Reflexión desde las Lecturas del Domingo XIII, Ciclo A

SAN PEDRO Y SAN PABLO

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.    COLUMNAS DE LA IGLESIA

Celebramos, hoy, la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, las máximas columnas de la Iglesia. Pedro a quien Jesús constituyó fundamento de su Iglesia; y Pablo que cumplió la misión de llevar la fe cristiana a los más diversos pueblos no judíos, para que todos formaran un único pueblo de Dios, la Iglesia.

En esta festividad honramos al Santo Padre, el Papa, sucesor de Pedro, quien tiene la difícil misión de velar por todo el pueblo de Dios. Como ambos apóstoles —Pedro y Pablo— sufrieron el martirio en Roma, los ornamentos del sacerdote son de color rojo.

2.    PRIMERA LECTURA Hech 12, 1-11

Luego del martirio de Santiago, Pedro, encarcelado y custodiado con medidas de máxima seguridad, es liberado por el ángel del Señor para devolverlo a la comunidad que ha orado fervientemente por él. Los signos de su liberación, que se da durante la Pascua judía, evocan la resurrección de Jesús hasta el momento del anuncio de los prodigios de Dios que se dan entre sus elegidos.

Lectura de los Hechos de los apóstoles.

El rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y al ver que esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro. Eran los días de “los panes ácimos”. Después de arrestarlo, lo hizo encarcelar, poniéndolo bajo la custodia de cuatro relevos de guardia, de cuatro soldados cada uno. Su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo después de la Pascua. Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él. La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo comparecer, Pedro dormía entre los soldados, atado con dos cadenas, y los otros centinelas vigilaban la puerta de la prisión. De pronto, apareció el ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: “¡Levántate rápido!”. Entonces las cadenas se le cayeron de las manos. El ángel le dijo: “Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias”, y Pedro lo hizo. Después le dijo: “Cúbrete con el manto y sígueme”. Pedro salió y lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba sucediendo por intervención del ángel, sino que creía tener una visión. Pasaron así el primero y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y anduvieron hasta el extremo de una calle, y en seguida el ángel se alejó de él. Pedro, volviendo en sí, dijo: “Ahora sé que realmente el Señor envió a su ángel y me libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío”.

Palabra de Dios.

2.1         EL REY HERODES

“El rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia”. El Herodes aludido es Herodes Agripa. I, nieto de Herodes el Grande, el asesino de los inocentes (Mt 2:16), y sobrino de Herodes Antipas, el que hizo matar a Juan Bautista (Mt 14:1-12). Era hijo de Aristóbulo, a quien su propio padre, Herodes el Grande, hizo matar en el año 7 a. C., cuando el pequeño Agripa tenía solamente tres años. Fue enviado a Roma con su madre Berenice, y educado en la corte imperial. Muerta su madre, llevó una vida desordenada y aventurera, hasta el punto de que Tiberio, poco antes de su muerte, en el año 37 d. C., le hizo encarcelar. Al subir al trono Calígula (a. 37-41), su compañero en el desenfreno, le colmó de beneficios y le nombró rey, dándole algunos territorios en la Palestina septentrional, que habían pertenecido a Filipo y Lisanias, como tetrarcas (cf. Lc 3:1). Poco después, en el año 39, al caer en desgracia Herodes Antipas, le agregó los territorios de Galilea y Perea. Más tarde, Claudio, en seguida de subir al trono, a principios del año 41, le añadió Judea y Samaría, de modo que prácticamente logra volver a reunir bajo su cetro todos los territorios que habían pertenecido a su abuelo, Herodes el Grande. Hijos suyos fueron Herodes Agripa II, Berenice y Drusila, personajes de quienes Lucas hablará más adelante (cf. Hechos 24:24; 25:13).

