Reflexión desde las Lecturas del Domingo VI del Ciclo A

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.     SABIDURÍA DIVINA

“Hablamos...una sabiduría divina, misteriosa...” Uno de los grandes dones que Cristo nos ha traído es esta sabiduría, este conocimiento de Dios y de sus planes. Es el misterio de Cristo, mantenido en secreto durante siglos, que ahora, en esta etapa final de la historia, nos ha sido dado a conocer por beneplácito de Dios para nuestra salvación (Ef 3,4-6; Rom 16,25-26). ¡Cuánta gratitud debería desbordar nuestro corazón! ¡Cómo deberíamos vivir a tono con este misterio y con esta sabiduría revelada! Por fin conocemos el sentido de la vida y de la muerte, del sufrimiento y del trabajo... Por fin sabemos el por qué y el para qué... « ¡Cuántos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron!» (Mt 13,17).

“Dios nos lo ha revelado por su Espíritu”. Necesitamos invocar continuamente el Espíritu para que nos dé a conocer a Cristo y al Padre. Sin Él somos ciegos, incapaces de ver y de entender (Mc 8,17-21). Sin Él no entendemos los planes de Dios, sin Él no comprendemos las Escrituras. Necesitamos pedir la acción de este Maestro interior para que nos invada con su luz y Cristo no nos parezca un fantasma, un extraño. Sólo Él, que sondea lo profundo de Dios, que conoce lo íntimo de Dios, puede dárnoslo a conocer, y de manera atractiva, de modo que ese conocimiento nos haga amarle hasta dar la vida por Él.

“Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó...” Nos equivocamos continuamente al valorar las cosas de Dios con nuestras capacidades naturales. Lo que Él tiene preparado para nosotros es infinitamente más grande, más bello, más rico de lo que imaginamos y pensamos. Y no sólo en el cielo; ya en este mundo Dios quiere colmarnos de manera insospechada, quiere hacer cosas grandes en nosotros. Por eso necesitamos dejar que el Espíritu Santo nos dilate la capacidad y el deseo de recibir estos dones.

2.    PRIMERA LECTURA Ecli 15, 15 20

Se desarrolla aquí el tema de la libertad personal para elegir entre el bien ye! mal, la vida o la muerte. El pecado, así como los antivalores existentes en el mundo, no son obra de Dios ni corresponden a su designio sobre el mundo. De ahí la invitación aguardar sus mandatos y cumplir su voluntad.

Lectura del libro del Eclesiástico

Si quieres puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que agrada al Señor. Él puso ante ti el fuego y el agua hacia lo que quieras, extenderás tu mano Ante los hombres están la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que prefiera Porque grande es la sabiduría del Señor, Él es fuerte’ y poderoso, y ve todas las cosas. Sus ojos están fijos en aquellos que lo temen y El conoce todas las obras del hombre. A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar.

Palabra de Dios.

2.1   OBSERVAR LOS MANDAMIENTOS Y CUMPLIR FIELMENTE LO QUE AGRADA AL SEÑOR

Los pecadores no poseen la sabiduría, porque ésta es incompatible con sus pecados Pero ¿quién es el responsable de éstos? No es Dios, como se sentiría tentado a decir el malvado, sino él mismo, que, siendo libre para escoger entre el bien — que cuesta — y el mal — que halaga —, se inclina por éste.

En efecto, Dios no es la causa del pecado ni puede inducir a él al hombre. Sería irreverente y blasfemo afirmarlo. El pecado es la negación de Dios, una insolencia contra sus mandatos, y por lo mismo Él lo aborrece. Los cristianos que hemos contemplado a su Hijo unigénito expiándolo en la cruz, y aprendido de la revelación el castigo eterno que espera a los no arrepentidos, sabemos hasta qué punto Dios detesta el pecado. Por lo demás, Dios es todopoderoso, y no precisa del mal para llevar a cabo sus planes. Más aún, El da al ser humano las gracias convenientes para que pueda evitar el pecado, y cuantos prestan su colaboración lo evitan. Esto hacen cuantos llevan en su corazón sentimientos de piedad, amor y reverencia a Dios, que los hace detestar lo que Dios aborrece.

El pecado tiene su origen en el mal uso que del don de la libertad ha hecho el ser humano. Dios creó al hombre, dotándole de la libertad, en virtud de la cual puede escoger entre el bien y el mal y es responsable de sus actos. Dios le impuso mandatos y preceptos al hombre, lo que no hubiera podido hacer si no lo hubiera creado libre. No obstante, el pecado original “debilitó” sus facultades y le dejó cierta propensión al mal, pero el ser humano no perdió su libre albedrío, de modo que está en su mano el guardar los mandamientos o no guardarlos; “Si quieres puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que agrada al Señor”, siendo sólo él responsable de su pecado, sin que ello excluya, claro está, la necesidad de la gracia para hacer el bien y vencer la concupiscencia, que nos lleva al mal.

