MARIACARMELO

 

NAVIDAD EN EL CARMELO

TIEMPO DE ADVIENTO CICLO C 2012

TERCERA SEMANA Y NAVIDAD

P. Julio Gonzalez Carretti OCD

Para: Caminando con Jesús

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant OCDS

www.caminando-con-jeeus.org

 

 

DOMINGO 16

LUNES 17

MARTES 18

MIERCOLES 19

JUEVES 20

VIERNES 21

SABADO 22

DOMINGO 23

LUNES 24


Este tercer Domingo de Adviento, nos exhorta a vivir con alegría la espera. Es la alegría de verse perdonados, y de saber que Dios está en medio de su pueblo, salvando. La verdadera alegría, nace de la conversión progresiva y serena del corazón, lo que refuerza la esperanza haciéndola auténtica. ¿Qué debemos hacer para ser mejores? Ser caritativos para que vacíos de nosotros mismos, Dios encuentre espacio en nuestras vidas para encarnase en ellas por la fe que el Bautismo y el Espíritu Santos nos entregan como don y responsabilidad que asumir cuando asumimos el ser cristianos.


DOMINGO 16

Lecturas bíblicas

a.- Sof. 3, 14-18: El Señor se alegrará en ti.

El profeta canta de júbilo, la acción que Yahvé tiene prevista para Sión: una edad de oro para Israel. Describe esta realidad con imágenes conocidas: la alegría de Israel por la derrota de sus enemigos y su ruina, como efecto de la presencia divina en medio de ellos. A esto se une el regreso de los desterrados, que formarán un pueblo de renombre excepcional, en medio de todas las naciones. La fuerza de este texto radica en la presencia de Yahvé en medio de su pueblo, como Rey: “Yahvé, rey de Israel está en medio de ti, ya no temerás mal alguno” (v. 15). Este texto de Sofonías es un preludio de la Encarnación del Verbo, del Emmanuel, del Dios - Yahvé en medio de su pueblo. Lucas lo usa cuando quiere hablar de de Jesús como Dios Encarnado en medio de nosotros (cfr. Lc. 1, 28-33; Sof. 3, 15-17). Para Lucas la nueva Sión es María, a quien se le garantiza que no tema, porque Yahvé, está con Ella, para que en su seno se haga presente el Salvador y Rey. María representa el nuevo Israel, como Madre. En verdad, es Madre de todos los redimidos, de Cristo Jesús, de la Iglesia.

b.- Flp. 4,4-7: Estad siempre alegres en el Señor; él está cerca.

El apóstol Pablo, en plena sintonía con el profeta Sofonías, expresa su deseo que el cristiano sea un hombre alegre, por la salvación que ha conocido en su vida, compartida en la comunidad eclesial, en el ejercicio de las virtudes: la clemencia, la oración, la acción de gracias, y por sobre todo la paz, que va a custodiar sus corazones y mentes en Cristo Jesús. San Pablo, usa el sustantivo, unido a su trabajo apostólico, como fruto del Espíritu (cfr. Flp 1, 25; Gál 5, 22), con lo que acentúa su carácter escatológico (cfr. Rm 12, 12; 15, 13). Esta alegría se anuncia de principio a fin, en esta epístola, y crece mediante el anuncio de Cristo. El presente y el futuro, son tiempo de preparación que dirige su atención sobre el día del Juicio, que hay que preparar con una vida santa de fe, de santa alegría por la salvación, que nos ha sido dada en Cristo Jesús. La recomendación del apóstol, es un mandato para todos los cristianos de todos los tiempos.

c.- Lc. 3, 2-3. 10-18: ¿Qué hemos de hacer?

La verdadera conversión exige hacerse la pregunta: ¿Qué tengo que hacer? En este pasaje, por tres veces, se lo pregunta a Juan, la gente, los publicanos, unos soldados: “¿Qué hemos de hacer?” (vv. 10. 12. 14), como respuesta a su predicación, que exige la conversión de los pecados (cfr. Hch. 2,37). Esta inquietud por las obras, determina de alguna forma, el grado de conversión que vamos logrando. La verdadera conversión nace de un amor sincero a Dios y al prójimo, el compartir con los demás lo mucho o poco que tengamos. El Bautista, exige misericordia, amor al prójimo. Los publicanos (v.12), mal visto por el pueblo por su fama de ladrones, sin embargo, no están excluidos del camino de la salvación. Toman en serio la penitencia, están dispuestos a cambiar de vida, debido a la predicación del Bautista. Juan les exige, no que renuncien a su profesión, sino a enriquecerse, en forma fraudulenta. Podían pedir un suplemento, sobre los impuestos que cobraban, con lo que se hacían su sueldo, por ello les advierte: “No exijáis más de lo que os está fijado.” (v.13). Jesús, suscita en Zaqueo el deseo de restituir lo mal adquirido, y repartir sus bienes con los pobres, había llegado la salvación a su casa (cfr. Lc. 19,1-10). Llegan también unos soldados, que serían mercenarios de Herodes Antipas, por lo tanto, gentiles, con lo que se confirma que la predicación del Bautista va más allá del judaísmo. Los pecados de los soldados, son el uso de la fuerza y la violencia, la codicia y los excesos. Juan les manda contentarse con la paga que reciben. Tampoco les exige dejar de ser soldados, ni especiales prácticas ascéticas. Pablo, más tarde recomendará, seguir en la condición que el Señor le consignó, cuando Dios lo llamó (cfr.1Cor. 7,17). Juan Bautista, sigue más bien la línea profética: hacer el bien, ser justos, humillarse delante del Señor (cfr. Miq. 6, 6-8). La actividad del Bautista, generó muchos interrogantes, un gran movimiento religioso, hasta hacerse la pregunta: ¿No será Juan el Mesías? En ciertos ambientes se presentaba a Juan como el enviado de Dios (cfr. Jn.1, 6-8.15.19). Su existencia, se orienta hacia la vida de Jesús; sus historias de la infancia así lo declaran, relación establecida por Dios. Si Juan es grande, Jesús es el mayor, Juan es profeta y prepara el camino, pero Jesús es el Hijo de Dios, y el que desde el trono de David, reina para siempre. Jesús es el más fuerte (v.16). Juan se reconoce indigno de desatarle la correa de sus sandalias, indigno de prestarle hasta este servicio, propio de esclavos. El gran Juan Bautista, reconoce la grandeza de Jesús, el más fuerte. La fuerza de Jesús, está en su persona y en sus obras. Mientras Juan bautiza con agua; Jesús lo hace Espíritu Santo y fuego (v.16). El Mesías, comunicará el Espíritu Santo prometido, son los tiempos del Mesías que el Padre dispuso, para los que están en el camino de conversión, iniciado por Juan. En cambio, a los que rechazan el Espíritu y la conversión, les promete el fuego del Juicio; Jesús dicta la sentencia de salvación o condena. Juan el Bautista, como Precursor, prepara el camino, su bautismo de agua, prepara los acontecimientos escatológicos. Jesús, es el Juez del final de los tiempos (v.17). Mientras el trigo se guarda, la paja se quema, Jesús, el Mesías, viene a separar a los buenos de los malos, los primeros son conducidos al Reino de Dios, en cambio los malos, van al fuego inextinguible de la condenación. Adviento es el tiempo, el ahora, en que Jesús tiene el bieldo en la mano, hace que el mensaje de Juan Bautista sea el mejor anuncio, que nos podían haber dado todos lo profetas del pasado: la salvación está alboreando, ya llegó, es Jesús de Nazaret, está por venir como Juez a limpiar su era y guardar su grano. Juan anunciaba el Evangelio (v.18). La predicación de Juan es buena noticia, Evangelio: él es mensajero de gozo, de alegría, por la cercanía de la salvación, la llegada del Esposo. La predicación de Jesús, es ante todo de salvación, y no de perdición, la penitencia de Juan, está al servicio de la salvación anunciada por Jesús, y por ello, es Evangelio (cfr. Mc.1,1; Hch.10,36s). Juan Bautista, su testimonio, es comienzo de evangelio vivificante, por el Espíritu que lo anima y enciende la llama en nosotros.

