Reflexión desde las Lecturas del Domingo III de Cuaresma Ciclo A

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


 

1.    DIÁLOGO DE SALVACIÓN

1.1   “DAME DE BEBER”

Con sorpresa de los discípulos y de ella misma, Cristo inicia el diálogo con la samaritana. Él toma la iniciativa. No tiene inconveniente en mendigar de ella un poco de agua para entrar en diálogo. Cristo desea ardientemente establecer este diálogo con cada uno de nosotros. El pecado rompe este diálogo. El pecado no consiste ante todo en hacer el mal, sino en romper este diálogo, dejar que se enfríe esta amistad. Por eso, el primer fruto de la Cuaresma debe ser un diálogo renovado con Cristo, una oración más viva, más consciente y personal, más abundante; un diálogo que impregne toda nuestra vida.

1.2   “SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS...”

Es admirable como Jesús va conduciendo el diálogo con esta mujer pecadora, suscitando en ella el atractivo por lo bello, por lo grande, por lo eterno. El que ha empezado pidiendo se revela en seguida como el que ofrece y es capaz de dar lo infinito, lo divino. Poco a poco se va dando a conocer a ella, para que al final termine aceptándole como “el Salvador del mundo”. El diálogo con Cristo –también para nosotros – es siempre un diálogo de salvación, un diálogo que nos dignifica y nos hace descubrir el sentido de nuestra vida, los horizontes sin fin de una vocación eterna.

1.3   “MUCHOS SAMARITANOS DE ESA CIUDAD HABÍAN CREÍDO EN ÉL POR LA PALABRA DE LA MUJER, QUE ATESTIGUABA”

Esto no muestra como Cristo ha entrado en su vida y experimenta el gozo de su salvación, él mismo hace que continúe para otros este diálogo de salvación. Es lo que hace la samaritana: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. Su testimonio suscita en otros el atractivo por Cristo y hace que entren en la órbita de Cristo. De esa manera acaban también ellos experimentando la salvación: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo”. ¿Será tan difícil que cada uno de nosotros dé testimonio de lo que Cristo ha hecho en su vida?

2.     PRIMERA LECTURA Éx 17, 1-7

Israel pasa de la esclavitud de Egipto a la esclavitud del hambre y la sed en el desierto. ¿Está Dios con su pueblo? Si no estuviera, no habría agua ni maná. Dios no falla ni abandona.

Lectura del libro del Éxodo.

Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: “Danos agua para que podamos beber”. Moisés les respondió: “¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?”. El pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: “¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?”. Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: “¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?”. El Señor respondió a Moisés: “Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo”. Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. Aquel lugar recibió el nombre de Masá –que significa “Provocación”– y de Meribá –que significa “Querella”– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor, diciendo: “¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?”.

Palabra de Dios.

2.1       “DANOS AGUA PARA QUE PODAMOS BEBER

El gran problema para el caminante por la estepa del Sinaí, es la falta de agua, pues son muy contados los pozos y fuentes que existen en aquella zona. Los israelitas, al adentrarse en el desierto, sintieron la falta de agua. Hambre y sed son dos constantes del camino por el desierto, tierra de prueba y purificación, donde sólo se puede avanzar por medio de la fe. El pueblo ya se encuentra extenuado por la sed. Y Como siempre, manifestaron su descontento a Moisés. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: “Danos agua para que podamos beber” y éste les echa en cara sus exigencias y falta de fe: “¿Por qué provocan al Señor?”. Provocar aquí equivale a poner a prueba el poder y la providencia especial del Señor, tantas veces manifestada. El Señor manda a Moisés que lleve consigo a los ancianos de Israel, para que sean testigos cualificados de un nuevo prodigio, y que tome su cayado, utilizado en Egipto para hacer venir las plagas; “Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo”.

Dice el Señor a Moisés; “Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb”. La localización de Horeb ha de tomarse como genérica, para dar a entender que es un milagro distinto del de Cades, (Meribá) que se narrara en el Libro Números, capítulo 20, 13 donde Moisés alzó la mano y golpeó la peña con su vara dos veces. El agua brotó en abundancia, y bebió la comunidad y su ganado. Aquí el Señor ordena a Moisés; “Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo”. Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. Moisés golpeó la roca de Horeb con su cayado, y brotó agua, dando al lugar el “nombre de Masá –que significa “Provocación”– y de Meribá –que significa “Querella”,  a causa de la acusación de los de los hijos de Israel y porque habían provocado al  Señor.

