Reflexión desde las Lecturas del Domingo De Corpus Christi, Ciclo A

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.    EL PAN DE VIDA

“El pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. La Eucaristía es Cristo vivo entregándose, Cristo que se da, que se ofrece del todo, voluntariamente, libremente, por amor... ¡si descubriéramos cuánto amor hay en cada misa y en cada Sagrario no podríamos permanecer indiferentes!

“Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”. Cristo en la Eucaristía es la fuente de toda vida cristiana. De Él se nos comunica la gracia, la santidad, la caridad y todas las virtudes. De Él brota para nosotros la vida eterna y la resurrección corporal. Si nos falta vida es porque no comulgamos o porque comulgamos poco, o porque comulgamos mal.

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Este es el fruto principal de la comunión. Si Cristo nos da vida no es fuera de Él. Nos da vida uniéndonos consigo mismo. Al comer su carne permanecemos unidos a Él y al permanecer en Él tenemos la vida eterna, es decir, su misma vida, la que Él recibe a su vez del Padre. Si comulgamos bien seremos cada vez más cristianos y más hijos de Dios, viviremos más en la Trinidad.

“Formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.Otra maravilla de la Eucaristía: al unirnos a Cristo nos une también entre nosotros. Al tener todos la vida de Cristo somos hermanos “de carne y sangre”, con una unión incomparablemente más fuerte y profunda que los lazos naturales. La Eucaristía es la única fuente real de unidad. Por eso, si no comulgamos con la Iglesia y con los hermanos estamos rechazando al Cristo de la Eucaristía.

2.    PRIMERA LECTURA Deut 8, 2-3. 14-16

Lo que origina la fe del pueblo de Israel es haber visto a Dios actuar en su historia: Eran esclavos y el Señor los hizo libres. La fe, que transforma la vida, arranca de haber visto a Dios actuar en la propia vida.

Lectura del libro del Deuteronomio.

Moisés habló al pueblo diciendo: Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. No olvides al Señor, tu Dios, que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud, y te condujo por ese inmenso y temible desierto, entre serpientes abrasadoras y escorpiones. No olvides al Señor, tu Dios, que en esa tierra sedienta y sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca, y en el desierto te alimentó con el maná, un alimento que no conocieron tus padres.

Palabra de Dios.

2.1         AGRADECIMIENTO A DIOS.

“Moisés habló al pueblo” Una vez más, el profeta, se dirige a su pueblo y lo hace sin un orden metódico, pero con estilo oratorio muy especial, e impulsa al pueblo a poner por obra los mandamientos que les ha dado el Señor para que vivan muchos años en la tierra que juró a sus padres. Durante cuarenta años les ha probado a fin de conocer los sentimientos de su corazón; “tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba”, sin embargo, los colmó de bienes durante la peregrinación por el desierto para que le conociesen y amasen.

“Te afligió y te hizo sentir hambre”. El trasfondo de esta primera lectura nos introduce en la espantosa y asoladora aspereza del desierto del Sinaí. Allí en la aridez, si no hay nada de comer, el hambre es cruel, la sed es espantosa, los riesgos de caminar son mortales con el peligro de “serpientes abrasadoras y escorpiones”, bichos, alacranes terroríficos y serpientes venenosas. En una palabra, un entorno de difícil sobrevivencia con sus solas fuerzas. Es así, como nadie, solo y por su cuenta, intenta internarse en ese desierto. Se sentiría humillado en su altanería. Se tropieza contra su propia debilidad y es incapaz de conseguirlo sin ayuda. Entonces advierte que la única confianza la puede encontrar exclusivamente en Dios.

