Reflexión desde las Lecturas del Domingo III de Adviento Ciclo B

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.    TESTIGO DE LA LUZ

Juan Bautista es testigo de la luz. Nos ayuda a prepararnos a recibir a Cristo que viene como “luz del mundo” (Jn 9,5). Para acoger a Cristo hace falta mucha humildad, porque su luz va a hacernos descubrir que en nuestra vida hay muchas tinieblas; más aún, Él viene como luz para expulsar nuestras tinieblas. Si nos sentimos indigentes y necesitados, Cristo nos sana. Pero el que se cree ya bastante bueno y se encierra en su autosuficiencia y en su pretendida bondad, no puede acoger a Cristo: “Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven se vuelvan ciegos” (Jn 9,39).

Juan Bautista es testigo de la luz. Y bien sabemos lo que le costó a él ser testigo de la luz y de la verdad. Pues bien, no podemos recibir a Cristo si no estamos dispuestos a jugarnos todo por Él. Poner condiciones y cláusulas es en realidad rechazar a Cristo, pues las condiciones las pone sólo Él. Si queremos recibir a Cristo que viene como luz, hemos de estar dispuestos a convertirnos en testigos de la luz, hasta llegar al derramamiento de nuestra propia sangre, si es preciso, lo mismo que Juan. “Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt10, 32-33).

Juan Bautista es testigo de la luz. Pero confiesa abiertamente que él no es la luz, que no es el Mesías. Él es pura referencia a Cristo; no se queda en sí mismo ni permite que los demás se queden en él. ¡Qué falta nos hace esta humildad de Juan, este desaparecer delante de Cristo, para que sólo Cristo se manifieste! Ojalá podamos decir con toda verdad, como Juan: “Es preciso que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30).

2.    PRIMERA LECTURA

Isaías anuncia las características del futuro Mesías y los frutos de su misión. Después de un breve recuerdo de su vocación, que lo justifica ante su auditorio, el profeta presenta la alianza entre el Señor y su pueblo (vv 8-9) en un estilo que prefigura el de las Bienaventuranzas. El hombre que decide vivir en la presencia del Señor debe aceptar inevitablemente un camino radical. Participando, así, de la vida del Señor, el pueblo canta su alegría en un himno que anuncia el Magnificat. Frente a los agoreros del castigo y a los predicadores de la resignación, el heraldo proclama la justicia. El Espíritu del Señor está en él, creando la alegría expansiva que debe transfigurar la faz de la tierra.

Lectura del libro de Isaías. Is 61, 1-2a. 10-11

El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor. Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.

Palabra de Dios.

2.1         ÉL ME ENVIÓ A LLEVAR LA BUENA NOTICIA A LOS POBRES

La expresión “El espíritu del Señor,  está sobre ”, indica una intervención carismática de Dios en la vida del profeta en orden a una misión o manifestación nueva a la comunidad. El profeta se siente ungido por el mismo Dios para el cumplimiento de esta misión. Es una consagración metafórica al servicio del Señor. Como los reyes y sacerdotes recibían una unción real externa para desempeñar sus funciones, así el enviado de Dios se siente escogido por Dios para una función especial que se le encomienda: “porque el Señor me ha ungido”. Aquí ungido parece equivaler a enviado, dotado del espíritu de profecía para predicar la buena nueva a los abatidos, la era de salvación a los quebrantados de corazón, o fieles israelitas oprimidos por la injusticia y abatidos por tantas desgracias sociales. Su misión es anunciar un glorioso e inaudito jubileo de emancipación: “Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor.” Según las prescripciones mosaicas, en el año del jubileo debían considerarse libertados y emancipados todos los esclavos. Aquí también el profeta anuncia un año de gracia de parte del Señor, un año de remisión y de reconciliación con su pueblo. Será una amnistía general: “la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros”, aquí en sentido metafórico.

