VOLVER  A  LA  ORACIÓN

Autor: PADRE JESÚS MARTÍ BALLESTER

Colaboración: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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1.-       ORAR SIEMPRE SIN DESANIMARSE.

Dice el Concilio que "desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios" (G et S, 19). Usa las mismas palabras con que la Doctora Mística, Santa teresa de Jesús, define la oración: "Tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama". No le cabe al hombre excelencia mayor que poder sostener un diálogo con Dios, su Creador que, por la revelación de Jesús, sabemos que, además, es nuestro Padre. Un diálogo que el mismo Jesús quiere que sea incesante, como nos apunta San Lucas: "Para explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse..." Y al final de la parábola, dice Jesús: “pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos, si ellos le gritan día y noche?” (18, 1 ss). Pero termina con un lamento: "pero cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿va a encontrar esa fe en la tierra?" Podemos establecer dos principios: 1) El hombre puede hablar con Dios; 2) El hombre tiene derecho de hablar con Dios. Puede hablar con Dios como ningún otro ser de la creación, porque ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios; el libro del Génesis nos presenta a Adán, tras el pecado, como quien ha roto el diálogo con Dios, avergonzado de sí mismo, como si su conciencia intranquila quisiera que Dios no existiera, porque le tiene miedo. Esta es una de las raíces soterradas del ateísmo. El pecado ha sido la causa de que Adán renunciara al derecho de hablar con Dios. Pero Dios busca al hombre y le habla, le interroga, demuestra que no renuncia al diálogo con su criatura, buscándola y tomando la iniciativa: "¿Dónde estás?... ¿Por qué lo has hecho?". En su antropomorfismo, el autor sagrado describe a Dios paseándose por el jardín antes del pecado de los primeros padres y, por tanto, dialogando familiarmente con ellos, pero no después de pecar, cuando "se escondieron entre los árboles del jardín para que el Señor Dios no los viera" (3, 8 ss).

Tenemos la posibilidad de hablar con Dios. También tenemos el derecho. Pero es que también tenemos necesidad: somos indigentes, pobres criaturas, sujetas a mil necesidades y carencias, y sometidas a todas las pasiones humanas, y víctimas de tantas calamidades, enfermedades, pobrezas y muerte. Somos además criaturas atadas con Dios por el cordón umbilical, que no podemos, auque queramos, cortar. Pero si lo cortáramos, caeríamos en el no ser, en la nada. Esto que es así ontológica, física, metafísica y gratuitamente por la gracia, podemos frustrarlo usando mal nuestra libertad que anhela la independencia; que busca, locamente, ser como Dios (Gn 3, 5). Todos los árboles del bosque de la parábola de Jorgënsen, un aciago día, decidieron por unanimidad, prescindir del sol. Le declararon la huelga al sol. Fue su sentencia de muerte. Su suicidio.

Como los árboles rebeldes, se pueden levantar los hombres contra Dios teórica o prácticamente. Los primeros, porque no aceptan al Dios que se han imaginado, hosco, gruñón, resentido y vengador, el dios de las batallas. Lo dijo Nietzsche: "Si Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, le ha salido bien, porque el hombre ha creado a Dios a imagen y semejanza suya". Ha creado un "dios menor", que casi es el título de una película reciente. Los segundos, porque pasan de Dios. La ciencia les ha hinchado. La técnica les soluciona todos los problemas. ¿Para qué necesitan a Dios? El significado verdadero de la teología de la muerte de Dios, es que Dios ha muerto en la mente y en el corazón del ser humano. Pero, si Dios es un ser muerto, ¿cómo y para qué dialogar con El? Por eso dijo Jesús: "Cuando venga el Hijo del Hombre, encontrará esta fe en la tierra?".

Ese es el problema: la fe. Sin fe la oración no es nada, no sirve para nada. Si Dios ha muerto, ¿cómo hablar con un muerto? Más todavía: El concepto más puro de oración no es pedir, sino dar, ofrecer; alabar, glorificar, bendecir, santificar el Nombre de Dios; no ir a la oración a recuperar fuerzas y salud, que se recuperan, sino a gastarse ante El, como se consume y se agota la lámpara del santuario, y se aja y se marchita un ramo de rosas ante el tabernáculo. ¿Cómo puede hacerse esto sin fe, sin una fe viva, sin una fe llameante? Pero a la vez, la fe se hace imposible sin oración. Es imposible que el pez viva fuera del ámbito de su mar o de su río. Es imposible que los árboles crezcan, florezcan y fructifiquen, sin agua. Es imposible que un edificio sea consistente sin cimientos. Es imposible que un organismo se mantenga vivo y en forma, sin alimento y sin óxigeno; y ¿pretendemos que un hombre, un cristiano, pueda vivir sin oración? Un paso más: ¿podemos esperar que ese cristiano, laico o consagrado, pueda llevar adelante con fruto, su misión de evangelizador? Hemos de terminar como los Apóstoles pidiéndole al Señor, "que nos enseñe a orar".