Teresa de Jesús, si hay tuvo una cualidad que animó su vida, fue la alegría, fruto de la oración y de la acción del Espíritu de Dios en ella. “Alégrate, ánima mía, que hay quien ame a tu Dios como El merece. Alégrate, que hay quien conoce su bondad y valor. Dale gracias que nos dio en la tierra quien así le conoce, como a su único Hijo. Debajo de este amparo podrás llegar y suplicarle que, pues Su Majestad se deleita contigo, que todas las cosas de la tierra no sean bastante a apartarte de deleitarte tú y alegrarte en la grandeza de tu Dios y en cómo merece ser amado y alabado y que te ayude para que tú seas alguna partecita para ser bendecido su nombre, y que puedas decir con verdad: Engrandece y loa mi ánima al Señor.” (Exclamaciones 7,3).


TIEMPO DE NAVIDAD

Tiempo del 17 al 24 de Diciembre

(Feria Mayor)

Día 17 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Gen. 49,2.8-10: No se apartará de Judá el cetro.

La primera lectura, nos habla de la profecía mesiánica de Jacob, sobre la tribu de Judá, que obtiene una primacía, sobre el resto de las tribus. Destacan la bendición de Judá y de José, es predominio que tendrán sobre las demás tribus, la de Judá en el sur y la de José en el centro de Canaán. La bendición de Judá, pronostica hegemonía y poder sobre sus enemigos y superioridad sobre sus hermanos (v. 8). Su símbolo es el león, quizás por ser el rey del bosque (v.9). De Judá se habla de cetro y bastón de mando, símbolos de realeza, alusión directa a la monarquía de David, que sometió a los pueblos vecinos y formó un reino con todas las tribus de Israel. Si la bendición aparece como una realidad que ya es, cuando se redactó el texto, también hay una mirada al futuro, una promesa de realeza duradera de carácter universal. “No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre tus piernas, hasta tanto que se le traiga el tributo y a quien rindan homenaje las naciones” (v.10). Con ello el autor sagrado está queriendo afirmar que la realeza de David se prolongará a quien verdaderamente la realeza le es propia, es decir, al Mesías. En la bendición de Jacob hay una dimensión futura y universal de la acción de Dios, bajo el símbolo de la realeza, en su pueblo pero también en la concepción de ese pueblo. En la bendición de Jacob, en el símbolo real se insinúa la acción de Dios en la historia. La alianza prometida a David, se inserta en la alianza de los patriarcas. El esplendor lo alcanza con David y Salomón, pertenecientes a esa tribu, pero su cenit lo encontramos en Jesucristo, el Señor, el Mesías –Rey de cielos y tierra (cfr. Ap. 5,5).

b.- Mt. 1,1-17: Genealogía de Jesucristo.

El evangelio, nos presenta la genealogía de Jesucristo, descendiente de Judá y David. Esta genealogía de Mateo, es descendente ya que empieza en Abraham y termina en Jesús, hijo de María y José. Entre los antepasados de Jesús, encontramos de todo, unos muy buenos y otros no tanto. Si bien, predominan los hombres, línea masculina, pero se mencionan cuatro mujeres: Tamar (Gen.38); Rahab, prostituta de Jericó (Jos. 2), que tuvo un hijo de su propio suegro; Rut la moabita (Rut 4), Betsabé, mujer de Urías y luego de David (2 Sam. 11), además de María, la Madre de Jesús. Dos de ellas, eran extranjeras: Rahab y Rut. De esta forma, queda clara la pertenencia de Jesucristo, y su solidaridad con toda la humanidad, en su condición real y pecadora. Es la acción de la providencia divina, que trabaja con la humanidad y en la humanidad, guiándola hacia Cristo Jesús. Como Hombre y Dios verdadero, Jesucristo, se convierte en el modelo del hombre nuevo. Sólo en el misterio de Dios, se esclarece el misterio del hombre, como enseña el Concilio, Adán es figura del que había de venir, Cristo nuevo Adán, revelación del Padre y de su amor por el hombre, revelándole lo que es y la vocación a la está llamado (GS 22). Si Cristo se hace hombre en el misterio de su Encarnación, es para que el hombre sea divino, es decir, hijo de Dios. Todo este movimiento, se centra en la Maternidad divina de María. Ella es la morada de Dios con los hombres, en Ella, se realizó el admirable encuentro personal de Dios con el hombre; tan divino y tan humano que el Verbo de Dios, su Palabra, se hace humano en María de Nazaret, se hace uno como nosotros. Admirable misterio de amor divino y respuesta humana.