“PORQUE GRANDE ES LA SABIDURÍA DEL SEÑOR”

El Señor ha puesto ante el hombre cosas tan contrarias como el agua, que refrigera, y el fuego, que abrasa; al que tú quieras puedes extender tu mano: “Él puso ante ti el fuego y el agua hacia lo que quieras, extenderás tu mano”. El agua y el fuego son aquí símbolo de cosas tan contrarias como el cumplimiento de los mandamientos divinos y la desobediencia de los mismos; del premio y del castigo respectivamente; de la vida y de la muerte. Él don de la libertad del hombre es una de las más hermosas creaciones de la sabiduría divina y que en más estima tiene el hombre. “Ante los hombres están la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que prefiera”. Ella le hace merecedor de la felicidad o responsable al castigo. Y Dios, infinitamente sabio; “Porque grande es la sabiduría del Señor”, que conoce todas y cada una de las obras del hombre con sus más íntimas intenciones; “Él es fuerte’ y poderoso, y ve todas las cosas”, e infinitamente poderoso para dar a cada uno según su merecido, premiará las acciones buenas de los que le temen; “Sus ojos están fijos en aquellos que lo temen”  a quienes mira con ojos de complacencia, y castigará los pecados de los impíos;  “El conoce todas las obras del hombre. A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar”. El ser humano, al cumplir libremente los mandamientos, escoge, por lo mismo, el premio que Dios le ha establecido, y al negar la obediencia a los mismos, escoge implícitamente el castigo que le es debido.

La conclusión de toda la narración es que Dios no sólo no manda pecar, sino que ni siquiera da permiso para ello, castigando además a quien lo comete. No puede en modo alguno atribuírsele a Él el pecado. Dios únicamente permite el pecado, en cuanto que respeta la libertad del ser humano, tratándole conforme a su naturaleza libre. Es el hombre el único responsable del pecado que comete al abusar de la libertad, que le fue dada, no para que pudiese escoger impunemente, a su libre albedrío, el bien o el mal, sino para que, pudiendo escoger entre ambos, eligiese libremente el bien, que de ordinario cuesta, y renunciase al mal, que tantas veces halaga.

3.    SALMO Sal 118, 1-2. 4-5. 17-18. 33-34

R. Felices los que siguen la ley del Señor:

Felices los que van por un camino intachable, los que siguen la ley del Señor Felices los que cumplen sus prescripciones y lo buscan de todo corazón. R.

Tú promulgaste tus mandamientos para que se cumplieran íntegramente  ¡Ojala yo me mantenga firme en la observancia de tus preceptos! R.

Sé bueno con tu servidor, para qué yo viva y pueda cumplir tu palabra. Abre mis ojos, para que contemple las maravillas de tu ley. R.

Muéstrame, Señor, el camino de tus preceptos, y yo los cumpliré a la perfección instrúyeme, para que observe tu ley y la cumpla de todo corazón. R.

3.1   LAS EXCELENCIAS DE LA LEY DIVINA

Este Salmo, es de las Excelencias de la Ley Divina. (Biblia Nácar-Colunga), es el más extenso del Salterio, 176 versículos, donde el poeta canta las alabanzas de la Ley de Dios, sin duda para responder a los escépticos de su tiempo, que procuraban olvidarla para vivir conforme a sus intereses y concupiscencias personales. Pero la Ley en sus labios “no tiene el sentido estricto de la legislación mosaica o del Pentateuco. Tiene una acepción más amplia; y aquí, como en los salmos 1 y 19, significa toda revelación divina como regla de vida. No es un código rígido de preceptos y de prohibiciones, sino un cuerpo de doctrina, cuya plena significación no puede ser comprendida sino gradualmente y con la ayuda de la instrucción “divina”. Por eso la palabra Ley es sinónima en este salmo de “revelaciones divinas”, promesas y enseñanzas proféticas, sobre todo la voluntad de Dios, su “beneplácito”. A través de la Ley se revela la misericordia divina, aun cuando corrige y castiga. El salmista se extasía ante las excelencias de la Ley, que refleja la voluntad divina para con los hombres.