2.-      ¿REZAR HOY?

Dos de las conclusiones del curso sobre Dios celebrado el pasado año en El Escorial, dicen así: 1) "El olvido de Dios ha llevado a la profunda crisis de nuestra cultura". 2) "Nuestra época se caracteriza por un gran vacío y un acusado individualismo". Hay que saber estar atento a lo que cursos así tienen de positivo como un modo de escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias, como nos dice el Apocalipsis que, junto con el análisis que hacen de la realidad, pueden ofrecer pistas para la reconstrucción..

Que se haya detectado "el olvido de Dios" no nos descubre ningún secreto. Lo estamos palpando cada día. Pero el problema viene de lejos. Desde hace varios siglos, sufre la humanidad complejo de Edipo. Hoy lo tenemos todo, la ciencia y la técnica creen que pueden dominar todos los acontecimientos, encontrar solución para todas las situaciones, orientar los problemas biológicos, humanos, sociales y económicos, según los deseos del propio egoísmo, poniendo en estudio y en juego todas las posibilidades de los poderes intramundanos, y esto hace que los hombres de nuestra civilización autosuficiente y autocomplaciente, vean innecesario el recurso al Autor de la Creación, Conservador de la misma y Padre Nuestro de los cielos. "El olvido de Dios" está pues, en la raiz de la profunda crisis de nuestra cultura.

Abolido el principio que nos da la vida y que sostiene el cosmos, quedan también anulados los preceptos que, para nuestro bien, El legisló, y de esta manera, no hay posibilidad de que el débil sea protegido, ni de que el más fuerte deje de oprimir, y, así, ni hay sanción, ni premio, ni justicia, ni divina ni humana. "Aunque no temo ni a Dios ni a los hombres...", decía el juez impío de la parábola. Esto imprime en nuestra época carácter de vacío de valores y de individualismo e insolidaridad. Esta es la razón más profunda de la crisis de la oración en nuestra época.

Que el ritmo frenético de la actividad, de la productividad y de la competitividad se haya exasperado, y que los medios de comunicación nos invadan avasalladores, de la mañana a la noche, son razones marginales, que tampoco ayudan, precisamente, a encontrar un espacio que posibilite tener un contacto con Dios en la oración.

Esta situación la hemos de ver los cristianos como un desafío. Vivir en una sociedad que ha olvidado a Dios, nos debe decidir a acordarnos más de Dios. A hacer su presencia en nuestras vidas más ardiente y más continua y más coherente. Nos debe llevar a la oración.

Jesús oraba, y oraba con frecuencia, a veces pasaba noches enteras en la oración. Los discípulos, viéndole una vez orando, pacificado y feliz, tranquilo y manso, sintieron el impulso de orar. Pero ¿cómo hacerlo? Y le rogaron: "Maestro, enséñanos a orar".

Nos suena hoy a una petición manida y trivial, pero la verdad es que ella expresa el inmenso deseo y el anhelo más profundo del corazón humano. Porque, aunque el hombre sienta tapiado por lo material y lo caduco el fondo de su corazón, su ser todo busca algo, que no sabe lo que es, pero que le falta, y él lo sabe. Lo tengo todo, pero algo me falta, puede decir cualquier hombre ahito y repleto de cosas. Y es que "nos has hecho, Señor para tí, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en tí", dijo el gran San Agustín.

Lo tenemos todo, la ciencia y la técnica lo pueden todo, pero nos falta un padre, a quien hemos matado, y ese es el complejo de Edipo, y tenemos frío. Somos como los niños del cuento de Kafka que murieron porque se dejaron encerrar en una caja, cuya tapa nadie se preocupó de levantar.

