CAMINANDO CON JESUS

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

AÑO LITURGICO PATRISTICO  -  TIEMPO ORDINARIO  -  SEMANA 31 AL 34

Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

El origen de los textos, es de la Fundacion GRATIS DATE www.gratisdate.org

 

 

 

SEMANA 31

 

DOMINGO

Entrada: «No me abandones, Señor, Dios mío, no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación» (Sal 37,22-23).

Colecta (del Misal anterior y antes en el Gregoriano, con retoques del Veronense y Gelasiano): «Señor de poder y de misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor tuyo el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos prometes».

Ofertorio (compuesta con un texto del Sermón 91 de San León Magno): «Que este sacrificio, Señor, sea para ti una ofrenda pura, y para nosotros una generosa efusión de tu misericordia».

Comunión: «Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia» (Sal 15,11). O bien: «El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come  vivirá por mí» (Jn 6,58).

Postcomunión (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): «Te rogamos, Señor, que aumente en nosotros la acción de tu poder, para que, alimentados con estos sacramentos, tu gracia nos disponga a recibir las promesas con que los enriqueces».

 

Ciclo A

La actitud del soberbio es siempre repugnante y hace repulsiva la religiosidad y la misma fe que profesamos. La soberbia puede adoptar forma de engreimiento personal, forma de irresponsabilidad, de autoritarismo, de intransigencia... Todo esto separa de Dios, que es el Todo Otro. Ante Dios no hay más superioridad humana que la de la verdad, la sinceridad y la humildad, avaladas por la virtud de la caridad.

Malaquías 1,14-2,2.8-10: Os apartasteis del camino y habéis hecho tropezar a muchos en la ley. Aun el sacerdocio, en Israel, y cualquier autoridad religiosa sobre el pueblo de Dios merecen la reprobación divina, si no testifican la verdad y el amor de Dios a su pueblo. Es necesario dar buen ejemplo. Para todos es urgente la coherencia entre fe y vida. Así dice San Agustín:

«¿Qué pensar de los que se adornan con un nombre y no lo son? ¿De qué sirve el nombre si no se corresponde con la realidad? Así, muchos se llaman cristianos, pero no son hallados tales en la realidad, porque no son lo que dicen en la vida, en las costumbres, en la esperanza, en la caridad» (Trat. sobre I Juan 4,4).

Y también: «¿Queréis alabar a Dios? Vivid de acuerdo con lo que pronuncian vuestros labios. Vosotros mismos seréis la mejor alabanza que podéis tributarle, si es buena vuestra conducta» (Sermón 34).

–Con el Salmo 130 pedimos al Señor que guarde nuestra alma en la paz y en la humildad, siempre junto a Él: «Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espero en el Señor ahora y por siempre».

1 Tesalonicenses 2,7-9.13: Deseábamos no sólo entregaros el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas. El verdadero amor cristiano, por lo que tiene de humilde servicio a los demás, constituye la mejor garantía de nuestra autenticidad cristiana en la Iglesia. San Juan Crisóstomo, se pone en lugar de San Pablo y dice:

«“Es verdad que os he predicado el Evangelio para obedecer un mandato de Dios. ¡Pero os amo con un amor tan grande que hubiera deseado morir por vosotros!” Pues bien, ése es el modelo acabado de un amor sincero y auténtico. El cristiano que ama a su prójimo debe estar animado por estos sentimientos. Que no espere a que se le pida entregar su vida por su hermano, antes bien debe ofrecerla él mismo» (Homilía sobre I Tes 2).

Mateo 23,1-12: No hacen lo que dicen. El Evangelio de Jesús es diáfano: «el que se exalta, será humillado... y el que se humilla será enaltecido» (Mt 23,12). Podemos decir, en síntesis, que todo el mensaje bíblico de este Domingo es: «una vida para Dios». Una vida orientada a la glorificación de Dios, no a conseguir la propia gloria. Dice San Juan Crisóstomo:

«¿Quién es más manso, quien más bueno que el Señor? Es tentado por los fariseos, y sus trampas se rompen... Y sin embargo, por respeto al sacerdocio, por la dignidad de su nombre, exhorta al pueblo a sometérseles en consideración no de sus obras, sino de su doctrina... Mientras ellos dilatan innecesariamente  sus filacterias y agrandan las franjas para obtener la alabanza de los hombres, les reprocha que pretendan los primeros lugares en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se den en público a la gula, a buscar la gloria y hacerse llamar por los hombres Maestros» (Comentario al Evangelio de Mateo 23,3 y 7).

 

Ciclo B 

Las lecturas primera y tercera nos hablan del amor a Dios y al prójimo. En la segunda lectura se nos expone la supremacía del sacerdocio de Cristo sobre el del Antiguo Testamento: es un sacerdocio santo y eterno. Nuestro amor a Dios sobre todas las cosas y, por amor a Dios, el amor a nuestros hermanos, constituyen insoslayablemente el signo fundamental de nuestra autenticidad cristiana.

Deuteronomio 6,2-6: Escucha, Israel: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón. Toda la historia de la salvación es fruto de una iniciativa de amor divino, que nos exige, a su vez, una correspondencia plena de amor filial. El tema del amor de Dios es en el Antiguo Testamento fundamental, y en el Deuteronomio, concretamente, es característico y hasta exclusivo. Oigamos a San León Magno, que trata del hambre y sed que hemos de tener de Dios:

«Ninguna cosa temporal apetece esta hambre, ni ninguna cosa terrena anhela esta sed, sino que desea saciarse del bien de la justicia y, de modo oculto a la mirada de todos, desea llenarse del mismo Señor. Dichoso aquel que ambiciona esta comida y está ávida de esta bebida, pues no la desearía si no hubiese gustado ya esta suavidad. Al escuchar al espíritu profético, que le dice: “gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33,9), recibe ya una porción de la dulzura celestial, y se inflama del amor del casto placer, de modo que, abandonando todas las cosas temporales, anhela con todo su afecto comer y beber la justicia, y abraza la verdad del primer mandamiento, que dice: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (DDT 6,5; Mt 22, 37); porque amar la justicia no es otra cosa que amar a Dios. Y, puesto que al amor de Dios se une el cuidado del prójimo, a este deseo se añade la virtud de la misericordia» (Sermón 95).

–Con el Salmo 17 confesamos ese ardiente amor al Señor: «Yo te amo, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador, mi peña, mi refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte». Él es todo eso para nosotros, y por eso lo alabamos y le damos gracias.

Hebreos 7,23-28: Como Cristo permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no acaba. Como Hijo muy amado, el Corazón de Jesucristo, Sacerdote y Mediador, nos enseñó el amor al Padre y a nosotros, sus hermanos, hasta el sacrificio total de sí mismo. Enseña San Fulgencio de Ruspe:

«Él es quien en sí mismo posee todo lo que es necesario para que se efectúe la redención, es decir, Él mismo es el sacerdote y el sacrificio. Él mismo, Dios y el templo, es el sacerdocio por cuyo medio nos reconciliamos; el sacrificio que nos reconcilia; el templo en que nos reconciliamos; el Dios con quien nos hemos reconciliado. Ten, pues, como absolutamente seguro y no dudes en modo alguno, que el mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se ofreció por nosotros a Dios en olor de suavidad como sacrificio y hostia; el mismo en cuyo honor, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes ofrecían en tiempo del Antiguo Testamento sacrificios de animales; y a quien ahora, o sea en el tiempo del Testamento Nuevo, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, con quienes comparte la misma y única divinidad, la santa Iglesia católica, no deja nunca de ofrecer por todo el universo de la tierra el sacrificio del Pan y el Vino, con fe y caridad” (Sobre la fe 22).

Marcos 12,28-34: Éste es el primer mandamiento. El segundo le es semejante. Como Hombre de Dios, el Corazón de Jesucristo nos ha enseñado la síntesis integradora del amor a Dios, evidenciado en el amor semejante a nuestros hermanos. Con dos testimonios del Antiguo Testamento (Dt 6,4-5; Lev 19-18), Jesucristo propone su revelación sobre el amor, presentando el amor como el fundamento de toda su revelación y como el camino esencial de su Evangelio. El precepto del amor resume todos los preceptos, porque «el amor es la plenitud de la ley» (Rom 13,9-10).

El Evangelio es esencialmente revelación de la caridad. En él se proclama todo el dinamismo de la caridad salvífica del misterio de la Encarnación del Verbo. En su origen: caridad trinitaria (Padre, Jn 3,16; Hijo, Gal 2,20; Espíritu Santo, Rom 5,5). En su dinamismo interno: urgencia suprema de  la caridad (el mayor y primer mandamiento; Mt 22,38). En sus urgencias concomitantes (un mandamiento nuevo; Jn 13,34-35).

 

Ciclo C

Las lecturas primera y tercera nos proclaman hoy la misericordia de Dios con los pecadores. La segunda lectura nos exhorta a que nos atengamos a la fe. El tiempo nos ofrece la oportunidad del amor misericordioso de Dios, que llama al hombre a la conversión y la espera, urgiéndole a diario para que se santifique.

Sabiduría 11,23-12,2: Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres. El tiempo es para el hombre un índice de su limitaciones como criatura y un don del amor misericordioso de Dios, que le espera para la conversión y la salvación. Tenemos aquí una enseñanza teológica, muy rica y profunda, de la omnipotencia y misericordia divinas, que de un modo paradójico, pero divinamente  armónico, cooperan a hacer siempre más concreto y vivo entre los hombres el don salvífico divino, no obstante los límites y la falta de correspondencia de las criaturas.

El texto de la Sabiduría nos abre el corazón a una gran confianza y a un sano optimismo: nos lleva a ver en Dios no un dueño tiránico, siempre dispuesto a exigir y castigar, sino un Padre misericordioso que en todo y por todo busca siempre el bien de los hombres, elevados a la dignidad de hijos suyos.

–Por eso ensalzamos a Dios, nuestro Rey, con el Salmo 144. Bendecimos su nombre por siempre jamás; día tras días lo bendecimos y lo alabamos, porque es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad. Es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Esto nos mueve a procurar que todos se unan a nosotros para proclamar la gloria de su reinado y manifestar sus maravillas. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones, sostiene  a los que van a caer y endereza a los que ya se doblan.

2 Tesalonicenses 1,11–2,2: Que Jesús, nuestro Señor, sea vuestra gloria y que vosotros seáis la gloria de El. El Apóstol eleva oraciones a Dios para que su predicación pueda dar fruto en sus oyentes. San Agustín escribe:

«Quien pretende enseñar la palabra de Dios debe hacer cuanto esté de su parte para que se le escuche inteligentemente con gusto y docilidad. Pero no dude de que si logra algo, y en la medida en que lo logra, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración que de peroración. Y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzara a hablar, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó» (Sobre la doctrina cristiana 4,15-32).

Lucas 19,1-10: El  Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Cristo Jesús busca al hombre pecador: continúa a diario su misión de llamar, buscar y salvar al hombre, mediante la conversión y la nueva vida de santidad que El le ofrece. Y atraído por su gracia, el hombre pecador, como Zaqueo, busca a Jesús. San Agustín comenta:

«Reconoce a Cristo, que está lleno de gracia. Él quiere derramar sobre ti aquello de que está lleno y te dice: “busca mis dones, olvida tus méritos, pues si yo buscase tus méritos, no llegarías a mis dones. No te envanezcas, sé pequeño, sé Zaqueo”. Pero vas a decir: “si soy como Zaqueo, no podré ver a Jesús a causa de la muchedumbre”. No te entristezcas, sube al árbol del que Jesús estuvo colgado por ti y lo verás... Pon ahora los ojos en mi Zaqueo, mírale, te suplico, queriendo ver a Jesús en medio de la muchedumbre, sin conseguirlo. Él era humilde, mientras que la turba era soberbia; y la misma turba, como suele ser frecuente, se convertía en impedimento para ver bien al Señor. Él se levantó sobre la muchedumbre y vio a Jesús sin que ella se lo impidiera.

«En efecto, a los humildes, a los que siguen el camino de la humildad, a los que dejan en manos de Dios las injurias recibidas y no piden venganza para sus enemigos, a ésos los insulta la turba y le dice: “¡inútil, que eres incapaz de vengarte!” La turba te impide ver a Jesús; la turba que se gloría y exulta de gozo cuando ha podido vengarse, impide la visión de quien, pendiente de un madero, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”... El Señor que había recibido a Zaqueo en su corazón, se dignó ser recibido por él... Y “llegó la salvación a aquella casa”» (Sermón 174,3).

LUNES

Años impares

Romanos 11,29-36: Dios tiene misericordia de todos. La incredulidad temporal de los judíos no es sino una etapa histórica misteriosa, que precede a su conversión final y a la instauración definitiva del Reino de Dios. También ellos, dice el Apóstol, «alcanzarán misericordia». Y entonces, unidos en la fe judíos y gentiles, «Dios será todo en todos» (1 Cor 15,28). Mientras tanto, todo es gracia, gracia de Dios gratuitamente concedida. Comenta San Agustín:

«¿Qué hemos dado a Dios, si todo lo que tenemos y somos lo recibimos de Él? Nada le hemos dado. En este sentido, no podemos considerar a Dios como deudor, según dice el Apóstol (Rom 11,34-35)... El único título que tenemos para exigir algo a nuestro Señor es decirle: “cumple lo que prometiste, puesto que hicimos lo que mandaste, aunque también esto es obra tuya, pues ayudaste a quien se esforzaba”.. ¿Qué diste a Dios, cuando ni siquiera existías para poder dárselo? ¿Qué hizo Dios cuando predestinó a quien no existía?... Demos gracias a Dios, porque cuando no existíamos nos predestinó, porque alejados, nos llamó y porque siendo pecadores nos justificó» (Sermón 152,2-3).

–Con el Salmo 68 decimos: «Que me escuche, Señor, tu gran bondad. Soy un pobre malherido, tu salvación me levante, Dios mío. Alabaré el nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias. Miradlo los humildes y alegraos, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos. El Señor nos salvará»... Él nos prepara una ciudad celeste en la gloria, la habitaremos en posesión por su infinita misericordia, la estirpe de sus siervos la heredará, los que aman su nombre vivirán en ella.

Años pares

Filipenses 2,1-4: Manteneos unánimes, con un mismo pensar y un mismo sentir. Esto es lo que quería el Apóstol. Es una invitación a vivir en el amor fraterno, en unidad y en humildad. Cristo nos ha dado ejemplo en su encarnación, en su vida entera, en su pasión y muerte, en la cruz. Comenta San Agustín:

«Pensad en la unidad, hermanos míos, y ved que si os agrada la multitud es por la unidad que existe en ella... Engrandeced al Señor conmigo y ensalcemos su nombre todos juntos. Una sola cosa es necesaria: aquella unidad celeste, la unidad por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved cómo se nos recomienda la unidad... Las tres Personas no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente. La misma Trinidad es un solo Dios, porque “una sola cosa es necesaria”. Y la consecución de esta única cosa nos lleva el tener los muchos “un solo corazón”» (Sermón 103,4).

–Con el Salmo 130 proclamamos: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros, no pretendo grandezas que superan mi corazón. Yo acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor ahora y por siempre».

Lucas 14,12-14: No hagamos el bien buscando sobre todo el agradecimiento. Obremos por amor, generosamente, buscando el bien de nuestros hermanos. Comenta San Agustín:

El Señor «te mostró con quién tienes que ser generoso..., con los necesitados, que no tienen nada que devolverte. ¿Pierdes con eso acaso? Se te recompensará cuando se recompense a los justos... Cuando Él nos lo devuelva, ¿quién nos lo quitará?... Cuando aún éramos pecadores, nos donó la muerte de Cristo; ahora que vivimos justamente, ¿nos va a decepcionar? Pero Cristo no murió por los justos, sino por los impíos. Si a los malvados les dio la muerte de su Hijo, ¿qué reservará para los justos?... El mismo Hijo, pero en cuanto Dios, como objeto de gozo, no en cuanto hombre, sometido a la muerte. Ved a lo que nos llama Dios. Mas de la misma manera que te fijas en el destino, dígnate mirar también el camino, dígnate mirar también el cómo» (Sermón 339,6).

MARTES

Años impares

Romanos 12,5-16: Cada uno ha de entregarse al servicio de los demás. Cada miembro de la Iglesia ha de cumplir su propia misión, procurando el bien de todos por la vida de oración y el ejercicio de la caridad. Oigamos a San Agustín:

«Dice el Apóstol: “llenos de gozo en la esperanza”. Así, pues, nuestro gozo actual es gozo en la esperanza, aún no en la realidad... Si los compañeros de peregrinación gozan de esta manera en el camino, ¡cuál será su gozo en la Patria! Los mártires lucharon en esta vida, luchando caminaron, y caminando aclamaron. En efecto, quienes aman, caminan, pues hacia Dios no se corre con pasos, sino con el afecto. Hay tres clases de hombres detestables: el que se para, el que da marcha atrás y el que se sale del camino. Que nuestro caminar se vea libre y protegido, con la ayuda de Dios, de estos tres tipos de mal» (Sermón 306,B,1).

–Con el Salmo 130 decimos: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor, ahora y por siempre». Éste es el camino de la infancia espiritual, libre de preocupaciones altaneras, dócil a las inspiraciones de Dios, como quien sabe que camina de su mano, más seguro que conducido por la más cariñosa de las madres.

Años pares  

Filipenses 2,5-11: Cristo se anonadó. Y por eso fue exaltado. La exhortación a la humildad se fundamenta en el ejemplo de Cristo: aun siendo Hijo de Dios, no hizo valer su calidad de semejanza, de igualdad, con el mismo Dios, sino que tomó la condición humana, haciéndose obediente hasta la muerte. Dice San Clemente Romano:

«El cetro de la majestad de Dios, Jesucristo, nuestro Señor, no vino rodeado de orgullo y aparatosidad, aun cuando lo hubiera podido hacer, sino en la humildad» (Funk I,107).

San Agustín comenta:

«Quien todavía no puede ver lo que ha de mostrarle el Señor, no busque el ver antes de creer, sino más bien crea primero, para que pueda sanar el ojo con que ha de ver. A estos ojos serviles [el Señor] se manifiesta solo en la forma de siervo... Y, puesto que no existía la posibilidad de verlo como Dios y sí como hombre, el que era Dios se hizo hombre, para que aquello que se veía sanase la causa de que no se viera» (Sermón 88,4).

Se anonadó el Hijo divino, es decir, el Infinito se hizo igual a cero. Se anonadó, haciéndose hombre, y más aún, muriendo por nosotros en la Cruz. Ejemplo inmenso de humildad. Por eso Dios lo exaltó. Imitémoslo.

–Con el Salmo 21 decimos que el Señor es nuestra alabanza en la gran asamblea. Cumpliremos nuestros votos delante de los fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan; viva su corazón para siempre. Recordarán al Señor y volverán a Él hasta de los confines del orbe. En su presencia se postrarán las familias de los pueblos, porque del Señor es el Reino.

Él gobierna los pueblos. Ante Él se postrarán las cenizas de las tumbas... Hablarán del Señor a la generación futura, todo lo que hizo el Señor en su misericordia, anonadándose por nosotros. Pero Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre del Señor toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y todos proclamemos que Jesucristo es el Señor (cf. Flp 2,6-11).

