CAMINANDO CON JESUS

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

AÑO LITURGICO PATRISTICO  -  TIEMPO ORDINARIO  -   SEMANA 6 A 10

Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

El origen de los textos, es de la Fundacion GRATIS DATE www.gratisdate.org

 

 

 

SEMANA 6ª

 

DOMINGO

Entrada: «Sé la roca de mi refugio, Señor, un baluarte donde me salve, tú, que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame» (Sal 30,3-4).Colecta (Gelasiano): «Señor, tú que te complaces en habitar en los limpios y sinceros de corazón, concédenos vivir, por tu gracia, de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros».Ofertorio (del Misal anterior, con retoques tomados del Veronense): «Señor, que esta oración nos purifique y nos renueve, y sea causa de eterna recompensa para los que cumplen tu voluntad».Comunión: «Comieron y se hartaron; así el Señor satisfizo su avidez» (Sal 77,29-30). «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3,16).Postcomunión (del Misal anterior, con retoques tomados del Gelasiano): «Alimentados con el manjar del cielo, te pedimos, Señor, que busquemos siempre las fuentes de donde brota la vida verdadera».

CICLO A

La Encarnación del Verbo, con su palabra y su vida, compromete toda nuestra conducta moral. Tiene fuerza para cambiar radicalmente nuestra vida, renovándola por el Evangelio, por obra del Espíritu Santo.–Eclesiástico 15,16-21: Delante del hombre están la muerte y la vida. Y él, libremente, se orienta hacia lo que elige. La libertad del hombre fundamenta su responsabilidad teológica ante Dios y ante su propia conciencia. Es una libertad que puede y debe ser sanada por la gracia divina, con la que puede y debe colaborar. Solo así podrá ser una libertad perfecta.Esta antigua lectura es uno de los testimonios más claros de la libertad del hombre. Las consideraciones sapienciales que contiene meditan sobre el misterio del bien y del mal. ¿Cuál es la responsabilidad del hombre en el bien y en la culpa? El mal no proviene de Dios, sino del hombre, que, siendo dueño de su destino, usa mal de su libertad. Taciano enseña: «No fuimos creados para la muerte, sino que morimos por nuestra culpa. La libertad [el mal uso de la libertad] nos perdió. Esclavos quedamos los que éramos libres; por el pecado fuimos vencidos. Nada malo fue hecho por Dios; fuimos nosotros los que produjimos la maldad. Pero los mismos que la produjimos somos también capaces de rechazarla» (Discurso contra los griegos 11). – Con el Salmo 118 decimos: «Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor. Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor. Dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón».–1 Corintios 2,6-10: Dios predestinó para nuestra gloria una Sabiduría que no es de este siglo. Cristo es, personalmente, la Luz de la Sabiduría divina, e ilumina amorosamente toda nuestra existencia. Sin Cristo, la vida del hombre permanece en las tinieblas, y corre el riesgo gravísimo de degradarse en el tiempo y para la eternidad.Las discordias en la comunidad de Corinto nacen de una mentalidad y de una sabiduría meramente humana, que está contrapuesta a la Sabiduría de Dios, es decir, que se opone a su misterioso designio de salvación, fundamentado en la Cruz de Cristo. San Agustín comenta:En Cristo «fue crucificada su humanidad. Dios no cambió ni murió y, sin embargo, en cuanto hombre, sufrió la muerte. “Si lo hubieran reconocido, dice el Apóstol, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria” (1 Cor 2,8). Afirma que [Cristo] es “el Señor de la gloria”, y al mismo tiempo confiesa que fue crucificado... Él es el Señor, es el Hijo único del Padre, es nuestro Salvador, es el Señor de la gloria, y no obstante, fue crucificado, pero en la carne; y fue sepultado, pero en la carne» (Sermón 213,4).La falsa sabiduría es la que pertenece a este mundo, a «los príncipes de este siglo», es decir, a los que en él están vigentes y prestigiados, y consecuentemente, a las oscuras fuerzas del mal y de la mentira.–Mateo 5,17-37: Se dijo a los antiguos..., pero yo os digo. Cristo se nos manifiesta como expresión de la voluntad definitiva del Padre. No ha venido a abrogar esa Voluntad divina, manifestada en la Ley, sino para consumarla en la verdadera santidad y en el pleno amor de Dios. San Juan Crisóstomo dice:«Imposible quede nada sin cumplirse, pues hasta la más leve parte [de la Ley] ha de cumplirse. Esto es exactamente lo que Él hizo, cumpliéndola con toda perfección. Pero aquí nos quiere dar a entender el Señor que el mundo entero ha de transformarse. Aquí pretende levantar a su oyentes, haciéndoles ver que Él viene a introducir en el mundo una nueva manera de vida,  que la creación entera va a ser renovada, y que el género humano es llamado a otra patria y a una vida más elevada...«Habiendo, pues, amenazado a los que infringen la ley, y propuesto grandes premios a los que la cumplen; habiendo además demostrado que con razón nos exige más de lo que pedían las antiguas medidas, pasa ya a establecer su propia ley, en parangón con la antigua. Con esto quiere hacernos ver dos cosas: primero, que no establece sus preceptos en pugna con los pasados, sino muy en consecuencia con ellos; y segundo, que muy razonable y oportunamente añade los nuevos» (Homilías sobre San Mateo 16,3 y 5).

CICLO B

La realidad salvadora de Cristo se hace luz para nosotros por el don de la fe. Ella es la luz sobrenatural que nos infunde los mismos criterios y sentimientos propios del Corazón de Jesús, en su relación con el Padre y con los hombres. La santidad cristiana no depende, pues, del formalismo puritano de una fidelidad material a unos preceptos, sino de la fe y del amor a Dios que, a través de la fidelidad a esos preceptos, aseguran nuestra conducta de hijos y nos impulsan a buscar en cada momento su Voluntad amorosa, que está empeñada en perfeccionar la vida nuestra de cada día.–Levítico 13,1-2.44-46: El leproso vivirá solo, y tendrá su morada fuera del campamento. La ley mosaica, además de proclamar la santidad trascendente del Señor, velaba también por el bien común del pueblo a Él consagrado. Ésta es la razón de sus preceptos sobre la pureza cultual y comunitaria. La lepra aquí aparece como símbolo del pecado y de sus consecuencias.En efecto, cuando el hombre peca gravemente, se arruina para sí mismo y para Dios. Anda perdido, sin sentido y sin dirección, pues el pecado desorienta y extravía. El pecado es la mayor tragedia que puede sucederle a un cristiano. En unos pocos momentos de malicia ha negado a Dios y se ha negado también a sí mismo. Su vida honrada, su vocación, las promesas que un día hiciera él mismo o hicieron por él en el bautismo, las esperanzas que Dios había puesto en él, su pasado, su futuro, todo se ha venido abajo... Queda como un leproso, solo, fuera del campamento, sin participación en la vida de la Iglesia, de la que se ha excluído. Por eso dice San Juan Crisóstomo:«El pecado no sólo es nocivo para el alma, sino también para el cuerpo, porque a causa de él el fuerte se hace débil, el sano enfermo, el ligero pesado, el hermoso deforme y viejo» (Homilía sobre 1 Corintios 99).Pero toda esa ruina podrá ser restaurada, por la misericordia del Salvador, con el arrepentimiento y con el sacramento de la penitencia.– Con el Salmo 31 proclamamos: «Tú, Señor, eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación. Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta su delito. Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito. Propuse: “confesaré al Señor mi culpa”, y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado».El sacramento de la penitencia nos hace pasar de la muerte a la vida, de la enfermedad a la salud espiritual.–2 Corintios 10,31–11,1: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. En la ley nueva no basta la santidad legalista o cultual. La salvación evangélica es obra de la fe, que da siempre la primacía a la caridad interior y exterior (Gál 5,6). Es la santidad de un corazón nuevo. La ley fundamental de la convivencia entre cristianos es la caridad. En la medida en que nos amamos, encontramos los puntos de acuerdo y de fraternidad, sabiendo todos renunciar a cualquier cosa en favor de los hermanos. El criterio último de nuestra conducta es siempre imitar a Cristo, que en todo ha buscado la gloria del Padre y el bien de los hombres. La vida cristiana ha de ser en todas sus manifestaciones una fiel imitación de Cristo, abriéndose a la acción de su Espíritu. San Gregorio Magno afirma:«Tanto los predicadores del Señor como los fieles deben estar en la Iglesia de tal manera que compadezcan al prójimo con caridad; pero sin separarse de la vía del Señor por una falsa compasión» (Homilía 37 sobre los Evangelios).–Marcos 1,40-45: Le desapareció la lepra y quedó limpio. Jesús ha venido a perfeccionar la ley. Él no desprecia la fidelidad a los preceptos, pero supera el formalismo puritano con una caridad verdadera ante las necesidades de los hombres, sus hermanos. Cristo tiene compasión del leproso, no sólo por lo horrible de la enfermedad, sino también por el estado de muerte civil y religiosa que, según la ley, implicaba.Nosotros podemos ver en el leproso del Evangelio no solo una imagen del pecador, sino también un símbolo de todos los marginados de la sociedad. A todos hemos de tender nuestra mano en una ayuda fraternal y verdadera. Pero hemos de tener siempre conciencia de que no seremos solidarios con los demás, sino en la medida en que seamos fieles al Padre. Nada frena tanto el buen desarrollo de la ciudad terrena como la pretensión del hombre de bastarse a sí mismo en su búsqueda perso-nal y comunitaria de la felicidad. Siempre lleva a Dios el amor que procede de Él mismo. San Pedro Crisólogo elogia la fuerza transformadora de la verdadera caridad, aquella que participa de la fecundidad del amor divino: «La fuerza del amor no mide las posibilidades, ignora las fronteras, no reflexiona, no conoce razones. El amor no se resigna ante la imposibilidad, no se intimida ante ninguna dificultad» (Sermón 147).

CICLO C

El Corazón de Cristo Redentor proclamó un día las actitudes fundamentales de los corazones elegidos por el Padre para realizar en ellos sus designios de salvación. No se trata de cumplir simplemente los mandamientos del decálogo, como en el Antiguo Testamento. Se requiere en el Nuevo un modo de vivir y de obrar totalmente nuevo. Pero esto sólo es posible con la fuerza del Espíritu Santo, que nos comunica el espíritu evangélico de las bienaventuranzas.–Jeremías 17,5-8: Maldito quien confía en el hombre, y bendito aquel que confía en el Señor. Dos senderos se abren ante nuestra libertad: un camino de salvación divina, para cuantos confían en la Palabra y en el amor de Dios; y un camino de maldición, para cuantos ponen su confianza idolátrica en los bienes de la tierra. Comenta San Agustín:«¿Qué es “negarse a sí mismo”? No presuma el hombre de sí mismo; advierta que es hombre y escuche el dicho profético: “¡maldito todo el que pone su esperanza en el hombre!”. Así pues, sea el hombre guía de sí mismo, pero no hacia abajo; sea guía de sí mismo, pero para adherirse a Dios. Cuanto tiene de bueno atribúyalo a Aquél por quien ha sido hecho; y entienda que cuanto tiene de malo es de cosecha propia. No hizo Dios lo que de malo existe en él.«Por tanto, pierda el hombre lo que hizo, si fue algo que le llevó a la ruina. “Niéguese a sí mismo, dice el Señor, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). ¿A dónde hay que seguir al Señor? Sabemos adónde fue... Resucitó y subió al cielo; allí hay que seguirle. No hay motivo alguno para perder la esperanza; no porque el hombre pueda algo, sino por la promesa de Dios. El cielo estaba lejos de nosotros, antes de que nuestra Cabeza subiese a él. ¿Por qué perder ahora la esperanza, si somos miembros de la Cabeza? Allí hemos de seguirle» (Sermón 96,2-3).–Con el Salmo 1 proclamamos: «Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia. Da fruto en su sazón, y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal».–1 Corintios  15,12.16-20: Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido. Las bienaventuranzas de Cristo tienen su garantía plena en su Resurrección redentora. Por el contrario, las bienaventuranzas humanas quedan todas ahogadas en el sepulcro. La resurrección de Cristo es el tema fundamental de la predicación de San Pablo y de toda la Iglesia. En nuestro tiempo, en que todo se centra sobre el progreso técnico y el bienestar material del hombre, es preciso acentuar lo que está en el origen de nuestra fe: la Resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección futura.La revelación nos pone en guardia para que no centremos nuestra atención en el mundo presente, porque esto podría perdernos, al hacernos olvidar la meta a la que nos dirigimos, y al sofocar en nosotros la esperanza de la patria celestial, la Jerusalén celeste. Hagamos nuestra la actitud de los santos, como San Ignacio de Antioquía, que escribe camino de su martirio:«Mi amor está crucificado, y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos. Únicamente oigo en mí interior la voz de un agua viva, que me habla y me dice: “ven al Padre”» (Romanos 4, 1-2).Y San Cipriano:«¡Qué gran dignidad, salir glorioso en medio de la aflicción y de la angustia, cerrar los ojos, con los que vemos a los hombres y el mundo, para volverlos a abrir en seguida y contemplar a Dios!» (Tratado a Fortunato 13).–Lucas 6,17.20-26: Dichosos los pobres; y ay de vosotros, los ricos. Cristo es personalmente la clave necesaria para interpretar sus bienaventuranzas. Son ellas un autorretrato fidelísimo de su Corazón ante el Padre y ante los hombres. Las comenta San Ambrosio:«San Lucas no ha consignado más que cuatro bienaventuranzas del Señor; San Mateo, ocho; pero en las ocho se encuentran las cuatro, y en las cuatro las ocho... Ven, Señor Jesús, enséñanos el orden de tus bienaventuranzas. Pues, no sin un orden, has dicho Tú primero: bienaventurados los pobres de espíritu; en segundo lugar, bienaventurados los mansos y en tercer lugar, bienaventurados los que lloran.«Aunque conozco algo, no lo conozco más que en parte; pues, si San Pablo conoció en parte (1 Cor 13,9), ¿qué puedo yo conocer, que soy inferior a él, tanto en la vida cuanto en las palabras?... ¡Cuánto es más sabio San Pablo que yo! Él se gloría en los peligros, yo en los buenos acontecimientos; él se gloría, porque no se exalta en las revelaciones; yo, si tuviese revelaciones, me gloriaría en ellas. Mas, Dios, sin embargo, puede “suscitar hombres de la piedras” (Mt 3,9), sacar palabras de las bocas cerradas, hacer hablar a los mudos; y si abrió los ojos de la borriquilla para que viese al ángel (Num 22,27), Él tiene poder también para abrir nuestros ojos, a fin de que podamos ver el misterio de Dios...«Aunque la abundancia de riquezas implica no pocas solicitaciones al mal, también en ellas hay más de una invitación a la virtud. Sin duda alguna, la virtud no tiene necesidad de ayudas, y la contribución de los pobres es más digna de elogios que la liberalidad de los ricos; sin embargo, a los que Él condena por la autoridad de la sentencia celestial, no son aquéllos que tienen riquezas, sino aquéllos que no saben usarlas» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, lib. V,49,52 y 69).

LUNES

Años impares

–Génesis 4,1-15.25: Caín atacó a su hermano Abel y lo mató. El mal se difunde por el mundo pecador y el primer homicida es una muestra de esa progresión. Caín obra el mal, tiene «el pecado a su puerta», envidia a su hermano, se enfurece y acaba matándolo. La ruptura del hombre con Dios provoca necesariamente la ruptura mutua entre los hombres. Y a la inversa, la reconciliación con Dios trae como consecuencia necesaria la reconciliación mutua y fraternal entre los hombres. El pecado de Caín comenzó por la envidia. Oigamos a San Juan Crisóstomo:«La envidia es más lamentable que la guerra. El que hace la guerra, una vez suprimida la causa, depone su enemistad; el envidioso nunca puede ser amigo; aquél se empeña en una guerra abierta; éste, en una oculta; aquél puede aducir muchas y probables causas para emprender la guerra; éste, solo su ira y su satánica voluntad.«¿A quién comparar un alma así? ¿A qué víbora? ¿A qué áspid? ¿A qué gusano? ¿A qué pez? Nada es  más dañino, nada peor que un alma así. Lo diré: es esto lo que perturba las Iglesias, lo que da a luz las herejías; lo que arma la mano fraterna, y hace que quede manchada con la sangre del justo; la que abre las puertas de la muerte, llevando hasta la ejecución su propósito maldito; no deja que aquel desgraciado se acuerde de su nacimiento, ni de sus padres, ni de nadie, movido con ese delirio de ira y de locura. Ni siquiera cede ante la exhortación de Dios: el pecado “acecha a la puerta” y tiende su lazo hacia ti, aunque podrás dominarlo (Gén 4,7)» (Comentario a la Carta a los Romanos 6).–Dios acepta el verdadero sacrificio de alabanza, el de Abel, pero rechaza el sacrificio de Caín porque es falso, porque su espíritu está enfermo de envidia fratricida. Oremos con el Salmo 49: «Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. El Dios de los dioses, el Señor habla, convoca la tierra de Oriente a Occidente: “No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante Mí ¿Por qué recitas mis preceptos, tú que detestas mis enseñanzas, y te echas a la espalda mis mandatos? Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre; esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara”».

Años pares

–Santiago 1,1-11: Al ponerse a prueba vuestra fe, os dará aguante, y así seréis perfectos. Comenta San Agustín:«Si es verdad que no hemos de temer que nos sobrevengan tentaciones, según dice el Apóstol Santiago (1,2), que eso sea porque nuestra esperanza está fundada en lo que dice el apóstol Pablo: “fiel es Dios, que no permite que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas” (1 Cor 10,13).«Mantengámonos, pues, vigilantes, hermanos, y oremos para no que no vayamos a parar en una tentación que no seamos capaces de soportar; y para que con cualquiera de ellas en que nos veamos se nos dé salida para resistir o resistencia para poder salir, no sea que nos hallemos dentro sin salida, como los pies en un cepo, o como una fiera en la red, o como un pájaro en el lazo» (Sermón 223,1).–La exhortación del apóstol Santiago a soportar las pruebas con aguante nos hace meditar en la función que tiene el sufrimiento en nuestra vida. En la escuela providencial del dolor aprendemos a afirmarnos en la voluntad de Dios y a guardar sus mandamientos. Estas penalidades presentes se nos muestran entonces leves y breves, comparadas con la felicidad eterna que el Señor promete a sus fieles. – Con el Salmo 118 decimos: «Cuando me alcance tu compasión viviré, Señor. Antes de sufrir, yo andaba extraviado; pero ahora me ajusto a tus promesas. Tú eres bueno y haces el bien; instrúyeme en tus leyes. Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos. Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata. Reconozco, Señor, que tus mandamientos son justos, que con razón me hiciste sufrir. Que tu bondad me consuele, según la promesa hecha a tu siervo».–Marcos 8,11-13: ¿Por qué esta generación reclama un signo? Los fariseos exigen a Cristo un signo, cuando ya los estaba haciendo, y grandes. Es una excusa para no aceptar su palabra; un signo evidente de su falta de fe. San Jerónimo dice que«los milagros fueron precisos al principio, para confirmar con ellos la fe. Pero una vez que la fe de la Iglesia está confirmada, los milagros no son necesarios» (Comentario al Evangelio de San Marcos 8,12).Y San Agustín:«Aunque el Señor realizó muchos milagros, no todos se escribieron, como atestigua el mismo evangelista Juan. Cristo dijo e hizo innumerables cosas que no se escribieron (Jn 20,30). Se eligieron para ser escritos aquellos que parecían bastar para la salvación de los creyentes» (Tratado 49 sobre el Evangelio de San Juan).Jesús sabe que sus enemigos no están dispuestos a creer, aunque vieran muchos signos admirables. Los milagros tienen un valor apologético indudable, pero pueden ser ignorados o mal interpretados. Sin buena voluntad, no se llega a la fe –«hombres de poca fe»–, no puede recibirse el don de la fe. Pero cuando ésta existe –«¿Crees?... Ten fe»–, Cristo obra sus prodigios. San Juan Crisóstomo dice: «no se contenta el Señor con una fe solamente interna, sino que exige una confesión exterior de ella, urgiendo así a una mayor confianza y a un mayor amor» (Homilía 35 sobre San Mateo).

MARTES

Años impares

–Génesis 6,5-8; 7,1-5.10: Borraré de la superficie de la tierra al hombre que he creado. Hay en Dios justicia y misericordia. El pecado exige una adecuada reparación. Su plena malicia nos es desconocida, porque no abarcamos con nuestra mente la dignidad infinita de Dios al que ofendemos. Por los castigos de Dios al pecador podemos conocer algo de la perversidad del pecado. Y en el último día lo entenderemos mejor, cuando se manifieste el Señor como juez de vivos y difuntos.Hay, sin embargo, un resto, que permanece en Cristo Salvador, que guarda sus mandatos y le sigue fielmente, y que con Él será el origen de la renovación de toda la creación. Casiano escribe: «En las cosas humanas lo único que merece ser tenido por bueno, en el pleno sentido de la palabra, es la virtud... Y a la inversa, nada hay que se haya de considerar malo en cuanto tal, es decir, intrínsecamente, más que el pecado. Es lo único que nos separa de Dios, que es el Bien supremo, y que nos une al demonio, que es el mal por antonomasia» (Colaciones 60).–El dominio del Creador sobre todas las criaturas hace de ellas instrumentos o ministros para el cumplimiento de su voluntad. Las aguas del diluvio, por ejemplo, fueron perdición de los pecadores y salvación de los justos, de aquel pequeño resto formado por la familia de Noé.Por eso cantamos con el Salmo 28: «El Señor bendice a su pueblo con la paz. Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor; postraos ante el Señor en el atrio sagrado. La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. El Señor de la gloria ha tronado; en su templo un grito: “¡Gloria!” El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como Rey eterno».

Años pares

–Santiago 1,12-18: Dios no tienta a nadie. No nos inclina al mal, que es lo propio de la tentación. Dios permite la tentación, y concede la vida eterna a los que, con la ayuda de su gracia, la superan. Teodoro de Mopsuestia dice:«Ante todo, pedimos a Dios que la tentación no nos alcance; pero si entramos en ella, pedimos fuerza para soportarla heróicamente, y que termine cuanto antes. No es un secreto que en este mundo muchas y variadas tribulaciones turban nuestros corazones. La misma enfermedad corporal, en efecto, si se prolonga y agrava, turba profundamente a los enfermos. También las pasiones corporales nos reducen a veces, sin quererlo, y nos desvían de nuestro deber...El Señor «por eso dijo: “no nos induzcas en la tentación”; y añadió: “mas líbranos del maligno”. Pues en todo esto nos procura un daño grande la malicia de Satanás, quien pone en obra varias y numerosas astucias para conseguir lo que –según él espera– le permitirá desviarnos del discernimiento y de la elección de lo debido» (Homilía 11,17).–Dios nos educa de muchos modos, también a veces poniéndonos a prueba. Por eso con el Salmo 93 cantamos la dicha del hombre que es educado por Dios. Aunque a veces su providencia nos parezca dura, sabemos que en su misericordia hallamos siempre nuestro apoyo firmísimo: «Dichoso el hombre a quien Tú educas, Señor, al que enseñas tu ley, dándole descanso tras los años duros. Porque el Señor no rechaza a su pueblo, ni abandona su heredad; el justo obtendrá su derecho, un porvenir, los rectos de corazón. Cuando me parece que voy a tropezar, tu misericordia, Señor, me sostiene; cuando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia».–Marcos 8,14-21: Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes. Los discípulos no han llevado consigo en la barca más que un pan, y se inquietan. Jesús conoce sus pensamientos, y los invita a reflexionar sobre la pasada multiplicación de los panes y de los peces, y les llama a tener confianza, al mismo tiempo que les recomienda la vigilancia para no contaminarse con el mal. La «levadura» aquí parece significar el principio radical de actuación. La levadura de los fariseos es el rechazo del mensaje salvífico de Cristo, y en Herodes, la corrupción moral. Unos y otros se cierran al mensaje evangélico. San Juan Crisóstomo afirma:«Si eres obediente a la voz de Dios, ya sabes que te está llamando desde el cielo; y si eres desobediente y de voluntad torcida, no te bastaría aunque le oyeses físicamente. ¿Cuántas veces no oyeron Su voz los judíos? A los ninivitas les bastó la predicación de un profeta. Aquellos en cambio permanecieron más duros que piedras en medio de profetas y de milagros continuos. En la misma Cruz se convirtió un ladrón con solo ver a Cristo (Lc 23,42) y, al lado de ella, le insultaban aquellos que le habían visto resucitar muertos» (Homilía en honor de San Pablo).Y Casiano:«De nosotros depende corresponder o no al impulso de la gracia. Según esto merecemos el premio o el castigo en la medida en que hayamos cooperado al plan divino, que su paternal providencia ha concebido sobre nosotros» (Colaciones 3).

MIÉRCOLES

Años impares

–Génesis 8,6-13.20-22: Miró Noé y vio que la superficie estaba ya seca. Así contempla San Ambrosio el significado de ese suceso simbólico: «El ramo de olivo traído por la paloma es el signo del final del castigo y el símbolo de la reconciliación entre Dios y la humanidad. Dios garantiza su protección a la nueva humanidad no obstante el pecado. El juicio de Dios tiene en la Biblia un doble aspecto: juicio de condenación para los impíos y de salvación para los justos. Toda carne había sido corrompida a causa de los vicios. “Mi espíritu, dijo Dios, no permanecerá en los hombres por siempre, porque ellos son carne” (Gén 6, 3). Dios manifiesta de este modo que por la impureza de la carne y por la mancha de un pecado tan grave se pierde la gracia espiritual. Por eso, queriendo Dios restaurar lo que había dado, hizo el diluvio y mandó al justo Noé subir al arca. Cuando cesó el diluvio, Noé soltó primero un cuervo, que no volvió. Después soltó una paloma que, según leemos, volvió con un ramo de olivo (Gén 8, 6-11). ¿Ves tú el agua, ves la madera, miras la paloma y dudas del misterio?«El agua es en la que se sumerge la carne, para que se limpie todo pecado de la carne. En ella se sepulta toda la maldad. El madero es aquel en el que fue crucificado el Señor Jesús, cuando sufrió por nosotros. La paloma es aquella bajo cuya figura descendió el Espíritu Santo, como has aprendido en el Nuevo Testamento (Mt 3, 16), aquel que te inspira la paz del alma y la tranquilidad de tu espíritu. El cuervo es la imagen del pecado, que sale y no vuelve, con tal de que perseveres en la observancia y en el ejemplo del justo» (De los Misterios 10-11).–El salmista acude al Señor y es salvado. Y compone el Salmo 115, que ahora rezamos nosotros: «¿Cómo pagaré al Señor por el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo; en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén».