Cueste lo que cueste debemos levantar esa tapa que separa a nuestra sociedad de Dios. Hemos de poner todo nuestro esfuerzo para redescubrir la noción de padre, el calor de un padre, pues sin ese padre, la vieja Europa se está enfriando más y más, día a día. Redescubrir al Padre que Jesús nos ha revelado, es también redescubrir a los hombres como hermanos, porque el Dios de Jesucristo es mi Dios, y mi Dios es el Dios de mis hermanos. Redescubierto esto se acaba la insolidaridad y el individualismo, que sólo ve en el otro un objeto, o un escalón, o un estorbo. Un objeto, y lo utiliza. Un escalón, y lo aprovecha. Un estorbo, y lo persigue, o lo elimina, porque es una amenaza para sus seguridades.

Cuando en los mismos ambientes cristianos se ha difundido un concepto casi panteísta de la oración, según el cual, la oración consistiría en el compromiso incondicional de caridad hacia los demás, ya Dios era menos que una sombra. En ese mismo Congreso que antes he citado, ha dicho Gustavo Gutiérrez, el padre de la Teología de la Liberación: "Si creo más en los pobres que en Dios, he creado un ídolo". Ver a los demás como hermanos exige ver al Padre, como Padre de mis hermanos y Padre mío, a quien nos hemos de dirigir, con quien debemos dialogar, a quien debemos pedir.

A la petición "Enséñanos a orar ", de los Apóstoles, respondió Jesús: "Así oraréis": "Padre Nuestro que estás en el cielo". Aceptando amorosamente su mandato salvador, decimos confiadamente:

Padre nuestro, que ves lo que nos está ocurriendo, que conoces nuestra ceguera y te duele, que nos has concedido el gran regalo de nuestra libertad con la cual podemos pisotear tus leyes haciendo nuestra voluntad y no la tuya, y la toleras porque nos amas; porque nos amas, concédenos la paz que el mundo necesita, que necesitamos, que deseamos, pero que retardamos por no aceptar con generosidad tu Reino, por la mirada suplicante de María, la Madre de tu Hijo y Madre de todos, por los méritos de todas las almas santas que te ven y te glorifican en el cielo, por la oración de todos los fieles que te sirven en el mundo, danos la paz, en esta hora crucial y dramática, líbranos del mal de la guerra por las llagas de tu Hijo Jesús, Salvador y Hermano nuestro. Concede la paz del cielo a las víctimas inocentes sepultadas baja las Torres Gemelas de EEUU y consuela a todos los afligidos y abatidos por esta catástrofe, provocada por los pecados de nuestra sociedad e ilumina con la luz de tu Espíritu Santo a los gobernantes para que acierten en sus decisiones. Amén.

3.-   LA ORACION EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.

El hombre es el único ser de la creación que puede establecer relación de diálogo y de comunión con Dios, por su condición de criatura hecha a su imagen y semejanza, con capacidad de conocer y de amar; de ahí que la oración sea una prerrogativa excelente del ser humano, a la vez que una intrínseca exigencia de su precariedad. Por eso hasta los mismos pueblos primitivos y "todas las religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres" (Cf  Hch 17, 27), enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, (pg 557). Todas las religiones han orado y oran, incluso aquellas, que creen en un Dios muy diluido y oscurecido por representaciones falsas, y que no tienen clara su esencia personal.

Por mucho que haya avanzado la civilización, el hombre se experimenta pobre e indigente, y siente en sí mismo, problemas psicológicos y morales, familiares y sociales; y en relación con el mundo, a menudo se ve asaltado por dificultades que le superan. Como el paralítico de la piscina probática, "no tiene hombre" que le solucione los problemas tan imponentes que le abruman, y se siente impotente. El hombre en "la noche" necesita a Dios, su ayuda, su defensa, su protección. La necesidad de Dios es innata al corazón del hombre.       

Cuando Dios se revela a los padres del Antiguo Testamento, se hace más explícita la necesidad de la comunión con Dios. Al instinto innato del hombre, se suma la presencia de Dios que se manifiesta y les habla. La Biblia nos relata los encuentros de Dios con los Patriarcas. Antes del diluvio, "dijo Dios a Noé..."; "Yahve dijo a Abraham"... "Jacob tuvo un sueño y Yahve le dijo a Jacob"...; ante la zarza que ardía sin consumirse, Yahve llamó a Moisés de en medio de la zarza: "Moisés, Moisés"... Siempre es Dios el que habla primero, el que tiene la iniciativa, porque el hombre, ante la distancia que le separa de Dios, no se atrevería a hablarle primero. La timidez del inferior ante el superior, debe ser superada por el amor de éste. Tanto más cuanto Dios, movido por su amor, quiere crear un pueblo para tener en quien depositar su misericordia.