2.2       MOISÉS, COMO INTERCESOR, INVOCA LA AYUDA DEL SEÑOR

Moisés, como intercesor, invoca la ayuda del Señor, que responde en seguida ordenándole golpear la roca con el mismo bastón con el que había golpeado las aguas del Nilo. Y esto evidencia al pueblo incrédulo la presencia continua de Dios, que, en la plenitud de los tiempos, se manifestará precisamente como el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Moisés obedeció y brotó una fuente de agua. El episodio parece concluido. Sin embargo, este acontecimiento, como otros, por insignificantes que parezcan, tendrá una gran resonancia tanto en el pueblo elegido (cf. Sal 77,15s; 94,8; 104,41; Sab 11,4) como en la vida de Moisés, que llevará el peso de la falta de fe del pueblo y, solidario, deberá morir sin entrar en la tierra prometida, contemplándola sólo de lejos (cf. Dt 34), y convirtiéndose así en figura de Cristo, que cargó con el pecado de la humanidad.

Este episodio de Masá y el de Cades, las aguas de Meribá, donde protestaron los israelitas contra el Señor, y con las que él manifestó su santidad. (Números 20,13) son emblemáticos. El autor bíblico nos da cuenta de que no bastaba proveer al pueblo de agua las dos veces, pues el agua es de necesidad continua, como lo es el alimento, al que Dios había proveído con el maná cotidiano. Y el Señor acompañaba al pueblo en sus jornadas por el desierto para satisfacer sus necesidades. “Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb”

2.3        CRISTO ERA LA ROCA

Interesante es la exégesis típico-alegórica de este pasaje que nos da el Apóstol Pablo. El Apóstol conocía esto que nos da cuenta el autor bíblico de esta exégesis y la aplica alegóricamente a Cristo: “No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar; y todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo”.  (1 Corintios 10, 1-4). Sí, Cristo era la roca; el agua espiritual que de ella brotaba es el agua viva “que salta a la vida eterna”, “pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna”  (Juan 4, 14) es la gracia del Espíritu Santo, que por Cristo nos comunicaba.

3.    SALMO

Este salmo se divide en dos partes, versos 1 y 2, es un himno de alabanza al Señor Dios Creador del mundo y protector de Israel y  profecía divina sobre la incredulidad e indocilidad de los israelitas, versos 6 y 9. El salmista invita a no imitar a la generación perversa del desierto. En la primera parte se destaca el carácter litúrgico procesional del himno, que ha sido compuesto para alguna festividad religiosa solemne. En el transcurso de la procesión, un levita invita a no ser rebeldes como los antepasados, que excitaron la ira del Señor en el desierto. El autor de la Carta a los Hebreos recuerda: “Por eso, como dice el Espíritu Santo: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la querella, el día de la provocación en el desierto” (Hebreos 3, 7-8). Las nuevas generaciones que volvían del exilio estaban defraudadas con los modestos comienzos de la restauración, muy diversos de las idealizaciones proféticas de Is 40-52. El salmista parece responder a este estado de descontento y depresión nacional.

Sal 94, 1-2. 6-9

R. Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón.

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva! ¡Lleguemos hasta él dándole gracias, aclamemos con música al Señor! R.

¡Entren, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque él es nuestro Dios, y nosotros, el pueblo que él apacienta, las ovejas conducidas por su mano. R.

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor: “No endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto, cuando sus padres me tentaron y provocaron, aunque habían visto mis obras”. R.

3.1       HIMNO DE ALABANZA AL CREADOR

Como es de ley en los himnos, el poeta invita a sus compatriotas a asociarse a sus alabanzas en honor del que constituye la salvación del pueblo: En Dios sólo el descanso de mi alma, de él viene mi salvación;  (Salmo 62, 2). La historia de Israel es la historia de las manifestaciones protectoras del Señor. El salmista aprovecha la ocasión de una asamblea solemne para invitar al pueblo a tomar parte en esta manifestación gozosa de reconocimiento al Señor. En primer lugar, es digno de toda alabanza por ser el Creador: “¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor…. Entren, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque Él es nuestro Dios”, que a su vez está por encima de todos los dioses o seres angélicos, que constituyen su corte de honor: Porque el Señor, el Altísimo, es Rey grande sobre la tierra toda”.  (Salmo  47, 3). Todo le pertenece desde las profundidades de la tierra a las cimas de los montes, el mar y la tierra seca: Del  Señor  es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan; que él lo fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos”.  (Salmo 24, 1-2). Todo es obra de sus manos. El ser humano no puede explorar las profundidades de la tierra ni las del mar, sólo el supremo Hacedor puede llegar hasta sus escondites.