Ahora que va a introducirlos en la tierra excelente de Canaán, llena de todas las abundancias, Israel corre el peligro de olvidarse de los beneficios recibidos, por eso le pide a su pueblo;  “No olvides al Señor, tu Dios”, como también luego le pedirá no atribuirse a su esfuerzo los bienes que en ella encontrará, “para que luego no digan mi fuerza y el poder de mi mano me ha dado estas riquezas.” (Deuteronomio 8, 17). Y, sobre todo, le previene contra el peligro de la idolatría, porque, si transgreden, yendo tras de dioses ajenos, encontrará su destrucción, como la encontraron los propios cananeos de manos del Señor; “como las naciones que el Señor hace perecer ante vosotros, así vosotros pereceréis por no haber escuchado la voz del Señor, vuestro Dios” (Deuteronomio 8, 20).

2.2         EL HOMBRE NO VIVE SOLAMENTE DE PAN, SINO DE TODO LO QUE SALE DE LA BOCA DEL SEÑOR

“Pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, Y, en efecto, sólo Dios ha salvado a Israel. Le ha dado la “Palabra” que sale de la boca del Señor. La Palabra de Dios es el verdadero regalo del Señor. El maná es entendido como una demostración: “para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor”. Como también, Jesús le respondió al diablo: “Esta escrito: No sólo de pan vive el hombre.”  (Lucas 4,3)

La Palabra de Dios es la protagonista principal de esta historia en el desierto. Sin ella, el maná no habría aparecido en el árido suelo y empedrados del desierto. Sólo así, en el páramo del desierto, donde el hombre no puede subsistir con sus propios medios, sino que tiene que rendirse y depender de Dios, el maná y la Palabra divina se convierte en la misma realidad.

3.    SALMO

Este Salmo es un himno que nos propone un canto de acción de gracias por la paz y la prosperidad de Jerusalén, y, sobre todo, por haberle dado el Señor la Ley por la que se distingue de todas las naciones, y que es prueba de la predilección divina por Israel.

Sal 147, 12-15. 19-20

R. ¡Glorifica al Señor, Jerusalén!

¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión! El reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti. R.

Él asegura la paz en tus fronteras y te sacia con lo mejor del trigo. Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente. R.

Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel: a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. R.

3.1         ACCIÓN DE GRACIAS POR LA PAZ Y LA PROSPERIDAD

La parte de este salmo que se canta en la Liturgia de hoy, es una acción de gracias por la paz y la prosperidad, y, sobre todo, por haber dado la Ley a Israel, por la que se distingue de todas las naciones.

Aunque no son pocas las dependencias literarias de otras composiciones bíblicas, el salmo tiene una gran fuerza expresiva. El optimismo con que está redactado parece reflejar una situación de paz después de la repatriación. Algunos autores suponen que fue compuesto con motivo de la dedicación de las murallas de Jerusalén en tiempos de Nehemías. Pero nada en el salmo garantiza plenamente esta hipótesis.

En la versión de los LXX, el salmo está dividido en dos: 1-11 (Sal 146) y 12-20 (Sal 147), llevando ambos el título de Aleluya; de Ageo y Zacarías. La última parte se refiere a Jerusalén, mientras que en la sección primera se habla de la Providencia en general. Por ello, algunos comentaristas suponen que primitivamente eran dos composiciones independientes, que fueron acopladas posteriormente por exigencias del canto litúrgico.

“¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión! El reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti”  En este fragmento de los versículos que hoy cantamos, 12-20, los israelitas tienen una obligación especial de entonar alabanzas al Señor por haber fortalecido las murallas de la ciudad — reforzando las cerraduras de sus puertas — y difundiendo sus bendiciones sobre sus habitantes. “Él asegura la paz en tus fronteras y te sacia con lo mejor del trigo. Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente.” Conforme a las antiguas promesas, el Señor  ha dado paz a su pueblo, asegurando sus fronteras y proporcionándole trigo de la mejor calidad.

