Reflexión desde las Lecturas del I Domingo de Pascua de Resurrección, Ciclo B

 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.      ¡HA RESUCITADO!

 “¡Ha resucitado!”: Es la noticia que hoy nos es gritada, proclamada. Esta es la noticia. Es la certeza que se nos da a conocer. La gran certeza, la que sostiene toda nuestra vida, la que le da sentido y valor. ¡Ha resucitado! No podemos seguir viviendo como si Cristo no hubiese resucitado, como si no estuviese vivo. No podemos seguir viviendo como si no le hubiera sido sometido todo. No podemos seguir viviendo como si Cristo no fuera el Señor, mi Señor. No podemos seguir viviendo “como si”. Sólo cabe buscar con ansia al Resucitado, como María Magdalena o los apóstoles; o mejor, dejarse buscar y encontrar por Él.

“¡Ha resucitado!”: También nosotros podemos ver, oír, tocar al Resucitado (1 Jn 1,1). No, no es un fantasma (cfr. Lc 24, 37-43). Es real, muy real. Cristo vive, quiere entrar en tu vida. Quiere transformarla. No, nuestra fe no se basa en simples palabras o doctrinas, por hermosas que sean. Se basa en un hecho, un acontecimiento. Sí, verdaderamente ha resucitado el Señor. Para ti, para mí, para cada uno de todos los hombres. Hoy puede ser decisivo para ti. Él quiere irrumpir en tu vida con su presencia iluminadora y omnipotente. Es a Él, el mismo que salió del sepulcro, a quien encuentras en la Eucaristía.

“¡Ha resucitado!”: La noticia que hemos recibido hemos de gritarla a otros. Si de verdad hemos tocado a Cristo, tampoco nosotros podemos callar “lo que hemos visto y oído” (Hech 4,20). No somos sólo receptores. Cristo resucitado nos constituye en heraldos, pregoneros de esta noticia. Una noticia que es para todos. Una noticia que afecta a todos. Una noticia que puede cambiar cualquier vida: “Cristo ha resucitado, está vivo, para ti, te busca, tú eres importante para Él, ha muerto por ti, ha destruido la muerte, te infunde su vida divina, te abre las puertas del paraíso, tus problemas tienen solución, tu vida tiene sentido”. (Padre Julio Alonso Ampuero)

2.      PRIMERA LECTURA

En el relato de los Hechos de los Apóstoles, el apóstol Pedro nos ofrece una estupenda síntesis del misterio de Jesucristo: ungido por Dios, pasó haciendo el bien, y curando todas las enfermedades y dolencias; lo mataron, pero Dios lo resucitó. Testigo de esto son los Doce, que comieron y bebieron con él. Los que creen en él reciben el perdón de sus pecados.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles. Hech 10, 34. 37-43

Pedro, tomando la palabra, dijo: Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo.

Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección.

Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre.

Palabra de Dios.

2.1        LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES.

En los manuscritos griegos antiguos suele aparecer este libro bajo el título de Hechos de Apóstoles; algunos manuscritos añaden el artículo, “Hechos de los Apóstoles,” y otros ponen simplemente “Hechos.” Lucas se ocupa de dos personajes por él elegidos, los apóstoles Pedro y Pablo, es decir apenas habla de otros apóstoles, pero todo da la impresión de que Lucas presenta a los “apóstoles” como colegio, de ahí que solo le es suficiente con detenerse en sus portavoces y figuras fundamentales. Con todo, el libro es de importancia suma para la historia del cristianismo, pues nos presenta a éste en ese momento clave en que comienza a desarrollarse.

Con razón se ha dicho que este libro es como una continuación de los Evangelios y un preludio a las Epístolas. En efecto, los Evangelios terminan su narración con la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo; a su vez, las Epístolas (paulinas y católicas) suponen ya más o menos formadas las comunidades cristianas a las que van dirigidas; pues bien, a llenar ese espacio intermedio entre Evangelios y Epístolas, hablándonos de la difusión del cristianismo a partir de la ascensión del Señor a los cielos, viene el libro de los Hechos.

El tema queda claramente reflejado en las palabras del Señor a sus apóstoles: “Descenderá el Espíritu Santo sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra” (1:8). En efecto, a través del libro de los Hechos podemos ir siguiendo los primeros pasos de la vida de la Iglesia, que nace en Jerusalén y se va extendiendo luego gradualmente, primero a las regiones cercanas de Judea y Samaría y, por fin, al mundo todo.