Sor Isabel de la Trinidad, en la Navidad de 1901, escribe: “En el humilde y frío establo ¡qué hermoso está el Niño Jesús!/ ¡Oh gracia, oh prodigio, oh milagro!/ ¡Sí, ha venido para mí!/ Contemplando la gran miseria/ de los hijos que ha amado demasiado, /el Padre, lleno de ternura/ les dio su Verbo adorado. (Poesía 75).


Día 18 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Jr. 23, 5-8: Suscitaré a David un vástago legítimo.

Las predicciones de Jeremías están a punto de cumplirse: Israel ira al exilio. Son los últimos años de Sedecías, Jerusalén sufre la presión del invasor. El oráculo del rey si bien condena su actitud tiene un tono esperanzador, mesiánico, era lo que el pueblo exigía escuchar, porque con el enemigo a las puertas de la ciudad, parecía que todo se derrumbaba. El Ay, del comienzo, viene significar la amenaza de Dios contra los pastores, reyes descendientes de David, como las autoridades civiles y religiosas que llevaron al pueblo a la apostasía, a la idolatría y finalmente al destierro. Su final fue trágico, en cambio el pueblo fue al exilio. Ahora es Yahvé quien asume los destinos de Israel, hará de Pastor de su pueblo, de ese resto fiel que permanece después del destierro. Exigente con las que ostentan el poder, benévolo con las ovejas descarriadas. Como Pastor, las reunirá, las llevará a su aprisco, la tierra de promisión, para que crezcan y se multipliquen. El pueblo es de su propiedad, no lo abandonará pondrá pastores que bajo su égida y guía personal “hasta que lleguen los días” (v.5), los tiempos mesiánicos. Jeremías contempla por sobre los pastores que vendrán, hombres, fieles hasta posar su mirada sobre el descendiente de David, el vástago legítimo que Yahvé suscitará e instalará como rey sobre su pueblo. El profeta Jeremías, habla de un “Germen” justo que brotará del linaje de David (v.5). Será justo y prudente. Su nombre será “Yahvé, Justicia nuestra” (v.6). Es un anuncio de la venida del Mesías y la instauración de la monarquía davídica, pero desde una perspectiva nueva, cimentada en la justicia, prudencia y el derecho sobre la tierra. Si Sedecías significaba: Yahvé es mi justicia, el nombre del vástago de David, en cambio, será: “Yahvé es nuestra justicia” (v. 6). Como cristianos sabemos que sólo en Cristo Jesús se cumplió esta profecía de Jeremías que sobrepasó con creces las expectativas del profeta. Yahvé no sólo ha sido nuestra justicia con su presencia y acción salvífica, sino que, se ha hecho Emmanuel, es decir, Dios con nosotros. Finalmente (vv.7-8), vienen a confirmar que el futuro del misterioso vástago, luego del destierro será de tal esplendor que la salida de Egipto, el Éxodo, acontecimiento central de la historia del pueblo, será un recuerdo, comparado con la liberación de las esclavitudes que traerá este Germen Justo. Ese vástago es Jesús, el Salvador. Es por medio de José, que Jesús entra en el linaje de David, cumpliéndose así el oráculo de Jeremías: Dios es nuestra justicia, es decir, nuestra salvación.

b.- Mt. 1, 18-24: El hijo de María viene del Espíritu Santo.

Si bien, María era la mujer prometida de José, resultó que antes de vivir juntos, ésta esperaba un hijo. ¿Romper el compromiso, por la denuncia pública o el repudio? Como un hombre bueno, José decide abandonarla en secreto (v. 19). La intervención divina, no se deja esperar. “Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.” (vv. 19-23). El esposo no duda en hacer la voluntad de Dios en su matrimonio. Las palabras del ángel, le dan la seguridad que necesitaba, luz para emprender la misión que se le confía. Será el padre legal del hijo de María, venido del Espíritu Santo, para salvar a su pueblo de los pecados. La duda, fue reemplazada por la obediencia a la fe. Así como José desciende de David por razones genealógicas, también se inserta en el dinamismo de la obediencia a la fe, con la que asume, una misión que está en la economía de la salvación dispuesta por Dios Padre. De este modo José, como María, se convierte en modelo de fe y obediencia a la voluntad del Padre eterno. Prototipo bíblico de este Adviento, hombre de fe; lo mismo la vida de todos nosotros está llamada a ser, vocación y proyecto, que Dios nos ha entregado para vivir en fe, en esperanza y en el amor, como respuesta a ese querer salvador. De imitar, es el respeto y temor santo de Dios que invadió el alma de José, al conocer la voluntad de Dios, manifestada en su esposa María; su integridad y silencio, su vida de oración y trabajo, su disponibilidad absoluta al querer hacer de su misión y un servicio a la redención del hombre caído.

Sor Isabel escribe con motivo de la Navidad: “Ese dulce Cordero pequeñito/ es la luz eterna y verdadera, / el que reina en el seno del Padre, /y su plena verdad manifiesta. / ¡Oh pura, Oh dulce visión!/ En mi alma de nuevo se cumple/ el grande, el sublime misterio,/ de una nueva Encarnación” (Poesía 75).


Día 19 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Jc. 13 ,2-7. 24-25: Anuncio del nacimiento de Sansón.

Es quizás el libro de los Jueces, que conceda más relieve a la acción del espíritu de Yahvé (cfr. Jc. 3,10; 6,34; 11,29; 13,25). Y es precisamente en Sansón en quien más se nota esta realidad, de ser guiado por el espíritu de Yahvé. Una lectura superficial de sus aventuras, nos puede dar la impresión de ser extravagancias, pero es precisamente, que el autor con ese lenguaje quiere dejar en claro la fuerza de Dios en la vida de Sansón. Es un poseído por el espíritu. La pertenencia de los israelitas a un pueblo los colocaba en una relación especial con su Dios. Dentro de esta pertenencia encontramos grados de consagración: los nazir. Esta institución dio origen al nazareato que estuvo vigente hasta el NT., San Pablo se encontraba entre ellos (cfr. Hch.18,18). Eran los consagrados Dios, nazareato que podía ser de por vida o temporal, Sansón está consagrado a Yahvé desde el vientre de su madre (v.5). él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos. La efusión del espíritu, ser nazareato, tenía una función salvífica. Gedeón se queja de pertenecer al clan más pequeño

de la tribu de Manasés y de ser el último de la casa de su padre (cfr. Jc. 6,15). Será la fuerza del espíritu de Yahvé, la que fortalecerá la vida de todos los Jueces. Esta presencia del espíritu de Dios en la vida de Israel y en hombres insignes, viene a evitar el orgullo de creer que con el sólo esfuerzo humano se libra de sus enemigos, sino confirmar que la victoria viene del espíritu de Dios.

b.- Lc. 1, 5-25: Anuncio y nacimiento de Juan hijo de Zacarías.

