Reflexión desde las Lecturas del Domingo de Santísima Trinidad, Ciclo B

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


 

1.    FAMILIARIDAD CON DIOS

A muchos cristianos el misterio de la Trinidad les echa para atrás. Les parece demasiado complicado y prefieren dejarlo de lado. Y sin embargo las páginas del Nuevo Testamento nos hablan a cada paso de Cristo, del Padre y del Espíritu Santo. Ellos son el fundamento de toda nuestra vida cristiana.

Explicar el misterio de la Trinidad no es difícil, es imposible, precisamente porque es misterio. Pero lo mismo que un niño puede tener gran familiaridad con su padre aunque no sepa decir muchas cosas de él, nosotros podemos vivir también en una profunda familiaridad con el Padre, con Cristo, con el Espíritu y tener experiencia de estas Personas divinas. No sólo podemos: estamos llamados a ello en virtud de nuestro bautismo. No es un privilegio de algunos místicos.

Podemos conocer al Padre como Fuente y Origen de todo, Principio sin principio, fuente última y absoluta de la vida, no dependiendo de nadie. El Hijo es engendrado por el Padre, recibe de Él todo su ser: por eso es Hijo; pero el Padre se da totalmente: por eso el hijo es Dios, igual al Padre. Nada tiene el Hijo que no reciba del Padre; nada tiene el Padre que no comunique al Hijo. El ser del Hijo consiste en recibir todo del Padre y el Hijo vuelve al Padre en un movimiento eterno de amor, gratitud y donación. Y ese abrazo de amor entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo.

“El Espíritu todo lo sondea, incluso lo profundo de Dios” (1Cor 2,10). El Espíritu nos da a conocer a Cristo y al Padre y nos pone en relación con ellos. Las Personas divinas viven como en un templo en el hombre que está en gracia. Estamos habitados por Dios. Somos templo suyo. Vivimos en el seno de la Trinidad. ¿Se puede imaginar mayor familiaridad? Todo nuestro cuidado consiste en permanecer en esta unión. (P. Julio Alonso Ampuero, Meditaciones Bíblicas Sobre el Año Litúrgico)

2.    PRIMERA LECTURA

Moisés estimula a reconocer que el Señor es Dios, recordando las maravillas que hizo con ellos.

Lectura del libro del Deuteronomio 4, 32—34. 39-40

Moisés habló al pueblo diciendo: Pregúntale al tiempo pasado, a los días que te han precedido desde que el Señor creó al hombre sobre la tierra, si de un extremo al otro del cielo sucedió alguna vez algo tan admirable o se oyó una cosa semejante. ¿Qué pueblo oyó la voz de Dios que hablaba desde el fuego, como la oíste tú, y pudo sobrevivir? ¿O qué dios intentó venir a tomar para sí una nación de en medio de otra, con milagros, signos y prodigios, combatiendo con mano poderosa y brazo fuerte, y realizando tremendas hazañas, como el Señor, tu Dios, lo hizo por ti en Egipto, ante tus mismos ojos? Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios —allá arriba, en el cielo, y aquí abajo, en la tierra—y no hay otro. Observa los preceptos y los mandamientos que hoy te prescribo. Así serás feliz, tú y tus hijos después de ti, y vivirás mucho tiempo en la tierra que el Señor, tu Dios, te da para siempre.

Palabra de Dios.

2.1  “OBSERVA LOS PRECEPTOS Y LOS MANDAMIENTOS QUE HOY TE PRESCRIBO.”

Meditando sobre la historia de su pueblo, el autor descubre un único e idéntico Dios detrás de los principales acontecimientos del pasado: un Dios único asegura la continuidad de la historia hacía su plenitud Es la fe en un Dios único la que ha preparado la manifestación del Dios trinitario. Un Dios de amor y de ternura no soporta la incomunicación. Se le descubrirá plenamente en el misterio del hombre-Dios capaz de vivir en plenitud la comunión con el Padre y de compartir su Espíritu.