Por otra parte, tan en primer plano aparecen las actividades del Espíritu Santo, que no sin razón ha sido llamado este libro, ya desde antiguo, el evangelio del Espíritu Santo. Apenas hay capítulo en que no se aluda a esas actividades, cumpliéndose así la promesa del Señor a sus apóstoles de que serían “bautizados,” es decir, como “sumergidos” en el campo de acción del Espíritu Santo (1:5-8). Con su efusión en Pentecostés se abre la historia de la Iglesia (2:4.33), interviniendo luego ostensiblemente en cada una de las fases importantes de su desarrollo. El Espíritu Santo es quien ordena, prohíbe, advierte, da testimonio, llena de sus dones,  en una palabra, es el principio de vida que anima todos los personajes. Los fieles vivían y respiraban esa atmósfera de la presencia del Espíritu Santo. Por eso, como la cosa más natural, dirá San Pedro a Ananías que con su mentira ha pretendido engañar al Espíritu Santo (5:3); y como la cosa más natural también, San Pablo se extrañará de que en Efeso unos discípulos digan que no saben nada de esas efusiones del Espíritu Santo (19:2-6). Tan manifiesta era su presencia en medio de los fieles, que Simón Mago trata de comprar por dinero a los apóstoles ese poder con que, por la imposición de manos, comunicaban el Espíritu Santo (8:18).

2.2      “USTEDES YA SABEN QUÉ HA OCURRIDO…. DIOS LO RESUCITÓ AL TERCER DÍA”

Es éste el primer discurso de Pedro ante un auditorio no judío. Podemos distinguir en este discurso de Pedro, una especie de introducción, en que presenta la idea fundamental de aquel momento (v.34-36), y una exposición o resumen de la vida de Jesús (v.37-41), a quien Dios constituye juez de vivos y muertos; Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos” y del que dan testimonio todos los profetas; Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre.

Presentada, como introducción de su discurso, algunas verdades fundamentales, Pedro ofrece a continuación a sus oyentes un breve resumen de la vida pública de Jesucristo, Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan…..”, insistiendo particularmente en el hecho de sus milagros, cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con ély de su muerte y resurrección; Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día”.  Les dice, además, que ellos, los apóstoles fueron testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén y también testigos de su resurrección elegidos de antemano por Dios” Nosotros somos sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. Y que además, han recibido el encargo de predicar al pueblo y de testificar que ese Jesús de Nazaret ha sido constituido por Dios; Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos.

Otra razón añade Pedro, exhortando a sus oyentes a creer en Jesucristo, y es el testimonio de los profetas (cf. Is 49:6; Zac 9:9) de que por la fe en su nombre es como obtendremos la remisión de nuestros pecados o, lo que es lo mismo, la salud mesiánica; Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre.  Nueva prueba de las sobresalientes prerrogativas de que está investido Jesús de Nazaret. A esta fe, necesaria para obtener la salud, había aludido ya Pedro en sus anteriores discursos ante el auditorio judío (cf. 2:38; 3:16; 4:12).

2.3      EL APASIONAMIENTO POR JESÚS QUE TUVO PEDRO Y EL QUE NOS CORRESPONDE A NOSOTROS

En síntesis, en esta lectura de los Hechos, observamos a Pedro, lleno del Espíritu Santo, resumiendo en un emocionado discurso todo el itinerario de Jesús de Nazaret. Es así como Pedro, ha dejado caer las barreras de la estricta observancia judía, y en esta ocasión, llega por primera vez a los paganos el anuncio de la salvación -el -kerigma-. Muchos de estos paganos llegan a la fe porque su corazón está abierto a la escucha y muchos de los paganos de hoy, estarían dispuestos a escuchar si nos dirigiéramos a ellos con la simpleza y apasionamiento por Jesús que tuvo Pedro.