El profeta contrapone “el año de gracia” y el día de venganza (La liturgia de hoy omite esta última palabra). El primero será de favor para sus fieles, y el segundo, de castigo para los pecadores enemigos de Israel, y aun del mismo Israel. Quizá haya en las palabras año y día una contraposición buscada por el autor para hacer ver que Dios siempre es más largo en perdonar que en castigar: la remisión dura un año, mientras que la venganza un solo día.

Este “año de gracia” y este día de venganza servirá para consolar a todos los tristes, es decir, los fieles abatidos de que hablaba antes, los cuales al ver, por un lado, la manifestación misericordiosa de Dios en ese año de gracia en favor de sus fieles, y la justicia de Dios en el día de la venganza, sentirán una íntima satisfacción, ya que el Señor, al fin, salió por sus derechos transgredidos, y el camino de la virtud queda públicamente vindicado.

Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios.

“Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios”. Este fragmento puede entenderse como una explosión lírica del profeta o de Sión personificada, que exulta jubilosa ante las nuevas perspectivas luminosas que se ofrecen a sus ojos.  Jerusalén ha sido vestida con vestiduras de salvación: “Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas”.  El Señor  le ha otorgado la salvación, que aparece ante los pueblos como un nuevo Atuendo nupcial, según dirá a continuación. El manto de justicia parece ser una frase paralela, con idéntico sentido, ya que justicia muchas veces, en los profetas, es sinónimo de salvación. La razón de que Sión se ciña la frente como esposo es precisamente la aparición inesperada de esa justicia o salvación: “Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.”. El Señor mismo ha hecho brotar en su pueblo como en el huerto las semillas. Ese horizonte de justicia hará que Sión sea objeto de “alabanza ante todas las naciones.”  

3.    SALMO Sal Lc 1, 46-50. 53-54

Como un eco de este anuncio el salmo responsorial tomado del cántico de la Virgen María, expresa profundos sentimientos de gozo.  Con este hermoso himno, María, alaba a Dios por la elección que hizo en ella, reconoce la Providencia de Dios en el gobierno del mundo y nos recuerda como Dios cumplió las promesas hechas a los Patriarcas. Nada será más agradable a Dios, que lo alabemos como lo hizo María, con las hermosas palabra que el Espíritu divino la inspiró.

R. Mi alma se regocija en mi Dios.

Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz. R.

Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. R.

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia. R.

3.1         EL MAGNIFICAT, EL HIMNO DE MARIA

Este salmo corresponde al fragmento de evangelio de Lucas y  nos presenta el cántico de María, “El Magníficat”, responde a una explosión de júbilo en Dios, incubada desde que se había realizado en ella el misterio de la encarnación. “El himno de María no es ni una respuesta a Isabel ni propiamente una plegaria a Dios; es una elevación y un éxtasis” y una profecía.

María dijo entonces; “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador”, este canto es la una expresión elevadísima del alma de María, donde las lágrimas de alegría, gozo y esperanzas, se encierran en el Corazón de la Virgen María.

Podemos observar, en este cántico, la alabanza de María a Dios por la elección que hizo de ella, el reconocimiento de la providencia de Dios en el mundo y como con esta obra se cumplen las promesas hechas.

“Porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora”. La humildad de la Virgen María, es la causa de su grandeza, como ella, se humilla hasta en lo más ínfimo y Dios la eleva a lo más alto de la dignidad. La alabanza que hace María a Dios por la elección que hizo en ella, engrandeciendo a Dios, ella está profundamente agradecida, así es como le bendice y le celebra.

Este gozo de María es en Dios “mi Salvador.” Nunca como aquí cobra esta expresión el sentido mesiánico más profundo. Ese Dios Salvador es el Dios que ella lleva en su vientre, y que se llamará Jesús, Yehoshúa, es decir, Yahvé salva. Y ella se goza y alaba a Dios, su Salvador.

María atribuye esta obra a la pura bondad de Dios, que miró la “humanidad” de su “esclava.” Fue pura elección de Dios, que se fijó en una mujer de condición social desapercibida, aunque de la casa de David. Pero por esa mirada de elección de Dios, “desde ahora” es decir, en adelante, la van a llamar “bienaventurada todas las generaciones.”