2.2         HIZO ARRESTAR A PEDRO

Estamos en una época de persecución contra la Iglesia y este Herodes se iba a enfrentarse con la naciente Iglesia. Muy hábil para ganarse el favor de los poderosos, procuraba ganarse también las simpatías y afecto de sus súbditos. Josefo cuenta a este respecto detalles muy interesantes. Parece que su persecución contra los cristianos, más que de animosidad personal contra ellos, procedía de este su deseo de congratularse más y más con los judíos: esto agradaba a los judíos”. Al contrario que en la anterior persecución, cuando la muerte de Esteban (cf. Hechos 8:1), parece que ahora se busca sobre todo a los apóstoles: “Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y al ver que esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro”, sin duda que éstos, después de lo de Cornelio y de la predicación en Antioquía, admitiendo a los gentiles, se habían ido enajenando el apoyo popular, de que gozaban en un principio (cf. Hechos 2:47; 4:33; 5:13), de ahí ese viendo que esto agradaba a los judíos”. Quería ahora el pueblo que se fuera directamente a los jefes, pues la nueva religión se seguía difundiendo de manera alarmante y peligraban los privilegios de Israel.

2.3         LA IGLESIA NO CESABA DE ORAR A DIOS POR ÉL”

Por lo que respecta al encarcelamiento de Pedro, nos dice San Lucas que: “Eran los días de “los panes ácimos”,  es decir, durante las fiestas pascuales, porque en esos días estaba prohibido comer pan fermentado. La guardia que Herodes manda poner en la cárcel es severísima, “poniéndolo bajo la custodia de cuatro relevos de guardia, de cuatro soldados cada uno” Sin duda, Herodes tomaba todas estas precauciones para evitar que se repitiera la inexplicable evasión llevada a cabo anteriormente por el mismo Pedro (cfr. Hechos 5:19) y de la que seguramente estaba informado. Pero mientras así era encarcelado Pedro y se tomaban todas esas precauciones, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él”.

Toda esta escena de la liberación de Pedro es de un subidísimo realismo y está llena de colorido. Probablemente San Lucas recibió su información directamente del mismo Pedro; y, por lo que se refiere a los animados incidentes en casa de María, la madre de Juan Marcos, muy bien pudo ser el mismo Marcos, sin duda testigo ocular, quien le contara todos esos pintorescos detalles. Y sigue Lucas; “De pronto, apareció el ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: “¡Levántate rápido!”.

Es así como Lucas nos quiere relatar sobre la suerte que hubiera tenido Pedro si el Señor no hubiera intervenido con un milagro y Pedro se escapa de la muerte en esta oportunidad gracias a la feliz intervención del “ángel del Señor”. Por tanto, la maravilla de la liberación de Pedro es obra de Dios que muestra su benevolencia con los primeros cristianos de una forma extraordinaria. Una vez liberado y a salvo, Pedro reconoce: “Ahora sé que realmente el Señor envió a su ángel y me libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío”. Para Lucas, esta es la Pascua de Pedro, esto es, la liberación definitiva del mundo judío, por lo que luego la liberación del cabeza de los apóstoles se convierte en un signo concreto de la salvación que deben llevar también a los gentiles.

3.    SALMO Sal 33, 2-9

Frente a la acción obrada por Dios, el salmo nos invita a bendecir y alabar al Señor.

R. El Señor me libró de todos mis temores.

Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren. R.

Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su nombre todos juntos. Busqué al Señor: él me respondió y me libró de todos mis temores. R.

Miren hacia él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó al Señor: él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.

El ángel del Señor acampa en torno de sus fieles, y los libra. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Felices los que en él se refugian! R.

3.1         BENDECIRÉ AL SEÑOR EN TODO TIEMPO

El salmista inicia un himno de alabanza al Señor para que los que le escuchan se relacionen con El. “Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios”. Los humildes serán los primeros que se asociarán a su alabanza, porque serán los primeros en reconocer la mano protectora del Señor en sus vidas de sufrimiento. “Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren”. Humildes aquí no significa tanto los que practican la virtud de la humildad cuanto los “piadosos” o seguidores incondicionales del Señor por sus preceptos, y, como tales, muestran espíritu de obediencia y docilidad; son los que aman al Señor y lo siguen  fervorosos y que por lo general eran de las clases sociales modestas. Estos serían los que mejor entenderían los favores otorgados al salmista. Por ello les invita a magnificar a al Señor, reconociendo su grandeza y celebrando su soberanía sobre todo. Tiene una experiencia personal de su protección, que le libró de sus temores: “Busqué al Señor: Él me respondió y me libró de todos mis temores”.