El evangelio nos presenta, el anuncio y el nacimiento de Juan Bautista. Zacarías, sacerdote del templo de Jerusalén, sirve en el templo de Jerusalén: le toca el turno de quemar el incienso, en la oración de la tarde, se hacía sonar el cuerno, y salir para bendecir al pueblo. Pero sucedió algo no habitual: se le aparece el ángel del Señor y le anuncia que su oración ha sido escuchada: va a tener ser padre (v.13). Se puede pensar que Dios escuchó un antiguo deseo del matrimonio, formado con su mujer Isabel; ambos entrados en años y ella, estéril. También se puede interpretar, que su petición es de tipo salvífica para el pueblo. La verdad, es que ambas realidades, se dan en este niño que nacerá, puesto que será una alegría para el matrimonio de Zacarías e Israel (v.14). Pero el sacerdote no cree lo que se le anuncia, contando sólo con sus posibilidades; exige pruebas, que por cierto, no se le conceden (cfr. Gn. 15, 8; Lc. 1, 34). Como hombre versado en la Escritura, debería haber comprendido el mensaje divino, María de Nazaret es una adolescente, y como Abrahán, el primero al que hablaba Yahvé en esos términos, por ello, también exige pruebas (cfr. Lc. 1,34; Gn. 15,8). Pero el plan de Dios, no se detiene por las dudas de Zacarías, porque el mismo, se convierte en signo de su plan de salvación, el ángel lo deja mudo, castigo y secreto, que guarda esa mudez hasta que se cumpla lo anunciado (v. 20). El pueblo espera afuera inquieto, contempla a Zacarías, que es incapaz de pronunciar la bendición (cfr. Nm. 6, 22-27). La importancia del ángel, está en el mensaje que comunica, es el primero del evangelio que se comunica a un hombre, es la Buena Nueva que llega a Zacarías, y en la identificación que hace de sí mismo: es Gabriel, protagonista del libro de Daniel (cfr. Dn. 9). Le da razones para tranquilizarlo con esta visión, que no es producto de su imaginación. Le anuncia que será padre de un niño, le impone el nombre de parte de Dios, se llamará Juan, que significa, “Yahvé ha sido generoso o será grande a los ojos del Señor” (v.13), se lo confirmará con el testimonio que dará a lo largo de su existir, y la creencia popular de los judíos, que el nombre influía en la persona que lo recibía. Si bien, el nombre lo colocaba el padre, que lo haga Dios, viene a significar, que aquel niño va a ser grande dentro de su plan de salvación. Su concepción en el seno de su madre Isabel, será motivo de gozo no sólo para ellos, como para todo Israel (v.14). El ángel detalla la figura y misión de este niño: “Será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.” (vv. 15- 17). La mujer de Zacarías, Isabel, era de la familia de Aarón, lo que da al hijo que va nacer un doble linaje sacerdotal. A ella no se le pide el consentimiento para ser madre, sino que se le anuncia un hecho consumado, agradece el gesto de Dios, pues borraba su oprobio. Juan, el niño que va a nacer de manera prodigiosa, se asemeja a Isaac y Samuel, su nombre describe que será un favorecido de Dios: “El Señor muestra su favor”, no sólo a su padre y a Israel, sino que también a su propia persona. Convertirá a muchos israelitas a Yahvé, con la fuerza del Espíritu Santo; caminará con el poder de Elías, delante de Yahvé (cfr. Mt. 11, 14; Mal. 3, 23; Gn.18, 9-15; 1Sam. 1,9-19). Si Israel se convierte por la predicación de Juan, se salvará y evitará la maldición, es decir, su misión consistirá en fortalecer las buenas relaciones entre Dios y los hombres, también entre los israelitas. Su palabra llegará a todos los rebeldes e insatisfechos, como también a los justos, ambos son llamados a la conversión, para convertirse en un pueblo bien dispuesto para Dios. Ante el vino nuevo del evangelio que traerá Jesús, será una exigencia para Israel, renovar los viejos odres de sus mentes y estructuras: esta es la misión exclusiva de este niño, Juan, que orientará su destino y existencia hacia Cristo Jesús, el Mesías, el Salvador.

Sor Isabel de la Trinidad escribe con motivo de la Navidad: “¡No vivo yo, El vive en mí,/ ¡Oh esto es ya la visión!./ La visión que nunca se borra/ mientras dura la vida de fe./ Viene a revelar el misterio,/ a enseñar los secretos del Padre,/ a llevar de claridad en claridad/ hasta el seno de la Trinidad.” (Poesía 75).


Día 20 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Is. 7,10-14: La virgen está encinta.