El salmista pondera el mayor beneficio recibido por el pueblo elegido: la Ley, en la que se manifiesta concretamente y de modo minucioso la voluntad divina. El mismo Dios, que dirige el curso de la naturaleza, se ha dignado escoger a Israel como “heredad” suya particular, entregándole sus estatutos para su mejor gobierno y para asegurar el camino de la virtud, que merece las bendiciones del Omnipotente. Ningún pueblo puede gloriarse de haber sido objeto de tal predilección por parte del Creador. (1)

Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel: a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos.  Entonces se pasa al tercer momento, el último, de nuestro himno de alabanza. Se vuelve al Señor de la historia, del que se había partido. La Palabra divina trae a Israel un don aún más elevado y valioso, el de la Ley, la Revelación. Se trata de un don específico: a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos.  Por consiguiente, la Biblia es el tesoro del pueblo elegido, al que debe acudir con amor y adhesión fiel. Es lo que dice Moisés a los judíos en el Deuteronomio: “Y ¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy? (Deuteronomio 4,8)

Del mismo modo que hay dos acciones gloriosas de Dios, la creación y la historia, así existen dos revelaciones: una inscrita en la naturaleza misma y abierta a todos; y la otra dada al pueblo elegido, que la deberá testimoniar y comunicar a la humanidad entera, y que se halla contenida en la sagrada Escritura. Aunque son dos revelaciones distintas, Dios es único, como es única su Palabra. Todo ha sido hecho por medio de la Palabra -dirá el Prólogo del evangelio de san Juan- y sin ella no se ha hecho nada de cuanto existe. Sin embargo, la Palabra también se hizo «carne», es decir, entró en la historia y puso su morada entre nosotros (cf. Juan 1,3.14). (2)

Por eso, cada día debe subir al cielo nuestra alabanza, para bendecir al Señor de la vida y la libertad, de la existencia y la fe, de la creación y la redención diciendo: “¡Glorifica al Señor, Jerusalén!”

4.    SEGUNDA LECTURA 1Cor 10, 16-17

En la asamblea que celebra la eucaristía está toda la Iglesia, está el Cuerpo cuya cabeza es Cristo. El realiza la comunión por su sacrificio: ya no hay esclavo, ni libre, todos somos uno en Cristo.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.

Hermanos: La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.

Palabra de Dios.

4.1         LOS FIELES QUE PARTICIPAN DE LA EUCARISTÍA ENTRAN EN COMUNIÓN CON EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

San Pablo vuelve al tema directo de los idolotitos, esto es los comestibles sacrificados a los ídolos, distinguiendo claramente dos casos: participación en banquetes sagrados (1Cor 10, 14-22) y uso profano de esos idolotitos fuera de los banquetes sagrados (1Cor 10, 23-33).

Comienza el apóstol con un aviso de carácter general, rogando a los corintios que se mantengan alejados de todo cuanto parezca idolatría (“Por lo cual, amados míos, huid la idolatría” (1Cor 10, 14). Luego, con exquisita delicadeza, les pide que ellos mismos sean jueces de lo que les va a decir (“Os hablo como a discretos. Sed vosotros jueces de lo que os digo”. (1Cor 10, 15) Preparado así el terreno, propone ya el primer razonamiento, que es el siguiente: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?”. Los fieles que participan de la eucaristía entran en comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo, y los que participan de los idolotitos en los banquetes sacrificiales entran en comunión con los demonios. Lo uno excluye lo otro; de ahí que el que quiera estar unido a Cristo debe abstenerse de los banquetes sacrificiales; de lo contrario, provocaremos la ira del Señor, mucho más fuerte que nosotros, de la que no podremos escapar (Cfr. 1Cor 10, 16-22).

4.2         EL HOMBRE NECESITADO DE PAN Y AGUA SÓLO PUEDE VIVIR DE LA RELACIÓN CON DIOS Y LOS HERMANOS.

Para expresar este concepto, Pablo se vale de la experiencia eucarística que se vive en la comunidad de Corinto. La participación y la comunión del pan eucarístico, a través del cáliz y el pan del altar, ayudan a entrar en una relación personal, profunda e íntima, con “el Cuerpo de Cristo”, es decir, con su vida y su amor.