Por ello, para el salmista es el objeto constante de su meditación y a ella procura conformar totalmente su vida. El orante, se siente débil y reconoce sus caídas, y, sobre todo, confiesa la necesidad de la gracia divina para mantener su fidelidad integral a la Ley. Por eso, constantemente afloran a sus labios los gritos de socorro y de súplica para no desviarse del verdadero sendero señalado por ella en la vida.

El cumplimiento de la Ley otorga ya una satisfacción íntima al alma piadosa: da ciencia, prudencia, sabiduría para conducirse en la vida, y, al mismo tiempo, procura consuelo, alegría íntima y conciencia tranquila. “Felices los que van por un camino intachable, los que siguen la ley del Señor. Felices los que cumplen sus prescripciones y lo buscan de todo corazón”.

El poema se inicia declarando la satisfacción de los que procuran mantenerse íntegros en su proceder, conformándose con las exigencias de la Ley del Señor y cumpliendo sus prescripciones. Sólo la amistad con Dios puede atraer la felicidad al hombre, ya que éste depende en todo de su providencia. Dios sólo otorga su protección y beneficios al que es fiel a sus mandamientos. “Tú promulgaste tus mandamientos para que se cumplieran íntegramente”.

El deuteronomista declara enfáticamente: “Y ¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy? (Deuteronomio 4, 8) La alianza del Sinaí y los preceptos de la Ley mosaica colocaban al pueblo hebreo en una situación privilegiada respecto de las otras naciones, pues era la expresión de la voluntad divina, y ningún pueblo podía gloriarse de tener un Dios tan cerca de él como lo estaba El Señor de la nación israelita, su “heredad” particular entre todos los pueblos; “Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que le invocamos?  (Deuteronomio 4,7). Por ello, el autor del Deuteronomio pone en boca de Moisés estas palabras dirigidas a su pueblo en una monumental homilía: “Mira, como Yahvé mi Dios me ha mandado, yo os enseño preceptos y normas para que los pongáis en práctica….Guardadlos y practicadlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente.”  (Deuteronomio  4, 5-6)

3.2   LA PALABRA DE DIOS; ES LA “REVELACIÓN COMO GUÍA DE VIDA

El salmista se hace eco de estas advertencias, si bien para él la palabra Ley tiene un sentido amplio: instrucción, cuerpo de doctrina, palabra de Dios; es la “revelación como guía de vida, exhortación profética y aun como dirección sacerdotal; es la suma del deber del israelita.” Los preceptos del Señor son, en realidad, sus testimonios, en cuanto que son declaración oficial de su voluntad en el orden religioso y moral. En los textos del Pentateuco, la palabra “testimonio” es sinónimo del Decálogo (Estos son los estatutos, preceptos y normas que dictó Moisés a los israelitas a su salida de Egipto,  (Deuteronomio  4, 45); pero aquí tiene un sentido más amplio.

El conformarse con la Ley divina supone en primer lugar apartarse de toda iniquidad, pues el pecado no se compagina con los caminos que llevan a Dios; pero, además, supone una orientación positiva hacia todo lo que implique beneplácito divino: sólo los que le buscan con sinceridad de corazón podrán encontrar la íntima felicidad del alma.

La voluntad del Señor, expresada en sus preceptos, implica el deseo de que se cumplan;  ¡Ojalá yo me mantenga firme en la observancia de tus preceptos!” y guarden con toda diligencia, conforme a la declaración; “No añadiréis nada a lo que yo os mando, ni quitaréis nada; para así guardar los mandamientos de Yahvé vuestro Dios que yo os prescribo.” (Deuteronomio 4,2)

Los israelitas, por el hecho de pertenecer al pueblo elegido, no son libres para desentenderse de los preceptos divinos. El salmista vive en un ambiente de abandono espiritual, y por eso recuerda la necesidad de observar la Ley divina como condición necesaria para agradar a Dios y ser objeto de su beneplácito.

“Muéstrame, Señor, el camino de tus preceptos, y yo los cumpliré a la perfección instrúyeme, para que observe tu ley y la cumpla de todo corazón”

Después de declarar la necesidad de adherirse a los preceptos divinos, el poeta piensa en su situación personal, ansiando mantenerse firme en sus propósitos de fidelidad a su Dios. Sólo así podrá sentirse seguro, pues al amparo de la omnipotencia divina nunca será defraudado en sus propósitos ni confundido ante sus adversarios, que se burlan de su confianza en Dios y de la fidelidad a sus preceptos. La guarda de los mandamientos divinos le preservará del abandono total de su Dios, que niega su protección a los impíos.