El profeta recuerda a Israel su liberación de Egipto, llevada a cabo por la omnipotencia del Señor. Jamás “alguna vez algo tan admirable o se oyó una cosa semejante”, jamás ha sucedido algo parecido en la historia de los pueblos desde la creación del hombre: “Pregúntale al tiempo pasado, a los días que te han precedido desde que el Señor creó al hombre sobre la tierra, si de un extremo al otro del cielo sucedió alguna vez algo tan admirable o se oyó una cosa semejante.”  

Israel oyó en el Sinaí la voz de Dios, sin ser herido de muerte, después de haber sido testigo de los prodigios obrados en su beneficio al salir de Egipto. Todo esto prueba que el Señor es Dios y que no hay otro Dios fuera de El: “A ti se te hicieron ver para que conocieras que Yahvé es en verdad Dios y que no hay otro Dios más que El” (Deuteronomio 4,35).

En medio del trueno y del fuego comunicó su Ley al pueblo elegido rodeado de majestad; no como los oráculos paganos, proferidos bajo un árbol, una fuente o una piedra. Todas las circunstancias que rodean el nacimiento de Israel como nación escogida son sobrecogedoras y dignas del Dios majestuoso y omnipotente del Sinaí. Este Dios terrible y celoso es el mismo que ha hecho promesas de bendición a los patriarcas hebreos: “Porque amó a tus padres, eligió después de ellos a su descendencia; y con su asistencia, con su gran poder, te sacó de Egipto” (Deuteronomio 4,37) y para ser fiel a ellas desplegó su poder en beneficio de Israel para sacarlo de Egipto, y lo desplegará para expulsar a los cananeos de su tierra, de forma que su pueblo pueda instalarse en ella. Por eso debe Israel reconocerle como Dios único y guardar sus leyes: “Observa los preceptos y los mandamientos que hoy te prescribo.” Por su parte, el Señor le asegurará una existencia feliz y duradera en la tierra de promisión en premio a la fidelidad a sus preceptos: “Así serás feliz, tú y tus hijos después de ti, y vivirás mucho tiempo en la tierra que el Señor, tu Dios, te da para siempre.”  

3.    SALMO

Frente a las maravilla obradas por Dios, el salmo alaba su omnipotencia cread Participamos de esta oración, aclamando: ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!

SaI 32, 4-6. 9. 18-20. 22

R. ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!

La palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor. R.

La palabra del Señor hizo el cielo, y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales; porque él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste. R.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.

Nuestra alma espera en el Señor: Él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.

3.1  LA PALABRA DEL SEÑOR ES RECTA Y ÉL OBRA SIEMPRE CON LEALTAD

“Porque la palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor”. El salmista se refiere a términos como la “palabra”, con el deseo de celebrar la palabra creadora de Dios, la “lealtad” porque admira la nobleza de Dios, la “justicia”, porque reconoce a un Dios ecuánime y el “Amor”, porque él siente y conoce el cariño y la amistad de su Dios con él y todo su pueblo. Es así entonces que canta con alegría: “Porque la palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor”. Todo ellos porque tiene la confianza que el Señor es fiel a su palabra, y todas sus acciones llevan el sello de la verdad y de la fidelidad a sus promesas de protección a los justos y cumplidores de su Ley. Toda su providencia está gobernada por las exigencias de la justicia y del derecho, que es la aplicación de aquélla en cada acto, es así como toda la tierra rebosa de la bondad y piedad del Señor.

“La palabra del Señor hizo el cielo, y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales; porque él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste”. El salmista se remonta al primer momento de la creación para declarar la omnipotencia divina. La palabra del Señor hizo el cielo”. Los cielos inmensos son el efecto de su palabra creadora, y todo su ejército; y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales”, o maravillosas constelaciones ordenadas de los astros, son obra del aliento de su boca.. La expresión es potente. La omnipotencia divina no tiene límites, y por ello las obras más asombrosas de la creación son realizadas por Dios con la facilidad con que se expresan por la palabra. Los pueblos paganos consideraban los astros como divinidades poderosas; aquí el salmista declara que son obra del único Dios y que dependen en su existencia del aliento de su boca. No se puede formular el monoteísmo estricto en palabras más vigorosas.