Años pares

–Santiago 1,19-27: Llevad a la práctica la Palabra, y no os limitéis a escucharla. Escucha la Palabra de Dios con buenas disposiciones aquel que la pone en práctica. Este hombre, dice Cristo, tiene su casa cimentada sobre roca firme (Mt 7,24-27). Oye la Palabra, clama a Cristo, pidiendo su gracia para cumplirla, y pone en ello todo su empeño. Dice San Agustín:«¿Qué significa el clamar a Cristo, hermanos míos, sino responder con buenas obras a la gracia de Cristo? Digo esto para que no seamos tal vez gritones para invocar y mudos para obrar... ¿Quién es el que clama a Cristo? Clama a Cristo el que desprecia al mundo, clama a Cristo el que desprecia los placeres del siglo, clama a Cristo el que dice: “el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gál 6,14); clama a Cristo quien distribuye y da a los pobres, para que permanezca su justicia por los siglos de los siglos» (Sermón 82,13).–La Palabra de Dios tiene que dar fruto en nosotros, con el auxilio de su gracia. No es cuestión solo de escucharla. Así nos lo enseña el Salmo 14: «¿Quién puede habitar en tu monte santo, Señor? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, el que no hace mal al prójimo ni difama a su vecino... el que honra al que teme al Señor, el que no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará».Jesús, al entregar su vida por amor a todos los hombres, da testimonio decisivo de la ley del Amor incondicional que viene a revelarnos. Esta caridad de Cristo ha de inspirar toda la vida moral de los cristianos que, por medio de la Eucaristía, se disponen más y más a escuchar la Palabra divina con toda fidelidad y a cumplirla en toda su vida.–Marcos 8,22-26: El ciego quedó curado, y veía con toda claridad. Una vez más, hay que considerar el milagro de la curación del ciego de Betsaida como un signo de la gran misericordia de Cristo en favor de los miserables. San Jerónimo comenta la escena:«El ciego es sacado de la casa de los judíos, de la aldea de los judíos, de la ley de los judíos, de las tradiciones de los judíos. El que no había podido ser sanado en la ley, es sanado en la gracia del Evangelio, y se le dice: “vuelve a tu casa, no a aquella de donde saliste, sino a la casa de donde fue también Abrahán, ya que Abrahán es el padre de los creyentes. Abrahán vio mi día y se alegró (Jn 8,56). Vuelve a tu casa, esto es, a la Iglesia”.«“Has de ver, dice San Pablo, cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo” (1 Tim 3,15). La casa de Dios, en efecto, es la Iglesia. Por ello se le dice al ciego: “ve a tu casa”, es decir, a la casa de la fe, es decir, a la Iglesia, y no vuelvas a la aldea de los judíos» (Comentario a San Marcos 8,24).

JUEVES

Años impares

–Génesis 9,1-13: Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Dios bendice a Noé y a su descendencia, como si en él hubiera creado por segunda vez al hombre, y con él establece una alianza de alcance universal y cósmico. El arco iris queda establecido por Dios como un signo más de su misericordia hacia los hombres, y como una llamada para que éstos aprendan de Él a obrar siempre la paz en la misericordia. San León Magno exhorta: «Reconoce, oh cristiano, la dignidad de tu sabiduría, y entiende cuál ha de ser tu conducta y a qué premios eres llamado. La misericordia quiere que seas misericordioso; la justicia, que seas justo, a fin de que en la misma criatura se manifieste el Creador, y en el espejo del corazón humano resplandezca expresada por la imitación la imagen de Dios» (Sermón 95,7).–Dios jamás se desentiende de los hombres. Él se ha fijado y continúa fijándose en la tierra. Éste es el sentido del pacto que hace con Noé, cuya conducta debe ser en adelante un reflejo continuo de la misericordia del Omnipotente.– Con el Salmo 101 proclamamos: «Los gentiles temerán su nombre, los reyes del mundo, su gloria... Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor: que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar el gemido de los cautivos, y librar a los condenados a muerte».

Años pares

–Santiago 2,1-9: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres? Vosotros, en cambio, habéis afrentado a los pobres. Dios ha querido elegir lo pobre y lo pequeño. Y esa elección establece un camino para todos: pobres y ricos. Ninguno ha de estar apegado a los bienes de la tierra; todos hemos de ser siempre pobres de espíritu. San Gregorio Magno dice:«Son engañosas las riquezas, porque no pueden permanecer siempre con nosotros, y porque no pueden satisfacer las necesidades del corazón. Las riquezas verdaderas son las que nos hacen ricos en las virtudes» (Homilía 15 sobre los Evangelio).Y San Basilio: «La virtud es la única de las riquezas que es inamovible, y que persiste en vida y en muerte» (Discurso a los jóvenes)La Iglesia siempre ha tenido un cuidado especial de los pobres; siempre, ya desde su comienzo, cuando instituyó a los diáconos. Innumerables son los testimonios de esto que encontramos en la historia. Oigamos a San Agustín:«No ocultaré a vuestra caridad por qué me vi obligado a pronunciar este sermón. Desde que estamos aquí, al ir para la iglesia y al volver de ella, los pobres vienen a mí para rogarme os diga que les deis algo. Ellos nos ruegan que os hablemos; y cuando después nada se les da, piensan que con vosotros estamos perdiendo el tiempo. También esperan algo de mí, y yo les doy cuanto tengo y puedo; con todo, ¿acaso puedo aliviar las necesidades de todos? No pudiendo, en consecuencia, subvenir a las necesidades de todos, me hago legado de ellos ante vosotros. ¿Qué menos?» (Sermón 61,13).Leamos este magnífico texto de San Pedro Crisólogo: «¿No es extraordinario y sublime escuchar que precisamente Aquel que viste el cielo está desnudo en el pobre? ¡La riqueza del universo tiene hambre en el hambriento, la fuente de las fuentes tiene sed en sediento! ¿ Cómo no nos hace dichosos el entender que sea tan pobre Aquel para quien resulta tan angosto el cielo; que sea pobre en el pobre quien enriquece el mundo; que suplique un pedazo de pan, un vaso de agua, Aquel que es dispensador de todos los bienes; que, por amor al pobre, Dios se humille hasta el punto de no socorrer al pobre, sino de ser pobre Él mismo?: “tuve hambre y me disteis de comer”, dice (Mt 25, 35). No dice: “tuvo hambre el pobre y le disteis de comer”, sino “yo tuve hambre y me disteis de comer”. Declara como dado a Él lo que recibe el pobre; dice que es Él quien come lo que ha comido el pobre, y afirma que lo que bebe el pobre se le ha dado a Él.«¡De lo que es capaz el amor al pobre! Dios se gloría en el cielo de aquello que hace sonrojarse al pobre en la tierra, considerándose honrado con lo que es considerado como algo vergonzoso. Bastaría haber dicho: “me disteis de comer y me disteis de beber”; pero dice más bien: “tuve hambre, tuve sed”. Hubiera sido menor el amor al pobre si, después de haberlo acogido, no hubiese acogido también los sufrimientos del pobre. Cierto: el verdadero amor no se demuestra sino sufriendo. Amor verdadero es haber hecho propias las angustias del que está angustiado.«Es extraordinario que agrade a Dios la comida del pobre. El que no tiene hambre de toda la creación se declara saciado con la comida del pobre en el reino de los cielos, delante de todos los ángeles, en la asamblea de los bienaventurados... Lo primero en el cielo es el cuidado al pobre, la limosna dada al pobre. Es lo primero que se trae a examen. Es la recompensa del pobre lo que, ante todo, está escrita en el Libro divino. ¡Dichoso aquel cuyo nombre es leído por Dios tantas veces cuantas en el cielo se respeta el derecho del pobre!» (Sermón 14).–Afrentar al pobre es enfrentarse con Dios, despreciarlo, pues en toda la historia de la salvación ha mostrado su predilección por los pobres. Los pobres de Yavé son los que heredarán el Reino de los cielos. Y la comunidad mesiánica es una comunidad de pobres salvados por pura gracia de Dios.– Bien expresa todo esto el Salmo 33: «Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor; que los humildes lo escuchen y se alegren. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias».No podemos afrentar a nadie. Con todos hemos de tener caridad y benevolencia, pero sobre todo con los más necesitados. Y muchas veces éstos son los ricos, pues, si están apegados a sus bienes, son unos verdaderos desgraciados.–Marcos 8,27-33: Tú eres el Mesías. El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho. Después de que Pedro hace la profesión de fe, Jesús habla por primera vez de su pasión. Pedro, entonces, muestra sus sentimientos de reprobación, y el Señor le reprende con gran severidad.El reconocimiento de la mesianidad de Cristo implica aceptarle en toda su integridad, también en la pasión que va a sufrir por voluntad del Padre. Esta voluntad nos parece incomprensible, porque incomprensible nos resulta el Amor de Dios. San Juan Crisóstomo pone estas palabras en labios de Jesús:«Yo te serviré, porque vine a servir y no a ser servido. Yo soy amigo, y miembro, y cabeza, y hermano, y hermana y madre. Todo lo soy, y solo quiero contigo una amistad íntima. Yo, pobre por ti, mendigo por ti, crucificado por ti, sepultado por ti. En el cielo, por ti ante Dios Padre; y en la tierra, soy legado suyo ante ti. Todo lo eres para Mí, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres?» (Homilía 76 sobre San Mateo).Y San Agustín: «Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios» (Sobre la doctrina cristiana 1).

VIERNES

Años impares

–Génesis 11,1-9: Voy a bajar y a confundir su lengua. El pecado de orgullo trae consigo en la Torre de Babel la confusión de lenguas y la división de la humanidad. Solamente el Espíritu Santo de Pentecostés, con su fuerza divina, podrá restablecer la unidad. Una vez más vemos que la ruptura del hombre con Dios trae consigo la ruptura con los demás hombres. San Agustín comenta:«Después del diluvio, la impía soberbia de los hombres construyó una torre muy alta contra Dios. A consecuencia de lo cual, el género humano mereció la división por la diversificación de las lenguas, de forma que cada pueblo hablaba la suya, sin que la entendiesen los demás.«De idéntica manera, la humilde piedad de los fieles aporta a la unidad de la Iglesia la diversidad de lenguas, de modo que la caridad reúne lo que la discordia había dispersado, y los miembros dispersos del género humano, como si fuera un solo cuerpo, son restituidos y unidos a Cristo, única Cabeza, y se fusionan en la unidad del Cuerpo santo gracias al fuego del Amor. De este don del Espíritu Santo están totalmente alejados los que odian la gracia de la paz, aquellos que no perseveran en la comunión de la unidad» (Sermón 27, Pentecostés).–El plan de salvación querido por Dios culmina en Cristo. Dios tiene que deshacer muchas veces los planes de los hombres, que intentan salvarse por sí mismos, y que solo son capaces de construir la torre de Babel. Así lo confesamos en el Salmo 32: «El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como heredad».

Años pares

–Santiago 2,14-24.26: Así como un cuerpo que no respira es un cadáver, también la fe sin obras. Comenta San Agustín:«Lo que voy a decir se encuentra en la Carta del apóstol Santiago: “tú crees que hay un solo Dios y haces bien. También los demonios creen y tiemblan”. Quien esto escribió había dicho en la misma Carta: “si uno tiene fe, pero no tiene obras, ¿puede acaso salvarle la fe?”...«Si nos distinguimos en la fe, distingámonos de igual manera en las costumbres y en las obras, inflamándonos de caridad, de la que están privados los demonios. Ése es el fuego que hacía arder el corazón de aquellos dos en el camino [de Emaús]... Arded en el fuego de la caridad, para que os distingáis de los demonios. Este ardor os empuja, os lleva hacia arriba, os levanta al cielo... Sea cualquiera que sea la dirección que tome la antorcha, la llama no conoce más que una: tiende hacia el cielo. Que el fuego de la caridad inflame vuestro espíritu y lo llene de ardor. Hervid en alabanzas a Dios y en santas costumbres» (Sermón 234,3).–La fe viva es «la fe operante por la caridad» (Gál 5,6). Contra todo idealismo puramente teórico se ha alzado la voz del apóstol Santiago. Y con el Salmo 111 cantamos la dicha de la buena conducta, fundamentada en la unión con el Señor y en el amor a sus mandatos: «Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y abundancia, su caridad es constante, sin falta. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo».Así escribe San Juan Clímaco:«No se entiende el amor a Dios si no lleva consigo el amor al prójimo. Es como si yo soñase que estaba caminando. Sería sólo un sueño: no caminaría. Quien no ama al prójimo no ama a Dios» (Escala del paraíso 33).Y San Gregorio Magno:«Así como todas las ramas de un árbol reciben su vida de la raíz, así también las virtudes, siendo muchas, proceden todas de la caridad. Y no tiene verdor alguno la rama de las buenas obras, si no están enraizadas en la caridad» (Homilía 27 sobre los Evangelios).–Marcos 8,34-39: El que pierde su vida por Mí y por el Evangelio, la salvará. El discípulo no es de mejor condición que su Maestro. Le sigue de cerca, ha de imitarlo, y para eso es necesario tomar cada día la propia cruz. Los apóstoles vieron en la Transfiguración un adelanto de la gloria futura. Aprendieron que por la Cruz se llega a la resurrección y a la vida. Comenta San Agustín:«Tal fue la determinación y el empeño común de todos los mártires: despreciar lo pasajero para adquirir lo que permanece; morir para vivir, para no morir por vivir; vivir siempre a cambio de una sola muerte... Esto lo aprendieron de quien es, al mismo tiempo, su Maestro, Redentor y Señor, puesto que a todos dijo: “quien ama su alma la perderá, pero quien la pierde por Mí la hallará en la vida eterna” (Mc 8,35).«Así, pues, cuando se ama el alma, ella perece, y se la gana cuando se la pierde. Piérdala, pues, si la amas, para no perderla cuando la amas. Lo dicho puede entenderse de dos maneras: “quien ama a su alma en este mundo la perderá en el mundo futuro”. O también: “quien ama su alma para el mundo futuro la perderá en éste”. Según la primera forma de entenderlo, quien ama su alma, temiendo morir por Cristo, la perderá y no vivirá con Cristo; y quien la ama para vivir en Cristo, la perderá, muriendo por Cristo... Y advierte que quien dijo “por Mí” es el Dios verdadero y la vida eterna» (Sermón 313,C,1).

SÁBADO

Años impares

–Hebreos 11,1-7: Por la fe sabemos que la palabra de Dios configuró el universo. Las primeras páginas del Génesis son interpretadas por el autor de la Carta a los Hebreos desde el punto de vista de la fe. Solo la fe proporciona en este mundo el verdadero conocimiento de Dios. La fe no es meramente un argumento racional que afirma la vida futura, sino una garantía absoluta, un posesión anticipada y segura de la misma.Ésa es la fe que guió la vida de los Patriarcas del Antiguo Testamento y por ella fueron agradables a Dios. El creyente está convencido de que Dios está presente en la historia, y que sus planes se van manifestando en los acontecimientos de la misma. Las Escrituras nos muestran que el antagonismo actual entre fe e incredulidad es tan viejo como el hombre, y solo tendrá fin al término de la historia humana. Entre tanto, al paso de los siglos, la Iglesia se fundamenta sobre la roca de la fe. San Ireneo dice:«Por diversos que sean los lugares, los miembros de la Iglesia profesan una misma y única fe: la que fue transmitida por los Apóstoles a sus discípulos» (Tratado sobre las herejías 1,10).– Las hazañas de Dios hay que contemplarlas a la luz de la fe, pues de otro modo pasan inadvertidas. El Autor de la Carta a los Hebreos contempla esas maravillas de Dios en el Antiguo Testamento, que alcanzan su plenitud en el Nuevo. De esa gozosa contemplación nace el Salmo 144: «Día tras día te bendeciré, y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. Una generación pondera tus obras a la otra, y le cuenta tus hazañas; alaban ellos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas. Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas».

Años pares

–Santiago 3,1-10: Ningún hombre es capaz de domar la lengua. Ésta es capaz de provocar grandes estragos. Debe servir para alabar a Dios, y no para maldecirlo ni blasfemarlo; debe servir para hacer el bien a los hombres, y no para injuriarlos. La importancia de la lengua radica en el poder grande que la palabra tiene, y en el sentido que se le da en la Biblia: expresa lo más íntimo y profundo de la persona. Dice San Ambrosio:«Recibe de Cristo para que puedas hablar a los demás. Acoge en ti el agua de Cristo... Llena, pues, de esta agua tu interior, y tu razón quede humedecida y regada por su propia fuente» (Carta 2,1-2).–La verdad es de Dios, la mentira es del Diablo, padre de la mentira. El Salmo 11 describe el poder maléfico de la lengua cuando dice la mentira. En contraste con esa posible mendacidad humana, la Palabra divina es siempre sincera y auténtica. Ella nos protege contra toda lengua mala y perversa: «Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos, que desaparece la lealtad entre los hombres; no hacen más que mentir a su prójimo, hablan con labios embusteros y con doblez de corazón. Extirpe el Señor los labios embusteros y la lengua fanfarrona de los que dicen: “la lengua es nuestra fuerza, nuestros labios nos defienden, ¿quién será nuestro amo?” Las palabras del Señor son palabras auténticas, como plata limpia de ganga, refinada siete veces. Tú nos guardarás, Señor, nos librarás para siempre de esa gente».–Marcos 9,1-12: Se transfiguró ante ellos. La Transfiguración es el anticipo del retorno glorioso de Cristo. De ella fueron testigos de excepción Pedro, Santiago y Juan. La teofanía del Salvador en la soledad de la montaña no aparece con poder y fuerza, como en las teofanías del Antiguo Testamento, sino en una atmósfera de luz y de amor. San Jerónimo dice: «Observad que Jesús no se transfigura mientras está abajo: sube, y entonces se transfigura. Y los lleva a ellos solos aparte, a un monte alto, y se transfigura delante de ellos, y sus vestidos se vuelven resplandecientes y blanquísimos (Mc 9,2-3). Incluso hoy en día Jesús está abajo para algunos, y arriba para otros. Los que están abajo tienen también abajo a Jesús, y son las turbas que no pueden subir al monte –al monte suben tan solo los discípulos, las turbas se quedan abajo–. Si alguien, por tanto, está abajo y es de la turba, no puede ver a Jesús en vestidos blancos, sino en vestidos sucios»...Y los tres apóstoles, «si no hubiesen visto a Jesús transfigurado, si no hubiesen visto sus vestidos blancos, no hubieran podido ver a Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Mientras pensemos como los judíos y sigamos con la letra que mata, Moisés y Elías no hablan con Jesús y desconocen el Evangelio. Ahora bien, si ellos [los judíos] hubieran seguido a Jesús, hubieran merecido ver al Señor transfigurado y ver sus vestidos blancos, y entender espiritualmente todas las Escrituras, y entonces hubieran venido inmediatamente Moisés y Elías, esto es, la ley y los profetas, y hubieran conversado con el Evangelio...«“Éste es mi hijo amadísimo, escuchadle”. Lo que viene a decir el Evangelio es esto: “oh Pedro, que dices: os haré tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, ¡no quiero que hagas tres tiendas! He aquí que yo os he dado la tienda, que os protege. No hagas tiendas igualmente para el Señor y para los siervos. Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle. Éste es mi Hijo. No Moisés. No Elías. Ellos son siervos. Éste es Hijo, es decir de mi naturaleza, de mi sustancia, Hijo, que permanece en Mí y es totalmente lo que yo soy. Éste es mi hijo amadísimo. También aquéllos son amados, pero Éste es amadísimo: a Éste, por tanto, escuchadle. Aquéllos lo anuncian, pero vosotros tenéis que escuchar a Éste: Él es el Señor, aquéllos son siervos, como vosotros. Moisés y Elías hablan de Cristo, son siervos como vosotros. Él es el Señor, escuchadle. No honréis a los siervos del mismo modo que al Señor: escuchad sólo al Hijo de Dios”» (Comentario al Evangelio de San Marcos 9,7-8).

SEMANA 7ª

DOMINGO

Entrada: «Señor, yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho» (Sal 12,6).Colecta (del Misal anterior, retocada con el Gelasiano): «Dios todopoderoso y eterno, concede a tu pueblo que la meditación de tu doctrina le enseñe a cumplir siempre de palabra y de obra lo que a ti te complace».Ofertorio (Veronense): «Al celebrar tus misterios con culto reverente, te rogamos, Señor, que los dones ofrecidos para glorificarte nos obtengan de ti la salvación».Comunión: «Proclamo tus maravillas, me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo» (Sal 9,2-3). «Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» (Jn 11,27).Postcomunión (del Misal anterior, y antes del Gregoriano): «Concédenos, Dios todopoderoso, alcanzar un día la salvación eterna, cuyas primicias nos ha entregado en estos sacramentos».

CICLO A

La fe y la caridad cristiana se ejercitan necesariamente en nuestra convivencia diaria con los hombres. El amor, incluso a los enemigos, el perdón sincero de toda injuria y el esfuerzo constante de pasar por el mundo haciendo a todos el mayor bien posible, constituyen el gran signo que autentifica nuestra fe y que es al mismo tiempo la garantía cierta de nuestro amor real a Dios.–Levítico 19,1-2.17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor a Dios nos exige una actitud de fidelidad amorosa a su voluntad. Pero es también urgencia de amor fraterno entre quienes conviven con un mismo Dios y Padre. La lectura presente del Levítico está tomada del llamado Código de Santidad. La exigencia de justicia, que en él se manifiesta con respecto al prójimo, alcanzará su perfección en los profetas, y sobre todo en Cristo, en el Nuevo Testamento. Escribe Orígenes:«Esto es lo que sucede cuando el hombre se hace “perfecto, como es perfecto el Padre celestial” (Mt 5,48), cuando obedece al mandamiento que dice: “sed santos, porque yo, el Señor Dios vuestro, soy santo” (Lev 19,2), y cuando presta atención al que dice: “sed imitadores de Dios” (Ef 5,1). Sucede entonces que el alma virtuosa del hombre recibe los rasgos de Dios; y también el cuerpo del que tiene tal alma se convierte en templo del que, recibiendo los rasgos de Dios, ha llegado a ser imagen de Dios, y ha alcanzado a tener en su alma, por razón de esta imagen, al mismo Dios...» (Contra Celso 6,63).Una persona así está dispuesta a amar a Dios con todo su ser, con todas sus fuerzas, con toda su alma, y al prójimo, sinceramente, como a sí mismo.– Con el bellísimo Salmo 102 decimos: «El Señor es compasivo y misericordioso. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades». Todos esos beneficios proceden de que Él es bueno, y porque es bueno, nos ama.–1 Corintios 3,16-23: Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios. En el Corazón de Cristo Jesús, que es Dios y Hombre, la misma santidad divina se ha hecho modelo y fuente para nosotros. Y su caridad se ha constituido entre nosotros vínculo de unidad y de perfección. San Agustín comenta:«Tu mismo cuerpo es el templo del Espíritu Santo en ti. Mira, pues, qué has de hacer en el templo de Dios. Si eligieses cometer un adulterio en la iglesia, dentro de estas paredes ¿quien habría más criminal que tú? Ahora bien, tú mismo eres templo de Dios. Cuando entras, cuando sales, cuando estás en tu casa, cuando te levantas, tú eres templo. Mira lo que haces; procura no ofender al que mora en él, no sea que te abandone y te conviertas en ruinas... Si desprecias tu cuerpo, considera tu precio: “habéis sido comprados a gran precio” (1 Cor 6,20)» (Sermón 82, 13).Somos de Cristo, somos de Dios, y hemos de actuar en consecuencia. Todos somos corresponsables en la edificación de la Iglesia. No podemos estar divididos entre nosotros.–Mateo 5,38-48: Amad a vuestros enemigos. Jesucristo, que nos ha garantizado con su vida y su sacrificio la bondad del Padre para con nosotros, nos comunica a nosotros por su Espíritu Santo la bondad humilde y generosa para todos los hombres, incluso para quienes nos quieren mal. Así dice San Juan Crisóstomo:«¡He aquí cómo pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos enseña no sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra mejilla; no sólo a soltar el manto, sino a ceder la túnica; no sólo a andar la milla a que nos esfuerzan, sino otra más por nuestra cuenta, todo ello es porque quiere que recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo eso. «“¿Y qué hay, me dices, superior a eso?” Que a quien cometa todos esos desafueros con nosotros, ni siquiera le tengamos por enemigo. Y todavía algo más, porque el Señor no dijo: “no le aborrecerás”, sino: “le amarás”. No dijo: “no le harás daño”, sino: “hazle el bien”.«Y si examinamos atentamente las palabras del Señor, aún descubrimos algo más subido que todo lo dicho. Porque no nos mandó simplemente amar a quienes nos aborrecen, sino también “rogar por ellos”. ¡Mirad por cuantos escalones nos ha ido subiendo, y cómo ha terminado por colocarnos en la cúspide de la virtud!» (Homilías  Sobre San Mateo 18,3-4).

CICLO B

El drama existencial del hombre, de todo hombre, es el pecado. Por eso la misión salvífica más profunda del Corazón de Cristo Redentor consiste en hacer posible nuestra regeneración. La hace posible, en efecto, por su poder divino para perdonar nuestros pecados, por ser el Hijo muy amado del Padre, por haberse hecho Víctima reparadora por nuestras culpas (Is 53). Por tanto, solo en Él y por Él ha sido posible nuestra redención. Toda nuestra vida ha de ser una correspondencia de gratitud y de amor. –Isaías 43,18-19.21-22.24-25: Yo soy el que  borro tus crímenes. El Señor, aunque abate el orgullo humano con castigos providenciales, nunca renuncia a sus designios de salvación. Más se complace en salvar a los contritos de corazón, que en aniquilar a los obstinados en la culpa. Colaborando con la gracia del Salvador, nuestra conversión, nuestra lucha contra el pecado, ha de ser permanente, siempre sostenidos por la esperanza. Tenemos confianza en la misericordia de Dios, que es eterna, fiel a sí misma.–Con el Salmo 40 decimos: «Sáname, Señor, que he pecado contra ti. Dichoso el que cuida del pobre y desvalido, en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor. El Señor lo guarda y lo conserva en vida para que sea dichoso en la tierra y no lo entrega a la saña de sus enemigos. El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor, calmará los dolores de su enfermedad. Yo dije: “Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra Ti”. A mí, en cambio, me conservas la salud, me mantienes siempre en tu presencia. Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre. Amén. Amén».–2 Corintios 1,18-22: Jesús no fue «sí y no», sino «sí». Toda la historia de la salvación es fruto de un designio inmutable de redención. El Corazón de Jesucristo es el «sí» y el «amén» (Ap 3,14) de la salvación para los hombres. Dios ha cumplido en Él sus promesas. Jesucristo es la única medicina de nuestros males. Escribe San Agustín: «Para eso el Hijo de Dios asumió al hombre y en él padeció los achaques humanos. Esta medicina de los hombres es tan alta, que no podemos ni imaginarla. Porque ¿qué orgullo podrá curarse, si con la humildad del Hijo de Dios no se cura? ¿Qué avaricia podrá curarse, si con la pobreza del Hijo de Dios no se cura? ¿Qué iracundia podrá sanarse, si con la paciencia del Hijo de Dios no se cura? ¿Qué impiedad podrá curarse si con la caridad del Hijo de Dios no se cura? En fin, ¿qué debilidad podrá curarse, si con la resurrección del cuerpo del Hijo de Dios no se cura? Levante su esperanza el género humano, y reconozca su naturaleza. Vea qué alto lugar ocupa entre las obras de Dios» (El combate cristiano 11).–Marcos 2,1-12: El Hijo del Hombre tiene en la tierra potestad para perdonar los pecados. Jesús entendió siempre que su misión en este mundo era manifestar sus poderes redentores, hasta renovar al hombre por el perdón de los pecados. En la medida en que el hombre moderno ha perdido el sentido de Dios, ha sofocado en sí mismo el sentido del pecado y, por eso mismo, se ha hecho incapaz de recibir a un Cristo Salvador, que viene como Cordero inmaculado, para quitar el pecado del mundo con su muerte. Clemente de Alejandría escribe: «Nuestro buen Pedagogo, Él, que es la Sabiduría y el Logos del Padre, y que ha creado al hombre, asume el cuidado de su criatura por entero. Él cuida a un mismo tiempo del cuerpo y del alma, Él, el Médico de la humanidad, capaz de curarlo todo. El Salvador dice al que está tendido: “levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mt. 9, 6; Mc. 2, 1-12). Y al que ya está difunto le dice: “Lázaro, sal fuera”, y el muerto sale del sepulcro, tal como estaba antes de expirar, obrando así su resurrección (Jn 11,43-44). Cierto, Él cura igualmente al alma, en sí misma, por sus preceptos y por sus gracias. Para seguir los consejos, ella necesita tiempo; pero para recibir las gracias, Él es lo bastante rico para decir a los pecadores, que somos nosotros: “tus pecados te son perdonados”» (El Pedagogo 1,2,2-4).

