hombre que busca conscientemente la presencia de Dios y su intimidad amorosa, con humilde y profunda sinceridad. Dios es trascendente: no se encuentra en los elementos de la naturaleza ni en las potencias de la historia, sino más allá del ser. Dios es fiel. No abandona a sí mismo a Elías, cuando todo parece perdido y toda esperanza desaparecida. En el mismo lugar en que se manifestó a Moisés, muestra ahora su continuidad en las promesas y la indefectible estabilidad de sus intenciones. Se da a Elías una misión y una nueva fuerza. Dios sigue actuando en la Iglesia con su poder y sus dones de santificación por medio de los sacramentos instituidos por Cristo y con su asistencia peculiar, con una providencia especial en muchos órdenes. San Jerónimo dice:

«Por eso, de pie, como Elías en el hueco de la peña, podían pasar por el ojo de la aguja (1 Re 19,1ss) y contemplar  el dorso del Señor. Nosotros en cambio nos abrasamos de avaricia, y mientras hablamos contra el dinero abrimos el seno al oro y nada nos parece bastante... Obramos así porque no creemos en las palabras del Señor. Y porque la edad que soñamos nos halaga a todos no con la proximidad de la muerte, que por ley de la naturaleza es lo propio de los mortales, sino con la vana esperanza de una larga serie de años» (Carta 125,14, a Geruquia).

–Sigue la misma idea en el Salmo 84: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación... Dios anuncia la paz, la salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra...». La salvación de Cristo está cerca de los que lo temen. Viviendo según la verdad en la caridad, procuremos en todo caso crecer en Él, que es la Cabeza del Cuerpo Místico. «Sed luz en el Señor, el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad» (Ef 5,8-9).

Romanos 9,1-5: Quisiera ser un proscrito en bien de mis hermanos. Jesús, Hijo de Dios encarnado entre los hombres, fue para  su propio pueblo el gran desconocido. Este hecho constituyó la más profunda tragedia para el Pueblo de Dios en la historia de la salvación. San Juan Crisóstomo anima al seguimiento de Dios:

«Acaso te parezca por encima de tus fuerzas el imitar a Dios. A la verdad, para quien vive vigilante, ello no es difícil. Pero en fin, si te parece superior a tus fuerzas, yo te pondré ejemplos de hombres como tú. Ahí tienes a José, ahí tienes a Moisés, ahí tienes a Pablo que, no obstante no poder contar cuánto sufrió de parte de los judíos, aún pedía ser anatema por su salvación (Rom 9,3)... Considerando nosotros estos ejemplos, desechemos de nosotros toda ira, a fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados» (Homilía 61,5, sobre San Mateo).

Mateo 14,22-33: Mándame ir a Ti andando sobre las aguas. El Corazón de Jesucristo, presencia viviente y cercanía plena de Dios en medio de los suyos, es siempre la garantía definitiva de salvación para los hombres. Comenta San Agustín:

«Y el Señor dijo: “ven”. Y bajo la palabra del que mandaba, bajo la presencia del que sostenía, bajo la presencia del que disponía, Pedro, sin vacilar y sin demora saltó al agua y comenzó a caminar. Pudo lo mismo que el Señor, no por sí, sino por el Señor. Lo que nadie puede hacer en Pedro, o en Pablo, o en cualquier otro de los Apóstoles, puede hacerlo en el Señor... Pedro caminó sobre las aguas por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no podía hacerlo. Por la fe pudo lo que la debilidad humana no podía.

«Estos son los fuertes en la Iglesia. Atended, escuchad, entended, obrad. Porque no hay que tratar aquí con los fuertes, para que sean débiles, sino con los débiles para que sean fuertes. A muchos les impide ser fuertes su presunción de firmeza. Nadie logra de Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su flaqueza... Contemplad el siglo como un mar, lo que cae bajo tus pies. Si amas al siglo, te engullirá. Sabe devorar a sus amadores, no soportarlos. Pero, cuando tu corazón fluctúa invoca la divinidad de Cristo... Dí: “¡Señor, perezco, sálvame!”. Dí: “perezco”, para que no perezcas. Porque solo te libra de la carne quien murió por ti en la carne» (Sermón 76,5-6).

Iluminados por Dios y vinculados en intimidad con el Corazón de Jesucristo, hemos de tener siempre firme fe en Cristo, nuestra verdadera fortaleza en todas las dificultades de la vida.

 

Ciclo B

Jesús se nos da como pan de vida en la fe, y sobre todo en la Eucaristía, simbolizada en el pan que alimentó a Elías en el desierto. En la medida en que seamos verdaderos cristianos nos comportaremos como hombres auténticos con todas sus virtudes.

Toda la vida del cristiano es un peregrinar irreversible con vocación de eternidad. Es un «éxodo» permanente que consumará, para la Iglesia y para cada uno de nosotros, el designio de Dios de trasladarnos al Reino del Hijo de su Amor. El Pan de vida que necesitamos en esta peregrinación es la Eucaristía.

1 Reyes 19,4-8: Con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte del Señor. Mientras vivimos en el tiempo, nuestra existencia cristiana es una ardua peregrinación hacia la eternidad. Como Elías, camino del Sinaí, nuestra debilidad necesita del alimento eucarístico. San Jerónimo explica:

«Cuando Elías, que iba huyendo de Jezabel, se echó cansado bajo una encina, fue despertado por un ángel que llega hasta él y le dice: “Levántate y come”. Y alzó los ojos y vio a su cabecera una hogaza de trigo y un vaso de agua (1 Re 19, 5-6). ¿No podía Dios mandarle vino oloroso y comidas condimentadas con aceite y carnes picadas?... Son innumerables los textos dispersos en las Escrituras divinas que condenan la gula y proponen comidas sencillas; pero como no es mi intención tratar ahora de los ayunos, por otra parte todas estas cosas pertenecen a título y libro especial, baste lo poco que he dicho de entre lo mucho que se podría decir» (Carta 20,9, a Eustoquia).

–Los versos del Salmo 33 nos sirven de oportuno responsorio: «Gustad y ved qué bueno es el Señor: Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Mi alma se gloría en el Señor, que los humildes lo escuchen y se alegren... Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias».

Dice San Agustín que en este Salmo es Cristo mismo el que invita a todos los hombres a alabar al Padre juntamente con Él y nos enseña el santo temor de Dios. El estribillo ha sido interpretado en la tradición cristiana como referido a la Eucaristía, de hecho se ha escogido muchas veces para antífona de la Comunión.

Efesios 4,30–5,2: Vivid en el amor como Cristo. Ante el Padre, el Corazón redentor de Cristo es quien nos da la vida y el amor que nos hacen dignos del Padre y el que nos lleva por su Espíritu vivificante. Comenta San Agustín:

«El Padre no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros. Él no opuso resistencia, sino que lo quiso igualmente, puesto que la voluntad del Padre y del Hijo es una, conforme a la igualdad de la forma divina, poseyendo la cual, no consideró objeto de rapiña el ser igual a Dios. Al mismo tiempo, su obediencia fue única en cuanto que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo. Pues Él nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros como oblación y víctima a Dios en olor de suavidad (Ef 5,2). Así pues, el Padre no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por nosotros, pero de forma que también el Hijo se entregó por nosotros.

«Fue entregado el Excelso, por quien fueron hechas todas las cosas; fue entregado en su forma de siervo al oprobio de los hombres y al desprecio de la plebe; fue entregado a la afrenta, a la flagelación y a la muerte, y con el ejemplo de su Pasión nos enseñó cuánta paciencia requiere el caminar con Él» (Sermón 157,2-3).

Por medio del bautismo el fiel ha sido insertado en Cristo, viniendo a ser un solo cuerpo, animado por un solo Espíritu que es fuente de gozo y motivo de esperanza para la gloria futura, viviendo en el Amor y siguiendo a Cristo en su entrega para gloria de Dios y salvación de los hombres.

Juan 6,41-51: Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. Cristo, el Hijo de Dios vivo, encarnado en nuestra propia carne y sangre, para hacer a los hombres hijos de Dios, se nos ha convertido en Sacramento de Pan de vida al alcance de todos los hombres. San Agustín dice:

«Pan vivo precisamente, porque descendió del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era la sombra, éste es la verdad... ¿Cuándo iba la carne a ser capaz de comprender esto de llamar al pan carne? Se da el nombre de carne a lo que la carne no entiende; y tanto menos comprende la carne, porque se llama carne. Esto fue lo que les horrorizó y dijeron que esto era demasiado y que no podía ser. Mi carne, dice, es la vida del mundo. Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a ser cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo solamente vive el cuerpo de Cristo.... Mi cuerpo recibe ciertamente de mi espíritu la vida. ¿Quieres tú recibir la vida del Espíritu de Cristo? Incorpórate al Cuerpo de Cristo... El mismo Cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo.

«De aquí que el Apóstol Pablo nos hable de este Pan, diciendo: Somos muchos un solo Pan, un solo Cuerpo. ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de unidad, y qué vínculo de caridad!. Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incorpore a este Cuerpo, para que tenga participación de su vida» (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 26,13).

 

Ciclo C

Vigilar siempre, como los criados que aguardan a su Señor. El «paso» del Señor en la noche para librar a su pueblo y de noche salió del sepulcro Cristo Jesús. En todo momento necesitamos la fe, como lo expone el autor de la Carta a los Hebreos en la segunda lectura.

Todas las lecturas de este Domingo nos ofrecen una meditación seria y serena sobre el problema de nuestra salvación eterna. Es una invitación a hacer una revisión de vida.

Sabiduría 18,6-9: Castigaste a los enemigos y nos honraste llamándonos a Ti. La noche de la liberación de Egipto y la primera celebración del sacrificio pascual fueron para los israelitas el memorial permanente del amor de Dios, que los puso en camino de salvación.

El pueblo de Dios pasa la noche en vigilia esperando el doble acontecimiento: su salvación y el castigo de sus enemigos. Yahvé con el mismo gesto castiga a los enemigos y salva a los israelitas, haciendo de ellos un pueblo consagrado a su servicio y a su culto. La liberación de Israel es el acto de su glorificación ante las naciones y antes la historia. Su destino al culto del Dios verdadero es su gran vocación.

El culto de Israel comenzó en aquella noche. El hombre, a través de la sabiduría, de la ley y de la fe, es llamado a entrar en comunión con Dios. Ahí está su éxito, su felicidad, su prosperidad; fuera de esto están la ruina y la muerte.

–Por eso cantamos como responsorial el Salmo 32, en el que se invita a los justos a alabar al Señor: «La misericordia de Dios es justicia y derecho, porque todas sus obras son verdad y sinceridad». Pero el derecho y la justicia son en Él misericordia, porque en todas sus obras busca con amor la autenticidad y la verdad de nuestro ser. Si el creyente de todos los tiempos tiene motivo para confiar alegre y esperanzado en la Palabra divina, llena de amor y misericordia, el cristiano sabe que esa misma Palabra se ha hecho hombre (Jn 1,14), para realizar los proyectos del Corazón de Dios: la redención.