4.    SEGUNDA LECTURA 1Cor 2, 6-10

Para acercarse al misterio de Dios y describir de alguna forma lo que significa esa experiencia, Pablo recurre al profeta Isaías: “ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió” (Is 64, 3) a lo que él agrega: “lo que Dios preparó para quienes lo aman’ Así deja de manifiesto a un Dios que sigue saliendo al encuentro del hombre.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.

Hermanos: Es verdad que anunciamos una sabiduría entre aquellos que son personas espiritualmente maduras, pero no la sabiduría de este mundo ni la que ostentan los dominadores de este mundo, condenados a la destrucción. Lo que anunciamos es una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, que El preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo; aquélla que ninguno de los dominadores de este mundo alcanzó a conocer, porque si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria. Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, «lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman». Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios.

Palabra de Dios.

4.1   LO QUE ANUNCIAMOS UNA SABIDURÍA ENTRE AQUELLOS QUE SON PERSONAS ESPIRITUALMENTE MADURAS

Los secretos o “sabiduría” divina, no son predicados a todos indistintamente, sino sólo a los “perfectos” o ya avanzados en la fe; “Es verdad que anunciamos una sabiduría entre aquellos que son personas espiritualmente maduras”. No que entre los cristianos, a imitación de las religiones de los misterios, haya dos categorías: los iniciados o perfectos, a los que esté reservado este conocimiento o “sabiduría,” y el común de fieles; eso chocaría contra la esencia misma de la doctrina de San Pablo, que a todos intenta llevar hasta el pleno conocimiento e imitación de Cristo (cf. Ef 4:13). Lo que sucede es que ese ideal no se consigue sino gradualmente, y es necesario que la predicación se acomode a la capacidad de los oyentes. Evidentemente, hay ocasiones en que no podrá darse sino una enseñanza cristiana elemental, predicación pura y simple de la salvación por la cruz, sin entrar en profundidades.

Es este párrafo una como réplica o complemento aclaratorio del mismo Apóstol a sus afirmaciones anteriores. Había insistido en que Dios rechazó la sabiduría humana de filósofos para la difusión del Evangelio (1:17-31), y que él no se había valido de ella para la predicación en Corinto (2:1-5); ahora completa su pensamiento, añadiendo que en el Evangelio hay, sin embargo, verdadera “sabiduría,” sabiduría que no lograron comprender los sabios del mundo; pero que el Espíritu Santo ha revelado a quienes tienen la misión de predicar el Evangelio (v.10-16). No es “sabiduría” a lo humano, sino “sabiduría” divina, pues se adentra en los planes mismos de Dios y sólo se alcanza con las luces que vienen de Dios. Con esto, parece decir San Pablo, el cristianismo ofrece también campo donde satisfacer esas ansias de “sabiduría,” tan propias del espíritu griego.

Lo primero que el Apóstol recalca es el lado negativo de esa “sabiduría,” diciendo;  “Pero no la sabiduría de este mundo ni la que ostentan los dominadores de este mundo”. Se supone que el Apóstol alude a los grandes de la tierra, como parece desprenderse de lo que dice luego; “Aquélla que ninguno de los dominadores de este mundo alcanzó a conocer, porque si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria”, en que vuelve a repetirse la misma expresión, aplicándola a los que crucificaron a Cristo (sanedrín, Herodes, Pilato).

4.2   LO QUE ANUNCIAMOS ES UNA SABIDURÍA DE DIOS, MISTERIOSA Y SECRETA

Descrito así el lado negativo, pasa el Apóstol a explicar más en concreto cuál es esa “sabiduría” que él predica, de la que dice que “lo que anunciamos es una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, que El preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo”. Evidentemente, está aludiendo al plan divino de salud mediante nuestra incorporación a la muerte y resurrección de Cristo (cf. Rom 6:3-11), participando así de la vida misma divina, comenzando ya esa participación aquí abajo en la tierra mediante la gracia, para tener luego su remate en el cielo con la gloria. Hay, pues, una “sabiduría” propiamente cristiana; es, a saber, una doctrina que tiene coherencia interna y da una explicación religiosa de la historia de la humanidad y del plan de Dios sobre ella.

Se destaca la expresión “Señor de la gloria”, con que el Apóstol designa a Jesucristo. En el Antiguo Testamento este atributo se presenta como exclusivo de Dios (cf. Ex 24:16; 40:34; Is 42:8), y si Pablo ahora lo atribuye a Cristo, ello es señal de que implícitamente le coloca en el rango de Dios, volviendo aquí a aparecer la equivalencia Cristo-El Señor.

Para mejor ponderar cuan oculto estaba a los hombres ese plan divino de salud o “sabiduría,” San Pablo se vale de unas palabras de Isaías; “Nunca se oyó. No se oyó decir, ni se escuchó, ni ojo vio a un Dios, sino a ti, que tal hiciese para el que espera en él”.  (Isaías 64, 2), San Pablo la expone así; “Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, «lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman”.

