Reflexión desde las Lecturas del Domingo XI del Tiempo Ordinario Ciclo B

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.    ECHAR RAÍCES EN DIOS

Sal 91

“Es bueno darte gracias, Señor.” El Salmo 91 es un canto de acción de gracias al Altísimo por su providencia, por sus obras magnificas y sus profundos designios, por su misericordia y fidelidad. Por tanto, quiere ante todo estimular en nosotros la gratitud –“Es bueno dar gracias a Señor”–. Muchos salmos insisten en dar gracias a Dios, pero para agradecer es preciso descubrir que recibamos, reconocer que todo nos viene de Dios, que todo es gracia.

“Está trasplantado en la Casa del Señor”. En el contexto de la liturgia de este domingo, el salmo – del que sólo se incluyen unos pocos versículos – agradece sobre todo la vitalidad y la pujanza que Dios comunica al justo. ¿La razón? “Está trasplantado en la Casa del Señor”  Muchas veces la Biblia utiliza esta imagen para indicar lo que supone vivir en Dios. El hombre que confía en el Señor es como un árbol plantado junto al agua, que está siempre frondoso y no deja de dar fruto; en cambio, el que confía en sí mismo es como un cardo en el desierto, totalmente seco y estéril (Jer 17,5-8).

Las imágenes hablan por sí solas. Dios es la fuente de la vida y sólo el que vive en Dios tiene vida. Toda la vitalidad personal –el estar “frescos y frondoso”– y toda la fecundidad – el dar fruto – dependen de estar o no “trasplantado en la Casa del Señor”.  Y ello, a pesar de las dificultades, a pesar de la sequía del entorno, a pesar de la vejez... A la luz del evangelio de hoy, este salmo ha de acrecentar en nosotros el deseo de echar raíces en Dios para germinar, ir creciendo, dar fruto abundante... Por los demás, así testimoniaremos que “el Señor es justo”, que en Él no hay maldad y hace florecer incluso los árboles secos (1ª Lectura).

2.    PRIMERA LECTURA Ez 17, 22-24

El profeta, a través de la parábola del árbol, recuerda que el Señor rebaja a los poderosos y enaltece a los humildes.

Lectura de la profecía de Ezequiel.

Así habla el Señor: Yo tomaré la copa de un gran cedro, cortaré un brote de la más alta de sus ramas, y lo plantaré en una montaña muy elevada: lo plantaré en la montaña más alta de Israel. Él echará ramas y producirá frutos, y se convertirá en un magnífico cedro. Pájaros de todas clases anidarán en él, habitarán a la sombra de sus ramas. Y todos los árboles del campo sabrán que Yo, el Señor, humillo al árbol elevado y exalto al árbol humillado, hago secar al árbol verde y reverdecer al árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.

Palabra de Dios.