Hebreos 11,1-2.8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. La verdadera salvación se realiza en nosotros por la fe en Cristo, nuestra Pascua (1 Cor 5,7) y por la esperanza que nos mantiene fieles a los designios de salvación que el Padre nos ofrece. Comenta San Agustín con gran belleza:

«Es la fe anticipo para los que esperan, prueba de las cosas que no se ven» (Heb 11,1). Si no se ven, ¿cómo persuadirles de su existencia? Y ¿de dónde procede lo que ves sino de un principio invisible? Si, en efecto, tú ves algo para llegar por ahí a creer en algo; la fe en lo invisible se apoya en lo que vemos. No seas desagradecido a quien te dio los ojos, por donde puedes llegar a creer lo que todavía no ves. Dios te puso en la cara los ojos y la razón en el alma; despierta esa razón, despierta al que mora dentro de tus ojos, asómate a esas ventanas y mira por ellas la creación divina. Porque alguien hay que mira por los ojos. ¿No te sucede alguna vez que, ocupado ese que mora dentro de ti en otros pensamientos, no ves lo que tienes delante de los ojos? En vano están de par en par las ventanas si está ausente quien por ellas mira.

«No son, pues, los ojos quienes ven, sino que alguien ve por los ojos; levántale, despiértale. No, no te fue rehusado; hízote Dios animal racional, te antepuso a las bestias, te formó a su imagen. ¡Qué! Esos tus ojos, ¿no van a servirte para ver de hallar, como los animales, cebo para el vientre y nada para la mente? Levanta, pues, la mirada de la razón, usa de los ojos cual hombre, ponlos en el cielo y en la tierra: en las bellezas del firmamento, en la fecundidad del suelo, en el volar de las aves, en el nadar de los peces, en la vitalidad de las semillas, en la ordenada sucesión de los tiempos; pon los ojos en las hechuras y busca al Hacedor; mira lo que ves, y sube por ahí al que no ves» (Sermón 126,3).

Lucas 12,32-38: Estad preparados. Mientras vivimos en el cuerpo, vamos peregrinando lejos del Señor y caminamos en la fe» (2 Cor 5,6), por ello, el desprendimiento de los bienes perecederos, el corazón fijo en la alegría de la salvación y la vigilancia en estado de alerta permanente constituyen las actitudes de la esperanza constante del cristiano. Comenta San Agustín:

«Tenéis también la advertencia clarísima del Señor que dice: “tened la cintura ceñida y las lámparas encendidas, y sed como siervos que esperan a su señor” (Lc 12,35-36). Estemos a la espera de su llegada; no nos encuentre adormilados. Vergonzoso es para una mujer casada no desear el retorno de su marido. ¡Cuánto más vergonzoso para la Iglesia no desear el de Cristo!... Ha de venir el Esposo de la Iglesia a traer los abrazos eternos, a hacer sus herederos para siempre consigo, ¡y nosotros vivimos de tal manera que no solo no deseamos su venida, sino que hasta la tememos! ¡Cuán verdad es que ha de llegar aquel día, como en los tiempos de Noé! ¡A cuántos ha de hallar así, incluso entre los que se llaman cristianos!» (Sermón 361,19).

El misterio de nuestra salvación es, a diario, problema real para nuestra autenticidad cristiana, vivida no solo en el templo o en el altar, sino en cada momento de nuestra vida y de nuestra conducta ante Dios, ante los hombres y ante nuestra propia conciencia.

LUNES

Años impares

Deuteronomio 10,12-22: Se invita a Israel a temer a Dios, observando sus mandamientos y amándole. Vida interior. Espiritualidad profunda.

Dios no ama solamente a los patriarcas, sino que incesantemente renueva su amor, y es la situación actual del pueblo la que se hace digna de amor a sus ojos. El amor de Dios no es rechazado ni por la pequeñez ni a causa del pecado.

La elección, revelación del amor de Yahvé a su pueblo, implica la idea de que este último debe testimoniar por su parte su amor y adhesión a Dios. Esta reciprocidad de amor, que no es otra que la Alianza, invita al pueblo a amar a los pobres y a los extranjeros con el mismo amor que Dios siente hacia ellos. Exigencia, tanto más extraordinaria, cuanto que el pueblo marcha incesantemente a la conquista de un país que está en poder de extranjeros. Los profetas, y en esta lectura también, insisten mucho en la interioridad, en la compunción del corazón, del cumplimiento de la voluntad de Dios y del amor con que es cumplida.

–Bendecimos al Señor con el Salmo 147:  «Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión, que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti... Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina, envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz... Con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus mandatos».

Verdaderamente, si con ninguna nación obró así Dios como con Israel, anunciándole su palabra y dándole a conocer sus decretos y mandatos en la Alianza, ¿quién podrá imaginar la realidad de la Nueva Alianza en la Iglesia, en la que perpetuamente vive Cristo, realmente presente en la Eucaristía? Acercarse a la Eucaristía es acercarse a la Palabra omnipotente de Dios, que hace el mayor milagro: acercarse a los hombres y hacerse una misma cosa con ellos.

Años pares

Ezequiel 1,2.5.24-2,1: La gloria del Señor. El Señor se muestra bajo la forma de un fuego abrasador. La descripción hace resaltar la trascendencia omnipotente de Dios sobre el universo creado. San Gregorio Magno enseña:

«Del buen fuego está escrito: “Yo vine a traer fuego a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda?” (Lc 12, 49). Según esto, se trae fuego a la tierra cuando el alma terrena, inflamada por el ardor del Espíritu Santo, quema totalmente sus deseos carnales. Pero del mal fuego se dice:  “el fuego abrasador que ha de consumir a los enemigos” (Heb 10,27), porque el corazón perverso se consume en su malicia; pues como el fuego del amor eleva la mente, así el fuego de la malicia la hace caer por tierra; pues así como el Espíritu Santo eleva el corazón que Él llena, así el ardor de la malicia le inclina siempre a lo bajo...

«No dice la visión de la gloria, sino: una semejanza de la gloria, a saber, para mostrar que, por más atención que ponga la mente humana, aunque rechace del pensamiento todos los fantasmas de imágenes corporales, aunque ya aparte de los ojos del alma todos los espíritus finitos, con todo, mientras permanezca en carne mortal, no puede ver la gloria de Dios tal como es, sino que lo que de ella resplandece en el alma una semejanza es, no ella misma» (Homilía 2 y 8 sobre Ezequiel).

–El Salmo 148 nos ofrece un contenido precioso en relación con la lectura anterior: «Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria... Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, ángeles, sus ejércitos, jóvenes, doncellas, viejos y niños, el único nombre sublime»... Dios merece toda alabanza por la creación, por sus maravillas en la historia de la salvación y, sobre todo, por la redención realizada por Jesucristo y prolongada en la vida de la Iglesia, especialmente en la sagrada Eucaristía, con todo lo que ésta lleva consigo.

Mateo 17,21-24: Lo matarán pero resucitará. Luego de haber anunciado por segunda vez su cercana pasión, Jesús responde a la pregunta acerca del impuesto del Templo, volviendo a insistir sobre todo en la libertad de los hijos de Dios ante tal impuesto. Pero Jesús no es ningún revolucionario: quiere evitar el escándalo que provocaría si rechazase pagar el canon, especialmente en favor del Templo. San Jerónimo dice:

«Nuestro Señor era hijo de rey según la carne y según el espíritu, como descendiente de la estirpe de David y como Verbo del Padre omnipotente. Luego como hijo de rey no debía pagar el impuesto pero, dado que ha asumido la debilidad de la carne, ha debido «cumplir toda justicia» (Mt 3,15). Desdichados de nosotros que estamos censados bajo el nombre de Cristo y no hacemos nada digno de tan grande majestad; Él, por nosotros, ha llevado la cruz y ha pagado el impuesto, nosotros no pagamos impuestos en su honor. [Los miembros del clero no pagaban impuestos después que Constantino reconoció el cristianismo] y como si fuéramos hijos de rey, estamos dispensados de los tributos...

«No sé qué admirar primero aquí, si la presciencia del Salvador o su grandeza; la presciencia porque sabía que el pez tenía una moneda en la boca y que era el primero que iba a ser capturado; su grandeza y su poder porque a una palabra suya se formó una moneda en la boca del pez y su palabra realizó lo que iba a suceder.

«En sentido místico me parece que este pez capturado en primer lugar es aquel que estaba en el fondo del mar y moraba en las profundidades saladas y amargas para ser liberado por el segundo Adán, él, el primer Adán, y por lo que se había encontrado en su boca, es decir, su confesión, fue entregado por Pedro al Señor. Y está bien que sea dado precisamente ese precio, pero está dividido en dos partes, por Pedro es entregado como precio por un pecador, en cambio nuestro Señor no había conocido pecado ni se había hallado mentira en su boca (Is 53,9; 1 Pe 1,22)» (Comentario al Evangelio de Mateo 17,25-27).

MARTES

Años impares

Deuteronomio 31,1-8: Sé fuerte y valiente, se dice a Josué. Moisés exhorta a Josué a que cobre ánimo y energías para que sea capaz de hacer penetrar a Israel en la tierra de promisión. De la misma manera que lo hizo con Josué, Dios aportará la salvación a su pueblo por medio de Jesucristo que nos introducirá en el Reino de los cielos. La historia de la salvación continúa. Los hombres se suceden unos a otros. Todos hemos de realizar la misión que nos corresponde.

Dios quiere llevar a los hombres a una vida de comunión con Él. Esta idea fundamental para la doctrina de la salvación es la que expresa el tema de la alianza. En el Antiguo Testamento dirige todo el pensamiento religioso, pero se ve cómo con el tiempo se va profundizando. En el Nuevo Testamento adquiere una plenitud sin igual, pues ahora tiene ya por contenido todo el misterio de Cristo.

–Como salmo responsorial se han escogido unos versos del Deuteronomio 32: «La porción del Señor fue su pueblo». El tema del pueblo de Dios, en el que se organizan en síntesis todos los aspectos de la vida de Israel, es tan central en el Antiguo Testamento, como lo será en el Nuevo, el tema de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, pero también cuerpo de Cristo. Entre los dos sirve de enlace la escatología profética: en el marco de la antigua alianza, anuncia y describe anticipadamente al pueblo de la Nueva Alianza, aguardado para el fin de los tiempos.

Años pares

Ezequiel 2,8–3,4: Comió el volumen y le supo dulce como la miel. Dios presenta al profeta Ezequiel un libro para que se lo coma. Contiene ese libro la revelación del Señor. La imagen expresa la identificación de la voz del profeta con la palabra de Dios. San Gregorio Magno dice:

«El libro que llenó las entrañas se ha hecho en la boca dulce como la miel, porque los que de veras han aprendido a amarle en las entrañas de su corazón, ésos saben hablar dulcemente del Señor omnipotente. Si la Sagrada Escritura es dulce al paladar de éstos, cuyas vísceras vitales están llenas de los mandatos de Él, porque a quien los lleva impresos interiormente para vivir, a ése le es agradable hablar de ellos. En cambio, no resulta dulce el sermón a quien una vida réproba está remordiendo dentro de la conciencia.

«De ahí la necesidad de que quien predica la palabra de Dios considere primero cómo debe vivir, para que luego, de su vida, deduzca qué y cómo debe predicar; porque en la predicación, la conciencia enamorada de Dios edifica más que el arte de hablar; pues amando lo celestial, dentro de sí mismo lee el predicador el modo de persuadir cómo deben despreciarse las cosas terrenas» (Homilía 10, 13 sobre Ezequiel).

–Con unos versos del Salmo 118 oramos: «Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas. Tus preceptos son mi delicia, tus decretos mis consejeros. Más estimo yo los preceptos de tu boca, que miles de monedas de oro y plata. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! más que miel en la boca. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos».