El salmo aquí depende del relato del Génesis, donde enfáticamente se dice: “Dijo, y fue hecho.” Por eso aquí canta; él dio una orden, y todo subsiste”. En los orígenes de la antigüedad, las divinidades tienen que luchar con las fuerzas cósmicas — de las que ellas mismas proceden — para plasmar las maravillas del orbe. El Dios de la Biblia es un ser excepcional que existe antes, fuera y sobre todas las cosas, y, como tal, no está sujeto a nada y obra conforme a su absoluta voluntad, que a su vez está sujeta a su inteligencia ordenadora, que crea todas las cosas con una finalidad concreta: “y vio que la luz era buena.” (Gen 1:4) Esta concepción trascendente de Dios es la base de todas las creencias del pueblo hebreo. Por ellas, la religión de Israel se halla a una distancia casi infinita de las concepciones religiosas de los otros pueblos de la antigüedad.

3.2  “LOS OJOS DEL SEÑOR ESTÁN FIJOS SOBRE SUS FIELES, SOBRE LOS QUE ESPERAN EN SU MISERICORDIA,

“Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”. El salmista nos habla de cómo el Señor mira a sus amigos, a los fieles, “Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles”, frecuentemente agobiados y al borde del peligro de muerte, los estimula a tener esperanza en el Señor de que Él nos los abandonará y tampoco permitirá que se hundan en el abismo de la desgracia, refiriéndose a los que “esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”. Por tanto, el salmo pasa a ser una llamada de fe y esperanza en el Señor que se compadece de la debilidad de los hombres.

La omnipotencia divina está al servicio del justo, objeto de sus complacencias; por eso, en las horas de la adversidad y de la miseria, los libra de la muerte violenta y los mantiene y los sustenta en la necesidad. “sustentarlos en el tiempo de indigencia”.

3.3  ÉL ES NUESTRA AYUDA Y NUESTRO ESCUDO”.

“Nuestra alma espera en el Señor: Él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti”. De los versos finales, se obtienen la conclusión de la doctrina expuesta, si el Señor es único que da la salvación y la victoria, el alma del justo debe confiarse a Él como único auxilio y escudo protector. “Él es nuestra ayuda y nuestro escudo”.

Esta certeza de estar bajo la protección del Señor, Nuestra alma espera en el Señor” “crea en el alma una íntima satisfacción y alegría, pues su nombre, lleno de misterio, es también prenda de salvación. Por tanto este salmo se termina con el deseo de ser esencia benévola de la piedad divina.

Tal como era el deseo del salmista, es también nuestro anhelo el ser objeto compasivo y amoroso de la piedad divina, porque siempre estamos necesitados de la protección de Dios todopoderoso, por eso nos unimos con entusiasmo al canto de la antífona, ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!

4.    SEGUNDA LECTURA

San Pablo enseña que el Espíritu hace de nosotros hijos adoptivos de Dios moviéndonos a llamarlo “Padre”. Es a partir de Cristo que podemos acercarnos a Dios en espíritu y en verdad. El Dios que nos aguarda se preocupa, ante todo, por ver a sus hijos heredar su vida, mediante el sí filial en su propio Hijo, Jesucristo. El hecho de que nos atrevamos a llamar “Padre » a Dios, lejos de esclavizarnos nos libera y frente a otro hombre tenemos derechos y obligaciones. Una verdad cristiana fundamental y fecunda es la filiación divina. Escribe san Juan: “A los que lo recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios (Jn 1,12).)

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 14-17

Hermanos: Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios “¡Abbá!”, es decir, “¡Padre!”. El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.

Palabra de Dios.