2.1  AL FIN TRIUNFARÁ EL PUEBLO ELEGIDO

Como en otras ocasiones, el profeta confronta un horizonte de esperanza al sombrío de castigo que acaba de presentar a los exilados. La misión de los profetas, como centinelas de los intereses espirituales de su pueblo, es situar en su debida proporción el alcance de los castigos de Dios a su pueblo. En medio de todas las encrucijadas críticas de la historia de Israel se cierne siempre la esperanza mesiánica como norte de la vida nacional. Ezequiel debía hacer ver a los exilados israelitas que sus vanas ilusiones sobre la permanencia de Jerusalén como capital de un reino corrompido religiosamente no tenían fundamento. La hora de la ira justiciera divina llegará inexorablemente, y la dinastía davídica se eclipsará de momento al ser deportados sus representantes a Babilonia. Pero ésta no será una situación definitiva, porque ante todo está la promesa de Dios de inaugurar una era mesiánica presidida por la misma dinastía davídica. El profeta adapta la semejanza de la parábola antes expresada para dar un nuevo sentido más profundo favorable a las esperanzas mesiánicas. Como Nabucodonosor, la gran águila, tomó del cogollo del cedro, llevando al principal de sus renuevos, Jeconías, a Babilonia, así también El Señor en un tiempo futuro tomará del cogollo del cedro, cortando un tallo del principal de sus renuevos: “Yo tomaré la copa de un gran cedro, cortaré un brote de la más alta de sus ramas”. Sabemos, que el cedro en todos estos textos equivale a la dinastía davídica. Ahora bien, con la deportación del principal de sus renuevos (Jeconías) no desaparece ésta, porque El Señor se encargará de cortar de él un tallo para plantarlo en el monte alto de Israel: “y lo plantaré en una montaña muy elevada: lo plantaré en la montaña más alta de Israel”, en la colina santa de Sión. Allí se desarrollará frondosamente, hasta convertirse en magnifico cedro: “Él echará ramas y producirá frutos, y se convertirá en un magnífico cedro”, en el que anidarán aves de toda pluma: Pájaros de todas clases anidarán en él, habitarán a la sombra de sus ramas”, es decir, todos los pueblos se reunirán en Jerusalén bajo la sombra protectora del Mesías. Y todos los arboles de la selva (todas las naciones) reconocerán que todo ha sido obra providencial de El Señor, pues es el árbitro de la historia, ya que humilla al árbol sublime (Babilonia) y levanta al árbol bajo, o reino de Judá, humillado por el opresor babilónico: “Y todos los árboles del campo sabrán que Yo, el Señor, humillo al árbol elevado y exalto al árbol humillado”.  El Señor ha obrado un milagro en favor de su pueblo, pues le ha hecho reverdecer cuando todos le consideraban como un árbol seco, y, en cambio, ha secado al árbol verde, el imperio babilónico, que con su exuberancia parecía tener una larga vida: “Hago secar al árbol verde y reverdecer al árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré” La historia está en manos de Dios; por eso Israel debe confiar ciegamente en El a pesar de la tragedia que se le avecina. Al fin triunfará el pueblo elegido sobre el invasor babilónico

3.    SALMO Sal 91, 2-3. 13-16

R. Es bueno darte gracias, Señor.

Es bueno dar gracias al Señor, y cantar, Dios Altísimo, a tu Nombre; proclamar tu amor de madrugada, y tu fidelidad en las vigilias de la noche. R.

El justo florecerá como la palmera, crecerá como los cedros del Líbano: trasplantado en la Casa del Señor, florecerá en los atrios de nuestro Dios. R.

En la vejez seguirá dando frutos, se mantendrá fresco y frondoso, para proclamar qué justo es el Señor, mi Roca, en quien no existe la maldad. R.

3.1  EL SEÑOR ES DIGNO DE SER ALABADO.

Los primeros versos, nos invitan a alabar al Señor; Es bueno dar gracias al Señor, y cantar, Dios Altísimo, a tu Nombre”. El poeta dice lo conveniente que es proclamar las grandezas de su Dios. El nombre del Señor resume la historia de protección del Altísimo hacia el pueblo de Israel y para con sus fieles. Y así reza el salmista que bueno es; proclamar tu amor de madrugada, y tu fidelidad en las vigilias de la noche”. Por eso, a las horas del sacrificio de la mañana y de la tarde, es necesario proclamar la piedad y fidelidad de Dios, que son los dos atributos que le caracterizan en relación con el pueblo elegido.

Por pura misericordia lo ha escogido entre los pueblos, y, en virtud de la fidelidad a las promesas dadas en la alianza del Sinaí, se revela constantemente como protector de esta alianza. El salmista ha sentido personalmente la mano bienhechora de su Dios, y por eso se ha alegrado con sus hechos y maravillas.

Meditando en sus misteriosas acciones providenciales, el fiel hombre de Dios comprende la magnificencia de las obras divinas y de sus misteriosos pensamientos, que guían el hilo de la historia de cada alma y de los pueblos: ¡Qué magníficas son tus obras, OH Señor, ¡Cuan profundos son tus pensamientos! (Sal 91,6). Pero no es dado a todos conocer los misterios de la Providencia, pues la arrogancia se cierra a los altos pensamientos. El ser humano que no tiene sensibilidad moral y espiritual no puede comprender la mano de Dios en la vida humana; “No conoce esto el hombre necio, no entiende esto el insipiente.” (Sal 91,7).

3.2  LA ADVERSA SUERTE DE LOS INCRÉDULOS Y LA DICHA DE LOS RECTOS

“El justo florecerá como la palmera, crecerá como los cedros del Líbano: trasplantado en la Casa del Señor, florecerá en los atrios de nuestro Dios”.

La prosperidad de los incrédulos es efímera; florecen como la hierba, pero al fin se secan Por encima de ellos está el Señor, altísimo y perfecto por la eternidad; por tanto, inmutable en sus designios de justicia y equidad, es así, como los enemigos de Dios, tendrán un triste fin, mientras que el justo verá feliz todo lo bueno que hace el Señor.