Mateo 18,1-5.10.12-14: Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Esta es una de las reglas que se han de seguir en la vida comunitaria de la Iglesia: es necesaria la sencillez para entrar en el Reino de los cielos. San Jerónimo enseña:

«Si alguno fuere tal que imita a Cristo en su humildad, en él se recibe a Cristo. Y, para que cuando les suceda esto a los apóstoles no lo consideren una gloria personal, prudentemente añade que deberán ser recibidos no por sus méritos, sino en honor a su Maestro. Pero el que escandalice... Aunque ésta pueda ser una condenación general de los que provocan escándalos, sin embargo, según el contexto, también se puede ver en ella una crítica de los apóstoles quienes, al preguntarle quién era el mayor en el Reino de los cielos, parecían disputarse los honores. Si hubieran perseverado en ese defecto, podían perder a aquéllos que llamaban a la fe por causa del escándalo, al ver que los apóstoles se disputaban los honores.

«Sus palabras: “sería preferible para él que le atasen al cuello una piedra de moler”, se refieren a una costumbre del país. Éste era entre los antiguos judíos el castigo de los grandes criminales: se los arrojaba al fondo del mar con una piedra atada al cuello. Es preferible, sin embargo, para él, porque es mucho mejor recibir el castigo inmediato que ser reservado para los tormentos eternos (2Pe 2,9)... Cada uno de los fieles sabe lo que le hace daño o turba su corazón y lo somete a menudo a tentación. Es preferible una vida solitaria que perder la vida eterna por las necesidades de la vida presente» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,5.6.8).

 

MIÉRCOLES

Años impares

Deuteronomio 34,1-12: No surgió otro profeta como Moisés. Moisés sube al monte Nebo, desde donde el Señor le hace ver la  tierra prometida. Después de la muerte de aquél, le sucedió Josué, ya que por la imposición de las manos había recibido el espíritu de sabiduría (Num 27,18-23).

Para Israel es Moisés el profeta sin igual (Dt 34,10ss), por el que Dios liberó a su pueblo, selló con él su alianza, le reveló su ley. Es el único al que, juntamente con Cristo da el Nuevo Testamento el nombre de «mediador». Pero, al paso que por la mediación de Moisés (Gal 3,19), su siervo fiel (Heb 3,5), dio Dios la ley al solo pueblo de Israel, a todos los hombres los salva por la mediación de Cristo (1 Tim 2,4ss), su Hijo (Heb 3,6); «la ley nos fue dada por Moisés; la gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo» (Jn 1,17). Este paralelismo entre Moisés y Jesucristo pone en evidencia la diferencia de los dos Testamentos.

–Con el Salmo 65 cantamos un himno de acción de gracias por la liberación: «Bendito sea Dios, que nos ha devuelto la vida». Por eso se invita a toda la tierra a cantar a Dios, a tocar para su nombre, a ver las obras de Dios, sus proezas en favor de los hombres. «Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, haced resonar sus alabanzas...»

Las liberaciones que tuvieron lugar en el pueblo de Israel eran figuras y señales de una liberación más completa, que se llevaría a cabo con Cristo Redentor. Por eso también nosotros cantamos y nos llenamos de júbilo y queremos que todos los pueblos aclamen al Señor. Para todos ha venido la liberación, con la Encarnación de Cristo. Son muchos los beneficios que debemos a Dios, tanto en el orden de la naturaleza, como en el orden sobrenatural. Bien podemos decir también nosotros: «Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo: a Él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua».

Años pares                                          

Ezequiel 9,1-7.10.18-22: Ezequiel ve abatirse el castigo sobre el templo mancillado con todo género de ídolos. Son asolados los moradores de Jerusalén, mas gracias a la intervención de Ezequiel, queda perdonado un «resto»: aquéllos que permanecieron fieles y fueron marcados con el sello de Dios. La gloria del Señor abandona luego el templo para dirigirse a Oriente. Comenta San Agustín:

«Interesa sobremanera saber dónde lleva el hombre la señal de Cristo, si solo en la frente o en la frente y en el corazón. Oísteis lo que decía hoy el santo profeta Ezequiel; cómo Dios, antes de enviar al exterminador del pueblo malvado, mandó delante a quien había de sellar diciéndole: “Vete y señala en la frente a quienes gimen y se afligen por los pecados de mi pueblo que se cometen en medio de ellos ”[contra los donatistas]. Pero gimen y se duelen y por ello son señalados en la frente, en la frente del hombre interior, no en la del exterior. Pues hay una frente en el rostro y otra en la conciencia.

«A veces cuando se toca la frente interior, se ruboriza la exterior; en ella fueron sellados los elegidos para evitar el exterminio, pues aunque no corregían los pecados que se cometían en medio de ellos, se dolían y ese mismo dolor los separaba de los culpables. Estaban separados a los ojos de Dios y mezclados a los de los culpables. Son señalados ocultamente para no ser dañados abiertamente... ¡Cuán gran seguridad se os ha dado, hermanos míos, a vosotros que gemís en este pueblo y os doléis de las iniquidades que se comenten en medio de vosotros, sin cometerlas vosotros!» (Sermón 107,7).

–Con el Salmo 112 decimos: «La gloria del Señor se eleva sobre el cielo». Es muy adecuado a la lectura anterior, pues con él se comienza los Salmos del Hallel o de la alabanza y se cantaba durante la Pascua. El motivo de esta alabanza es la trascendencia de Dios sobre la naturaleza y sobre la historia humana. Yahvé sobrepasa en grandeza a todos los pueblos. Pero lo más admirable es que este Dios sublime no se digna comprometerse con los más humildes, que parecen sus favoritos. Dios baja hasta lo más profundo de la mi-seria humana, sin que por eso pierda su transcendencia. «¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra? El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo... Bendito el nombre del Señor ahora y por siempre».

Tenemos nosotros más motivos para alabar al Señor que los israelitas, por las inmensas maravillas que ha realizado con nosotros: la redención, los sacramentos, la doctrina de Jesucristo, la Iglesia y, sobre todo, la Eucaristía...

Mateo 18,15-20: Si te hace caso has salvado a tu hermano. La paz entre todos los miembros de la comunidad. El tema importante de este pasaje evangélico es el perdón. San Jerónimo escribe:

«Si nuestro hermano ha pecado contra nosotros y nos ha perjudicado en algo, tenemos la posibilidad, más bien la obligación, de perdonarlo, porque se nos ha prescrito que perdonemos  sus deudas a nuestros deudores (Mt 6,12); pero si alguien hubiera pecado contra Dios, no depende de nosotros... Nosotros, indulgentes con las injurias que se hacen a Dios, manifestamos odio por las ofensas que nos hacen. Y debemos corregir al hermano en privado, no sea que, si ha perdido una vez el pudor y la vergüenza, permanezca en pecado.

«Y, si nos escucha, ganamos su alma y por la salud de otro procuramos también la nuestra. Pero si se niega a escucharnos, que se llame a un hermano; si se niega a escuchar a éste, llámese a un tercero, ya sea para tratar de corregirlo ya para amonestarlo delante de testigos. Pero si tampoco a ellos quisiere escucharlos, entonces hay que decirlo a muchos para que lo detesten y el que no pudo ser salvado por la vergüenza se salve por las afrentas» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,17).

San Agustín comenta:

«Debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir... Si corriges por amor propio nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente... Considera por las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él... ¿Cómo no vas a pecar contra Cristo, si pecas contra un miembro de Cristo?» (Sermón 82,1-5).

JUEVES

Años impares

Josué 3,7-10.11.13-17: Lo mismo que en el mar Rojo sucede ahora en el Jordán. Lo atravesaron a pie enjuto. La travesía del Jordán se presenta como una procesión litúrgica. Se diría que el paso del río se reduce a llevar el arca de una orilla a otra del río. No se presta atención más que a ello.

En ese capítulo se le menciona diecisiete veces y el pueblo recibe órdenes precisas para ir delante de ella en señal de veneración. Es como si el mismo Yahvé entrase solemnemente en el país prometido. Gran sentido de lo sagrado. Las aguas se detienen. Resplandece aquí de modo especial la presencia de Dios en medio de su pueblo. En medio de nosotros está Cristo en la Eucaristía. Hemos de ser conscientes de esa verdad y actuar en consecuencia.

–Rezamos con el Salmo 113: «Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob, de un pueblo balbuciente, Judá fue su santuario, Israel fue su dominio. El mar al verlos huyó, el Jordán se echó atrás...  ¿Qué te pasa, mar, que huyes, a ti, Jordán, que te echas atrás?» Las maravillas de Dios obradas en el Antiguo Testamento se renuevan y aventajan en el Nuevo Testamento, y en el tiempo de la Iglesia son realizadas por Dios en cada una de las almas, que son otros tantos santuarios en los que Dios habita.

Cristo enseña a los hombres a confiar en el Padre celestial y otorga a todos una bendición sobreabundante, comunicando a los hombres su misma vida divina.

Años pares

Ezequiel 12,1-12: Emigra a la luz del día, a la vista de todos: Dios invita al profeta a que imite la emigración a fin de anunciar la futura deportación y el destierro, y de modo especial  el ocaso del reinado de Sedecías, el último rey de Judá. Es el castigo de aquellos que «tienen ojos para ver y no ven; y oídos para oír y no oyen». Con estas palabras repetidas varias veces, reprocha Cristo el desinterés de algunos de sus oyentes ante las realidades de lo alto que les enseña.

La emigración es constante en nuestros tiempos: campos absorbidos por las ciudades; países pobres por los ricos; ciudades en paro por las de mucho trabajo... Es un signo de las limitaciones del hombre. Todo desplazamiento viene a ser como un desarraigo de la persona. El cristiano debe ver todo esto con un criterio sobrenatural: llevar la cruz, acogida al hermano, caridad constante en unos y en otros... Así contribuimos a hacer una humanidad más conforme a los mandatos de Dios y a Dios mismo. Se ha de dar en la Iglesia una preocupación grande para que la vida espiritual y la práctica religiosa de los emigrantes no decaigan, sino que se vivifiquen.

–Con el Salmo 77 proclamamos: «No olvidéis las acciones de Dios... Tentaron a Dios Altísimo y se rebelaron, desertaron y traicionaron... Dios los oyó y se indignó... entregó su pueblo a la espada»... La historia de Israel, resumida en este Salmo, es una historia de Alianza de Dios con su pueblo, marcada por la fidelidad inquebrantable de Dios y por las infidelidades humanas. Es ocasión de hacer una gran revisión de vida. ¿hay en nosotros infidelidades? Volvámonos a Dios, que es un Padre misericordioso y nos perdona siempre. Es San Pablo quien nos dice que todo lo del Antiguo Testamento sucedió como ejemplo para nosotros, para nuestra vida de cristianos (1 Cor 10,11-13). Aceptemos con humildad esas lecciones y actuemos en consecuencia: correspondamos con un mayor amor a los beneficios inmensos que Dios nos otorga.

Mateo 18,21–19,1: Perdón constante. Jesucristo indica a Pedro que se ha de perdonar sin  límites, sin medida y eso mismo enseña con la parábola del rey que  quiso ajustar las cuentas. Comenta San Agustín:

«Ved, hermanos, que la cosa está clara y que la amonestación es útil. Se debe, pues, la obediencia realmente salutífera para cumplir lo mandado. En efecto, todo hombre al mismo tiempo que es deudor  ante Dios tiene a su hermano por deudor... Se queremos que se nos perdone a nosotros, hemos de estar dispuestos a perdonar todas las culpas que se cometan contra nosotros» (Sermón 83,2 y 4).