Pero este Dios universal, Señor de la naturaleza, es también Dios de Israel, en cuanto que está vinculado a él por una alianza histórica: “el pueblo que él apacienta, las ovejas conducidas por su mano”, es su pueblo, que apacienta como Pastor: “¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! - oráculo del Señor. Pues así dice el Señor, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo:(Jeremías 23, 1-2). Es la similitud más apropiada para reflejar las relaciones históricas del Señor con el pueblo hebreo.

3.2       INVITACIÓN A LA DOCILIDAD ESPIRITUAL

El poeta, dramatizando el canto procesional, invita a oír la voz de Dios y a mostrarse más dóciles que la generación del desierto. “Ojala hoy escuchen la voz del Señor: “No endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto”. Una voz profética quiere prevenirlos contra la exigencia de tentar a Dios pidiendo manifestaciones asombrosas, como hicieron los antepasados en las estepas sinaíticas. Estos, a pesar de haber sido testigos de los prodigios al salir de Egipto,  exigieron un milagro en Meribá y en Masa. Ambos nombres son simbólicos; el primero significa “querella,” porque en Refidim se “querelló” Israel al Señor porque no les daba agua. Y allí hizo un milagro, proporcionándoles agua de la roca: “y acamparon en Refidim, donde el pueblo no encontró agua para beber. El pueblo entonces se querelló contra Moisés, diciendo: Danos agua para beber.” (Éxodo 17, 1-2). El mismo milagro volvió a repetirse en la zona de Cades. Masa significa “tentación,” porque los israelitas “tentaron” al Señor reclamando un milagro: me probaron a pesar de haber visto mis obras de salvación de la esclavitud faraónica. Esta actitud de desconfianza y rebeldía persistió durante los cuarenta años de estancia en el desierto. El resultado fue que Dios se disgustó de esta generación y decidió que no entrara en la tierra de Canaán: el reposo.

Por su corazón extraviado no supieron captar el valor de los caminos y preceptos de su Dios. Fueron por ello excluidos de la tierra de promisión, el reposo conferido por Dios a los hijos de Israel. El salmista recuerda esta trágica historia para que sus contemporáneos se guardaran de tentar a Dios como la generación del desierto, para no ser reprobados como estos desdichados antepasados. La invitación es puesta en boca de Dios para impresionar más en la concurrencia.

3.3       INVITACIÓN A OÍR A DIOS

“Ojala hoy escuchen la voz del Señor”. "Este es mi Hijo, el elegido, escúchenlo", nos pide el Señor Dios, “Desde una nube se oyó entonces una voz que decía: "Éste es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo". (Lc 9, 28-36). Esta es nuestra gran instrucción de Dios, "escucharlo", eso nos debe caracterizar para ser un servidor de verdad, oír siempre a Jesús, esta actitud receptiva es para la palabra y la total aceptación de Cristo, es una invitación a descubrir lo divino de sus enseñanzas y toda su obra,  Ojala hoy escuchen la voz del Señor

4.    SEGUNDA LECTURA Rom 5, 1-2. 5-8

Por la fe recobramos la paz con Dios en Cristo Jesús, quien murió por nosotros cuando éramos todavía enemigos suyos por el pecado, abriéndonos las puertas a la gloria de Dios.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.

Hermanos: Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.

Palabra de Dios.