El anuncio del profeta Isaías, es una forma de contrarrestar el deseo del rey Acaz, de hacer alianzas políticas, con sus enemigos en lugar de confiar en Yahvé. La señal que el Señor le da es el nacimiento de un hijo que asegura la supervivencia del linaje de David, según la promesa echa por Dios a éste por boca de Natán (cfr. 2Sam7; 1Cro.17). Pero Ajaz no está dispuesto a cambiar su política con Asiria. Lleno de hipocresía renuncia al signo, con lo que pretende demostrar que no duda de Yahvé. Isaías sabe que precisamente el temor del rey está en que se cumpla el signo y tener que cambiar sus planes; pero el signo se dará independientemente de su voluntad. El signo es desconcertante, puesto que una joven espera un hijo, que tiene un nombre simbólico, Emmanuel, es decir, Dios con nosotros. Antes que crezca, Dios castigará a los enemigos de Judá. Históricamente conocemos que el rey Ajaz no obedeció al profeta y Judá tuvo que sufrir sus consecuencias. Esta profecía nos sitúa entre las promesas dinásticas, el niño y su nombre, se relacionan con las promesas hechas a la casa de David. Las cualidades y atributos que le acompañan desde su nacimiento, son más un ideal mesiánico, ya que ningún descendiente davídico, que naciera después de pronunciado el oráculo, es el personaje de Isaías. Será Mateo quien relacione la profecía de Isaías con María Virgen, que da a luz un hijo sin concurso de varón, síntesis de lo humano y lo divino en cuya muerte y resurrección se dan cita todos los anuncios del libro del Emmanuel, ya nadie durará de la proyección mesiánica y salvífica, cuyo Emmanuel alcanza su madurez en Jesús (cfr. Mt. 1, 22-23). El ángel le asegura a María que el hijo que tendrá será por obra del Espíritu Santo, a quien pondrá el nombre de Jesús, será llamado Hijo de Dios.

b.- Lc. 1, 26-38: Anuncio del ángel a María

De la narración lucana se desprende el dato revelado de la Encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de María de Nazaret. El ángel saluda a la joven María con la palabra “Salve”, que traducimos por Alégrate porque el Señor la ha colmado de su gracia, de su favor, le promete su presencia y acompañamiento. Es la forma de asegurarle que la misión le confiará no estará sola, porque no le faltará dificultades (v.28). Este actuar de Dios, no se debe a méritos propios de la joven sino que es pura gratuidad de su parte. La inquietud de la joven la responde el ángel aclarando el motivo de su visita: por benevolencia divina será madre y pondrá a su hijo el nombre de Jesús. Le explica la función que cumplirá en la historia de la salvación (vv. 32-33), para más tarde darle al hijo que nacerá los títulos de Santo y de Hijo de Dios (v.35). La forma en que será concebido, demuestra el poder Dios y la importancia que tendrá este hijo de la joven y que sólo Dios es su Padre (v.34). El nombre Jesús, viene significar: “Yahvé salva”. Nombre y misión en la vida van muy unidos: Jesús fue salvador de su pueblo y de la humanidad. Respecto a los títulos que el ángel le da: “Jesús será grande” (v.32), referido siempre a Dios como en el AT. “Hijo del Altísimo” (v.32), es decir, Hijo de Dios. Es un rey que está por nacer en Israel (cfr. Sal. 82, 6). “Dios le daré el trono de David su padre...” (vv. 32-33). Recibiré ese trono por su padre legal, José, un reinado sobre la casa de Jacob, es decir, de todo Israel. Una promesa hecha a todos los descendientes de David, se concretiza en una persona, que reinará para siempre. Es la promesa de Natán a David, recreada por el evangelista y aplicada a Jesús. El cómo de la concepción de Jesús menciona el poder creador de Dios por medio de su Espíritu 8cfr. Ez. 37,14; Jdt.16, 14). Si Dios pudo crear al hombre de barro, también lo puede hace r en el seno de una mujer. La sombra del Espíritu, alude a la presencia de Dios, la nube que se posaba sobre el arca de la alianza cuando se detenía la caravana (cfr. Ex. 40,16), pero también tiene el sentido de protección y presencia visible de Dios (cfr- Lc. 9,34). Lo llamará consagrado, como primogénito, debía ser consagrado a Dios, también se le llamará Hijo de Dios, si era descendiente de David según la carne, ahora es Hijo de Dios gracias a su Espíritu. María de Nazaret, la joven humilde que confía en Dios, que por su actitud pertenece a la espiritualidad de los Anawin. Conocido el plan de Dios la joven acepta que eso se cumplirá en el futuro, es la esclava del Señor, que acepta el poder creador de Dios en su vida (v. 38). Se pone a disposición del Todopoderoso, con lo que el evangelista prefigura la actitud de los que serán de la nueva familia de Jesús: los que aceptan su palabra. María se convierte en el discípulo ideal, porque su importancia no radica tanto, en ser la madre biológica de Jesús, sino en escuchar la palabra de Dios y aceptarla en su vida.

Sor Isabel de la Trinidad escribe con motivo de la Navidad: “¡Qué bueno es en el silencio/ escucharle ahora y siempre, / gozar en paz de su presencia/ para entregarse totalmente al amor! / Oh Cordero puro y manso, / Tú sólo eres mi único Todo. / Tú lo sabes bien, tu prometida / se siente por el hambre acometida.” (Poesía 75).


Día 21 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Ct. 2,8-14: Levántate, Amada mía, hermosa mía, ven.

El Cantar de los cantares nos presenta la voz de la esposa que dirige al esposo en un lenguaje hecho de poesía expresión de un amor apasionado. Desde lejos contempla la presencia del esposo, lo reconoce, intuye por sus voz, sus pasos, son signos que a los demás pasan inadvertidos. Viene hacia ella corriendo, saltando, como si fuera una gacela o un cervatillo. Animales que abundaban en el tiempo en que se compuso esta obra de sabiduría y poesía hebrea. De trasfondo encontramos el afecto y la emoción de la presencia que el amado ha provocado en la esposa. Lejos de ser un ladrón, el amado, es el amigo que viene a encontrar se con su amada y viene a compartir las delicias de amor. Detrás de la cerca, mira por las ventanas, atisba por entre las rejas y la llama: “Levántate amor mío, hermosa mía, y vente” (v.10). La alusión a las palomas que habitan en la grietas de las rocas, en los wadis profundos de Judea, vienen a significar, espacio para la intimidad, para la conversación amorosa y la mutua contemplación. Con razón la esposa puede decir: “Mi amado es mío y yo de mi amado” (Ct. 2,16). Esta lectura en Adviento nos habla de la Esposa que es la comunidad y Yahvé es el Esposo. María Inmaculada, representa al pueblo de Dios: “Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti” (Ct. 4,7). Desde el momento de su Concepción, María esta limpia de pecado, es la esposa pura de Yahvé, para ser la Madre de Dios. María modelo de la Iglesia, verdadera esposa del Hijo de Dios que esperamos en este tiempo de Adviento.

b.- Lc. 1, 39-45: Bendita tú entre las mujeres bendito el fruto de tu vientre.