Dios es la fuente de la luz y de la vida; de El procede la vida espiritual y la física, y, por tanto, la felicidad; por ello, el salmista invita a que los humildes, que saben valorar las íntimas alegrías de la amistad divina, se dirijan hacia Él, pues serán iluminados, en cuanto que sus rostros volverán radiantes de alegría y de optimismo ante la vida, porque saben que tienen a Dios a su lado; “Miren hacia él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán”. Nunca serán confundidos o avergonzados de haber confiado en el Señor, pues en la hora difícil les tenderá la mano. El salmista habla por propia experiencia, “Este pobre hombre invocó al Señor”,  pues el Señor le salvó de todas sus angustias: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias”.

3.2         FELICES LOS QUE EN ÉL SE REFUGIAN

En realidad, el pobre afligido, temeroso de Dios, no se halla solo y desamparado, pues en torno suyo acampa el ángel del Señor para protegerle y salvarle. “El Ángel del Señor acampa en torno de sus fieles, y los libra”. Consciente de esta seguridad que proporciona la amistad divina, porque pone a disposición de los suyos sus ejércitos angélicos, el salmista invita a gustar de la bondad divina, que se manifiesta a los que le temen; “¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Felices los que en él se refugian!”.  Por ello proclama bienaventurado al que se acoge a su protección: “Miren hacia él”.  Los que se precian de ser santos o consagrados a Dios en su vida de entrega a la Ley, deben temer a Dios, ya que El retribuye con largueza, sin que nada les falte, a los que le temen. La denominación de santo se aplica en el A.T. a Israel como nación, y a los ciudadanos de la comunidad teocrática en los vaticinios de Daniel. Aquí el salmista piensa que los israelitas, por pertenecer a una nación santa — como pueblo y heredad de Dios — deben ser santos, en el sentido de incontaminados con los impuros, que viven moralmente apartados de Dios. En realidad, la fidelidad a los mandatos divinos es compensada por la largueza divina; al contrario, los ricos, que forman su fortuna sin preocuparse de la Ley divina, al final pasarán hambre. El salmista piensa siempre en la manifestación retributiva de la justicia divina en esta vida, pues no tiene luces sobre la vida del justo en el más allá.

4.    SEGUNDA LECTURA 2Tim 4, 6-8. 17-18

Con un lenguaje propio de la época y de las competiciones olímpicas famosas en el mundo helénico, el apóstol se despide de Timoteo y la comunidad, motivándolos a seguir en la competencia donde el Señor “justo juez” dará a cada uno la corona de triunfo en su reino celeste.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

Querido hijo: Ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. El Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.

Palabra de Dios.

4.1         HE PELEADO HASTA EL FIN EL BUEN COMBATE, CONCLUÍ MI CARRERA, CONSERVÉ LA FE

Este final de la carta es de lo más dramático y solemne que salió de la pluma del Apóstol. “Querido hijo: Ya estoy a punto de ser derramado como una libación”, y Pablo, que prevé próximo su fin, y el momento de mi partida se aproxima”, entonces insiste con redoblada energía sobre su predilecto discípulo Timoteo para que cumpla con valentía y decisión su deber de ministro de Cristo. Es como su testamento.

Pablo, expresa un balance de su vida; “he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe”, su vida está a punto de derramarse como un sorbo, (libación)  e invita a Timoteo a que se entregue de lleno a su ministerio, pues se acercan tiempos difíciles. Evidentemente, Pablo prevé ya casi como seguro un resultado adverso en su proceso. El lenguaje es muy distinto del empleado cuando la primera cautividad romana, no obstante aludir también entonces a posible “libación” (cf. Flp 2:17). La imagen de “libación” es muy significativa. Pablo no quiere decir solamente que ha llegado al término de su vida, sino que deja entender, además, que su muerte es en cierto modo una ofrenda “sacrificial,” unida a la de Cristo (cf. Col 1:24; Rom 12:1).

4.2         “EL SEÑOR ESTUVO A MI LADO, DÁNDOME FUERZAS”

Este relato es un testamento del apóstol que sabe que ya llega a su hora final, y mientras le entrega algunas recomendaciones a Timoteo, no da a conocer su estado de ánimo. Pablo está solo y abandonado por sus hermanos, sin embargo, tiene la conciencia muy tranquila, “he peleado hasta el fin el buen combate”, y  sabe que el Señor esta con él. “El Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas”.