“En adelante todas las generaciones me llamarán feliz”, por esa dignidad tan grande a la cual María fue elevada. Como vemos hoy, todas las generaciones cristianas de todos los siglos, han cantado las glorias de esta Virgen humilde y amorosa, que fue hecha la Madre de Dios. Es la eterna bendición a la Madre del Mesías. Profecía cumplida ya por veinte siglos. Y todo es debido a eso: a que hizo en ella “maravillas”, cosas grandes — la maternidad mesiánica y divina en ella —, el único que puede hacerlas, Dios.

“Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas”. Esta obra sólo podía ser obra de la omnipotencia de Dios. Y “cuyo nombre es Santo.” Es, pues, obra de la santidad de Dios. ¡Su Nombre es santo!, Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. El pensamiento progresa, haciendo ver que todo este poder es ejercido por efecto de su misericordia. Esta es una de las “constantes” de Dios en el Antiguo Testamento. Ya al descubrir su nombre a Moisés se revela como el Misericordioso (Ex 34:6).

Y ninguna obra era de mayor misericordia que la obra de la redención. Pero se añade que esta obra de misericordia de Dios, que se extiende de generación en generación, es precisamente “sobre los que le temen.” Era el temor reverencial a Dios. Así, en el A.T., cuando el pueblo pecaba, Dios lo castigaba; pero, vuelto a él, Dios lo perdonaba.

“Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.”, Con esta metáfora, se expresa el poder de Dios, que aplasta a los soberbios y exalta a los humildes. “Derribó a los poderosos de sus tronos, y elevó a los humildes.”, como enseñándonos a todos, que si queremos ser grande a los ojos de Dios y ser amados por El, debemos ser humildes ante los hombres, reconociendo nuestra pequeñez y miseria. Esta imagen celebra cómo Dios quita a los “poderosos” de sus tronos y “ensalza” a los que no son socialmente poderosos.

María: a una virgen, la hace madre milagrosamente; y a una “esclava,” madre del Mesías.

“Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.” Así María, se coloca en la línea de todos los que son pequeños y humildes, los hambrientos de Israel, los que están vacíos de mismos, pero llenos de Dios.

“Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.” A María la elige para enriquecerla “mesiánicamente.” Es lo mismo que canta luego: los bienes prometidos a Abraham, que eran las promesas mesiánicas. Al fin, todo el Antiguo Testamento giraba en torno a estas promesas. Con esta Obra cumple Dios las Promesas, hechas a los Padres.

4.    SEGUNDA LECTURA

San Pablo nos exhorta a estar alegres construyendo nuestra paz en la docilidad al Espíritu. San Pablo desea que los destinatarios de su carta la constancia en la alegría, en la oración y en la acción de gracias (vv. 16-18) y la dichosa armonía de los carismas (vv. 19-22). Lo que caracteriza al cristiano, según esta carta, es la profunda certeza de que una renovación es siempre posible. La comunidad cristiana se mantiene a través de la celebración fraterna en la Eucaristía, en la que urge evitar la tentación dictatorial que apague la luz del Espíritu. Se trata de un sentido de la historia para el cual todo acontecimiento entraña una “venida del Señor Jesucristo”.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica. 1Tes 5, 16-24

Hermanos: Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas. Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser – espíritu, alma y cuerpo – hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará.

Palabra de Dios.

4.1         “OREN SIN CESAR. DEN GRACIAS A DIOS EN TODA OCASIÓN”.

San Pablo recomienda sobre todo la paz y la caridad, insistiendo también en la alegría, la oración y la acción de gracias: “Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión”. Recomendaciones similares encontramos en otras de sus cartas.  No es fácil interpretar si la expresión: “esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús”, ha de referirse sólo a “Den gracias a Dios en toda ocasión”  que es lo que precede inmediatamente, o al conjunto de las tres recomendaciones: gozo-oración-acción de gracias. Quizás sea más probable esto último. Lo de en Cristo Jesús trata de señalar o que Dios nos ha manifestado su voluntad en Cristo y por medio de Cristo (así unos), o que quiere nuestra santificación, no aisladamente, sino unidos a Cristo cabeza (así otros).