“En la vejez seguirá dando frutos, se mantendrá fresco y frondoso, para proclamar qué justo es el Señor, mi Roca, en quien no existe la maldad”.

La suerte del fiel al Señor es envidiable, pues florecerá como la palmera y como el vigoroso cedro del Líbano, árboles ambos centenarios, mientras que la vida de los incrédulos es efímera y se seca como hierba que nace en la mañana. El salmo termina con esta frase “es el Señor, mi Roca, en quien no existe la maldad” y está tomada del Deuteronomio “Él es la Roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia. Es Dios de la lealtad, no de perfidia, es justo y recto”.  (Deuteronomio (SBJ) 32,4)

4.    SEGUNDA LECTURA 2Cor 5, 6-10

El cristiano vive intensamente su vida terrena, proyectado hacia la gloria futura, a la cual se prepara con una vida digna de Dios.

Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.

Hermanos: Nosotros nos sentimos plenamente seguros, sabiendo que habitar en este cuerpo es vivir en el exilio, lejos del Señor; porque nosotros caminamos en la fe y todavía no vemos claramente. Sí, nos sentimos plenamente seguros, y por eso, preferimos dejar este cuerpo para estar junto al Señor; en definitiva, sea que vivamos en este cuerpo o fuera de él, nuestro único deseo es agradarle. Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba, de acuerdo con sus obras buenas o malas, lo que mereció durante su vida mortal.

Palabra de Dios.

4.1  “DEJAR ESTE CUERPO PARA ESTAR JUNTO AL SEÑOR.”

Recoge Pablo nuevamente la alternativa desarrollada en los v.3-4, es a saber, morir antes de la parusía o conservarse en vida hasta la parusía y ser “transformado” sin pasar por la muerte; pero ahora nos encontramos con un cambio completo de perspectiva. Ya no preocupa a Pablo el quedar “desnudo”; antes al contrario, sin hacer alusión alguna a la parusía, dice que prefiere morir a seguir viviendo en la tierra. ¿Cuál es la razón de esa preferencia? Pablo es muy claro al respecto: Nosotros nos sentimos plenamente seguros, sabiendo que habitar en este cuerpo es vivir en el exilio, lejos del Señor”, es decir, mientras estemos domiciliados en el cuerpo, estamos lejos del Señor: “porque nosotros caminamos en la fe y todavía no vemos claramente” de ahí que prefiera; “dejar este cuerpo para estar junto al Señor.”

Pablo se mueve en un plano específicamente cristiano, centrando su mirada en Jesucristo, que nos está esperando en el cielo, nuestra verdadera patria, de la que actualmente, mientras moramos en este cuerpo, estamos ausentes, “caminamos en la fe y todavía no vemos claramente.” Nada se opone a que Pablo siga pensando que ha de ser precisamente revestidos de un cuerpo glorioso como adquiriremos la felicidad completa y “estar junto al Señor.”

La relación de continuidad que el Apóstol establece entre partir del cuerpo y estar presentes al Señor: “Si, nos sentimos plenamente seguros, y por eso, preferimos dejar este cuerpo para estar junto al Señor; en definitiva, sea que vivamos en este cuerpo o fuera de él, nuestro único deseo es agradarle”, claramente deja entender que la reunión del cristiano con Cristo tendrá lugar en seguida después de la muerte individual. Serían vanos esos deseos de morir, si una vez dejado el cuerpo, no se le concediese al justo la visión beatífica, teniendo que esperar hasta el final de los tiempos en la resurrección general.

Continúa Pablo en la misma idea, añadiendo un rasgo muy propio suyo, que revela la grandeza de su alma; es a saber, que, no obstante su preferencia por la muerte para “estar junto al Señor,” se somete gustoso a la voluntad divina sin otra ambición que la de esforzarse por ser;  “nuestro único deseo es agradarle” sabiendo que habremos de darle cuenta de todas las acciones realizadas mientras vivimos en esta carne mortal: “Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba, de acuerdo con sus obras buenas o malas, lo que mereció durante su vida mortal”. Parece claro que Pablo se refiere no sólo al juicio universal al final de los tiempos sino que incluye también el juicio particular de cada uno después de la muerte.