La respuesta del hombre a la iniciativa dialogante de Dios es la oración. Podemos decir que la raíz de la oración procede de Dios, que quiere, busca y entabla el diálogo. El hombre escucha y responde a esa llamada con la obediencia. "La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo" (Catecismo de la Iglesia Católica, pg 558). Noé, Abraham, Jacob, Moisés, han oído a Dios y han ido obedeciendo, con la obediencia de la fe, lo que Dios les ha ido mandando, y han seguido hablando con El. Y así se ha ido formando el pueblo de la Alianza.

Así nacerá la oración de Israel. Cuando el hombre comprueba que Dios le habla, el hombre escucha; ante los innumerables beneficios que de él recibe, le da gracias; al contemplar la grandeza y la bondad de Dios, le alaba, le ofrece adoración; cuando contempla el  poder y la magnificencia del Creador, le pide y le suplica por sus necesidades; y, cuando se experimenta pecador, implora el perdón por sus pecados, y acude a El en sus  peligros.

 

El Libro de los Salmos es el corazón de Israel en comunión con Dios. "Los salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea" (Catecismo, 562) Cantan la fecundidad del justo, porque sigue el camino del Señor; Israel grita a Dios ante la cantidad de los enemigos que le acechan; se duerme tranquilo en medio de la difamación, puesta su confianza en el Señor; espera que el Señor le escuchará; confiesa ante Dios su pecado. Israel está seguro  porque Dios es su refugio y su fuerza...

DIOS HABLA, ISRAEL ESCUCHA: "ESCUCHA, ISRAEL, EL SEÑOR ES NUESTRO DIOS, ES EL ÚNICO DIOS" (DT 6, 4)

Pero el pueblo, siempre inclinado a convertir el rezo y el canto en rutina, se ve exhortado por los Profetas a que interioricen su oración. A que no hagan como los paganos que oran a dioses que tienen oídos y no oyen, lengua y no hablan, garganta que no tiene voz,  y les enseñan que su oración debe ser un diálogo con el Dios verdadero. Y que su vida comunitaria y social sea coherente con su oración. Porque "el Señor quiere misericordia y no sacrificios, amor más que holocaustos".

Por su falta de coherencia, cuando llegue Jesús les argüirá que han convertido la casa de Dios en mercado. La casa de mi Padre es casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.

VEN ESPÍRITU, SEÑOR Y CREADOR DE VIDA

Tú eres la vida y creas la vida. Toda vida. La vida vegetal, la animal, la racional, angélica y humana, y la Vida eterna. Tu, por la Sangre de Jesucristo, nos haces capaces a los hombres, de vivir la misma Vida tuya, la que posees con el Padre y el Hijo Unigénito de Dios. Tu nos has dado a los hombres la capacidad de crear vidas. El mal espíritu pelea contigo para arrebatarnos la vida y la Vida. Y sugiere a los hombres que maten vidas, que destruyan lo que la misma inteligencia humana ha creado. Si desde el comienzo de la creación el hombre siempre hubiera creado y nunca hubiera destruido, hoy nos asombraría lo que los hombres habrían logrado con la fuerza creadora tuya. Si, aún destruyendo tanto, pues el mundo   ha sido la tela de Penélope, tejida y constantemente destejida, por tantas guerras y tanto odio, contemplamos tantas maravillas, ¡que grandeza de mundo gozaríamos hoy los humanos!

Ante las Torres Gemelas hoy convertidas en polvo y chatarra, me asombro y te pido, Espíritu Creador, que toda la humanidad se convierta en creadora de riqueza y de belleza, construya la paz con el corazón y descubra nuevos mundos de felicidad y de paz, de prosperidad y de gozo, de gracia y de Vida divina, con tu soplo creador. Amén.

4.-      "SEREIS COMO DIOSES"

 El hombre tiene un instinto de superación que le induce a ser más, siempre más. Cuando, por error identifique el ser más con tener más, deseará alcanzar tener más cosas, creyendo que es así como es más. Nace así la cultura del materialismo y el afán de tener y poseer, que produce seres insolidarios, insensibles, egoístas, que no piensan, ni buscan, ni desean, más que el tener, como sucedáneo del ser, de lo que nos ha alertado el Concilio. "El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (G. S., 35).