Lucas 14,15-24: Los invitados más distinguidos, fueron descorteses, y no quisieron venir. Entonces el padre de familia convocó a toda clase de gente. La Iglesia es el lugar de la reunión universal realizada por Cristo. Comenta San Agustín:

«Dejemos de lado las excusas vanas y perversas, y acerquémonos a la cena que nos saciará interiormente. No nos lo impida la soberbia altanera, no nos engría o sujete y aparte de Dios la ilícita curiosidad; la sensualidad de la carne no nos aleje del placer del corazón. Acerquémonos y saciémonos. ¿Quiénes se acercaron sino los mendigos, los débiles, los cojos y los ciegos? No vinieron los ricos, los sanos... Vengan, pues, los mendigos... vengan los débiles.... vengan los cojos..., vengan los ciegos... Éstos vinieron en hora buena, pues los primeros invitados fueron reprobados debido a sus excusas» (Sermón 112,8).

MIÉRCOLES

Años impares

Romanos 13, 8-10: Amar es cumplir la ley entera. El Apóstol nos exhorta al amor. Toda la ley se cumple en el amor, participando del amor de Jesús. San Agustín comenta:

«Ama a Dios y ama al prójimo como a ti mismo. Veo que al amar a Dios te amas a ti mismo. La caridad es la raíz de todas las obras buenas... La plenitud de la ley es la caridad. No voy a tardar en decirlo: quien peca contra la caridad, se hace reo de todos los preceptos. En efecto, quien daña a la raíz misma, ¿a qué parte del árbol no daña? ¿Qué hacer, pues? Quien peca contra la caridad se hace reo de todos los preceptos. Esto es absolutamente cierto, pero distinto es el modo como peca contra ella el ladrón, el adúltero, el homicida, el sacrílego y el blasfemo. Todos pecan contra la misma caridad, puesto que donde existe la caridad plena y perfecta no puede haber pecado. Es ella misma la que crece en nosotros para llegar un día a la perfección y a tal perfección que no admita ya adicción alguna» (Sermón 179,A,5).

–Con el Salmo 111 decimos: «Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos, reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad». Por eso decía San Roberto Belarmino que vale más un grano de caridad que cien arrobas de razón. Solo el que ama es fuerte y es capaz de hacer todas las obras buenas que el mundo necesita.

Años pares

Filipenses 2,12-18: Es Dios quien obra en nosotros el querer y el obrar. El Señor, viviendo en nosotros, nos hace posible caminar hacia la salvación con una vida ejemplar, y ser luz en medio de las tinieblas de este mundo. Así en el día del juicio podremos gozar de su gozo eterno. En la Carta a Diogneto leemos:

«Los cristianos no se distinguen de los demás hombres por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás... Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su vida sobrepasan las leyes... Mas, para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo» (Diogneto V-VI).

–Con el Salmo 26 proclamamos: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscaré; habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, gozar de la dulzura del Señor, contemplando su rostro. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida»... Esperaré en el Señor con gran valor y confianza. Él es mi salvación y mi alegría. Él es mi Luz, la luz que debo irradiar en mi vida.

Lucas 14,23-35: Renunciamos a todo, para venir a ser discípulos del Señor. El Señor creó todo para nosotros. Todo es bueno: «todas las cosas son para nosotros», para nuestro provecho, para nuestra utilidad, pero «nosotros somos de Cristo, y Cristo de Dios». Usemos todas las cosas del mundo presente de tal modo que no nos incapacitemos para las eternas. No pongamos todo nuestro interés en las cosas de este mundo. Guardemos el corazón en una santa indiferencia. Oigamos a Casiano:

«No vayamos a creer que aquellos que han sido elevados en este mundo a las cumbres de las riquezas, del poderío y de los honores hayan alcanzado con ello el bien por excelencia, pues éste consiste únicamente en la virtud. Esas otras cosas son indiferentes. Son útiles, son provechosas para los justos que usan de ellas con recta intención y para cumplir sus menesteres ineludibles, pues brindan la ocasión para hacer obras buenas y para producir frutos para la vida eterna. Son, en cambio, lesivas y dañinas para aquellos que abusan de ellas, encontrando en ellas ocasión de pecado y de muerte» (Colaciones 66,3).

JUEVES

Años impares

Romanos 14,7-12: En la vida y en la muerte somos del Señor. Pertenecemos al Señor y para Él vivimos y morimos. Unos y otros hagamos todo lo posible por conformar nuestra vida con la voluntad divina, y colaboremos fielmente con la gracia de Dios. Entreguemos a Dios nuestra vida, como Cristo la entregó para salvarnos. San Cirilo de Alejandría escribe:

«Se ha dicho que Cristo tuvo hambre, que soportó la fatiga de largas caminatas, la ansiedad, el terror, la tristeza, la agonía y la muerte en la cruz. Sin ser obligado por nadie, libremente se entregó por nosotros, para ser Señor de vivos y muertos (Rom 14,9). Con su propia carne ha pagado así un rescate justo por la carne de todos; y con su alma ha llevado a cabo la redención de todas las almas. Y si Él ha vuelto a tomar su vida, es porque, como Dios, Él es viviente por naturaleza» (Sobre la Encarnación del Unigénito).

–Con el Salmo 26 digamos: «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor todos los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su rostro. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida», es decir, en la gloria eterna. Para esto vivamos aquí en la presencia del Señor, identificados con su voluntad divina, llenos de amor e irradiándolo por doquier.

Años pares

Filipenses 3,3-8: Sólo Cristo ha de ser nuestro tesoro. Todo lo demás es pérdida. San Pablo sacrificó todos los títulos de gloria por ganar a Cristo. Y en Cristo lo encontró todo: verdad, vida, camino, alimento, roca, luz, amor... todo. Así hemos de hacer también nosotros. San Ambrosio dice:

«Por Él anhela quien repite sus palabras y las medita en su interior. Hablemos, pues, siempre de El. Si hablamos de sabiduría, Él  es la sabiduría; si de virtud, Él es la virtud; si de justicia, Él es la justicia; si de paz, Él es la paz; si de la verdad, de la vida, de la redención, Él es todo eso» (Comentario al Salmo 36).

Y San Bernardino de Siena:

«Todo lo tenemos en Cristo: es refugio de los penitentes, bandera de los que combaten, medicina de los que desfallecen, consuelo de los que sufren, honor de los creyentes, esplendor de los evangelizadores, mérito de los que trabajan, satisfacción de los que oran, deleite de los contemplativos, gloria de los que triunfan» (Sermón 49).

–En esa misma perspectiva, con el Salmo 104 proclamamos «que se alegren en el Señor los que lo buscan». Recurramos al Señor y a su poder, busquemos constantemente su rostro, recordemos las maravillas que hizo y hace constantemente en nuestra alma, sus prodigios, las sentencias de su boca. El Señor es nuestro Dios. Él gobierna toda la tierra. Creamos en su amor y correspondámosle también con un gran amor. Él todo lo merece. Sin Él nada somos. Con Él todo lo podemos, todo lo tenemos.

Lucas 15,1-10: La gran alegría del cielo por un pecador que se convierte. La infinita bondad de Dios se nos revela en las parábolas de la misericordia. Todos nosotros somos llamados a la experiencia espiritual de la gran misericordia divina, pero no según nuestros modos y criterios, sino según los modos y criterios de Dios. Comenta San Ambrosio:

En estas parábolas «¿quién es este padre, este pastor y esta mujer? ¿Acaso no representan a Dios Padre, a Cristo y a la Iglesia?  Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te recibe el Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra como Madre, sin cesar te busca, y el Padre te vuelve a vestir. El primero por obra de su misericordia, la segunda cuidándote y el tercero reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le cuadra perfectamente una de esas cualidades: el Redentor viene a salvar, la Iglesia asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino está siempre la misma misericordia, aunque la gracia varía según nuestros méritos» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,208).

VIERNES

Años impares

Romanos 15,14-21: Que nuestra ofrenda agrade a Dios. El ministerio apostólico aparece bajo este aspecto en un sentido muy determinado. Este ministerio es como una liturgia y quien lo ejerce actúa como un sacerdote. El Apóstol predica la palabra y manifiesta la presencia de Cristo resucitado en el corazón, en los acontecimientos y en las cosas. Es sacerdote no como un especialista de ritos, como los sacerdotes del templo de Jerusalén, sino porque al revelar el sentido pascual de todas las cosas, ayuda a sus oyentes a tomar actitudes de fe, de conversión y de compromiso, y ése es el contenido de los sacrificios espirituales de la Nueva Alianza, unidos a la sagrada Eucaristía, que actualiza sacramentalmente el sacrificio redentor del Calvario.

Todas estas realidades del mundo de la gracia son ya una maravilla, pero aún han de perfeccionarse y llegar a plenitud en la gloria. Escribe Orígenes:

«No nos equivoquemos, porque si Pablo y los que son como él se llaman perfectos en comparación con los demás, sin embargo, nadie entre los hombres puede llamarse o ser perfecto con aquella ciencia sublime o aquella perfección propia de los que habitan en el cielo» (Comentario a la Carta a los Romanos 10,10).

–Con el Salmo 97 pedimos al Señor que revele a las naciones su victoria. «Cantemos al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas, su diestra le ha dado la victoria, revela a las naciones su justicia, se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel [de la Iglesia, de cada uno de nosotros]. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad».

Años pares

Filipenses 3,17–4,1: Aguardamos al Señor. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Cristo nos transforma por su palabra, y aún más por su ejemplo. También nosotros ayudamos a los demás con nuestra palabra, pero aún más con nuestra vida. Comenta San Juan Crisóstomo:

«No hay mejor enseñanza que el ejemplo del Maestro... Hablad, pues, con sabiduría, instruid con toda la elocuencia posible; pero sabed que vuestro ejemplo causará una impronta más fuerte y decisiva... Cuando vuestras obras sean consecuentes con vuestras palabras, no habrá entonces nada que se os pueda objetar» (Homilía sobre Flp 3).

No seamos enemigos de la Cruz de Cristo, nos advierte San Pablo, que ya en su tiempo encontró fieles que no respondían verdaderamente a la vocación cristiana por miedo a la Cruz. Sigamos fielmente las enseñanzas de Cristo, el gran Maestro que nos dio doctrina admirable y un ejemplo cabal. Vivamos eso mismo que Él nos enseñó y vivió.

–La Casa del Señor a la que nos encaminamos es la gloria futura, la Jerusalén celeste, llamada visión de paz. Y así con el Salmo 121 decimos: «Qué alegría, cuando me dijeron “vamos a la Casa del Señor”. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Allí suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor»... En la Jerusalén celeste nos aguarda Dios, nuestro Señor, justo y misericordioso. Y en este caminar hacia el cielo no podemos dejar que nos dominen las fuerzas del mal, sino que hemos de superar todas las dificultades con la gracia del Señor.

Lucas 16,1-8: Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. La astucia del mundo ha de ser superada con valentía y generosidad, no con habilidades arteras, sino con la gran fuerza del cristianismo, que es el amor. Hemos de colaborar con el Salvador con gran diligencia, sin desgana y pe-reza. Comenta San Agustín:

«¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No le agradó aquel siervo fraudulento, que defraudó a su amo y sustrajo cosas que no eran suyas. Además las hurtó a escondidas, y le causó daño preparándose un lugar de descanso y tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. ¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, siendo previsor para el futuro, sino para que se avergüence el cristiano que carece de determinación viendo alabado el ingenio de un fraudulento. En efecto, dice: “los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”. Ellos comenten fraudes mirando al futuro. ¿Mirando a qué vida tomó precauciones aquel mayordomo? Mirando a aquella vida a la que tendría que pasar cuando se lo mandaren. Y si él se preocupó por la vida que tiene un fin, ¿tú no te preocuparás por tu vida eterna?» (Sermón 359,10).

SÁBADO

Años impares

Romanos 16,3-9.16.22-27: El misterio de Dios. La revelación del misterio está en el centro de la doxología con que se termina esta Carta. En el apostolado paulino este misterio es el acceso de los gentiles a la revelación. Este misterio es concebido por la Sabiduría divina, que examina el origen de la historia más allá de los siglos. Es el misterio que antes estaba oculto en el tiempo, pero que se manifiesta por Jesucristo, que muere por todos los hombres. Él es el Salvador de todos, el Redentor que con tanta fuerza fue proclamado al mundo por San Pablo.

La Sabiduría de Dios realizó este misterio en la Cruz de Jesucristo. Y los Apóstoles son los testigos de ese misterio y sus principales realizadores. Todos los discípulos de Cristo, judíos o gentiles, se acogen entre sí en la caridad fraterna, y realizan en sí mismos el misterio de Dios, escondido durante siglos, y ya revelado y realizado en el tiempo. Es el dinamismo admirable del Misterio Pascual, que actúa en todos los pueblos y culturas, formando una maravillosa y nueva Hermandad, la de los hijos de Dios. Dice Orígenes:

«Los que ayudaban y eran hospitalarios se encontraban en todos los hermanos creyentes, no sólo entre los que provenían de los judíos, sino también en los creyentes que provenían de la gentilidad. En efecto, la hospitalidad era muy estimada no sólo por Dios, sino también por los hombres» (Comentario a la Carta a los Romanos 10,18).

–Bendecimos al Señor con el Salmo 144 por los muchos beneficios que hemos recibido de Él, y le bendecimos sobre todo por haber sido llamados a la salvación. Lo bendecimos por siempre jamás, pues Él es nuestro Dios y nuestro Rey. «Grande es el Señor, y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. Una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas, alaban los pueblos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas». Queremos y pedimos que todas las criaturas den gracias al Señor, que le bendigan sus fieles, que proclamen la gloria de su reinado, que hablen de sus hazañas. La Iglesia se extiende por doquier y sigue pujante en la santidad de sus fieles, como lo muestran hoy las muchas beatificaciones y canonizaciones de que somos testigos.

Años pares

Filipenses 4,10-19: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Los fieles de Filipos corresponden al santo Apóstol con sus dones y San Pablo lo agradece. Ellos piden, reciben y dan generosamente. San Juan Crisóstomo dice:

«Cuando tú más recibes, más se alegra Él y más dispuesto está a seguir dándote. Dios tiene por propia riqueza nuestra salvación. Y su gloria está en dar copiosa merced a cuantos le piden» (Homilía 22, sobre San Mateo).

Y San Ireneo:

«La razón por la que Dios desea que los hombres le sirvan es su bondad y misericordia, por las que quiere beneficiar a los que perseveran en su servicio; pues, si Dios no necesita de nadie, el hombre, en cambio, necesita de la comunión con Dios. En esto consiste la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio de Dios» (Contra las herejías 4,13).

–Por eso decimos con el Salmo 111: «Dichoso el que teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo... Su corazón está seguro, sin temor, reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad». Es gran don poder dar, y todos podemos dar, a nuestros hermanos una oración, una sonrisa, un servicio, un signo de amabilidad, de dulzura...

Lucas 16,9-15: No podemos servir a dos señores. O damos culto a Dios, o damos culto a las riquezas, sean éstas las que fueren: dinero, placer, poder... Dice San Gregorio Magno:

«Son engañosas las riquezas, porque no pueden permanecer siempre con nosotros;  son engañosas porque no pueden satisfacer las necesidades de nuestro corazón. Las riquezas verdaderas son únicamente las que nos hacen ricos en las virtudes» (Homilía 15, sobre los Evangelios).

Y San Basilio:

«Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor» (Sobre la caridad). Y en otro lugar: «La virtud es la única de las riquezas que es inamovible y que persiste en vida y muerte» (Discurso a los jóvenes).

San Ambrosio escribe:

«¿Quién hasta ahora se ha justificado con las riquezas? ¿Quién se ha hecho humilde con el poder, misericordioso con la nobleza de su nacimiento, casto con la hermosura? La verdad es que todas estas prendas temporales más bien son peligrosas, para hacernos caer en la culpa, que útiles para ayudarnos en el camino de la virtud» (Comentario al Salmo 1,39).

 

 

SEMANA 32

 

DOMINGO

Entrada: «Llegue hasta ti mi súplica; inclina tu oído a mi clamor, Señor» (Sal 87,3).

Colecta (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): «Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros todos los males, para que bien dispuesto nuestro cuerpo y nuestro espíritu, podamos libremente cumplir tu voluntad».

Ofertorio (del Misal anterior): «Mira con bondad, Señor, los sacrificios que te presentamos, para que, al celebrar el misterio de la pasión de tu Hijo, gocemos de sus frutos en nuestro corazón».

Comunión: «El Señor es mi Pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas» (Sal 22,1-2). O bien: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan» (Lc 24,35).

Postcomunión (del Gelasiano, Gregoriano y Misal  de Paris de 1738): «Alimentados con esta eucaristía, te hacemos presente, Señor, nuestra acción de gracias, implorando de tu misericordia que el Espíritu Santo mantenga siempre vivo el amor a la verdad en quienes han recibido la fuerza de lo alto».

 

Ciclo A

En la primera lectura se nos exhorta a consagrar las jornadas y las vigilias de la noche a buscar la Sabiduría que procede de Dios. El Evangelio nos manda que estemos vigilantes y atentos, siempre preparados para la venida del Señor. Y San Pablo en la segunda lectura nos afirma que todos aquellos que hayan creído en Jesús entrarán, cuando Él vuelva, en el mundo de la resurrección, donde vivirán para siempre en su Reino.

La Iglesia, según el Vaticano II, es «el sacramento universal de salvación» (LG 1). Pero la salvación de los hombres, que es una invitación gratuita y amorosa de iniciativa divina, está siempre condicionada por la respuesta de los mismos hombres ante el llamamiento de Dios. Por eso necesitamos preocuparnos más del gran problema de nuestra vida: la santificación y la salvación. De ahí la necesidad urgente de una vigilancia constante.

Sabiduría 6,13-17: Encuentran la Sabiduría los que la buscan. Por Sabiduría entendemos aquí el designio amoroso de Dios de poner a nuestro alcance su invitación generosa de salvación, que es encontrada por los que la buscan sinceramente. La salvación del Dios es un tema hondamente arraigado en la Sagrada Escritura: Dios salva a los hombres, Cristo es nuestro Salvador. El Evangelio aporta la salvación a todo creyente. Es, por lo mismo, un término clave en el lenguaje bíblico, pero su proceso de elaboración ha sido lento. Toda la historia de Israel es una «historia de salvación» que llega a su culmen en Cristo Jesús, que precisamente significa: «Dios salva». En Él Dios re-capitula toda la historia de la salvación en favor de los hombres.

Dios salva del pecado. Solo Dios puede perdonarlo, absolverlo, eliminarlo. Por eso es por lo que Israel, tomando más conciencia de la universalidad del pecado, ya no podrá buscar otra salvación que la que viene de invocar el nombre de Dios Redentor. El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo, hecho hombre para la redención universal y definitiva del pecado. Él es «el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

–Por eso con el Salmo 62 decimos que nuestra alma está sedienta de Dios. Nuestra carne tiene ansia de Él, como tierra reseca, agostada y sin agua. Solo Él puede salvarnos. Su gracia vale más que la vida, solo en Él podemos encontrar la saciedad de nuestra alma. Él es nuestro auxilio y «a la sombra de sus alas» cantamos con júbilo.

1 Tesalonicenses 4,12-37: A los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él. Hemos sido creados y redimidos para la eternidad. Toda nuestra vida temporal lleva en sí una responsabilidad permanente para el «día» del encuentro con el que ha de venir.