4.1  TODOS LOS QUE SON CONDUCIDOS POR EL ESPÍRITU DE DIOS SON HIJOS DE DIOS.

San Pablo nos da una afirmación importantísima: “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios La expresión “hijos de Dios,” aplicada al hombre, no es nueva, y se encuentra en el Antiguo Testamento, (Ex 4:22; Dt 14:1; Os 11:1; Sab 2:18), no obstante, después de la redención operada por Jesucristo, dicha expresión adquiere un significado mucho más hondo, como el mismo San Pablo concreta: “Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios “¡Abbá!”, es decir, “¡Padre!”. En efecto, antes podía ser invocado Dios como Padre y de hecho, así lo hicieron a veces los israelitas, pero la primera y principal disposición de ánimo hacia la divinidad, lo mismo entre judíos que entre gentiles, era el temor, no el amor, por esa razón esta idea que quedaba muy en segundo plano, pero ahora, en los tiempos del Evangelio, es al revés. Aunque seguimos reconociendo la omnipotencia y la fuerza de la justicia de Dios, prevalece totalmente la idea de amor; no es el espíritu de “siervos” con su Amo, sino el de “hijos” con su Padre, el que regula nuestras relaciones con Dios (cf. Mt 6:5-34).

San Pablo ve la prueba de esta realidad en ese sentimiento de filiación respecto a Dios que experimentamos los cristianos en lo más íntimo de nuestro ser: “espíritu de hijos adoptivos”, que hace le invoquemos bajo el nombre de Padre. Es un sentimiento que no procede de nosotros, sino que lo “hemos recibido”, y está íntimamente relacionado con la presencia del Espíritu en nosotros.

Este sentimiento o ““espíritu de hijos adoptivos”, se debe a un como nuevo nacimiento que se ha operado en nosotros a raíz de la justificación, al hacernos Dios partícipes de su misma naturaleza divina (cf. 2 Pe 1:4), entrando así a formar parte real y verdaderamente de la familia de Dios. A este testimonio de nuestro espíritu une su testimonio el Espíritu Santo mismo, testificando igualmente que somos “hijos de Dios”. No es fácil precisar la diferencia entre este testimonio del Espíritu Santo “El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” y el de nuestro espíritu bajo la acción del Espíritu Santo: “son conducidos por el Espíritu de Dios”. Quizás se trate simplemente de mayor o menor intensidad en esa como posesión del alma por parte del Espíritu Santo. Lo que sí afirmamos es que el testimonio del Espíritu Santo, infalible en sí mismo, tiene valor absoluto, tratándose del conjunto de los fieles, pero sería absurdo deducir que cada uno de ellos puede percibirlo experimentalmente, con certeza que no deje lugar a duda, doctrina que justamente condenó el concilio Tridentino contra los protestantes.

4.2  HEREDEROS DE DIOS

Terminada la prueba, en seguida la conclusión esperada: “Y si somos hijos, también somos herederos”. Es aquí donde quería llegar San Pablo. Nótese que la eterna glorificación es para el cristiano, no una simple recompensa, sino una herencia, a la que tenemos derecho, una vez que hemos sido “adoptados” como hijos de Dios: “Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos”, haciéndonos ingresar en su familia.

Con ello nos convertimos en “coherederos” de Cristo: “Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él”, el Hijo natural de Dios, que ha ingresado ya también como hombre en la posesión de esos bienes (cf. Flp 2:9-11), para nosotros todavía futuros (cf. v.23-24). San Pablo, más que hablar de “herederos de la gloria,” habla de “herederos de Dios,” quizás insinuando que poseeremos al mismo Dios por la visión beatífica (cf. 1 Cor 13:8-13; 1 Jn 3:2). Como conclusión, no se olvida de recordar una doctrina para él muy querida, la de que nuestra suerte está ligada a la de Cristo y hemos de padecer con El si queremos ser con El glorificados: porque sufrimos con él para ser glorificados con él”

5.    EVANGELIO

Jesús envía a sus discípulos a proclamar el Reino de Dios en nombre de la Santísima Trinidad. Estamos ante la única aparición del Maestro Resucitado a los apóstoles, narrada por Mateo. Al ver al Maestro, los Once se postran ante él, confesando con este gesto su señorío. El Resucitado afirma, de hecho, haber recibido todo poder. Y, naturalmente, de este señorío se deriva la misión universal: al hacer discípulos de todas las naciones, los apóstoles no harán sino manifestar el señorío de Cristo sobre toda la creación. Y promete estar siempre acompañando a los suyos, en la misión evangelizadora, hasta el final de los tiempos.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 28, 16-20

Después de la Resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Palabra del Señor.