San Jerónimo comenta:

«Sentencia temible si el juicio de Dios se acomoda y cambia de acuerdo a las disposiciones de nuestro espíritu. Si no perdonamos una pequeñez a nuestros hermanos, las cosas grandes no nos serán perdonadas por Dios. Como cada uno puede decir: “Yo no tengo nada contra él, él sabe, tiene a Dios por juez, no me importa lo que quiere hacer, yo le he perdonado”, el Señor confirma su sentencia y destruye totalmente la simulación de una paz fingida diciendo: “Si cada uno no perdona de corazón a su hermano”» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,35).

VIERNES

Años impares

Josué 24,1-3: Os saqué de Egipto. Os dí una tierra. El Señor habla al pueblo  por boca de Josué y le recuerda las maravillas obradas en su favor.

El relato de la asamblea de Siquem ilustra de forma interesante el contenido de la Alianza, que no se reduce, en primer término, al hecho de Dios que reconoce a su pueblo. Es ante todo, la constitución de un pueblo en torno a una fe común y a un culto común. Israel reconoció a su Dios. Nacionalidad y religión son inseparables en Israel. Todo es comunitario. Dios no quiso la santificación ni la salvación de unos cuantos individuos considerados aisladamente, sino la constitución de un pueblo, de un reino, de una nación, donde se santifiquen y se salven los individuos. Esto en el Antiguo Testamento, en el Nuevo y en la vida de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. De ahí el sentido comunitario de la liturgia que no parte del «yo» sino del «nosotros».‘

–Esto da ocasión para que, con el Salmo 135, demos gracias  al Señor, «porque es eterna su misericordia; dio su tierra en heredad, en heredad a Israel, su siervo y lo libró de sus opresores». En este salmo se desarrolla el tema en forma de grandiosa letanía que, a través de las obras de Dios que se conmemoran, dejada grabada en el corazón una sola idea: que la misericordia de Dios es eterna, cosa que se repite veintiséis veces.

Recordando que este salmo lo recitó Cristo después de la institución de la Eucaristía, es un buen momento para agradecer a Dios tan inmenso don en el que se manifestó su misericordia, como en ninguna otra obra suya. Este Salmo es llamado el Gran Hallel, o la Gran Alabanza. La obra de la creación y toda la historia de la salvación no es más que una sola y grande manifestación del inmenso amor de Dios para con los hombres. Esto exige de nosotros una incesante correspondencia de amor.

Años pares

Ezequiel 16,1-15.60.63: Dios bondadoso otorga sus bienes, pero el hombre los rechaza. Resumen de la historia de Israel, que es mimado por Dios, pero él no le corresponde. Castigo y perdón, pues Dios, que es infinito en todo, lo es también en su amor misericordioso.

El amor de Yahvé por Jerusalén se manifiesta como una elección personal, como un don del corazón, como instituciones, culto... Se trata  de una comunión total, y nada en la vida de la ciudad es ignorado por el amor y la gracia divina. Por todo esto, la infidelidad de Jerusalén es particularmente grave. Ningún pueblo ha sido tan favorecido por Dios, por lo cual son menos culpables que Jerusalén. ¿Qué decir de la vida cristiana, de nuestra elección a la vida de la gracia, a la íntima unión con Dios, a pertenecer al Cuerpo Místico de Cristo? Nuestras infidelidades son más graves que las de Jerusalén.

–Como Salmo responsorial se han escogido algunos versos de Isaías 12: «Ha cesado tu ira y me has consolado». Por eso el piadoso profeta exulta de gozo: «El Señor es mi Dios y Salvador; en Él confío y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor. Él fue mi salvación. De la Fuente de la Salvación saco agua, es decir, de su Sagrado Corazón. Doy gracias, invoco su nombre, cuento a los pueblos sus hazañas, proclamo que su nombre es excelso...¡Qué grande es el Señor en medio de nosotros!».

Mateo 19,3-12: Matrimonio indisoluble y exaltación del celibato. Dios quiere que marido y mujer estén unidos como una sola carne. Nadie es quien para cambiar el sentido de unas palabras tan claramente enunciadas: «lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre», aunque este hombre fuese Moisés. San Juan Crisóstomo dice:

«Mirad la sabiduría del Maestro. Preguntado si es lícito abandonar a la mujer, no responde a bocajarro: “No, no es lícito”, con lo que podían alborotarse y turbarse sus preguntantes. No; antes de pronunciar su sentencia, pone la cuestión en evidencia por el hecho mismo de la Creación, haciendo así ver que el mandato venía también de su Padre, y que, si Él mandaba aquello, no era por oponerse a Moisés. Pero mirad cómo no lo afirma solo por el hecho mismo de la Creación, sino por el mandamiento mismo de su Padre. Porque no solo dijo que Dios hizo un solo hombre y una sola mujer, sino que mandó también que uno solo se uniera con una sola. Si Dios, en cambio, hubiera querido que el hombre pudiera dejar a una y tomar a otra, después de hacer un solo varón, hubiera formado muchas mujeres. Pero, la verdad es que tanto por el modo de la Creación como por los términos de su Ley, Dios demostró que uno solo ha de convivir con una sola para siempre y que jamás puede romperse la unión» (Homilía 62,1, sobre San Mateo).

 

SÁBADO

Años impares

Josué 24,14-29: Elección por el Señor. Josué propone a la asamblea que concluya un pacto con el Señor, cosa que aceptó el pueblo afirmando ardorosamente su decisión de servir a Dios y de obedecerle. Es un ejemplo siempre actual y siempre necesario: elegir a Dios, servir a Dios, aunque Él no lo necesite. Oigamos a San Ireneo:

«Así acontece en el servicio de Dios: a Dios no le aporta nada, pues Dios no tiene necesidad del servicio de los hombres; mas a aquellos que le sirven y le siguen, Dios les da la vida, la incorruptibilidad y la gloria eterna. Él concede su benevolencia a los que le sirven por el hecho de servirle, y a los que le siguen por el hecho de seguirle, pero no recibe de ellos beneficio alguno, porque es perfecto y no tiene ninguna necesidad. Si Dios solicita el servicio de los hombres es para poder, siendo bueno y misericordioso, otorgar sus beneficios a aquellos que perseveran en su servicio; porque, del mismo modo que Dios no tiene necesidad de nada, el hombre tiene necesidad de la comunión con Dios, pues la gloria del hombre está en perseverar en el servicio de Dios» (Tratado contra las herejías 4,3).

–El Salmo 15 es un poema de oro, que hace una opción absoluta por Dios; un poema precioso, que convierte la fe en un manantial inagotable de amor: «Tú eres, Señor, mi heredad... El Señor es el lote de mi heredad y mi cáliz, mi suerte está en su mano... Bendigo al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré».

Nuestro ejemplo y modelo es Cristo, que hizo siempre la voluntad del Padre (Mt 26,39; Lc 2,49). Donde está la Cabeza allí ha de estar el Cuerpo. Somos coherederos con Cristo (Rom 8,16-17). Para todo cristiano Dios es el único y sumo Bien. Todo «ídolo» que se introduce en la vida cristiana la empobrece hasta destruirla, porque quita a Dios sus derechos y seca la fuente vital de la existencia humana hecha a imagen y semejanza de Dios. Solamente en Dios podemos encontrar la fuente de la alegría, de la paz y la promesa segura de una vida eterna feliz. Hemos optado por Dios. Ahí está nuestra verdadera felicidad y victoria.

Años pares

Ezequiel 18,1-10.13.30-32: Os juzgué a cada uno según su conducta. Dios da cuenta, por medio del profeta, de la responsabilidad de cada uno de cara al juicio divino: es un llamamiento a la conversión del corazón y al cambio de vida. San Cipriano escribe:

«Cuál y cuánta es la paciencia de Dios se ve en que aguanta con toda calma la afrenta que hacen a su soberanía y dignidad los hombres, levantando templos idolátricos, fabricando estatuas, practicando sacrificios sacrílegos. Se ve en que hace nacer el día y el sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y riega la tierra con lluvias, sin quedar nadie excluido de sus beneficios, porque no discrimina entre justos y malvados. Vemos que, por una equidad inseparable de la paciencia, lo mismo a los inocentes que a los culpables, a los piadosos que a los impíos, a los agradecidos que a los ingratos sirven por disposición de Dios las estaciones, favorecen los elementos, soplan los vientos, corren las fuentes, crecen las mieses, maduran las uvas, florecen los prados.

«Y a pesar de provocar continuamente con ofensas la ira de Dios, sin embargo contiene su cólera y aguarda con calma el día prescrito para la sanción; aunque tiene en sus manos la venganza, prefiere dar tiempo con su clemencia y demora para ofrecer la posibilidad de que ceda alguna vez la prolongada malicia, y los hombres encenagados en errores y crímenes, al menos al final, se vuelvan a Dios, ya que dirige estas advertencias: “No quiero la muerte del pecador,  sino que se arrepienta y viva” (Ez 18,32)» (De los bienes de la paciencia 3-4).

–Ese espíritu de conversión lo hacemos oración con el Salmo 50: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu, devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso... un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias, Señor». Hasta el fin de los tiempos este Salmo será la plegaria de todo hombre que busca el camino de la salvación y que lucha contra el mal que se anida en su corazón.

Mateo 19,13-15: No impidáis a los niños que se acerquen a Mí, de ellos es el Reino de los cielos. Oigamos a San Agustín, que en una octava de la Pascua predica:

«De los tales es el Reino de los cielos (Mt 19,14), es decir, de los humildes, de los párvulos en el espíritu. No los despreciéis; no los aborrezcáis. Esta sencillez es propia de los grandes; la soberbia, en cambio, es la falsa grandeza de los débiles, que, cuando se adueña de la mente, levantándola, la derriba; inflándola, la vacía; y de tanto extenderla, la rompe. Él humilde no puede dañar; el soberbio no puede no dañar... Así, pues, si guardáis esta piadosa humildad que la Escritura Sagrada muestra ser una infancia santa, estáis seguros de alcanzar la inmortalidad de los bienaventurados: de los tales es el Reino de los cielos» (Sermón 353,1).

 

SEMANA 20

DOMINGO

Entrada: «Oh Dios!, Escudo nuestro; mira el rostro de tu Ungido. Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa» (Sal 83,10-11). Deseo del cielo es lo que nos dicen en el canto de entrada y la oración colecta.

Colecta (del Misal anterior, y antes del Gregoriano, retocada con textos del Gelasiano y del Sacramentario de Bérgamo): «¡Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman; infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo».

Ofertorio (del Veronense): «Acepta, Señor, nuestros dones, en los que se realiza un admirable intercambio, para que, al ofrecerte lo que tú nos diste, merezcamos recibirte a ti mismo».

Comunión: «Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa» (Sal 129,7); o bien: «Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo –dice el Señor–; el que coma de este Pan vivirá para siempre» (Jn 6,51-52).

Postcomunión (del Misal de París, de 1738): «Señor, después de haber recibido a Cristo en estos sacramentos, imploramos de tu misericordia que, transformados en la tierra a su imagen, merezcamos participar de su gloria en el cielo».