Mas, continúa el Apóstol, esa “sabiduría” o plan divino de salud, que estaba tan oculto, Dios nos lo ha revelado ahora por su Espíritu: “Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios”. Al tratar de desarrollar esta afirmación, San Pablo enuncia tres verdades fundamentales respecto del Espíritu Santo: su divinidad, puesto que posee la omnisciencia, que es atributo divino; su consustancialidad con el Padre, siendo para Dios lo que el espíritu del hombre es para el hombre; su procesión u origen, pues “viene del Padre”

5.    EVANGELIO Mt 5, 17-37.

Jesús expone su pastura frente a la Ley. Él reconduce los mandamientos a su raíz ya su objetivo último: el servicio a la vida, a la justicia, al amor ya la verdad. No opone a la Ley antigua una nueva ley, sino que la transforma y la lleva hacia una radicalidad sin precedentes, rompiendo todos los moldes y criterios que la asemejan a una legislación humana.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

Jesús dijo a sus discípulos: No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no quedarán ni una i ni una coma de la Ley sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: «No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal». Pero Yo les digo que todo aquél que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquél que lo insulta, merece ser castigado por el Tribunal. Y el que lo maldice, merece el infierno. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario té entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso, Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

Ustedes han oído que se dijo: «No cometerás adulterio». Pero Yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. También se dijo: «El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio». Paro Yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.

Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: «No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor». Pero Yo les digo que no juren dé ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de su pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos. Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

Palabra del Señor.

5.1   NO PIENSEN QUE VINE PARA ABOLIR LA LEY O LOS PROFETAS

Jesús hace una declaración de mucha importancia para todo el cristianismo, en la que fija su actitud doctrinal frente al judaísmo. Jesucristo proclama que no vino a abolir ni la Ley ni los Profetas. Por el contrario, Cristo vino a llenar a cumplir y perfeccionar; cumplir la Ley con las obras, y llevar lo imperfecto a lo perfecto, Jesucristo no viene a destruir la ley, pero tampoco viene a consagrarla como algo que no se puede tocar, al contrario viene a darle con su enseñanza y su actitud, una nueva forma, más definitiva, en la cual ahora se realiza en plenitud aquello hacia donde la ley conducía.

Jesús no vino a anular los valores normativos del Antiguo Testamento, sino que hacer posible su total efectividad y realización en la novedad del Evangelio. ¿Entonces, qué sentido conviene aquí al verbo Cumplir o perfeccionar El sentido que aquí le corresponde es el de “perfeccionar”? El sentido que aquí le corresponde es el de perfeccionar. Se ve esto porque Jesús cumple con su práctica muchas cosas del Antiguo Testamento, pero perfecciona ésta con su doctrina al interpretar el sentido recto de muchas cosas del Antiguo Testamento deformadas por el leguleyismo farisaico y añade otras muchas como la nueva revelación, lo mismo que por el espíritu evangélico que ha de informarla.

Jesús perfecciona la Ley del Antiguo Testamento, al interpretar el verdadero sentido de prescripciones deformadas del Antiguo Testamento y al añadir nuevas enseñanzas, revelaciones y prescripciones. La Ley de Moisés y la evangélica no son opuestas, son una sola, es la Ley de Dios a los hombres, eso sí, en dos etapas, entonces la segunda es complemento y perfeccionamiento de la primera.

Jesús dice: Les aseguro que no quedarán ni una coma de la Ley sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, término con que se expresa el fin de los tiempos y, por tanto, se expresa también con ello la duración de una cosa o la firmeza de la misma.

Dice Jesús; “El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos”.

Cabe destacar que Jesús dice El que no cumpla el más pequeño, no habla explícitamente de preceptos mayores, es algo lógico, porque cuando dice; Les aseguro que no quedarán ni una y ni una coma de la Ley sin cumplirse, ha de cumplirse.

El que no cumpla, o el que quebrantase o, por el contexto, mejor, descuidase cumplir uno de estos preceptos pequeños o mínimos y además enseñase así a los hombres, será el menor en el reino de los cielos, es decir no está excluido de él. Y la contraposición se hace con los preceptos grandes y su premio correspondiente. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.

Así es, como Jesús nos afirmó que la Ley la deberemos cumplir en todos sus aspectos, hasta en los más insignificantes preceptos, haciendo estos llegaremos hacer grande en el Reino de los Cielos. Entonces, la perfección evangélica, consistirá en la observancia de los Evangelios, un modo de hacerlo, es cumplir hasta en sus más pequeñísimos detalles, con gran cuidado, con un gran espíritu de amor, con aceptación y entrega a la voluntad del Padre.