El punto central de esta lectura es la unión constante con el Señor. Nuestra fe en el retorno del Señor ha de ir a lo esencial: «¡estaremos siempre con Él!» Ésta ha de ser nuestra alegría constante, nuestra gran solicitud: no separarnos de Cristo. Y lo único que nos aparta de Él es el pecado. De ahí la gran vigilancia que hemos de tener para no dejarnos atrapar por el pecado. Con la gracia divina nosotros siempre podemos salir victoriosos en las dificultades y tentaciones que podamos encontrar en nuestro camino hacia el Padre. La Iglesia, «Sacramento universal de salvación», con todos los medios que tiene, es la gran ayuda que nosotros tenemos y necesitamos.

La esperanza firme en la vida eterna, lograda por la misericordia de Dios, que es fiel a sus promesas, da a los cristianos paz en la vida y paz en la muerte. Oigamos a San Agustín:

«Nos amonesta el Apóstol a “no entristecernos” por nuestros seres queridos que duermen, o sea, que han muerto, “como hacen los que no tienen esperanza” en la resurrección e incorrupción eterna. También la costumbre de la Escritura los denomina en verdad durmientes, para que al escuchar este término no perdamos la esperanza de que hemos de volver al estado de vigilia. Por ello canta también en el salmo: “¿acaso no volverá a levantarse el que duerme?’’ (Sal 40,9). Los muertos causan tristeza, en cierto modo natural, en aquellos que los aman. El pánico a la muerte no proviene, en efecto, de la sugestión, sino de la naturaleza. Pero la muerte no habría llegado al hombre si no hubiese existido antes la culpa que originó la pena» (Sermón 172,1).

Mateo 25,1-13: ¡Que llega el Esposo, salid a su encuentro! La vigilancia responsable o la irresponsabilidad paralizante son dos modos de vivir la fe cristiana ante el misterio de la salvación. Pero su desenlace final es irreversible. La salvación no se improvisa.

La vocación cristiana es irrenunciable-mente una vivencia profunda, personal y colectiva de la esperanza escatológica. Sin estas vivencias careceremos del sentido auténtico de la misión redentora de Cristo. El santo temor de Dios nos libra de la presunción vana ante la salvación y nos comunica la confianza filial, que quita de nosotros toda desesperanza paralizante. Es en el tiempo y en nuestro quehacer diario donde hemos de ser y permanecer vigilantes, esperando el retorno del Señor con las lámparas encendidas, alimentadas con el aceite de nuestras buenas obras. La eternidad nos la jugamos a diario en este tiempo que Dios nos concede para colaborar con su gracia divina realizando bajo su influjo obras buenas y salvíficas. Oigamos a San Agustín:

«Aquellas vírgenes simbolizan a las almas. En realidad no son solo cinco, pues simbolizan a muchas. Y además, ese número de cinco comprende tanto varones como mujeres, pues ambos sexos están representados por una mujer, es decir, por la Iglesia. A ambos sexos, esto es, a la Iglesia, se la llama Virgen (2 Cor 11,2). Y si pocos poseen la virginidad de la carne, todos deben poseer la virginidad del corazón...

«¿Y quiénes son las vírgenes necias? También ellas son cinco. Son las almas que conservan la continencia de la carne, evitando toda corrupción, procedente de los sentidos... Evitan ciertamente la corrupción, venga de donde venga, pero no presentan el bien que hacen a los ojos de Dios en la propia conciencia, sino que intentan agradar con él a los hombres, siguiendo el parecer ajeno... Evidentemente no llevan el aceite consigo... Las necias encienden ciertamente sus lámparas; parece que lucen sus obras, pero decaen en su llama y se apagan, porque no se alimentan del aceite interior... Faltarán las obras a las vírgenes necias, por no tener el aceite de la buena conciencia» (Comentario al Salmo 147,10-11).

 

Ciclo B

La primera y tercera lecturas nos ponen de relieve la generosidad de una pobre viuda; con la primera el profeta Elías obra un milagro, y la segunda merece el elogio del Señor. En la segunda lectura se compara el culto del sacerdocio de Aarón y el de Cristo, que lo aventaja plenamente.

La autenticidad de nuestra fe se mide siempre por la autenticidad cristiana de nuestras actitudes habituales ante Dios y ante los hombres. Más que las obras externas, aun religiosas, lo que importa ante todo es la profundidad interior y la sinceridad religiosa de nuestra postura íntima.

1 Reyes 17,10-16: La viuda hizo un panecillo y se lo dio al profeta Elías. La verdadera religiosidad es la fidelidad a Dios y la generosidad sin medida del corazón, que supera humildemente todo egoísmo.

 El Señor confía la misión de alimentar a su profeta no a una familia rica, sino a una pobre viuda, que está al límite de sus pocos recursos. Dios actúa siempre según su plan y se sirve de medios en los que los hombres no se atreverían a confiar, para que nadie se atribuya a sí mismo el éxito de la realidad.

De aquí la confianza que siempre hemos de tener en Dios, aunque nos veamos a veces en medio de circunstancias muy precarias. Él actúa por las causas segundas. No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Hemos de hacer cuanto esté de nuestra parte, aunque sea una cosa pequeña, como en el caso de la viuda, que entrega un poco de harina y un poco de aceite. Hemos de hacer lo que podemos, lo que Dios nos da hacer, pero ante todo hemos de poner enteramente nuestra confianza en Dios. No le faltó a aquella viuda pobre ni harina ni aceite en todo el tiempo de carestía.

–El Salmo 145 nos invita a la alabanza divina, pues «el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, libera a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad». Tengamos total confianza en Él.

Hebreos 9,24-28: Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. El Corazón de Cristo Jesús, Sacerdote y Víctima redentora, representa la más profunda vivencia religiosa del amor al Padre y de su amor victimal a los hombres. En la Pascua de Cristo encuentran su cumplimiento, «una vez para siempre», las aspiraciones hacia Dios del sacerdocio aaronítico y de sus propios ritos: el perdón del pecado. El acceso a Dios ha quedado ya abierto para siempre, y para siempre se ha realizado la reconciliación. No son necesarios ya otros sacrificios. El sacrificio de Cristo Redentor en el Calvario se reactualiza sacramentalmente en la sagrada Eucaristía hasta el fin de los tiempos. Y Cristo en su segunda venida dará a todos los creyentes la plenitud de la salvación.

Marcos 12,38-44: Esta pobre viuda ha echado más que nadie. La medida de nuestra religiosidad ante Dios y ante los hermanos no está en la materialidad de nuestra obra, sino en la generosidad o tacañería de nuestro espíritu.

Una mujer, pobre y viuda, en medio de una multitud que aparatosamente hace sus propias ofrendas en el tesoro del templo, deja caer en él algunos céntimos. El gesto es señalado por Jesús ante los apóstoles, ya que tal ofrenda, para esa viuda, en su gran pobreza, representa una verdadera y admirable privación. Lo que cuenta para Dios es la actitud interior del corazón. Esto vale más que muchas obras externas ruidosas y brillantes, que carecen de esa sinceridad y generosidad en lo interior. Dios se complace en aceptar el más pequeño acto interior de nuestro corazón como el tesoro más precioso que le pueda ofrecer el universo.

Esto ha de animarnos a la práctica continua de las virtudes cristianas y debe confortarnos en los momentos de angustia y dolor. Todo lo debemos al Señor y de todo hemos de darle continuas gracias. También hemos de agradecerle porque podemos hacer algún bien, pues a Él se lo debemos. El sentido religioso de nuestra existencia de hijos de Dios nos hace vivir siempre ante el Padre y ante los hombres «los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5). Oigamos a San Agustín:

«Ignoro, hermanos, si puede encontrarse alguien a quien hayan aprovechado las riquezas. Quizá se diga: ¿no fueron de provecho para quienes usaron bien de ellas, alimentando a los hambrientos, vistiendo a los desnudos, hospedando a los peregrinos, redimiendo a los cautivos? Todo el que obra así, lo hace para que no le perjudiquen. ¿Qué le sucedería, si no poseyese esas riquezas con las que hace misericordia, siendo tal que se hallase dispuesto a hacerla, si se hallase en posesión de ellas? El Señor no se fija en que las riquezas sean o no grandes, sino en la piedad de la voluntad.

«¿Acaso los apóstoles eran ricos? Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela, y siguieron al Señor. Mucho abandonó quien se despojó de la esperanza del siglo, como aquella viuda del Evangelio. Y el Señor la elogió... Si examinas los corazones de quienes dan, hallarás con frecuencia en quienes dan mucho un corazón tacaño, y en quienes dan poco uno generoso.. Si eres pobre, aunque sea poco lo que des, se te premiará como si hubieras dado mucho, como aquella viuda» (Sermón 105, A,1).

 

Ciclo C

La primera y la tercera lecturas nos hablan de la resurrección. San Pablo, en la segunda, aparece abrumado por la perversidad de sus enemigos, pero confía en Cristo y exhorta a los cristianos a permanecer firmes aguardando el retorno del Señor. Los hermanos macabeos, San Pablo y Cristo nos enseñan a vivir una vida diametralmente opuesta a la de los hijos del materialismo, que malgastan su existencia humana sin más horizontes que el ansia de felicidad en la tierra y en el tiempo, siendo así, que estamos llamados por Dios a gozar eternamente en la gloria del cielo.

2 Macabeos 7,1-2.9-14: El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna. Con el lenguaje infalsificable de su sangre los hermanos macabeos nos ofrecen un ejemplo de su fidelidad a Dios y de su esperanza ciertísima en la resurrección. En un mundo lleno de materialismo es necesario subrayar la fe en la resurrección, que constituye el centro de nuestra esperanza cristiana. El amor de Dios debe manifestarse en nuestro caminar terreno; mas nuestra mirada ha de estar fija en la gloriosa meta futura, que trasciende toda espera humana y queda  dolorosamente escondida a los sabios de este mundo. San Pablo, en el punto culminante de su Carta a los Romanos, escribe: «los sufrimientos del momento presente no son comparables a la gloria futura que nos será revelada» (8,18). Hemos de mantener siempre viva esta dimensión escatológica de nuestra fe.

–Con el Salmo 16 decimos: «Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor», y le pedimos que escuche nuestra apelación, que preste oído a nuestra súplica, pues no hay engaño en nuestros labios, ni vacilación en nuestros pasos. Sabemos que el Señor, en su bondad misericordiosa, nos escucha e inclina su oído a nuestras palabras. A la sombra de sus alas nos escondemos y venimos a su presencia con nuestra apelación.

2 Tesalonicenses 2,15–3,5: El Señor os dé fuerzas para toda clase de palabras y obras buenas. El verdadero creyente es el hombre que, consciente de su destino eterno, hace de su esperanza en la resurrección el móvil de toda su vida y de toda su conducta en el tiempo. Oigamos a San Juan Crisóstomo:

«El Apóstol lo anima a ofrecer oraciones a Dios por él, pero no para que Dios le exima de los peligros que debe afrontar –pues éstos son consecuencia inevitable del ministerio que desempeña–, sino para que la palabra del Señor avance con rapidez y alcance la gloria» (Homilía sobre II Tes. 3,1).

Lucas 20,27-38: Dios no es  un Dios de muertos, sino de vivos. Estamos destinados, como criaturas nuevas en Cristo, a una nueva y definitiva vida con Cristo en Dios. Él es la Resurrección y la Vida (Jn 11,25). Comenta San Agustín:

«¿Es que creemos en vano en la resurrección de la carne? Si la carne y la sangre no poseerán el Reino de Dios, en vano creemos que nuestro Señor resucitó de entre los muertos con el mismo cuerpo con que nació y en el que fue crucificado, y que ascendió a los cielos en presencia de sus discípulos...

«El bienaventurado Pablo no quería que cayesen en el  error de pensar que en el Reino de Dios, en la vida eterna, iban a hacer lo mismo que hacían en esta vida, es decir, de tomar mujer y de engendrar hijos. Estas son obras de la corrupción de la carne. No hemos de resucitar para tales cosas, como lo dejó claro el Señor en la lectura evangélica que hemos leído hace poco... Niega lo que pensaban los judíos y refuta los errores de los saduceos, puesto que los judíos creían, sí, que los muertos habían de resucitar, pero pensaban carnalmente, por lo que respecta a las obras para las que iban a resucitar. “Serán, dijo, semejantes a los ángeles”» (Sermón 362,18).

 

LUNES

Años impares

Sabiduría 1,17: La Sabiduría es un espíritu amigo de los hombres. El Espíritu del Señor llena la tierra. La Sabiduría consiste en buscar a Dios y huir del pecado. Está íntimamente ligada con el Espíritu de Dios, que instruye a cada fiel y llena el universo entero. El medio fundamental para alcanzar la bienaventuranza última es la Sabiduría, que el autor identifica con el Espíritu. Esta fuerza divina anima al hombre y al universo, al que confiere su cohesión y armonía, pero de distinto modo, ya que en el cosmos ese orden es mecánico y necesario, pero en el hombre se conjuga con su libertad y su voluntad de comunión con Dios. Se trata, pues, de una colaboración que reviste diversos aspectos, pero que implica una misma exigencia: ser conscientes de la presencia de Dios en el corazón y en las palabras, y dejarse llevar por Él sin resistirle.

A esto se llama amar la justicia, es decir, comulgar con la voluntad de Dios, tener un corazón sencillo, orientar la vida únicamente a la búsqueda de Dios. Esto significa también «prestar fe» a Dios, fiarse de Él, «tomar su mano», la mano que Dios tiende para conducirnos en medio de los acontecimientos. Y renunciar al pecado con la ayuda de su gracia.

–Pedimos al Señor con el Salmo 138 que nos guíe por el camino recto. «Señor, tú nos sondeas y nos conoces, desde lejos penetras nuestros pensamientos y distingues nuestros caminos y descansos. Todas nuestras sendas te son familiares... Tu saber, Señor, nos sobrepasa». Es sublime y no lo abarcamos. En todas partes estás, Señor. Estás en el cielo y en el abismo... en el confín de la tierra. Hagámonos conscientes de esa presencia continua de Dios. Todo lo llena el Señor, Él llena también nuestra vida, nuestras obras, nuestros pensamientos...

 Años pares

Tito 1,1-9: Guardemos el conocimiento de la verdad, según nuestra religión y la esperanza de la vida eterna. El Apóstol, al organizar la Iglesia en Creta, tiene como punto de mira «la esperanza de la vida eterna». Escribe San Juan Crisóstomo:

«¿Qué discurso podrá representar lo que luego [en el cielo] ha de seguirse: el placer, la dicha, el júbilo de la presencia y el trato con Cristo? No hay lengua que pueda explicar la bienaventuranza que goza, ni la ganancia de que es dueña, aquella alma que ha recuperado su propia nobleza y que puede en adelante contemplar a su Señor. Y no solo se goza de los bienes que tiene en sus manos, sino de saber con certidumbre que esos bienes no han de tener fin jamás» (A Teodoro 1,13).

Señala también el Apóstol las virtudes que han de tener aquellos obispos y presbíteros que presiden la comunidad cristiana. Son las cualidades que resume el Concilio Vaticano II al decir: «abunden en todo bien espiritual y sean para todos un vivo testimonio de Dios» (LG 41).

–El Salmo 23 nos indica quiénes son los que buscan al Señor: «El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos». Éstos recibirán la bendición del Señor, les hará justicia el Dios de salvación. Él los colmará de sus bienes, pues se han entregado a su amor, en el que siempre han creído, a pesar de las dificultades en que se han encontrado. Es una gran lección que todos hemos de aprender y vivir con plenitud. Ahí está nuestra verdadera felicidad.

Lucas 17,1-4: Gravedad del escándalo y necesidad del perdón. Comenta San Agustín:

«Quien quiera que seas tú que tienes tu mente puesta en Cristo y deseas alcanzar lo que prometió, no sientas pereza en cumplir lo que ordenó. ¿Qué prometió? La vida eterna. ¿Y qué ordenó? Que concedas el perdón a tu hermano. Como si dijera: “tú, hombre, concede el perdón a otro hombre, para que también yo, Dios, me acerque a ti”. Pero, omitamos, o mejor, pasemos por alto aquellas otras promesas divinas más sublimes, según las cuales nuestro Creador nos ha de hacer iguales a sus ángeles, para que vivamos eternamente en Él, con Él y de Él; dejemos de lado por el momento todo esto. ¿No quieres recibir de tu Dios  eso mismo que se te ordena otorgar a tu hermano? Dime que no quieres y no se lo des. ¿Qué significa esto sino que perdones a quien te lo pide, si tú mismo pides que se te perdone?... Aunque nada tengas de qué ser perdonado, debes perdonar, porque también perdona Dios, que nada tiene que haya de serle perdonado” (Sermón 114,1).

MARTES

Años impares

Sabiduría 2,23-3,9: Los insensatos pensaban que morían, pero ellos están en la paz. Dios creó al hombre para la inmortalidad. El pecado es obra del diablo. Las almas de los justos, que han tenido que sufrir pruebas en este mundo, resplandecerán en la luz inmortal, en el día del juicio. No se acaba todo con la muerte y aquel que busca el premio, ha de mirar y confiar en el Señor. Los justos disfrutarán de la retribución que esperaron, y los perseguidores se encontrarán delante de sus víctimas, que les perdonaron.

Solo Dios puede condenar. Podemos ir a la muerte con la confianza de que Dios es nuestro Padre, que quiere que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». Los que en Él confían conocerán la verdad y los fieles permanecerán con Él en el amor, porque sus elegidos encontrarán gracia y misericordia. Seremos examinados en el amor, y si aprobamos ese examen, moraremos perpetuamente en la mansión del Amor, porque «Dios es Amor».

–Con el Salmo 33 bendecimos al Señor en todo momento: su alabanza ha de estar siempre en nuestros labios, nuestra alma se gloría en el Señor, que los humildes lo escuchen y se alegren. Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus súplicas, pero Él se enfrenta con los malvados. Cuando uno suplica al Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias. El Señor está con los atribulados, salva a los abatidos, que confían en Él.

Es momento de revisar nuestra vida: ¿nos olvidamos de Dios? ¿vivimos con Él? ¿vamos a veces al margen de Él o contra Él? Es momento también de orar por la conversión de los pecadores.

Años pares

Tito 2,1-8.11-14: Llevemos una vida religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo. La educación de la fe urge desde que el hombre despierta a la novedad del cristianismo. Esta novedad debe iluminar todos los aspectos de la vida personal, familiar, comunitaria. Y solo desde la Cruz de Cristo, muriendo al hombre viejo, es como podemos vivir la vida nueva del Resucitado, que nos comunica la gracia divina.

En una época en la que el hedonismo, el consumismo, campea a sus anchas, hemos de manifestar con palabras y hechos que somos discípulos del Crucificado. No queremos ser educados por el mundo, sino que pretendemos educar al mundo en los principios de la fe vivificada por la doctrina y ejemplos de Cristo. Ésta es la misión que se ha de realizar en el mundo de hoy y de siempre. Sin esto escamoteamos una de las dimensiones fundamentales de la vida cristiana.

–Con el Salmo 36 proclamamos que el Señor es el que salva a los justos. En Él hemos de confiar, así es como haremos el bien en torno nuestro, así practicaremos la lealtad. El Señor ha de ser nuestra delicia. Él nos dará lo que pide nuestro corazón. Él vela por los días de los buenos, asegura los pasos de los hombres, y se complace en sus caminos, cuando siguen los principios y normas del Evangelio, las enseñanzas de la cruz de Cristo. Así es como nos apartaremos del mal y haremos el bien. Así es como se aniquilará en nosotros el amor propio, que es la fuente de todo mal. Así es como caminaremos por la mansedumbre y el fruto será poseer la tierra y heredar luego la gloria eterna.