Pablo, tal como los guerreros antiguos, va a morir como un verdadero luchador, él está consciente de que se ha entregado por completo tanto al Señor como a sus hermanos, por tanto es consciente que ahora solo le espera la victoria: “ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese día”.

La conclusión del relato, destaca los sentimientos personales de Pablo, el apóstol de los gentiles, su amor por la causa del Evangelio, su imitación a Cristo, y su conciencia de haber llevado adelante la obra de salvación, a la que había sido llamado por el Señor “para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos”.

5.    EVANGELIO Mt 16, 13-19

El reconocimiento de Jesús hacia Pedro como hombre de fe, ubica a este humilde pescador de Galilea en un lugar importante de la primera comunidad. No está por encima de sus hermanos, sino al servicio de ellos, como fundamento de la comunidad, en las bases de la comunidad.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

Al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?”. Ellos le respondieron: “Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas”. “Y ustedes –les preguntó–, ¿quién dicen que soy?”. Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y Jesús le dijo: “Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y Yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.

Palabra del Señor.

5.1  “¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE ES EL HIJO DEL HOMBRE?”

Al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?

Es en este lugar de Cesárea de Filipo, es el momento cuando Jesús, dirigiéndose a los discípulos, les hace abiertamente esta pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Jesús no lo ignoraba por su conocimiento sobrenatural, pero también lo que pensaba la gente de Él lo sabía, como los apóstoles, por el rumor popular. ¿Por qué les pregunta primeramente a ellos lo que piensan de El las gentes?

5.2  JESÚS, PARA UNOS, ERA JUAN BAUTISTA,

El contacto de los apóstoles con las muchedumbres a causa de la predicación y milagros de Jesús les había hecho recibir toda clase de impresiones en torno a esto. Las que recogieron eran éstas: Jesús, para unos, era Juan Bautista, sin duda resucitado, como sostenía el mismo Antipas. Pues esta opinión había cobrado cuerpo entre el pueblo, ya que Lc mismo dice que Antipas estaba preocupado con la presencia de Jesús, puesto que algunos decían que era Juan, que había resucitado de entre los muertos (Lc 9:7).

5.3  OTROS, QUE ELÍAS; OTROS, QUE JEREMÍAS

Para otros, Jesús era Elías. Lc recoge en otro lugar esta creencia popular. Jesús era, para diversos grupos, Elías, que había aparecido (Lc 9:8). Según la estimación popular, Elías no había muerto, y debía venir para manifestar y ungir al Mesías 12.

Otros piensan que fuese Jeremías (Mt). El profeta Jeremías era considerado como uno de los grandes protectores del pueblo judío, sobre todo por influjo del libro II de los Macabeos (2:1-12). Pero no pasaba por un precursor del Mesías. Mateo ya hizo referencia a él (2:17). Acaso se lo cita por el simple prestigio que tenía en el judaísmo, y del que se podrían esperar cosas extraordinarias.

Por último, sin saber a ciencia cierta quién sea, para muchos era algún profeta de los antiguos, que ha resucitado (Lc). Era el poder milagroso de Jesús el que los hacía creer en la resurrección de un muerto (Mt 14:2; Mc 6:14).

5.4  ¿QUIÉN DICEN QUE SOY?

No deja de extrañar el que los apóstoles no citen, tomado de la opinión de las gentes, el que El fuese o pudiese ser el Mesías.

Así fue como ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?

Por eso, después de oír lo que las gentes pensaban de Él, se dirige a los apóstoles para preguntarles abiertamente qué es lo que, a estas alturas de su vida y de su contacto de dos años con El, han captado a través de su doctrina, de su conducta, de sus milagros. Era un momento sumamente trascendental. Si no fuera que Jesús tenía un conocimiento de todo por su ciencia sobrenatural, se diría que esperaba impaciente la respuesta de sus apóstoles.