Ahora, nos hacemos una pregunta, ¿somos fieles en el cumplimiento de los que el Evangelio se nos propone cumplir? o bien, ¿cumplimos todo lo que Jesucristo nos ha enseñado como norma de vida? También es bueno preguntarse, ¿sino cumplimos, aparte de no cumplir, estamos enseñando o incentivando a otros a no cumplir?

Ser cristiano, tener fe en Cristo, se resume en ser incondicional a Él, es decir, esforzarte para ser como Él nos ha enseñado, y trabajar por implementar el Reino de Dios en todo lugar, y ese Reino, es la justicia, la paz, el amor por implementar el Reino de Dios en todo lugar, y ese Reino, es la justicia, la paz, el amor por los hombres, el ser solidario y la inclinación natural por hacer el bien.

5.2   SI LA JUSTICIA DE USTEDES NO ES SUPERIOR A LA DE LOS ESCRIBAS Y FARISEOS

Jesús, se atribuye una autoridad superior a la de Moisés, así es como lo dice explícitamente. Jesús es superior a la misma Ley y tiene además autoridad para cambiarla.

Jesús, ahora no solo prohíbe el homicidio, también veda la ira, los insultos, las injurias, es decir, se deben evitar los pecados y faltas externas e internas, como las ofensas, la rabia, agravios y ultrajes.

Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.” Se trata, pues, de fidelidad a la Ley, pero de fidelidad al cumplimiento del espíritu de la Ley, pues en su cumplimiento material, aquéllos eran maestros insuperables. Ya los profetas habían urgido la necesidad de poner el espíritu y el corazón en los sacrificios. El rito material no cuenta. Por el simple cumplimiento del rito cultual, Dios no lo atiende ni retribuye. Esto es lo que Jesús censura, al tiempo que enseña cómo ha de ser la práctica de la nueva Ley, de la justicia mesiánica; no hipocresía de un rito sin vida. La justicia del reino mesiánico es sencillamente la justicia de la autenticidad religiosa. Este versículo, es un término completivo del tema sobre la relación de Jesús y la Ley vieja, pero es, al mismo tiempo, un versículo puente para el tema del sermón de la Montaña: el perfeccionamiento moral de la vieja Ley y el perfeccionamiento del espíritu con que ha de ser practicada.

Dice Jesús: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata debe ser llevado ante el tribunal”. Jesús se está refiriendo al quinto precepto del Decálogo (Diez Mandamientos): No matarás. Refiriéndose al auditorio les dice: Ustedes han oído que se dijo a los antepasados. Estos antepasados son las generaciones judías anteriores.

La cita se hace literalmente del Decálogo, pero la segunda parte, No matarás, y el que mata debe ser llevado ante el tribunal, no se encuentra citada así en la Ley, esta castiga el homicidio: El que hiere mortalmente a otro será castigado con la muerte (Ex 21:12; Lev 24:17). Este juicio al que se alude puede ser el juicio jurídico del tribunal (Dt 16:18; Dan 7:26 en los LXX) que le juzgará y le condenará o puede ser la misma condena.

Esta legislación del Decálogo había sido interpretada materialmente: realización física del homicidio. Pero Jesús, al contraponer su enseñanza a la interpretación rabínica del mismo mandamiento, está dando la interpretación del contenido primitivo.

Hay también en ello otro valor. Al contrastar lo que se les había dicho por Moisés a los antiguos, sin embargo al decir Jesús Pero yo les digo, está implícitamente declarándose superior a Moisés. Jesús ira luego gradualmente declarándose superior a los reyes, profetas, sábado y Templo (Mt 16:6). Aquí se presenta ya como el supremo Legislador de Israel.

Pero yo les digo que todo aquel que se enoja contra su hermano merece ser condenado por un tribunal. En este precepto no solamente se condena el acto de homicidio real, sino la injuria al hermano. Este, en la apreciación judía, era el equivalente al prójimo, y éste era sólo el judío. Aquí también se condena el irritarse contra el hermano injustamente (Mc 3:5) al llamarlo racá. Es palabra aramaica; se proponen varias etimologías, como abominable, o loco, pero ésta significa además rebelde contra Dios, ateo.

Naturalmente, Jesús no pretende establecer este triple y exclusivo código de penas y castigos. Toma los términos de la jurisprudencia judía como medio de expresión de valoración moral. El tribunal ante el que Jesús cita no es más que uno: el de Dios.