4.1       ESTAMOS EN PAZ CON DIOS, POR MEDIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO 

Comienza un nuevo apartado en este tema de la “justificación” que viene desarrollando San Pablo. Hasta ahora su preocupación era la de demostrar el hecho de la “justificación”, don gratuito que Dios ofrece a todos los hombres, judíos y gentiles, mediante la fe en Jesucristo, que nos lo mereció con su muerte redentora. Es lo que el mismo San Pablo indica; “Hermanos: Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”, que muy bien podemos considerar como conclusión de lo dicho en anteriores capítulos y como punto de arranque para los cuatro siguientes: “justificados,” pues, por la fe, tenemos ya paz con Dios los que antes éramos “hijos de ira” (cf. Ef 2:7; Col 1:21), y esto lo debemos a Jesucristo, que es quien nos ha hecho aceptos a Dios (cf. 3:24-25; 2 Cor 5:18; Ef 2:11-22) y nos ha conseguido el acceso a “esta gracia” de la justificación, en la esperanza de la gloria de Dios. Con esta última expresión queda suficientemente indicada la nueva fase en que entra su exposición.

En efecto, la finalidad que el Apóstol se había propuesto al comenzar su carta era la de exponer cómo el Evangelio “es poder de Dios para la salud de todo el que cree” (Romanos 1:16). Esta “salud” está ya iniciada con la “justificación,” que nos ha devuelto la paz con Dios; pero la “justificación” no es aún la “salud” completa y definitiva. San Pablo, a lo largo de cuatro capítulos (Romanos 5:1-8:39) tratará de establecer la unión entre esas dos cosas: “justificación” y “salud” final o, lo que es lo mismo, “gracia” santificante y “gloria” eterna, dándonos un precioso resumen de la vida cristiana, con su fecunda vitalidad, vida que, gracias al don del Espíritu (cf. 5:5; 8:9-11), es participación de la vida misma de Cristo, de cuyo amor nada ni nadie será capaz a separarnos (cf. Romanos 8:29-39).

4.2       “NUESTRA ESPERANZA NO QUEDARÁ DEFRAUDADA.”

En esta primera historia (Romanos 1-11) deja ya establecida en sus líneas generales y demostrada la tesis fundamental: nuestra esperanza de llegar a la salud final no quedará defraudada; “Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”, pues sí, cuando todavía éramos pecadores y enemigos, Dios en su gran amor nos concedió la gracia de la “justificación,” llegando hasta entregar a su Hijo a la muerte por nosotros, ¿cuánto más, ahora que somos amigos, hemos de esperar recibir de Él la gracia de la-”salud” final? Quién hizo lo más, cuando éramos enemigos, ¿no hará ahora lo menos, cuando somos amigos?; “En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores………la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores”.

San Pablo nos dice que el fundamento de esa nuestra esperanza es “el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”. ¿De qué amor habla San Pablo? ¿Del amor con que Dios nos ama del amor (virtud teologal) conque nosotros amamos a Dios?

Claro que no se trata de un amor que quedase solamente en una actitud de benevolencia desde fuera, sino de un amor con un lazo viviente dentro de nosotros, que es el Espíritu Santo, presente en nosotros a título de don, que desde el primer momento de “justificados” dirigirá toda nuestra vida sobrenatural (cf. Romanos 8:8-27; Gal 3:1-5). Esta presencia activa del Espíritu Santo en nosotros es claro testimonio del amor con que Dios nos ama y prueba evidente de que “nuestra esperanza no quedará defraudada.”

5.    EVANGELIO Jn 4, 5-42

Jesús busca y acoge a samaritanos, paganos y pecadores. La Iglesia traiciona a Cristo cuando se cierra en sus documentos y en sus esplendorosos templos, y no sale a evangelizar a las gentes.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber» tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. Jesús le respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”. La mujer respondió: “No tengo marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”. En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”. La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”. Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos se preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Jesús les respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: “Uno siembra y otro cosecha”. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”. Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creernos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

Palabra del Señor.

5.1       JESÚS, FATIGADO DEL CAMINO, SE SENTÓ, SIN MÁS JUNTO AL POZO

Jesús retornando a Galilea, al atravesar por Samaría, llega a una ciudad llamada Sicar, próxima a las tierras que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba el pozo de Jacob. José, antes de morir, pidió que, cuando Dios liberase a su pueblo de Egipto, llevasen con ellos sus restos (Gen 50:24-26), lo cual cumplieron los suyos, y sus restos “fueron enterrados en Siquem” (Jos 24:32). Una tradición que llega a Eusebio de Cesárea (Escritor y prelado cristiano griego. fue elegido obispo de Cesárea en el año 313) muestra allí la tumba de José. El evangelista señala con igual precisión que en estas tierras estaba el “pozo de Jacob.” La Escritura recuerda varios pozos excavados por este patriarca (Gen 26:18.32). Una fuente o un pozo en Oriente es un tesoro.