CICLO C

Si por la fe reconocemos a Dios como Padre nuestro; si por la esperanza confesamos la bondad de Dios, que nos ha redimido a todos para una vida común eterna; si por la caridad vivimos el mandato de Cristo Jesús, de amarnos como Él mismo nos amó..., nuestra vida se hace un reflejo constante de la misma bondad divina.–1 Samuel 26,2.7-9.12-13.22-23: El Señor te puso hoy en mis manos, pero yo no he querido atentar contra ti. David figura en la historia de la salvación como un símbolo viviente de Cristo Rey. Su bondadosa magnanimidad ante su enemigo Saúl es solo una sombra de la infinita caridad de Cristo para con nosotros. Todos sabemos cómo es fácil caer en la tentación de la venganza, del odio, de hacer la justicia por uno mismo, de responder con dureza a los agravios recibidos. David, figura anticipadora de Jesús, sabe compadecerse y perdonar. San Juan Crisóstomo dice:«El amor que se tiene, cuando su motivo es Cristo, es un amor firme, inquebrantable e indestructible. Nada, ni las calumnias, ni los peligros, ni la muerte, ni cosa semejante, será capaz de arrancarlo del alma. Quien así ama, aun cuando tenga que sufrir cuanto se quiera, no dejará nunca de amar, si mira el motivo por el que ama. En cambio, al que ama por ser amado se le terminará su amor apenas sufra algo desagradable. Pero quien está unido a Cristo jamás se apartará de ese amor» (Homilía 60 sobre San Mateo).–Con el Salmo 102 proclamamos: «El Señor es compasivo y misericordioso. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor es lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas. Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos; como un padre siente ternura por su hijos, siente el Señor ternura por sus fieles».–1 Corintios 15,45-49: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Oigamos a San León Magno:«Dice el Apóstol: “el primer hombre fue de la tierra, terreno; el segundo fue del cielo. Cual es el terreno, tales son los terrenos; cual es el celestial, tales son los celestiales. Y como llevamos la imagen del terreno, llevaremos también la imagen del celestial” (1 Cor 15,47-49). Debemos alegrarnos mucho de este cambio, que nos hace pasar de la oscuridad terrestre a la dignidad celeste, por un efecto de la inefable misericordia de aquel que, para elevarnos hasta sus dominios, ha descendido al nuestro, pues no ha tomado sólo la sustancia, sino también la condición de la naturaleza pecadora, y ha permitido que su inefable divinidad sufra todo lo que, en su extrema miseria, experimenta la humana mortalidad» (Sermón 71).–Lucas 6,27-38: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. La bondad y el amor, superando toda enemistad, odio o indiferencia ante nuestros hermanos los hombres, nos hacen realmente semejantes a nuestro Padre celestial. Nos hacen, como dice San Pablo, «hombres celestiales». Enseña San Ambrosio:«La virtud no sabe medir el beneficio que hace; en efecto, no se contenta con dar lo que ha recibido, quiere acumular sobre lo que se le ha dado, para no ser inferior en el beneficio, aunque sea igual en el servicio...«El cristiano está formado en esta escuela, de tal modo que, no contento con el derecho natural, busca la delicadeza [del amor]. Si todos, aun los pecadores, están de acuerdo en corresponder al afecto, aquél cuyas convicciones son de un orden más elevado, debe inclinarse más generosamente a la virtud, hasta llegar a amar también a aquellos que no le aman... Así como te avergonzaría no corresponder al que te ama, y así como el deseo de hacer un beneficio hace nacer en ti el amor del que antes no amabas, así también debes amar al que no te ama por amor a la virtud, de tal modo que, amando la virtud, comenzarás a amar al que no amabas.«Débil y caduco es, por otra parte, el salario del amor; y eterno el premio de la virtud... “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, lib. V,74-75).

LUNES

Años impares

–Eclesiástico 1,1-10: La Sabiduría fue creada antes que todo. La Escritura presenta y personifica a la Sabiduría junto a Dios, como preexistente al mundo creado. La tradición cristiana ha visto en este texto una revelación anticipada del Verbo de Dios, que está en el seno del Padre desde toda la eternidad. San Agustín dice: «El Verbo es el Hijo del Padre y su Sabiduría. ¿Qué maravilla, pues, si ha sido enviado, no porque sea desemejante al Padre, sino porque es una emanación pura de la claridad del Dios omnipotente (Sal 7,26)? Allí el caudal y la fuente son una misma sustancia... Nuestra ciencia es Cristo; y nuestra sabiduría es también Cristo. El plantó en nuestras almas la fe de las cosas temporales y, en las eternas, nos manifiesta la verdad. Por Él caminamos hacia Él, y por la ciencia nos dirigimos a la Sabiduría, pero sin apartarnos de la unidad de Cristo, “en quien se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2,3)» (Tratado sobre la Santísima Trinidad 4,20,27 y 13,19,24).–En el Salmo 92 se canta el dominio cósmico de Dios, que domina todas las fuerzas hostiles y establece un orden justo por medio de sus mandatos. De este modo la Sabiduría cósmica de que habla el Eclesiástico queda completada con la Ley. El temor de Dios hace guardar sus preceptos y conduce a la suma sabiduría: «El Señor reina, vestido de majestad, el Señor vestido y ceñido de poder; así está firme el orbe y no vacila. Tu trono está firme desde siempre y Tú eres eterno. Tus mandatos son fieles y seguros, la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días sin término».

Años pares

–Santiago 3,13-18: La Sabiduría que viene de arriba es pura y amante de la paz. Otra hay que es terrena, animal, diabólica. Los actos de cada uno muestran qué clase de sabiduría es la que los inspiran. Las disensiones surgen de una sabiduría orgullosa, nacen del egoísmo y el desprecio de los hermanos, e introducen la confusión y la desunión en la Iglesia. En cambio, la verdadera sabiduría se otorga a los pequeños y se adquiere por don de Dios, no por el esfuerzo humano. San León Magno dice:«La sabiduría cristiana no consiste en la abundancia de palabras, ni en la sutileza de los razonamientos, ni en el deseo de alabanza y gloria, sino en la verdadera y voluntaria humildad que nuestro Señor Jesucristo, desde el seno de su Madre hasta el suplicio de la Cruz,  eligió y enseñó como plenitud de fuerza» (Sermón 37).«La sabiduría que viene de arriba, ante todo es pura y, además, amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia»...–La mejor sabiduría es la buena conducta, aquella que se ajusta al cumplimiento fiel de los mandatos de Dios. Ella es alegría, luz y fuerza para el hombre. En su fidelidad sencilla y alegre refleja al hombre la sabiduría que le viene de arriba. Así lo cantamos en el Salmo 18: «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón del hombre. La ley del Señor es perfecta y descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Que te agraden las palabras de mi boca y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío».–Marcos 9,13-28: Tengo fe, pero dudo; ayúdame. Con ocasión del relato de la curación de un niño epiléptico, Jesús recrimina la falta de fe de los discípulos. Una oración de súplica, hecha con fe, consigue del Señor lo que pide. Tertuliano exalta esta fuerza inmensa de la oración:«¡Hemos leído tantos testimonios ciertos de la eficacia de la oración! La oración antigua era capaz de salvar del fuego, de las fieras, del hambre; y eso que aún no había recibido la forma que le dio Cristo. Y la eficacia de la oración cristiana es ahora mucho mayor. Ella no envía ángeles que apaguen las llamas, ni mantiene cerradas las fauces de los leones, ni trae pan a los hambrientos, ni suprime ninguna impresión de los sentidos por un don de la gracia. Ella concede la fe, que hace comprender lo que el Señor reserva a los que sufren por Su nombre» (Sobre la Oración 28-29).Y San Agustín:«Si la fe falla, la oración es inútil. Por eso, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe» (Sermón 243,2).Hasta el fin de los tiempos la Iglesia dirigirá ese clamor suplicante a Dios Padre, por medio de Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo, porque son muchos los peligros y continuas las necesidades de sus hijos. Éste es el primer oficio de la Iglesia y, por tanto, el primer deber de los sacerdotes, religiosos y laicos.

MARTES

Años impares

–Eclesiástico 2,1-13: Prepárate para las pruebas. En el momento de la tentación es necesario ante todo desconfiar de uno mismo y confiar en el Señor, pidiendo y esperando su misericordia. Comenta San Agustín. «La paciencia no parece necesaria para las situaciones prósperas, sino para las adversas. Nadie soporta pacientemente lo que le agrada. Por el contrario, siempre que toleramos, que soportamos algo con paciencia, se trata de algo duro y amargo; por eso no es la felicidad, sino la infelicidad lo que necesita la paciencia» (Sermón 359, A, 2).Y San Ignacio de Antioquía:«Mantente firme como un yunque golpeado por el martillo. A un gran atleta corresponde vencer a pesar de los golpes. Sobre todo soportándolos por Dios, para que Él también nos soporte» (Carta a San Policarpo).–Con el Salmo 36 proclamamos: «Encomienda tu camino al Señor, y Él actuará. Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad; sea el Señor tu delicia, y Él te dará lo que pide tu corazón. El Señor vela por los días de los buenos, y su herencia durará siempre; no se agostarán en tiempo de sequía, en tiempo de hambre se saciarán. Apártate del mal y haz el bien, y siempre tendrás una casa; porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles. Los inicuos son exterminados, la estirpe de los malvados se extinguirá. El Señor es quien salva a los justos. Él es su alcázar en el peligro. El Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva, porque se acogen a Él»

Años pares

–Santiago 4,1-10: Pedís y no recibís, porque pedís mal. El Señor no escucha la súplica que no está inspirada por su Espíritu, sino por el espíritu del mundo y por sus avideces. Comenta San Agustín:«Como el hombre no puede servir a dos señores, así tampoco puede gozarse al mismo tiempo en el mundo y en el Señor. Estos dos gozos son muy diferentes y hasta totalmente contrarios. Cuando uno se goza en el mundo, no se goza en el Señor, y cuando se goza en el Señor, no se goza en el mundo. Venza el gozo en el Señor y disminuya continuamente el gozo en el mundo, hasta que desaparezca» (Sermón 171,1).Mala es la oración que va dominada por el egoísmo, y que no pretende sino satisfacer los deseos terrenales.–Después de la lectura de Santiago, nos invita el Salmo 54 a centrar en Dios nuestros esperanza. Aunque las dificultades sean muchas y graves, y la tendencia al mal sea fuerte en el corazón humano, el cristiano debe permanecer en una confianza serena en el Señor, que tiene sobre él una especial providencia: «Pienso, ¿quién me diera alas para volar y posarme? Emigraría lejos, habitaría en el desierto. Me pondría enseguida a salvo de la tormenta, del huracán que me devora, Señor, del torrente de sus lenguas. Veo en la ciudad violencia y discordia: día y noche hacen la ronda sobre sus murallas. Encomienda a Dios tus afanes, que Él te sustentará; no permitirá jamás que el justo caiga».«Cualquier cosa que te suceda, recíbela como un bien, consciente de que nada pasa sin que Dios lo haya dispuesto» (Carta de Bernabé 19).Cuando el cristiano vive de la fe —con una fe que no sea mera palabra, sino realidad de oración personal—, la seguridad del amor de Dios se manifiesta en alegría, en libertad interior, en paz, en gozo espiritual, en confianza segura.–Marcos 9,29-36: El Hijo del Hombre va a ser entregado y lo matarán. Quien quiera ser el primero, que sea el último.  Jesús llega a Cafarnaúm, y después de  anunciar su Pasión por segunda vez, enseña a sus discípulos que el servicio a los demás es la única grandeza verdadera. Ese servicio, además, ha de ser especialmente solícito con los pobres, con los menores, con los niños.Por eso, en la comunidad cristiana el puesto de mayor honor es el de mayor servicio a los demás. Mantener en ella puestos honoríficos, basados en clases sociales, riquezas o cargos, daña directamente el corazón mismo de la comunidad. Como enseña San Gregorio Magno,  nada agrada a Dios si no va hecho con humildad:«Aun las buenas acciones carecen de valor cuando no están sazonadas por la virtud de la humildad. Las más grandes, practicadas con soberbia, en vez de ensalzar, rebajan. El que acopia virtudes sin humildad, arroja polvo al viento, y donde parece que obra provechosamente, allí incurre en la más lastimosa ceguera. Por tanto, hermanos míos, mantened en todas vuestras obras la humildad» (Homilía sobre los Evangelios 7).Lo mismo dice Casiano:«Nadie puede alcanzar la santidad si no es a través de una verdadera humildad» (Instituciones 12,23).Es el camino andado por Cristo, el que mismo que siguió la Virgen María y por el que han marchado los santos.

MIÉRCOLES

Años impares

–Eclesiástico 4,12-22: Dios ama a los que aman la sabiduría. Ella es manantial de vida y felicidad para los que la sirven. La Sabiduría, en lugares de la Escritura como éste, se muestra personificada, como un Maestro que llama hijos a sus discípulos. Altísimos son los bienes que ella ofrece: favor, bendición, amor del mismo Dios. Actúa como mediadora para conducir y levantar al hombre hacia Dios.Ser sabio es aceptar los propios límites, sin cegarse con falsas soluciones, ni dormirse con seguridades falsas. En lugar de amilanarse en cada contratiempo, el sabio ejerce con humildad la prudencia. La Sabiduría es anterior a él, y nunca le faltará a aquél que le guarda fidelidad. Más que en los libros y en los maestros de este mundo, el cristiano aprende la Sabiduría en su propia fuente, que es Cristo Jesús, el Verbo divino encarnado, que nos ha dejado en los Evangelios unos mensajes de vida, y nos ha comunicado palabras de vida eterna, que no pasan y que superan toda sabiduría mundana.–Una vez más el Salmo 118, el más largo de todo el Salterio, nos ofrece versos preciosos para meditar en la Sabiduría. Aprendemos en él que la voluntad de Dios, hecha Palabra, guía al hombre en el camino de la vida, es decir, en Cristo, pues Él es el Camino verdadero: «Mucha paz tienen los que aman tus leyes, y nada los hace tropezar. Guardo tus decretos, y Tú tienes presentes mis caminos. De mis labios brota la alabanza, porque me enseñaste tus leyes. Mi lengua canta tu fidelidad, porque todos tus preceptos son justos. Ansío tu salvación, Señor; tu voluntad es mi delicia. Que mi alma viva para alabarte, que tus mandamientos me auxilien».

Años pares

–Santiago 4,13-17: Debéis decir: «si el Señor lo quiere». ¿Quiénes somos nosotros para disponer de nuestra vida, como si fuera nuestra propia, y no de Dios? Comenta San Agustín:«¿Qué consejo puedo daros?... ¿He de presentaros acaso libros para mostraros cómo las cosas son inciertas, pasajeras, casi nada y cuán cierto es lo que está escrito? “¿Qué es vuestra vida? Un vapor, que aparece un instante, y pronto se disipa” (Sant 4,15). Ayer vivía, hoy ya no existe; hace poco que se le veía, pero ahora no hay nadie a quien ver. Se conduce al sepulcro a un hombre; los acompañantes vuelven tristes, y en seguida se olvidan. Se dice: “¡Qué poca cosa es el hombre!” Y esto lo dice el hombre mismo, pero no se corrige, a fin de ser algo y dejar de ser nada» (Sermón 302,7).–A esa lectura de Santiago le conviene bien el Salmo 48, que en tono sapiencial medita sobre la suerte de ricos y pobres a la luz del común destino: la muerte. Ante lo provisional de la vida, lo más cuerdo es adherirnos a la voluntad de Dios con toda confianza: «Oíd esto, todas las naciones, escuchadlo, habitantes del orbe; plebeyos y nobles, ricos y pobres. ¿Por qué habré de temer los días aciagos, cuando se acerquen y acechen los malvados que confían en su opulencia y se jactan de sus inmensas riquezas? ¿Si nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate? Es tan caro el rescate de la vida, que nunca bastará para vivir perpetuamente, sin bajar a la fosa. Mirad: los sabios mueren lo mismo que perecen los ignorantes y necios, y legan sus riquezas a extraños».–Marcos 9,37-39: El que no está contra nosotros está a nuestro favor. El seguir a Jesucristo y cumplir la misión que nos encomienda no da ningún derecho a privilegio alguno. No podemos apropiarnos el Evangelio con criterios partidistas, ni mirando propios intereses humanos. Nuestra entrega al mensaje salvífico de Cristo ha de brotar de un amor puro a su persona, a su obra y a las almas, a las que procuramos que llegue por todos los medios a nuestro alcance, buscando su plena incorporación a la Iglesia de Jesucristo y su salvación.Hemos de tener amplitud de miras en toda obra apostólica. Hemos de vivir fraternalmente unidos, y desear que sean muchos los que trabajen en el apostolado de la Iglesia. Sería absurdo tirar piedras al propio tejado. Hemos de alegrarnos del éxito de todas las empresas apostólicas de la Iglesia. San Gregorio Magno dice:«Examine cada uno lo que hace, y vea si trabaja en la viña del Sembrador. Porque el que en esta vida procura el propio interés no ha entrado todavía en la viña del Señor. Pues para el Señor trabajan quienes buscan no su propia ganancia, sino la del Señor..., aquellos que se desvelan por ganar almas, y se dan prisa por llevar a otros a la viña del Señor» (Homilía sobre los Evangelios 19).

JUEVES

Años impares

–Eclesiástico 5, 1-10: No tardes en volver al Señor. No hay que fiarse de las riquezas ni de las apariencias exteriores. Es necesario por encima de todo dar de lado a los razonamientos engañosos sobre las consecuencias del pecado.Hay dos formas de presunción: la confianza arrogante del hombre en las riquezas y el poder que acumula, y la presunción de apoyarse en la misericordia de Dios para seguir pecando. Es algo increíble, pero hasta ahí llega la miseria del hombre. Comenta San Agustín:«No queráis ahogar con las codicias y cuidados seculares la buena semilla que nuestro ministerio va sembrando en vosotros. Sed tierra buena... Hoy me dirijo a la cizaña; también hay ovejas que son cizaña. ¡Oh, cristianos malos! Con vuestro número y mala vida oprimís a la Iglesia. Corregíos antes de que llegue la siega. “No digáis: pequé, ¿y qué me ha sucedido?” (Eclo 5,4). Dios no ha perdido su potencia, pero exige de ti la penitencia. Esto lo digo a los malos, aunque son cristianos» (Sermón 73,3).–El Salmo 1 nos ofrece una meditación adecuada a la lectura anterior: «Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde que la acequia; da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal».

Años pares

–Santiago 5,1-6: El jornal defraudado a los obreros está clamando contra vosotros ante el Señor. El apóstol advierte a los ricos sobre lo precario de sus bienes materiales, y les pide que recuerden el juicio de Dios, ante el que han de dar cuenta. San León Magno dice:«Amar la justicia no es otra cosa sino amar a Dios. Y como este amor de Dios va siempre unido al amor que se interesa por el bien del prójimo, el hambre de justicia se ve acompañada de la virtud de la misericordia» (Sermón 95).Y San Gregorio Magno: «Si queréis, dejáis lo que tenéis, aun reteniéndolo, siempre que administréis lo temporal aspirando con toda vuestra alma hacia lo eterno» (Homilías sobre los Evangelios 36).– Las apariencias engañan. Los que parece que lo poseen todo y de todo disfrutan, están muchas veces pobres, miserables y orientados a la propia destrucción. Es lo que medita el Salmo 48, exhortando a no poner la confianza en el dinero: «Éste es el camino de los confiados, el destino de los hombres satisfechos: son un rebaño para el abismo; se desvanece su figura, y el abismo es su casa. Pero, a mí Dios me salva, me saca de las garras del abismo y me lleva consigo. No te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa; cuando muera no se llevará nada, su fasto bajará con él. Aunque en vida se felicitaba: “ponderan lo bien que lo pasas”, irá a reunirse con sus antepasados, que no volverán nunca a la luz».Oigamos a San Basilio:«Se ven gentes que arrojan sus fortunas a los luchadores, a los comediantes, a repugnantes gladiadores, en los teatros, por la gloria de un momento y por ruidoso aplauso del pueblo. Y a ti ¿te preocuparán unos gastos con los que puedes ganar una gloria tan grande? Será Dios el que te aplaudirá, serán los ángeles los que te aclamarán, serán todos los hombres que han existido desde la creación los que celebrarán tu dicha: recibirás una gloria imperecedera, una corona de justicia: el Reino de los cielos, tal será el premio que tú recibirás por haber administrado bien tus bienes perecederos» (Homilía sobre la caridad).–Marcos 9,40-49: Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al abismo. Cristo hace resaltar la gravedad del escándalo, que el discípulo debe evitar cueste lo que cueste. Estar con Cristo supone estar con todos los hombres. Su amor lleva siempre a una solidaridad humana. Todo amor al Señor y al prójimo se han de traducir en un espíritu de servicio a todos. Hay que sacrificar todo al Amor divino. Hay que hacer un sacrificio agradable a Dios. El discípulo de Cristo y candidato al Reino ha de ser despiadado consigo mismo, si advierte que existe en él un obstáculo que impide el fin para el que ha sido llamado por Dios desde toda la eternidad. San Basilio hablaba así a los jóvenes: «No hay que buscar lo superfluo, ni se debe mimar al cuerpo más de lo necesario, para que sirva al alma... Si un cuidado excesivo del cuerpo es nocivo y perjudicial para el alma, es una locura manifiesta servirle y mostrarse sumiso a él» (Discurso a los jóvenes).

VIERNES

Años impares

–Eclesiástico 6,5-17: Un amigo fiel no tiene precio. Es necesario guardarse de la falsa amistad; pero ¡dichoso el que tiene un amigo fiel! Los Santos Padres han tratado muchas veces sobre la falsa y verdadera amistad. El Beato Elredo tiene un Tratado sobre la amistad espiritual, en el que dice:«Ésta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia, la que no se enfría por las sospechas, la que no se disuelve por la ambición; la que, puesta a prueba, no cede; la que, a pesar de muchos golpes, no cae; la que, batida por muchas injurias, se muestra inflexible» (3).Y San Juan Crisóstomo:«Si una desatención, un perjuicio en los intereses, la vanagloria, la envidia o cualquier otra cosa semejante, bastan para deshacer la amistad, es que esa amistad no dio con la raíz sobrenatural» (Homilía 60 sobre San Mateo).San León Magno: «Una amistad fundada en deseos pecaminosos, en pactos que arrancan de la injusticia, y en el acuerdo que parte del vicio, nada tiene que ver con el logro de la paz» (Sermón 95).–Una vez más el Salmo 118 nos señala que el camino a seguir es la voluntad de Dios: «Bendito eres, Señor, enséñame tus leyes. Tu voluntad es mi delicia, no olvidaré tus palabras. Ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad. Instrúyeme en el camino de tus decretos, y meditaré tus maravillas. Enséñame a cumplir tu voluntad, y a guardarla de todo corazón. Guíame por las sendas de tus mandatos, porque ella es mi guía».«Esforcémonos en guardar sus mandamientos para que su voluntad sea nuestra alegría» (Carta de Bernabé 2).

Años pares

–Santiago 5,9-12: Mirad que el juez está a la puerta. Ante la venida del Señor, que puede venir cuando menos lo pensemos, Santiago exhorta al amor fraterno y a la paciencia. No es perfecto el amor si todavía hay tensiones y conflictos entre los hombres. El amor que Cristo quiere comunicarnos va mucho más allá que la mera simpatía de los paganos. Aviso semejante da San Gregorio Magno: «Ved cómo va pasando todo cuanto hacéis cada día. Queráis o no, os aproximáis más al juicio. El tiempo no perdona. ¿Por qué, pues, amar lo que se ha de abandonar? ¿Por qué no prestar más atención al fin a donde se ha de llegar?» (Homilía 15 sobre los Evangelios).–Con el Salmo 102 entonamos un himno a la misericordia de Dios: «Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo. Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre su fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos». Dice San Agustín:«Oye cómo fuiste amado, cuando no eras amable; oye cómo fuiste amado, cuando eras torpe y feo; cómo fuiste amado antes, en fin, de que hubiera en ti cosa digna de amor. Fuiste amado primero, para que te hicieses digno de ser amado» (Sermón 142). Y el mismo Doctor: «Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable» (Sobre la doctrina cristiana 1).–Marcos 10,1-12: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Jesús, respondiendo a una pregunta formulada por los fariseos para tenderle una trampa, condena el divorcio. Jesucristo, por encima de las concesiones hechas por la ley de Moisés, restaura la pureza original de la ley conyugal: no se atreva el hombre a separar lo que Dios ha unido. Atenágoras, apologista del siglo III, escribe:«Teniendo, pues, esperanza de la vida eterna, despreciamos las cosas de la vida presente y aun los placeres del alma. Cada uno de nosotros tiene por mujer a la que tomó según las leyes que nosotros hemos establecido, y aun ésta en vistas a la procreación. Porque así como el labrador, una vez echada la semilla en la tierra, espera la siega y no sigue sembrando, así para nosotros la medida del deseo es la procreación de los hijos. Y hasta es fácil hallar entre nosotros muchos hombres y mujeres que han llegado célibes hasta su vejez, con la esperanza de alcanzar así una mayor intimidad con Dios» (Súplica en favor de los cristianos 33).El texto de Atenágoras refleja una concepción muy ascética y espiritual del matrimonio, vigente en su tiempo. San Pablo, en 1 Corintios 7, da sobre estos temas una doctrina más exacta y autorizada.

SÁBADO

Años impares

–Eclesiástico 17,1-13: Dios hizo el hombre a su imagen. El texto comenta la creación del hombre, que es grande, como imagen de Dios, y al mismo tiempo pequeño, por la limitación de la vida, que es breve y mortal. En todo caso, recibe de Dios el hombre un poder sobre el mundo visible, y ha de rendir cuenta del ejercicio de su señorío al mismo Dios que le constituyó señor, al Dios Creador de todo cuanto existe y del mismo hombre. El hombre, creado a imagen de Dios, está llamado a entrar en la amistad del Señor, y al mismo tiempo, ha de permanecer en su obediencia. San Ireneo dice: «Así como en nuestra creación original en Adán, el soplo vital de Dios, infundido sobre el modelo de sus manos, dio la vida al hombre y apareció como viviente racional, así también en la consumación, el Verbo del Padre y el Espíritu de Dios, unidos a la sustancia modelada en Adán, hicieron al hombre viviente y perfecto, capaz de alcanzar al Padre perfecto.«De esta suerte, de la misma manera que todos sufrimos la muerte en el hombre animal, también hemos recibido la vida en el hombre espiritual. Porque no escapó Adán jamás de las manos de Dios, a las que el Padre decía: “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gén 1,26). Y por esta misma razón, en la consumación, también sus manos vivificaron al hombre, haciéndolo perfecto, no por voluntad de la carne ni por voluntad del hombre (Jn 1,3), para que Adán, el hombre, fuera hecho a imagen y semejanza de Dios» (Contra las herejías 5,1,3).–Con el Salmo 102 cantamos el amor inmenso de Dios, su paternal comprensión respecto al hombre. Sin ella, la existencia del hombre sería una gran tragedia: «Como un padre siente ternura por su hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque Él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. Los días del hombre duran lo que la hierba, florecen como flor del campo, que el viento la roza y ya no existe, su terreno no volverá a verla. Pero la misericordia del Señor dura siempre, su justicia pasa de hijos a nietos: para los que guardan la alianza».