En la escalada del ser más no excluye el ser humano ni siquiera ser Dios. La tentación diabólica a los primeros padres presentó este señuelo: "Seréis como dioses" (Gn 3, 5).

Todo instinto inserto en la naturaleza humana ha sido creado por Dios. Si el hombre quiere ser Dios es porque Dios le ha sembrado en el corazón la semilla de Dios. Y le ha llamado a que sea Dios. Esa es la suprema vocación del hombre. Pero, no conseguida como Satanás sugirió, desobedeciendo, sino obedeciendo.

El Misterio de la Encarnación, la Vida de Cristo y el mensaje del Evangelio, tienen la finalidad de que los hombres consigamos ser dioses por participación en el mismo amor de Dios, que nos iguala con El. Los hombres somos vocacionados a ser uno con la Trinidad. Así lo pidió Cristo: "Padre, que sean uno, como Tu y yo somos uno". Sólo en esta unión con Dios puede el hombre satisfacer su deseo más profundo. Unión que comienza con la amistad con Dios, con el diálogo y comunicación con El, que es como definió Santa Teresa la oración. En ese diálogo el hombre se experimenta a sí mismo y su situación ante Dios, y se sabe criatura necesitada de ayuda e incapaz de darse a sí mismo la plenitud de su existencia y de lo que espera. Sólo Dios, principio y fin del hombre, es suficientemente grande para poder llenar el ansia del corazón del hombre. En ese diálogo y en esa comunicación se realiza la oración. Eso es la oración. Ahí es donde el hombre se encuentra con Dios, y desde ahí le eleva Dios.

Cuando Dios habla al hombre y le dirige su Palabra revelándole el misterio más íntimo de su amor, de su providencia, de su bondad y de su misericordia, el hombre, más que reflexionar y pensar razonando discursos, debe dar gracias. Y eso es orar. Pero esa oración sólo es eficaz cuando el hombre se entrega a Dios en espíritu y en verdad, "con toda su mente y con todo su corazón y con todo su ser" (Deut 6, 5). Y en eso consiste la fe.

Creer en Dios no significa tan sólo tener la certeza de que Dios existe, sino principalmente, entregarse personalmente a Dios, Nuestro Creador, Principio y fin último de nuestra vida, y Padre Nuestro que está en el cielo y vive con nosotros por la gracia suya santificante por Jesucristo con el Espíritu Santo. A esa entrega conduce la oración, y la misma oración ya es entrega, porque el hombre inmola en la oración su ser, su tiempo, su voluntad, su acción y trabajo, toda su humanidad. En eso consiste la donación y el seguimiento. Por eso la oración es la manifestación primordial y esencial de la fe en Dios, Creador y Padre. Cuando así se ora, es cuando se está viviendo la fe, fe que responde a Dios, y fe que se vive con responsabilidad de criatura. Fe entregada que crece con la oración; por tanto la oración más verdadera y más auténtica es la que se enraíza en la fe y se manifiesta en las obras. “Fides quae per caritatem operatur”, dirá San Pablo. La fe que actúa por la caridad. Esta es la única oración que merece el nombre de tal. ¿Sabéis cuál es la mejor oración? Aquella de la que salgáis más humildes, más mortificados, con más caridad y mayor desprendimiento”, dice Santa Teresa.

El misterio de la oración no sólo debe glorificar a Dios con los labios sino mejorar también nuestra vida para glorificarle con nuestras obras, por eso Santiago en su carta 1, 19, nos avisa que “seamos lentos para hablar, lentos para la ira. Hay -dice- quien se cree hombre religioso y no frena su lengua; pero se engaña a sí mismo; su religión no es auténtica”. “Lentos para hablar”. Se ve con rapidez  lo que se juzga paja en el ojo ajeno, sin reparar en la viga que atraviesa el propio. Y se suelta a bocajarro el propio pensamiento impetuosamente, con pretexto de sinceridad, con brusquedad, a veces con grosería, y como se dice hoy, con espontaneidad. Se acusa a otros de problemillas de vanidad, entendibles, eso sí, que se citan con el mayor cariño y respeto, con lo que se afila más la lanceta, pues se juzga sin misión alguna de hacerlo. Se tilda de ingratos a los demás, sin caer en la cuenta de que, o se está faltando a la caridad prejuzgando o, al menos porque se hace con inoportunidad, rudeza, grosería e indelicadeza, cuando justamente se está dejando arrastrar por el propio temperamento herido en aquello de lo que se esperaba gratitud. Y, cuando se reacciona y se piden disculpas porque se ha hablado con brutalidad, se reafirma no obstante, que se ha hablado con toda razón, con lo que la disculpa reabre la herida.