Jesús, fatigado del camino, se sentó, sin más junto al pozo. Una larga caminata bajo el sol palestino debe ser agotadora. Se dice que en esos lugares, se suele caminar con el alba para defenderse del excesivo calor.  A Juan le gusta acusar este aspecto humano de Cristo, creo que a nosotros también. Nuevamente san Juan, por la precisión que hace, parece acusarse como un testigo presencial, era la hora del medio día.

Fue sobre esta hora del mediodía cuando llega al pozo “una mujer de Samaría”, ella viene “a sacar agua.” San Juan justificará poco después que Cristo no tenía con qué sacar agua y los discípulos habían ido a la ciudad más próxima “a comprar alimentos.

5.2       JESÚS LE DICE: DAME DE BEBER.

Estaba, pues, a obsequio de aquella mujer el calmar de su sed. El evangelista quiere destacar, en la misma narración literaria, un simbolismo maravilloso que palpita en toda la escena, una mujer samaritana aparece en este momento como la que puede calmar a Cristo la sed del cuerpo, ignorando que también Él le calmará a ella su sed del alma, cuando ella le calme a él su sed de Salvador.

Así es como a la llegada de esta “mujer de Samaría”, que venía a sacar agua de un pozo, Cristo, Jesús, verdaderamente sediento de sed física, le pide a aquella mujer que le saque agua para beber, pues Él no tenía con qué. Es algo que a nadie se niega, no obstante, por el tono de extrañeza que va a usar con él la Samaritana, indica la sorpresa de dirigirse un judío diciendo, ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana?, esto lo explica más adelante Juan al relatar “porque lo judíos no se tratan con los samaritanos”. En ese sentido tiene un gran valor la actitud de esta mujer samaritana, lo mismo que toda la escena de bondad y enseñanza salvadora que Cristo tiene con ella.

5.3       EL “AGUA VIVA” DE LA “FUENTE

Pero Jesús, que no venía tanto a pedir como a dar, va al objetivo de su misión salvadora, diciéndole: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’ tú misma se lo hubieras pedido, y Él te habría dado agua viva”. El “don de Dios” aquí es el don expresado por el “agua viva,” El “agua viva,” como imagen, es el agua de la fuente, a diferencia de las aguas estancadas o quietas de cisternas o pantanos (Jer 2:13). Es agua con nacimiento, con energía: con “vida.” Ante esta manifestación de Cristo, los papeles se cambian, y el que pide, pide también ser pedido; y el que suplica agua, ofrece a su vez “agua viva.”

Ella le dijo: “Señor, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo”. La mujer aquella, demasiado humana, recibe un primer golpe de sorpresa, no niega el encontrarse ante algo que, porque ella no lo alcance, no sea verdad. Acaso piensa en algún tipo de agua mágica, misteriosa, o en un procedimiento, milagroso o mágico, con que poder sacar de aquel pozo “profundo” el “agua viva” de la “fuente,” que mana en su fondo. Por eso le dice, extrañada, que, siendo el pozo profundo y no teniendo él con que sacarla, “¿De dónde sacas esa agua viva?” Pero, no obstante esto, algo queda en ella que le deja presentir cosa insólita. “¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?” Esta contraposición con Jacob dice bien de aquel algo de misterioso presentimiento que ve en aquel excepcional judío que está junto a ella.

Pero Cristo no le responde directamente a su objeción, en su enseñanza hará ver que Él es superior al poder de los patriarcas. Porque: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que Yo le daré se convertirá en el manantial que brotará hasta la Vida eterna”.

5.4       “VE, LLAMA A TU MARIDO Y VUELVE AQUÍ”

La Samaritana, al llegar a este punto, debe de tomar todo aquello como una cosa fantástica. Ni lo comprende, ni le interesa interrogar más sobre ello, ni sabría seguir por aquel camino y lo entiende en su sentido material, y, con un tono irónico, le pide que le dé de esa agua prodigiosa para que no tenga sed ni tenga necesidad de volver a sacarla de este pozo que les dio Jacob diciéndole: “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. Aquella mujer estaba derramando aquella “agua viva” que le estaba ofreciendo el que tenía sed de salvarla. Pero un golpe certero a su conciencia la haría comprender mejor quién era el que le hablaba y qué es lo que quería decirle.