Finalmente, por lo que se refiere a los consejos para las asambleas litúrgicas, San Pablo recomienda: que no impidan a los carismáticos la libre manifestación de lo que el Espíritu les inspira; No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno”, que, de modo particular, tengan en la debida estima las profecías; “no desprecien las profecías”, pero examinando antes todo y viendo si los que hablan son de verdad profetas o solamente ilusos, que se abstengan de todo mal y de todo lo que se le parezca: “examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas.” Probablemente este último consejo, aunque enunciado en forma general, está aludiendo al justo discernimiento de los carismas, donde tan fácilmente pueden entrar las ilusiones y el error.

El Apóstol sabe muy bien que los tesalonicenses, con sus solas fuerzas, no podrán poner en práctica cuanto les ha venido aconsejando, pues la santificación, dejada a salvo nuestra libertad, es obra principalmente de Dios. Por eso pide para ello; Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser”,   de modo que en todo su ser; “espíritu, alma y cuerpo” se mantengan irreprochables, y así aparezcan luego cuando llegue el momento solemne de la parusía o segunda venida de Jesucristo; “hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará.”. Ni deben jamás desconfiar de Dios, pues es El quien les ha llamado a la fe y, consiguientemente, se ha como obligado a cumplir todo lo que sea necesario para llevar hasta su término esa primera llamada.

5.    EVANGELIO

Juan el Bautista da testimonio de su misión de anunciador de Jesús. Los sacerdotes y levitas investigan a Juan Bautista y comprueban el valor del rito de ablución que él ha introducido. Pero el Bautista no hace de su fe un asunto de ritos. Y así orienta la atención de sus interlocutores sobre la única realidad esencial: la persona del Señor y Maestro es más importante que la suya y, a pesar de eso, desconocida. Juan bautiza con agua y Jesús en el Espíritu. Esa expresión define la obra primordial del Mesías: regenerar la humanidad en el Espíritu Santo.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Jn 1, 6-8. 19-28

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: “¿Quién eres tú?”. Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: “Yo no soy el Mesías”.

“¿Quién eres, entonces?”, le preguntaron: “¿Eres Elías?”. Juan dijo: “No”. “¿Eres el Profeta?”. “Tampoco”, respondió.

Ellos insistieron: “¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”. Y él les dijo: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”.

Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: “¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan respondió:

“Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”. Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.

Palabra del Señor.

 5.1        ISAÍAS ANUNCIA LAS CARACTERÍSTICAS DEL FUTURO MESÍAS Y LOS FRUTOS DE SU MISIÓN.

La misión del Salvador es así trazada en la profecía de Isaías: (Is 61, 1-2a. 10-11) “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros”

En sinagoga de Nazaret, (Lc 4, 17-21), Jesús leyó este pasaje y se lo dedicó a sí mismo, porque en él se cumplió plenamente esa profecía. Y no podía ser de otro modo, ya que en Cristo Jesús, se cumple el poder de salvación universal que no se limita a sanar las miserias de un pequeño pueblo, sino que se extiende a curar las de toda la humanidad, sobre todo liberándola de la miseria más temible, que es el pecado, y enseñándole a transformar el sufrimiento en medio de felicidad eterna. “Bienaventurados los pobres, los afligidos, los hambrientos, los perseguidos porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 10). Este es el sentido profundo de su obra redentora, y de él deben hacerse mensajeros los creyentes haciéndolo comprensivo a los hermanos y ofreciéndose con generosidad para aliviar sus sufrimientos. Entonces la Navidad del Salvador tendrá un sentido aún para los que se hallan lejanos y llevará la alegría al mundo. (Intimidad Divina).

Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.

El Espíritu del Señor está en Jesús, creando la alegría efusiva, cordial, afectuosa, que debe transfigurar la faz de la tierra.