La lectura que nos propone la liturgia expresa la densa consecuencia que el apóstol deduce de esta unión, por medio de la fe, con el “Cuerpo de Cristo”. Puesto que el “Cuerpo de Cristo” es un único pan para muchos, todos los que nos acercamos a la comunión: “formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.” Comiendo el cuerpo de Cristo nos convertimos en “Cuerpo de Cristo”. O, dicho de otra forma, formamos entre nosotros, que nos comunicamos con Cristo, un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo, incluso siendo muchos, somos un solo cuerpo. Puede parecer asombroso, pero es verdad que todos formamos un solo cuerpo.

5.    EVANGELIO Juan 6,51-58

Jesús es el Cordero de Pascua, que una vez sacrificado, restablece la comunión entre Dios y los hombres. Eso los judíos no lo entienden, y como no lo entienden no lo creen. En la Misa se actualiza el sacrificio por el cual se nos dio la Vida Nueva.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?” Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.

Palabra del Señor.

5.1         EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE TIENE VIDA ETERNA.

Jesús, continúa el gran discurso pronunciado en Cafarnaúm, en el, nos explica cuidadosamente, en forma muy explícita, con una claridad admirable la eucaristía, se repiten algunos conceptos ya antes dicho, pero con un nuevo matiz, con un cambio notable, ya no dice el que cree, sino que El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna.

En el fragmento anterior de este Evangelio, Jesús se proclama a sí mismo: Yo soy el pan de vida. (Juan 6, 48). Es pan de vida, en el sentido que El causa y dispensa esta vida: Les dijo Jesús: « Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. (Juan 6,35) En este mismo Evangelio, fragmento anterior, “Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.  (Juan 6, 30-31) los judíos le habían hecho ver o debatir el prodigio del maná, que Dios hizo en favor de los padres en el desierto. Y Jesús recoge ahora aquella alusión para decirles, una vez más, que aquel pan no era el pan verdadero: “Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; (Juan  6,32). Pero este era sólo un alimento temporal. Por eso, los padres comieron de él, pero murieron.

5.2         YO SOY EL PAN VIVO BAJADO DEL CIELO.

Hay, en cambio, un pan verdadero. Y éste es el que está bajando del cielo, precisamente para que el que coma de él no muera. No morirá en el espíritu, ni eternamente en el cuerpo. Porque este pan postula la misma resurrección corporal.

Es interesante notar la formulación del versículo 58, Jesús ahora no dice: “Yo soy el pan vivo,” sino “Yo soy el pan vivo bajado del cielo” con lo que se palpa muy de cerca la fórmula de la consagración eucarística: “Este es mi cuerpo.”

Y este pan hasta aquí aludido encuentra de pronto su concreción: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo.” Antes “Yo soy el pan de la vida.” (Juan 6,48) se definió como el Pan de vida, acusando el efecto que causaría ser comido y masticado en el alma; ahora se define por la naturaleza misma viviente, es decir tiene en sí mismo la vida: Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, (Juan 5:26).

5.3         EL QUE COMA DE ESTE PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE

Y la tiene, porque ese pan es el mismo Jesús, que bajó del cielo en la encarnación, cuyo momento histórico en que se realizó esa bajada se acusa por la forma como los dice. Es el verbo que tomó carne. Y al tomarla, es pan vivo. Porque es la carne del Verbo, en quien, en el principio, ya estaba la vida (Juan 1:4) que va a comunicar a los seres humanos.

Si ese pan es viviente, no puede menos de conferir esa vida y vivificar así al que lo recibe. Y como la vida que tiene y dispensa es eterna, Jesús nos dice que; El que coma de este pan vivirá eternamente” y porque tendrá Vida eterna.  El tema, una vez más, se presenta, según la naturaleza de las cosas, sapiencialmente, sin considerarse posibles deserciones o abandonos que impidan o destruyan en el sujeto esta vida eterna: …”El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada….” (Juan 15:1-7).

5.4         EL PAN QUE YO DARÉ ES MI CARNE PARA LA VIDA DEL MUNDO.

Y aún se matiza más la naturaleza de este pan: “y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.  