Años pares

–Santiago 5,13-20: Mucho puede hacer la oración del justo. San Agustín escribe: «Cuando hablamos con Dios en la oración, el Hijo está unido a nosotros; y cuando ruega el Cuerpo del Hijo, lo hace unido a la Cabeza. De este modo, el único Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ora por nosotros, ora en nosotros, y al mismo tiempo es a Él a quien dirigimos la oración. Ora por nosotros como Sacerdote nuestro; ora en nosotros, como nuestra Cabeza; recibe nuestra oración, como nuestro Dios» (Comentario al Salmo 85).De esa unión nuestra con Cristo procede el poder de nuestra oración. La oración que nace del altar sagrado de nuestro corazón, se eleva con toda pureza, como el incienso, hasta el corazón de Dios.–Es lo que oramos en el Salmo 140: «Señor, te estoy llamando, ven deprisa, escucha mi voz cuando te llamo. Suba mi oración como el incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Coloca, Señor, una guardia a mi boca, un centinela a la puerta de mis labios. Señor, mis ojos están vueltos a Ti, en Ti me refugio, no me dejes indefenso».Dice San Juan Crisóstomo:«La oración es perfecta cuando reúne la fe y la confianza. El leproso del Evangelio demostró su fe postrándose ante el Señor con sus palabras» (Homilía 25 sobre San Mateo).Y San Cipriano: «Las palabras del que ora han de ser mesuradas y llenas de sosiego y respeto. Pensemos que estamos en la presencia de Dios. Debemos agradecer a Dios con la actitud corporal y con la moderación de nuestra voz. Porque así como es propio del falto de educación hablar a gritos, así, por el contrario, es propio del hombre respetuoso orar con tono de voz moderado... Y cuando nos reunimos con los hermanos para celebrar los sagrados misterios, presididos por el sacerdote de Dios, no debemos olvidar este respeto y moderación» (Tratado sobre la oración 4-6).–Marcos 10,13-16: El que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Hemos de aceptar el mensaje de Cristo con sencillez de corazón, con la docilidad propia de un corazón humilde, pobre de espíritu, y como don que el Padre da a los hombres. Comenta San Agustín:«La inocencia de vuestra santidad, puesto que es hija del amor..., es sencilla como la paloma y astuta como la serpiente, no la mueve el afán de dañar, sino de guardarse del que daña. A ella os exhorto, pues de los tales es el reino de los cielos, es decir, de los humildes, de los pequeños en el espíritu. No la despreciéis, no la aborrezcáis. Esta sencillez es propia de los grandes; la soberbia, en cambio, es la falsa grandeza de los débiles que, cuando se adueña de la mente, levantándola, la derriba; inflándola, la vacía; y de tanto extenderla, la rompe. El humilde no puede dañar; el soberbio no puede no dañar. Hablo de aquella humildad que no quiere destacar entre las cosas perecederas, sino que piensa en algo verdaderamente eterno, a donde ha de llegar no con sus fuerzas, sino ayudada» (Sermón 353,1).

SEMANA 8

 

DOMINGO

Entrada: «El Señor fue mi apoyo; me sacó de un lugar espacioso, me libró, porque me amaba» (Sal 17,19-20).Colecta (del Misal anterior, retocada con el Veronense): «Concédenos tu ayuda, Señor, para que el mundo progrese según tus designios, gocen las naciones de una paz estable y tu Iglesia se alegre de poder servirle con una entrega confiada y pacífica».Ofertorio (Veronense): «Señor, Dios nuestro, tú mismo nos das lo que hemos de ofrecerte y miras esta ofrenda como un gesto de nuestro devoto servicio; confiadamente suplicamos que lo que nos otorgas, para que redunde en mérito nuestro, nos ayude también a alcanzar los premios eternos».Comunión: «Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho, entonaré himnos al Dios Altísimo» (Sal 12,6). «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).Postcomunión (Veronense): «Alimentados con los dones de la salvación, te pedimos, Padre de misericordia, que por este sacramento con que ahora nos fortaleces, nos hagas un día partícipes de la vida eterna».

CICLO A

Hemos de utilizar los bienes temporales de modo que no perdamos los eternos. Ése es el espíritu cristiano, que se opone a la mentalidad del mundo, materialista, hedonista y consumista, y que supera con la gracia divina.–Isaías 49,14-15: Aunque tu madre te olvide, yo no te olvidaré. La providencia permanente de Dios sobre nosotros es un gran misterio. Es el ejercicio de un amor entrañable, que supera infinitamente nuestra misma capacidad de comprensión. El Señor jamás nos olvida. Israel, estando en el exilio, se sintió como olvidado y abandonado de Yahvé. Pero el Señor, por sus profetas, le hace ver lo contrario: es imposible que una madre olvide a su hijo; pero aunque ella se olvidare, yo no me olvidaré, dice el Señor. A la luz de esa fe, Casiano ve que todo es providencia amorosa de Dios:«Conviene que creamos con una fe incondicional que nada acontece en el mundo sin la intervención de Dios. Debemos reconocer, en efecto, que todo sucede o por su voluntad o por su permisión. El bien, por su voluntad, mediante su ayuda; el mal por su permisión» (Colaciones 3,20).En la Carta de Bernabé leemos:«Cualquier cosa que te suceda recíbela como un bien, consciente de que nada pasa sin que Dios lo haya dispuesto»  (19).–Es lo que confesamos en el Salmo 61: «Sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación; sólo Él es mi Roca y mi salvación, mi alcázar. No vacilaré».–2 Corintios 4,1-5: El Señor manifestará los designios de cada corazón. El amor providente de Dios se ha servido de otras criaturas para nuestra salvación; pero es siempre Él quien nos salva y nos juzga. Él nos habla y nos guía por medio de sus enviados, que han de ser fieles al mensaje recibido. San Jerónimo, «Cuando el pueblo sea llevado al cautiverio, porque no tuvo ciencia, y perezca de hambre y arda de sed, y el infierno agrande su alma; cuando bajen los fuertes y los altos y gloriosos a lo profundo, y sea humillado el hombre, y haya recibido conforme a sus méritos, entonces el Señor será exaltado en el juicio, que antes parecía injusto; y Dios santo será santificado por todos en la justicia...«Por eso debemos cuidar de no adelantarnos al juicio de Dios, juicio grande e inescrutable, y del cual dice el Apóstol: “inestimables son sus juicios e imposibles de conocer sus caminos” (Rom 11, 35). “Él iluminará las cosas ocultas en las tinieblas y abrirá los pensamientos de los corazones” (1 Cor 4,5)» (Comentario sobre el profeta Isaías 3,6).–Mateo 6,24-34: No os angustiéis por el mañana. El verdadero cristiano se distingue del pagano en que éste ignora el amor providente del Padre, y aquél en cambio vive confiado en su insondable providencia amorosa, solo empeñado en ser fiel a los planes divinos de salvación. Comenta San Juan Crisóstomo:«Una vez, pues, que por todos estos caminos nos ha mostrado el Señor la conveniencia de despreciar la riqueza –para guardar la riqueza verdadera, la felicidad del alma, para la adquisición de la sabiduría y para la seguridad de la piedad–, pasa después a demostrarnos que es posible aquello mismo a que nos exhorta. Porque éste es señaladamente oficio del buen legislador; no sólo ordenar lo conveniente, sino hacerlo también posible.«Por eso prosigue el Señor diciendo: “no os preocupéis... sobre qué comeréis”. No quiso que nadie pudiera objetarle: “¡Muy bien! Si todo lo tiramos, ¿cómo podremos vivir?” Contra semejante reparo va ahora el Señor a decir muy oportunamente: “no os preocupéis”... Si de lo que fue criado por amor nuestro tiene Dios tanta providencia, mucho mayor la tendrá de nosotros mismos. Si así cuida de los criados, mucho más cuidará del señor... No dijo el Señor que no haya que sembrar, sino que no hay que andar preocupados; no que no haya que trabajar, sino que no hay que ser pusilánimes, ni dejarse abatir por las inquietudes. Sí, nos mandó que nos alimentáramos, pero no que anduviéramos angustiados por el alimento» (Homilía 21,2 y 3).

CICLO B

El Verbo divino, encarnándose y uniéndonos a su Cuerpo místico, nos ha mostrado un amor inmenso. San León Magno dice:«El que es Dios verdadero nace como hombre verdadero, sin que falte nada a la integridad de la naturaleza humana, conservando la totalidad de la esencia que le es propia, y asumiendo la totalidad de nuestra esencia humana, la que fue plasmada en nosotros por el Creador, y que Él asume para restaurarla» (Carta 28,3-4).Cristo, sin dejar de ser Dios, nos ha amado con un corazón de hombre, y así nos sigue amando, de todo corazón. El amor con que nos elige y nos toma es tan profundo que halla su mejor imagen en la unión del amor conyugal. –Oseas 2,14.15.19-20: Me casaré contigo en matrimonio perpetuo. La Antigua Alianza surge de un designio amoroso de Dios, que quiere unirse a su Pueblo como el esposo con su esposa. Las infidelidades de Israel no impiden que el Señor consume su designio, estableciendo una Alianza definitiva con su Pueblo en el Corazón de su Hijo muy amado.La sugestiva imagen del amor esponsal de Dios aparece muchas veces en los profetas. En realidad, es una expresión más de la verdad fundamental que atraviesa toda la Sagrada Escritura, que se afirma en todas sus páginas: el amor que Dios tiene a los hombres. Dice Orígenes:«Hay aquí una enseñanza para las almas, que te instruye y te enseña a ir todos los días a los pozos de las Escrituras, a las aguas del Espíritu Santo, para que saques siempre y te lleves a casa una vasija llena, como hacía la santa Rebeca, la cual no se habría podido casar con tan gran patriarca como Isaac –el nacido de la promesa (Gál 4,23)–, sino viniendo por agua y sacándola en tan gran cantidad, que pudiera saciar no solo a los de su casa, sino al mozo de Abrahán; y no solo al mozo, sino que hasta pudo abrevar a sus camellos (Gén 24,19).«Todo lo que está escrito son misterios: porque Cristo quiere también desposarse contigo, ya que te habla por el profeta diciendo: “te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en la fe y en la misericordia, y conocerás al Señor” (Os 2,19). Porque quiere desposarse contigo, te envía a este mozo. El mozo es la palabra profética: si tú no la recibes primero, no podrás desposarte con Cristo. Y has de saber que nadie recibe la palabra profética, si no se ejercita y toma experiencia de ella» (Homilías sobre el Génesis X).–Con el Salmo 102 bendecimos al Señor con toda nuestra alma y con todo nuestro ser. Él ha perdonado todas nuestras culpas, Él ha curado todas nuestras enfermedades. Él nos ha rescatado de la fosa y nos ha colmado de gracia y de ternura. «El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia, no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas».–2 Corintios 3,1-6: Sois una carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio. El Nuevo Pueblo de Dios no es fruto de una obra humana, sino de una Alianza Nueva, vivificada por la gracia del Espíritu Santo. La Palabra divina ha sido escrita no solo en la Sagrada Escritura, sino también, por la Tradición, en las mismas comunidades fundadas por los apóstoles: ellas son realmente «cartas de Cristo». Por eso, para conocer la verdad de Cristo, hay que recurrir siempre a la tradición apostólica. San Ireneo escribe: «Siendo nuestros argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar todavía de otros la verdad que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que los apóstoles depositaron en ella, como en un despensa opulenta, todo lo que pertenece a la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda tomar de ella la bebida de la vida. Y ésta es la puerta de la vida: todos los demás son salteadores y ladrones...«Si los apóstoles no nos hubieran dejado las Escrituras ¿acaso no habríamos de seguir el orden de la tradición, que ellos entregaron a aquellos a quienes confiaban las Iglesias? Precisamente a este orden han dado su asentimiento muchos pueblos bárbaros, que creen en Cristo. Ellos poseen la salvación, escrita por el Espíritu Santo sin tinta ni papel en sus propios corazones (cf. 2 Cor 3,3) y conservan cuidadosamente la tradición antigua, creyendo en un solo Dios» (Contra las herejías III,4,1ss.).–Marcos 2,18-22: El Esposo está con nosotros. En Cristo, Dios mismo se ha vinculado a la humanidad, dando nueva vida a un pueblo nuevo, que es la Iglesia. Éste es el amor constante y salvífico del Señor en toda la historia de la salvación, que llega a su plenitud en la historia de la Iglesia. Cristo es el Esposo; lo veíamos en Oseas y lo vemos ahora en Marcos. San Gregorio de Elvira, «Los buenos pechos del Señor son las fuentes de agua de los Evangelios, mejores que el vino de los profetas. Pues leemos en las Sagradas Escrituras que hay dos clases de vino: uno el que faltó en las bodas de Caná de Galilea; otro, mucho mejor, hecho del agua de la Palabra de Dios. Por eso decía el Salvador: “nadie echa vino nuevo en cueros viejos... El vino nuevo se echa en cueros nuevos” (Mc 2,22). Con eso se significa las nupcias de Cristo y de la Iglesia, esto es, cuando el Verbo de Dios se unió con el alma humana. Había de cesar el vino antiguo, esto es la ley y los profetas. Ya ahora hay vino evangélico, venido del agua del bautismo» (Tratado sobre el Cantar de los Cantares 1).

CICLO C

Cada vez hemos de transformarnos más y más en Cristo. Esto implica una progresiva configuración moral a Él, que la gracia va obrando en nosotros por las virtudes y los dones del Espíritu Santo, y que en la Eucaristía actúa en nosotros con especial eficacia. Partiendo de la transformación interior del hombre en Cristo, toda su conducta personal, comunitaria y social, irá evidenciando su condición de hombre nuevo (Col 3,10). Esta maravilla del amor de Dios se preparó en el Antiguo Testamento, y tiene su plena realización en el Nuevo con la obra redentora de Jesucristo.–Eclesiástico 27,5-8: El fruto muestra la calidad de un árbol. Las palabras y las apariencias del hombre engañan fácilmente. Sólo Dios penetra en el corazón del hombre. La verdad del hombre ha de medirse más por sus obras que por sus palabras. Comenta San Agustín:«Todo en este mundo es como un lagar, y de aquí se saca otra semejanza: como el oro y la plata se acrisolan en el fuego, así la tribulación pone a prueba a los justos (Prov 17,21; Eclo 27,6). Con eso se acude a la imagen del horno del artífice. En un pequeño crisol hay tres cosas: fuego, oro y paja. En él contemplas la imagen del mundo entero: dentro de él se encuentra paja, oro y fuego. La paja se quema, el fuego arde y el oro se acrisola.«Pues bien, en este mundo existen los justos, los malvados y la tribulación. El mundo es como el crisol del orífice, los justos como el oro, los malvados como la paja, la tribulación como el fuego. ¿Acaso se purificaría el oro sin que se queme la paja? Acontece que los malvados se convierten en cenizas; cuando blasfeman y murmuran contra Dios, se convierten en ceniza. Pero allí mismo el oro purificado –los justos, que con paciencia soportan todas las molestias de este mundo y alaban a Dios en medio de las tribulaciones–, es oro purificado que pasa a los tesoros de Dios.«En efecto, Dios tiene tesoros a donde enviar el oro purificado; tiene también lugares sólidos a donde envía la ceniza de la paja. Una y otra cosa sale de este mundo. Tú considera qué eres, pues es preciso que venga el fuego. Si te hallare siendo oro, te limpiará de las manchas; pero si te encontrare siendo paja te quemará y te reducirá a cenizas. Elige lo que vas a ser, pues no podrás decir: me libraré del fuego. Ya estás dentro del horno del orífice, al que es preciso aplicar el fuego. Es de todo punto necesario que estés allí, porque sin fuego de ninguna manera podrás estar» (Sermón 113, A,11).–Con el Salmo 91 decimos: «Es bueno dar gracias al Señor y tañer para tu nombre, oh Altísimo... El justo crecerá como la palmera, se alzará como el cedro del Líbano; plantado en la Casa del Señor; crecerá en los atrios de nuestro Dios».–1 Corintios 15,54-58: Dios nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo. Como fruto de la Resurrección de Cristo, el hombre, transformado en Él y renacido de su gracia (Jn 3,3.5), alcanza la victoria sobre el pecado y la muerte, sobre el diablo y el mundo, y vence el combate de la vida en el tiempo y para la eternidad. Comenta San Agustín:«Te consuela el Señor tu Dios, te consuela tu Creador, te consuela tu Redentor. Te consuela tu hermano, que no es avaro. En efecto, nuestro Señor se dignó hacerse nuestro hermano. Es el único hermano merecedor de toda confianza, sin duda, con quien has de vivir en concordia. Dije que no es avaro, pero tal vez lo encuentres avaro.«Sí; es avaro, pero porque quiere poseernos a nosotros, quiere adquirirnos a nosotros. Por nosotros pagó precio tan grande, como grande es Él mismo; nada más se puede añadir. Se dio a Sí mismo como precio y se constituyó así en nuestro Redentor... Se entregó a la muerte, dando muerte a la muerte... Dando muerte a la muerte, nos libró de la muerte. La muerte vivía, gracias a nuestra muerte, y morirá cuando vivamos nosotros en el momento en que se le diga: “¿dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Cor 15,55)» (Sermón 359,2).–Lucas 6,39-45: Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. En el Evangelio de Cristo es la santidad interior la que nos hace auténticos ante el Padre, y verdaderos creyentes en medio de los hombres. La hipocresía del fariseísmo nada tiene que ver con el Evangelio. Comenta San Agustín:«Entre los judíos, los escribas y fariseos eran zarzas y abrojos y, sin embargo, [dice el Señor:] “haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen” (Mt 23,3)... A veces, en un seto de zarzas,  se entrelazan los sarmientos de la parra, y de la zarza penden los racimos. Al oír que se habla de zarzas, quizá desprecias la uva. Pero busca la raíz de la zarza, y verás lo que encuentras. Sigue la raíz del racimo, y mira dónde la encuentras. Y entiende que lo uno pertenece al corazón del fariseo, y lo otro a la cátedra de Moisés» (Sermón 74,4).Muchos hombres aún no conocen a Cristo ni lo aman tal vez porque nosotros mismos, los cristianos, «velamos, más que revelamos», su vida y su evangelio con nuestras palabras y obras.

LUNES

Años impares

–Eclesiástico 17,20-28: Retorna al Altísimo, y aléjate de la injusticia. Esta Escritura nos invita a la conversión. Una vez más nos trae la voz de Dios, lleno de misericordia y de bondad, que nos llama constantemente a convertirnos y a progresar en la vida de la perfección cristiana. Es una voz que no cesa, pues el Señor quiere  superar todos los obstáculos, y lograr con nosotros una grande e íntima amistad. San Agustín dice: «¡Qué vergüenza apegarse a las cosas, porque son buenas, y no amar el Bien que las hace buenas! El alma, por el hecho de ser alma, antes aún de ser buena por la conversión al Bien inconmutable; el alma, repito, cuando nos agrada, hasta preferirla a esta luz corpórea, si bien lo meditamos, no nos agrada en sí misma, sino por la excelencia del arte con que fue creada. Se ama el alma en su fuente, de donde trae su origen. Y esta fuente es la Verdad y el Bien puro. No hay aquí sino bienes y, por consiguiente, es el Bien sumo. El bien solo es capaz de aumento o disminución cuando es bien que procede de otro bien.«El alma, para ser buena, se convierte al Bien, de quien recibe el ser alma. Y entonces, cuando a la naturaleza se une la voluntad, para que el alma se perfeccione en el bien, es cuando se ama este bien mediante la conversión de la voluntad al Bien de donde brota todo bien... En apartándose, en cambio, el alma del Bien sumo, deja de ser buena, pero no deja de ser alma» (Tratado de la Santísima Trinidad 8).–El Salmo 31 nos recuerda la felicidad que en nosotros produce el perdón de Dios y su misericordia: «Alegraos, justos, y gozad en el Señor. Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dicho el hombre a quien el Señor no le apunta su delito. Propuse: “confesaré al Señor mi culpa”, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Por eso que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia; la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará. Tú eres mi refugio: me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación».

Años pares

–1 Pedro 1,3-9: No habéis visto a Cristo, y lo amáis; creéis en Él, y os alegráis con un gozo inefable. Como San Pablo, San Pedro da gracias al Señor por la regeneración del bautismo y por la esperanza de la herencia celeste, cuyo fundamento es la resurrección de Cristo. En medio de las pruebas presentes, hay que perseverar en la fe. San Beda escribe: «Dice San Pedro que conviene ser afligidos, porque no se puede llegar a los gozos eternos sino a través de aflicciones, y la tristeza de este mundo que pasa. “Durante algún tiempo”, dice, sin embargo, porque donde se retribuye con un premio eterno, parece que es muy breve y leve lo que en las tribulaciones de este mundo parecía pesado y amargo» (Comentario a la 1 de San Pedro 1,4).San Agustín enseña cómo la aflicción pone a prueba nuestra fe, y así la desarrolla:«Se presenta el dolor, pero vendrá el descanso. Se ofrece la tribulación, pero llegará la purificación. ¿Acaso brilla el oro en el horno del orífice? Brillará en el collar, brillará en el adorno. Sin embargo, ahora soporta el fuego para que, purificado de las escorias, adquiera brillo y esplendor» (Comentario al Salmo 61,11).–Toda la Sagrada Escritura es una historia de salvación: la historia de las obras de Dios en favor de los hombres. Fiel a sus promesas, Dios actúa siempre para salvar. Y con Cristo el cumplimiento de las promesas llega a su plenitud. Meditamos estas maravillas con el Salmo 110: «El Señor recuerda siempre su alianza. Doy gracias a Dios de todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman. Él da alimento a sus fieles, recordando siempre su alianza. Mostró a su pueblo la fuerza de su obrar, dándole la heredad de los gentiles. Envió la redención a su pueblo, ratificó para siempre su alianza, la alabanza del Señor dura por siempre».La esperanza de los cristianos no es la de los judíos. La venida del Hijo del Hombre no se produjo en las formas previstas por los judíos. Jesús predicó una Buena Nueva, que pocos acogieron, pues solo podía ser recibida con el corazón humilde y bien dispuesto. La Palabra de Dios madura lentamente, con la gracia, en el corazón de los hombres buenos. Este crecimiento de la Palabra divina en cada uno de los fieles, se produce en medio de muchas pruebas, les asegura la herencia gloriosa e incorruptible, y les garantiza la resurrección bienaventurada.–Marcos 10,17-27: Vende lo que tienes y sígueme. Para ser discípulo de Cristo, es necesaria una renuncia total de cuanto se posee, una renuncia material, o al menos espiritual. El peligro de las riquezas es real, y no debe ser ignorado. Sin embargo, pobres y ricos han de tender a la perfección evangélica, pues, como enseña Casiano, «muchos son los caminos que conducen a Dios. Por eso, cada cual debe seguir con decisión irrevocable el modo de vida que primero abrazó, manteniéndose fiel en su dirección primera (cf. 1 Cor 7,17.20.24). Cualquiera que sea la vocación escogida, podrá llegar a ser perfecto en ella» (Colaciones 14). El joven rico del Evangelio no siguió la llamada de Cristo, no tanto porque tenía bienes, sino porque estaba apegado a ellos. En ese sentido dice San Juan Crisóstomo:«Lo malo no es la riqueza, lo malo es la avaricia, lo malo es el amor al dinero» (Homilía 2,5,8). Y en cuanto a la pobreza, «la pobreza parece a muchos un mal, y no lo es. Antes bien, si se mira serenamente e incluso filosóficamente, es un destructor de males» (Sobre los males de la vida 3 y 4).Y San Gregorio Magno:«Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos volviendo tanto más insensibles a las realidades del espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos por las cosas visibles» (Homilía 17 sobre los Evangelios).

MARTES

Años impares

–Eclesiástico 35,1-15: El que guarda los mandamientos ofrece un sacrificio de acción de gracias. La ofrenda del justo es aroma que asciende hasta el Altísimo, como un perfume precioso. Las obras buenas forman parte integrante del culto, y éste no agrada a Dios si no va perfumado por una vida conforme a sus mandatos. Por eso, si queremos un culto litúrgico o extralitúrgico agradable al Señor, hemos de comenzar por sacrificarnos a nosotros mismos. San Gregorio de Nisa escribe:«El olor de los perfumes se recuerda como imagen de la belleza, y no cualquier aroma describe la belleza de la esposa, sino el olor de la mirra y del incienso mezclados, para que sea uno el olor de ambos. Otra alabanza de los aromas: la mirra sirve para la sepultura de los difuntos, y el incienso está consagrado acertadamente al culto de Dios. Así, pues, el que desea dedicarse al culto de Dios no será buen incienso consagrado, si antes no fue mirra; es decir, si no mortifica los miembros que están sobre la tierra, sepultado con Aquél que abrazó la muerte por nosotros, y recibe en su propia carne, para mortificar sus miembros, aquella mirra que se tomó para la sepultura del Señor.«Cuando en el decurso de la vida se obra así, toda clase de aromas mezclados como en un mortero en partes sutiles, producen aquel perfume tan suave. Y quien lo recibe se hace oloroso, lleno del Espíritu, y derrama sus perfumes» (Homilía 6 sobre el Cantar de los Cantares).–El Salmo 49 es el comienzo de una liturgia penitencial, y continúa el tema de la anterior lectura. Dios ha sellado un pacto con su pueblo, para salvarlo. «Al que sigue el buen camino, le haré ver la salvación de Dios. Congregadme a mis fieles, que sellaron mi pacto con un sacrificio». La palabra acusadora de Dios es al mismo tiempo salvadora, porque hace que el hombre se vea como es y pueda iniciar su reforma interior, que concluye con la experiencia de la salvación. «El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios».

Años pares

–1 Pedro 1,10-16: El Espíritu de Cristo les declaraba por anticipado los sufrimientos de Cristo y la gloria que le seguiría. En efecto, los profetas vaticinaron la pasión y la gloria del Mesías. Por eso los fieles, asegurados por la Escritura, han de sentirse llenos de certeza en la fe y en la esperanza, y según recuerda San Pedro, han de imitar la santidad de Dios, porque Dios es santo. San Ireneo escribe: «Uno es el Hijo, que llevó a cumplimiento la voluntad del Padre; y uno es el género humano, en el que tiene cumplimiento el designio misterioso de Dios; y “los ángeles desean contemplarlo” (1 Pe 1,12).«Pero los ángeles no pueden llegar al cabo de la sabiduría de Dios, por la que su criatura alcanza la perfección al conformarse con su Hijo y al incorporarse a Él; a saber, que el primogénito que de Él procede, el Verbo, descienda a la creación, que es obra de sus manos, y sea recibido en ella, y a la vez, que la creación sea capaz de recibir al Verbo y de ponerse a su nivel, por encima de los ángeles, hasta llegar a ser a imagen y semejanza de Dios» (Contra las herejías 5,36,3).–Dios fue desvelando poco a poco sus designios salvíficos, hasta revelarlos plenamente en Jesucristo. Todo ha sido fruto de la fidelidad de Dios a sus promesas, a pesar de las rebeldías del hombre. Por eso, las maravillas que ha obrado el Señor ponen en nuestros labios un cántico nuevo para alabarle, y lo hacemos ahora con el Salmo 97: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia, se acordó de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad».–Marcos 10,28-31: Recibiréis en este tiempo cien veces más, con persecuciones, y en la edad futura, la vida eterna. Así responde Cristo a Pedro, cuando éste le pregunta por la suerte que corresponderá a aquellos que todo lo han dejado por seguirle. Atengámonos a las palabras de Jesús, y dispongamos toda nuestra vida en función de los valores del Evangelio y del Reino de Cristo. Comencemos, pues, como los apóstoles, por el desprendimiento de los bienes materiales, y ordenemos todas nuestras realidades humanas en función del final sobrenatural y eterno que con toda certeza esperamos. Cada uno, según su vocación, ha de «dejarlo todo y seguir a Jesús». Comenta San Juan Crisóstomo: «¿Qué todo es ése, bienaventurado Pedro? ¿La caña, la red, la barca, el oficio? ¿Eso es lo que nos quieres decir con la palabra todo? Y él nos contesta: “Sí; pero no lo digo por vanagloria, sino que, en mi pregunta al Señor, quiero meter a toda la muchedumbre de los pobres”...«Eso es lo que  hizo aquí el Apóstol, al dirigirle al Señor su pregunta en favor de la tierra entera. Porque lo que a él personalmente le atañía bien claramente lo sabía, como resulta evidente... pues quien, ya desde esta vida, había recibido las llaves del reino de los cielos, mucha mayor confianza había de tener por lo que a la otra vida se refería.«Pero mirad también qué exactamente responde Pedro a lo que Cristo había pedido. Dos cosas, en efecto, había pedido el Señor al joven rico: que diera lo que tenía a los pobres y que le siguiera. Por eso Pedro dice esas dos mismas cosas: “nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”» (Homilía 64,1 sobre San Mateo).