5.2         SAN PABLO NOS EXHORTA A ESTAR ALEGRES Y NOS DA LA RECTA: “OREN SIN CESAR”

Es el mismo san Pablo, (1Tes 5, 16-24), quien nos recuerda exactamente como debe ser la misión que tenemos como cristianos, misión que debe ser bondadosa y al mismo tiempo alegre. Y nos recomienda: “Estén siempre alegres” y luego nos da la receta para estarlo: “Oren sin cesar”.

Otra recomendación que nos hace san Pablo es: “Den gracias a Dios en toda ocasión”, más adelante nos recomienda: “examínenlo todo y quédense con lo bueno.”  Porque lo que no debemos olvidar es que no sólo nuestras acciones malas son censurables, además lo son también la omisión de todas aquellas obras buenas que dejamos de hacer por egoísmo, o porque nos dejamos dominar por el desamor o indiferencia hacia el prójimo que nos necesita.

Nuestro amado Padre Dios, se complacerá en ver como sus hijos, van por el mundo haciendo el bien, tal como lo hizo Jesucristo, nuestro Señor, pero para estar siempre dispuesto a hacer el bien, hay que vivir en comunión con Jesús. Dejemos que en nuestro corazón se empape de los sentimientos de bondad, de amor y de misericordia de Cristo Jesús, esto nos mantendrá siempre alegres, y para ello ya tenemos la receta de san Pablo: “Oremos sin cesar”.

5.3         JUAN EL BAUTISTA DA TESTIMONIO DE SU MISIÓN DE ANUNCIADOR DE JESÚS. ÉL NO ERA LA LUZ, SINO EL TESTIGO DE LA LUZ. 

“Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.”

El Verbo hasta ahora no había ofrecido a los hombres más que una cierta participación de su luz; ahora va a darla con el gran esplendor de su encarnación. Para esto aparece introducida la figura del Bautista, y aparece situado en un momento histórico ya pasado, en contraposición al Verbo, que siempre existe. Juan no viene por su propio impulso; “es enviado por Dios.” Trae una misión oficial. Viene a “testificar”, que en su sentido original y que indica preferentemente un testigo presencial Viene a testificar a la Luz, que se va a encarnar, para que todos puedan creer por medio de él. El prestigio del Bautista era excepcional en Israel (Jn 1:19-28), hasta ser recogido este ambiente de expectación y prestigio por el mismo historiador judío Flavio Josefo. El tema del “testimonio” es uno de los ejes en el evangelio de san Juan, que se repartirá multitud de veces y por variados testigos. Él no era la luz, sino el testigo de la luz.

5.4         YO NO SOY EL MESÍAS.

Este es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos de Jerusalén enviaron una comisión de sacerdotes y levitas para preguntar a Juan quién era. El confesó rotundamente: “Yo no soy el Mesías.”

Estas palabras introductorias podrían ser una alusión literaria a la misión del Bautista, que se dijo en el prólogo que era la de dar testimonio de Cristo (Jn 1:6-8), aunque allí nada se dijo de la forma histórica en que el Bautista cumplió ese testimonio.

El momento en que el Bautista hace su aparición en el valle del Jordán, predicando la proximidad del reino de Dios y orientando hacia él los espíritus y preparándoles con un bautismo que era símbolo de la renovación total, era un momento en Israel de máxima expectación mesiánica.

La figura y predicación de Juan el Bautista era lo que más contribuía a crear este interés mesiánico en las multitudes. Los evangelios sinópticos hablan ampliamente de la persona ascética del Bautista: se presenta con una vestidura austera, que evocaba la vestidura de viejos profetas de Israel, y con ausencia de ellos después de tantos siglos, y con gran austeridad en su vida y su escenario era el desierto de Judá, de donde, conforme al ambiente de entonces, se esperaba saldría el Mesías.

La manifestación del Bautista en la región del Jordán, en aquel ambiente de expectación mesiánica, y anunciando que “llegó el reino de Dios” (Mt 3:2), produjo una conmoción fortísima en Israel. Ante esta fuerte conmoción religioso-mesiánica, es cuando el evangelista recoge la comisión que le enviaron desde Jerusalén los judíos.