Luego Jesús, expone en dos pequeñas parábolas la necesidad de la reconciliación con el prójimo, Él quiere que vivamos en paz los unos con los otros.

Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Esta presenta con una semejanza tomada del sacrificio y la presenta con la urgencia del que está ya a punto de ofrecerle. Que la deje ante el altar y que vaya primero a reconciliarse con su hermano, si tiene algo contra ti, por suponerse que el oyente hizo algo injusto contra él. Con ello encarece la necesidad de la caridad al ponerlo en comparación con el sacrificio. Ya que, siendo éste representación vicaria del oferente, no es grata a Dios sin el amor al prójimo (Os 6:6).

“Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”. Esta segunda comparación está tomada de la vida civil: más vale componerse los litigantes de un pleito entre ellos que venir a la sentencia inapelable del juez, aparte de pagar costas y tener incomodidades y pleito. Se pagará hasta el último centavo. Es una pequeña parábola, de la que luego se alegorizan algunos elementos, el tiempo que están en camino probablemente alegoriza el tiempo que se está in vía; el juez y su sentencia son el tribunal de Dios; el castigo en prisión, de la que no se saldrá hasta que se pague el último centavo, es decir, hasta que se cumpla estrictamente la justicia, y porque el tono de esta redacción parabólica sólo habla popular y sapiencialmente del anuncio de un castigo que corresponde a una culpa contra la caridad, pero sin más precisiones.

Jesús, nos pide siempre que vivamos en paz y armonía con todos nuestros hermanos y, que tengamos una actitud constante de reconciliación frente a las diferencia que a veces nos separan. Dios aprecia de sobremanera la unidad fraternal, nos está diciendo que: deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda, es decir el sacrificio no será agradable a Él, sino en cuanto vivamos en amor y paz con nuestros hermanos.

5.3   “NO COMETERÁS ADULTERIO”.

Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio”. La ley judía condenaba en el Decálogo (Diez Mandamientos) (Ex 20:14) el adulterio. Pero explícitamente no se legislaba sobre la simple fornicación, entonces la interpretación de la prohibición del adulterio en el Decálogo era usualmente entendida del acto externo. El mismo Decálogo daba, aparentemente, pie a ello, pues lo valoraba solamente desde el punto de vista de la justicia. También se condenaban otros pecados externos como el de lujuria y seducción, esto se lee en varios fragmentos del Antiguo Testamento, donde se hace ver el peligro del pecado interno (Job 31:1; Eclo 9:5). El décimo mandamiento del Decálogo, se prohíbe el deseo de la mujer ajena sólo por ser propiedad del marido (Ex 20:17; Dt 5:21).

Pero ante esta legislación interpretada restrictivamente, Jesús da su interpretación auténtica: en este precepto está incluido todo mal deseo de adulterio. El corazón es el verdadero responsable ante la moral.

Dice Jesús: “Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola ya cometió adulterio con ella en su corazón”. Es verdad que en la literatura rabínica se encuentran textos de todas las épocas expresando un sentimiento constante que condena la impureza que se comete con los ojos o el pensamiento. Rabí Simeón dice: No cometerás adulterio, ni tampoco con los ojos ni con el corazón. Pero la práctica debía de ser muy distinta, cuando Jesús tiene que tomar esta actitud ante la interpretación del Decálogo.

Declarado el sentido del sexto mandamiento, surge su cumplimiento, haciendo ver la necesidad de evitar la ocasión del pecado, este se hace con un grafismo hiperbólico, aumentado y paradójico.

Dice Jesús: “Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno”. Si el ojo derecho, por especialmente estimado (1 Sam 11:2), lo mismo que si la mano derecha escandalizan, vale más sacárselo o cortarla que ir con ambos al infierno.

Naturalmente, esto no se dice en el sentido de una realización material, porque el que se saque una persona el ojo derecho, no le impide que siga pecando con mismo izquierdo, por eso es el sentido etimológico de que es tropiezo u ocasión de pecado. Lo que Jesús destaca es la necesidad de la precaución, de la vigilancia y el heroísmo, para superar todo escándalo temporal, a fin de no ir por él al infierno.

Luego Jesús agrega: “También se dijo: El que se divorcia de su mujer debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido comete adulterio”.

En este fragmento, se encuentra una dificultad ya clásica. Parecería que el divorcio fuese lícito en el caso de fornicación, aquí se trata especialmente del repudio, pero esto, se aclara mejor cuando leemos a san Mateo 19, 3-9, que se refiere a la indisolubilidad, sucede cuando los fariseos preguntan a Jesús; ¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?. Pero Jesús afirma categóricamente sobre lo indisoluble del vínculo matrimonial, revalidando la dignidad del matrimonio, rechazando la teoría del repudio, y restaura el derecho en su sentido original, sin dejar de recordar que Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón, pero al principio no era así.