MIÉRCOLES

Años impares

–Eclesiástico 36,1-2.5-6.13-19: Que sepan las naciones que no hay Dios fuera de ti. Hemos de orar y trabajar en favor de la conversión de todos los hombres al único y verdadero Dios. Él ha hecho maravillas en favor de todos los hombres por puro amor. El Señor, que comenzó a revelarse lentamente como Salvador y Libertador, nos llena ahora de alegría con su presencia en la Persona de su Hijo bien amado, que todo lo realizó para gloria de su Padre y para la salvación de todos los hombres. Dice San Justino:«El Padre inefable y Señor de todas las cosas ni viaja a parte alguna, ni se pasea, ni duerme, ni se levanta, sino que permanece siempre en su sitio, con mirada penetrante y con oído agudo, pero no con ojos ni orejas, sino con su poder inexpresable. Todo lo ve, todo lo conoce; ninguno de nosotros se le escapa, sin que para ello haya de moverse el que no cabe en lugar alguno, ni en el mundo entero, el que existía antes de que el mundo fuera hecho.«Siendo esto así, ¿cómo podrá ser visto de alguien, o aparecerse en una mínima parte de la tierra, cuando en realidad el pueblo no pudo soportar la gloria de su enviado en el Sinaí, ni pudo el mismo Moisés entrar en la tienda que él había hecho, pues estaba llena de la gloria de Dios, ni el sacerdote pudo aguantar de pie delante del templo, cuando Salomón llevó el arca a la morada que él mismo había construido en Jerusalén?«Por tanto, ni Abrahán, ni Isaac, ni Jacob, ni hombre alguno vio al que es Padre y Señor inefable absolutamente de todas las cosas y del mismo Cristo, sino que vieron a Éste, que es Dios, por voluntad del Padre, que es su Hijo, el Ángel que le sirve según sus designios» (Diálogo con Trifón 127-128).–Sufrimos por nuestros pecados, que nos alejan de Dios, y que nos manifiestan nuestra gran ingratitud para con Él, a quien todo se lo debemos. Por eso cantamos con el Salmo 78: «Muéstranos, Señor, la luz de tu misericordia. No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados. Socórrenos, Dios Salvador nuestro, por el honor de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados, a causa de tu nombre. Llegue a tu presencia el gemido del cautivo; con tu brazo poderoso salva a los condenados a muerte. Mientras, nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño, te damos gracias siempre, cantaremos tus alabanzas de generación en generación».

Años pares

–1 Pedro 1,18-15: Os rescataron al precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto. Hemos de corresponder al inmenso amor que Cristo tuvo para con nosotros que nos redimió con su pasión y su muerte. Oigamos a San Ambrosio:«El precio de nuestro rescate no se ha calculado en dinero, sino en sangre, pues Cristo murió por nosotros. Él nos ha librado con su preciosa sangre, como recuerda también San Pedro en su Carta (1 Pe 1,18). Preciosa, porque es la sangre de un Cordero inmaculado, porque es la sangre del Hijo de Dios, que nos ha rescatado no sólo de la maldición de la ley, sino también de la muerte perpetua, a la que lleva la impiedad» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, lib. VII,117).–Con el Salmo 147 cantamos a Jerusalén, imagen de la Iglesia y del alma cristiana: «Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión; que ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina; Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a entender sus mandatos».Esta solicitud conmovedora de Dios con Israel llega a su plenitud en la Iglesia con la Palabra divina, con la altísima doctrina revelada, con la guía pastoral de los obispos, con los sacramentos y la liturgia.–Marcos 10,32-45: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del Hombre va a ser entregado. Cristo es el verdadero Siervo de Yavé, anunciado por el profeta Isaías. Él vino para «dar su vida en rescate por nosotros», todos los hombres. Parece increíble la torpeza de los hijos de Zebedeo, que, ante tal anuncio, reaccionan preocupándose por obtener los primeros puestos en un Reino del que aún apenas saben nada. Pero es igualmente lamentable la indignación de los demás apóstoles por esa petición.La mayor aspiración que en realidad podemos tener los cristianos es conseguir, según la expresión de San Pablo, «un carisma mejor», que es la caridad (1 Cor 12,31). Entre tanto, en el camino de esta vida, es necesario «beber el cáliz» del Señor, para poder sentarse en el «trono»; «bautizarse» en la prueba del dolor, para juzgar la tierra; y servir a todos, para reinar con Cristo. El sufrimiento entra con pleno derecho en la vida de los que siguen a Cristo. Comenta San Agustín:«Buscaba la altura, pero no veía el peldaño. El Señor se lo mostró: “¿podéis beber?... Los que buscáis las cimas más altas, ¿podéis beber el cáliz de la humildad?” Por eso no dice simplemente: “niéguese a sí mismo y sígame”, sino que añade: “tome su cruz y sígame”. ¿Qué significa “tome su cruz”? Soporte lo que le es molesto» (Sermón 96,3-4).

JUEVES

Años impares

–Eclesiástico 42,15-26: La gloria del Señor se muestra en todas sus obras. Los cielos proclaman la gloria de Dios, dice el salmista. Toda la creación maravillosa es como una epifanía natural del Señor. Por eso los santos, que sabían leer en el Libro de la Creación, hallaban en las criaturas una escala que les elevaba al Creador. Así San Juan de la Cruz dice bellamente:«¡Oh bosques y espesuras - plantadas por la mano del Amado! - ¡Oh prado de verduras - de flores esmaltado! - Decid si por vosotros ha pasado. - Mil gracias derramando - pasó por estos sotos con presura - e yéndolos mirando - con sola su figura - vestidos los dejó de su hermosura» (Canciones entre el alma y el Esposo 4).El hombre se siente abrumado ante la riqueza de las cosas creadas, ante su variedad inmensa y su fascinante belleza... Y todo ha de elevarle a una alta y continua contemplación, ha de levantarle hacia la trascendencia, conduciéndole a Dios. La conversión de San Agustín se produjo en buena parte ascendiendo al Creador por las criaturas, como él mismo declara: «Y ¿qué es lo que yo amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo, ni hermosura de tiempo, ni blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos, no fragancia de flores...«Pregunté a la tierra y me dijo: “no soy yo”; y todas las cosas que hay en ella me confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos y a los reptiles de alma viva, y me respondieron: “no somos tu Dios, búscale sobre nosotros”. Interrogué a las auras que respiramos, y el aire todo, con sus moradores, me dijo: “engáñase Anaxímenes; yo no soy tu Dios”. Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. “Tampoco somos nosotros el Dios que buscas”, me respondieron.«Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: “decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de Él”. Y exclamaron todas con grande voz: “Él nos ha hecho”. Mi pregunta era su mirada y su respuesta su apariencia.«Entonces me dirigí a mí mismo y me dije; “¿tú, quién eres?”, y respondí: “un hombre”... Sí, la verdad me dice: “no es tu Dios el cielo, ni la tierra, ni cuerpo alguno”... “Por esta razón eres tú mejor que éstos: a ti te lo digo, oh alma, porque tú vivificas la masa de mi cuerpo, prestándole vida, lo que ningún cuerpo puede prestar a otro cuerpo. Pero, a su vez, tu Dios es para ti la vida de tu vida”» (Confesiones 10,6,9-10).– Con el Salmo 32 cantamos la acción creadora de Dios, que por ella se revela al hombre y le asombra con su grandeza: «Dad gracias al Señor con la cítara; tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones. Que la palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo, el aliento de su boca sus ejércitos; encierra en un odre las aguas marinas, mete en un depósito el océano. Tema al Señor la tierra entera, tiemblen ante Él los habitantes del orbe; porque Él dijo y existió; Él mandó y surgió».

Años pares

–1 Pedro 2,2-5.9-12: Vosotros sois un sacerdocio real, una nación consagrada, que ha de proclamar las hazañas del que os llamó. La Iglesia, formada de piedras vivas, unidas en torno a la piedra fundamental, que es Cristo resucitado, forma un templo espiritual, en el que se rinde a Dios el culto perfecto. Orígenes dice:«“Destruid este templo y en tres días lo reedificaré” (Jn 2,19). Ambas cosas, el templo y el cuerpo de Jesús, me parecen, según una de las interpretaciones recibidas, ser figura de la Iglesia, pues ella está edificada con piedras vivientes, para ser edificio espiritual y un sacerdocio santo (1 Pe 2,5); construida sobre el fundamento del Apóstoles y los profetas, tiene por piedra angular a Cristo Jesús (Ef 2,20) y es reconocida como templo» (Comentario al Evangelio de San Juan X, 228).Y San Agustín:«Uniéndonos a la piedra angular, encontramos la paz; reposando sobre ella, conseguimos firmeza. Ella es, al mismo tiempo, fundamento, porque nos sostiene, y piedra angular, porque nos une. Ella es la piedra sobre la que el hombre prudente edifica su casa, y así se mantiene firme contra todas las tentaciones de este mundo, y ni los torrentes de lluvia la hacen caer, ni los ríos desbordados la derrumban, ni la fuerza de los vientos la sacuden» (Sermón 337,1).– Los cristianos somos Pueblo de Dios, ovejas de su rebaño, nación consagrada. Así lo cantamos en el Salmo 99: «Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. Entrad por sus puertas con acción de gracias, por su atrios con himnos, dándole gracias, y bendiciendo su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades».–Marcos 10,46-52: Maestro, haz que pueda ver. El ciego de Jericó, una vez sanado por Jesús, «lo seguía por el camino»: de la curación al seguimiento. El ciego pide la luz, signo de salvación. Grita al Señor para que lo cure, mientras los otros le regañan. Comenta San Agustín:«¿Qué es, hermanos, gritar a Cristo, sino adecuarse a la gracia de Cristo con las buenas obras? Digo esto, hermanos, no sea que levantemos mucho la voz, pero callen nuestras costumbres. ¿Quién es el que gritaba a Cristo para que expulsase su ceguera interior al pasar Él, es decir, al dispensarnos los sacramentos temporales con los que nos invita a adquirir los eternos? ¿Quién es el que grita a Cristo? Aquel que desprecia los placeres del mundo, clama a Cristo; aquel que dice, no con solo con la lengua, sino con la vida: “el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo” (Gál 6,14). Éste es el que clama a Cristo.«Grita a Cristo el que reparte y da a los pobres, para que su justicia permanezca por los siglos de los siglos. Quien escucha y no se hace el sordo a aquello de: “vended vuestras cosas y dadlas a los pobres” (Lc 12,23). Como si oyera el sonido de los pasos del Señor que pasa, grite el ciego por estas cosas, es decir, hágalas realidad. Su voz sean sus hechos» (Sermón 88,12).

VIERNES

Años impares

–Eclesiástico 44,1,9-13: Nuestros antepasados fueron hombres de bien, y su fama vive por generaciones. La gloria de Dios se manifiesta especialmente en la historia de la salvación del pueblo que Él se eligió para Sí, y de un modo particular brilla en los hombres que escogió para guiarlo.Lo que mantiene en ese Pueblo la continuidad de las generaciones es la fidelidad a la alianza, ya que Dios es siempre fiel a ella. Por eso, la razón máxima de su fama no es la grandeza o la riqueza, sino la caridad. En este sentido, algunos consideran la fidelidad como el atributo mayor de Dios. Esta fidelidad de Dios va unida a su bondad paternal para con el pueblo de la alianza. Estos dos atributos complementarios, amor y fidelidad, indican que la alianza es a la vez un don gratuito y un vínculo cuya solidez resiste la prueba de los siglos.Como dice el salmista, «las sendas del Señor son misericordia y lealtad» (Sal 24,10). De esas dos actitudes debe él participar, configurándose a ellas. La piedad filial, que debe a Dios, tendrá como prueba de su verdad la fidelidad para observar los preceptos de la alianza. A lo largo de la historia de la salvación, la fidelidad de Dios se revela inmutable, frente a las frecuentes infidelidades del hombre. Por fin, en la plenitud de los tiempos, Cristo, testigo fiel de la Verdad, comunica a los hombres la gracia de que está lleno, y los hace capaces de merecer la corona de la vida, imitando su fidelidad hasta la muerte.–Con el Salmo 149 proclamamos la victoria del amor de Dios sobre las infidelidades del hombre: «Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey. Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo, y adorna con la victoria a los humildes. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas; con vítores a Dios en la boca; es un honor para todos sus fieles»

Años pares

–1 Pedro 4,7-13: Sed buenos administradores de la múltiple gracia de Dios. Con respecto a la escatología, se proponen a los cristianos varias recomendaciones: prudencia, vigilancia en la oración, amor, hospitalidad, servicio a los demás... Hay diversidad de carismas y, por lo mismo, son muchos los servicios en la comunidad cristiana. Pero el don primero es el mismo Espíritu Santo, que se infunde en nuestros corazones y pone en ellos el amor (Rom 5,5). Él es el alma de todo servicio en la comunidad cristiana y humana. San Agustín escribe: «No se trata de saber cuánto amor se debe al hermano y cuánto a Dios; incomparablemente más a Dios que a nosotros mismos. Ahora bien, no podemos amarnos mucho a nosotros si no amamos mucho a Dios. Es, pues, con un mismo amor con el que amamos a Dios y al hermano; pero amamos a Dios por sí mismo, y a nosotros y al prójimo por Dios» (Tratado sobre la Santísima Trinidad 8,16). San León Magno dice:«Aunque es algo muy grande tener una fe recta y una doctrina sana, y aunque sean muy dignas de alabanza la sobriedad, la dulzura, la pureza, todas estas virtudes, sin embargo, no valen nada sin la caridad. Y ninguna conducta es fecunda, por muy excelente que parezca, si no está engendrada por el amor» (Sermón 48,6).–El Señor es Rey y tiene que reinar en todo y sobre todo por amor. Así, con amor, es como tenemos que corresponderle. Con el Salmo 95 cantamos ese reinado de Cristo: «Decid a los pueblos: el Señor es Rey. Él afianzó el orbe y no se moverá; Él gobierna a los pueblos rectamente. Alégrese el cielo y goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque. Delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra; regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad».–Marcos 11,11-26: Mi Casa se llama Casa de oración para todos los pueblos. Este evangelio muestra la profanación del templo, la falta de fe y de verdadera religiosidad en los que conducen a Israel; al mismo tiempo que encarece la dignidad del culto. La santidad de la liturgia cristiana celebrada en nuestros templos ha de ser cuidada como un valor supremo. Pero también en la Iglesia hay profanaciones e indignidades. San Jerónimo dice: «¡Oh, infelices de nosotros! ¡Somos dignos de ser llorados con todas las lágrimas del mundo! La casa de Dios es una cueva de ladrones... Donde están los ladrones allí está también la contratación. ¡Ojalá se leyera esto de los judíos y no también de los cristianos! Lo sentiríamos ciertamente por ellos, pero nos alegraríamos por nosotros. Mas también en muchos sitios, la Casa de Dios, la Casa del Padre, se convierte en casa de contratación. Veis con qué temblor os hablo.«La cosa es tan notoria, que no necesita explicación. Ojalá fuese algo oscuro, que no se entendiera bien. En muchos sitios la Casa del Padre es casa de negociación. Yo mismo, que os estoy hablando, así como cualquiera de vosotros, sea presbítero, diácono, u obispo, que fuera pobre ayer, y hoy sea rico, rico en la casa de Dios, ¿no os parece que ha convertido la Casa del Padre en casa de negociación? De éstos dice el Apóstol: “tienen la piedad por materia de lucro” (1 Tim 6,5). Así, pues, también el Apóstol habla de éstos.«Cristo es pobre; ruboricémonos. Cristo es humilde, avergoncémonos. Cristo fue crucificado, no reinó. Es más, fue crucificado para reinar. Venció al mundo no con la soberbia, sino con la humildad; venció al diablo no riendo, sino llorando; no azotó, sino que fue azotado; recibió bofetadas, mas Él no golpeó. Por tanto, imitemos también nosotros a nuestro Señor» (Comentario al Evangelio de San Marcos 11.11).

SÁBADO

Años impares

–Eclesiástico 51,17-27: Daré gracias al que me enseñó. Ben Sirá, el autor del Eclesiástico, termina su libro con este poema. En él da gracias al Señor por la búsqueda y adquisición de la Sabiduría. La búsqueda de Dios no es el resultado de un simple esfuerzo intelectual, sino que implica una conversión moral y un estilo de vida correcto. La Sabiduría no es un mero conjunto de doctrinas y pruebas, sino un don de Dios ofrecido, para establecer con Él una comunión de vida, y que solo puede ser recibido en la humildad, haciéndose Su discípulo. Esta Sabiduría que de Él procede es para los hombres un tesoro superior a todo. Escribe Lactancio:«Ni la religión puede andar separada de la sabiduría, ni la sabiduría de la religión, porque uno mismo es el Dios, que debe ser conocido, lo cual pertenece a la sabiduría, y el que debe ser honrado, que es cosa de la religión. Precede la sabiduría, le sigue la religión; lo primero es conocer a Dios, y después darle culto.«Así, en ambas cosas actúa una sola fuerza, aunque parezcan diversas. Una está en el pensamiento, la otra en la actuación. Son semejantes a dos ríos que brotan de una misma fuente. La fuente de la sabiduría y de la religión es Dios; del cual, si estos dos ríos se apartan, se secan necesariamente. Los que ignoran a Dios no pueden ser sabios, ni religiosos» (Instituciones divinas 4,4).–Con el Salmo 18 cantamos la ley del Señor, expresión maravillosa de su Sabiduría eterna: «La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandamientos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Más precioso que el oro, más que el oro fino; más dulce que la miel de un panal que destila».

Años pares

–Judas 17.20-25: Dios puede preservarnos de tropiezos y guardarnos sin mancha ante su gloria. Peligros siempre hay para la vida cristiana. Pero con la gracia de Dios, estamos guardados en su amor, y siempre podemos superarlos. Orígenes enseña:«Dios nos libra de las tribulaciones no solamente cuando las hace desaparecer, ya que dice el Apóstol “en mil maneras somos atribulados”, como si nunca nos hubiéramos de ver libres de ellas, sino cuando por la ayuda de Dios no somos abatidos al sufrir la tribulación» (Tratado sobre la Oración 30,1).Escribe Casiano:«Las ocasiones de contrariedad jamás nos faltarán mientras estemos en contacto con los hombres. Las hace inevitables el constante roce con ellos. Que no sean ocasión para evitar su compañía» (Instituciones 9).Y San Pedro Damiano: «Son dignos ciertamente de alabanza los designios de Dios, que inflige a los suyos castigos temporales para preservarlos de los eternos; que manda para elevar; que corta para curar; que mancha para ensalzar» (Carta 8,6).San Ambrosio: «Muchas son las tribulaciones, muchas las pruebas, y por tanto, muchas serán las coronas, ya que muchos son los combates. Te es beneficioso que haya muchos perseguidores, ya que, entre esta gran variedad de persecuciones, hallarás más fácilmente el modo de ser coronado» (Comentario al Salmo 118).Y San Cipriano: «Ésta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios; éstos, en la adversidad, se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan de la virtud, sino que nos afianzan en ella» (Sobre la inmortalidad 13).–Toda la vida del creyente está marcada por una tensión de futuro. Vive en este mundo, pero su pensamiento está en la vida eterna, en el gozo pleno de Dios. Así nos lo recuerda el Salmo 62: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. ¡Cómo te contemplaba en el Santuario, viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos».–Marcos 11,27-33: ¿Con qué autoridad haces esto? Jesús responde a esta pregunta de los jefes religiosos de Israel con una cuestión análoga a propósito de Juan Bautista. No se admite la acción salvífica de Jesús, porque la autoridad no le viene de la jerarquía de Israel. La argumentación de Jesús pone de manifiesto la irracionalidad de tal postura, llevando a sus contrincantes al absurdo.En efecto, si los judíos reconocían, ante la pregunta de Jesús, que el bautismo de Juan era de Dios, se mostraban entonces pecadores, pues lo habían rechazado; pero si decían que era de los hombres, el pueblo se les echaría encima, pues estimaba mucho a Juan Bautista. Ante este dilema, optan por el silencio: «no lo sabemos».Pero en este repliegue vergonzante se mantienen cerrados a la verdad. Y la verdad es que la acción salvífica de Dios no está a merced de la autoridad humana. Es de Dios y se manifiesta como Él elige, y a Él debemos obedecer y someternos.

 

SEMANA

 

DOMINGO

Entrada: «Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido. Mira mis trabajos y mis penas, y perdona todos mis pecados, Dios mío» (Sal 24,16-18).Colecta (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): «Señor, nos acogemos confiadamente a tu providencia, que nunca se equivoca; y te suplicamos que apartes de nosotros todo mal y nos conceda aquellos beneficios que pueden ayudarnos para la vida presente y la futura».Ofertorio (Veronense): «Señor, llenos de confianza en el amor que nos tienes, presentamos en tu altar esta ofrenda, para que tu gracia nos purifique por estos sacramentos que ahora celebramos».Comunión: «Yo te invoco, porque tú me respondes, Dios mío; inclina tu oído y escucha mis palabras» (Sal 16,6). «Os lo aseguro: cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido y la obtendréis, dice el Señor» (Mc 11,23-24).Postcomunión (Misal de París, de 1738): «Guía, Señor, por medio de tu Espíritu a los que has alimentado con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, y haz que, confesando tu nombre no solo de palabra y con los labios, sino con las obras y el corazón, merezcamos entrar en el Reino de los cielos».

CICLO A

La voluntad salvífica del Padre es universal, pero respeta nuestra libertad y nuestra decisión responsable, al mismo tiempo que nos asiste con su gracia para que nuestra respuesta pueda ser de fidelidad y de amor. La obra redentora de Cristo fue universal, expresando así la voluntad del Padre; a ella hemos de abrirnos con responsabilidad, humildad y amor, pues por amor y con amor se hizo, y también con dolor y sangre.Tenemos que definirnos. ¡Qué pena que muchos hombres, cerrándose a Cristo, rechacen el amor salvífico de Dios! ¡Qué pena también que los que hemos aceptado la salvación nos preocupemos tan poco de irradiarla a todos los hombres!–Deuteronomio 11,18.26-28: Mirad, os pongo delante maldición y bendición. Si escucháis... El mejor comentario es el de Clemente de Alejandría, que dice:«En el hombre, en efecto, está la elección, porque es libre; pero en Dios, porque es el Señor, está dar lo que se le pide. Ahora bien, Dios da a los que quieren y se esfuerzan con toda el alma, y piden, a fin de que su salvación resulte propia de ellos. Porque Dios no fuerza a nadie –la violencia es contraria a Dios–. Dios asiste a los que buscan, da a los que piden y abre a los que llaman a la puerta» (Sobre la salvación de los ricos 10).–Con el Salmo 30 decimos: «A ti, Señor, me acojo... Sé la Roca de mi refugio... Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia».–Romanos 3,21-25.28: El hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley. Todos los hombres necesitamos de la redención de Jesucristo, y solo por la fe la aceptamos y la podemos vivir fielmente. Comenta San Agustín:«Cristo vino a los enfermos; los halló a todos enfermos. Nadie presuma, pues, de su salud, no sea que el médico lo abandone. A todos los encontró enfermos; es afirmación del Apóstol: “todos, en efecto, pecaron y están privados de la gloria” (Rom 3,23). Halló a todos enfermos, pero eran de dos clases de enfermos. Unos se acercaban al médico, se adherían a Cristo, le escuchaban, le honraban, le seguían y se convertían. Él recibía a todos, sin repugnancia, para sanarlos, porque los sanaba gratuitamente, los sanaba con su omnipotencia... En cambio el otro género de enfermos, que habían perdido ya la razón a causa de su enfermedad e ignoraban que estaban enfermos, lo insultaron, porque recibía a los enfermos y dijeron a sus discípulos: “ved, qué maestro tenéis, que come con pecadores y publicanos» (Sermón 80,4).–Mateo 7,21-27: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena. Ni la mera piedad subjetiva, ni la falsa confianza en los dones de Dios, pueden sustituir en nosotros la vida de fe y de fidelidad responsable para alcanzar la salvación. Dice San Juan Crisóstomo:«No sólo se derrumba lo que se edifica sobre la arena, sino que el derrumbe va acompañado de gran desastre... No se trata aquí, en efecto, de cosa de poco más o menos, sino de la salvación del alma, de la pérdida del cielo y de los bienes eternos. Más aún: el que siga el mal, aun antes de estas pérdidas eternas, llevará acá la vida más miserable, entre continuas congojas, miedos, preocupaciones y combates. Lo cual nos dio a entender ya aquel varón sabio que dijo: “el impío huye, sin que nadie le persiga” (Prov 18,1). Son gentes que temen de su sombra, sospechan de amigos y enemigos, de sus esclavos, de sus conocidos y desconocidos. Antes, sí, del castigo eterno, ya sufren aquí suplicio extremo.«Todo eso quiso significar Cristo al decir: “y la ruina de aquella casa fue sobremanera grande”. Con lo que puso término conveniente a estos bellos preceptos suyos, persuadiendo aun a los más incrédulos a huir de la maldad, siquiera mirando al provecho presente. Porque, si bien es cierto que la razón de lo por venir es más alta, la otra es más eficaz para contener a los duros de corazón y apartarlos del mal» (Homilía 24 sobre San Mateo 4).