En el Evangelio de Juan los judíos tienen diversas acepciones, pero en este caso, se puede decir con bastante probabilidad que los judíos enviaron a Juan Bautista, una delegación de sacerdotes y levitas que son las autoridades religiosas de Jerusalén, los grandes sacerdotes, excitados y movidos por los fariseos.

A primera vista extraña por qué se incluyen en esta delegación oficial a los levitas, ya que éstos no eran miembros del Sanedrín. Los levitas eran especialistas en los actos cultuales, eran los liturgistas o ritualistas del culto. Y el Bautista se caracterizaba por un especial bautismo, de tipo desconocido en Israel, y del que esta delegación le pedirá cuenta porque lo hace. Talvez por eso la delegación está formada por especialistas en materia de purificación cultual.

El diálogo de este interrogatorio, tal como lo relata el evangelista, es sintético, pero preciso, y acusa la austeridad, y puede pensarse como de sagacidad, del Bautista.

“¿Tú quién eres?” Naturalmente, lo que les interesa no es su origen, sino su misión, la respuesta del Bautista es clara y terminante: Yo no soy el Mesías. Acaso hubo preguntas más explícitas sobre este punto. Pero, en todo caso, el Bautista responde al ambiente de expectación que había sobre su posible mesianismo. Lc dice, a propósito de la acción y conmoción que produce la presencia del Bautista: se hallaba el pueblo en expectación, y pensando todos en sus corazones acerca de Juan si sería él el Mesías (Lc 3:15; cf. Hech 13:25).

5.5         NO SOY ELÍAS.

Ellos le preguntaron: Entonces, ¿eres tú Elías? Juan respondió: No soy Elías.

Descartado que fuese el Mesías, su aspecto y conducta, anunciando la proximidad de la venida del reino, hizo pensar, en aquellos días de expectación mesiánica, que él, vestido como un viejo profeta pudiera ser el precursor del Mesías, el cual, según las creencias rabínicas, sería el profeta Elías.

Los rabinos habían ido estableciendo las diversas funciones que ejercería Elías en su venida precursora. Vendría a reprochar a Israel sus infidelidades, para que se convierta, vendría a resolver cuestiones difíciles, que aún no estaban zanjadas, tendría una misión cultual y restituiría al templo el vaso del maná, la redoma del agua de la purificación, la vara de Aarón, y traería la ampolla con el aceite de la unción mesiánica. Y según una tradición judía, recogida por San Justino, Elías anunciaría la venida del Mesías, le daría la consagración real y le presentaría al pueblo. Tal era el ambiente que sobre la función precursora de Elías, que había en el Israel contemporáneo de Cristo, como reflejan estos escritos. Jesucristo mismo hizo ver que esta función de Elías precursor la había cumplido el Bautista (Mt 17:10-13; Mc 9:11-13).

Por otra parte, dado el grado de suficiencia y petulancia farisaicas, sería difícil saber el grado de sinceridad que hubo en este interrogatorio. Las respuestas secas del diálogo, ¿serán simple resumen esquemático, acusándose literariamente el intento polémico del Evangelista, o reflejarán el desagrado del Bautista ante el interrogatorio y tono exigente y escéptico de aquella misión farisaica jerosolimitana?

5.6         ¿ERES EL PROFETA QUE ESPERAMOS?

Luego volvieron a preguntarle: ¿Eres el Profeta que esperamos? Él respondió: No. No de no ser ninguno de estos personajes mesiánicos, no cabría más que preguntar, ante aquella figura y conducta del Bautista, si era un profeta, cuya investigación es uno de los puntos de competencia explícitamente citados en la legislación sobre el Sanedrín. ¡Hacía tanto tiempo que la voz del profetismo había cesado en Israel! ¡Unos cinco siglos!