 

Ciclo A

Las tres lecturas convergen en un mismo tema: Dios llama a todos los hombres a la salvación. Esta universalidad del designio de salvación y del misterio redentor de Cristo Jesús constituye la razón de ser más profunda de la Iglesia y debería constituir también una inquietud permanente en quienes, por un don gratuito y electivo, hemos sido incorporados ya al Misterio de Cristo y de la Iglesia.

Isaías 56,1.6-7: A los extranjeros los traeré a mi monte santo. En el Nuevo Testamento Dios mismo ha roto los exclusivismos de Israel, para abrir el evangelio y la obra redentora de Cristo a todos los hombres, mediante el don de la fe.

La condición del sábado y de la alianza manifiestan el empeño total del hombre con Dios. Esto se llama también servicio y amor. Dios ofrece a los paganos la participación plena del culto.

En el nuevo régimen, el templo, centro y corazón del judaísmo, será ante todo «casa de oración» y, como tal, estará abierta a todos los pueblos: es una expresión típica del universalismo profético del Antiguo Testamento. Jesucristo mismo dirá un día ese texto: «Mi casa es casa de oración para todos los pueblos» (Mt 21,13). Dios reunirá no solo a los dispersos de Israel, sino a otros muchos hombres.

–Sigue esa idea en el Salmo 66, cuyo tema central se repite en cada una de sus partes: «Oh Dios, que te alaben todos los pueblos, que todos los pueblos te alaben», con lo cual se quiere expresar el anhelo ardiente de que Dios sea, finalmente, reconocido como Señor universal de toda la tierra.

Romanos 11,13-15.29-32: Los dones y la llamada de Dios son irrevocables para Israel. Este fue el pueblo elegido para Cristo. Por su infidelidad, permaneció fuera del Evangelio y rechazó a Cristo. Pero en los designios divinos del Padre siempre es posible su salvación. El amor de Dios es irrevocable. Escribe San Ireneo:

«La gloria del hombre es Dios; pero el receptáculo de toda acción de Dios, de su sabiduría y de su poder, es el hombre. Y así como el médico se prueba que es tal en los enfermos, así Dios se manifiesta en los hombres. Por eso dice San Pablo: ‘‘Incluyó a todos los hombres en la incredulidad, a fin de que todos alcanzaran su misericordia’’ (Rom 11,32). Esto dice del hombre, que desobedeció a Dios y fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y, gracias al Hijo de Dios, recibió la filiación, propia de Éste» (Contra las herejías 3,20,2).

Mateo 15, 21-28: Mujer, grande es tu fe. San Juan Crisóstomo comenta este lugar evangélico:

«Porque, ¿qué le respondió Cristo?: “¡Oh mujer, grande es tu fe!” He ahí explicadas todas las dilaciones: quería el Señor pronunciar esa palabra, quería coronar a la mujer. Como si dijera: “tu fe es capaz de lograr cosas mayores que ésa; pues hágase como tú quieres”. Semejante es esa expresión a aquella otra: «hágase el cielo y el cielo fue hecho» (Gen 1,1). Y a partir de aquel momento quedó sana su hija. Mirad cuán grande parte tuvo la mujer en la curación de su hija. Porque por eso no le dijo Cristo: “quede curada tu hija”, sino: «grande es tu fe; hágase como tú quieres». Con lo cual nos da a entender que sus palabras no se decían sin motivo, ni para adular a la mujer, sino para indicarnos la fuerza de la fe. Y la prueba y la demostración de esa fuerza dejóla el Señor al resultado mismo de las cosas. Desde aquel momento, dice el evangelista, su hija quedó sana.

«Mas considerad también, os ruego, cómo, vencidos los apóstoles y fracasados en su intento, la mujer consiguió su pretensión. Tanto puede la perseverancia en la oración. De verdad Dios prefiere que seamos nosotros quienes le pidamos en nuestros asuntos, que no los demás por nosotros. Cierto que los apóstoles tenían más confianza con el Señor; pero la mujer demostró más constancia. Y por el resultado de su oración, el Señor se justificó también ante sus discípulos de todas sus dilaciones y les hizo ver que con razón no hizo caso de sus pretensiones (Homilía 52,2-3 sobre San Mateo).

 

Ciclo B

La lectura ininterrumpida del capítulo sexto del Evangelio según San Juan sobre la promesa de la institución de la Eucaristía, provoca la elección de la primera lectura, tomada del Libro de los Proverbios y en parte también la segunda lectura. Cristo Jesús es una realidad que se ha de vivir personalmente, mediante una asimilación profunda por parte del creyente, y el sacramento ordinario que verifica y perfecciona esta cristificación es, por designio divino, la Eucaristía.

Proverbios 9, 1-6: Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado. En la revelación divina, intimidad y unión entre Dios y sus elegidos aparece frecuentemente bajo el símil de un convite a su mesa lleno de amor. La actitud más adecuada para participar en él es la pobreza, la humildad, los corazones abiertos a esta intimidad. San Jerónimo dice:

«Y los que antes tenían sus miembros cansados, descansen y vean la alegría de las aves y las colas de los rebaños. Para que tomen alas de paloma y, abandonado los lugares bajos, se apresuren a subir a las alturas y puedan decir con el salmista: “dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor” (Sal 118,1). Y este camino, esto es, nuestro Dios, será para nosotros tan recto, tan llano, tan campestre, que no habrá equivocación alguna y los tontos y los insensatos podrán entrar por él. De ellos habla la Sabiduría en los Proverbios: “Quien sea simple, lléguese acá”. Al carente de seso le dice: “Venid a comer mi pan y beber del vino que he mezclado. Dejad la simpleza y viviréis e id derechos por el camino de la inteligencia” (Prov 9,4-6). Dios “escogió a los torpes del mundo” (1 Cor 1,27). Entre los que el primero dice: “Dios mío, tú conoces mi ignorancia” (Sal 68,6). “La locura de Dios es más sabia que los hombres” (1 Cor 1,25)» (Comentario sobre el profeta Isaías 3,5).

–De nuevo el Salmo 33 ofrece materia adecuada para meditar en las realidades de la lectura anterior: «Gustad y ved qué bueno es el Señor..., los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada». La Iglesia ha dado siempre gran importancia a este Salmo, como cántico adecuado para la comunión.

Efesios 5,15-20: Daos cuenta de lo que el Señor quiere. La fidelidad y la conducta responsable de cada creyente ante el Corazón Redentor de Cristo constituyen el índice de autenticidad que define su vida cristiana en el tiempo y para la eternidad. Comenta San Agustín:

«Dos cosas, hermanos, hacen que los días  sean malos: la maldad y la miseria. Se habla de días malos a causa de la malicia y de la miseria de los hombres... La miseria es común a todos, pero no debe serlo la malicia» (Sermón 167).

El Apóstol va contra el relativismo moral que tan graves consecuencias tiene siempre. La  nueva vida recibida en el Bautismo se ha de caracterizar por la sensatez, frente a la necedad de quienes se empeñan en vivir de espaldas a Dios. Por eso el Concilio Vaticano II exhortó a todo el mundo:

«Como en nuestra época se plantean nuevos problemas, y se multiplican errores gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos la religión, el orden moral e incluso la sociedad humana, este santo Concilio exhorta de corazón a los seglares, para que cada uno, según las cualidades personales y la porción recibida, cumpla con suma diligencia la parte que le corresponde, según la mente de la Iglesia, en aclarar los principios cristianos, difundirlos y aplicarlos certera-mente a los problemas de hoy» (Apostolicam Actuositatem 6).

En las celebraciones litúrgicas los cánticos son manifestaciones de júbilo por los inmensos dones de Dios, tanto en lo material cuanto en lo espiritual. San Pablo nos da aquí una lección magnífica de cómo ha de ser nuestra participación en la liturgia de la Iglesia. La acción del Espíritu Santo en las almas hace que se sientan ebrios de gozo espiritual que se traduce en «salmos, himnos y cánticos inspirados» (Ef 5,19).

Juan 6,51-58: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El Cristo real y viviente es el que en el tiempo y en el espacio se nos da en la realidad misteriosa de la Eucaristía y por la que el hombre se deja transformar realmente en Cristo. Sin Eucaristía vivida no hay vida real cristiana. Escribe Clemente de Alejandría:

«¡Oh maravilla de misterio! Uno es el Padre de todo, uno el Logos de todo, y uno el Espíritu Santo, el mismo en todas partes; y una sola también es la Virgen Madre: me complazco en llamarla Iglesia. Únicamente esta madre no tuvo leche, porque solo ella no llegó a ser mujer, sino que es al mismo tiempo virgen y madre, intacta como virgen, pero amante como madre. Ella llama a sus hijos para alimentarlos con una leche santa, el Logos acomodado a los niños. Por esto no tuvo leche, porque la leche era ese niño hermoso y querido: el Cuerpo de Cristo. Con el Logos alimentaba ella a estos hijos que el mismo Señor dio a luz con dolores de carne, que el Señor envolvió en los pañales de su sangre preciosa.

«¡Oh santos alumbramientos! ¡Oh santos pañales! El Logos lo es todo para el niño, padre, madre, pedagogo y nodriza: “Comed mi carne y bebed mi sangre”, dice (Jn 6,53). Estos son los alimentos apropiados que el Señor nos proporciona generosamente; nos ofrece su carne y derrama su sangre. Nada falta a los hijos para que puedan crecer» (Pedagogo 1,6,42).

Y San Cirilo de Alejandría:

«El Cuerpo de Cristo vivifica a los que de Él participan; aleja a la muerte al hacerse presente en nosotros, sujetos a la muerte, y aparta la corrupción, ya que contiene en Sí mismo la virtualidad necesaria para anularla» (Comentario al Evangelio de San Juan 4).

 

 

 

Ciclo C

A Cristo se le profetizó que sería signo de contradicción (Lc 2,34) y lo fue de hecho. Este ha de ser el signo del cristiano en nuestro mundo y lo es de hecho. Recuérdense las persecuciones recibidas en la Iglesia durante los veinte siglos de su existencia.

Jeremías 38,4-6.8-10: Me engendraste hombre de pleito para todo el país. En la Historia de la Salvación, Jeremías, en su condición de profeta fiel al designio de Dios, fue «el varón de contradicción», por denunciar la frivolidad y las falsas esperanzas de su pueblo, como también lo serían siglos más tarde Cristo y su Evangelio.

Frente a la tribulación muchos cristianos se cierran en sí mismos y dudan de la Providencia divina. La confianza adamantina de Jeremías es una enseñanza muy elocuente y eficaz también para nosotros, cuando nos visita el dolor. Como enseña San Pablo, el cristiano sabe que «la tribulación produce la paciencia, la paciencia una virtud probada, y la virtud probada la esperanza» (Rom 5,3ss). En otras palabras, el sufrimiento despega al hombre de sí mismo y le abre al don de Dios. Se trata de una purificación que nos aparta del orgullo y nos acerca confiadamente a Dios, que es el único que puede colmar nuestra pobreza radical.

–El Salmo 39 es muy adecuado a la lectura anterior. El salmista se ve rodeado de muchos males y clama al Señor: «Señor, date prisa en socorrerme». En la Carta a los Hebreos se ponen en boca de Cristo algunos versos del mismo. La tradición cristiana lo ha aplicado a Cristo paciente. Con este salmo aprendemos la sumisión y la obediencia, que son un sacrificio muy agradable a Dios: «Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos al verlo quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor. Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí. Tú eres mi auxilio y mi liberación, Dios mío, no tardes».