CICLO B

La trascendencia cristiana del domingo reclama una fuerte conciencia comunitaria, que nuestra sociedad neopaganizada está muy lejos hoy de poseer. Poco a poco amplios sectores cristianos están paganizando de nuevo el Día del Señor. Y esto, aunque muchos sean inconscientes de su gravedad, es en realidad inmoral y escandaloso. Inmoral porque se trata de quebrantar un precepto grave; escandaloso, porque fomenta un ambiente mundano y conformista, suficiente para arrastrar a los débiles de conciencia hacia la irreligiosidad masiva o la apostasía anticristiana.–Deuteronomio 5,12-15: Guarda el día del sábado, santificándolo, como el Señor tu Dios te ha mandado. No es Dios quien necesita de nuestro descanso o de  nuestra adoración. Lo necesitamos nosotros, para que no se ahogue nuestra fe y nuestra condición de hijos de Dios en el materialismo cotidiano de la vida. Escribe San Justino a mediados del siglo II:«Nos reunimos precisamente el día del Sol [Domingo], porque éste es el primer día de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia, y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos» (Apología I, 67).Y en el siglo IV exhorta la Didascalia:«Ya que sois miembros de Cristo, no os queráis separar de la Iglesia, faltando a la reunión. Teniendo a Cristo Cabeza presente y en comunicación con vosotros, de acuerdo con su promesa, no os tengáis en poco a vosotros mismos, y no dividáis, ni separéis su Cuerpo. No habéis de preferir las necesidades de vuestra vida a la Palabra de Dios; por el contrario, el domingo dejadlo todo y acudid a la Iglesia», esto es, a la asamblea litúrgica (Didascalia de los Apóstoles II, 59,2).–Con el Salmo 80 rendimos culto a Dios: «Aclamad a Dios, nuestra fuerza. Acompañad, tocad los panderos, las cítaras templadas y las arpas; tocad la trompeta por la luna nueva, por la luna llena, que es nuestra fiesta. Porque es una ley de Israel, un precepto del Dios de Jacob, una norma establecida para José, al salir de la tierra de Egipto. Oigo un lenguaje desconocido: Retiré mis hombros de la carga, y sus manos dejaron la espuerta; clamaste en la aflicción y te libré. No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero. Yo soy el Señor Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto».–2 Corintios 4,6-11: La vida de Jesús se manifiesta en nuestra carne mortal. En medio de un mundo pagano de increyentes, el genuino cristiano es siempre un ser consciente de su vinculación a Cristo y un testigo fiel de su vida. El verdadero apóstol de Jesús, entregado por entero a los demás, participa de la agonía de Cristo en su debilidad, pero al mismo tiempo recibe la fuerza y la luz del Resucitado de Pascua. Escribe San Gregorio de Nisa:«Considerando que Cristo es la Luz verdadera, sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la Luz verdadera. Los rayos del Sol de justicia son las virtudes que de Él emanan para iluminarnos... Y para que obrando en todo a plena luz, nos convirtamos también nosotros en Luz, y, según es propio de la Luz, iluminemos a los demás con nuestras obras» (Tratado sobre la ejemplaridad de los cristianos 3).San Agustín dice: «¿Quiénes son los que trabajan en la construcción de la Casa [la Iglesia]? Los dispensadores de los misterios de Dios. Todos nos esforzamos, todos trabajamos, todos construimos ahora; y también antes de nosotros se esforzaron, trabajaron y construyeron otros; pero si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Comentario al Salmo 126).–Marcos 2,23-3,6: El Hijo del Hombre es Señor también del sábado. El día del Señor ha sido instituido para la santificación de los hijos de Dios. No podemos reducirlo a un mero formalismo moral o ritualista, cifrado en la mera observancia material de un precepto.El concilio Vaticano II enseña: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día en que es llamado con razón “día del Señor” o Domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús, y den gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Pe 1,3). Por esto el Domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de suma importancia, puesto que el Domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico» (Sacrosanctum Concilium 106).

CICLO C

La Iglesia orante nos invita a extender nuestra mirada a todos los hombres, para ensanchar nuestro corazón de creyentes en Cristo, con la esperanza de una salvación sin fronteras.–1 Reyes 8,41-43: Cuando venga, Señor, un extranjero para rezar en este templo, escúchale desde el cielo. Salomón construyó la Casa del Señor, el Templo de Jerusalén, con un corazón abierto al amor universal de Dios, es decir, con la esperanza de que todos los hombres pudieran orar allí como hermanos. Esta universalidad pretendida solo tendrá realización plena en Cristo y en su Iglesia católica. San Agustín dice: «Nosotros somos la santa Iglesia. Pero no he dicho “nosotros” como si me refiriera solo a los que estamos aquí, a los que ahora me habéis oído. Lo somos cuantos, por la gracia de Dios, somos fieles cristianos en esta Iglesia, en esta ciudad, en esta región, en esta provincia y aún más allá del mar, y hasta en todo el orbe de la tierra... Tal es la Iglesia católica, nuestra verdadera Madre» (Sermón 213).San Cirilo de Jerusalén enseña: «La Iglesia se llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno a otro confín, y porque de un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de la fe que los hombres deben conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, de las celestiales o terrenas; también porque induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto los internos como los externos. Ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales» (Catequesis 18,23-25).–Con el Salmo 116 cantamos la universalidad del mensaje de Cristo, de su extensión a todos los hombres: «Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre».La catolicidad de la Iglesia se afirma también continuamente en la liturgia, que no se centra en el «yo», sino en el «nosotros». Nosotros oramos, nosotros damos gracias al Señor y lo alabamos, nosotros pedimos por todos los hombres. Si hemos de ser verdaderos hijos de Dios, todo en nosotros ha de ser universal, es decir, católico. «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de su verdad» (1 Tim 2,4).–Gálatas 1,1-2.6-10: Si quisiera agradar a los hombres, no sería servidor de Cristo. Para San Pablo, apóstol de los gentiles, un Evangelio que no sea universal, que no ofrezca la salvación a todos los hombres, es «otro» evangelio, no el de Jesucristo. Así lo enseña el Vaticano II:«Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo pueblo de Dios. Por lo cual, este pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse en todo el mundo y en todos los tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad de Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza humana, y a sus hijos que estaban dispersos, determinó luego congregarlos (Jn 11,52). Para esto envió Dios a su Hijo, a quien constituyó heredero de todo (Heb 1,2), para que sea Maestro, Rey y Sacerdote de todos, Cabeza del pueblo nuevo y universal de los hijos de Dios...«Así, pues, el único Pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra, pues de todas ellas reúne sus ciudadanos, y éstos lo son de un reino no terrestre, sino celestial... Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor, con el que la Iglesia Católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad con todos sus bienes bajo Cristo Cabeza, en la unidad del Espíritu» (Lumen Gentium 13).–Lucas 7,1-10: Ni en Israel he encontrado tanta fe. El Corazón del Redentor no aceptó fronteras, ni religiosas ni mentales, ni sociales. La fe auténtica no es patrimonio de una institución, sino una actitud profunda del alma, que se eleva personalmente al Misterio de Cristo. Esta fe es la que aparece hoy en la lectura evangélica. San Ambrosio dice: «Es hermoso que, después de haber dado sus preceptos, [Cristo] nos enseña cómo hemos de conformarnos con ellos. En efecto, inmediatamente, es presentado al Señor el siervo de un centurión pagano para ser curado. Él es una figura del pueblo gentil, que estaba retenido por las cadenas de la esclavitud del mundo, enfermo de pasiones mortales, y que el beneficio del Señor había de curar. Y al decir que “estaba a punto de morir”, no se equivoca el evangelista; pues, efectivamente, estaba a punto de morir, si Cristo no lo hubiese curado. Ha cumplido, pues, el precepto con su caridad celestial, amando a sus enemigos hasta arrancarlos de la muerte e invitarlos a la esperanza de la salvación eterna...«Observa cómo la fe da un título para la curación. Advierte también que, aun en el pueblo gentil, hay penetración del misterio... “Ni siquiera en Israel he encontrado una fe semejante”. La fe de este hombre la antepone a la de aquellos elegidos que ven a Dios (Israel se interpretaba “el que ve a Dios”) » (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, V, 83,85 y 87).

LUNES

Años impares

–Tobías 1,1-2.2,1-9: Tobías temía a Dios más que al rey. La Escritura presenta a Tobías, exilado en Nínive, lejos de su patria, como modelo de las grandes virtudes que ha de practicar un siervo de Dios. En medio de un país hostil, Tobías, con gran caridad, arriesga su vida para enterrar a sus compatriotas, víctimas de la persecución. La caridad , como Casiano enseña, da una gran fortaleza de ánimo:«El alma fundada en la caridad perfecta, se eleva necesariamente a una grado más excelente y más sublime, al temor del amor. Y esto no deriva del pavor que causa el castigo, ni del deseo de la recompensa. Nace de la grandeza misma del amor. Es esa amalgama de respeto y afecto filial, en que se unen la reverencia y la benevolencia que un hijo tiene hacia un padre benigno, el hermano hacia su hermano, el amigo hacia su amigo, la esposa hacia su esposo. No recela los golpes ni reproches. Lo único que teme es herir el amor con el más leve roce o herida. En toda acción, en toda palabra, se echa de ver la piedad y solicitud con que procede. Teme que el fervor del amor se enfríe con lo más mínimo» (Colaciones 11).–El Salmo 111 es un elogio del justo. Coincide perfectamente con la lectura anterior sobre Tobías: «Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y abundancia, su caridad es constante, sin falta. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará; su recuerdo será perpetuo».

Años pares

–2 Pedro 1,1-7: Nos ha dado Dios los bienes prometidos, con los que podéis participar de su mismo ser. Los bienes recibidos de parte de Dios tienen como objeto hacernos partícipes de la naturaleza divina. Por tanto, hemos de ser fieles a la fe y a las virtudes cristianas, como dice San León Magno: «Reconoce ¡oh cristiano! tu dignidad, pues participas de la naturaleza divina (2 Pe 1,4), y no vuelvas a la antigua vileza con una vida depravada. Recuerda de qué Cabeza y de qué Cuerpo eres miembro. Ten presente que, arrancado al poder de las tinieblas (Col 1,13), se te ha trasladado al reino y claridad de Dios. Por el sacramento del Bautismo, te convertiste en templo del Espíritu Santo. No ahuyentes a tan escogido huésped con acciones pecaminosas, no te entregues otra vez como esclavo al demonio, pues has costado la sangre de Cristo, que te redimió según su misericordia, y te juzgará conforme a la verdad» (Sermón 21,3).–En Jesucristo se han hecho realidad las promesas. En Él Dios se entregó totalmente, constituyéndose para nosotros en la causa de salvación. Éste es el motivo mayor de nuestra confianza: que Dios está con nosotros y es nuestro refugio y fortaleza. Así lo proclamamos con el Salmo 90: «Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, Alcázar mío, Dios mío, confío en Ti. Se puso junto a Mí, lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación. Lo defenderé, lo glorificaré; lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación».–Marcos 12,1-12: Agarraron al hijo querido, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. La parábola de los viñadores homicidas es una clara profecía de la Pasión del Señor. Bien lo dice San Ireneo:«Fue Dios quien plantó la viña del género humano, cuando creó a Adán y cuando eligió a los patriarcas. Después la confió a los viñadores por medio de la legislación de Moisés. La rodeó con un seto, es decir, delimitó la tierra que tenían que cultivar. Edificó una torre, es decir, eligió a Jerusalén. Cavó un lagar, cuando preparó el receptáculo de la palabra profética; y así envió profetas antes del exilio en Babilonia, y otros después del exilio, más numerosos que los primeros, para recabar los frutos con las palabras siguientes:«Esto dice el Señor: “Enmendad vuestros caminos y vuestras costumbres; juzgad con juicio justo; tened compasión y misericordia cada uno con su hermano; no oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero y al pobre; que nadie conserve en su corazón el recuerdo de la malicia de su hermano; no améis el juramento falso”...«Cuando los profetas predicaban esto, reclamaban el fruto justo. Pero, como no les hacían caso, al fin envió a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, al cual mataron los colonos malos y lo arrojaron fuera de la viña –no ya cercada, sino extendida por todo el mundo–, y la entregó a otros colonos que dieran sus frutos a sus tiempos. La torre de elección sobresale magnífica por todas partes, ya que en todas partes resplandece la Iglesia. En todas partes se ha cavado un lagar, pues en todas partes se encuentran quienes reciben el Espíritu. Y puesto que aquellos rechazaron al Hijo de Dios y lo echaron, cuando lo mataron, fuera de la viña, justamente los rechazó Dios a ellos, confiando el cuidado de los frutos a las gentes que estaban fuera de la viña...«Uno y el mismo es Dios Padre, que plantó la viña, que sacó al pueblo, que envió a los profetas, que envió a su propio Hijo, que dio la viña a otros colonos para que le entregaran el fruto a su tiempo» (Contra las herejías IV, 36,2).

MARTES

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–Tobías 2,10-23: Tobías no se abatió a causa de la ceguera. La piedad de Tobías para con los difuntos le lleva a un gran cansancio, y éste le ocasiona un accidente, por el que pierde la vista. Él persevera en el temor de Dios durante la prueba, lo mismo que Job, a pesar de las dificultades. Grande es la fortaleza de la paciencia. San Cipriano escribe: «La paciencia es la que nos recomienda y guarda para Dios; ella modera nuestra ira, frena la lengua, dirige nuestro pensar, conserva la paz, endereza la conducta, doblega la rebeldía de la pasión, reprime el tono del orgullo, apaga el fuego de los enconos, contiene la prepotencia de los ricos, alivia la necesidad de los pobres, protege la santa virginidad de las doncellas... «La paciencia mantiene en humildad a los que prosperan, hace fuertes en la adversidad, y sufridos frente a las injusticias y afrentas. Enseña a perdonar enseguida a quienes nos ofenden, y a rogar con constancia e insistencia cuando hemos ofendido. Nos hace vencer en las tentaciones, nos hace tolerar las persecuciones, nos hace consumar el martirio. Es la que fortifica sólidamente los cimientos de nuestra fe, levanta en alto nuestra esperanza... Nos lleva a perseverar como hijos de Dios, y a imitar al mismo Dios» (Sobre la paciencia 20).–Hay momentos difíciles, en los que el justo es especialmente probado. En Dios tenemos nuestro apoyo entonces, como lo tuvo Tobías, y como lo afirma en oración el Salmo 111: «Dichoso el que teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. No temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor; su corazón está seguro, sin temor, hasta ver derrotados a sus enemigos. Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad».

Años pares

–2 Pedro 3,12-15.17-18: Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva. Hay que aguardar con una vida santa el día de la venida del Señor, cuando será renovada la creación y reinará la justicia. Necesitamos de una fe profunda, que mantenga siempre viva la esperanza. Solo el pecado nos separa de Dios y nos mantiene alejados del día del Señor. El amor, la justicia, la libertad, la igualdad... son valores que aportamos a un orden definitivo y eterno. Por tanto, en medio de muchas dificultades, con la ayuda de la gracia, debemos ejercitar el bien con toda esperanza. Así lo exhorta San Juan Crisóstomo: «No desesperéis nunca. Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción, cuando las cosas van bien, y la desesperación después de la caída; éste segundo es mucho más terrible» (Homilía sobre la penitencia).Y San Gregorio Magno: «Estáis viendo en la Iglesia a muchos cuya vida no debéis imitar; pero tampoco habéis de desesperar de ellos. Hoy vemos lo que son, pero ignoramos lo que será cada uno el día de mañana. A veces, vemos que el que viene detrás de nosotros, llega por su industria y agilidad, ayudado por la gracia divina, a adelantarnos en las obras buenas, y apenas podemos seguir mañana al que nos parecía aventajar ayer. Cuando Esteban murió por la fe, Saulo guardaba los vestidos de los que lo apedreaban» (Homilía 19 sobre los Evangelios).–Ante la seguridad de la venida del Señor meditamos la brevedad de la vida, con el Salmo 89: «Señor, Tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes o fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre, tú eres Dios. Tú reduces al hombre a polvo, diciendo: “retornad, hijos de Adán”. Mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vela nocturna. Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan. Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo; que tus siervos vean tu acción y sus hijos, tu gloria».–Marcos 12,13-17: Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios, a Dios. Los enemigos de Jesús le ponen trampas para cogerlo; pero Él hace caer a sus adversarios en la misma trampa que le han tendido. El Maestro nos enseña que debemos obedecer a los que nos gobiernan, cuando lo hacen según la ley moral.San Hilario de Poitiers comenta: «¡Oh respuesta verdaderamente admirable y claridad absoluta de la palabra celestial! Todo está allí medido, entre el desprecio del mundo y la ofensa al César (Mt 22,21). Declarando que es necesario “dar al César lo que es del César”, libra a los espíritus consagrados a Dios de toda preocupación y deber humano. En efecto, si nada de lo que pertenece al César se retiene en nuestras manos, nosotros no quedamos ligados por la obligación de devolverle las cosas que son suyas.«Si, por el contrario, nos dedicamos a sus cosas y nos sometemos al cuidado del patrimonio ajeno, no es injusticia devolver al César lo que es del César, y tener que dar a Dios las cosas que son suyas: el cuerpo, el alma, la voluntad.«Es Dios, en efecto, quien da y acrecienta todos los bienes que tenemos y, por consiguiente, es completamente justo devolver todo esto a Él; a quien, según se nos recuerda, debemos su origen y progreso» (Comentario al Evangelio de San Mateo 23,2).

MIÉRCOLES

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–Tobías 3,1-11.24-25: Llegaron las oraciones de los dos a la presencia del Altísimo. El anciano Tobías ruega al Señor con humildad y arrepentimiento, en tanto que en otro lugar, una de sus compatriotas, Sara, insultada por una criada, se entrega al ayuno y a la oración. Dios atiende las súplicas de ambos, y les envía al arcángel San Rafael. Grande es el poder de la oración. San Juan Crisóstomo dice: «La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella, nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos inefables; por ella nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios anhelos, y recibe unos bienes que superan todo lo natural y visible... La oración viene a ser una venerable mensajera nuestra ante Dios; alegra nuestro espíritu, confirma nuestro ánimo» (Homilía 6 sobre la Oración).–Por encima de todo, sobre las maquinaciones contra los justos, está la providencia de Dios, que los cuida y dirige. Esta seguridad es la que provoca en ellos una esperanza sólida, aun en medio de muchas y graves dificultades. No se ven defraudados jamás. Dios les guía.Por eso hemos de abandonarnos en Él con absoluta confianza. A esto nos ayuda el Salmo 24: «A ti, Señor, levanto mi alma, Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos; pues los que esperan en ti no quedan defraudados, mientras que el fracaso malogra a los traidores. Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y salvador. Recuerda, Señor, que tu ternura y misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. El Señor es bueno y recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña sus camino a los humildes».

Años pares

–2 Timoteo 1,1-3,6-12: Aviva el fuego de la gracia de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos. Nuestra vocación no depende de las propias obras buenas, sino de los designios eternos de Dios, verificados en el misterio de Cristo. El sacerdocio, concretamente, es una dignidad altísima, que sobrepasa los límites de la naturaleza humana, y que solo puede ser recibido como don de Dios. Escribe San Juan Crisóstomo:«El sacerdocio, si es cierto que se ejerce en la tierra, sin embargo, pertenece al orden de la instituciones celestes, y con mucha razón. Porque no fue un hombre, ni un ángel o arcángel, ni otra potestad creada, sino el Paráclito mismo quien consagró este ministerio e hizo que hombres, vestidos aún de carne, pudieran ejercer oficio de ángeles. Por lo cual el sacerdote ha de ser tan puro, como si se hallase en los cielos en medio de aquellas angélicas potestades.«Cierto que lo que precedió a la economía de la gracia fueron cosas formidables... el humeral, la tiara, el turbante, las vestiduras elegantes, la lámina de oro, el santo de los santos... Pero si consideramos los misterios de la gracia, veremos qué poco vale todo aquel aparato del temor y espanto, y cómo aquí también se cumple lo que de la ley general dijo el Apóstol San Pablo: “aquello que fue glorioso en cierto aspecto ya no sigue siéndolo, en comparación con esta gloria preeminente” (2 Cor 3,10)» (Sobre el Sacerdocio 3,1-8).– Desde lo más profundo de nuestra humildad, en medio de este mundo grandioso de la gracia, levantamos con el Salmo 122 los ojos al Señor, de quien viene todo auxilio: «A ti, Señor, levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Como están los ojos de los esclavos, fijos en las manos de sus señores; como están los ojos de la esclava, fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia».–Marcos 12,18-27: Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Cristo siempre salió victorioso de las dificultades que le ponían sus enemigos. Ahora a los saduceos les da una gran lección sobre la resurrección. La esperanza en la resurrección es la verdadera fuerza capaz de ordenar todas las realidades humanas en una escala de valores eternos. San Juan Crisóstomo comenta:«“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. No es Dios –les dice– de quienes no existen, de quienes absolutamente han desaparecido y que no han de levantarse más. Porque no dijo: “Yo era”, sino: “Yo soy”, es Dios de quienes existen y viven. Porque a la manera que Adán, si bien estando vivo el día que come del árbol prohibido, muere por sentencia divina, así éstos, aun cuando han muerto, viven por la promesa de la resurrección... Y aún sabe el Señor de otra clase de muertos, sobre los que dice: “dejad que los muertos entierren a los muertos”.«Las gentes que lo oyeron quedaron maravilladas de su doctrina. Los saduceos, entonces, se retiran derrotados. Las muchedumbres, ajenas a todo partidismo, sacan fruto. Por tanto, ya que tal es la resurrección, hagamos todo lo posible a fin de obtener en ella los primeros puestos» (Homilía 70, 3, sobre San Mateo).

JUEVES

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–Tobías 6,10-11; 7,9-17; 8,4-10: Os ha traído Dios a mi casa para que mi hija se case contigo. La grandeza del matrimonio ya se muestra en el Antiguo Testamento; pero es en el Nuevo donde el Verbo encarnado, «nacido de mujer» (Gál 4,4), va a darle la plenitud de su dignidad. Por su vida en Nazaret, en la sagrada Familia, consagra la familia tal como había sido preparada desde el comienzo del mundo. Pero nacido de Madre Virgen, y viviendo Él mismo en virginidad, da testimonio de un valor todavía superior al matrimonio. Tertuliano, hacia el 200, veía así la dignidad del matrimonio cristiano:«No hay palabras para expresar la felicidad de un matrimonio que la Iglesia une, que la oblación divina confirma, que la bendición consagra, que los ángeles registran y que el Padre ratifica. En la tierra no deben los hijos casarse sin el consentimiento de sus padres.«¡Qué dulce es el yugo que une a dos fieles en una misma esperanza, en una misma ley, en un mismo servicio! Los dos son hermanos, los dos sirven al mismo Señor, no hay entre ellos desavenencia alguna, ni de carne ni de espíritu. Verdaderamente “son dos en una misma carne”; y donde la carne es una, el espíritu es uno. Rezan juntos, adoran juntos, ayunan juntos, se enseñan el uno al otro, se animan el uno al otro, se soportan mutuamente.«Son iguales en la Iglesia, iguales en el banquete de Dios. Comparten por igual las penas, las persecuciones, las consolaciones. No tienen secretos el uno para el otro; nunca rehuyen la compañía mutua; jamás son causa de tristeza el uno para el otro... Cantan juntos los salmos e himnos. En lo único que rivalizan entre sí es en ver quién de los dos lo hace mejor.«Cristo se regocija viendo a una familia así, y les envía su paz. Donde están ellos, allí está también Él presente; y donde está Él, el maligno no puede entrar» (Ad uxorem 2,8).–A la lectura anterior conviene perfectamente el Salmo 127: «Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Tu mujer como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo alrededor de tu mesa. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida».

Años pares

–2 Timoteo 2,8-15: La palabra de Dios no está encadenada. Si morimos con Él, viviremos con Él. San Pablo invita a Timoteo a recordar la Buena Nueva que de él mismo recibió, y a causa de la cual el Apóstol sufre cadenas. Hay que permanecer fieles a la verdad, que es única en medio de innumerables errores. Esta fidelidad no es posible sin cruz, como tampoco es posible participar de la cruz sin participar de la resurrección. Comenta San Agustín:«Quienquiera que seas tú, que pones tu gloria más en el poder que en la humildad, recibe este consuelo, aduéñate de este gozo: el que fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato y fue sepultado, resucitó al tercer día de entre los muertos. Quizá también aquí te entren dudas, quizá tiembles. Cuando se te dijo: “cree que ha nacido, que padeció, que fue crucificado, muerto y sepultado”; como se trataba de un hombre, lo creíste más fácilmente. ¿Y dudas ahora, oh hombre, que se te dice: “resucitó de entre los muertos al tercer día”?«Pongamos un ejemplo, entre tantos otros posibles. Piensa en Dios, considera que es todopoderoso, y no dudes. Si pudo hacerte a ti de la nada cuando aún no existías, ¿por qué no iba a poder resucitar de entre los muertos a un hombre que ya había hecho? Creed, pues, hermanos. Cuando está de por medio la fe, no se precisan muchas palabras.«Ésta es la única creencia que distingue y separa a los cristianos de los demás hombres. Que murió y fue sepultado, hasta los paganos lo creen ahora; y a su tiempo lo presenciaron los judíos. En cambio, que resucitó de entre los muertos al tercer día, eso no lo admite ni el judío ni el pagano. Así, pues, la resurrección de los muertos distingue la vida que es nuestra fe de los muertos incrédulos. También el Apóstol Pablo, escribiendo a Timoteo, le dice: “acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos (2 Tim 2,8).«Creamos, pues, hermanos, y esperemos que se cumpla en nosotros cuanto creemos que tuvo lugar en Jesucristo. Es Dios quien promete. Y Él no engaña» (Sermón 215).–El Evangelio del Señor ha de transmitirse con toda fidelidad, gracias a la asistencia del Espíritu Santo. Pedimos esta fidelidad con el Salmo 24: «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos. El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza».–Marcos 12,28-34: Éste es el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste. Jesús responde a una consulta que le hacen, y afirma la primacía de la ley del amor a Dios y al prójimo. El cumplimiento de estos mandatos supera todas las prácticas externas de religión. Este amor a Dios y al prójimo es el impulso fundamental de la vida cristiana. San Ireneo escribe: «Que no era en la prolijidad de la ley, sino en la sencillez de la fe y el amor, como la humanidad debía ser salvada, lo dice Isaías (10,22-23). Y también el apóstol San Pablo: “el amor es la plenitud de la Ley” (Rom 13,10), porque el que ama a Dios ha cumplido la Ley. Pero, sobre todo es enseñanza del Señor (Mc 12,30). Así  pues, gracias a la fe en Él ha aumentado nuestro amor a Dios y al prójimo, nos ha hecho piadosos, justos y buenos. Y así, en Él, se ha cumplido su palabra en el mundo» (Demostración de la predicación apostólica  87).

VIERNES

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–Tobías 11,5-17: Si antes me castigaste, ahora me has salvado y puedo ver a mi hijo. Regresa el hijo de Tobías con su esposa. Sanación del padre. Acción de gracias. El hombre justo, que vive siempre alabando a Dios, proclama que es el Señor quien castiga y quien salva, y permanece en una continua acción de gracias. Escribe Casiano:«Cuando el alma recuerda los beneficios que antaño recibió de Dios, y considera aquellas gracias de que la colma en el presente, o cuando dirige su mirada al porvenir, sobre la infinita recompensa que prepara el Señor a quienes le aman, le da gracias en medio de transportes de alegría» (Colaciones 9).Y San León Magno:«El cielo y la tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos, nos hablan de la bondad y omnipotencia del que los ha creado, y la admirable belleza de los elementos puestos a nuestro servicio exige de la criatura racional el justo tributo de la acción de gracias» (Sermón  44,1).En la Santa Misa es donde se da a Dios por sus beneficios una acción de gracias  de valor infinito y que a Él le complace.–Sentimos diariamente el cuidado amoroso de Dios en nuestra vida. Esto despierta nuestra alma a una inefable alabanza, que ahora hacemos con el Salmo 145: «Alaba, alma mía, al Señor; alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista. Él mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza los que se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda, y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad».