Entonces le dice Jesús: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí” La mujer respondió: “No tengo marido”. No le costó nada a aquella mujer disimular su situación marital, diciéndole que no tenía marido. Pero el Señor leía en lo más profundo del alma. Y la pregunta no iba sin intención estratégica. No es que la hubiese mandado ir por su marido, que ella que lo trajese a su presencia; ni trataba Cristo de afrentar a la que venía a salvar. Era evocarle aquel “marido” al juicio de su conciencia, pues ante él iba a escuchar muy en breve la condena de su vida quizás irregular. Su respuesta: “No tengo marido,” era tan verdadera como podía ser hábil, y era ambigua. Porque podría ser que no lo tuviese por celibato, por viudez o por repudio.

Jesús, le puso delante, como testimonio de su lectura del corazón, la vida irregular que llevaba. Porque había tenido cinco maridos, y el que ahora estaba con ella no era su marido legítimo. ¿Lo habían sido los otros? La contraposición que parecería establecerse entre este “marido” y los otros, como se verá, no es de gran fuerza. Aunque podrían algunos haberse muertos y otros haberla repudiada, resulta poco verosímil, conforme al ambiente, el que una mujer se hubiese desposado, sucesiva y legítimamente, con cinco maridos.

5.5       “SEÑOR, VEO QUE ERES PROFETA

Pero al discernir toda esta serie minuciosa de maridos, legítimos o ilegítimos, lleva a la Samaritana a ver en Cristo, lo que él buscaba, un hombre de Dios: “Señor, veo que eres profeta”. No dice “el Profeta esperado” (Jn 1:21.25; 6:14), y que para el pueblo venía a ser sinónimo del Mesías, pero sí un “profeta de Dios,” puesto que sondea su corazón. Más, al llegar a este punto, la samaritana aprovecha aquella oportunidad, o para plantearle una cuestión religiosa que afectaba a samaritanos y judíos: “Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”.

Cristo a nada de esto había de responder porque era El precisamente el profeta en el que se cumplían las profecías. Y, puesto que la Samaritana recurre a Él como a profeta, la invita a “creer” en su palabra. Llega la “hora,” y es ésta — la hora mesiánica que El inaugura —, en la que no se adorará a Dios, al Padre, solo con la exclusividad de Jerusalén o de este monte diciéndole: “Créeme, mujer llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre”

Y dice el señor: “Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.” Jesús en un pequeño paréntesis previo advierte que la dogmática judía es la verdadera, y no la samaritana. Estos “adoran lo que no conocen.” Los samaritanos, al no aceptar como fuente de revelación nada más que el Pentateuco y rechazar el resto de los libros santos, mutilaban e interrumpían la revelación. Los samaritanos negaban incluso una creencia tan fundamental como es la resurrección de los muertos. En cambio, los judíos “adoramos lo que conocemos, porque la salud viene de los judíos.” A ellos fueron hechas las promesas proféticas; ellos tenían la revelación en el canon de las Escrituras; tenían el legítimo templo y el culto, y de ellos saldría el Mesías (Rom 9:4-5; cf. 3:1ss).

5.6       DIOS ES ESPÍRITU, Y LOS QUE LO ADORAN DEBEN HACERLO EN ESPÍRITU Y EN VERDAD”.

Le añade Jesús a la Samaritana; “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. Es la hora en que hay que adorar al Padre “en espíritu y en verdad.” Esto hace ver que el sentido de las palabras de Cristo es más profundo. Y la razón es que “Dios es espíritu.” “Dios es luz” (1 Jn 1:5) o “Dios es amor” (Jn 4:8), en cuanto expresa que ilumina al hombre en la verdad, o en cuanto su acción nace del amor e impulsa el amor al hombre. En esta línea, “Dios es espíritu” en cuanto infunde en el hombre el Espíritu (Rom 8:26). Por eso, por “ser espíritu,” en el sentido como lo dice aquí San Juan, es por lo que hay que “adorarlo en espíritu y en verdad.”