En la Visitación de María a su prima Isabel, encontramos un eco del “alégrate María llena de gracia” de la Anunciación, que se refleja la actitud de Isabel, y del pequeño Juan, que lleva en su seno (cfr. Lc.1, 28). Se gozan de la visita de la Madre de Dios, que porta en su seno al Mesías Salvador. Estas dos madres y sus respectivos hijos, están unidos por sus destinos: Isabel representa la antigua alianza, María, en cambio, la nueva alianza, la humanidad redimida. En Ella, contemplamos la nueva Arca de la alianza, contiene la presencia del Mesías, concebido por obra del Espíritu Santo. “Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (vv. 42-45). María Santísima, llena de la gracia divina, plena del Espíritu Santo, cree en la palabra que le fueron anunciadas, por eso se convierte en Madre de Jesús (LG 56). Por la fe que la mueve, María es dichosa, se convierte en la primera creyente y primera discípula de Jesucristo, primera cristiana en la Iglesia (MC 35). La Maternidad divina, es fruto de una fe obediente a Dios, una fe activa, no sólo un instrumento pasivo, en las manos de Dios Padre y del Espíritu Santo, María colaboró activamente a la salvación de los hombres. San Agustín, enseña que María, es más dichosa, por haber concebido a Cristo primero por la fe, y luego en su seno; más dichosa por ser discípula de su Hijo, haciendo la voluntad de Dios, que por ser Madre física de Jesús (cfr. Sermones 25 y 69; GS 53). Se puede decir, que María es Bienaventurada, por creer a la palabra y guardarla, como canta Isabel: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc. 1, 42), y como lo hizo esa mujer del pueblo, que lanza una alabanza a la Madre del Maestro de Nazaret: “Sucedió que, estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: « ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.” (Lc.11, 27-28). En María, se reúne en una perfecta sinfonía, la creyente y la que cumple la voluntad de Dios, que hizo suya con un Sí incondicional. Por María, Dios entra en la humanidad, para realizar la redención del mundo, con el cambio, que encierra el Reino de Dios, que en el Magnificat, se hace canto de esperanza. María, es la creyente en Dios, modelo de fe para todo cristiano y que nos enseña a llenar de fe la propia existencia personal y eclesial.

Sor Isabel comenta la Visitación así: “Cuando leo en el Evangelio «que María corrió con toda diligencia a las montañas de Judea» (Lc. 1, 39) para ir a cumplir su oficio de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro con el Verbo de Dios... Como la de El, su oración fue siempre: «Ecce, ¡heme aquí!» ¿Quién? «La sierva del Señor» (Lc. 1, 38), la última de sus criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue tan verdadera en su humildad porque siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de sí misma. Por eso podía cantar: «El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas; desde ahora me llamarán feliz todas las generaciones» (Lc. 1, 48, 49).” (Últimos Ejercicios 40).


Día 22 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- 1 Sam. 1,24-28: Ana da gracias por su hijo Samuel.

En esta lectura encontremos un eco de varios salmos, los “Cánticos de Sión” donde encontramos la nostalgia de los piadosos judíos, y su devoción por la ciudad santa de Jerusalén, en particular, por el templo de Yahvé (cfr. Sal. 46; 48; 76; 84; 87 y 122). Ana agradece la maternidad y consagra a Samuel a Dios en el templo, que queda al servicio del sacerdote Elí. Su oración es todo un acto de fe en la omnipotencia de Yahvé: “Oyeme, señor. Por tu vida, señor, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, orando a Yahvé. Este niño pedía yo y Yahvé me ha concedido la petición que le hice. Ahora yo se lo cedo a Yahvé por todos los días de su vida; está cedido a Yahvé. Y le dejó allí, a Yahvé” (vv.26-28). Esta oración de agradecimiento por el nacimiento de Samuel es motivo para que Ana eleve su cántico a Yahvé, prototipo del Magnificat de María, la Madre de Jesús (cfr. 1Sam. 2,1-10), que expresa la esperanza de los humildes, que termina evocando al Rey y Mesías (1Sam.2,10). Samuel representa al sacerdote que se consagra al servicio del santuario desde su más tierna edad. Pertenecía a la tribu de Efraím (1Sam. 1,1) y ejerció su ministerio sacerdotal en su vertiente profética (cfr. 1Sam.7,9; 9,13;10,8). Pero a este ministerio profético, se une la de juez o sea que nos encontramos ante una personalidad muy completa al servicio de Dios y de Israel, previo a la época monárquica.

b.- Lc. 1,46-56: El Magnificat. El canto de María, la Madre de Jesús.

En el evangelio María canta las maravillas que Dios ha hecho en su vida, Ana agradecía la vida de su hijo Samuel. El evangelista sitúa el Magnificat en el contexto de la Visitación: Isabel llena del Espíritu Santo proclama la grandeza de María denominándola: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (vv. 42-45). Ella es la portadora de la bendición definitiva que se concreta en el fruto de su vientre: Jesucristo, el Señor. María, canta la grandeza de Dios y su predilección por los pequeños y humildes; responde con sonido antiguo pero de contenido totalmente nuevo. Toda su grandeza es obra de Dios y por ello se torna canto su agradecimiento. En su canto, se reúne la síntesis de la fe del pueblo de la antigua alianza, la espera de los profetas, fiado de las promesas de Dios hechas a su descendencia para siempre. Su canto testimonia que Jesús es portador de de aquella plenitud escatológica que el pueblo de Israel buscaba ansiosamente. Los olvidados y marginados, son ahora los protagonistas de la historia de Dios, que los prefiere, a los poderosos y soberbios de este mundo. Los diversos textos bíblicos, que subyacen en el Magnificat, nos hablan de las aspiraciones seculares de Israel, pero también, la humanidad redimida por la resurrección de Jesucristo, alegría y esperanza de los pobres de ayer y siempre. La llegada del Reino de Dios ha desencadenado, por la palabra de Jesucristo, el evangelio, una transformación. El Dios santo, justo y misericordioso del Magnificat, pone en marcha un proceso histórico que invierte el viejo orden de injusticia y maldad, por el que pregonan las Bienaventuranzas, código de santidad y convivencia, de reconciliación paz, fraternidad y solidaridad entre los hombres y pueblos (cfr. Mt.5, 3-12). Mucho ha sufrido la humanidad a manos de tiranos y soberbios, ayer y hoy, por lo tanto, gran parte de esa misma humanidad está por la paz, la solidaridad, la justicia, la libertad, etc. El Reino de Dios, no tolera situaciones de injusticia, y ofensa a los derechos humanos. Dios en Jesucristo, se ha revelado como fuerza de amor misericordioso que levanta a los humildes, colma a los hambrientos, contra la injusticia, verdadera idolatría de los hombres que termina divinizándose a sí mismos. María, Madre de Jesús, inserta al Dios y Hombre, verdadero en una sociedad de pobres y humildes, los pobres de Yahvé, preferidos de Dios, y destinatarios del Reino de Dios, predicado por Jesús. Su canto no es una proclama social y política, sino la constatación que sólo Dios es la riqueza verdadera del hombre, por ello, quien se encuentra satisfecho de sí mismo y de bienes materiales, en realidad está vacío. La verdadera riqueza consiste en abrirse al evangelio de la gracia de Jesucristo, al perdón de los pecados y extender su reinado a los demás, lo hace verdaderamente rico. María en este proceso es modelo acabado de discípula. Finalmente, este cántico de María es himno de su gloria: se le glorifica porque ha creído en Dios y ha permitido que Dios realice grandes obras en ella. De ahí que todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (v.48). En su misterio pascual, Cristo Jesús, da la vida nueva a la humanidad, y en su Madre, encontramos a María de la Esperanza.