Años pares

–2 Timoteo 3,10-17: El que se propone vivir como buen cristiano será perseguido. San Pablo recuerda sus propios sufrimientos por Cristo, y exhorta una vez más a guardar fidelidad, buscando fuerza en la lectura de las Sagradas Escrituras. La vida cristiana ha de estar sellada con el signo de la cruz, que es su mayor garantía de autenticidad. Una vida que camina hacia la perfección pasará necesariamente por el trance de la persecución. Pero el yugo del Señor es suave y su carga ligera (Mt 11,30). Comenta San Agustín:«Observen que los que aceptaron ese yugo con cerviz intrépida, y aceptaron esa carga con hombros magnánimos, se ven probados por tantas dificultades de este siglo, que no parecen llamados del trabajo al descanso, sino del descanso al trabajo. Por eso el Apóstol dice: “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo, padecerán persecución” (2 Tim 3, 12). Dirá, pues, alguno: “¿y cómo entonces es suave el yugo y la carga leve, puesto que el llevar ese yugo y esa carga no es otra cosa que vivir piadosamente en Cristo?... Bajo ese yugo suave y esa carga leve, oímos decir al Apóstol: “en todo nos comportamos como ministros de Dios, con mucha paciencia, en tribulaciones, necesidades, angustias, golpes” (2 Cor 6,4).«Pues bien, todas esas asperezas y quebrantos que cita las padeció con frecuencia y abundancia, pero le asistía el Espíritu Santo, y éste, en la corrupción del hombre exterior, renovaba al interior de día en día, y le daba a gustar el reposo espiritual en la abundancia de las delicias de Dios, suavizando todo lo presente en la esperanza de la bienaventuranza futura y aligerando todo lo pesado. He ahí cómo llevaba el suave yugo de Cristo y la carga leve» (Sermón 70,1-2).–El Salmo 118 nos enseña que los mandatos del Señor son motivo de paz y de sosiego en medio de las tribulaciones: «Muchos son los enemigos que me persiguen, pero yo no me aparto de tus preceptos. El compendio de tu palabra es la verdad, y tus justos juicios son eternos. Los nobles me perseguían sin motivo, pero mi corazón respetaba tus palabras. Mucha paz tienen los que aman tus leyes y nada los hace tropezar. Aguardo tu salvación, Señor, y cumplo tus mandatos. Guardo tus decretos y tú tienes presentes mis caminos».–Marcos 12,35-37: ¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David? Si Cristo está sentado a la derecha del Padre, eso significa que es divino, de la misma naturaleza del Padre. Y Cristo, en efecto, es Hijo de Dios, pues David en el Salmo 109 lo llama «su Señor». San León Magno dice:El Verbo divino, «aunque hizo suya nuestra misma debilidad, no por esto se hizo partícipe de nuestros pecados. Tomó la condición de esclavo, pero libre de la malicia del pecado, ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel anonadamiento suyo fue una dignación de su misericordia, no una falta de poder. Por tanto, el mismo que, permaneciendo en su condición divina, hizo al hombre, es el mismo que se hace hombre, tomando la condición de esclavo» (Carta 28, 3-4).

SÁBADO

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–Tobías 12,1.5-15.20: Vuelvo al que me envió. Vosotros bendecid al Señor. Antes de retornar a Dios, el ángel Rafael exhorta a toda la familia de Tobías a que sigan siendo fieles a la oración y perseveren en las buenas obras. Finalmente, les da a conocer su propia identidad. Alabemos también nosotros al Señor, démosle gracias por el ministerio de sus ángeles, y proclamemos sus inmensas maravillas para con nosotros. Dice San Juan Crisóstomo:«“Lo primero, doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo” (Rom 1,8). Exordio propio de un alma dichosa, que puede ser útil a todos para ofrecer a Dios los comienzos de sus buenas obras y palabras; y no sólo las suyas, sino también las ajenas hechas rectamente. Acción de gracias que hace el alma limpia y libre de toda envidia. Y que atrae mayor benevolencia para los que muestran su gratitud...«Conviene que den gracias no sólo los ricos, sino también los pobres, no sólo los sanos, sino también los enfermos; no sólo los que tienen prosperidad, sino aquellos a quienes son adversas las cosas. Dar gracias a Dios cuando todo marcha bien no es de admirar, pero sí es admirable cuando peligra la nave y se levanta una tormenta. Por eso fue premiado Job y tapó la boca imprudente del diablo. Él mostró claramente que, cuando las cosas marchaban bien, no daba gracias a Dios por las riquezas, sino por el amor de Dios. Y mira tú  por qué da gracias Pablo: no por el poder, ni por el imperio, ni por la gloria, pues todo esto no es digno de aprecio, sino por aquellas cosas que son realmente buenas: la fe, la libertad en el hablar» (Comentario a la Carta a los Romanos).–Alabamos al Señor por tantos beneficios recibidos con el mismo himno del anciano Tobías: «Bendito sea Dios, que vive eternamente. El azota y se compadece, hunde hasta el abismo y saca de él, y no hay quien escape de su mano. Veréis lo que hará con vosotros, le daréis gracias a boca llena, bendeciréis al Señor de la justicia, y ensalzaréis al Rey de los siglos. Yo le doy gracias en mi cautiverio, anuncio su grandeza y su poder a un pueblo pecador. Convertíos, pecadores, obrad rectamente en su presencia: quizá os mostrará benevolencia y tendrá compasión»

Años pares

–2 Timoteo 4,1-8: Proclama la Palabra. Yo estoy a punto de ser sacrificado y el Señor me premiará con la corona merecida. El Apóstol, ya anciano, quiere que su colaborador sea fiel a su misión de evangelizador. Comenta San Agustín:El Señor, «siendo justo, le dará como retribución la corona merecida (2 Tim 4,8), cosa que no hizo antes. Pues, oh Pablo, antes Saulo, si, cuando perseguías a los santos de Cristo, cuando guardabas los vestidos de los que lapidaron a Esteban, hubiera el Señor ejercitado sobre ti el juicio, ¿dónde estarías? ¿Qué lugar podría encontrarse en lo más hondo del infierno, proporcionado a la magnitud de tu pecado? Pero entonces no te retribuyó como merecías, para hacerlo ahora. «En tu Carta hemos leído lo que dices acerca de tus primeras acciones. Gracias a ti las conocemos. Tú dijiste: “yo soy el último de los apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol”. No eras digno, pero Él te hizo serlo. No te retribuyó como merecías, puesto que concedió un honor a quien era indigno de Él, merecedor más bien del suplicio. “No soy digno, dice, de ser llamado apóstol”. ¿Por qué? “Porque perseguí a la Iglesia de Dios”. Y si perseguiste a la Iglesia de Dios, ¿cómo es que eres apóstol? “Por la gracia de Dios soy o que soy” (1 Cor 15,10). Yo no soy nada. Lo que soy, lo soy por la gracia de Dios» (Sermón 298,4).–En la lectura anterior, Pablo suplica para el futuro, da gracias por el pasado y pone en el presente su confianza en Dios. La corona merecida es el futuro, el recuerdo del auxilio del Señor es su historia pasada, toda ella pura gracia. También nosotros, que tantos beneficios hemos recibido de Dios, le alabamos con el Salmo 70: «Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria todo el día. No me rechaces ahora en la vejez; me van faltando las fuerzas, no me abandones. Yo seguiré esperando, redoblaré tus alabanzas, mi boca cantará tu auxilio y todo el día tu salvación. Cantaré tus proezas, Señor mío, narraré tu victoria toda entera. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. Yo te daré gracias, Dios mío, con el arpa, por tu lealtad; tocaré para ti la cítara, Santo de Israel».–Marcos 12,38-44: Esa pobre viuda ha echado más que nadie. De los mismos dones que el Señor nos ha dado, demos generosamente a Dios. Él es un buen pagador. Así nos lo asegura San Juan Crisóstomo:«“El oro que piensas prestar, dámelo a Mí, que te pagaré con mayor rédito y más seguro. El cuerpo que piensas alistar a la milicia de otro, alístalo a la mía, porque yo soy superior a todos en la retribución”...«Su amor es grande. Si deseas prestarle, Él está dispuesto. Si quieres sembrar, Él vende la semilla; si construir, Él está diciendo: “edifica en mis solares”. ¿Por qué corres tras los hombres, que nada pueden? Corre en pos de Dios que, por cosas pequeñas, te da otras que son grandes» (Homilía 76 sobre San Mateo).

SEMANA 10

 

DOMINGO

Entrada: «El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida: ¿quién me hará temblar? Ellos, mis enemigos y adversarios, tropiezan y caen» (Sal 26,1-2).

Colecta (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): «¡Oh Dios!, fuente de todo bien, escucha sin cesar nuestras súplicas, y concédenos, inspirados por ti, pensar lo que es recto y cumplirlo con su ayuda».

 Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense): «Mira complacido, Señor, nuestro humilde servicio, para que esta ofrenda te sea agradable y nos haga crecer en el amor».

Comunión: «Señor, mi Roca, mi Alcázar, mi Libertador, mi Fuerza salvadora, mi Baluarte» (Sal 17,3); o bien: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16).

 Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): «Padre de misericordia, que la fuerza curativa de tu Espíritu en este sacramento sane nuestras maldades y nos conduzca por el camino del bien».

 

Ciclo A

Cristo vino a llamar a los pecadores. Él es infinitamente misericordioso y no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y se salve. La Misa de hoy nos lo muestra con el texto evangélico y el del profeta Oseas. Para esto necesitamos fe, como enseña San Pablo en la segunda lectura, la fe en la muerte y resurrección del Señor. La liturgia de este Domingo nos enseña a que suba hasta Dios el homenaje de su amor y su confianza. Dios es la fuente de todo bien, como se dice en la colecta, y nos ha dado a conocer su ser íntimo: «Dios es amor».

Oseas 6,3-6: Quiero misericordia y no sacrificio. San Agustín explica la importancia del perdón:

«Centraos, hermanos míos, en el amor que la Escritura alaba de tal manera que admite que nada puede comparársele. Cuando Dios nos exhorta a que nos amemos mutuamente, ¿acaso te exhorta a que ames solamente a quienes te amen a ti? Este es un amor de compensación, que Dios no considera suficiente. Él quiso que se llegara a amar a los enemigos (Mt 5,44-45). Quien te enseñó a orar es quien ruega por ti, puesto que eras culpable. Salta de gozo, porque entonces será tu juez quien ahora es tu abogado. Dado que tendrás que orar y defender tu causa con pocas palabras, has de llegar a aquellas: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt 6,12) (Sermón 386,1).

–Con el Salmo 49 decimos: «Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios». Este Salmo es algo más que una simple, pero durísima requisitoria contra la hipocresía de ciertas prácticas religiosas que carecen de sentido, porque no tienen el aliento vital del espíritu. El sacrificio que Dios quiere es el de la alabanza, o lo que es lo mismo, que el hombre integre en sus sacrificios y ofrendas su misma persona, todo lo que él es.

        Romanos 4,18-25: Fue confortado en la fe por la gloria dada a Dios. Somos obra de Dios no sólo en cuanto justos. San Agustín dice:

«Conservemos esta justificación en la medida en que la poseamos, aumentémosla en la proporción que requiere su pequeñez para que sea plena... Todo proviene de Dios, sin que esta afirmación signifique que podamos echarnos a dormir o que nos ahorremos cualquier esfuerzo o hasta el mismo querer. Si tú no quieres, no residirá en ti la justicia de Dios. Pero aunque la voluntad no es sino tuya, la justicia no es más que de Dios. La justicia de Dios puede existir sin tu voluntad.. Serás obra de Dios, no sólo por ser hombre... Quien te hizo sin ti, no te santificará sin ti... La participación en los dolores de Cristo será tu fuerza» (Sermón 169,13).

Mateo 9,9-13: No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. La conversión de San Mateo es una gran enseñanza siempre actual. Todos somos pecadores. Comenta San Efrén:

«Él escogió a Mateo el publicano (Mt 9,9-13) para estimular a sus colegas a venirse con él. Él ve a los pecadores y los llama, y les hace sentarse a su lado. ¡Espectáculo admirable; los ángeles están de pie temblando, mientras los publicanos, sentados, gozan; los ángeles temen, a causa de su grandeza, y los pecadores comen y beben con Él; los escribas rabian de envidia y los publicanos exultan y se admiran de su misericordia!

«Los cielos viven este espectáculo y se admiran, los infiernos lo vieron y deliraron. Satanás lo vio ardiendo de furor, la muerte lo vio y experimentó su debilidad; los escribas lo vieron y quedaron ofuscados por ello. Hubo gozo en los cielos y alegría en los ángeles, porque los rebeldes eran dominados, los indóciles sometidos, los pecadores enmendados, y porque los publicanos eran justificados. A pesar de las exhortaciones de sus amigos, Él no renunció a la ignominia de la cruz y, a pesar de las burlas de los enemigos, no renunció a la compañía de los publicanos. Él ha despreciado la burla y desdeña las alabanzas, así contribuía mejor a la utilidad de los hombres» (Comentario sobre el Diatésaron 5,17).

 

Ciclo B

 La victoria de Cristo sobre el demonio había sido ya profetizada en el comienzo del mundo, cuando vemos a Dios anunciar que, si bien la mujer ha sucumbido a la tentación, su descendencia aplastará la cabeza de la serpiente. Por el pecado primero hay miserias y sufrimientos, pero se superan por la fe en Cristo resucitado, como dice San Pablo en la segunda lectura de este Domingo. Cristo, en el Evangelio, acosado por la calumnia, responde a ella proclamando su victoria sobre Satanás

Génesis 3, 9-15: Establezco enemistades entre ti y la mujer entre tu estirpe y la suya. San Ireneo explica sobre Jesús, nacido de mujer, Hijo del Hombre:

«Recapitulando todas las cosas, Cristo fue constituido Cabeza: declaró la guerra a nuestro enemigo, y destruyó al que en el comienzo nos había hecho prisioneros en Adán, aplastando su cabeza, como está escrito en el Génesis: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya: él acechará a tu cabeza y tú acecharás a su calcañal” (Gen 3, 15). Estaba predicho, pues, que aquel que tenía que nacer de una mujer virgen y de naturaleza semejante a la de Adán, tenía que acechar a la cabeza de la serpiente. Esta es la descendencia de la que habla el Apóstol en la Carta a los Gálatas: “la ley de las obras fue puesta hasta que viniera la descendencia del que había recibido la promesa” (Gál 3,19). Y todavía lo declara más abiertamente en la misma Carta cuando dice: “cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, hecho de mujer” (Gál 4,4).

«El enemigo no hubiese sido vencido de una manera adecuada, si no hubiese sido hombre nacido de mujer el que lo venció. Porque en aquel comienzo el enemigo esclavizó al hombre valiéndose de la mujer, poniéndose en situación de enemistad con el hombre. Y por esto el Señor se confiesa a sí mismo Hijo del Hombre, recapitulando así en sí mismo aquel hombre original del cual había sido modelada la mujer. De esta suerte, así como por un hombre vencido se propagó la muerte en nuestro linaje, así también por un hombre vencedor podamos levantarnos a la vida. Y así como la muerte obtuvo la victoria contra nosotros por culpa de un hombre, así también nosotros obtengamos la victoria contra la muerte gracias a un hombre» (Contra las herejías, V,21,1-2).

–Con el Salmo 129 proclamamos: «Desde lo hondo a ti grito». El cristiano ha de saber aplicarse este salmo a sí mismo, reconociéndose pecador y sepultado en el abismo de la muerte, que es el pecado. De este abismo sólo la misericordia de Dios podrá salvarlo, porque sólo de Dios procede el perdón y la redención completa. Esto le hará ser precavido y temeroso de Dios, consciente de que el perdón es un acto libre de la misericordia divina y exige la colaboración del hombre con el arrepentimiento.

2 Corintios 4,13-5,1: Creemos y por eso hablamos. «Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno». San León Magno explica estas palabras:

«Aunque os damos estas exhortaciones y estos consejos, amadísimos, no es para que despreciéis las obras de Dios o para que penséis que en las obras que Dios ha creado buenas (Gén 1,18) puede haber algo contrario a la fe, sino para que uséis con mesura y razonablemente de toda la belleza de las criaturas y del ornato de este mundo (Gén 2,1), ya que como dice el Apóstol, “las cosas visibles son temporales, las invisibles eternas” (2 Cor 4,18). Hemos nacido para la vida presente, pero hemos renacido para la vida futura; no nos entreguemos, pues, a los bienes temporales, sino apliquémonos a los eternos; a fin de que podamos contemplar más de cerca el objeto de nuestra esperanza, en el misterio mismo del nacimiento del Señor, lo que la gracia divina ha conferido a nuestra naturaleza. Escuchemos al Apóstol que nos dice: “estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida nuestra, entonces os manifestaréis gloriosos con Él” (Col 3,3-4)» (Sermón 27,6).

Marcos 3,20-35: Blasfemia contra el Espíritu Santo. San Agustín comenta a qué se refiere Jesús:

«La blasfemia contra el Espíritu Santo que no se perdonará ni en este siglo ni en el futuro es la impenitencia. Contra este Espíritu, en efecto, de quien recibe el bautismo la virtud de borrar todos los crímenes –perdón que refrenda el cielo–, contra este Espíritu habla, y de modo bien perverso el impío, ya con la lengua, ya con el corazón, quien, llamado a la penitencia por la bondad divina, él se va atesorando ira para el día de la ira y para la revelación del justo juicio de Dios (Rom 2,4-6). Esta impenitencia –nombre impreciso con el que podemos designar a la vez la blasfemia y la palabra contra el Espíritu Santo–, no tiene perdón jamás..., esta impenitencia no tiene perdón alguno ni en este siglo ni en el venidero, por ser la penitencia quien en este siglo nos obtiene el perdón que ha de valernos en el futuro» (Sermón 71,20).

Ciclo C

La resurrección del hijo de la viuda de Naín, que relata el Evangelio de hoy es una prefiguración de la resurrección del mismo Cristo, pero ante todo es un gesto de piedad por parte del Señor a una madre. El profeta Elías había actuado de una manera semejante ante la angustia de la pobre viuda de Sarepta, un país pagano, que le había dado hospitalidad.

1 Reyes 17,17-24: Tu hijo está vivo. Elías fue aun entre los paganos el hombre de Dios. Como profeta de Yahvé era también un instrumento del poder divino sobre la muerte y la vida entre los hombres. Dios nos ha dado la vida y nos ha dado la gracia divina. Nuestra vida humana es un don de Dios.  Pero más aún lo es nuestra vida divina por la gracia. Estábamos muertos por el pecado y hemos resucitado por el perdón otorgado por Cristo. Por eso gozosos cantamos en el salmo responsorial: «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado».

–El Salmo 29 es un himno de acción de gracias por la salvación recobrada; pero podemos recitarlos en sentido individual y colectivo por la liberación de todo peligro, angustia y dolor. La gran victoria es la que Cristo obtuvo de la muerte, del pecado, del abismo eterno. El dolor es un misterio, aun para el mismo creyente, pero en Cristo se ha hecho luz y amanecer radiante con su gloriosa resurrección. El dolor sufrido con Cristo se hace redentor, capaz de satisfacer por los pecados propios y por los de todo el pueblo. Con tal modelo podrá el cristiano resistir firme la prueba, con la fortaleza de la fe y la seguridad de la esperanza. Esto es una lección para el futuro. Las pruebas que Dios permite son medios para acercarnos más a Dios (Rom 2,28).

Gálatas 1,11-19: Se dignó revelar a su Hijo en mí para que yo lo anunciara a los gentiles. San Juan Crisóstomo se fija en las palabras con las que San Pablo describe su vida:

«¿Observas cómo señala cada acontecimiento y no se avergüenza? No se limitó a perseguir a la Iglesia, sino que lo hizo con furia, no sólo fue tras ella, sino que también la devastó, es decir, intentó apagar a la Iglesia, destruirla, aniquilarla, hacerla desaparecer, porque eso es lo propio del que devasta... Para que no creas que se comportaba así por cólera, señala que actuaba por celo y, aunque no sabía qué hacía, perseguía, no por vanagloria, ni por odio, sino porque era ‘celoso’ de las tradiciones paternas. Sus palabras quieren decir lo que sigue: si lo que hice contra la Iglesia no lo hice por motivos humanos, sino por celo divino, equivocado, pero celo al fin, ¿cómo ahora corro en favor de la Iglesia y conozco la verdad podría actuar por vanagloria? Una pasión semejante no se apoderó de mí por error, sino que me guió el celo de Dios, por lo que ahora, que he conocido la verdad, sería más justo verme libre de esa sospecha. Al tiempo que pasé a la doctrina de la Iglesia, me liberé de todo prejuicio judaico, con un celo entonces mucho mayor, lo que, ya en posesión de un celo divino, es una prueba de haber cambiado realmente. Si no fuera así, dime: ¿qué otra cosa podría motivar un cambio semejante: ultraje a cambio de honores, peligros en lugar de tranquilidad, tribulación en lugar de seguridad? No se trata de nada que no sea amor por la verdad» (Comentario a la Carta a los Gálatas).

Lucas 7,11-17: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! La misión salvadora de Cristo es integral, abarca por igual las almas y los cuerpos. Es la Resurrección y la Vida (Jn 11,25). San Ambrosio comenta este pasaje del Evangelio:

«Este pasaje es rico en un doble provecho. Creemos que la misericordia divina se inclina pronto a las lágrimas de una madre viuda, principalmente cuando está quebrantada por el sufrimiento y por la muerte de su hijo único, viuda, sin embargo, a quien la multitud del duelo restituye el mérito de la maternidad. Por otra parte, esta viuda, rodeada por una multitud de pueblo, nos parece algo más que una mujer: ella ha obtenido por sus lágrimas la resurrección del adolescente, su hijo único; es que la Iglesia santa llama a la vida desde el cortejo fúnebre y desde las extremidades del sepulcro al pueblo más joven, en vista de sus lágrimas; está prohibido llorar a quien está reservada la resurrección... Aunque existe un pecado grave que no puede ser lavado con las lágrimas de tu arrepentimiento, llora por ti la madre Iglesia, que interviene por cada uno de su hijos únicos; pues ella se compadece, por un sufrimiento espiritual que le es connatural, cuando ve a sus hijos arrastrarse hacia la muerte por vicios funestos. Somos nosotros entrañas de sus entrañas...» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V, 89 y 92).

LUNES

Años impares

2 Corintios 1,1-7: «Dios alienta hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás». El Apóstol experimenta el consuelo de Dios en la prueba y alienta a los demás. La participación en los sufrimientos supone la participación asimismo en el consuelo, esto es, en la gloria. San Agustín dice:

«Nunca faltan persecuciones y el diablo o tiende acechanzas o maltrata, por eso siempre debemos estar preparados con el corazón fijo en el Señor y en cuanto nos sea posible, pedirle fortaleza en medio de estas fatigas, tribulaciones y tentaciones, porque nosotros somos poca cosa o nada. Lo que podemos decir de nosotros mismos, lo escuchasteis cuando se leyó al apóstol Pablo: “como abundan, dijo, los sufrimientos de Cristo en nosotros, así también por Cristo abunda nuestro consuelo” (2 Cor 1,5)... Si nos faltase el Consolador, desfalleceríamos ante el perseguidor» (Sermón 305,A,5).

El consuelo es también para nosotros. Por eso cantamos en el salmo responso-rial: «Gustad y ved qué bueno es el Señor».

–En el Salmo 33 alaba el salmista a Dios e invita a todos a la alabanza de Yahvé. La protección divina que el salmista ha experimentado le llena el corazón de agradecimiento y alegría; pero no como algo pasajero que se expresa en momentos intermitentes, especialmente dedicados al culto, sino en todo momento. El sí dado a Dios ha de comprometer toda la vida del creyente, sus acciones, sus pensamientos. Porque sus relaciones con Dios se fundan en la dependencia esencial y profunda del mismo existir. Todo creyente y no sólo el religioso y el místico, debería transpirar a Dios por todos los poros de su cuerpo. El salmista, posiblemente el rey David, no era anacoreta, sino un hombre de mundo, con sus limitaciones y fallos, pero fue un creyente sincero que, inspirado por Dios, trazó magistralmente las coordenadas en las que todo creyente se debe mover.

San Agustín ha experimentado la bondad del Señor; por eso dice:

«Ahí tienes su dulzura; paladéala y saboréala, como dice el salmo: Gustad y ved cuán suave es el Señor. El Señor, en efecto, se te ha hecho dulce, mas después de haberte liberado. ¡Qué amargura la tuya cuando presumías de ti mismo! Bebe ahora su dulzura, ella es prenda y anticipo de la dulzura del cielo» (Sermón 145,5).

Años pares

1 Reyes 17,1-6: Elías sirve al Señor Dios de Israel. En el tiempo del rey Ajab, en el Reino del Norte, la reina Jezabel pretende sustituir la religión por los cultos paganos de su país de origen. El profeta Elías es elegido por Dios para conservar en toda su pureza la ley de Moisés. Profetiza al rey la sequía como castigo de la infidelidad del pueblo. Luego, por orden de Dios, marcha cerca del Jordán y allí Dios lo alimenta milagrosamente. Comenta San Agustín:

«Por medio de un cuervo alimentó el Señor al profeta Elías. A quien los hombres perseguían le servían las aves» (Sermón 239,3).

– Por eso la Iglesia ha puesto a esta lectura como Salmo responsorial el Salmo 120: «el auxilio me viene del Señor».

La providencia de Dios protege cada uno de nuestros pasos. Esa providencia se ha hecho visible y tangible en Jesús de Nazaret «pastor y guardián de nuestras almas» (1 Pe 2,25). Caminando de su mano no hay miedo de perderse ni resbalar en el camino. Esta providencia paternal de Dios y de Cristo no quita para que vivamos vigilantes y no descuidemos de poner todos los medios a nuestro alcance para defendernos del mal, como dice el apóstol San Pedro: «estad alerta y velad, porque vuestro adversario el diablo anda rondando como león rugiente, y busca a quien devorar; resistidle firmes en la fe, considerando que los mismos padecimientos soportan vuestros hermanos dispersos por el mundo» (1 Pe 5,8-9).

Mateo 5,1-12: Bienaventuranzas. San Juan Crisóstomo explica este pasaje del Evangelio:

«La muchedumbre no tenía otro afán que contemplar milagros; pero los discípulos quieren también oír una enseñanza grande y sublime; lo que, sin duda, movió al Señor a dársela y empezar su magisterio por estos razonamientos. Porque no curaba el Señor sólo los cuerpos, sino que enderezaba también las almas. Del cuidado de los unos, pasaba al cuidado de las otras. Con lo que no sólo era más variada la utilidad, sino que mezclaba la enseñanza de la doctrina con la demostración de las obras. De este modo también cerraba las bocas desvergonzadas a los futuros herejes, pues con el cuidado que ponía por una y otra sustancia de que consta el hombre, nos hace ver que Él es el artífice del viviente entero. De ahí que su providencia se distribuía por una y otra naturaleza, alma y cuerpo, enderezando ahora a la una, ahora a la otra...

«Escuchemos con toda diligencia sus palabras. Porque fueron sí, pronunciadas para los que las oyeron sobre el monte; pero se consignaron por escrito para cuantos sin excepción habían de venir después. De ahí justamente que mirara el Señor, al hablar, a sus discípulos, pero no circunscribe a ellos sus palabras. Las bienaventuranzas se dirigen sin limitación alguna a todos los hombres» (Homilía 15 sobre San Mateo 1).

MARTES

Años impares

2 Corintios 1,18-22: Jesús no fue primero sí y luego no. En Él todo se ha convertido en un sí. San Pablo se defiende de las falsas acusaciones. Se fija en Cristo que ha sido el sí de Dios. Somos hijos adoptivos de Dios y llevamos por la unción un sello impreso en nuestras almas. Se nos ha dado el Espíritu como prenda de las realidades futuras.

Somos ungidos por el Espíritu. El bautismo y la confirmación imprimen carácter en el alma del cristiano, y el Espíritu lo configura como profeta, sacerdote y rey. Así comenta San Juan Crisóstomo:

«Estos tres tipos de personajes recibían en los tiempos antiguos la unción que los confirmaba en su dignidad. Nosotros, los cristianos, no tenemos el beneficio de una de esas tres unciones, sino de las tres a la vez y de una manera mucho más excelente. Así es, ¿no somos reyes siendo el imperio del cielo infaliblemente nuestra herencia? ¿No somos sacerdotes, si hacemos a Dios la consagración de nuestro cuerpo en lugar de víctimas irracionales y privadas de razón, como dice el Apóstol: “os exhorto a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios” (Rom 12,1)? Por último, ¿no somos profetas si, gracias a Dios, nos han sido revelados secretos que escapan al ojo y al oído del hombre?» (Homilía sobre II Cor,3).