Al hablarles antes del Pan de vida, que era asimilación de Jesús por la fe, se exigía el venir y el creer en El, ambos verbos en participio de presente, como una necesidad siempre actual: “Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.”(Juan 6, 35); pero ahora este Pan de vida se anuncia que él lo dará en el futuro. Es, se verá, la santa Eucaristía, que aún no fue instituida. Un tiempo después de esta promesa, este pan será manjar que ya estará en la tierra para alimento de los seres humanos. Con ello se acusa la perspectiva eclesial eucarística.

Éste pan, dice Jesús, es mi carne, pero dada en favor y en provecho de la vida del mundo. Este pasaje es, doctrinalmente, muy importante.

Se trata, manifiestamente, de destacar la relación de la Eucaristía con la muerte de Jesús, como lo hacen los sinópticos y Pablo. San Juan utilizará el término más primitivo y original de carne.

Si la proposición vida del mundo concordase directamente con el pan, se tendría, hasta por exigencia gramatical, la enseñanza del valor sacrifical de la Eucaristía. Pero vida del mundo ha de concordar lógicamente con mi carne, y esto tanto gramatical como conceptualmente.

5.5         ES LA CARNE DE JESÚS

Pero ya, sin más, se ve que esta carne de Jesús, que se contiene en este pan que Jesús dará, es la carne de Jesús; pero no de cualquier manera, la carne de Jesús como estaba en su nacimiento, sino en cuanto entregada a la muerte para provecho del mundo, mi carne para la Vida del mundo es la equivalente, y está muy próxima de la del relato de Lucas: “Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.”(Lucas 22, 19), o como lo relata Pablo: “Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.” (1 Cor 11,24).

Aquí Jesús no habla de la entrega de su vida sino de la entrega de su carne. Podría ser porque se piensa en la participación del cuerpo y sangre en el banquete eucarístico, o porque se piensa en la unidad del sacrificio eucarístico/Calvario.

5.6         EL PAN QUE JESÚS DARÁ ES LA EUCARISTÍA.

Y ésta, para San Juan, es el pan que contiene la carne de Jesús. En el uso semita, carne, o carne y sangre, designa el hombre entero, el ser humano completo. Aquí la Eucaristía es la carne de Jesús, pero en cuanto está sacrificada e inmolada por la vida del mundo Precisamente el uso aquí de la palabra carne, que es la palabra aramea que, seguramente, Jesús usó en la consagración del pan, unida también al el pan que yo daré, es un buen índice de la evocación litúrgica de la Eucaristía que San Juan hace con estas palabras.

Si por una lógica filosófica no se podría concluir que por el solo hecho de contener la Eucaristía la carne de Jesús inmolada no fuese ella actualmente verdadero sacrificio, esto se concluye de esta enseñanza de San Juan al valorar esta expresión tanto en el medio ambiente cultual judío como grecorromano.

5.7         ¿CÓMO ESTE HOMBRE PUEDE DARNOS A COMER SU CARNE?

“Los judíos discutían entre sí, diciendo: Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?Ante la afirmación de Jesús de dar a comer un pan que era precisamente su carne, los judíos no sólo susurraban o murmuraban como antes, al decir que bajó del cielo: Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo.”  (Juan 6, 41), sino que, ante esta afirmación, hay una protesta y disputa abierta, acalorada y prolongada entre ellos, como lo indica la forma imperfecta en que se expresa: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?” Esto sugiere quizá, más que un bloque cerrado de censura, el que unos rechazasen la proposición de comer ese pan, que era su carne, como absurda y ofensiva contra las prescripciones de la misma Ley, por considerársela con sabor de antropofagia, mientras que otros pudiesen opinar: “Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”,  (Juan 6:68), llenos de admiración y del prestigio de Jesús, el que no se hubiesen entendido bien sus palabras, o que hubiese que entenderlas en un sentido figurado y nuevo, como lo tienen en el otro discurso: ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David? (Juan 7:42)

Preguntaban despectivamente el cómo podía darles a comer su carne. ¡El eterno cómo del racionalismo! Ante este alboroto, Jesús no sólo no corrige su afirmación, la atenúa o explica, sino que la reafirma, exponiéndola aún más clara y fuertemente, con un realismo máximo. La expresión se hace con la fórmula introductoria solemne de "Les aseguro que”, y luego les agrega; si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.”