Lucas 17,7-10: Guardemos la humildad en todas nuestras acciones, a ejemplo de Cristo, de la Virgen y de los Santos. Somos unos pobres siervos; hemos hecho lo que teníamos que hacer. Comenta San Ambrosio:

«Vive en consecuencia con la convicción de que eres un siervo al que han encomendado muchos trabajos. No te creas más de lo que eres porque eres llamado hijo de Dios –debes reconocer sí la gracia, pero no debes echar en olvido tu naturaleza–, ni ha de envanecerte el haber servido con fidelidad, ya que ése era tu deber. El sol realiza su labor, obedece también la luna, los ángeles sirven... Por tanto, no pretendamos nosotros alabarnos a nosotros mismos, ni nos anticipemos al juicio de Dios, ni nos adelantemos a la sentencia del juez, antes bien, esperemos a su día y a su juicio» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VIII,32).

No podemos, no debemos glorificarnos a nosotros mismos, sino que hemos de glorificar a Dios con nuestras palabras y con nuestras obras. Sin Él nada podríamos haber hecho.

MIÉRCOLES

Años impares

Sabiduría 6,2-12: Aprendamos la Sabiduría, que es el arte de gobernar y dirigir nuestra propia vida. Es necesaria la sabiduría a los que rigen los pueblos, pero también a los que son regidos. Todo hombre tiene siempre algo que regir, si no a los demás, sí al menos a sí mismo. Toda autoridad viene de Dios. El ejercicio de la autoridad en la Sagrada Escritura aparece sometido a las exigencias imperiosas de la voluntad divina. La autoridad confiada por Dios no es absoluta: está limitada por las obligaciones morales.

Esto ha de cumplirse en los gobernantes de los países, en los padres con respecto a sus hijos, en los maestros con respecto a sus alumnos, en los patronos con respecto a sus empleados, etc. y también ha de realizarse en el dominio de uno mismo. Lo contrario a esto engendra en nosotros endiosamiento respecto a los demás y con respecto a nosotros mismo. Caemos así en una verdadera idolatría.

–Con el Salmo 81 decimos al Señor que juzgue la tierra. «Él protege al desvalido y al huérfano, hace justicia al humilde y al necesitado, defiende al pobre y al indigente, sacándolos de las manos del culpable». El Salmo da una sentencia precisa con respecto a los que gobiernan los pueblos, una sentencia que podemos aplicar a todos los que de algún modo ejercen autoridad, al menos sobre sí mismos. «Aunque seáis dioses e hijos del Altísimo todos, moriréis como cualquier hombre, caeréis, príncipes, como uno de tantos». Es una gran lección que todos hemos de aprender para gobernarnos como Dios quiere y para gobernar a los demás según la ley del Señor.

Años pares

Tito 3,1-7: Estábamos descarriados, pero la misericordia del Señor nos ha vuelto al buen camino. Todos los hombres somos beneficiarios de la salvación de Cristo, Nuevo Adán, y recapitulador de la humanidad. Pero esta solidaridad de todos con Cristo hay que aplicarla a cada uno por la mediación sacramental de la Iglesia. El cristiano participa de esta sacramentalidad por ser miembro de la Iglesia; su vida en el mundo es juntamente una misión y una mediación.

Gracias a él la Iglesia puede estar presente en las múltiples redes de relaciones y de fraternidad que cubren toda la vida humana. Todos hemos de ser apóstoles en el propio ambiente en que vivimos. No puede, no debe, existir una disociación entre nuestra fe y nuestro comportamiento y actuación en cualquier estado, oficio, ocupación y empleo. Allí, en cada caso, en cada lugar hemos de testimoniar nuestra fe en Cristo, vivificándolo todo con ella. Y no nos desanimemos si nos rechazan o se vuelven incluso contra nosotros. Oigamos a San Agustín:

«Hablen contra mí lo que quieran. Nosotros amémosles, aunque no quieran. Conozco, hermanos, conozco lo que dicen sus lenguas. No nos enojemos por eso; hemos de soportarlos con paciencia... No niego que estuve envuelto en el error, en mi necedad y locura. Mas cuanto no niego mi pasado, tanto más alabo a Dios que me lo perdonó» (Comentario al Salmo 36,3).

Sigamos el ejemplo de San Agustín de perdonar las injurias, aunque éstas sean justificables por nuestra conducta pasada. Si estamos arrepentidos, Dios nos perdonó y esto es la que debe llenarnos de alegría.

–Con el Salmo 22 invocamos al Señor, nuestro Pastor. Con Él nada nos falta, nos hace recostar en verdes praderas, nos conduce hacia fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas. Él nos guía por un sendero justo por el honor de su nombre. Aunque caminemos por cañadas oscuras, nada hemos de temer, porque Él va con nosotros, su vara y su cayado nos sosiegan. Enfrente de nuestros enemigos, prepara una mesa para nosotros, la Eucaristía, y nos unge con perfume exquisito. Su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida, y luego habitaremos por años sin término en la Casa del Señor, en la Jerusalén celestial. A esa vida eterna nos prepara la Eucaristía, comida de inmortalidad.

Lucas 17,11-19: De los diez leprosos curados solo uno volvió a dar las gracias, y era un samaritano. La lepra aparece frecuentemente en la Biblia como símbolo del pecado. El milagro de Cristo supera el propio significado de una maravillosa curación. Nos lleva a considerar su gran obra de la sanación del pecado. Podemos parecernos a los nueve leprosos judíos, si no somos agradecidos; si comulgamos, pero no sabemos dar gracias. Parece que estamos replegados sobre nosotros mismos, sobre nuestro amor propio, y que no nos damos cuenta de los beneficios incontables que nos hace constantemente el Señor. Por eso es nuestra gratitud tan escasa. Hemos de dar gracias a Dios «siempre y en todo lugar», con una correspondencia continua de amor, y no solo con palabras, sino también con nuestra conducta y con nuestra vida.

Los primeros cristianos, conscientes del don recibido y animados por le ejemplaridad del Maestros divino, hacen de la acción de gracias la trama misma de su vida renovada. La abundancia de estas manifestaciones tiene algo sorprendente. Es notable que el mismo Señor no se muestra indiferente a la gratitud manifestada, sino que la reconoce con agrado, y lamenta la ingratitud de los otros.

 

JUEVES

Años impares

Sabiduría 7,22–8,1: La Sabiduría es reflejo de la Luz eterna y espejo nítido de la actividad de Dios. En realidad la Sabiduría divina es el Verbo encarnado, Cristo (cf. 1 Cor 1,24). El texto marca los jalones de una teología de la Trinidad. Contempla, efectivamente, la Sabiduría divina en su trascendencia y a la vez en su inmanencia. De esta manera, el Dios único y Santo de Israel es al mismo tiempo el Dios que salva y que comparte su ser, comunicándolo por la vida de la gracia. Comenta San Agustín:

«Este Unigénito, que permanece todo entero junto al Padre, todo entero brilla en las tinieblas, todo entero está en el cielo, todo entero en la tierra, todo entero en la Virgen, todo entero en su cuerpo de Niño, y no de forma sucesiva, como si pasase de un lugar a otro... No se desparrama como el agua, ni cual tierra se le retira de un lado y se lleva a otro con fatiga. Cuando está todo entero en la tierra no abandona el cielo y, de la misma manera, cuando está en el cielo, tampoco se aleja de la tierra, pues “alcanza de un extremo a otro con fortaleza y dispone todas las cosas con suavidad” (Sab 8,1)» (Sermón 277,13).

¡Oh beatísima Trinidad, nosotros te adoramos y te reverenciamos como Dios unitrino!

–Con el Salmo 118 decimos: «Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo. Tu fidelidad de generación en generación, igual que fundaste la tierra y permanece. Por tu mandamiento subsisten hasta hoy, porque todo está a tu servicio. La explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, enséñame tus leyes, que mi alma viva para alabarte, que tus mandamientos me auxilien».

Años pares

Filemón 7-20: Todos somos hermanos en Cristo, y así hemos de acogernos recíprocamente. No es puro sentimentalismo. Es expresión de la caridad fraterna, en la que libres y esclavos se relacionan como hermanos en Cristo.

Así lo predica Pablo a Filemón, transmitiéndole una llamada de Dios, y considerándolo como «hijo» suyo, engendrado por él en el Evangelio. En efecto, la Palabra de Dios es eficaz y lleva consigo la vida y la fecundidad. Por lo tanto aquel que la transmite ejerce una especie de paternidad (1 Cor 4,14-21). Y cuando el Apóstol no se contenta con transmitir verbalmente la Palabra de Dios, sino que la vive en su propia persona hasta el sufrimiento, la Cruz y la prisión (Gal 4,19), manifiesta que su paternidad es verdadera, como la vida de Cristo fue el instrumento de la paternidad de Dios para con los hombres (1 Cor 4,15). Puede, por tanto, exigir a sus discípulos un afecto filial que él tiene sumo cuidado de atribuir a Dios, ya que su paternidad es simplemente vicaria (1 Tes 2,7-11). Por eso Pablo intercede ante su hijo Filemón en favor del esclavo Onésimo.

–Con el Salmo 145 consideramos dichoso a «quien auxilia el Dios de Jacob, que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos, que liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan. El Señor ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda». Por eso nosotros, como hijos suyos, le imitamos asistidos por su Espíritu, practicando todas las obras de caridad para con el prójimo.

Lucas 17,20-25: El Reino de Dios está dentro de nosotros. Jesús enseña siempre la primacía de lo interior. Comenta San Ambrosio:

«“El Reino de Dios está dentro de nosotros” por la realidad de la gracia, no por la esclavitud del pecado. Por lo tanto, el que quiera ser libre, sea esclavo en el Señor (1 Cor 7,22), pues en la misma medida que participamos de esa esclavitud, en esa misma participamos del Reino. Por eso dijo: “el Reino de Dios está en medio de vosotros”. No quiso decir cuándo iba a venir, sino que anunció que el día del juicio tenía que venir de tal modo que producirá en todos un gran terror. Y ese día, ciertamente, se va acercando, aunque no determina el tiempo que tardará en llegar» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VIII,33).

El hombre festeja su propio tiempo en la medida en que busca la eternidad de cada instante y la vive en la misma vida de Dios. No existe ningún día que haya que esperar más allá de la historia; cada día encierra en sí la eternidad para quien lo vive en unión con Dios, sobre todo en la celebración eucarística que reactualiza sacramentalmente el sacrificio redentor del Calvario.

VIERNES

Años impares

Sabiduría 13,1-9: A través de la creación el hombre debe elevarse al conocimiento de Dios. San Pablo dice: «Desde la creación del mundo, se deja Dios ver a la inteligencia a través de sus obras, su poder eterno y su divinidad» (Rom 1,20). Oigamos a San Agustín:

«El libro de la Sabiduría [13,8-9] acusa a  los que consumieron su  tiempo y las ocupaciones de sus discusiones en estudiar y en cierto modo medir las criaturas: investigaron las órbitas de los astros, los intervalos de las estrellas, los caminos de los cuerpos celestes, hasta tal punto que, con ciertos cálculos lograron la ciencia de predecir los eclipses del sol, de la luna y, según predecían, se realizaban en el día y hora, en la intensidad y parte anunciada por ellos. ¡Gran habilidad! ¡Gran talento! Pero, cuando buscaban al Creador, que no estaba lejos de ellos, no lo hallaron. Si lo hubieran hallado lo tendrían consigo... ¿Por qué buscas una voz más fuerte? A ti te están clamando el cielo y la tierra: “Dios me hizo”» (Sermón 68,6).

–Con razón decimos en el Salmo 18: «El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos, el día al día le pasa el mensaje, la no-che a la noche se lo susurra. Sin que hablen sin que pronuncien, sin que resuene su voz,  a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje». La gran Palabra de Dios, al alcance de todos, es la misma creación. Cristo mismo enseñó a descubrir el sentido de las palabras de Dios, que habla en las cosas más pequeñas de la naturaleza. San Juan de la Cruz dice:

«¡Oh bosques y espesuras plantadas por la mano del Amado! ¡Oh prado de verduras de flores esmaltado, decid si por vosotros ha pasado! Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura y,  yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura».

Años pares

2 Juan 4-9: Quien permanece en la doctrina, vive con el Padre y el Hijo. El amor es inseparable de la verdad. El amor a los hermanos y el servir a los hombres no serán solidarios del amor a Dios más que si el creyente mantiene su fe en Jesucristo, Dios y Hombre. La verdadera fe y la verdadera caridad son indisociables. Enseña San Cirilo de Jerusalén:

«Velad cuidadosamente no sea que el enemigo despoje a algunos desprevenidos y remisos; o que algún hereje pervierta alguna cosa de las que os han sido entregadas. Recibir  la fe es como poner en el banco el dinero que os hemos entregado; Dios os pedirá cuenta de ese depósito» (Catequesis 5 sobre la fe y el símbolo).

–Con algunos versos del Salmo 118 llamamos dichoso al que camina en la voluntad del Señor, el que guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón. Por eso decimos al Señor sinceramente: «Te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos. En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré jamás. Haz bien a tu siervo, y viviré y cumpliré tus palabras. Ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad».

Lucas 17,26-37: Un día se manifestará el Hijo del Hombre. Es la doctrina escatológica del Evangelio, que nos hace mantenernos siempre alertas y preparados por la esperanza. Comenta San Agustín:

«Hermanos míos, muchos que no creen ni han oído la voz de los santos patriarcas serán hallados como se halló la multitud en tiempos de Noé: no se salvaron más que aquellos  que entraron en el arca. Si reflexionasen y cambiasen sus caminos, alejándolos de la impiedad y se convirtieran a nuestro Señor, satisfarían por sus pecados y, acudiendo con lágrimas a su misericordia, con toda certeza no pecarían... Teman, pues, los hombres ser hallados así en el último día. Nosotros, hermanos, comportémonos de manera que cambiemos nuestros caminos alejándolos de la impiedad y enmendemos nuestras costumbres, para que aquel día nos encuentre preparados, puesto que, nunca miente quien dice que ha de venir. Cuídate de dudar de lo que es verdad» (Sermón 346,A).

SÁBADO

Años impares

Sabiduría 18,14-16; 19,6-9: El Paso del Mar Rojo. Aquel día la creación obedeció al Creador. La gran primavera de Israel es aquella en la que Dios lo libra del yugo egipcio, mediante una serie de intervenciones providenciales, la más asombrosa de las cuales se afirma en la plaga décima: el exterminio de los primogénitos de los egipcios. El Ángel exterminador «pasó» de largo por las casas de los hebreos, y el libro de la Sabiduría en la lectura de hoy lo expresa así: «un silencio lo envolvía todo y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra poderosa se abalanzó como paladín inexorable, desde el trono real de los cielos al país condenado».

Lo más importante en la celebración de la pascua judía es esto, la liberación, el “paso” de Yahvé, el «paso» del Mar Rojo... Y de modo semejante, en nuestra Pascua cristiana lo más decisivo es la liberación del pecado por el bautismo, el «paso» de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.

–Con el Salmo 104 recordamos las maravillas del Señor. Le cantamos al son de instrumentos, hablamos de sus maravillas, nos gloriamos de su nombre santo... Y recordamos que «hirió de muerte a los primogénitos del país»... Sacó a su pueblo cargado de oro y plata, y entre sus tribus nadie tropezaba. Y todo esto lo hizo así el Señor «porque se acordaba de la palabra sagrada que había dado a su siervo Abrahán; sacó a su pueblo con alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo».

 Años pares

3 Juan 5-8: Debemos sostener a los hermanos, colaborando así a la propagación de la verdad. El problema de la remuneración de los predicadores es abordado más de una vez en el Nuevo Testamento. El ministro de la Palabra es un testigo de la gratuidad de Dios, por tanto debe reflejarla en su comportamiento. Pero no se pone en duda que el obrero del Evangelio «merece su salario». Él da gratuitamente la palabra de salvación y los que la reciben deben, en conciencia, dar gratuitamente a quienes les da gratuitamente tan precioso don.

San Pablo, en general, no quiso seguir esa pauta, y apenas aceptó algunas ayudas. Los apóstoles de la Palabra divina dan gratuitamente y solo gratuitamente han de recibir. La palabra que ellos proclaman mueve el agradecimiento de los fieles. Siempre ha sido así. Los fieles son agradecidos a quienes les entregan bienes espirituales que les ayudan a vivir la vida presente y a conseguir la vida eterna.

–Por eso decimos con el Salmo 111: «Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos... En su casa habrá riqueza y abundancia, su caridad es constante, sin falta. En las tinieblas brilla como luz, el que es justo, clemente, compasivo... Dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo». Dios es providente. Él suscita en el hombre los buenos sentimientos para con los que dirigen sus pasos a la Casa de Dios, a una vida buena, santa y comprometida con el Evangelio.

Lucas 18,1-8: Dios hará justicia a sus elegidos, que le suplican día y noche. Ésta es la maravillosa eficacia de la oración. Comenta San Agustín:

«¿Pensáis, hermanos, que no sabe Dios lo que os es necesario? Lo sabe y se adelanta a vuestros deseos, Él que conoce nuestra pobreza. Por eso, al enseñar la oración y exhortar a sus discípulos a que no hablen demasiado en la oración, les dice: “no empleéis muchas palabras”... (Mt 6,7-8). Si sabe nuestro Padre lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, ¿para qué las palabras aunque sean pocas?... Porque Él también dijo: “pedid y se os dará”. Y para que no pienses que se trata de algo incidentalmente dicho, añade: “buscad y hallaréis”.  Y para que ni siquiera esto lo consideres  como dicho de paso, advierte lo que añade, mira cómo concluye: “llamad y se os abrirá”... Él quiso, pues, que pidieras para recibir, que buscases para hallar y que llamases para entrar» (Sermón 80,2).

Debemos aceptar en nuestra oración los tiempos y plazos que Dios tenga determinado para todas las circunstancias de nuestra vida. Oremos sin descanso, sin decaimiento, constantemente. Oremos confiadamente, con humildad, a ejemplo de la Virgen, que conserva lo que ve en su Hijo, meditándolo en su corazón, y lo exalta en el Magnificat.

 

 

 

SEMANA 33

DOMINGO

Entrada: «Dice el Señor: tengo  designios de paz y no de aflicción; me invocaréis y yo os escucharé, os congregaré sacándoos de los países y comarcas por donde os dispersé» (Jer 29,11.12.14).

Colecta (del Veronense): «Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero».

Ofertorio (del Misal anterior y antes del Gregoriano): «Concédenos, Señor, que esta ofrenda sea agradable a tus ojos, nos alcance la gracia de servirte con amor y nos consiga los gozos eternos».

Comunión: «Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio» (Sal 72,26); o bien: «Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y lo obtendréis» (Mc 11,23-24).

Postcomunión (del Veronense): «Ahora que hemos recibido el don sagrado de tu sacramento, humildemente te pedimos, Señor, que el memorial que tu Hijo nos mandó celebrar, aumente la caridad en todos nosotros».

 

Ciclo A

Las lecturas primera y tercera exhortan al trabajo y a hacer fructificar los dones del Señor. La segunda lectura nos anima a estar vigilantes y a vivir con sobriedad, para esperar siempre la venida del Señor. La Iglesia quiere fijar nuestra mirada de creyentes en el «Día del Señor», el día del retorno definitivo de Cristo, al final de la historia y de los tiempos, para coronar su obra de salvación (Ef 1,10). No podemos, no debemos, prepararnos para la eternidad, relegando temerariamente esa preparación para el último instante de nuestra existencia terrena.