5.1  LOS ONCE DISCÍPULOS FUERON A GALILEA, A LA MONTAÑA DONDE JESÚS LOS HABÍA CITADO

Los once discípulos, cumpliendo la orden del Señor que les transmitió mediante el ángel y las mujeres, van a Galilea, esto puede haber sucedido después de las apariciones en Jerusalén. Lo que está claro es los que dice el evangelio, “a la montaña donde Jesús los había citado”, y puede ser también que el mismo Señor, le hubiera dicho donde reunirse en alguna de sus apariciones en Jerusalén.

Y los cita a la montaña, ¿Cuál?, he leído a autores que suponen el Tabor, aunque el evangelio no lo dice. Sin embargo lo que hay que destacar que muchos sucesos interesantes en los evangelios suceden en la montaña, o el monte, lugar predilecto de Cristo apara subir a orar.

5.2  AL VERLO, SE POSTRARON DELANTE DE ÉL

Relata Mateo: “Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron”. Entendemos que en cuanto apareció Cristo se postraron en señal de una profunda reverencia. Pero tenemos algo extraño en el relato: “algunos todavía dudaron”, y suponemos que solo estaban los once, que eran sus íntimos amigos y no otros, porque ellos fueron citados, ya sea por el mensaje de los ángeles a las mujeres o el de Cristo a la mujeres o finalmente porque el Señor solo a los once les había prometido antecederles allí en Galilea.

Llama la atención esto de la duda, porque ya habían visto en otras ocasiones al Señor Resucitado, recordemos que además con cierta pruebas, como mostrarles las manos, los pies con los agujeros de los clavos, en incluso tocarle y comer con ellos.

5.3  PERO EN UN PRIMER INSTANTE, ¿NO ESTUVIERON SEGUROS QUE ERA EL SEÑOR?

Puede suceder también que el relato nos quiere decir que en un primer instante no estuvieron seguros que era el Señor quien se le aparecía, esto también sucede en otros relatos, como por ejemplo después de la multiplicación de los panes, cuando a la noche estaban remando en el lago, vino el Señor “a ellos andando sobre el mar.” Pero ellos, “viéndolo andar sobre el mar, se turbaron y decían: Es un fantasma.” “Y después que Él les dijo quién era, todavía Pedro le dijo: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas” (Mt 14). Otros caso se presenta por ejemplo en el relato de los peregrinos de Emaús o también lo que le sucedió a Magdalena, que pensó que era el hortelano (Jn 20:15). Y en el mismo lago de Genesaret, mientras estaban pescando, se les apareció el Señor y los llamó, pero “los discípulos no se dieron cuenta que era Jesús” (Jn 21:4) hasta posteriormente, y sólo Juan fue el primero en caer en la cuenta (Jn 21:7).

¿No sucede hoy a nosotros lo mismo?, ¿porque dudamos que sea Cristo quien se dirige a nosotros?, En un momento, a los apóstoles no les fue fácil creer en la resurrección de Jesucristo, pero los hechos les dieron mayor firmeza, al comprobar directamente la realidad de los sucesos que estaban presenciando. Ojala que nos demos cuenta siempre de la presencia del Señor en nuestras vidas y para ello, hay que orar siempre para que tengamos mucha fe.