–Por eso cantamos en el salmo responsorial: «Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo». Todo lo que el Salmo 118 canta es el amor de Dios bajo el aspecto de la ley. Esta viene de una raíz que significa «enseñar». La ley enseña el camino para ir a Dios. No es una carga pesada con múltiples y angustiosas normas, sino que es objeto de amor y causa de gozo. El amor a Dios se expresa, generalmente, en los salmos con el símbolo de la ley que es el camino que Dios ha puesto para ir a Él. Esta ley aparece bajo diversos sinónimos. En este caso se manifiesta con el nombre de precepto, que significa confiar algo a alguien. Los preceptos son todo lo que Dios ha confiado al hombre: la creación, su destino, su misión concreta... En general: todo lo manifestado en la Alianza.

 

Años pares

1 Reyes 17,7-14: No le faltó el alimento. Sin embargo el profeta Elías se refugia en la casa de la viuda de Sarepta, tierra pagana, y allí es alimentado y corresponde con un espléndido milagro: «La orza de harina no se vació, la alcuza de aceite no se agotó». San Agustín dice:

«Dios alimentaba al santo Elías por medio de un ave; nunca falta a Dios la misericordia y la omnipotencia para alimentarlo siempre de esta manera. Sin embargo, lo envía a una viuda para que ella le dé de comer, y no porque no hubiera otra manera de alimentar al siervo de Dios, sino para que la viuda piadosa mereciera la bendición» (Sermón 277,1).

–El Señor hace milagros en favor nuestro si nosotros actuamos según su ley santa. Hace brillar sobre nosotros la luz de su rostro, como cantamos en el salmo responsorial Salmo 4, que es una oración de confianza, de solidaridad en la fe. Esta solidaridad no se circunscribe a lo estrictamente religioso, sino que ha de estar abierta a toda la dimensión de la persona humana, creada y llamada por Dios. Nos en-seña el salmo a orar sencillamente y sin esfuerzos, tratando todos los asuntos a la luz de Dios. El argumento que da el salmista a los hombres apartados de Dios es el hecho irrefutable de su propia experiencia: «hizo milagros en mi favor», como en la viuda de Sarepta. Es como si nos dijera a nosotros: «probadlo y veréis lo maravilloso que es vivir según el plan de Dios».

Mateo 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo. Comenta San Agustín :

«Pero también los apóstoles, hermanos míos, son lámparas del día. No penséis que sólo Juan era lámpara y que los apóstoles no lo son. A ellos les dice el Señor: “Vosotros sois la luz del mundo”. Y para que no pensaran que eran luz como quien es llamado Luz, de quien se dijo: Existía la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, a continuación les mostró cuál era la luz verdadera. Tras haber dicho: Vosotros sois la luz del mundo, añadió: “Nadie enciende una lámpara y la pone bajo el celemín”. Cuando dije que vosotros erais luz, quise deciros que erais lámparas. No exultéis llenos de soberbia, para que no se apague la llama. No os pongo bajo el celemín, sino que estaréis en el candelero para que deis luz. ¿Cuál es el candelero para la lámpara? Escuchad cual. Sed lámparas y tendréis vuestro candelero. La cruz de Cristo es el gran candelero. Quien quiera dar luz que no se avergüence del candelero de madera...

No habéis podido encenderos vosotros mismos para llegar a ser lámparas, tampoco habéis podido colocaros sobre el candelero; sea glorificado quien os lo ha concedido. Escucha, pues, al Apóstol Pablo, escucha a la lámpara que exulta de gozo en el candelero: “lejos de mí, dice, lejos de mí”, ¿qué?: “ gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gál 6,14). Mi gloria está en el candelero; si me lo retiran me caigo... Vuestra alabanza es vuestra disposición. Esté crucificado el mundo para vosotros; crucificaos para el mundo. ¿Qué quiero decir? No busquéis la felicidad en el mundo; absteneos de ella. El mundo halaga; precaveos de él como de un corruptor; el mundo amenaza; no le temáis en cuanto opugnador. Si no te corrompen ni los bienes ni los males del mundo, el mundo está crucificado para ti y tú para el mundo. Pon tu gloria en estar en el candelero, conserva siempre, oh lámpara, tu humildad en el candelero para no perder tu resplandor. Cuida que no te apague la soberbia. Conserva lo que has hecho, para gloriarte en tu Hacedor» (Sermón 289, 6).

MIÉRCOLES

Años impares

2 Corintios 3,4-11: Nos ha hecho servidores de una nueva Alianza, no basada en pura letra, sino en el Espíritu. Los misterios del Nuevo Testamento superan los del Antiguo. Estos estaban apegados a la letra, mas los del Nuevo lo son del Espíritu. Por eso brillan más que aquéllos. San Agustín dice:

«Esto es un don de la gracia; mediante la virtud septiforme actúa el Espíritu Santo en los amados de Dios, para que la ley tenga alguna fuerza en ellos. En efecto, si quitas el Espíritu, ¿para qué sirve la ley? Hace a uno trasgresor; por eso se dijo: “la letra mata” (2 Cor 3,6). Manda pero nada hace. No mataba antes de ordenársete, y si la Providencia te tenía como pecador, no te tenía como trasgresor. Se te ordena algo y no lo haces, se te prohíbe otra cosa y la haces: he aquí que la letra mata» (Sermón 250,3).

Si el código de la ley se inauguró con gloria –no podían ver el rostro iluminado de Moisés– si lo caduco tuvo su esplendor, lo que permanece será más esplendoroso.

–«Santo es el Señor nuestro Dios». Así cantamos con el Salmo 98, con el que proclamamos la santidad de Dios que trasciende a todo y que está por encima de las cosas creadas y contingentes, que no tiene nada que ver con los ídolos, que son creación humana. Celebramos al Dios excelso y santo por antonomasia, que tiene una santidad ontológica y esencial y se manifiesta en que ama la justicia y establece la rectitud.

La santidad de Dios se manifiesta al hombre en la cercanía. De ahí que tras la alusión a la Alianza, se haga mención de los tres grandes mediadores del Antiguo Testamento: Moisés, Aarón y Samuel. Realmente fueron hombres que vivieron en una gran intimidad con Dios; pero el cristiano tiene un privilegio mayor y es que puede conocer al Dios trascendente y santo descendido a la condición humana y hecho uno de nosotros, para ser modelo de santidad palpable y camino visible para llegar a la santidad de Dios: Cristo, el Santo de Dios. La santidad invisible del Dios trascendente se ha hecho visible y cercana en Cristo Jesús. Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29). Brilló esplendorosamente en la Transfiguración y en la Resurrección.

Años pares

1 Reyes,18,20-39: Que sepa esta gente que Tú eres el Dios verdadero y que Tú les cambiarás el corazón. Elías refuta a los sacerdotes de Baal..

La enseñanza de todo este relato la encontramos en el salmo responsorial (Salmo 15), que manifiesta una total opción por Yahvé, dejando a un lado, abatidos y humillados, a todos los baales que se puedan presentar al hombre. Elías hizo su sacrificio y Dios lo aceptó y mostró la falsedad de los que adoran ídolos inertes.

–Sin un Dios vivo, eterno, trascendente, Dios de Amor y de Fidelidad que llama al hombre a la existencia y le promete una vida sin término, no tiene sentido la vida ni la historia de los hombres. Con Dios, en cambio, la vida adquiere un sentido, porque queda abierta a la trascendencia y a la esperanza, aun después de la muerte. Esta intuición mística con la que el Salmo 15 termina, ya está como en semilla, cuando el salmista reflexiona sobre la fría realidad de lo que es un mundo sin Dios: «Multiplican estatuas de dioses extraños...» Pero, todo son obra de sus manos que morirán con ellos y no podrán salvarlos de nada, porque nada son...

Los ídolos modernos son distintos; pero todos tienen de común que son creaciones humanas... Son incapaces de abrir un horizonte de esperanza en un más allá sin término, que responda a las íntimas e innatas aspiraciones de la humanidad. Si no hay un Dios Creador de todo, ¿quién podrá hablar de fraternidad, o de sacrificios por el pobre, el oprimido, el marginado? Sólo Dios puede inspirar esos sentimientos de fraternidad. Él es el Padre de todos. Todos somos sus hijos y hermanos unos con otros.

Mateo 5,17-19: No he venido a abolir, sino a dar plenitud. La ley llegó a su más pleno desarrollo en la interpretación y culminación que le dio Cristo. San Juan Crisóstomo explica que Él cumplió la Ley y la llevó a su perfección:

«¿Y cómo no destruyó Cristo la ley y cómo cumplió a par de los profetas? Los profetas ante todo, porque con sus obras confirmó cuanto aquéllos habían dicho de Él... En todo se cumplió alguna profecía. Todo lo cual hubiera quedado incumplido si Él no hubiera venido. En cuanto a la ley, no la cumplió de una sola manera, sino de dos, y hasta de tres maneras. Primero, por no haber traspasado ninguno de sus preceptos. Así, que los cumplió todos, oye cómo lo dice a Juan: “de este modo nos conviene cumplir toda justicia” (Mt 3,15). Y a los judíos les decía: “¿Quién de vosotros me convencerá de pecado?” (Jn 8,40). Y otra vez a sus discípulos: “Viene el príncipe de este mundo y nada tiene que ver conmigo” (ib. 14,30). Y de antiguo había dicho el profeta: “Él no cometió pecado” (Is 53,9). He ahí el primer modo como cumplió el Señor la ley. El segundo fue haberla cumplido por nosotros. Porque ahí está la maravilla, que no sólo la cumplió Él, sino que nos concedió también a nosotros gracia para cumplirla. Es lo que Pablo declaró cuando dijo: “el fin de la ley es Cristo, para justicia de todo creyente” (Rom 10,4)... Mas si lo examinamos con diligencia, aun hallaremos un tercer modo como Cristo cumplió la ley. ¿Qué modo es éste? La misma ley suya que estaba ahora por proclamar. Porque lo que Él dice no es derogación, sino su perfección y complemento» (Homilía 16 sobre San Mateo 2 y 3).

JUEVES

Años impares

2 Corintios 3,15–4,1.3-6: Dios ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios. Al revelar Cristo el verdadero alcance del Antiguo Testamento retira el velo que lo encubría. Los que creen en Cristo se transforman de día en día a imagen de la gloria esplendorosa del resucitado. San Agustín dice:

«Se quita el velo, no Moisés; el velo, no la ley. Y ved cómo a la venida del Señor se quita el velo. Cuando fue colgado del madero, el velo se rasgó. ¡Oh misterio grande! ¡Oh símbolo inefable! Crucifican los trasgresores de la ley, y los secretos de la ley muéstranse de manifiesto. ¿No fue la cruz como una llave? Ella sujetó al Señor y soltó lo encerrado. Mas, aun rasgado el velo, tienen los judíos el velo echado sobre su rostro... Pudieron ellos tener la ley escrita en piedra. !Oh! Si la tuviesen grabada en el corazón, estarían con nosotros. Tengamos nosotros, hermanos, la ley en el corazón y probémoslo no con alabanzas verbales, sino con obras buenas... Véase vuestro fruto, góceme yo en vuestras obras. No puedes tú decir al enfermo: Levántate y anda; mas sí puedes decir: Hasta que te levantes de tu lecho toma y come. No puedes tú sanar al enfermo, mas bien puedes vestir al desnudo. Haz lo que puedas que Dios no ha de pedirte lo imposible» (Sermón 125,A,3).

–Con el Salmo 84 decimos: «La gloria del Señor habitará en nuestra tierra». La vemos con la cara descubierta y reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente. San Agustín comenta:

«Cantad y edificad; cantad y cantad bien. Anunciad el día del día, su salvación. Anunciad el día del día, su Cristo. Pues, ¿cuál es su salvación sino su Cristo? Esta salvación es la que pedimos en el Salmo: “muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Sal 84, 8). Esta salvación deseaban los antiguos justos, de los que decía el Señor a sus discípulos: “Muchos quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no pudieron” (Lc 10,24).

«Y danos tu salvación. Esto dijeron aquellos justos: Danos tu salvación, es decir, que veamos a tu Cristo mientras vivimos en esta carne. Veamos en la carne a quien nos libre de la carne; llegue la carne que purifica la carne; sufra la carne y redima el alma y la carne. Y danos tu salvación, Con este deseo vivía aquel Santo anciano y lleno de méritos divinos, Simeón, decía también: Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación. A este deseo y a estas preces recibió como respuesta que no gustaría la muerte hasta que no viera al Cristo del Señor» (Sermón 163,4).

Y en otro lugar: «La verdad ha brotado de la tierra. ¿Qué beneficio nos ha aportado? “La verdad ha brotado de la tierra y la justicia ha mirado desde el cielo” (Sal 84,10). Estabas dormido y vino hacia ti, roncabas y te despertó; te hizo un camino a través de sí para no perderte a ti. Puesto que la verdad ha brotado de la tierra, por eso nuestro Señor Jesucristo nació de una Virgen: la justicia ha mirado desde el cielo para que los hombres tuvieran justicia, no propia, sino de Dios» (Sermón 189,2).

Años pares

1 Reyes 18,41-46: Elías oró y el cielo dio su lluvia. La conversión del pueblo de Israel al verdadero Dios y la oración del profeta atrajeron la misericordia de Dios. La sequía cesó por la oración de Elías. Sobre el poder de la oración escribe Orígenes:

«Un cristiano, por ignorante que sea, está persuadido de que todo lugar es parte del universo y todo el mundo templo de Dios. Y, orando en todo lugar, cerrados los ojos de la sensación y despiertos los del alma, trasciende el mundo todo. Y no se para ante la bóveda del cielo, sino que llega con su pensamiento hasta el lugar supraceleste, guiado por el espíritu de Dios. Y, como si se hallara fuera del mundo, dirige su oración a Dios, no sobre cosas cualesquiera, pues ha aprendido de Jesús a no buscar nada pequeño, es decir, nada sensible, sino sólo lo grande y de verdad divino, aquellos dones de Dios que nos ayudan a caminar hacia la bienaventuranza que hay en Él mismo, por medio de su Hijo, el Logos de Dios» (Contra Celso 7,44).

–Con el Salmo 64 proclamamos: «Oh Dios, tú mereces un himno en Sión». Dios es providente con el hombre. Le da las lluvias a su tiempo y así, de toda la tierra, de los páramos y de las colinas, de los valles y de las praderas vestidos de mieses, se eleva como un resplandor de alegría que canta y aclama la bondad de Dios. Es la espiritualidad de la naturaleza tan cercana e inmediata al hombre, la que hay que descubrir. Porque todo lo que nos rodea es un don de Dios. Los santos, a través de la creación, se remontaban a la contemplación para alcanzar el amor, como hacía San Ignacio de Loyola. Pero, sobre todo, hemos de mirar el orden sobrenatural de Dios. San Jerónimo recordaba que las cosas materiales pueden tener un sentido espiritual que las completa. Así el agua, la fuente, la sed, los frutos... son símbolos de otra agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14), de otra sed que sólo puede saciar Cristo (Jn 7,37-39), de otros frutos que pueden llegar al ciento por uno (Mt 13, 8). Por esto y otros muchos bienes materiales y espirituales, que recibimos de Dios hemos de cantar con el salmista: «Oh Dios, Tú mereces un himno en Sión».

Mateo 5,2026: Todo el que está peleado con su hermano será procesado. Cristo promulgó la nueva ley, que completa y perfecciona la antigua. De este modo el espíritu de hombre se perfecciona por la doctrina de Cristo. San Juan Crisóstomo lo expone así:

«Mas no se detiene el Señor en lo ya dicho, sino que añade muchas cosas más, por las que nos demuestra cuánta cuenta tiene de la caridad. Ya nos ha amenazado con el juicio, con el concejo y hasta con el infierno; y ahora añade otra cosa muy en consonancia con todo lo dicho: Si ofreces tu ofrenda sobre el altar y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y marcha a reconciliarte primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu ofrenda. ¡Oh bondad, oh amor que sobrepuja todo razonamiento! El Señor menosprecia su propio honor a trueque de salvar la caridad; con lo que nos hace ver de paso que tampoco sus anteriores amenazas procedían de desamor alguno para con nosotros, ni deseo de castigo, sino de su mismo inmenso amor» (Homilía 16,9 sobre San Mateo).

VIERNES

Años impares

2 Corintios 4,7-15: Quien resucitó a Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros. El ministerio de San Pablo se realiza en medio de sufrimiento, pero esta unión con la muerte de Cristo manifiesta su vida, tanto en lo referente al mismo Apóstol cuanto en los demás fieles. Pero llevamos los dones de Dios en vasos de barro. Explica San Agustín:

«¡Admirable bondad la de Dios que nos otorga un don igual a Él mismo! Su don es el Espíritu Santo. Y el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo son un Dios único: la Trinidad. Y ¿qué bien nos trajo el Espíritu Santo? Oyéselo al Apóstol: EL amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones. ¿De dónde, oh mendigo, te vino ese amor de Dios derramado en tu corazón? ¿Cómo ha podido este amor divino ser derramado en el corazón del hombre? Tenemos, dijo el Apóstol, el tesoro éste en vasos de barro. ¿A qué fin en vasos de barro? Para que resalte la fuerza de Dios (2 Cor 4,7). Habiendo por último dicho: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, y, al objeto de que no se atribuya nadie a sí mismo el amar a Dios, añadió: Por el Espíritu Santo que nos fue dado. Luego para que tú ames a Dios es necesario que more Dios en ti, que su amor te venga de Él, es decir, que recibas su moción, ponga en ti su fuego, te ilumine y levante a su amor» (Sermón 128,4).

–Por todo eso ofrecemos al Señor un sacrificio de alabanza y lo hacemos con el Salmo 115: «Tenía fe, aun cuando dije: qué desgraciado soy. Yo decía en mi apuro: los hombres son unos mentirosos. Mucho cuesta al Señor la muerte de su fieles. Señor yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava;  rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré mis votos, en presencia de todo el pueblo».

Años pares

1 Reyes 9,9.11-16: Aguarda al Señor en el monte. Elías amenazado de muerte por Jezabel, huye hasta el monte santo –el Horeb–, en donde Dios se manifestó en otro tiempo a Moisés, como el único y verdadero Dios. Ahora se aparece a Elías en medio de un susurro, de una brisa ligera, símbolo de la intimidad de Dios para con su pueblo.

–San Agustín explica el Salmo 26:

«El ansia de Dios se ha de manifestado muchas veces en las Sagradas Escrituras sobre todo en los Salmos: “Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 26). Esto es en definitiva lo único que importa al salmista, porque quien ha afirmado por la fe que Dios es su vida, su alegría, su defensa, su camino, sabe por la fe que Dios no le puede faltar. Al lado de Dios todo se desvanece, incluso la angustia mortal.

«“Tu rostro buscaré, Señor”. Nada puede decirse más excelente. Esto lo perciben lo verdaderos amantes. Quizá alguno quisiera ser feliz e inmortal, se ha escrito, en aquellos placeres de las concupiscencias terrenas que ama. Pero tú, ¿qué dirías si te hiciera inmortal en estos deleites y deseos de alegrías eternas? Tal amador respondería: No los quiero. Todo lo que existe fuera de Él no es deleite para mí. Quíteme el Señor todo lo que quiera darme. Déseme Él.

«Dígale, pues, nuestro corazón: He buscado tu rostro; no apartes de mí tu faz. Sea ésta su respuesta: “quien me ama guarda mis mandamientos; quien me ama será amado por mi Padre y también yo lo amaré y me mostraré a él” (Jn 14,21). Sin duda alguna le estaban viendo con los ojos aquellos a quienes decía esto y escuchaban con sus oídos el sonido de su voz, y en su corazón humano pensaban que era sólo un hombre; pero a quienes le amaban les prometió mostrárseles a Sí mismo, es decir, lo que jamás el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón del hombre. Hasta que esto suceda, hasta que nos muestre lo que nos basta, hasta que bebamos y nos saciemos de Él, fuente de vida; mientras, caminando en la fe, peregrinamos hacia Él, mientras sentimos hambre y sed de justicia y deseamos con indecible ardor la hermosura de la forma de Dios (Sermón 194,4).

Mateo 5,27-32: Nuestro Señor se dirige a todos los hombres y condena además el acto interno, aunque no vaya acompañado de efectos externos. El lenguaje enérgico con que nuestro Señor advierte contra la ocasión de pecar no se ha de tomar literalmente: el ojo izquierdo, por ejemplo, supone tanto peligro como el derecho. Las expresiones: «ojo derecho» y «mano derecha» significan evidentemente todo lo que nosotros tenemos de más querido. Si estos constituyen un obstáculo en la senda moral deben ser apartado de nosotros. Comenta San Juan Crisóstomo:

«Una vez que nos mostró el Señor el daño de que de ahí se sigue, pasa adelante y encarece la ley, mandándonos cortar y extirpar y arrojar lejos de nosotros lo que nos escandalice. ¡Y eso nos ordena el que mil veces nos ha hablado de su amor! Con lo que has de caer en la cuenta, por uno y otro lado, de su providencia y cómo en todo y por todo busca tu provecho» (Homilía 17,3 sobre San Mateo).

SÁBADO

Años impares

2 Corintios 5,14-21: Al que no había pecado Dios le hizo expiar nuestros pecados. «Nos apremia el amor de Cristo, que murió para salvarnos a todos y nos reconcilió con Dios». San Gregorio Nacianceno explica estas palabras de San Pablo:

«Jesús, que desde el principio acogió a los pecadores, deja el suyo, para ir de un lugar a otro (Mt 19,1). ¿Con qué fin? No sólo para ganar mayor número de hombres para el amor de Dios, frecuentando su trato, sino también, a mi parecer, para santificar un mayor número de lugares. Para el judío se hizo judío, para ganar a los judíos; para ganar a los que estaban bajo la ley, se sujetó a la ley, con los débiles se hizo débil, a fin de salvar a los débiles, se hizo todo a todos para ganarlos a todos (1 Cor 9,19-23).

«¿Por qué digo a todos, mientras Pablo dice a algunos, hablando de sí mismo? Porque yo pienso que el Salvador ha sufrido más. En efecto, no sólo se hizo judío, no sólo aceptó los nombres más absurdos e injuriosos, sino también, y es más absurdo, Él se hizo pecado (2 Cor 5,21). Ciertamente Él no lo es (Gál 2,17), pero recibió el nombre. ¿Cómo podría Él ser pecado el que nos libra del pecado (Rom 6,18-22)? ¿Y como será maldición el que nos rescató de la maldición de la ley (Gál 3,13)? Pero Él llega hasta eso para hacernos ver qué es la humildad y mostrarnos la medida de esa humildad que nos ha merecido la exaltación (Lc 14,11). Como hemos dicho llega a pecado y desciende al nivel de todos, echa el anzuelo a todos para sacar el pez del fondo del mar, el que nada entre las olas agitadas y salobres de la vida del hombre» (Sermón 37,1).

–Con el Salmo 102 proclamamos: «el Señor es compasivo y misericordioso». El amor de Dios eclipsa a su majestad de juez. El Dios infinitamente grande se inclina como un padre sobre aquellos que se convierten a Él. Cristo es la manifestación visible de la invisible bondad de Dios, como dice San Pablo en la Carta a Tito (3,4-7). Allí encontramos la mejor definición que podría encontrarse de Cristo. Comenta San Agustín:

«No nos ha tratado en conformidad con nuestras obras. En efecto, somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo único, para no seguir siendo único, murió por nosotros. No quiso ser único, quien murió siendo único. A muchos hizo hijos de Dios el Hijo único de Dios. Con su sangre compró hermanos; siendo Él reprobado los aprobó, vendido los rescató, ultrajado los honró, muerto los vivificó» (Sermón 131,5).

Años pares

1 Reyes 19,19-21: Elías llama a Eliseo con un gesto profético. Con razón la vocación de Eliseo y su entrega absolutamente ha sido siempre un modelo de la obediencia que hemos de dar a toda llamada del Señor.

Los relatos sobre la vocación son, en muchas ocasiones, las páginas más impresionantes de la Biblia, como ya se ha expuesto en otras ocasiones al tratar de la vocación. Lo mismo podemos decir de los Santos Padres.

La vocación es el llamamiento que Dios hace al hombre, directamente o por medio de otros, que ha escogido y que destina a una obra particular de salvación. Es un llamamiento personal dirigido a la conciencia más profunda del hombre y que modifica radicalmente su existencia, haciéndolo otro hombre.

La llamada de Dios debe tener una correspondencia pronta, sin dilaciones. Dios tiene siempre unos planes más elevados: para el llamado y para los que aparentemente saldrían perjudicados por su marcha. Cuando Dios llama, ése es el momento más oportuno, aunque aparentemente, miradas las cosas con ojos humanos, puedan surgir razones que dilaten la entrega. Dice Suárez:

«Si Dios nos ha elegido, entre una infinidad de criaturas posibles para desempeñar una misión en la creación, esto es un hecho que nosotros no podemos cambiar y ante el cual la única actitud digna de un hombre es la aceptación tal cual es, porque ni depende de nosotros, ni dejará de ser así porque pretendamos ignorarlo» (La Virgen Nuestra Señora 81).

–La Iglesia en su liturgia lo expone con el Salmo 15: «Tú eres, Señor, el lote de mi heredad». No se trata de alguien que busca refugio en Dios, y pide fortaleza para permanecer siempre contra todas las dificultades en esta fidelidad primera. Esta es la opción de todo creyente verdadero que la hizo para siempre. Pero el peligro existe. Son muchos los ídolos que se presentan en su vida para alejarlo del camino emprendido: el dinero, el placer, el poder, los honores... por esto exclama: «Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti»

Mateo 5,33-37: Yo os digo que no juréis en absoluto. La verdad y la sinceridad de la propia palabra tiene que ser suficiente para que nos consideren dignos de crédito. San Agustín expone su propia experiencia:

«Un juramento en falso no es un pecado sin importancia; al contrario, el jurar en falso es pecado tan grande que el Señor prohibió todo juramento, para evitar el juramento en falso» (Sermón 307,2).

En otro lugar dice: «También yo juraba a cada momento: también yo tuve esta costumbre horrible y mortal. Lo confieso a vuestra caridad. Desde que empecé a servir a Dios y vi el mal que encierra el perjurio, se apoderó de mí un fuerte temor y con él frené tan arraigada costumbre. Una vez frenada, se la contiene; contenida, languidece; languideciendo, muere; y la mala costumbre deja lugar a la buena» (Sermón 180,10).

Esto nos obliga a ser siempre sinceros. La sinceridad es una virtud cristiana por excelencia porque está relacionada íntimamente con la verdad y Jesucristo nos dijo que  Él era la Verdad. La sinceridad del Señor fue reconocida por su propios enemigos (cf. Mt 22,15ss.). A veces nos da miedo la verdad, porque es exigente y comprometida.

Muy relacionada con la sinceridad está la sencillez, consecuencia de vivir la vida de infancia espiritual. El alma sencilla no se enreda ni se complica inútilmente por dentro. Se oponen a la sencillez la afectación y la oficiosidad, posturas superficiales, por las que el hombre se deja llevar movido por fórmulas o actitudes vacías, o por simple imitación de otras personas. Se oponen también la pedantería, la jactancia y la hipocresía. Casiano dice:

«Son más peligrosos y más difíciles de remediar los vicios que tienen apariencia de virtud y se cubren con la apariencia de cosas espirituales, que los que tienen claramente por fin el placer sensual. A estos, en efecto, como las enfermedades que se manifiestas con claridad, puede atacárseles de frente y se les cura al instante. Los otros vicios, en cambio, paliados con el velo de la virtud, permanecen incurables, agravando el estado de los pacientes y haciendo desesperar el remedio» (Colaciones,4).

 

 

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