Sor Isabel meditando acerca de la respuesta de María a Dios Padre escribe: “Amar es seguir las huellas de María,/ exaltando la grandeza del Señor,/ al tiempo que su alma arrebatada/ entonaba su cántico al Señor./ Vuestro centro, oh Virgen fiel,/ era el anonadamiento,/ pues Jesús, Esplendor eterno,/ se ocultó rebajándose./ Es siempre por la humildad/ como el alma le engrandece./ San Pablo en su poquedad/ «me glorío, gritaba, en el Señor,/ pues así la fuerza del Redentor/ triunfa en mi corazón». (Poesía 94).


Día 23 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Mal. 3,1-4. 22-24: Envío mi mensajero a prepararme el camino.

La primera lectura es una crítica a los malos pastores del pueblo de Israel. Es el tiempo de Esdras, tiempo de la restauración después del exilio. El Señor envía a su mensajero para anunciar la renovación del culto por medio de un fuego purificador; vendrá también el profeta Elías antes del día del Señor, para convertir los corazones de padres e hijos, para evitar el castigo. Yahvé tiene sus mensajeros y cuando se menciona el día del Juicio y la justicia realizada por Dios, éste enviará su mensajero por delante. Su labor será preparar a los hombres para la llegada del Juez, Yahvé. Cuando se hace hombre en la persona de Jesús de Nazaret y desde la Cruz juzgue al mundo, sólo entonces comprenderemos que ha sido Juan el Bautista, el principal mensajero que prepara su camino. Más importante que el mensajero, era la certeza que Yahvé venía a juzgar al mundo. En ese día hasta los justos se sentirán pecadores; Yahvé juzgará no por criterios humanos, sino según su propia justicia, que purifica y justifica. Las imágenes del fuego y la lejía expresan esta realidad con fuerza incontenible. La purificación comienza por los hijos de Leví, es decir, los sacerdotes y luego se hace extensiva a todas las clases sociales: los hechiceros, los cultores de artes mágicas, los adúlteros, los jueces y las injusticias cometidas contra la viuda, el huérfano y el forastero (cfr. Ex. 22, 17; Mal.2,14; Ex.20,14). Eran las quejas de los justos y la respuesta profética frente a los opresores; Dios permanece fiel y actuará en el momento oportuno. Ellos no dejan de ser hijos de Jacob, alejados, rebeldes, aunque siguen siendo herederos de la promesa y de la Alianza. Pecado, castigo y fidelidad divina se conjugan admirablemente para salvar al Resto mediador de Israel. La profecía termina anunciando la vuelta del profeta Elías, el primero de los profetas, que reaparecería en el comienzo del NT (cfr. 2Re. 2,11; Eclo. 48,10-12). Elías vino en la persona de Juan el Bautista, según Jesús (cfr. Mt.11, 7-14; 17,10-13; Mc. 9, 2-13), pero también en ÉL, vemos realizada la verdadera conversión y el Juicio en el amor.

b.- Lc. 1, 57-66: Nacimiento de Juan, el Bautista.

El evangelio nos narra el nacimiento de Juan, que con el espíritu de Elías, viene a anunciar la venida del Mesías. Su nacimiento, circuncisión e imposición del nombre son motivo de alegría para sus padres. A Isabel le ha llegado su hora, motivo de gozo para sus padres y parientes, aunque en este caso, con matices muy significativos. Los padres eran ancianos y ella estéril, por ello imposible, que pudieran concebir un hijo. Para Dios nada hay imposible y han podido ser padres. Pero al evangelista le interesa destacar que Juan no es el resultado de una casualidad biológica, sino el amor de sus padres que deseaban un hijo y el poder de Dios que guía la historia de los hombres. El mejor signo de ese poder es la fecundidad de unos ancianos, e resultado, el nacimiento de Juan, prepara dentro de la línea de los profetas de forma inmediata el camino para la llegada de Jesús de Nazaret. Los parientes quieren ponerle por nombre Zacarías, como su padre, pero los padres que si bien saben que el niño es su hijo, en el fondo es un regalo de Dios y que le ha destinado una gran misión, por ello le ponen por nombre Juan, como lo había llamado el ángel (cfr. Lc.1,13). Acaba la mudez de Zacarías, signo de la verdad de las palabras del ángel acerca del nacimiento de este niño singular; ante la verdad de Dios, su presencia, el hombre debe callar; se terminan las objeciones y las resistencias (cfr. Lc.1, 18-20). Puesto el nombre al niño, viene de nuevo la palabra a Zacarías; la presencia de Dios no destruye la realidad humana de Zacarías, sino que la enriquece hasta que irrumpe en un cántico de alabanza (cfr. Lc.1, 67-79). Finalmente, queremos que Dios fecunde nuestra vida con su palabra en Cristo Jesús, que mudos podamos escuchar a Dios en un silencio fecundo y contemplativo para que se eleve nuestra voz echa alabanza por su obra en nosotros. Actualizar el ministerio de Juan el Bautista, porque Dios estaba con él, también estará con nosotros si en este Adviento, preparamos los caminos de Jesús por medio de la conversión diaria a su justicia.