Hebreos 12,1-4: Corramos la carrera que nos toca sin retirarnos. «No puede ser el discípulo de mejor condición que su Maestro» (Mt 10,24; Lc 6,40). El auténtico creyente cristiano habrá de vivir su fidelidad a Cristo en medio de una nube de testigos, que difícilmente aceptarán su vida y su ejemplo de virtud y santidad.

El cristiano, en el camino hacia la meta, no procede ciegamente. Le ha precedido un guía seguro: Cristo. Sobre Él hemos de dirigir nuestra mirada, siendo el autor y el perfeccionador de la fe. El mensaje de salvación ha sido proclamado por Él. Con su sacrificio cruento ha penetrado en el santuario celeste, abriéndonos el camino hacia la gloria y perfeccionando la fe, esto es, llevando a cumplimiento las promesas y actuando las esperanzas de los justos del Antiguo Testamento, nos ha alcanzado los bienes mesiánicos.

Lucas 12,49-53: No he venido a traer la paz, sino la división. Paradójicamente, el Corazón de Jesucristo, que es nuestra paz (Ef 2,14) y nuestra reconciliación con Dios, ha venido a provocar el choque y la ruptura entre la verdad y el error, el bien y el mal, la santidad y el pecado. Es el misterio de la cruz aceptado o repudiado por los hombres. San Ambrosio explica el contenido de esta perícopa en sentido espiritual:

«Aunque de casi todos los pasajes evangélicos se puede extraer un sentido espiritual, sin embargo, en este actual se exige con mayor insistencia, para ablandar el sentido literal con una profundización espiritual, para que a nadie le resulte dura esta sencilla narración, sobre todo tratándose de la sacrosanta religión, que invita siempre, con exhortaciones llenas de humanidad y con el ejemplo de una piedad humilde, a todos, aun a los extraños a la fe, a que la reverencien, con el fin de lograr, por medio de una educación atrayente, la aniquilación de unos prejuicios, endurecidos por supersticiones, y obligar dulcemente los corazones, cautivos del error, a creer con la fe, con esa fe que ha logrado vencerles a base de bondad... No se te prohíbe amar a tus padres, sino anteponerlos a Dios; porque las cosas buenas de la naturaleza son dones del Señor, y nadie debe amar más el beneficio que ha recibido que a Dios, que es quien conserva el beneficio recibido de Él» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII, 134.136).

LUNES

Años impares

Jueces 2,11-19: Ni a los jueces hacían caso. Grandes desgracias en Israel. Todo por haber abandonado al verdadero Dios y seguir cultos idolátricos. El Señor es siempre fiel a sus promesas y quiere la salvación de Israel, para ello suscita hombres llenos del espíritu de Dios, pero ni a ellos hacían caso.

Muchas veces ha sucedido esto en la historia de la Iglesia y siempre ha provocado grandes males para la sociedad. Hemos de tener fe firme en la Iglesia, en sus instituciones, en sus carismas, en sus sacramentos, en su jerarquía. Es inútil que se luche contra la indefectibilidad de la Iglesia. Durará hasta el fin del mundo y no sufrirá cambio sustancial ni en su doctrina, ni en su constitución, ni en su culto. Siempre se la ha combatido de una y otra parte, mas ella sigue en pie y sus opositores desaparecieron. La Historia de la Salvación nos ofrece ejemplos maravillosos. Oigamos a San Ambrosio:

«Es cosa normal que, en medio de este mundo tan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre la piedra de los apóstoles, permanezca estable y se mantenga firme sobre esta base inquebrantable contra los furiosos asaltos sobre la mar. Está rodeada por las olas, pero no se bambolea, y aunque los elementos de este mundo retumban con un inmenso clamor, ella, sin embargo, ofrece a los que se fatigan la gran seguridad de un puerto de salvación» (Carta 2,1-2).

–El Salmo 105 es otra vez eco de una lectura bíblica: «Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo». Emparentaron con los gentiles, imitaron sus costumbres, adoraron sus ídolos, inmolaron a los demonios sus hijos y sus hijas, se mancharon con sus acciones, se prostituyeron con sus maldades. La ira del Señor se encendió contra su pueblo y aborreció su heredad. Mas, ¡cuántas veces los libró! Sin embargo, ellos, obstinados en su actitud, perecían por sus culpas... Pero la misericordia del Señor no tiene límites. Por muchas y graves que sean las prevaricaciones del pecador, el Señor, siempre compasivo y lleno de inmensa bondad, lo quiere rehabilitar y llenarlo de sus dones y gracias. Así en el Antiguo Testamento, en el Nuevo y en la vida de la Iglesia.

Años pares

Ezequiel 24,15-24: El profeta sirve de modelo. A la muerte de su esposa el profeta recibe del Señor la orden de no manifestar duelo. El pueblo debe imitarlo ante la ruina de la ciudad. Es inútil cualquier lamento. Todo será destruido, incluso el templo, lo más estimado para el israelita, y todo por su infidelidad. Dios exige a su pueblo la fidelidad de la Alianza que Él renueva libremente. Si Abrahán y Moisés son modelos de fidelidad, Israel en su conjunto imita la infidelidad de la generación del desierto. Y donde no se es fiel a Dios, desaparece la fidelidad para con los hombres, y entonces no se puede contar con nadie. Esta corrupción no es propia de Israel. Existe siempre, incluso entre nosotros los cristianos. Es una lección grande la que se nos ofrece en esta lectura.

Israel, escogido por Dios para ser su testigo, permaneció ciego y sordo.

–Como Salmo responsorial se han escogido algunos versos de Deuteronomio 32: «Despierta a la Roca que te engendró... Olvidaste a tu Dios... Lo vio el Señor e, irritado, rechazó a sus hijos y a sus hijas... Son una generación desagradecida, unos hijos desleales... Me han irritado con ídolos vacíos...». La idolatría no es una actitud superada de una vez para siempre, sino que renace bajo diferentes formas: como luego cesa de servir al Señor, se convierte uno en esclavo de las realidades creadas: dinero, voluntad de dominar al prójimo, ansias de poder, placer, envidia y odio... Todo esto conduce a la muerte, mientras que el fruto del Espíritu es vida. Tras estos vicios que son la idolatría se esconden un desconocimiento del Dios único, el único que merece nuestra confianza.

Mateo 19,16-22:  Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, así tendrás un tesoro en el cielo. No hay otro camino para la vida eterna que la observancia de los mandamientos de Dios. Mas quien desee ser perfecto y obtener la plenitud de la felicidad, ha de renunciar a sus bienes en favor de los pobres y seguir al Maestro. Comenta San Agustín:

«El Señor no quiso llamar vida a la que han de tener los impíos, aunque hayan de vivir en el fuego una vida sin fin, para que la pena sea también sin fin... A ésta no quiso llamarla vida y sí a la que es feliz y eterna. De aquí que al preguntar aquel rico al Señor, “¿qué he de hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?”, el mismo Señor a ninguna otra llama vida sino a la feliz. Pues también los impíos la tendrán eterna, pero no feliz, puesto que estará llena de tormentos... Pero, cuando le respondió aludiendo a los mandamientos ¿qué dijo? “Si quieres llegar a la vida”. No le habló más que de la vida feliz, puesto que de la desdichada ni siquiera se la ha de llamar vida.

«Por tanto, vida, la que es digna de ser llamada por este nombre, no es más que la feliz. Y no será feliz si no es eterna. Esta verdad y esta vida es la que quieren, la que queremos todos. Pero, ¿por dónde se va a tan gran posesión, a tan gran felicidad? Los filósofos inventaron las vías del error... Les quedó oculto el camino, porque Dios resiste a los soberbios. Nos estaría oculto también si no hubiera venido a nosotros. Por esto dijo el Señor: “Yo soy el Camino”. ¡Viandante perezoso!, puesto que no quieres venir al camino, vino el Camino a ti. Buscabas por dónde ir: “Yo soy La Verdad y la Vida”. No te extraviarás si vas a Él por Él» (Sermón 150,10).

MARTES

Años impares

Jueces 6,11-24: Gedeón, salva a Israel ¡Yo te envío! No obstante la humildad de su origen fue llamado para salvar a Israel de la opresión. Una vez más el Señor viene en ayuda de su pueblo. La paz es deseada y el ángel del Señor se la da: «no morirá». La paz es uno de los mayores dones deseados en el Antiguo Testamento. Se promete al pueblo de Israel como recompensa a su fidelidad (Lev 26,6) y aparece como una obra de Dios. Gedeón levantó un altar al Señor y le puso el nombre «Señor-de-la-paz». Pero el verdadero don de la paz vendrá a la tierra con la venida del Mesías (Is 11,6-9). No se trata de una paz externa, sino también interna, realizada por la redención de Jesucristo. San Beda escribe:

«La verdadera, la única paz para las almas en este mundo consiste en estar llenos del amor de Dios y animados de la esperanza del cielo, hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses del mundo... Se equivoca quien se figura que podrá encontrar la paz en el disfrute de los bienes de este mundo y en las riquezas. Las frecuentes turbaciones de aquí abajo y el fin de este mundo deberían convencer a ese hombre de que ha construido sobre arena los fundamentos de la paz» (Homilía 12 en la Vigilia de Pentecostés).

Y San Gregorio Nacianceno: 

«La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: “la paz de Dios”; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: “Él es nuestra paz”. La paz es un bien recomendado a todos, pero observado por pocos. ¿Cuál es la causa de ello? Quizá el deseo de dominio, o de ambición, o de envidia, o de aborrecimiento del prójimo, o de alguna otra cosa, que vemos en quienes desconocen al Señor. La paz procede de Dios, que es quien todo lo une. La transmite a los ángeles... y se extiende también a todas las criaturas que verdaderamente la desean» (Sermón 3,4).

San León Magno dice a su vez:

«Esta paz no se logra ni con los lazos de la más íntima amistad, ni con una profunda semejanza de espíritu, si todo ello no está fundamentado en una total comunión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Una amistad fundada en deseos pecaminosos, en pactos que arrancan de la injusticia y en el acuerdo que parte de los vicios nada tiene que ver con el logro de esa paz» (Sermón 95).

–El Salmo 84 invita a lo mismo: «El Señor anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan».

Años pares

Ezequiel 28,1-10: Eres hombre y no Dios. Ezequiel anuncia la caída del rey de Tiro que, orgulloso, se equipara con Dios.

Donde hay un soberbio, todo acaba influido por la soberbia. Exigirá un trato especial, como si fuera un dios, se cree distinto de los demás. La Biblia nos asegura muchas veces que la soberbia solo ocasiona contiendas, que altivas frentes de los hombres serán abatidas, que Yahvé asola la casa del soberbio y que la soberbia es odiosa al Señor... Los santos Padres, como Casiano, insisten en lo mismo:

«No existe ninguna pasión como la soberbia, capaz de aniquilar las virtudes y despojar al hombre de toda justicia y santidad. Al modo de una enfermedad contagiosa que afecta a todo el organismo, y no se contenta con debilitar un solo miembro, sino que corrompe el cuerpo entero, así esta pasión derriba a aquellos que están ya firmes en la cima de la virtud para deshacerse de ellos» (Instituciones 12).

«Hay dos clases de orgullo: el primero es carnal, el segundo espiritual. Éste es más peligroso, por cuanto inquieta más especialmente a los que han progresado en alguna virtud» (Colaciones 5).