Proverbios 31,10-13.19-20.30-31: Trabaja con la destreza de tus manos. Bajo el símil de la mujer prudente y amorosamente afanada en el bien de los suyos, la liturgia nos presenta los afanes de la Madre Iglesia para hacernos dignos de la salvación para el día del retorno de su Señor. ¿Cuál es la mujer ideal? ¿Cuál es el fundamento de su obras laudables y fructuosas? No su gracia exterior, ni su belleza física, cosas falaces y efímeras, sino el temor de Dios, esto es, su piedad religiosa, unida a su rectitud moral.

Es éste un ejemplo de cómo, a través de la fiel dedicación a los propios deberes, se puede vivir y realizar santamente la propia existencia. La vida, en cualquiera de sus honestas modalidades posibles, ha de ser vivida con un sentido de responsabilidad y de generosidad, sin cerrarnos en nosotros mismos, sino abriéndonos y dándonos a los demás.

–Con el Salmo 127 proclamamos dichoso al que teme al Señor y sigue sus caminos; comerá del fruto de su trabajo, será dichosos y le irá bien.

1 Tesalonicenses 5,1-6: El día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Ante la esperanza en el que ha de venir, Cristo Jesús, el apóstol San Pablo lanza un grito de alerta: no nos durmamos en la inconsciencia de los que no tienen fe, sino mantengámonos vigilantes y vivamos sobriamente. Comenta San Agustín:

«Mantente en vela durante la noche para que no sufras la acción del ladrón. El sueño de la muerte vendrá quieras o no» (Sermón 93,8).

Los creyentes que, por el bautismo, han venido a ser hijos de la luz e hijos del día, no se encuentran en las tinieblas de las falsas seguridades y en la ceguera espiritual, sino en la luz de la vigilancia y de la sobriedad, esto es, en una preparación activa y lúcida. Ésta deberá consistir, además de la oración incesante, en el cumplimiento fiel de los deberes diarios y en la atención a la obra de Dios y su desarrollo histórico. De este modo no solo esperan, sino que salen al encuentro de su Señor con las lámparas encendidas.

Mateo 25,14-30: Como has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor. Desgraciados los hombres que, por inconsciencia o irresponsabilidad, habrán de presentarse ante Dios con las manos vacías. Comenta San Agustín:

«Da, pues, el dinero del Señor; mira por el prójimo... No pienses que basta con conservar íntegro lo recibido, no sea que te digan: “siervo malvado y perezoso, debías haber entregado mi dinero, para que yo, al volver, lo recobrase con intereses”; y no sea que se le quite lo que había recibido y sea arrojado a las tinieblas exteriores. Si los que pueden conservar íntegro todo lo que se les ha dado deben tener pena tan dura, ¿qué esperanza les queda a quienes lo malgastan de forma impía y pecaminosa?» (Sermón 351,4).

La frivolidad de vida y de obras pone al hombre en riesgo permanente de esterilidad escatológica: olvida insensatamente su condición radical de simple administrador de los bienes divinos, recibidos en usufructo y condicionados a una rendición final de cuentas.

 

Ciclo B

 Se aproxima el fin del Año litúrgico, y las lecturas primera y tercera nos hablan del fin del mundo. La segunda lectura nos presenta a Cristo en cuanto Sumo Sacerdote glorificado junto a Dios, después de haber salvado a los hombres por su sacrificio en la Cruz. Al culminar el Año de la Iglesia se nos proponen temas escatológicos. Es preciso estar alerta. La vida temporal solo se vive una vez. «Está establecido que el hombre muera una sola vez, y después el juicio» (Heb 9,27). El misterio de Cristo se consumará para nosotros en la eternidad. Pero es en el tiempo cuando nos acecha a diario el riesgo de frustrar en nosotros sus designios y su obra de salvación.

Daniel 12,1-3: En aquel tiempo se salvará tu pueblo. En nuestro destino eterno la iniciativa es siempre de Dios, que tiene fijado el momento, y de Cristo, que nos ha garantizado la resurrección para la eternidad. Pero su desenlace en bienaventuranza o condenación es también responsabilidad nuestra en el quehacer de cada día. Para todo mal –persecución, impiedad, pecado– existe un final. En él se actúa un juicio que es de salvación para algunos, los justos perseguidos, y de condena para otros, los impíos perseguidores. Salvación que es realizada en una resurrección gloriosa para los «sabios» y de ignominia para los «necios». Solo en el misterio de Dios se revelará el misterio de la grandeza y de la gloria de los justos. Pero, ¿quién se tiene a sí mismo por justo?

–Con el Salmo 15 imploramos «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en su mano. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena. No me entregarás a la muerte ni me dejarás conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha».

Hebreos 10,11-14.18: Con una sola ofrenda ha perfeccionado a los que van siendo consagrados. El sacrificio del Corazón Redentor de Cristo y su sacerdocio mediador ante el Padre son la garantía de salvación que a todos los hombres se nos concede en el tiempo de gracia, cual es nuestra vida en el tiempo presente. Dice Teodoreto de Ciro:

«Alabemos nosotros al legislador de lo nuevo y de lo antiguo y, para que obtengamos de Él su auxilio, pidamos que, cuando cumplamos sus divinas leyes, alcancemos los  bienes prometidos en Jesucristo nuestro Señor, para el cual es la gloria junto con el Padre y el Santísimo Espíritu ahora y siempre, por los siglos de los siglos, Amén» (Comentario a Heb. 13,25).

La irrepetibilidad del Sacrificio de Cristo, su capacidad de hacer perfectos a los hombres y su eficacia infinita para satisfacer al Padre, nos manifiesta su superioridad sobre los sacrificios del Antiguo Testamento, diariamente repetidos e incapaces para quitar el pecado. La Eucaristía que celebramos es memorial, reactualización sacramental del sacrificio redentor del Calvario. El mayor acto posible del culto. Con ella damos a Dios plena alabanza, plena acción de gracias, y le ofrecemos plena satisfacción y petición.

Marcos 13,24-32: Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos. Por cuanto no sabemos el tiempo ni la hora de nuestro encuentro definitivo para la eternidad, solo la esperanza responsable puede mantenernos en vigilancia amorosa para el «Día del Señor». Comenta San Agustín:

«Que nadie pretenda conocer el último día, es decir, cuándo ha de llegar. Pero estemos todos en vela mediante una vida recta, para que nuestro último día particular no nos halle desprevenidos, pues de la forma como haya dejado el hombre su último día, así se encontrará en el último del mundo. Serán las propias obras las que eleven u opriman a cada uno... ¿Quién ignora que es una pena tener que morir necesariamente y, lo que es  peor, sin saber cuándo? La pena es cierta e incierta la hora; y, de las cosas humanas, solo de esta pena tenemos certeza absoluta» (Sermón 97,1-2).

 

Ciclo C

Los temas escatológicos están tratados en la primera y segunda lectura. San Pablo exhorta a que las especulaciones sobre el fin del mundo no alejen a los cristianos de sus propios deberes cotidianos. El presente Domingo constituye un pregón litúrgico de la segunda venida del Señor al final de los tiempos, en su gloriosa condición de Juez de vivos y muertos.

Malaquías 4,1-2: Os iluminará un Sol de justicia. Toda la revelación divina nos anuncia el «Día del Señor». Como el día del juicio definitivo e irresistible: «Venid, benditos de mi Padre... Apartaos, malditos»... Esta perspectiva escatológica solo se entiende y acepta por la fe. El «Día del Señor» es seguro, no solo como algo final, sino como una intervención constante que anuncia y prepara el Juicio último. Hay que esperarlo con fe, trabajando honradamente, en intensa oración, y cumpliendo nuestros propios deberes.

Esa fe en la segunda venida la alumbra a diario nuestro Señor Jesucristo, el «Sol de Justicia» o «Luz de lo alto», que ya hizo su primera venida. El Reino de Dios comienza con la presencia de Cristo, con su predicación, que lo anuncia, con su resurrección y con el envío del Espíritu Santo. Este Reino es salvación para todos los que lo acogen con fe y con amor.

–Por eso decimos con el Salmo 97: «El Señor llega para regir la tierra con justicia». Nos alegramos por ello. Tocamos instrumentos músicos y aclamamos al Rey y Señor. En Él tenemos toda nuestra confianza. Todo lo esperamos de Él.

2 Tesalonicenses 3,7-12: El que no trabaja que no coma. La esperanza del «Día del Señor» no aliena al cristiano auténtico en su quehacer cotidiano en el tiempo, antes bien, le exige la santificación de sus trabajos en cada momento. El cristiano no huye del mundo. No desprecia el mundo, sino que lo ama, como cosa querida por Dios, pero tiene una reserva crítica porque el mal ha contaminado el mundo. De tal modo usemos las cosas temporales que no perdamos las eternas. Todo ha sido hecho para nosotros, pero nosotros somos de Cristo y Cristo de Dios. No quedemos, pues, cautivados por los bienes efímeros del mundo presente.

Lucas  21,5-19: Con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas. Ante la incertidumbre sobre el momento en que se verificará nuestro encuentro final con Cristo, solo la vigilante perseverancia es garantía de salvación. Comenta San Agustín:

«Ésta es la fe cristiana, católica y apostólica. Dad fe a Cristo, que dice: “no perecerá ni uno solo de vuestros cabellos” (Lc 21,18), y, una vez eliminada la incredulidad, considerad cuánto valéis. ¿Quién de nosotros puede ser despreciado por nuestro Redentor, si ni siquiera un solo cabello lo será? O ¿cómo vamos a dudar de que ha de dar la vida entera a nuestra carne y a nuestra alma, Aquel que por nosotros recibió alma y carne para morir, la entregó al momento de la muerte, y la volvió a recobrar para que desapareciese el temor a morir?» (Sermón 214,12).

No seamos irresponsables ante la salvación de los demás,  ni inconscientes de nuestra vocación de santidad en el tiempo. Recordemos siempre que se nos ha de juzgar al final por el bien que pudimos hacer e hicimos o por el bien que pudimos hacer y omitimos.

 

LUNES

Años impares

1 Macabeos 1,11-16.43-45.57-60: Apostasía en Israel y reacción en un grupo de fieles. A lo largo de la antigua historia de la salvación, la fidelidad divina se revela inmutable, y contrasta con la constante infidelidad del hombre. En la plenitud de los tiempos, Cristo, el testigo fiel de la verdad, comunica a los hombres la gracia de que está lleno, haciéndolos capaces de merecer la corona de vida, y de imitar su fidelidad hasta la muerte. Pero, también antes de Cristo se encontraron en Israel grupos elegidos de almas fieles, que prefirieron morir antes que quebrantar la ley, como se recuerda en esta lectura de hoy.

–Con algunos versos del Salmo 118 reafirmamos nuestra fidelidad a los mandamientos de Dios, y pedimos la liberación de los malvados: «Dame vida, Señor, y guardaré tus decretos. Sentí indignación ante los malvados, que abandonan tu voluntad. Los lazos de los malvados me envuelven, pero no olvido tu voluntad. Líbrame de la opresión de los hombres y guardaré tus decretos. Ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad. La justicia está lejos de los malvados, que no buscan tus leyes. Viendo a los renegados sentía asco, porque no guardan tus mandatos».

Años pares

Apocalipsis 1,1-4; 2,1-5: No nos enfriemos en el amor. Cristo, autor de la Nueva Alianza, es el Primogénito de toda criatura, en cuanto que está por encima de todo otro poder celeste o terrestre. San Cesáreo de Arlés escribe:

«En realidad todo lo que parece decir [el Señor] a las siete Iglesias se aplica a la única Iglesia extendida por toda la tierra, porque en el número siete se hace referencia a toda la plenitud. Así, pues, mediante los ángeles designa a la Iglesia; y en los ángeles muestra las dos partes, es decir, a los buenos y a los malos. Por ello no solo alaba, sino que también increpa, de modo que la alabanza se dirige a los buenos y la increpación a los malos. Así el Señor en el Evangelio ha designado a todo un cuerpo de propósitos como un solo siervo bienaventurado y malvado, que cuando venga será dividido por el mismo Señor (Mt 24,51; Lc 12,46).

«¿Y cómo puede ser que un solo siervo sea dividido si, dividido, no puede vivir? Es que el único siervo significa todo el pueblo cristiano. Porque si el pueblo fuese enteramente bueno no sería dividido, pero como no solo contiene  a los buenos sino también a los malos, por eso ha de ser dividido. Y los buenos oirán: “venid, benditos de mi Padre”...; pero los ladrones y los adúlteros, los que no han hecho misericordia, oirán: “apartáos de mí, malditos”... (Mt. 25, 34 y 41). Todo lo que en el Apocalipsis se dice a cada una de las iglesias, hermanos muy queridos, conviene a cada uno de los hombres que forman parte de la Iglesia única» (Comentario al Apocalipsis 2,5).

–Con el Salmo 1 decimos: «Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas, y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento; porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos  acaba mal».

Lucas 18,35-43: Señor, que veamos. La obediencia amorosa de Cristo hasta entregar su vida inaugura en Él un Reino, que no es de este mundo. En toda su vida terrestre fue peregrino de la Jerusalén celestial. Así es también la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Ella peregrina en esta tierra continuamente en su afán cotidiano hasta la realización perfecta, más allá de la muerte. La Iglesia convoca a todo miembro suyo a ser un peregrino del Reino. Este peregrinar le lleva a dar su vida entera por la construcción del Reino. Ser peregrino del Reino es, en definitiva, seguir a Jesús, caminando iluminado por la luz de la fe. San Agustín se fija más en la curación del ciego:

«Gritaba el ciego cuando pasaba Jesús. Temía que pasara y no le curara. ¿Cómo gritaba? Hasta el punto de no callar, aunque la muchedumbre se lo ordenaba. Venció oponiéndose a ella, y voceando consiguió al Salvador. Al vocear la muchedumbre y prohibirle gritar, se paró Jesús, lo llamó y le dijo: “¿Qué quieres que haga?” Y él contestó: “Señor, que vea”.  “Mira, tu fe te ha salvado”. Amad a Cristo. Desead la luz de Cristo. Si aquel ciego desea la luz corporal, ¡cuánto más debéis desear vosotros la del corazón! Gritemos ante Él no con la voz, sino con las costumbres. Vivamos santamente, despreciemos el mundo, consideremos como nulo todo lo que pasa» (Sermón 349,5).

MARTES

Años impares

2 Macabeos 6,18-31: Eleazar prefiere morir antes que desobedecer al Señor. El cristiano es un embajador del Señor, pero no es dueño del mensaje que transmite. Por eso su intransigencia para guardar la pureza del mensaje no se podrá tachar de fanatismo o de integrismo, sino de fidelidad a una misión debidamente aceptada. Esto le traerá a veces persecuciones, como a Jesucristo, a los Apóstoles y a todos los Santos, pero en esto está la alegría y el triunfo. Ya pasó el tiempo de juzgar las cosas con la oscura mentalidad humana. Hemos de tener el corazón siempre abierto a todos los pensamientos del Espíritu Santo, guardando la fortaleza y la simplicidad del corazón.

–Con el Salmo 3 expresamos nuestra confianza de que el Señor nos sostenga. En realidad son muchos los enemigos que se levantan contra nuestra vida espiritual, muchas fuerzas que se oponen a nuestra intimidad filial con Dios: mundo, demonio y carne. Y al vernos a veces tan abatidos, muchos creen y dicen que ya no nos protege Dios. Pero no es verdad. El Señor es nuestro escudo y nuestra gloria. Él mantiene alta nuestra cabeza, pues cuando lo invocamos, Él nos escucha des-de su monte santo. Podemos, pues, dormir tranquilos, pues el Señor nos sostiene y nos guarda.

Años pares

Apocalipsis 3,1-6.14-22: Yo llamo, y si alguno me abre, entraré y comeremos juntos. Dos de las Iglesias aludidas en el Apocalipsis reciben reproche: una por su falta de cuidado y otra por su tibieza. Son deficiencias permanentes en unas u otras partes de la Iglesia. También en nuestros días. Los fundamentos habituales de la esperanza vacilan, y lo que era interpretado antes con un sentido puramente religioso, adquiere con frecuencia un valor y un sentido profanos. La fe entonces palidece. Dios parece que está ausente. Tenemos necesidad de que se nos despierte el sentido religioso y misterioso de los acontecimientos cotidianos y de los futuros escatológicos. Hemos de abrir las puertas de nuestro corazón a Cristo, tener gran intimidad con Él, corresponderle con un gran amor al que Él nos ha tenido y nos tiene.

–Con el Salmo 14 confesamos que aquel que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, el que no hace mal al prójimo, ni difama a su vecino, el que ora por la conversión de los impíos y honra a los que temen al Señor, el que no es usurero, ni acepta soborno contra el inocente, ése nunca fallará, pues el Señor está con él y le sostiene con su fuerza.

Lucas 19,1-10: El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. No viene solamente para hacerse amigo de la gente justa y buena. Comenta San Agustín:

«¿Acaso Zaqueo poseía justamente sus riquezas? Leed y ved. Era el jefe de los publicanos, es decir, aquel a quien se entregaban los tributos públicos. De ahí sacó sus riquezas. Había oprimido a muchos, a muchos se las había quitado, mucho había almacenado. Entró Cristo en su casa y le llegó la salvación, como así le dice el Señor: “hoy llegó la salvación a esta casa”. Contemplad ahora en qué consiste la salvación.

«Primeramente deseaba ver al Señor, y como era de estatura pequeña, la muchedumbre se lo impedía, por lo que él se subió a un sicómoro y vio lo que pasaba. Jesús lo miró y dijo: “Zaqueo, baja, conviene que yo me detenga en tu casa... Querías verme al pasar, pues hoy me encontrarás habitando en tu casa”. Entró en ella el Señor. Lleno de gozo dijo Zaqueo: “Daré a los pobres la mitad de mis bienes... Y si a alguno quité algo, le devolveré el cuádruplo”. Se infligió a sí mismo una condena, para no incurrir en la condenación. Por lo tanto, vosotros, con lo que tenéis que proceda del mal, haced el bien» (Sermón 113,3).

MIÉRCOLES

Años impares

2 Macabeos 7,20-31: El Creador del universo os devolverá el aliento y la vida. Siete hermanos, junto con su madre, sufren el martirio por no abandonar la fe de Israel y romper con la Alianza. Comenta San Agustín:

«Uno solo es el Dios de los tres niños del horno de Babilonia y el de los Macabeos; a los primeros los libró del fuego, a los segundos los dejó morir en el tormento. ¿Cambió de parecer? ¿Amaba más a los primeros que a los segundos? Mayor fue la corona concedida a los Macabeos. Ciertamente aquellos escaparon del fuego, pero les estaba reservando los peligros de este mundo; para éstos, en cambio, acabaron en el fuego todos los peligros. No había tiempo ya para ninguna otra prueba; solo para la coronación. En consecuencia los Macabeos recibieron más.

«Sacudid vuestra fe, aplicad los ojos del corazón, no los de la carne. Tenéis, en efecto, otros ojos interiores; son obra del Señor, que abrió los ojos de nuestro corazón cuando os otorgó la fe. Preguntad a esos ojos quiénes recibieron más: los Macabeos o los tres niños. Pregunto a la fe. Si pregunto a los hombres, amantes de este mundo, dirán: “yo quisiera estar con aquellos tres niños”. Es la respuesta de un alma débil. Avergüénzate ante la madre de los Macabeos, pues ella prefirió que sus hijos muriesen, porque sabía que no morirían» (Sermón 286,6).