Pero el problema está en que aquí le preguntan si él es el Profeta, en singular y con artículo, determinándolo de modo preciso. Los rabinos no parecen que hayan interpretado este pasaje de ningún profeta insigne en concreto. Los judíos entendían un confuso modo, que sea el Mesías (Jn 6:14), sea de alguno de entre los grandes personajes de Israel (Jn 7:40): como Samuel, Isaías, Jeremías. Y hasta se pensó que pudiera referirse al mismo Moisés, pues se tenía la creencia popular de que no había muerto, sino que había sido arrebatado corporalmente al cielo.

Lo más extraño es que el Bautista niega ser el Profeta, cuando, en realidad, su misión era profética. En el Benedictus se le reconoce por tal: será llamado profeta del Altísimo (Lc 1:76). Y Cristo dirá de él mismo que no hay entre los nacidos de mujer profeta más grande que Juan (Lc 7:28).

Acaso la solución se encuentra en el mismo evangelio de Jn. Después de la multiplicación de los panes, los “hombres, viendo el milagro que había hecho, decían: Verdaderamente éste es el Profeta que ha de venir al mundo (Jn 6:14). Juan entiende probablemente el profeta en un sentido equivalente a Mesías; de ahí su respuesta negativa.

5.7         ¿QUÉ DICES DE TI MISMO?

De nuevo insistieron: “Entonces dinos quién eres. Tenemos que dar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?” Y el Bautista, ante aquella delegación oficiosa del Sanedrín, va a dar: testimonio de la Luz (Jn 1:7). Y va a dar el testimonio oficialmente, para que lo transmitan a la autoridad de la nación. Yo soy la voz que grita en el desierto: enderecen el camino del Señor.

El Bautista se figura que él es el mensajero que, estando en el desierto, desde él pide a todos que se preparen para la inminente venida del Mesías.

Algunos de la comisión eran fariseos. No sería improbable que, si el Sanedrín fue el que envió esta delegación, lo hiciese, como antes se dijo, movido por los fariseos. Estos le preguntaron: Si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta esperado, ¿por qué bautizas?

Estos enviados fariseos, especialistas en todo lo de la Ley, al ver que él negaba ser el Mesías, o Elías, o el Profeta, le preguntan por qué entonces bautiza. Que éstos instituyesen ritos nuevos, nada tenía de particular; como enviados de Dios, podían obrar conforme a sus órdenes. Pero un simple asceta, ¿podría arrogarse este derecho?

En la época de Cristo, los judíos practicaban numerosos ritos de purificación. Pero no eran verdaderos bautismos. El verdadero bautismo para ellos era el de los prosélitos, que se administraba a los paganos que se incorporaban al judaísmo. Los demás ritos de lavado, entre los judíos, no tenían carácter bautismal, y ninguno estaba en función de la venida del reino. Pero el Bautista había introducido un rito nuevo, pues estaba en función de la purificación del corazón, conversión, y en relación con la inminencia de la venida del reino de Dios. ¿Qué potestad tenía él para esto? Era lo que le exigía la autoridad religiosa, encargada de velar por las tradiciones de Israel.

5.8         YO BAUTIZO CON AGUA.

Entonces Juan, afirmó: “Yo bautizo con agua.” En efecto, a la primera parte de la respuesta del Bautista: Yo bautizo con agua, se esperaría la contraposición que Cristo bautizaría en fuego o en Espíritu Santo. El Bautista no conoció el bautismo en el Espíritu Santo, como apropiación de una persona divina; no salió de la mentalidad del ambiente del A.T., en el que el Espíritu Santo era la acción del Dios “ad extra.”

En efecto, el bautismo de Juan no tenía valor legal moral, sino que tenía valor en cuanto, siendo un símbolo externo de purificación, excitaba y protestaba la confesión de los pecados (Mt 3:6; Mc 1:5). Hasta el historiador judío Flavio Josefo destaca esto, así es como escribe que: este bautismo no era usado para expiación de crímenes, sino para la purificación del cuerpo, una vez que ya las mentes estaban purificadas por la justicia.