Y San Gregorio Magno:

«Es la reina suprema de todo el ejército de los vicios. Aunque puede decirse que la soberbia es la madre y la raíz de todos los vicios y pecados, hay tres de los que es de una manera específica: la vanagloria, la ambición y la presunción» (Homilía 31 sobre los Evangelios).

–Como Salmo responsorial se ha escogido también Deuteronomio 32: «Yo doy la muerte y la vida. Yo pensaba: Voy a dispersarlos y a borrar su memoria entre los hombres: Pero, no; que temo la jactancia del enemigo y la mala interpretación del adversario... Son una nación que ha perdido el juicio»... Pero el Señor se compadeció, como tantas veces lo hemos visto ya en la Historia de la Salvación: «Porque el Señor defenderá a su pueblo y tendrá compasión de sus siervos».

Mateo 19,23-30: Dificultad del apego a las riquezas para entrar en el reino de los cielos. Comenta San Agustín:

«Los premios celestiales no se prometen solamente a los mártires, sino también a quienes siguen a Cristo con fe íntegra y perfecto amor. Estos serán honrados entre los mártires. Así lo promete la Verdad cuando dice: ‘‘todo el que deja casa o campos, o padres, o hermanos...’’ (Mt 19,29). ¿Qué puede hacer el hombre más glorioso que vender sus bienes y comprar a Cristo, ofrecerle a Dios un obsequio grato en extremo: la fuerza incontaminada de un alma y la alabanza íntegra de la devoción; acompañar a Cristo cuando venga a tomar venganza de sus enemigos, sentarse a su lado cuando ocupe su trono para juzgar; ser coherederos con Cristo, igual a los ángeles y gozarse de la posesión del reino celeste con los patriarcas, los apóstoles y los profetas? ¿Qué persecución puede vencer, qué tormentos pueden superar esos pensamientos?

«Un alma resistente, fuerte, estable y fundamentada en consideraciones religiosas se mantiene firme contra todos los terrores del diablo y contra las amenazas del mundo. La fe en los bienes futuros, cierta y bien cimentada, le da fuerza. La persecución cierra sus ojos, pero se abre al cielo» (Sermón 303,2).

Y San Jerónimo:

«Así pues, los que por la fe en Cristo y la predicación del Evangelio hubieran despreciado todo otro afecto y las riquezas y placeres del mundo, recibirán el céntuplo y poseerán la vida eterna. Con ocasión de esta frase algunos introducen un período de mil años después de la resurrección [error del milenarismo o quiliasmo]. Entonces, dicen, nos será devuelto el céntuplo de todas las cosas que hemos dejado y la vida eterna.

«Ellos no comprenden que si respecto a las otras cosas la promesa es decente, en lo que se refiere a las esposas aparece claramente su deshonestidad, porque el que hubiera dejado una por el Señor, recibirían cien en la vida futura. El sentido, entonces, es éste: “El que ha dejado por el Salvador los bienes carnales, recibirá los espirituales”; comparando el valor de unos y otros es como si un número pequeño se compara a cien. Por eso dice también el Apóstol que había dejado solamente una casa y un pequeño campo en una provincia: “Como quien no tiene nada aunque lo poseemos todo” (2 Cor 6,10)» (Comentario al Evangelio de Mateo 19,29).

MIÉRCOLES

Años impares

Jueces 9,6-15: El Señor es nuestro Rey. La fábula de Yotán constituye un aviso contra el régimen de la monarquía. En realidad Dios es el verdadero Rey de Israel. Por el contrario, no pocas veces los gobernantes humanos, en lugar de buscar el bien común del pueblo, buscan sus propias ventajas.

–Adecuadamente el Salmo 20 canta ahora: «Señor, el rey se alegra por tu fuerza. ¡Y cuánto goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios. Te adelantaste a bendecirlo con el éxito, y has puesto en su cabeza una corona de oro fino. Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término. Tu victoria ha engrandecido su fama, lo has vestido de honor y de majestad. Le concedes bendiciones incesantes, lo colmas de gozo en tu presencia».

En realidad el Salmo habla de Cristo, cuyo reino no tendrá fin. Bellamente expone esto San Ambrosio:

«Todo lo tenemos en Cristo; todo es Cristo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, Él es médico; si estás ardiendo de fiebre, Él es manantial; si estás oprimido por la iniquidad, Él es justicia; si tienes necesidad de ayuda, Él es fuerza; si temes la muerte, Él es Vida. Si deseas el cielo, Él es el Camino. Si refugio de las tinieblas, Él es Luz. Si buscas manjar, Él es alimento» (Sobre la virginidad 16,99).

Y San Jerónimo:

«El Señor viene con fortaleza y en su mano tiene el Reino, la potestad y el imperio» (Comentario al Evangelio de Mateo 3,19).

San Hipólito escribe:

«¿Qué es el advenimiento de Cristo? La liberación de la esclavitud, el principio de la libertad, el honor de la adopción filial, la fuente de la remisión de los pecados y la vida verdaderamente in-mortal para todos» (Homilía de Pascua).

San Agustín comenta:

«Cristo no era Rey de Israel para imponer tributos, ni para tomar ejércitos armados y guerrear visiblemente contra sus enemigos. Era Rey de Israel para gobernar las almas, para dar consejos de vida eterna, para conducir al Reino de los cielos a quienes estaban llenos de fe, de esperanza y de amor» (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 51,4).

San Cirilo de Alejandría:

«Posee Cristo la soberanía de todas las criaturas, no arrancada por fuerza, ni quitada por nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza» (Comentario al Evangelio de San Lucas 10).

 

Años pares

Ezequiel 34,1-11: Libraré a mis ovejas de sus fauces. Los habitantes de Judá fueron gobernados por pérfidos monarcas y luego fueron víctimas de los explotadores. El profeta augura el advenimiento de un nuevo Pastor, según el Corazón de Dios. Cristo se llamó a Sí mismo Pastor, pues vino a buscar y a salvar a las ovejas. San Agustín comenta:

«Se acusa a los pastores que se apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas, por lo que buscan y lo que descuidan. ¿Qué es lo que buscan? Os coméis su enjundia, os vestís con su lana... Después de haber hablado el Señor de lo que estos pastores aman, habla de lo que desprecian. Son muchos los defectos de las ovejas, y las ovejas sanas y gordas son muy pocas, es decir, las que se hallan robustecidas con el alimento de la verdad, alimentándose de los buenos pastos por gracia de Dios.

«Pues bien, aquellos malos pastores no las apacientan. No les basta con no curar  a las débiles y enfermas, con no cuidarse de las errantes y perdidas. Tampoco hacen todo lo posible por acabar con las vigorosas y cebadas... Los pastores pueden gloriarse, pero el que se gloría que se gloríe del Señor. Esto es hacer que Cristo sea el Pastor, esto es apacentar para Cristo, esto es apacentar en Cristo, y no tratar de apacentarse a sí mismo, al margen de Cristo» (Sermón 46, sobre los pastores).

–El Salmo 22 nos ayuda a meditar la lectura anterior : «El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, me guía por el sendero justo, marcha conmigo, su cayado me sosiega, prepara una mesa ante mí, me unge con perfume, su bondad y su misericordia me acompañan». Cristo es el Buen Pastor, al cual han de imitar todos los pastores en la Iglesia. Cristo no solo dio su vida por las ovejas, sino que se hizo su alimento, su pasto: la Sagrada Eucaristía.

Mateo 20,1,16: ¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno? El salario concedido por Dios es un don gratuito y libre de su misericordia, como lo muestra la parábola del dueño de la viña que buscó operarios para que la cultivasen. El pacto establecido es un signo de la alianza entre Dios y el hombre. Don inmenso de Dios. San Jerónimo escribe:

«Considera al mismo tiempo que no advierten que la injusticia de la cual acusan unánimemente al padre de familia con respecto a los obreros de la hora undécima, se da también respecto a ellos mismos. Si el padre de familia es injusto, no lo es con respecto de uno solo sino de todos, porque el obrero de la tercera hora no trabajó lo mismo que el que fue enviado a la viña  a la primera hora; del mismo modo, el obrero de la hora sexta trabajó menos que el de la tercera y el de la hora novena menos que el de la hora sexta.

«Así todos los que fueron llamados antes envidian a los gentiles y se retuercen por la gracia del Evangelio. Por eso el Salvador concluye la parábola diciendo: Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros, porque los judíos, de cabeza que eran, se convirtieron en cola y nosotros pasamos de ser cola a ser cabeza» (Comentario al Evangelio de Mateo, 20,12).

JUEVES

Años impares

Jueces 11,29-35: Concepto elemental de valores religiosos y morales que se irán perfeccionando poco a poco. Una gran lección de esta lectura: no hacer juramentos sin motivos suficientes y preferir una persona a todos los motivos sacralizantes. Voto y victoria del juez Jefté, que sacrificó a su hija.

–Reza el Salmo 39: «Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras que se extravían con engaños. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio entonces yo digo: Aquí estoy –como está escrito en el libro– para hacer tu voluntad. Dios mío lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, Tú lo sabes».

El autor de la Carta a los hebreos pone en boca de Cristo algunos versos de este Salmo. Toda la vida de Cristo fue una identificación perfecta de su voluntad con la de su Padre (Lc 22,42), hasta tal punto que pudo afirmar que su alimento era hacer la voluntad de su Padre (Jn 4,34). Por eso insistía el Apóstol San Juan en que los discípulos de Jesús hicieran siempre lo que es agradable al Padre (1 Jn 3,22). Ésa es la verdadera religión.

Cristo ha cumplido el sacrificio total e interior de la propia voluntad al Padre, en la sumisión y obediencia que manifestó desde la Encarnación hasta su inmolación en la cruz.

El sacrificio en espíritu y en verdad que la Iglesia realiza en unión con Cristo en su liturgia es, al mismo tiempo, fuente y fruto de la Redención.

«Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras que se extravían con engaños. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio entonces yo digo: Aquí estoy –como está escrito en el libro– para hacer tu voluntad...».

Años pares

Ezequiel 36,23-28: Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo. El destierro es el castigo por los pecados de Israel. Con todo y en razón de la ruina del pueblo de Dios, el nombre del Señor fue profanado entre los gentiles. Por consiguiente, el honor divino exige una acción favorable respecto a su pueblo. El retorno de los exiliados será lo que hará brillar el poder divino ante los ojos de todas las naciones. Se prevé la economía de la salvación realizada por Cristo. San Jerónimo dice:

«Oigamos a Ezequiel, hijo del hombre que anticipadamente habla del poder de quien había de ser Hijo del Hombre: “Yo os tomaré de entre todas las naciones y os rociaré con agua limpia y quedaréis limpios de todas vuestras impurezas, y os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez 36,24-26). Os limpiaré, dice, de todas vuestras impurezas. En todas no se omite ninguna. Si las impurezas se limpian, ¡con cuánta más razón la pureza seguirá sin mancilla! Os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo; porque en Cristo Jesús lo que vale es la nueva creación (Gal 6,15). Por eso cantamos un cantar nuevo, y abandonando al hombre viejo no caminamos ya en la caducidad de la letra, sino en la novedad del espíritu. Esta es la piedra nueva, en que está inscrito el nombre nuevo que nadie sabe leer sino el que lo recibe (Ap 2,17)» (Carta 68,7, a Océano).