–Con el Salmo 16 oramos al Señor, haciendo nuestros los mismos sentimientos de los Macabeos, cuando por el martirio pasan de este mundo al otro: «Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante. Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mis súplicas, que en mis labios no hay engaño. Mis pies estuvieron firmes en mis caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío, inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante».

Años pares

Apocalipsis 4,1-1: Santo es el Señor, soberano de todo, el que era y el que es. Juan, valiéndose de imágenes de los antiguos profetas de Israel –Isaías, Ezequiel y Daniel– contempla a Dios en su majestad real. El Señor está rodeado del mundo espiritual y de la Iglesia, simbolizada por los ancianos, que cantan eternamente su gloria. Explica San Cesáreo de Arlés:

«Los ancianos significan la Iglesia, como dice Isaías: “cuando Él sea glorificado en medio de sus ancianos” (24,23). Ahora bien, los veinticuatro ancianos son los prepósitos y los pueblos. En los doce Apóstoles se indica a los prepósitos y en los otros doce el resto de la Iglesia... De la Iglesia salen los herejes –relámpago y voces–, pues “salieron de entre nosotros” (1 Jn 2,19). Pero también hay en ese texto otro significado, a saber, que los rayos y voces indican la predicación de la Iglesia. En las voces reconoce las palabras, en los relámpagos los milagros... “El mar semejante al cristal” es la fuente del bautismo; “delante del trono” quiere decir, antes del juicio. Pero por trono se entiende a veces, el alma santa, tal como está escrito: “el alma del justo es la sede de la sabiduría” (Prov 12,23). Otras veces significa a la Iglesia, en la que Dios tiene su sede...

«Los ojos [de los animales] son los mandamientos de Dios, que tienen la facultad de ver el pasado y el futuro. En el primer animal, semejante a un león, se muestra la fortaleza de la Iglesia; en el novillo, la pasión de Cristo. En el tercer animal, que es semejante a un hombre, se representa la humildad de la Iglesia; porque ella no se jacta en absoluto con un sentimiento de orgullo, aun cuando posee la adopción filial. El cuarto animal representa a la Iglesia, semejante a un águila, es decir, volando libremente y elevada por encima de la tierra por dos alas, levantada por los dos Testamentos o por los dos mandamientos» (Comentario al Apocalipsis 4).

–Por eso alabamos a Dios con el Salmo 150, comenzando por el trisagio: «Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo. Alabad al Señor en su templo, alabadlo en su fuerte firmamento. Alabadlo por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza, alabadlo tocando trompetas, alabadlo con arpas y cítaras, alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con trompetas y flautas, alabado con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes. Todo ser que alienta alabe al Señor».

Lucas 19,11-28: ¿Por qué no pusiste mi dinero en un banco? Hemos de hacer fructificar los dones que hemos recibido de Dios. Hemos de rendir cuentas de ellos al mismo Dios que nos los ha otorgado. Comenta San Agustín:

«Sabemos de qué modo amenaza aquella misericordiosa avaricia del Señor, que por doquier busca extraer ganancias de su dinero, y que dice a su siervo perezoso, que entorpece las ganancias del Señor: “siervo malvado, por tu boca te condenas”... Nosotros no hemos hecho otra cosa que dar el dinero del Señor, y Él será el exactor no solo de aquel criado, sino de todos nosotros. Cumplamos, pues, el oficio del que va delante dando, sin usurpar el del exactor» (Sermón 279,12).

 

JUEVES

Años impares

1 Macabeos 2,15-29: Queremos vivir según la Alianza de nuestros padres. La resistencia de los judíos fieles, que sufren la persecución de los paganos, se concretiza en Matatías, el padre de los Macabeos. Él se rebela contra los oficiales encargados de obligar a la apostasía. Marca con su actitud fiel el comienzo del enfrentamiento armado. La adhesión a Dios vale más que todas las riquezas del mundo. Esto es lo que nos enseña la lectura de hoy. El poderoso mundo quiere comprar a Matatías, para que renuncie  a sus principios religiosos y siga los paganos. Pero el precio del servicio de Dios es mucho mayor que todos los bienes de este mundo. San Ireneo dice:

«El servir a Dios en nada afecta a Dios, ni tiene Dios necesidad alguna de nuestra sumisión. Él es, por el contrario, quien da la vida, la incorrupción y la gloria eterna a los que le siguen y sirven, beneficiándolos por el hecho de seguirle y servirle, sin recibir de ellos beneficio alguno» (Contra las herejías 4).

Esto es lo que, arriesgando sus vidas y perdiéndola a veces, hicieron aquellos judíos piadosos para observar fielmente la ley santa del Señor.

–Con el Salmo 49 proclamamos la felicidad de ser fieles al Señor, como aquellos judíos piadosos de la lectura anterior: «Al que sigue buen camino le haré ver la salvación del Dios. El Dios de los dioses, el Señor habla: convoca la tierra de oriente a occidente. Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece. “Congregadme a mis fieles, que sellaron mi pacto con un sacrificio”. Proclame el cielo su justicia, Dios en persona va a juzgar. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo, e invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria».

Nosotros también nos vemos tentados como aquellos judíos perseguidos, que son para nosotros una gran ejemplo. También el mundo quiere que demos culto a muchos ídolos que pone en nuestro camino, como son el dinero, el poder, los honores, la fama, el placer...

Años pares

Apocalipsis 5,1-10: El Cordero fue degollado y con su sangre nos ha comprado de toda nación. El Cordero que nos ha comprado con su sangre es Cristo, muerto y resucitado, el único que puede abrir el libro, esto es, el único que sabe hacer patentes los secretos de Dios sobre el porvenir de la Iglesia y del mundo. Escribe San Cesáreo de Arlés:

«“Cantan un cántico nuevo”, es decir, profieren públicamente su profesión de fe. Es verdaderamente una novedad el que el Hijo de Dios se haga hombre, muera, resucite y suba al cielo y conceda a los hombres la remisión de los pecados. Pues la cítara, es decir, una cuerda tensa sobre la madera, significa la carne de Cristo unida a la pasión; mas la copa representa la confesión y la propagación del nuevo sacerdocio. “La apertura de los sellos” es el desvelamiento del Antiguo Testamento» (Comentario al Apocalipsis 5).

–Con el Salmo 149 cantamos nosotros al Señor un cántico nuevo, y así resuena su alabanza en la asamblea de los fieles, se alegra Israel, la Iglesia, por su Creador y por su Redentor, los hijos de Sión y de la Iglesia por su Rey. «Alabemos su nombre con danzas, cantémosle con tambores y cítaras, porque el Señor ama a su pueblo». Dios nos entregó a su Unigénito para redimirnos, y Él adorna con la victoria a los humildes. Festejemos su gloria, cantemos jubilosos en la asamblea litúrgica, con vítores a Dios en la boca. Esto es un honor para todos sus fieles, para toda la Iglesia.

Lucas 19,41-44: Jesús llora por su amada Jerusalén, que no ha comprendido su gran amor, y prevé los castigos que le vendrán. Es un gran misterio. Adoremos los designios del Señor. Es verdad que la Iglesia de Jesucristo es el Israel de los tiempos nuevos. Es verdad que los apóstoles eran todos judíos, así como la mayor parte de los miembros de las primeras comunidades cristianas. Pero también es cierto que el pueblo judío, tanto en sus representantes cuanto en sus instituciones, rechazaron la salvación mesiánica que les ofrecía el Señor, como herederos de las promesas. Es un misterio. Israel no entró en la conversión suprema que Jesucristo exigía de él para que fuera el gran instrumento de su misión universal. El pueblo judío rechazó a Jesucristo, y por eso Él llora. Orígenes dice:

«hay que ver ante todo la significación de sus lágrimas. Todas las bienaventuranzas de las que Jesús habló en el Evangelio las confiesa Él mismo con su ejemplo, y lo que enseñó lo prueba con su propio testimonio... Conforme a lo que ha dicho: “bienaventurados los que lloran” (Mt 5,5), Él lloró para plantar también el fundamento de esta bienaventuranza. Lloró sobre Jerusalén, diciendo: “si hubieras conocido también tú la visita de la paz”» (Comentario al Evangelio de San Lucas 38,1-2).

También a nosotros nos puede pasar algo semejante si no sabemos discernir en las vicisitudes de nuestra vida lo que conduce a la paz, si no correspondemos con gran amor al inmenso amor que Cristo nos tuvo y nos tiene.

VIERNES

Años impares

1 Macabeos 4,36-37.52-59: Celebran con alegría la consagración del altar, con ofrendas y holocaustos. Tras la victoria de los fieles resistentes, Judas Macabeo purifica el templo, y el pueblo celebra con júbilo su consagración. El templo de Jerusalén es el centro del culto a Yavé. A él acude todo piadoso israelita de cualquier parte del país para contemplar el «rostro» de Dios, y es para los fieles objeto de un amor conmovedor. Por eso cuando el templo es profanado por el rey Antíoco, que instala en él un culto idolátrico pagano, los judíos se sublevan para defenderlo, y el primer objetivo de su guerra santa es justamente purificar el templo, para reanudar en él el culto tradicional. Cuando muere Cristo el velo de aquel antiguo templo venerable se rasga, para significar que el culto antiguo ha sido sustituido por otro culto más espiritual y perfecto: el de Cristo, el de la Iglesia. Con todo, al principio, los apóstoles simultaneaban su culto eucarístico con las oraciones en el templo. Pero en el año 70 sufre una completa destrucción, que significa en forma decisiva que su función ha terminado ya. Y nunca ha sido reconstruido.

–Alabamos al Señor con un cántico del libro 1 Crónicas 29: «Alabamos, Señor, tu nombre glorioso. Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel, por los siglos de los siglos. Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria, el esplendor y la majestad, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. Tú eres Rey y Soberano de todo: de ti viene la riqueza y la gloria. Tú eres el Señor del universo, en tu mano está el poder y la fuerza, tú engrandeces y confortas a todos».

Años pares

Apocalipsis 10,8-11: La Palabra de Dios ha de ser primero asimilada y luego proclamada. Esto es lo que significa en ese lugar del Apocalipsis «comer el libro». La historia es el producto del encuentro  de dos libertades: la de Dios y la del hombre. Y Dios tiene unos planes acerca de este encuentro, sobre todo desde que Jesucristo pronunció su «Sí» incondicional a la nueva Alianza. San Cesáreo de Arlés comenta:

«“En la boca” se entienden los cristianos buenos y espirituales; “en el vientre”, los carnales y lujuriosos. Por consiguiente, cuando se predica la palabra de Dios, ella es dulce para los espirituales, pero para los carnales  –para los cuales, según el Apóstol, “su Dios es el vientre” (Flp 3,19)– la palabra es amarga y áspera» (Comentario al Apocalipsis 10).

Las Escrituras consuelan, efectivamente, no porque ellas descubran de antemano la evolución de los acontecimientos previstos por Dios, sino porque ayudan a revelar el sentido profundo de la presencia de Dios en los acontecimientos que viven los hombres.

–Con unos versos del Salmo 118 decimos «¡qué dulce al paladar tu promesa, Señor! Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas. Tus preceptos son mi delicia, tus decretos son mis consejeros. Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata. Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel en la boca. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos».

Lucas 19,45-48: Habéis convertido la Casa de Dios en una cueva de bandidos. Jesús se indigna ante la profanación del templo, que ha de ser «Casa de oración». Es una lección para nosotros. El respeto al templo ha de ser ahora mayor aún que entonces. Es ahora el lugar de la reactualización sacramental del sacrificio redentor del Calvario, y allí está Cristo realmente presente en el sagrario. Es el lugar de la oración y de la vida sacramental de la Iglesia. Dice San Ambrosio:

«Él expulsó a los cambistas. Pero, ¿de quién son figura estos tratantes sino de los que procuran enriquecerse con los tesoros del Señor, no tratando de distinguir lo que es un bien de lo que es un mal? El gran tesoro del Señor es la divina Escritura, ya que en el momento de partir Él, distribuyó los denarios entre sus servidores y les repartió los talentos (Mt 25, 14; Lc 19,13)... Si existe el tesoro de las Escrituras, es evidente que se puede hablar también de los intereses de la Escritura» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. IX,18).

 «Las mesas de los cambistas caen por tierra para poner en su lugar la mesa del Señor [la Eucaristía], y es destrozada el ara con el fin de puedan surgir los altares» (ib. 20).

SÁBADO

Años impares

1 Macabeos 6,1-13: Muero de tristeza, por el daño que hice en Jerusalén. Antíoco Epifanes, el perseguidor, es atacado por una enfermedad, lejos de su país, y muere reconociendo que sufre el castigo de sus faltas. El pueblo de Dios a lo largo de su historia pasa por la experiencia de la persecución; ésta no perdona al Hijo de Dios, que ha venido a salvar al mundo, y es odiado por él. Todo culmina en su pasión y muerte en Cruz. También sus discípulos sufren persecución a lo largo de los siglos.

Pero, los perseguidos vencieron siempre, incluso cuando fue motivada la persecución por los pecados del pueblo. La historia muestra el fin de los perseguidores, unos convertidos, como es el caso de San Pablo, prodigio admirable al comienzo del cristianismo; otros despechados y doloridos por su fracaso, como es el caso de Juliano el Apóstata y de tantos otros. Confiemos siempre en el Señor. Pasan los hombres, pasan los perseguidores, pero Dios, Cristo y su Iglesia permanecen para siempre.

–Con el Salmo 9 cantamos al Señor que nos defiende de los enemigos: «Gozaré, Señor, de tu salvación. Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas. Me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre. Porque mis enemigos retrocedieron, cayeron y perecieron ante tu rostro. Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido. Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó prendido en la red que escondieron. Él no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá».

Años pares

Apocalipsis 11,4-12: Los dos testigos se oponen  a los dos bestias. Habla el Apocalipsis de dos Bestias malignas y de dos testigos fieles de Cristo que les resisten y combaten. Comenta San Cesareo de Arlés:

«Éstos son los dos “que están”, no los que estarán. “Los dos  candelabros” es la Iglesia, pero por causa del número de los dos Testamentos dijo dos; de igual modo que dijo cuatro ángeles para significar la Iglesia, aun cuando sean siete, siguiendo el número de los ángeles de la tierra, y así toda la Iglesia es representada por los siete candelabros, si bien enumera uno o más de uno según los lugares. Zacarías contempló un solo candelabro de siete brazos (4,2-14), y estos dos olivos, es decir, los dos Testamentos, vierten el aceite en el candelabro, es decir en la Iglesia. Así como en el mismo lugar tiene los siete ojos –la gracia septiforme del Espíritu Santo–, que están en la Iglesia y observan atentamente toda la tierra... Si alguno hiere o quisiera herir a la Iglesia, con las oraciones de su boca será consumido por el fuego divino, ya sea en el presente para su corrección, ya sea en el siglo futuro para su condenación» (Comentario al Apocalipsis 11).

–Con el Salmo 143 decimos: «Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea. Mi bienhechor, mi alcázar, mi baluarte donde me pongo a salvo; mi escudo, mi refugio, que me somete los pueblos. Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas; para ti que das la victoria a tu pueblo escogido y salvas a tus siervos». Tú salvas a la Iglesia, a todas las almas que en ti confían.

Lucas 20,27-40: No es Dios de muertos, sino de vivos. En la enseñanza de este Evangelio, Jesús afirma la realidad maravillosa del mundo nuevo y reafirma la resurrección. Comenta San Ambrosio:

«Los saduceos, que eran la parte más detestable de los judíos, tientan al Señor con esta cuestión. Abiertamente Él les reprende entonces su malicia y, en un sentido místico, retuerce su posición, precisamente con la doctrina de una castidad ejemplar, tomando pie del problema que ellos le propusieron, ya que, según la letra, una mujer debería casarse, aun contra su voluntad, para que el hermanos del difunto le diese un heredero. De aquí el dicho “la letra mata” (2 Cor 3,6), como una propagadora de vicios, mientras que el Espíritu  es el maestro de la castidad... Para la sinagoga la ley, literalmente tomada, es muerte, mientras que aceptada en sentido espiritual, la hace resucitar» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.IX, 37 y 39).

Recibiendo esa doctrina con verdadero espíritu de fe, vivamos de tal modo que tengamos una resurrección gloriosa.

 

 

SEMANA 34

 

En lugar de este último domingo del tiempo ordinario, se celebra la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Pero en las ferias de esta semana 34, se emplean las siguientes oraciones:

 

Entrada: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos, y a los que se convierten de corazón» (Sal 84,9).

Colecta: «Mueve, Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a tu gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad».

Ofertorio: «Recibe, Señor, estos dones sagrados que nos mandaste consagrar a tu nombre, y para que ellos nos hagan gratos a tus ojos, concédenos obedecer siempre tus mandatos».

Comunión: «Alabad al Señor todas las naciones, firme es su misericordia con nosotros» (Sal 116,1-2); o bien: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Postcomunión: «Dios todopoderoso, ya que nos has alegrado con la participación en tu sacramento, no permitas que nos separemos de ti».

 

LUNES

Años impares

Daniel 1,1-6.8-20: Excelencia de la ascesis cristiana. Para Daniel y los otros jóvenes judíos que estaban con él la vida en la corte dificultaba gravemente la fidelidad a la ley. Pero actuaron consecuentemente y Dios los premió, pues no solo les dotó de buen aspecto, sino que los colmó de toda clase de sabiduría, de forma que ante el rey quedaron por encima de los demás. Por ello el ascendiente de Daniel en la corte fue extraordinario. Dios premia siempre a quien es fiel a sus mandatos, y lo premia a veces ya en esta vida, pero con toda certeza en la otra.

En todo caso siempre el hombre fiel tiene la conciencia en paz, pues ha cumplido con su deber principal, que es obedecer a Dios. La vida ascética, bien llevada, nos conduce a los premios eternos, pero ya en esta vida los pregustamos, gozando de una mayor libertad de espíritu, la libertad propia de los hijos de Dios.

–El cántico de los tres jóvenes, en Daniel 3, nos sirve de Salmo responsorial: «Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres. Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito eres en el templo de tu santa gloria, Bendito eres sobre el trono de tu reino. Bendito eres tú que, sentado sobre querubines, sondeas los abismos. Bendito en la bóveda del cielo». Siempre hemos de cantar himnos de alabanza y de acción de gracias al Señor por el bien que constantemente hace a su Iglesia y a nosotros en particular.

Años pares

Apocalipsis 14,1-3.4b-5: Llevar en la frente el nombre de Cristo y de su Padre. Cristo es descrito en el Apocalipsis rodeado de sus elegidos, los mártires, que cantan un cántico nuevo. San Cesáreo de Arlés explica:

«Nosotros entendemos aquí el nombre de Cristo y se muestra su semejanza que la Iglesia adora en verdad: la hostilidad de los herejes [que la Iglesia sufre] es semejante a la que sufrió Él; éstos son los que, persiguiendo espiritualmente a Cristo, sin embargo participan en la gloria del signo de la Cruz de Cristo. Por esto es por lo que se ha dicho que el nombre de la bestia es un número humano» (Comentario al Apocalipsis 14).

–Cantamos con el Salmo  23: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: Él la fundó sobre los mares, Él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob».

El creyente que admira el poder, la grandeza y la sabiduría de Dios en la creación, no puede quedar silencioso. Ha de reconocer y agradecer abiertamente que en todas las criaturas resplandece la inmensa bondad de Dios. Ha de ver su presencia en toda la creación, y de modo especial en los templos, que son como recordatorios de la presencia de Dios entre los hombres, y sobre todo en el sagrario: Cristo está realmente presente en el sacramento de la Eucaristía.