¿Cuál es el sentido de esta frase?, es el espíritu que hace nacer a la vida divina (Jn 3:5). Así, éste será movido y hecho “en Espíritu,” al ser movido por el Espíritu Santo. Y “en verdad,” porque es el único que responde a la plena revelación que Dios hace de sí mismo — el Padre — en Cristo (1 Jn 4:6; 3 Jn 3). Así sería: los verdaderos adoradores son los que rinden culto al Padre creyendo la revelación de Cristo y movidos por el Espíritu Santo. “Esos son los adoradores que quiere el Padre”.

Es la especial providencia de Dios en los días mesiánicos. No es este adorar a Dios “en espíritu y en verdad” un simple querer o un simple deseo humano. Estas iniciativas vienen siempre de Dios. Pues “nadie puede venir a mí si el Padre no lo trae” (Jn 6:44; 15:16; 1 Jn 4:10).

5.7       “SOY YO, EL QUE HABLA CONTIGO”.

Lo qué no sospechaba la Samaritana es que hubiese venido ya el Mesías, ni que estuviese ya enseñando “todas las cosas” que ellos esperaban saber, entonces ella le dice a Jesús: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando Él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy Yo, el que habla contigo”. Solemne y abiertamente Cristo se proclama el Mesías ante aquella mujer samaritana.

Algo que llama la atención, en los Evangelios sinópticos, cuando le aclaman Mesías, les manda callar, e incluso lo preceptúa (Mc 8:30 par.), y El mismo lo evita (Jn 6:15), y, en cambio, aquí El mismo se proclama el Mesías. ¿Por qué hizo el Señor esto con ella? Nuevamente nos queda la profunda convicción, Jesús traspasa con su mirada a los hombres, el ve en nuestros corazones, Él se da cuenta que la mujer está preparada para oír eso de Él, y se lo revela con más claridad que al mismo Nicodemo o a los miembros del Sanedrín. Le está revelando a la samaritana claramente su mesianidad y veladamente su divinidad.

Dios habla y la samaritana  acepta con fe la palabra de Jesús. Cuándo Él nos habla, ¿Cómo la recibimos nosotros?

5.8       “VENGAN A VER A UN HOMBRE QUE ME HA DICHO TODO LO QUE HICE. ¿NO SERÁ EL MESÍAS?”

Sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Al llegar a este punto de la conversación, regresaron los discípulos de comprar provisiones de la ciudad, probablemente Sicar. Al encontrarse con que Cristo “hablaba con una mujer,” quedaron sorprendidos, ya que en las costumbres judías rabínicas era un tema muy repetido la prohibición de hablar en público un hombre con una mujer.

A esta extrañeza profunda, nacida de costumbres y exageraciones rabínicas, se sobrepuso en los discípulos la majestad de Cristo. Nadie se atrevió a preguntarle sobre: “Qué quieres de ella?” o “,Por qué hablas con ella?”, suponiendo que necesitara alguna cosa.

La Samaritana, con el alma fuertemente conmocionada, “dejó su cántaro” y fue, corriendo sin duda a su ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. La conmoción que debió llevar la Samaritana fue tal, que, a pesar de su vida irregular, logró convencer a los suyos  y vinieron a ver a Cristo.

5.9       “YO TENGO PARA COMER UN ALIMENTO QUE USTEDES NO CONOCEN”.

En el intervalo de la partida de la Samaritana y la llegada de los samaritanos de Sicar, el evangelista presenta una conversación de Cristo con sus discípulos. Estos, que estaban guardando un profundo respeto ante Cristo, intervienen para rogarle reiteradamente que comiese.

Este intervenir ellos para que coma supone en El una fuerte emoción, como lo confirmará el resto del relato. Cuando pidió agua para beber, es que tenía sed verdadera, pues se sentó “fatigado.” Pero ahora, cuando el cansancio debe ser reparado por la comida, ante la invitación instante de los discípulos, les dice que no necesita aquel ofrecimiento que le hacen, pues: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”. El evangelista consigna la reacción ingenua de los discípulos, en la misma línea psicológica de los sinópticos, que lo creyeron, y se preguntaban entre sí si alguien le había traído de comer. Al murmullo de esta inquietud de los discípulos, Cristo les dice en qué consiste esa comida: “Mi comida es hacer la voluntad de Aquél que me envió y llevar a cabo su obra.”