Pero, en lugar de contraponer a su bautismo el de Cristo, hace el elogio de éste en contraposición consigo mismo, “pero en medio de ustedes hay uno a quien no conocen.” Es ello una alusión al tema mesiánico conocido en Israel. Según creencia popular, el Mesías, antes de su aparición, estaría oculto en algún lugar desconocido. Llama así la atención mesiánica sobre Cristo, conforme a la creencia ambiental. Luego dirá el Bautista cómo supo él que Cristo era el Mesías (Jn 1:31-34). Por eso, si Cristo está oculto, el que los judíos no le conozcan no es reproche. Precisamente la misión del Bautista es presentarlo a Israel (Jn 1:31). Así evocaba la creencia ambiental en el Mesías oculto, Cristo, y en Elías precursor, cuya función realizaba el Bautista (Mt 11:14; Lc 7:27).

5.9         EL VIENE DETRÁS DE MÍ, AUNQUE YO NO SOY DIGNO DE DESATAR LAS CORREAS DE SUS SANDALIAS.

Luego dice: “El viene detrás de mí, aunque yo no soy digno de desatar las correas de sus sandalias.” El Bautista, de forma enigmática, anuncia que él sólo es el precursor de una persona cuya dignidad anuncia, pero que él no es digno de desatarle las correas de la sandalia. Era este oficio propio de esclavos.

Aprendemos de este fragmento del Evangelio, que profetizar es proclamar un mensaje de salvación, ya que el profeta es un mensajero, un porta voz que habla en nombre de Dios, y todos nosotros podemos ser como Juan Bautista, pero al modo de él, sin evanecerse por su misión. Recordemos que él niega lo que es, pero da a conocer lo que es y lo hace defiriéndose a Cristo y lo alaba juzgándose a mismo, indigno aún de desatar las correas de sus sandalias.

El Bautista nos da demostración que su razón de ser es dar testimonio del Mesías, a él no le interesa otra cosa que dar testimonio de Cristo, él nos demuestra que no hace falta perder tiempo en defender posiciones propias, y lo que importa no es el concepto que otros tengan de nosotros y si tenemos o no autoridad, lo que vale es el testimonio de Cristo. No tengamos miedo de hablar de Jesucristo, podemos hacerlo en cualquier momento, en cualquier ocasión, hablar de Él nunca está de más, al contrario, es positivo y da mucha paz hacerlo.

5.10 EN MEDIO DE USTEDES HAY ALGUIEN AL QUE USTEDES NO CONOCEN:

Avivemos hoy nuestra fe de creyente, hagamos notar la bondad activa que nos ha enseñado Jesús para con nuestros hermanos, esto será un medio importante y eficaz para dar testimonio de Cristo, pero por sobre todo, darlo a conocer al mundo.

Tengamos presente las palabras del Bautista: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen”. Es Jesús el que está en medio de nosotros, en medio de la Iglesia, en la Eucaristía, y en la gracia por la cual esté presente y operante en los bautizados.

“Hay alguien al que ustedes no conocen”. En efecto, el mundo no lo conoce, y esto sucede porque a nuestro pesar, muchos prefieren cerrar los ojos, y también porque no son muchos los que dan testimonio del Evangelio vivido de esa bondad que revele al mundo de la bondad de Cristo Jesús.

Y también tenemos que reconocer, que en medio de nosotros, hay muchos hermanos que son creyentes, y tampoco lo conocen, porque no se dan el tiempo a estar muy unidos con el Señor a través de la oración, o porque su frialdad no les permite reconocer donde él se esconde, allí en los más pobres, en los afligidos, en los que buscan consuelo, en los que sufren de enfermedad física o espiritual.

El Evangelio, nos muestra a un Juan Bautista, que es modelo de testimonio de Cristo; que nos revela una fe pujante, que es austero, desinteresado, humilde y que: “Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.”

El Señor le Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Domingo III de Adviento Ciclo B

Publicado en este link: PALABRA DE DIOS


Fuentes Bibliográficas:

Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén


www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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