5.    EVANGELIO Mc 4, 26-34

La semilla del Reino sembrada por Jesús brota y crece por la fuerza que le da el Señor: humilde en sus comienzos, llega a ser un árbol grande.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.

Jesús decía a sus discípulos: “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fi n grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”. También decía: “¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra”. Y con muchas parábolas como éstas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Palabra del Señor.

5.1  SI LA TIERRA ES BUENA, TODO IRÁ BIEN; BASTA PONER EN ELLA LA SEMILLA DE LA PALABRA. 

Este fragmento del evangelio se compone de dos parábolas y una explicación final sobre como enseñaba Jesús. En la primera parábola, propia del evangelio de san Marcos, no se refiere, como en las anteriores, a los apóstoles, sino que es una enseñanza en general. A esto mismo lleva el tema de la misma.   El contenido de esta parábola no es explicado por Jesús como en otros casos, esto da origen a enfoques muy personales de interpretación, talvez sea considerada auto- explicativa.   Sin embargo, podemos decir también, que El reino de Dios es la Iglesia, la semilla es la predicación, la tierra somos los oyentes y el hombre que siembra, es Jesucristo, o, en general, los predicadores; la recolección, la muerte o el juicio; Dios es el sembrador. Lo que se trata de comparar o ilustrar es: si la tierra es buena, todo irá bien; basta poner en ella la semilla de La Palabra.                 

5.2  TODO SE HACE GRACIAS A DIOS. 

“La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga”. Tal como lo expresa el Señor en esta parábola, la semilla germina por sí misma según el curso normal de las cosas, “sea que duerma o se levante, (el hombre) de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” y lo hace por ese vigor virtual que ella tiene, de igual modo sucede al germinar y desarrollarse el Reino de los Cielos: el vigor interno vital de que está dotado le hará irse desarrollando necesariamente. Posiblemente entra también en el contenido de la parábola, en el sentido que el Reino de los Cielos va desarrollándose gradualmente como la germinación de la semilla. No es el hombre el que hace germinar ni desenvolverse ni la semilla ni el Reino, aunque condiciones externas puedan favorecerlo, sino el vigor vital de que están dotados. Todo se hace gracias a Dios. Un gran comentario a esta parábola son las palabras de San Pablo, cuando escribe: “¿Quién es Apolo y quién es Pablo? Ministros según lo que a cada uno ha dado el Señor. Yo planté, Apolo regó; pero quien dio el crecimiento fue Dios” (1 Cor 3:5.6).   También dice luego san Pablo: “De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer”.  (1 Corintios (SBJ) 3,7)

5.3  SI DECIMOS QUE SI A LA PALABRA DE DIOS 

El reino de Dios, una vez puesto en la tierra por Cristo, llegará necesariamente a su madurez. No podrán los seres humanos impedir la vitalidad y el crecimiento del mismo.   La semilla crece en nosotros, pero es pequeña. Si decimos que si a la Palabra de Dios, Él le dará la fuerza necesaria y nosotros dispondremos de la fecundidad de esa semilla en nuestro Espíritu. La Palabra lleva en sí, una fuerza interior, que nos transforma la vida. Pero esta lleva distintas etapas para desarrollarse, primero las oímos o la leemos, luego la conservamos en nuestro interior, la meditamos en profundidad, buscamos comprender su alcance y luego se nos convierte en vida.  

El Señor quiere que sembremos en nuestro interior, es decir que atesoremos la Palabra en el mismo corazón, “porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. (Lucas (SBJ) 12), Y además también desea que lo hagamos en el corazón de nuestros hermanos, con la confianza de que contamos con el vigor de la semilla y de la siembra.

5.4  “ES LA MÁS PEQUEÑA DE TODAS…. Y LLEGA A SER LA MÁS GRANDE DE TODAS”. 

“Es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas”. La segunda narración es puramente parabólica. La enseñanza está en la comparación establecida entre la semilla “más pequeña” que crece hasta hacerse la “más grande de las hortalizas.” En orden a completar el cuadro descriptivo, se dice que se “extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra”. La comparación se establece entre lo “más pequeño” que viene a hacerse “lo más grande.” De igual modo sucedería con el Reino: en los comienzos es mínimo, son pocas personas las que se les unen, pero este va a ser muy grande, tanto que recibirán y cobijarán en él (Reino), multitudes.