Sor Isabel de la Trinidad medita sobre en la fiesta de la Trinidad y su obra en el misterio de la Encarnación: “En profundo silencio, en inefable paz, / en oración divina nunca interrumpida,/ rodeada toda de eternas luces/ se mantenía el alma de María, Virgen fiel./ Su alma, como un cristal reflejaba / el Huésped que la habitaba, Belleza sin ocaso. / María atrae al cielo. Y allí el Padre la entrega su Verbo, para ser su madre. / El Espíritu de amor con su sombra la cubre, los Tres vienen a ella, el cielo todo se abre, / y se inclina, adorando el misterio/ de Dios que se encarna en esta Virgen Madre!” (Poesía 79).


Día 24 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- 2Sam. 7, 1-5. 8. 11-16: El reino de David durará por siempre.

En la primera lectura, encontramos los deseos de David y los de Dios, para con David. La profecía de Natán es la carta magna que confirma la dinastía davídica: “Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente.” (v.16). Él quiere construir un templo para Yahvé, pero Natán le asegura, que es el mismo Dios quien edifique a David una casa, una dinastía para siempre. La monarquía es un avance histórico, una innovación en la estructuración institucional de Israel, organizado hasta ahora en un sistema federal en que cada tribu consideraba su autonomía. Concentrar el poder en las manos del rey, tener como capital Jerusalén, supone un avance respecto a las tradiciones instituidas por Moisés y el Sinaí. Este nuevo binomio, David y Jerusalén es toda una novedad. Esta profecía de Natán es el refrendo divino de la monarquía davídica. Respecto a la permanencia eterna de su casa, su dinastía, y lo inconmovible de tu trono, antes de morir el propio David afirma: “Pues firme ante Dios está mi casa, porque ha hecho conmigo un pacto sempiterno, en todo ordenado y custodiado.” (2Sam. 23,5). David relee la profecía de Natán y el compromiso de Yahvé con su dinastía, como un pacto, semejante al que hizo con Abraham (cfr. Gn.15). Este pacto mantiene alto el ánimo y la esperanza de Israel sobre todo en los momentos difíciles. Es luz para el caminar de Israel en su devenir histórico para los deseos salvíficos de Yahvé. “     Pero en atención a David, le dio Yahvé su Dios una lámpara en Jerusalén, suscitando a su hijo después de él y manteniendo en pie a Jerusalén” 1Re 15,4); “Pero Yahvé no quiso destruir a Judá a causa de David su siervo según lo que le había dicho, que le daría una lámpara en su presencia para siempre.” (2Re. 8, 19). Mientras resplandezca la lámpara de David, todo es posible, nada está perdido.

b.- Lc. 1, 67-69: El Benedictus. El canto de Zacarías, padre del Bautista.

En el evangelio encontramos a Zacarías, padre de Juan, que canta el cumplimiento de las promesas de Dios Padre. Esa fidelidad se hace efectiva en el nacimiento de su hijo Juan. Como el Magnificat, este cántico es una síntesis de citas del AT., que expresa la esperanza de Israel. Bendición y acción de gracias, forman la primera parte del canto, para luego, presentar una visión esperanzadora del futuro, que nace de la acción del Precursor, que prepara los caminos para que venga el Mesías a su pueblo. “Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.” (vv. 76-79). Esta noche santa nos visita el Sol, que nace de lo alto, del cielo, nos visita Cristo con su nacimiento, luz que viene de lo alto e ilumina las tinieblas de esta noche. Dios ilumina a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, sólo así se comprende, cuánto necesitamos a Dios para nuestra vida, sabiendo que los pecados nos cubren de tinieblas. Dios se hace Salvador nuestro, si acudimos a ÉL, con fe y deseos de ser bañados de su luz admirable. El centro de este cántico es la presencia de Dios redentor entre los hombres, que en su Hijo, se hace Dios con nosotros. Sin embargo habría que preguntarse con valentía: ¿Dónde está el hombre de hoy? Tan alejado de Dios y los valores cristianos. ¿Cuántos años, como este y los anteriores muchos festejarán, sin saber el motivo, o lo que es peor, pondrán otros motivos mundanos, con tal de celebrar? Desenfreno y consumismo. Cuanto más necesita el hombre a Dios, más parece ignorarlo, cuando viene a su encuentro en su Hijo, muy amado. Al hombre de hoy, le faltan muchas cosas, pero una de las principales es la esperanza cristiana, valores trascendentes, y no fiarse sólo de la técnica y la economía. Tanto el Magnificat de María, como el Benedictus de Zacarías, nos presentan la clave: la misericordia de Dios y su fidelidad a su amor por el hombre, objeto de su benevolencia y amor divino, para que le sirvamos con justicia y santidad todos nuestros días. El esfuerzo realizado en este Adviento, por ser cada vez mejores cristianos, sea bendecido y aumentado por la bendición de Aquel, que viene de lo alto, Sol de Justicia, que ilumina a todo hombre. La luz brota de la gruta de Belén, acerquémonos con fe contemplativa y silencio fecundo, su amor que ilumina el corazón, sea puerta abierta a su misterio y al nuestro.

Sor Isabel escribe para la Navidad de 1904 estos versos: “En un humilde y pobre establo/ reposa el Verbo de Dios, / es el misterio adorable/ que al mundo revela el Ángel. / «Gloria in excelsis Deo.» / Tiene necesidad el Todopoderoso / de bajar, para difundir su amor. / Busca un corazón que le comprenda / y en él quiere su mansión fijar. / En su amor, olvidando las distancias, / ha soñado con una unión divina. / Desde lo alto del cielo El se lanza / a consumar en cada instante la fusión. / Oh profundo e insondable misterio, /el Ser increado se orienta hacia mí, / a través de todo puedo contemplarle / desde la tierra, a la luz de la fe.” (Poesía 91).

P. Julio Gonzalez Carretti OCD

Para: Caminando con Jesús