5.8         LA NECESIDAD DE COMER Y BEBER LA CARNE Y SANGRE DE JESÚS

La doctrina que aquí se expone es por una parte la necesidad de comer y beber la carne y sangre de Jesús; por otra, porque sin ello no se tiene la vida eterna como una realidad que ya está en el alma; “pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna…….. (Juan 4:14.23), y que sitúa ya al alma en la vida eterna, y finalmente y como consecuencia de la posesión de la vida eterna, que esta comida y bebida confieren, se enseña el valor escatológico de este alimento, pues exigido por él, por la vida eterna por él conferida, Jesús, a los que así hayan sido nutridos, los resucitará en el cuerpo en el último día.

La enseñanza trascendental que aquí se hace es la de la realidad eucarística del cuerpo y sangre de Jesús como medio de participar en el sacrificio de Jesús: necesidad absoluta para el cristiano. Sacrificio que está y se renueva en esta ingesta sacrificial eucarística.

5.9         EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE PERMANECE EN MÍ Y YO EN ÉL.

“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él.” Como verdadera comida y bebida que son la carne y la sangre eucarísticas de Jesús, producen en el alma los efectos espirituales del alimento. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”, es una forma que aquí se usa para expresar esta presencia de Jesús en el alma, la unión de ambos, tiene en los escritos de San Juan el valor, no de una simple presencia física, aunque eucarística, sino el de una unión y sociedad muy estrecha, muy íntima: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? ……..Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí… (Juan 14:10.20), “Permaneced en mí, como yo en vosotros.”, (Juan 15:4.5), “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti", que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.” (Juan 17:21). Este es el efecto eucarístico en el alma: así como el alimento se hace uno con la persona, así aquí la asimilación es a la inversa: el alma es poseída por la fuerza vital del alimento eucarístico.

5.10 COMO YO, QUE HE SIDO ENVIADO POR EL PADRE QUE TIENE VIDA, VIVO POR EL PADRE

Luego Jesús nos dice; “Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.”

Así como Jesús vive por el Padre, del que recibe la vida: “Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo,” (Juan 5:26), así también el que recibe eucarísticamente a Jesús vive por Jesús, pues Él es el que le comunica, por necesidad, esa vida (Juan 1.16; 15:4-7). El Padre es la fuente de la vida que el Hijo goza; esta vida, difundiéndose luego a su humanidad, constituye aquella plenitud de que todos hemos de recibir (San Juan 1:16). Así el discípulo que se nutre del Pan de vida eucarístico se consagrará enteramente, por ello, a promover los intereses de Jesús. Con esta interpretación estaríamos en presencia de una noción nueva. Unido a Jesús en la Eucaristía, el fiel se consagraría enteramente a promover los intereses de aquel que se le da a él.

5.11 JESÚS ENSEÑABA TODO ESTO EN LA SINAGOGA DE CAFARNAÚM

Finalmente, san Juan ha querido precisar donde se dijo este discurso con exactitud, Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm. Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm. Tal vez los hace, para certificar que estas cosas se decían en reuniones públicas, no de una forma clandestina.

Los sacramentos nos comunican la gracia, la Eucaristía nos da a Jesucristo, el mismo autor de la gracia, es así como la Eucaristía nos produce un efecto admirable.

San Agustín, en una ocasión nos advierte: Al comer la carne de Cristo y beber su sangre, nos transformamos en su sustancia

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Domingo de Corpus Christi  Ciclo A

Publicado en este link: PALABRA DE DIOS


Fuentes Bibliográficas:

Julio Alonso Ampuero, Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico

Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén

  Referencias del Salmo:

   (1)(Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC)

   (2) (Juan Pablo II, Audiencia general del miércoles 5 de junio de 2002)


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