5.5  TÚ ERES EL MESÍAS, EL HIJO DE DIOS VIVO

Los tres sinópticos no dicen la respuesta que hayan podido tener éstos. Sólo recogen la respuesta que le dirigió Pedro. Todos los detalles se acumulan en la narración de Mateo para indicar no sólo la precisión que interesa destacar, sino con ella acusar la solemnidad del momento y la trascendencia del acto.

Mientras Marcos y Lucas presentan sin más a Pedro, Mateo lo precisa ya de antemano como Simón Pedro. En efecto, Pedro tenía por nombre Simón (Mateo 4:18 y par.). En Juan se lee que Jesús, al ver por vez primera a Simón, le anunció que será llamado Pedro (Jn 1:42). Ya desde un principio, Jesús puso en Simón la elección para Pedro, para ser piedra El conservar aquí los dos nombres es sumamente oportuno.

La confesión de Simón Pedro es expresada así: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Aquí se confiesa por Pedro la mesianidad y la divinidad de Jesús. Al decir que es el Mesías, indica su relación supereminente de autoridad con Dios — el Padre — que lo envía.

5.6  FELIZ DE TI, SIMÓN, HIJO DE JUAN

Pedro, desde su primer encuentro con Jesús, deja al descubierto, por una parte, la amistad no disimulada del Maestro, y por otra, la entrega sin reservas a su servicio o compañía, es así como Pedro sabe quién es Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios.

Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.

La respuesta de Jesús tiene dos partes bien marcadas: la primera es una felicitación a Pedro por la revelación tenida. La felicitación de Jesús a Simón es porque esta confesión no se la reveló ni la carne ni la sangre, con la que se expresa el ser humano. Tal era la grandeza de este misterio, que su revelación se la hizo su Padre celestial. Se trata, pues, de un misterio desconocido a Pedro, y un misterio que no podía, sin revelación, ser alcanzado por la carne y sangre — el hombre — Entonces, este conocimiento no es por su capacidad humana, es un don de Dios. En efecto, Pedro alcanzó este conocimiento por la fe.

5.7  TÚ ERES PEDRO, Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA

Jesús, volviéndose a Simón, le dice: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y Jesús lo eligió como la roca para construir sobre ella su Iglesia y le confirió los poderes para llevar a la salvación a todos los hombres. Pedro es la roca, en el sentido de que la fe y los creyentes no pueden tener otra fe que la de los apóstoles y profetas, que son los que enseñan esa verdad, que está construida sobre la piedra angular de Jesús, y así es, como luego dice; y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Es decir, no podrá vencer a la Iglesia, pues ésta está firme y estable, porque está construida sobre la roca firme, que es Jesús.

5.8  YO TE DARÉ LAS LLAVES DEL REINO DE LOS CIELOS

Dice Jesús: Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo. La promesa es que ese atar y desatar sobre la tierra tendrá su automática ratificación en el cielo. Todo lo relacionado con esta misión — cuanto permita o prohíba en el reino, todo eso será también ratificado en el cielo. Y eso garantizado por Jesús.

Así, Pedro como Mayordomo de la Casa de Dios, ha recibido el poder para admitir o excluir, según el Evangelio y de administrar la comunidad, en Pedro recaerán las responsabilidades de la doctrina y de la moral, el podrá decidir lo que es bueno y licito para su Iglesia y sus miembros, sentencia que será ratificada Por Dios en lo alto de los cielos.

Así, como Pedro en épocas de la Iglesia naciente, hoy el Papa, su sucesor, es el encargado de animar la fe en nuestra comunidad creyente, él es en nombre de Jesucristo Pastor y guía de la Iglesia.

5.9  ACOGER AL SUCESOR DE PEDRO

Como Pedro en los orígenes y ahora le ha correspondido al Papa Francisco fundamento visible de la unidad y de la caridad de la Iglesia.

A través del Evangelio, podemos comprender como Jesucristo, nos invita a acoger al sucesor de Pedro, y a mirarlo con los ojos de la fe.

Este es un día especial, para rezar por el Papa y es una buena ocasión para apoyar su inmensa obra a favor de la comunidad cristiana y de toda la humanidad. Dios le Bendiga

El Señor les Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Domingo Semana XIII del Ciclo A

Publicado en este link: PALABRA DE DIOS


Fuentes Bibliográficas:

Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén

  Referencias del Salmo:


www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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