–El Salmo 50 canta de nuevo la misericordia del Señor, al que le pedimos: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme... mi sacrificio es un espíritu quebrantado, pues Tú no desprecias un corazón quebrantado y humillado».

Con la purificación de la culpa, el pecador renueva la petición de la purificación interior y crea en él un corazón puro (Ez 36,25ss) y un espíritu generoso para poder perseverar en el bien.

La humanidad pecadora, guiada por Cristo, encuentra el camino para pasar de la esclavitud del mal a una vida renovada, obteniendo la infusión del Espíritu Santo y un corazón puro santificado por la gracia divina para ofrecerse ella misma como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios (cf. Rom 12,1).

Mateo 22,1-14: Invitación a la boda. Imagen privilegiada para expresar la felicidad del Reino de los cielos. Oigamos a San Agustín:

«El mismo Señor que nos propuso esta parábola, el esposo que llama al banquete y da vida a los invitados, Él mismo nos indicó que aquel hombre no simboliza a un personaje, sino a muchos... Muchos son los llamados y pocos los escogidos... Los muchos estaban simbolizados en aquella única persona, porque ella está en lugar del único cuerpo que comprenden los malos, los que no tienen el vestido nupcial. ¿Qué cosa es el vestido nupcial? Sin duda se trata de algo que no tienen en común los buenos y los malos. No el ser hombres y no bestias; no el recibir la luz y las lluvias... Todo esto es común a buenos y malos... Si no tengo caridad de nada me sirve (1  Cor 13, 1-3). He aquí el vestido nupcial; vestíos con él, ¡oh comensales! para estar sentados con tranquilidad» (Sermón 96,4ss).

VIERNES

Años impares

Rut 1,1.3-6.14-16.22: La extranjera Rut, nuera de Noemí de Belén, se queda junto a ésta al morir su esposo y permanece fiel a la familia judía. Así se convertirá en antecesora del rey David y del Mesías. Es admirable la elección de Dios con respecto a la Historia de la Salvación y, en definitiva a la venida del Mesías. Se rompen siempre los moldes humanos. Es Dios quien dirige la historia, incluso en el ejercicio de la libertad humana. Ya lo hemos dicho: no Eliezer, sino Abrahán, no Esaú sino Jacob, no Rubén sino Judá, no Saúl, sino David.

–El Salmo 145 ofrece grandes motivos para la alabanza divina: «Dichoso al que auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él, que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos... El Señor ama a  los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda.. El Señor reina eternamente»... Como puede verse se trata de llevar una vida totalmente entregada a la alabanza de Dios, una vida que sea sinónimo de alabanza de Dios, nacida del amor. Por eso decía San Juan de la Cruz: «Mi alma se ha empleado / y todo mi caudal en su servicio. / Ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio; / que ya solo en amar es mi ejercicio».

Tenemos motivos para este ejercicio perenne del amor, pues contemplamos las obras que Dios ha manifestado en Cristo y por eso la Iglesia invita a los pueblos a alabar al Señor, que es grande, que es poderoso, que ha hecho grandes maravillas con la redención. Con razón se ha escrito que Cristo es la revelación del Corazón de Dios lleno de Amor.

Años pares

Ezequiel 37,1-14: El Espíritu del Señor vivifica todo. Visión de los huesos que vuelven a la vida: profecía sobre el resurgir del pueblo de Dios. Habrá una nueva restauración nacional comparable a una nueva creación animada por el Espíritu de Dios a través del profeta. Comenta Orígenes:

«Grande es el misterio de la resurrección y difícil de contemplar para la mayoría de nosotros. Pero la Escritura lo afirma en muchos lugares, especialmente en aquellas palabras de Ezequiel: Profetiza sobre estos huesos y diles: Vosotros huesos secos, oíd la palabra del Señor... Cuando vengan la auténtica resurrección del verdadero y perfecto cuerpo de Cristo, los que ahora son miembros de Cristo y entonces serán huesos secos, serán reunidos hueso a hueso y articulación a articulación; y ninguno que no esté articulado podrá entrar a formar parte del hombre perfecto que tiene las proporciones de la edad perfecta del cuerpo de Cristo (Ef 4,13). Entonces una multitud de miembros formará un solo cuerpo, en cuanto que todos los miembros, aunque sean muchos, entrarán a formar parte de un solo cuerpo» (Comentario al Evangelio de San Juan 10,228ss).

–Con el Salmo 106 decimos: «Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia, que lo confiesen los redimidos por el Señor, los que rescató de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países: Norte, Sur, Oriente y Occidente..., se les iba agotando la vida, pero gritaron al Señor en su angustia y los arrancó de la tribulación»... Toda la vida cristiana debe ser una constante acción de gracias, una eucaristía, cantada y vivida para gloria de Dios. La Eucaristía no solo es el centro de la vida cristiana, sino que en ella se hace palpable la misericordia del Señor que eleva al hombre a una resurrección constante para identificarse con Cristo. El mundo sobrenatural de la gracia y de la vida eterna se presenta en la Biblia como una segunda creación y un retorno a la felicidad del paraíso.

Mateo 22,34-40: Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo. Síntesis de toda la religión cristiana: el amor. San Agustín ha comentado este pasaje evangélico muchas veces:

 «¿Qué nos ha prometido Dios? Hermanos míos, ¿qué he decir que sea deseable para nosotros? ¿Qué puedo decir? ¿Es oro? ¿Es plata? ¿Son posesiones? ¿Son honores? ¿Es algo de lo que conocemos en la tierra? Si es así, es algo despreciable. Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni subió nunca al corazón del hombre es lo que ha preparado Dios a los que le aman (1 Cor 2,9). En pocas palabras voy a decirlo: no sus promesas, sino Él mismo.

«Quien lo hizo todo es mayor que todo; quien dio forma a todo es más hermoso que todo, quien dio fuerza a todo es más poderoso que todo. Así, pues, en comparación con Dios, nada es cualquier cosa que amemos en la tierra. Es poca cosa, es nada eso que amamos; nosotros mismos nada somos. El mismo amante debe sentirse vil en comparación de lo que debe amar. No es otra cosa que aquella caridad que debe brotar de todo el corazón, de todo el alma, de toda la mente. Pero añadió: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se compendian la ley y los profetas (Mt 22,37.39.40), de forma que si amas al Señor, sabes que te amas a ti mismo, si en verdad amas al Señor. Si, por el contrario, no amas a Dios, ni siquiera a ti mismo te amas. Cuando aprendas a amarte a ti mismo amando a Dios, arrastra al prójimo hacia Dios para que juntos disfrutéis del bien, del gran bien, que es Dios» (Sermón 301,A,6).

SÁBADO

Años impares

Rut 2,1-3.8-11; 4.13-17: Tu hijo te ha dado quien responda por ti. Su hijo será el abuelo de David. En Israel, las promesas son la clave de la Historia de la salvación, que es el cumplimiento de las profecías y de los juramentos de Dios. Estos juramentos hacen irrevocables los dones de Dios. Las infidelidades de Israel ocasionan a veces restricciones de estas promesas, pero las promesas mismas serán mantenidas, gracias a un resto, a un Hijo del Hombre (Dan 7,13ss).

El judaísmo subrayará por un lado la confianza en las promesas, y por otro su carácter de recompensa: con la obediencia a los mandamientos hay que merecer la herencia prometida. El cristianismo, por el contrario, verá en ellas la pura iniciativa de Dios, el don prometido a todos los que creen. Por eso San Pablo, preocupado por mostrar que la base de la vida cristiana es la fe, se ve llevado a mostrar que la esencia de la Escritura y del designio de Dios consiste en la promesa dirigida a Abrahán y cumplida en Jesucristo (Gal 3, 16-29). En esto hay que situar la presencia de Rut, elegida por Dios a través de los acontecimientos.

–El Salmo 127 está todo transfigurado por el amor familiar, tan en consonancia con la lectura anterior. Pero esto hay que verlo como signo y figura del amor de Dios a su pueblo y el amor del pueblo para con Dios, amor de cada uno por su hermano. Todo se ve realizado en la Iglesia, Madre fecunda de todos sus hijos por el bautismo, que nos prepara al festín eucarístico. San Agustín exhortaba a sus diocesanos a cantar este Salmo como una revelación de Cristo, en el cual, como en un solo hombre, viven todos los que temen al Señor (Enarraciones en Sal 127,3.7). De Sí y de la Iglesia dice Cristo: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, el que permanece en Mí y yo en él, dará mucho fruto» (Jn 15,5). «Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor: Dichoso el que sigue los caminos del Señor».

 

Años pares

Ezequiel 43,1-7: La gloria del Señor llena el templo. La plenitud de esto se alcanzó en Cristo, verdadero templo de Dios. Es el signo de la presencia de Dios entre los hombres. Pero se trata de un signo provisional, que en el Nuevo Testamento será sustituido por un signo de otra índole: Cristo y su Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, y en otro aspecto, del cristiano en gracia: templo vivo de Dios (Jn 2,19.21ss). Es muy explícita la doctrina de San Pablo (1 Cor 3,10-17; 2 Cor 6,16ss; Ef 2,20ss, etc.).

–Con el Salmo 84 proclamamos que «la gloria de Dios habitará en nuestra tierra». La gloria de Dios se considera acompañada de todos sus atributos: amor y verdad que se entrelazan; justicia y paz que se besan; verdad, fidelidad y justicia que miran desde el cielo; felicidad y abundancia de toda clase de bienes... Todo esto y más aún se encuentran en el Templo que es Cristo, que es la Iglesia, que son los cristianos en gracia: «Vendremos a él y haremos en él nuestra morada».

Mateo 23,1-12: No hacen lo que dicen. En este pasaje evangélico Cristo arremete contra la hipocresía de los responsables del judaísmo. Él enseña la humildad y el servicio. San Agustín comenta:

«También a estos los toleró el Apóstol; pero no les ordenó que fuesen así. También ellos hacen algo y son instrumentos de bien. Buscan lo suyo, pero anuncian a Cristo. No te preocupes de lo que busca el predicador; lo que anuncia, eso ten. No mires  ni te interese lo que él pretende. Escucha la salvación de su boca y reténla aunque venga de sus labios. No te constituyas juez de su corazón... Escucha solo la salvación que predican. “Haced lo que dice”. Te da seguridad en tu obrar. ¿Y qué es esto? ¿Obran mal? No hagáis lo que hacen (Mt 23,3). ¿Obran bien, es decir, no saludan por el camino, no anuncian el Evangelio por oportunismo? Imitadlos como ellos imitan a Cristo. ¿Es bueno el hombre que predica? Toma la uva del racimo de la vid. ¿Es malo? Coge la uva, aunque prenda del seto espinoso. El racimo es fruto del sarmiento, no de las espinas, aunque haya crecido enredado entre ellas. Por lo tanto, cuando lo ves, si tienes hambre, cógelo, con cuidado, no sea que al meter la mano para coger el racimo te pinches con las espinas. Esto es lo que te digo: oye lo bueno y no imites las malas costumbres» (Sermón 101,10).

Y San Jerónimo:

«¿Quién más manso, quién más bueno que el Señor? Es tentado por los fariseos, sus trampas se rompen..., y sin embargo, por respeto al sacerdocio, por la dignidad de su nombre, exhorta al pueblo a sometérsele, en consideración no de sus obras sino de su doctrina» (Comentario al Evangelio de Mateo 23,1-3).

 

 

 

 

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