De todo esto nos habla sabiamente San Juan de la Cruz, cuando analiza los defectos de los principiantes en los capítulos 1-7 de NOCHE OSCURA y este es el "punctum dolens" del cristiano moderno, sobre todo de los que quieren estar más cercanos a Dios y que no advierten que con facilidad se convierten en hermanos separantes. A éstos San Juan de la Cruz les dirá: “Más quiere Dios de tí un grado de purificación que todas esas obras con que le piensas servir”. El, cuando era prior, dueño de sí, dilataba la corrección para no dejarse llevar de la pasión, pues entonces la corrección no sólo no aprovecharía sino que dañaría, y a veces la dilataba durante años. Teresita, aún era más fina. Una hermana era alérgica a las flores naturales. Teresita había adornado una imagen con flores artificiales y, sospechando que la hermana enferma iba a protestar, para evitarle la humillación ante su error, se adelantó con una flor en la mano: Hermana, fíjese con qué primor se imita hoy a la naturaleza. También Pablo VI, siendo Arzobispo de Milán, cuando tenía que trasladar por quejas a algún sacerdote, encargaba a su secretario que notificara al interesado, que para el Arzobispo seguía siendo el mismo y que no había desmerecido en nada. Se trata de ser atentos, delicados, pacientes, mansos y hasta prudentes, porque una vez causada la herida quizá tarde en cicatrizar y rota la cuerda, aunque se intente reanudarla, siempre queda la señal y se hace difícil la convivencia y a  veces se retrasa el avance del Reino con la separación o el abandono, pues nadie se va sin razón suficiente. Leemos a veces textos y doctrina u oímos, que nos hace preguntar y, ¿no se está dando cuenta de que se está desmintiendo con sus actos? La incoherencia de muchos orantes está en el origen del ateismo, afirma el Vaticano II.

Corazón de Jesús manso y humilde: Siguiendo tus pasos que soportaste la torpeza de tus discípulos, enséñanos y fortalécenos con tu Espíritu Santo para que sepamos y podamos vivir según el mandato de Pablo: “Vestíos de ternura entrañable, de bondad, humildad, dulzura, sencillez, comprensión” (Col 3,12). Que no more entre nosotros  la discordia, la rivalidad, los arrebatos de ira, los egoísmos, la difamación, los chismes, los engreimientos, la prepotencia, los alborotos” (2 Cor 12,20). Que nuestro trato no sólo sea  políticamente correcto rebosando alabanzas por fuera,  mientras se clavando alfileres a los hermanos por dentro, siguiendo las costumbres del mundo moderno, que a todos trata igual, sean superiores o iguales como inferiores, por el modernismo, que degenera en grosería, cuando en democracia, dicen, cuentan mucho las formas, pero, claro, de cara a la galería. Jesús manso y suave de Corazón, que al besar tu Cabeza no te pisemos nunca los pies, que son nuestros hermanos. Amén.

5.-   SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR.

El Maestro de oración por excelencia es Jesús. Pero para entender su magisterio no podemos olvidar que El ha sido educado en la Teología de Israel. María, su Madre, es la primera que le ha enseñado a El. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre...” (pg 564). Según refiere Flavio Josefo, las primeras palabras que enseñaban a sus niños las madres de Israel, eran las palabras del "Shema": "Escucha, Israel, amarás a Yave tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas" (Det 6, 4). Jesús aprendió a orar con su madre y en "las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo" (Catecismo, pg 564), y si su pueblo oraba con los Salmos, es lógico que Jesús también utilizara los Salmos para comunicarse con su Padre. Un texto de San Mateo prueba esta afirmación: "Después de haber cantado los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos"(Mt 26, 30). Se trata de los salmos 115-118, que constituían el gran Hallel. Entre otras alabanzas a Yave, cantaría Jesús cada Pascua: "Yave defiende a los pequeños, yo era débil y me salvó...¡Ah, Yave, yo soy tu servidor, el hijo de tu esclava"... La oración de Jesús no está muy lejos de la respuesta de María al ángel en la Anunciación, ni del "Magnificat", como vemos. Lo que predomina en la oración de Jesús es el cumplir la voluntad del Padre, que El ha bebido en los Salmos, y que plasmará en la oración que enseñe a sus discípulos: "Hágase tu voluntad", y que El repite en la Oración del Huerto. La carta a los Hebreos abre y cierra la vida de Jesús con su respectiva oración: "Al entrar en este mundo Cristo dijo: "Heme aquí, vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad". "En los días de su vida mortal, habiendo presentado con violento clamor y lágrimas, oraciones y súplicas al que podía salvarle de la muerte, y habiendo sido escuchado por su piedad, aprendió, sufriendo a obedecer". A obedecer: "Pase de Mí este cáliz", repetirá en Getsemaní."Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya".