5.4  “YO HE RECIBIDO TODO PODER EN EL CIELO Y EN LA TIERRA”

Observamos cómo estos versículos muestran una realidad que para los discípulos de Jesús no era fácil entender, Aquél que poco antes había sido crucificado, que había sido llevado al sepulcro y que resucitó después, ahora estaba junto a ellos. Y cuando los discípulos vieron al Señor, postrándose en tierra lo adoraron. Sabiendo el Señor que algunos todavía dudaron, él no duda en acercarse y hablarles íntimamente para alejar de sus corazones toda clase de dudas y los confirma en la fe diciéndoles; “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.”

El Señor, nos está manifestando algo muy grande, Él ha recibido toda la autoridad del cielo, dada por el Padre, con plenitud de poder, en el cielo y en la tierra, en el cielo sobre lo celestial y en la tierra sobre toda la humanidad. El evangelista San Juan relata que el Padre le dio poder sobre toda carne, para que les dé la vida eterna; “Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. (Juan 17,2). Cristo Jesús, ejerce poderes divinos, ya que tiene el poder de Dios autoridad sobre todo lo creado y que terminará ejerciéndola en el juicio final (Mt c.25). San Jerónimo enseña que “Se le dio toda potestad en el cielo y en la tierra, porque Aquél que antes sólo reinaba en el cielo, por la fe de los creyentes debía reinar ahora en la tierra”  (Catena aurea ES 5816)

5.5  VAYAN, Y HAGAN QUE TODOS LOS PUEBLOS SEAN MIS DISCÍPULOS

Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, les dice el Señor, es la misma exigencia que nos hace también Cristo Jesús hoy, ir a predicar el evangelio, y a instruir a todo el mundo sobre sus enseñanzas, para que muchos se hagan sus discípulos.

La fe de los apóstoles, está basada en una experiencia directa, ellos son testigos y reciben el mensaje del Jesús resucitado para llevarlo por el mundo. En esta orden de predicar el Evangelio a todas las gentes, junto con el bautismo, se observa ya el universalismo cristiano en acción entre los gentiles.  Este es el gran mandato, la gran misión de Jesús a la que todos debemos ser fiel, por siempre, hasta el final de los tiempos, para que muchos conozcan al Señor, se hagan cristianos y se hacen católicos, aún mucho mejor.

La tarea de evangelizar, es muy urgente ante los profundos cambios que se van realizando en nuestra sociedad.  Ciertamente, en la medida que a todos nos sea posible, con los medios que dispongamos y en el ambiente el cual vivimos, estamos invitados a evangelizar y a seguir con amor este mandato. Anunciar el evangelio es un deber, una obligación que incumbe a todo cristiano. San Pablo experimentó esta urgente necesidad de predicar, tarea que ejerció como un servicio a los demás. (Ver link:   “AY DE MÍ SI NO EVANGELIZO” .Comentario a 1Cor 9,16-19.22-23

5.6  “VAYAN Y BAUTICEN”.

Al instruir el Señor a sus discípulos, se preocupa de que en primer lugar hay que enseñar a todas las gentes y después de enseñarlas, bautizarla, por esta razón San Jerónimo enseñaba de que “no puede suceder que el cuerpo sea quien reciba el sacramento del bautismo, a no ser que el alma reciba antes la verdad de la fe”. ¿Y entonces porque razón bautizamos a los niños?, lo hacemos porque ellos también son acogidos por el amor de Dios y desde pequeños pueden ser incorporados al misterio de Cristo, como del mismo modo, ser acogidos en la fe de la Iglesia. No obstante, esto nos exige aceptar un compromiso como padres cristianos, o como padrinos, esto es comprometernos a educar a nuestros hijos cristianamente en nuestra fe.