El alma humana de Cristo tenía todas las rectas emociones humanas. Una emoción profunda fácilmente amortigua la necesidad del alimento corporal. Esto es lo que, probablemente, sucede aquí a Cristo. Su misión es salvar almas. El contacto misionero dé Cristo con esta alma produjo tal emoción en la suya, que ésta repercutiendo en su organismo, amortigua la necesidad de restaurar su “fatiga” por el alimento corporal. En otras ocasiones narra el Evangelio cómo la atención a cumplir su misión no le dejaba ni tiempo para atender a su comida (Mc 3:20). La misión de Cristo, y en cuya ocupación se sumerge su alma, “es hacer la voluntad de Aquél que me envió y llevar acabo su obra.” Es la “voluntad” salvífica de los hombres (Jn 3:17; 6:39ss) y la “obra” que el Padre confió al Hijo (Jn 17:4). Este final va a llevar a Cristo a exponer una doctrina maravillosa sobre la unidad de la obra apostólica y sobre la función de los apóstoles misioneros. Es la doctrina del Cuerpo místico en el apostolado.

5.10 LEVANTEN LOS OJOS Y MIREN LOS CAMPOS

En Señor les manda alzar los ojos y que “vean” los campos ya “blancos,” maduros para la siega. (En Palestina, por efecto de la sequía y del excesivo calor, las cosechas tienen un color blanco –plateado lo que en otros lugares es dorado). Es parte de la pedagogía de Cristo, como se ve en esta misma conversación con la Samaritana: gusta elevarse en su enseñanza de los fenómenos de la naturaleza a enseñanzas religiosas.

“Uno siembra y otro cosecha” le dice el Señor. Entre la siembra y la siega han de pasar algunos meses. Antes de esto, la mies no madura; y antes hace falta sembrarla. Sembrador y segador son necesarios para obtenerla. Jesús les dice: “Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”, para que no se olviden que otros los sembraron y cultivaron antes. ¿Quién preparó este trabajo del que han de aprovecharse los apóstoles? Eran Moisés, la Ley, los Profetas, toda la vida religiosa del A.T. los que habían preparado el campo “sembrado” — lo que ellos ahora iban a recoger, “segar” —. Recoger, que era también “sembrar” la buena nueva, pero ya preparado el campo para ella por toda la anterior preparación paleo testamentaria.

Por eso, esta obra de apostolado no se ha de valorar por la sola cosecha actual, puesto que ésta no rendiría si antes no hubiese tenido la preparación de la “siembra.” Y así, el “que siega recibe su salario y recoge el fruto para la vida eterna.” Por todo ello, el que “siega” que se alegre. Pero que sepa que “de igual manera,” “también” se va a alegrar el “sembrador” por su “salario” y por la parte que le corresponde en este “fruto” que ahora ingresa en el reino. El apóstol de Cristo no puede olvidarse de esto; será para él una actitud de modestia, y también de esperanza, cuando a él le toque la vez de ser sembrador. No hay más que un campo a fructificar, y no hay más que un esfuerzo único conjunto. El apóstol es miembro de un Cuerpo místico de apóstoles.

5.11 SABEMOS QUE ÉL ES VERDADERAMENTE EL SALVADOR DEL MUNDO

La Samaritana, regenerada, convertida, es tan sincera que no repara en aducir la penetración de su vida descubierta como prueba de la grandeza del Mesías que encontró. “¿No será el Mesías?”. Esta interrogación que hace no es falta de fe. La mejor prueba de que la Samaritana estaba convencida es que ella supo persuadir. Pues sólo por la palabra de ella salieron de la ciudad y se acercaron a Jesús.

Relata san Juan que “Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y Él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en Él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo”,

Estos samaritanos reconocen a Cristo como el verdadero “Salvador del mundo.” Este título de “Salvador” estaba muy divulgado entre los paganos. No deja de extrañar la universalidad de este título aquí en boca de los samaritanos. La Samaritana sólo lo anuncia como el “Mesías.”

Después de pasar “dos días” de apostolado fructífero entre los samaritanos de Sicar, Jesús continuó su camino para Galilea.

El Señor les Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

III Domingo de Cuaresma Ciclo “A”


Fuentes Bibliográficas:

www.caminando-con-jesus.org

Comentarios desde Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén


www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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