Un buen ejemplo lo encontramos en la más pequeña simiente, el Evangelio, predicado por los Apóstoles, que eran los menos poderosos de entre los hombres, pero sin embargo, como su semilla tenían un gran vigor, creció y se extendió con su predicación por todas las partes del mundo. “creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas”.  (Lucas (SBJ) 13,19) y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.  (Mateo (SBJ) 13)

5.5  CON MUCHAS PARÁBOLAS COMO ÉSTAS LES ANUNCIABA LA  PALABRA 

San Marcos nos dice que “con muchas parábolas como éstas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.”. Por lo general, hacemos un gran esfuerzo para sembrar la Palabra, y nos tratamos de hacer entender con términos rebuscados, o por querer causar una buena impresión de lo que sabemos, o porque de algún modo queremos hacernos entender, y con todo eso, nos desanimamos al ver que no cosechamos el fruto que esperamos. Esto es así, porque no decimos las cosas con la misma sencillez que utilizaba el Señor para con las gentes y/o porque no confiamos en la vitalidad de la semilla. (La Palabra).

De ahí, que este pasaje es de gran interés para valorar la finalidad del método parabólico que utiliza Jesús en su enseñanza. Jesús sabe bien como hacerse entender pedagógicamente, es decir El habla para que le entiendan y utiliza los elementos de la naturaleza que a todos les son conocidos, tales como la levadura, el trigo, el grano de mostaza. Las parábolas son ilustrativas, pero al igual que en ese entonces, esto exige atención, buenas disposiciones, y también, en ocasiones, buscar nueva luz en ello.  

5.6  EL REINO DE DIOS, NO DETIENE SU CRECIMIENTO, LO HACE SILENCIOSAMENTE MIENTRAS NO NOS DAMOS CUENTA, DE DÍA Y DE NOCHE

Es posible, que no nos demos cuenta todo lo que ha resultado de nuestro trabajo de ir sembrando la Palabra, del mismo modo es posible que nunca veamos la cosecha de lo que hemos sembrado, o también puede suceder que otros recojan los frutos de nuestra siembra. Esto no debe ni desanimarnos ni quitarnos el empeño de seguir sembrando, a causa de esta labor, de seguro que tendremos cosecha. Dice san Pablo; “No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe.” (Gálatas (SBJ) 6). Por eso, aunque suene arrogante, podemos pensar que hemos contribuido con nuestras enseñanzas, catequesis y oraciones, para que muchos miren al cielo o piensen en transformar su vida. No nos descorazonemos si no vemos los frutos de inmediato, y confiemos que hemos ayudado espiritualmente a quienes nos han oído, porque llegará el día que recemos; “La tierra ha dado su cosecha: Dios, nuestro Dios, nos bendice”.  (Salmos (SBJ) 67,7)

El Reino de Dios, no detiene su crecimiento, lo hace silenciosamente mientras no nos damos cuenta, de día y de noche, y seguro que dará frutos a su debido tiempo. Y si nosotros no cosechamos lo que sembramos, otros cosecharán y recogerán los frutos de nuestro trabajo, eso no nos preocupe, lo importante es que estamos trabajando por el Reino. Dice el Señor; “Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado” (Juan (SBJ) 9, 4).

5.7  JESÚS EN PRIVADO, LES EXPLICABA TODO. 

Dice San Marcos, que a sus propios discípulos, Jesús “en privado, les explicaba todo”. Los apóstoles, en privado piden nuevas aclaraciones. Por eso, aun siendo el método el mismo para los apóstoles y el pueblo, aquéllos logran más provecho, “les es dado (de hecho) conocer el misterio del reino de Dios”; Jesús trata con especial cuidado a sus apóstoles, los adoctrina y les enseña cercanamente, ellos son sus profetas y los ayuda para que puedan sobrellevar la gran responsabilidad que les está entregando.  Nosotros también podemos recibir cercanamente la ayuda de Jesús, solo tenemos que  iniciar una vida íntima con Él, aproximándonos al Corazón de Jesús, manteniendo estrechas  relaciones con El, comunicándole nuestro interior, abriéndole nuestro espíritu, no guardando ningún secreto, acostumbrándonos a hablar con Él, con honestidad, sencillez, con toda  confianza.  

La Paz de Cristo Jesús viva en sus corazones

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Domingo XI  del Tiempo Ordinario

Publicado en este link: PALABRA DE DIOS


Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén

Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica: Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol.

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