Y el Señor dice Bautizar y no es solo sumergir, es además lavar, purificar. Es el Bautismo cristiano, que hace nacer de él y del Espíritu y sin él “no se puede entrar en el reino de los cielos” (Jn 3, 3.5.6.7), y San Pablo enseña que el bautismo hace “convivir” con Cristo (Rom 6:4; 6:1-11). Y agrega que este bautismo debe ser en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Algo importante en el encargo que les hace el Señor: “y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado”. ¿Y qué nos ha mandado el Señor?: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros”. (Jn 13, 34-35)

5.7  EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO

Nos pide Nuestro Señor Jesucristo: “sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado”. El Espíritu Santo, es el que nos hará hablar, predicar y enseñar a cumplir los que nos ha mandado Jesucristo, el mismo Espíritu Santo que habló por los profetas, el que hace escribir y escuchar y dar gracias, el que nos llena de gozo, el que nos da fuerza, luz, consuelo, que está lleno de bondad, que es dulce huésped del alma y suave alivio de los hombres.

Ciertamente, entre los cristianos de distintas confesiones hay diferencia en como cada uno lleva su fe, no obstante hay mucho más cosas que nos unen de las que nos separan, y el Señor nos ha mandado que “os améis los unos a los otros”, es decir a todos nuestros hermanos por igual. Y todas las confesiones cristianas y trinitarias bautizan a sus hermanos en el “Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" y nadie se le ocurriría bautizar omitiendo a alguna de las Personas Divinas, de esto se deduce cuán indivisible es la esencia de la Trinidad y que el Padre es verdadero Padre del Hijo, que el Hijo es verdadero Hijo del Padre y que el Espíritu Santo es verdaderamente el Espíritu del Padre y de Dios Hijo y que además lo es de la Sabiduría y de la Verdad, que es el Hijo. Dídimo el Ciego escritor eclesiástico del s. IV, comenta, “El fundamento de la felicidad de los creyentes y todo el Plan de la salvación está basado en esta Trinidad”

San Jerónimo nos enseña; El Señor nos mandó a bautizar en el “Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", porque siendo una misma la divinidad de las Personas, debía ser una misma la gracia que concediesen, porque la palabra Trinidad significa un solo Dios.

5.8  YO ESTARÉ CON USTEDES TODOS LOS DÍAS HASTA EL FIN DEL MUNDO

El Señor nos promete que nos va a asistir, y en forma constante, “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, es decir siempre contamos con su ayuda y su protección para que llevemos adelante la misión que él nos encomienda.  Esta promesa del Señor, no fue solo para los once, es extendida para todo los que sean sus discípulos y es la misma que hizo Dios a su hijos de siempre; “Así pues, vete, que yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que debes decir.  (Éxodo 4,12) 4), “Yo estaré contigo” (Éxodo 3,12), No temas, que contigo estoy yo; (Isaías 41,10).

Es entonces ya, el momento de que atendamos la petición de Cristo de ir a todos los pueblos, a predicar el Evangelio a todas las gentes junto con el bautismo. Este es el gran mandato, es decir la gran misión que nos dio el Señor, y la debemos hacer con fidelidad en todos los tiempos y en todas las circunstancias, confiando plenamente de la asistencia y protección, garantía para vivamos un apostolado firme, constante y por siempre.

Con todo, no olvidemos que cuando Jesús dice a todos los pueblos, está diciendo a los creyentes e incrédulos. Porque el que crea y se bautice se salvará. El que no crea se condenará. Porque no basta creer, porque el que cree y no está bautizado todavía, no ha alcanzado aún la salvación, sino imperfectamente. Así se dirá tal vez cada cual a sí mismo: Yo seré salvo porque he creído. Y así será en efecto, si une las obras a la fe; porque la verdadera fe consiste en que no se contradiga la obra con lo que dice la palabra. “Pero el que no creyere será condenado”. (Mc 15-16)

5.9  ORACION

¡OH mis Tres, mí Todo, me abandono a vuestro amor!... ¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mí paz, ni hacerme salir de Vos, Oh mi Inmutable, sino que cada momento me sumerja más íntimamente en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta, el lugar de vuestro descanso. Que nunca os deje allí solo sino que permanezca totalmente con Vos, vigilante en mi fe, en completa adoración y en entrega absoluta a vuestra acción creadora.  (Beata Isabel de la Trinidad)

Muchas Bendiciones

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Publicado en este link: PALABRA DE DIOS


Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén

Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica: Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol.

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