No podemos encerrar en un breve espacio todos los pasajes del Nuevo Testamento en los que los Evangelistas nos presentan a Jesús orando, teniendo en cuenta, además, que los Evangelios no nos lo dicen todo, ya que Jesús es infinitamente más grande y deslumbrador. Pero, al menos, nos transmiten su oración ante los acontecimientos más trascendentales de su vida. Jesús ora cuando Juan lo bautiza (Lc 3, 21); Jesús pasó la noche orando en la montaña ante de elegir a los Apóstoles (Ib 6, 12); mientras Jesús oraba en el Monte, se transfiguró (9, 29); antes de enseñar a los Apóstoles el Padrenuestro, Jesús estaba orando en cierto lugar, (11, 1). Y antes de comenzar su misión ayunará y orará cuarenta días en el desierto, (Mt 4, 1). Jesús ora en el Cenáculo al instituir la Eucaristía y el Sacerdocio. Jesús ora antes de comenzar la Pasión, en el Huerto de los Olivos (Mc 14, 36) Y, finalmente, Jesús ora en la cruz, entregándose al Padre y pidiendo perdón por los que no saben lo que hacen (Lc 23, 34).

Los evangelios están llenos de mandatos, exhortaciones y parábolas de Jesús pidiendo a sus Apóstoles que oren, que vigilen para no caer en la tentación. Y a las multitudes les enseñaba diciendo que oraran sin desfallecer, con insistencia, siempre, asegurando que quien pide recibe, quien busca encuentra, y que al que llama se le abre. Y para garantizar la eficacia de la oración y persuadir a la confianza en el Padre, refiere la parábola del hombre que pide a su amigo unos panes aporreando la puerta de noche, cuando están acostados y durmiendo y asegura que cuánto más el Padre os dará lo que le pidáis en mi nombre. Pues, si vosotros, que sois malos, no les dais a vuestros hijos piedras cuando os piden un huevo, o una serpiente cuando os piden pescado, cuánto más vuestro Padre dará su Espíritu Santo a quien se lo pida?

¿Quién no se sentirá estimulado a orar, y a orar unidos los hermanos, habiéndonos prometido el Señor: "En verdad os digo que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre, que está en los cielos?" Lo importante no es que debamos orar, lo hermoso y grande es que podamos orar.

Te damos gracias, Padre del cielo, porque nos has enviado a tu Hijo Jesús a enseñarnos a orar y a pedirnos que oremos y a asegurarnos que nuestra oración no cae en el vacío, pues el Padre la acepta en nombre del Hijo por el Espíritu Santo, que es el dador de todo bien, y la cumple siempre, aunque nosotros no lo veamos ni lo comprendamos. Dice Santiago, el que tenía las rodillas encallecidas de tanto orar: si oráis y no recibís es porque oráis mal. Pero si oramos con las manos limpias y humildemente, con confianza y amor, siempre será escuchada nuestra oración. Para que así sea, digamos como los Apóstoles: Señor, enséñanos a orar. Enséñanos a no desfallecer. Enséñanos a repetir la misma súplica en la aridez, en la angustia, en la tristeza, caidos en tierra como Tú en Getsemaní a gritos y con lágrimas que pase de nosotros el cáliz, el trago amargo, la tribulación, la sequedad, la desgana. Enséñanos a ser constantes y felices. Que Santa Teresa, que tanto luchó por la oración y con la oración, nos enseñe contigo a no dejar la oración y a comprender que con ella podremos pasar los trabajos de esta vida con menos trabajo.

 

Padre Jesús Marti Ballester

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