Lucas 21,1-4: La generosidad de los pobres: el óbolo de la pobre viuda. La viuda entrega de su indigencia. Suele decirse que «solo se da aquello que se tiene»; pero ella solo posee lo que ha dado. Oigamos a San Agustín:

«Mucho abandonó quien se despojó de la esperanza del siglo, como aquella pobre viuda, que depositó dos ochavos en el cepillo del templo. Según el Señor nadie echó más que ella... ¿Quién se dignó poner los ojos en ella? Sólo Aquel que al verla no miró si la mano estaba llena o no, sino el corazón... Nadie dio tanto como la que nada reservó para sí» (Sermón 105,A,1).

 

MARTES

Años impares

Daniel 2,31-45: Dios suscitará un Reino eterno. Interpreta Daniel el sueño de la estatua colosal, construida con diversos materiales. Su explicación muestra la historia como colisión de fuerzas simbolizadas en los diversos imperios, que se oponen a la instauración del Reino por excelencia, el Reino de Dios, el de Cristo, el de los Santos. La piedra que cae y destruye la estatua es para algunos el monoteísmo yavista, sublimado en Cristo, opuesto a la idolatría –la estatua– de los grandes imperios. Es un Reino nuevo, llamado a extenderse rápidamente sobre toda la tierra. Por lo mismo hay que dar a esa piedra un significado mesiánico, en su sentido pleno. Cristo es la piedra angular, que desecharon los constructores, pero que ha venido a ser el punto clave del Reino espiritual de Dios. 

–Sigue como Salmo responsorial el cántico de los tres jóvenes, en Daniel 3: «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor; ángeles del Señor, bendecid al Señor; aguas del espacio, ejércitos del Señor, bendecid al Señor». Toda la naturaleza debe ser un canto de alabanza al Dios providente y eterno que, no obstante haberse manifestado a los patriarcas y profetas de Israel, sigue Altísimo y trascendente, sentado sobre querubines, que penetra con su mirada lo más profundo de los abismos. Su trono real es el firmamento de los cielos. Desde allí asiste majestuoso, desplegando su providencia sobre su pueblo y sobre los justos. Por eso toda la naturaleza, desde los ángeles hasta las bestias, y los mismos seres inanimados, deben alabarlo sin fin. Nosotros, los hombres cristianos, con mayor razón, pues tenemos más dones que los que recibieron los justos en el Antiguo Testamento: tenemos a Cristo, sus sacramentos, su Iglesia y su mensaje de santidad.

Años pares

Apocalipsis 14,14-19: Llega la hora de la siega. Se acerca la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, que ya en su primera venida logró la victoria sobre las fuerzas del mal. El juicio de Dios es tan grande y perfecto, tan justo y misericordioso, como Dios mismo. Comenta San Cesáreo de Arlés:

«Describe, pues, a la Iglesia en su gloria, que se hace blanca especialmente después de las llamas de la persecución. Tenía en su cabeza una corona de oro fino. Éstos son los ancianos con las coronas de oro. Y en su mano una hoz afilada. En efecto, esta hoz separa a los católicos de los herejes, a los santos de los pecadores, tal como dice el Señor de los segadores. Pero hay que pensar que el segador visto en la nube blanca es especialmente Cristo en persona. ¿Quién es el vendimiador que viene detrás de Él, si no es el mismo Cristo, pero en su cuerpo que es la Iglesia? Quizá no nos equivocamos si vemos en estos tres ángeles que salieron el triple sentido de las Escrituras: histórico, moral y espiritual; pero en cuanto a la hoz hay desacuerdo. Y arrojó al grande en el lagar de la cólera de Dios. No en el gran lagar, sino que Él arroja al mismo grande en el lagar, es decir, a todo orgulloso» (Comentario al Apocalipsis 14,14-19).

–Con el Salmo 95 aclamamos al Señor, que llega a regir la tierra. «Decid a los pueblos: “el Señor es Rey, Él afianzó el orbe y no se moverá; Él gobierna a los pueblos rectamente”. Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra, regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad». En nuestro Señor Jesucristo confiamos, pues a Él le ha sido dado «todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Nos abandonamos a su inmensa misericordia y bondad.

Lucas 21,5-11: No quedará piedra sobre piedra. Jesús anuncia la destrucción del templo de Jerusalén. Comenta San Ambrosio:

«Existe, sin embargo, otro templo, construido con piedras preciosas y adornado con ofrendas... Él hace referencia a la sinagoga de los judíos, cuya vieja construcción se disolvió cuando surgió la Iglesia. Pero en verdad, también en cada hombre existe un templo, que se derrumba cuando falla la fe y, especialmente, cuando se lleva hipócrita-mente el nombre de Cristo, sin que un afecto interior corresponda a tal nombre.

«Quizás sea ésta la exposición que mayores bienes me reporta a mí. Porque, ¿de qué me sirve saber el día del juicio? Y puesto que tengo conciencia de tantos pecados, ¿de qué me aprovecha el que Dios venga si no viene a mi alma ni a mi espíritu, si no vive en mí Cristo, ni Él habla en mí? Por esta razón Cristo debe venir a mí, su venida tiene que llevarse a cabo en mi persona. La segunda venida del Señor tendrá lugar al fin del mundo, cuando podamos decir: “el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6,14)” (Tratado Sobre el Evangelio de San Lucas lib.X, 6 y 7).

MIÉRCOLES

 Años impares

Daniel 5,1-6.13-14.16-17.23-28: Aparecieron unos dedos de mano escribiendo en el muro. El banquete de Baltasar le ofrece a Daniel una nueva oportunidad de mostrar su sabiduría, al descifrar la inscripción. El relato intenta convencer a los judíos y a nosotros de que los acontecimientos de la historia de los hombres son otros tantos eslabones, encadenados entre sí, que aceleran la llegada del fin. Existe, por tanto, una estrecha conexión entre la historia de los hombres y el designio de la salvación de Dios. La religión de los adivinos de Baltasar es incapaz de conocer el sentido y la finalidad de la historia, porque el dios que ellos adoran es caduco, no existe. Nadie puede competir con Dios, ni en ciencia ni en poder, y, sobre todo, nadie puede impunemente ofenderlo con actos sacrílegos.

–Sigue como canto responsorial Daniel 3, es decir, la alabanza a Dios de los tres jóvenes en el horno: «Sol y luna bendecid al Señor. Astros del cielo, lluvia y rocío, vientos todos, fuego y calor, fríos y heladas... bendecid al Señor». Él es digno de nuestras aclamaciones por las innumerables maravillas que ha realizado en la historia de la salvación, en nuestra historia presente, en nuestra propia alma, con infinita misericordia. Por eso merece toda nuestra correspondencia en el amor.

Años pares

Apocalipisis 15,1-4: Cantaban el cántico de Moisés, el cántico del Cordero. Como los israelitas cantaron a Dios después de cruzar el mar Rojo, así también cantan los que han vencido en este mundo a la Bestia y han llegado al cielo. La Bestia es el enemigo sobre el que ellos han triunfado por el poder de Cristo. Y sus fieles, en el cielo, recordando sus pasadas calamidades, cantan gozosos un cántico de victoria, un himno de acción de gracias. Este canto es un eco de otras alabanzas que se encuentran en el Antiguo Testamento, en las que se canta la grandeza y santidad del Creador del mundo, así como la justicia omnipotente del Señor, que tiene en sus manos las riendas de la historia. Dice San Cesáreo de Arlés:

«Es el canto de uno y otro Testamento, que cantan éstos de los que acabamos de hablar... El templo, ya lo hemos dicho, significa la Iglesia» (Comentario al Apocalipsis 15,3).

–Unidos a ellos cantamos también nosotros con el Salmo 97: «Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios soberano de todo. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes. Ante el Señor que llega para regir la tierra. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud».

Lucas 21,12-19: Todos os odiarán por causa de mi nombre, pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. En las persecuciones que sufrimos, de tal modo se cumplen las palabras de Cristo, que aquellas no destruyen nuestra esperanza, sino que la confirman.

El final de los tiempos vendrá precedido de una persecución violenta contra los discípulos de Jesús. Pero éstos recibirán del mismo Cristo una forma de expresarse y una sabiduría tales, que serán capaces de resistir hasta el martirio. Con su perseverancia salvarán sus almas. Comenta San Agustín:

«El que nos creó nos dio garantías aun sobre nuestros propios cabellos. Si Dios cuenta nuestros cabellos, ¡cuánto más contará nuestras costumbres! Ved que Dios no desprecia ni siquiera vuestras cosas más insignificantes. Si las despreciara, no las crearía. En efecto, Él creó nuestros cabellos, que tiene contados... ¿Por qué, pues, temes a un hombre, tú, hombre que te hallas en el seno de Dios? Procura no salir de tal seno. Cualquier cosa que sufras allí dentro te servirá de salvación, no de perdición» (Sermón 62,15).

JUEVES

Años impares

Daniel 6,11-27: Dios envió a su ángel a cerrar las  fauces de los leones. Daniel es condenado  a ser arrojado vivo en el foso de los leones, pues a pesar de la prohibición real, tres veces al día, según la santa costumbre de Israel, eleva su oración al único Dios vivo y verdadero. Es preservado maravillosamente por el Señor, y el rey entonces proclama su fe en el verdadero Dios. La lectura de hoy señala la necesidad de la oración, su grandiosa eficacia, y el valor de su fiel asiduidad, cuando se eleva en los tres momentos tradicionales del sacrificio del templo. Una vez más comprobamos que la providencia de Dios está sobre todas las vicisitudes de la vida y, sobre todo, que nunca ha quedado desmentida la protección solícita con que guarda a sus siervos fieles.

–Con textos de Daniel 3 unimos de nuevo nuestra oración a la de los tres jóvenes: «Rocíos y nevadas, témpano y hielos, escarchas y nieves, noche y día, luz y tinieblas, rayos y nubes... bendecid al Señor. Bendiga la tierra al Señor». Sigamos también nosotros alabando al Señor por sus innumerables beneficios. Escribe San Bernardo:

«A quien humildemente se reconoce obligado y agradecido por los beneficios, con razón se le prometen muchos más. Pues el que se muestra fiel en lo poco, con justo derecho será constituído sobre los muchos; así como, por el contrario, se hace indigno de nuevos favores quien es ingrato a los que ha recibido antes» (Sermón sobre el Salmo 50).

Años pares 

Apocalipsis 18,1-2.21-23–19,1-3,9: Ha caído Babilonia, la gran ciudad. Los elegidos entonan en el cielo un cántico eterno. Babilonia, símbolo del imperio mundano hostil al Reino, está condenada a la destrucción. Y el Señor se mantiene fiel a sus designios de salvación sobre los hombres. Escribe San Cesáreo de Arlés:

«¿Es que las ruinas de una sola ciudad pueden contener todos los espíritus impuros y todo pájaro impuro, o aquel tiempo en que la misma ciudad cayese, el mundo entero sería abandonado a los espíritus y a los pájaros impuros y éstos  habitarán en las ruinas de una sola ciudad? No existe ciudad alguna que solo contenga almas impuras, a no ser la ciudad del diablo, en la cual habita toda impureza en los hombres malos de toda la tierra. Los reyes que dijo que perseguían a Jerusalén son los hombres malos que persiguen a la Iglesia.

«Cada vez que oís nombrar a Babilonia, hermanos queridísimos, no entendáis una ciudad construída con piedras, porque “Babilonia” significa “confusión”, como se ha repetido varias veces; pero reconoced que con este nombre se designa a los hombres soberbios, ladrones, lujuriosos e impíos, recalcitrantes en sus pecados; por el contrario, cada vez que vosotros oyéseis el nombre de Jerusalén, que quiere decir visión de paz, entended por ella los hombres santos que pertenecen a Dios» (Comentario al Apocalipsis 18,1-3).

–Con el Salmo 99 aclamamos al Señor y convocamos la tierra entera a «servir al Señor con alegría, a entrar en su presencia con vítores. Pues el Señor es Dios. Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. Entremos por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades». Correspondámosle con todo nuestro amor, asociémonos a la liturgia de los ángeles y santos. Cantemos jubilosos los salmos en nuestra liturgia cristiana, en la que hemos de participar con mente y corazón.

Lucas 21,20-28: Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. La profecía relativa al final de los tiempos augura primero el cerco de la ciudad santa por obra de los poderes paganos. Luego llegará la hora de los gentiles, en la que se desencadenará la persecución contra la Iglesia. Pero el triunfo es de Cristo y de su Iglesia. La misma historia de la Iglesia nos conforta en esta esperanza: ella sigue en pie y permanece, mientras que sus perseguidores perecieron y pasaron. Comenta San Ambrosio:

«De hecho, Jerusalén fue asediada y tomada por los ejércitos romanos, y por eso los judíos creyeron que se había cumplido entonces “la abominación de la desolación” (Mt 24,75; Dan 9,27), ya que los romanos arrojaron al templo la cabeza de un puerco, mofándose de las observancias rituales de los judíos. De ahí algo que yo no diría ni siquiera en estado de delirio. Y es que “la abominación de la desolación” es el execrable acontecimiento propio del anticristo, puesto que él, con sus funestos sacrilegios, mancha el santuario de las almas y, sentado, como sigue la narración en el templo, se quiere apropiar del trono del Dios onmipotente.

«Y en un sentido espiritual se nos previene muy atinadamente que debemos estar preparados, ya que él [el anticristo] desea poner la marca de su perfidia sobre el corazón de cada uno, y, falsificando las Escrituras, quiere hacer ver a través de éstas que él es Cristo. Y entonces es cuando llegará la desolación, puesto que muchos, cayendo en el error, se separarán de la verdadera religión» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.X, 15 y 16).

VIERNES

Años impares

Daniel 7,2-14: Vi venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Las cuatro bestias simbolizan cuatro reinos o colectividades nacionales que se oponen al reino de los santos. Se anuncia el fin próximo de los grandes imperios terrestres, el último de los cuales, en particular, somete a una cruel tiranía al pueblo elegido, y se suscita la confianza de un Reino de Dios próximo, gracias a la misericordia de un Hijo del Hombre y del pueblo de los santos. Cristo se apropió de este título de «Hijo del Hombre» en su predicación, y aludió a su final aparición solemne en las nubes del cielo (Mt 16, 27; 24,10; 26,64; Mc 13,26; Lc 21,27; Ap 1,7; 14,14).

–Seguimos con el cántico de los tres jóvenes, de Daniel 3: Montes y cumbres, cuanto germina en la tierra, manantiales, mares y ríos, cetáceos y peces, aves del cielo, fieras y ganados... bendecid al Señor. Evoquemos cuanto se ha dicho sobre la alabanza divina y acción de gracias, y vivamos lo que describe Casiano:

«Cuando el alma recuerda los beneficios que antaño recibió de Dios y considera aquellas gracias de que le colma en el presente, cuando dirige su mirada hacia el porvenir sobre la infinita recompensa que prepara el Señor a quienes le aman, le da gracias en medio de indecibles transportes de alegría» (Colaciones 9).

Años pares

Apocalipsis 20,1-4.11–21,2: Los muertos fueron juzgados según sus obras. Vi la nueva Jerusalén que descendía del cielo. Después de la victoria de Dios sobre los espíritus del mal, se hace alusión al juicio final, y aparecen los mártires como asesores de Cristo Juez. Luego, con el cielo nuevo y la tierra nueva, estalla la alegría eterna del universo renovado. El Apocalipsis anuncia para entonces mil años de perfecto reinado de Cristo. Y San Cesáreo de Arlés comenta:

«Estos mil años deben ser  comprendidos como los años que van desde la venida de Nuestro Señor. Durante estos años el Señor prohibe al diablo que extravíe a los pueblos que están destinados a la vida eterna, para que puedan reconciliarse con Dios aquellos a los que antes había extraviado... Solamente los soberbios e impíos serán seducidos, pero los humildes y verdaderos cristianos no serán seducidos. “Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos” (Mt 20,16)... Por falsos profetas se entiende a los herejes o  los falsos cristianos. En  verdad, después del tiempo en que el Señor ha sufrido, la Bestia y los falsos profetas mueren y son enviados al fuego hasta que se cumplan los mil años desde la venida del Señor... La nueva Jerusalén... Ha dicho todo esto a propósito de la gloria que la Iglesia tendrá después de la resurrección» (Comentario al Apocalipsis 20-21).

–Con el Salmo 83 decimos: «Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo»... Anhelemos los altares del Señor de los ejércitos, nuestro Rey y nuestro Dios. Dichosos los que viven en su casa, alabándolo siempre. Dichosos los que encuentran en Él su fuerza y caminan de baluarte en baluarte. Confiando en el Amor que el Señor nos tiene, no hemos de temer nada, si también nosotros hemos correspondido con gran amor al que el Señor nos tiene.

Lucas 21,29-33: Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el Reino de Dios. La caída de Jerusalén fue un gran impulso providencial de Dios a su Iglesia, porque le ha obligado a abrirse decididamente a las naciones y a establecer un culto espiritual, liberado del particularismo del templo. Cada etapa de la evangelización del mundo, vinculada a cada etapa de la humanidad, es también un jalón en la historia de salvación que se consumará en la venida final de Cristo.

Cada conversión del corazón, mediante la cual el hombre se abre más y más a la acción del Espíritu del Resucitado, es una nueva manifestación de la venida de Cristo. Cada asamblea eucarística, reunida precisamente hasta que vuelva con pleno poder el Hijo del Hombre sobre la nube, es el jalón por excelencia de ese acontecimiento. Hemos de conocer los signos de los tiempos, como se conoce por los brotes de la higuera y de los árboles que la primavera está cerca.

SÁBADO

Años impares

Daniel 7,15-27: El poder real y el dominio será entregado al pueblo de los santos del Altísimo. No obstante las persecuciones del mundo, la victoria es de nuestro Señor. Al fin se les hará justicia a los fieles, ya que la irresistible Autoridad divina arrebatará el dominio al perseguidor y lo dará a los santos para siempre. El desquite de éstos será total, y llegará como fruto de una gran paciencia. Oigamos a San Cipriano:

«Esta virtud de la paciencia derrama sus frutos con profusión y exuberancia por todas partes. La paciencia es la que nos recomienda y guarda para Dios; modera nuestra ira, frena la lengua, dirige nuestro pesar, conserva la paz, endereza la conducta, doblega la rebeldía de la pasión, reprime el orgullo, apaga el fuego de los enconos, contiene la prepotencia de los ricos, alivia la necesidad de los pobres... Es la que fortifica sólidamente los cimientos de nuestra fe, y levanta en alto nuestra esperanza... Ella nos lleva a perseverar como hijos de Dios, imitando la paciencia del Padre» (Tratado de la paciencia 20).

–Sigue como canto responsorial el de los tres jóvenes, en Daniel 3:  «Hijos de los hombres, bendecid al Señor. Bendiga Israel al Señor. Sacerdotes del Señor, siervos del Señor, almas y espíritu justos, santos y humildes de corazón... bendecid al Señor». Así hemos de proceder en nuestros días, de modo que toda nuestra vida sea una alabanza continuada al Señor. Y cuando nuestros labios no puedan manifestar nuestro júbilo, que venga expresado en todo por nuestras obras, y que eleve nuestro pensamiento al Señor, alzando hacia Él constantemente breves oraciones o jaculatorias.