Jesús quiere devolver a la ley divina, su primitivo vigor, y dice: Por lo tanto, yo les digo: “El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio”. Sus discípulos le dijeron como respuesta: Si ésta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse.

Es cierto que muchas veces el matrimonio no es algo fácil, en otras palabras tiene su cruz y en ocasiones muy pesada, más aún si se mira como algo del cuerpo y de sus instintos, o relacionado con ellos, esto es carnal, pero si al contrario, si lo miramos con algo más de espíritu, y tomamos conciencia de que es un gran sacramento, descubriremos la riqueza del matrimonio.

5.4   NO JURARÁS FALSAMENTE, Y CUMPLIRÁS LOS JURAMENTOS HECHOS AL SEÑOR.

El mal produce el los hombres palabras de desconfianzas, mentiras y falsedades, se habla con hipocresía y lo peor, es el abuso de la palabra en juramento con falsas promesas. Jesús nos encamina y nos orienta a ser hombres sencillos y fieles en todo y con todos, con una conducta sincera, franca en el trato con los demás.

Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor”. El uso de los juramentos había venido a ser un abuso en Israel. Se juraba por Dios, por el cielo, por el Todopoderoso, por el templo, por esta morada, sinónimo del mismo; por el altar, por la Alianza, por la Thorah (la ley), por la Consolación de Israel (Mesías). A veces la fórmula empleada era negativa, y se decía yo (juro) no querer ver la Consolación de Israel si….hago o sucede tal cosa; o en forma positiva: Yo juro que quiero ver muertos a mis hijos si…..sucede tal cosa. Se juraba que comería o que no comería, que comió o que había comido, que daría o no tal cosa a otro, que se entregaría al sueño o no, etc.

Entonces le dice Jesús; “Pero yo les digo que no juren de ningún modo”. No es que lo excluya en absoluto, pues El mismo responderá ante la conjuración que por Dios le hace Caifás, sino que es la forma rotunda de expresión contra la moral relajada.

También dice Jesús; “por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies”; destacando algunos juramentos, como modelo y más frecuentes, que se hacían por las criaturas, para hacer ver que en ellos está Dios y que por eso se utilizaban, y dice ni por el cielo, pues es la morada de Dios; allí está el trono de Dios (Is 66:1); ni por la tierra, pues también en ella está Dios.

También dice Jesús; “Ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey”, que es Dios, en la que puso su nombre. Por eso es la Ciudad Santa.

Jesús dice: “No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos”. Ni por tu cabeza jures tampoco, pues aun en este juramento se incluía a Dios. Se lo incluía al usar la palabra técnica jurar, y porque ella es la representación del hombre, que está bajo el dominio de Dios. Por eso no puede cambiar por un acto de su determinación el color de sus cabellos.

Ante esta frivolidad religiosa, Jesús propone Cuando ustedes digan sí, que sea sí, y cuando digan no, que sea no. pues, además de salvar el honor de Dios, se trata de revalorizar la dignidad y lealtad del hombre.

Añadiéndose todo lo que pasa de esto, de decir sí o no, procede del mal, Todo lo que se dice de más, viene del Maligno, en su obra de mal contra el Reino. Además, que el Maligno al introducir la mentira y el mal en el mundo (Jn 8:44), hizo necesaria, a veces, la garantía del juramento.

De esta forma de expresarse san Mateo no se sigue que se niegue la legalidad del juramento en ocasiones. La fórmula rotunda de prohibición no es más que el exceso de un estilo oratorio y oriental. A lo que era un abuso total se le opone en este estilo una prohibición total. Pero como contraprueba de su permisión está que Jesús responde a la conjuración que le hace Caifás, lo mismo que la práctica de San Pablo y el ángel del Apocalipsis, que jura por el que vive por los siglos (Ap 10:6).

El que sabe expresarse, el que sabe hablar de verdad, no es el que utiliza bellos términos para impresionar, si el corazón no es sincero, las palabras no se oirán como verdad, sin embargo, el que habla con el corazón sabe hablar bien y con sencillez, sus palabras muestran sinceridad y convicción. Al hablar con nuestros hermanos, hagámoslo con lealtad, sin fingimiento, sin hablar de frente algo y de espalda otra cosa.

El Señor les Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

VI Domingo Ciclo “A”


Fuentes Bibliográficas:

www.caminando-con-jesus.org

Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén


www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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