Años pares

Apocalipsis 22,1-7: Ya no habrá más noche, porque el Señor irradiará luz sobre ellos. Se describe la gloria de la nueva Jerusalén. Dios unitrino y la misma humanidad de Cristo resplandecen en medio de la ciudad y son su única Luz. Comenta San Cesáreo de Arlés:

«El monte elevado, al cual San Juan dijo que había ascendido, representa el Espíritu. La ciudad de Jerusalén, que él dijo haber visto allí, es figura de la Iglesia; es la que el mismo Señor mostró en el Evangelio cuando dijo: “no puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte” (Mt 5,14). Y cuando dice que ella tiene una luz semejante a una piedra preciosísima, ved en ella la gloria de Cristo. En las doce puertas y en los doce ángeles reconoced a los apóstoles y a los profetas...

«Y puesto que esta ciudad que es descrita representa a la Iglesia, que está extendida por toda la tierra, se dice que ella tiene tres puertas en cada una de las cuatro partes a causa del misterio de la Trinidad. En la vara de oro mostró a los hombres  de la Iglesia, frágiles en la carne, pero que tienen por fundamento una fe luminosa... Lo que dice de la ciudad de oro, el altar de oro y las copas de oro, se trata de la Iglesia por su recta fe. Y el recipiente muestra la pureza de esta fe»... (Comentario al Apocalipsis 22).

–Con el Salmo 94 decimos: «Venid, aclamemos al  Señor, demos vítores a la Roca que nos salva, entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. Porque el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses. Tiene en sus manos las simas de la tierra, son suyas las cumbres de los montes, suyo es el mar, porque Él lo hizo, la tierra firme que modelaron sus manos. Entremos, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro. Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que Él guía». Dejémonos guiar por Él y así llegaremos a la Jerusalén celeste, llamada visión de paz.

Lucas 21,34-36: Vigilancia y oración son las actitudes necesarias para esperar la venida del Señor. Jesucristo nos anuncia en cada página del Evangelio un mensaje de esperanza. Cristo mismo es nuestra única esperanza. Él es la garantía plena para alcanzar los bienes prometidos. Él nos muestra cuál debe ser el objeto principal de nuestra esperanza: el tesoro de la herencia incorruptible, la felicidad suprema de la posesión eterna de Dios. Escribe San Basilio:

«El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo» (Homilía 20 sobre la humildad).

Pero la esperanza no es posible, como dice San Agustín, si no hay amor (Sobre la fe, la esperanza y la caridad 117). Y en el atardecer de nuestra vida, como dice San Juan de la Cruz, seremos examinados sobre el AMOR.

 

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

15 DE AGOSTO, SOLEMNIDAD

 

Entrada: «Una señal grandiosa apareció en el cielo: una Mujer con el sol por vestido, la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12,1). O : «Alegrémonos  todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de la Virgen María: de su Asunción, se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios».

Colecta (como la oración del ofertorio y la postcomunión, procede del Misal anterior, desde 1950): «Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma  gloria en el cielo».

Ofertorio: «Llegue a tu presencia, Señor, nuestra humilde oblación, y por la intercesión de la Santísima Virgen María, que ha subido a los cielos, haz que nuestros corazones, abrasados en tu amor, vivan siempre orientados hacia ti».

Comunión: «Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí» (Lc 1,48-49).

Postcomunión: «Después de recibir los sacramentos que nos salvan, te rogamos, Señor, que, por intercesión de la Virgen María, que ha subido a los cielos, lleguemos a la gloria de la resurrección».

En la Virgen María, asunta en cuerpo y alma a los cielos, se ha consumado plenamente el misterio Pascual de Cristo. Ella nos ha precedido en el tiempo como índice de la capacidad regenerante y glorificadora de la obra de Cristo sobre la naturaleza humana.

Apocalipsis 11,19.12,1-6.10: Una Mujer vestida de sol, la luna por pedestal. María, Arca Nueva y Viva de la Nueva Alianza, realizadora de la presencia del Emmanuel en medio de su pueblo y entronizada, al fin, en la bienaventuranza. Ella es el signo plenamente logrado de la obra redentora de Cristo. Comenta San Germán de Constantinopla:

«Ya que por medio de ti, oh santísima Madre de Dios, han cobrado esplendor los cielos y la tierra, ¿acaso es posible que, con tu tránsito, dejas a los hombres privados de tu asistencia? En modo alguno podemos pensarlo. Puesto que cuando habitabas en el mundo no eras ajena a las costumbres celestiales, de igual modo, después  de haber emigrado de entre nosotros, no te has distanciado en espíritu del tenor de vida de los seres humanos» (Homilía 1 sobre la Dormición, 13, 109-110).

–Con el Salmo 44 proclamamos: «De pie a tu derecha está la Reina enjoyada con oro de Ofir... Prendado está el Rey de tu belleza... Las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real»...

1 Corintios 15,20-26: Primero resucita Cristo, como primicia, después todos los cristianos. La Asunción plena de María en cuerpo y alma a los cielos, triunfo pleno de la obra de Cristo en Ella, es también un índice consumado de nuestra vocación de resucitados para Cristo y para la eternidad. Comenta Modesto de Jerusalén:

«Finalmente, tal como correspondía a la gloriosísima Madre de Aquel que es dador de vida y de inmortalidad, le fue concedida la vida eterna y la participación en la incorruptibilidad de su Hijo: Cristo, en efecto, nuestro Dios y Salvador, la resucitó de la muerte, haciéndola subir del sepulcro y la elevó junto a Sí en los cielos del modo que solo Él conoce» (Sermón sobre la Dormición 14).

Lucas 1,39-56: El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: enaltece a los humildes. Grandes son las prerrogativas de la Virgen María, sobre todo su Maternidad divina, con todo lo que antecede y sigue a la misma. Escribe Antíoco Estratagio:

«Desde el tiempo en que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, gracias a su bondad para con nosotros, se dignó aparecer en el mundo, naciendo de la santa e inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, nos ha concedido el don de la fortaleza necesaria para combatir al diablo, a fin de que, para quien lo desea, resulte más fácil alcanzar la virtud de la virginidad a pesar de que su práctica sea ardua y laboriosa.

«A los que de veras aman a Dios se les otorga un feliz resultado y unos dones aún mayores, de acuerdo con su promesa. Nadie, sin embargo, puede alcanzar una virtud tan excelsa, si no tiene amor y si no posee la humildad debida, como lo atestigua Aquella que es totalmente inmaculada, la siempre alabada y gloriosísima Madre de Dios, al entonar su cántico de alabanza en el que dice: “mi alma engrandece al Señor”» (Homilía 21).

 

 

La larga serie de los Domingos del Tiempo Ordinario, y todo el Año litúrgico, se concluye con la grandiosa solemnidad de Cristo Rey.

Entrada: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. A Él la gloria y el poder, por los siglos de los siglos» (Apoc 5,12.16).

Colecta (de nueva composición): «Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin».

Ofertorio (del Misal anterior): «Te ofrecemos, Señor, el sacrificio de la reconciliación de los hombres, pidiéndote humildemente que tu Hijo conceda a todos los pueblos el don de la paz y de la unidad».

Prefacio: (del Misal anterior): «Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que, ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana; y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz».

Comunión: «El Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz» (Sal 28,10-11).

Postcomunión (de nueva composición): «Después de recibir el alimento de la inmortalidad, te pedimos, Señor, que quienes nos gloriamos de obedecer los mandatos de Cristo, Rey del Universo, podamos vivir eternamente con él en el Reino del cielo».

 

Ciclo A

El Evangelio nos presenta a Cristo en el juicio final separando las ovejas de las cabras. Las primeras a la derecha y las segundas a la izquierda. Esto ha motivado la elección del pasaje de Ezequiel sobre Dios Pastor que juzga a su rebaño. La segunda lectura nos habla de Cristo que devuelve a Dios Padre su Reino.

El reino de Cristo no es de este mundo (Jn 18, 36), pero se inicia o se rechaza aquí, cuando por la fe o la incredulidad aceptamos o rechazamos su mensaje de salvación.

Ezequiel 34,11-12.15-17: A vosotros, ovejas mías, os voy a juzgar. La Realeza mesiánica del Corazón de Jesucristo, en su etapa de encarnación y de humillación redentora, se realizó por vía de amor y de sacrificio; como Buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas (Jn 10,11). El juicio del Señor se hará sobre los delitos, injusticia y opresión con respecto a las ovejas pobres y débiles por parte de las más fuertes y poderosas. Hacer justicia equivale a salvar las más débiles de la opresión por parte de las más poderosas. El Señor asume la defensa de estas ovejas humildes, rectifica lo tortuoso, asegurando la salvación.

–Consiguientemente se toma como canto responsorial el Salmo 22: «El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar, en verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombres. Prepara una mesa ante mí, en frente de mis enemigos, me unge la cabeza con perfume y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la Casa del Señor por años sin términos».

1 Corintios 15,20-26.28: Devolverá el Reino a Dios Padre, para que Dios sea todo en todos. Con su sacrificio salvador nos brindó Jesús la posibilidad de librarnos de nuestros pecados y de sus degradantes consecuencias. Pío XI en la encíclica Quas primas, en la que instituyó en 1925 la solemnidad de Cristo Rey, dice:

«Es necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo. Es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos. Es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los afectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas y  solo a Él estar unido. Es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como “armas de justicia” para Dios (Rom 6,13), deben servir para la interna santificación del alma».

El texto anterior de San Pablo en la Carta primera a los Corintios, en el que se contempla el Reinado de Cristo, es ampliamente comentado por los Padres, como puede apreciarse en la siguiente síntesis:

El Reino de Cristo se asentará y jamás llegará a su fin (Teodoreto de Ciro), porque Él comienza a reinar eternamente en todos los sentidos (San Jerónimo). El último enemigo, la muerte, será destruído (San Juan Crisóstomo). El sometimiento de Cristo al Padre significa que toda criatura aprenderá a someterse a Cristo, quien a su vez se somete voluntariamente al Padre (Ambrosiáster).

Del mismo modo que nosotros nos sometemos a la gloria de su Cuerpo reinante, el Señor somete a sí mismo todas las cosas (San Hilario de Poitiers). Algunos rechazaban el término «sometimiento» referido al Hijo, sin entender que el sometimiento del Hijo al Padre revela la bendición de nuestra madurez espiritual (Orígenes). Cuando las Escrituras dicen que el Hijo es menor que el Padre, se refieren a su condición de hombre. Pero cuando señalan que es igual al Padre, se refieren a su divinidad (San Agustín y San Gregorio Nacianceno).

El Señor hace suyas incluso nuestras adversidades, cargando con nuestros sufrimientos (San Basilio). Los Santos Padres trataron de responder tanto a las confusiones de los paganos, como a las exageraciones arrianas respecto al texto paulino aludido (Teodoreto de Ciro y Mario Victorino). San Pablo está pensando en la dispensación divina de la Encarnación cuando dice que el Hijo, que es verdadero Dios, se ha sometido voluntariamente al Padre (San Juan Crisóstomo). Es necesario que Él haga su reino tan evidente, para que sus enemigos no se atrevan a negar que Él reina (San Agustín). Cristo no deja de reinar cuando pone a todos sus enemigos bajo sus pies (San Gregorio Nacianceno y San Cirilo de Jerusalén).

La nueva vida que ahora comienza por medio de la fe, proseguirá mediante la esperanza, hasta que llegue un momento en que la muerte se vuelva victoria (San Agustín). Cuando seamos capaces de recibir a Dios, entonces «Dios será para nosotros todo en todas las cosas» (Orígenes). Dios será la consumación de todos nuestros deseos (San Agustín y Orígenes). Esta es madurez hacia la cual nos apresuramos (San Gregorio Nacianceno). Cuando todos los santos sean glorificados en el coro de todas las virtudes, y Dios sea todo para todo el mundo (San Jerónimo y San Agustín) (cf. La Biblia comentada por los Santos Padres, Ciudad Nueva, Madrid 2001, pg. 230).

Mateo 25,31-46: Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros. Sobre nuestra existencia pesa un momento decisivo: el encuentro final con Cristo Rey, Señor de cielos y tierra. Él ha de juzgar nuestras vidas, con el modelo de su Amor... Y de este juicio dependerá nuestra suerte eterna. San Juan Crisóstomo dice:

«Ahora ha venido en deshonor, en injurias e ignominias; mas entonces se sentará en el trono de su gloria. Es que como la cruz estaba tan cerca y la cruz parecía el suplicio más ignominioso, de ahí que trate Él de levantar a sus oyentes  y les ponga ante los ojos el tribunal, y delante del tribunal la tierra entera. Y no es éste el modo único por el que da tono de espanto a su palabra, sino el hecho de mostrarnos vacíos los cielos. Porque todos los ángeles -dice- vendrán en su acompañamiento, y también ellos dará testimonio de cuanto sirvieron, enviados por el Señor, en la salvación de los hombres. De todos modos ha de ser espantoso aquel día» (Homilía 79,1, sobre San Mateo).

 

Ciclo B

El Reino de Cristo no es de este mundo (tercera lectura). Él es el Hijo del Hombre al que Daniel vio venir sobre las nubes investido con una realeza eterna y universal (primera lectura). San Juan en el Apocalipsis nos presenta a Cristo como príncipe de los reyes de la tierra (segunda lectura). Cristo es la razón de nuestra fe, el aval de nuestra esperanza y el centro de nuestra caridad. Coronamos el año litúrgico con una vivencia intensa del Reinado de Jesucristo.

Daniel 7,13-14: Su poder es eterno. No cesará. La investidura real del Hijo del Hombre coronará la victoria de Dios y de su pueblo sobre las fuerzas del mal y congregará a todos los que han vivido en la fe de Cristo. Como Israel somos santos y reinaremos en la medida en que en que servimos a Dios. El Reino eterno de Dios destruirá las potencias adversas que actúan mediante el imperio del despotismos, de la agresividad, de la recíproca destrucción y de la idolatría. La entronización del Hijo del Hombre será para todos los pueblos, naciones y lenguas el quebrantamiento de toda esclavitud y un servicio que es fruición del Reino divino universal de la libertad.

 –Con el Salmo 92 aclamamos al Señor que reina, vestido de majestad, el Señor vestido y ceñido de poder. Así está el orbe  firme y no vacila. Su trono está firme desde siempre y Él es eterno. Sus mandatos son fieles y seguros, la santidad es el adorno de su casa por días sin términos.

Apocalipsis 1,5-8: El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y nos ha hecho sacerdotes. La humanidad entera ha quedado emplazada para la Parusía: el retorno de Cristo Rey para juzgar a vivos y muertos. La realidad de Cristo, expresión perfecta de la acción del Dios del universo, es contemplada y celebrada en los momentos esenciales que abarcan el pasado, el presente y el futuro de la historia de la salvación. La realeza de Cristo converge hacia el Reino del Padre y en la realeza de Cristo viene realmente hasta nosotros el Reino del Padre.

Juan 18,33-37: Tú lo dices: soy Rey. La realeza de Cristo está por encima de los criterios y moldes humanos. Es Reino de salvación. Reino de amor. La Cruz nos revela quién es el Padre y quién es Jesús, la comunicación interpersonal de amor que se difunde en el hombre. En la medida en que la Cruz es para nosotros palabra y verdad, la muerte de Cristo nos salva, la fe acoge su acto redentor y mediante esta fe de los hombres, Cristo puede reinar en ellos.

Testigos de la realeza de Jesucristo vivimos en la esperanza nuestra vocación de eternidad. Nuestro vivir de cada día no debe desmentir nuestra condición de elegidos para el Reino del Hijo muy amado del Padre. Pero esta realeza de Cristo hay que vivirla en la interioridad y en el amor.

Ciclo C

El título de la Cruz: «Jesús nazareno, Rey de los judíos» (tercera lectura) evoca la unción de David como rey de Israel. Cristo descendiente de David. Pero Jesús es mucho más que Rey de los judíos; es, como indica San Pablo, «imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia y quien hizo la paz por la sangre de su Cruz» (segunda lectura).

2 Samuel 5,1-3: Ungieron a David como rey. Históricamente David fue el rey «según el corazón de Dios», para el pueblo de Israel. Fue, al mismo tiempo, una figura de Cristo Rey para la humanidad rescatada. Dios, que conoce de antemano el destino de cada hombre y pueblo, había elegido a David como jefe de su pueblo. Samuel lo ungió rey. De pastor de ovejas pasó a ser pastor del pueblo elegido. Cristo, más aún, será el Ungido del Señor para ser el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y ella le conocen a Él. Es el Buen Pastor  que va en pos de la descarriada y da su vida por la salvación de la humanidad, a la que rescata del pecado. Es Rey de reyes y Señor de los que dominan.

–Jerusalén es la ciudad del rey David. La Iglesia, nueva Jerusalén, es la gran familia que salvó Cristo y reina sobre ella, por eso cantamos jubilosos con el Salmo 121: «¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor», vamos a la Iglesia, a la asamblea litúrgica.

Colosenses 1,12-20: El Padre nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido. La razón suprema de la realeza del Corazón de Cristo está en su filiación divina. Dice San Juan Crisóstomo:

«Los beneficios recibidos son múltiples: además del propio don con el que nos gratifica, nos da también la virtud necesaria para recibirlo... Dios no solo nos ha honrado  haciéndonos partícipes de la herencia, sino que nos ha hecho dignos de poseerla. Es doble, pues, el honor que recibimos de Dios: primero el puesto, y segundo el mérito de desempeñarlo bien» (Homilía sobre Colosenses 1,12).

Y más adelante dice él mismo:

«El Hijo de Dios no solamente ha creado todo, sino que Él conserva todo; de modo que si suspendiera un solo momento la acción de su voluntad soberana, todo volvería a la misma nada de la que Él ha sacado todo lo que existe... Por la palabra plenitud es necesario entender la divinidad de Jesucristo... La elección de esta expresión se ha hecho para indicar mejor que la esencia misma de la divinidad residía en Cristo» (ib. 17 y 19).

Y San Agustín:

«La Cabeza es nuestro mismo Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato y ahora, después que resucitó de entre los muertos, está sentado a la diestra del padre. Y su Cuerpo es la Iglesia... Pues toda la Iglesia, formada por la reunión de los fieles –porque todos los fieles son miembros de Cristo–, posee a Cristo por Cabeza, que gobierna su Cuerpo desde el cielo» (Comentario al Salmo 56,1).

Lucas 23,35-43: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Toda la realeza salvífica del Corazón redentor de Cristo Jesús gira en torno al Calvario. Es la realeza que nos redime con su inmolación amorosa y nos salva con su resurrección pascual. Comenta San Agustín:

«Miremos la Cruz de Cristo. Allí estaba Cristo y allí estaban los ladrones. La pena era igual, pero diferente la causa. Un ladrón creyó, otro blasfemó. El Señor, como en un tribunal, hizo de juez para ambos; al que blasfemó lo mandó al infierno; al otro lo llevó consigo al Paraíso. Cristo en la Cruz es considerado Rey: “acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Cristo reinó desde la Cruz. La participación en la realeza de Cristo es consustancial a la vida cristiana, con tal que lo reconozcamos en medio de las tribulaciones, en su Cruz, como el buen ladrón» (Sermón 335,2).

En los tres ciclos se puede meditar también el texto siguiente de Orígenes:

«Sin duda, cuando pedimos que el reino de Dios venga a nosotros, lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo con las palabras del Evangelio: “vendremos a él y haremos morada en él”.

«Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a Él todos sus enemigos, entregue a Dios Padre su reino, y así Dios lo será todo para todos. Por esto, rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino» (Tratado sobre la oración 25).

 

 

 

 

 

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