Tal como nos transmite Lucas, sobre los acontecimientos de las primeras actividades de la Iglesia naciente, reflexionemos en el sentido de que el tema de la predicación es único: la persona misma de Jesús de Nazaret, el Mesías consagrado por Dios en el Espíritu Santo. Los apóstoles pudieron atestiguar que Jesús, durante su vida terrena, hizo milagros, curó a enfermos, liberó del maligno a los que estaban bajo el poder de Satanás. Hoy, nosotros, como discípulos y misioneros de Jesucristo, con todo lo que posemos, aprendamos de la experiencia de los apóstoles, que con la fe, el impulso misionero y la incontenible alegría de ser discípulos de Jesús, proceden de la experiencia del misterio pascual, del encuentro con Cristo resucitado, al que creían muerto para siempre.

Y de eso mismo dan testimonio: aquel Jesús que, rechazado, murió crucificado, “Dios lo resucitó”, ratificando así la verdad de su predicación. Y así como Pedro insiste en su fogosidad, ya que para él no se trata de leyendas o sugestiones, sino de una realidad tan concreta que puede ser descrita con dos términos muy cotidianos: “Comimos y bebimos con él”, ahora nos corresponde a nosotros ser testimonio de que Cristo está vivo entre nosotros.

Jesús se ha manifestado a “a los testigos elegidos de antemano por Dios”, pero esta elección está orientada a una apertura católica, universal. En aquel tiempo, los apóstoles recibieron el encargo de anunciar, hoy lo tenemos nosotros, porque todos deben saber que “Dios los ha constituido juez de vivos y muertos”  al Crucificado-Resucitado, que, mediante por su propio sacrificio; reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre

3.      SALMO Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23

Este salmo que cantamos hoy, en nuestro primer domingo de Pascua, es un himno triunfal, el salmista entona un himno de acción de gracias por una victoria recientemente obtenida contra los enemigos de Israel, ¡Aleluya!. Este salmo es el último del grupo aleluyático (“Gran Hallel”) y resume un profundo sentido eucarístico. El Señor ha liberado milagrosamente a su pueblo de un gran peligro y el poeta, recogiendo el sentir colectivo, expresa, durante una procesión al templo para ofrecer las víctimas eucarísticas, los sentimientos de gratitud hacia el Dios

R. Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.

O bien: Aleluya, aleluya, aleluya.

¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! R.

La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R.

3.1      EL SEÑOR, ES SALVADOR DE SU PUEBLO.

Expresa más adelante el salmista: “En la angustia invoqué al Señor, y me escuchó, poniéndome en salvo”. Y a continuación el salmista declara cómo el Señor ha mostrado su piedad con él, pues le ha librado de una situación angustiosa En realidad, teniendo a su favor al Señor, nada puede temer de sus enemigos: “Está por mí Señor: ¿Qué puedo temer? ¿Qué podrá hacerme el hombre? Está el Señor por mí como socorro mío”.

Y luego el salmista pone toda su confianza en Dios: “Mejor es confiar en el Señor que confiar en los hombres; mejor acogerse al Señor que fiar en los príncipes…..”Fui fuertemente empujado para que cayera, pero fue el Señor mi auxilio. El Señor es mi fortaleza y a Él le canto salmos; fue para, mí la salvación.” Los auxilios humanos son insuficientes y aun engañadores; por eso, sólo debe confiarse en el Señor, que no engaña y es omnipotente

“La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor". Continúa el Salmo, con manifestaciones de exultación y agradecimiento. Después de la victoria sobre los obstinados enemigos, los israelitas, agradecidos, el salmo entona himnos jubilosos de triunfo, pues se ha manifestado la mano poderosa del Señor, la mano del Señor ha hecho proezas, por eso el pueblo entra solemnemente en el templo de Jerusalén y canta las nuevas hazañas de su Dios.

“La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos.” Los constructores del edificio de la historia humana no habían reparado en una piedra despreciable por su tamaño, pero que en los designios de Dios ocupa el lugar central de la vida espiritual de los pueblos, ya que es la clave en el proceso del establecimiento del reino de Dios en la tierra.

Israel es, en efecto, la piedra angular en el edificio de la salvación de la humanidad, pues es el vehículo de transmisión de los designios salvadores de Dios en la historia. Jesucristo se aplicó este texto a sí mismo, pues las clases dirigentes de Israel no le han querido reconocer como Mesías, cuando es la piedra angular del mesianismo. En efecto, Cristo es el punto de conjunción del Israel de las promesas y el de las realizaciones mesiánicas universalistas.

Continuando con el resto del salmo, vemos como el salmista, entusiasmado ante los destinos de Israel, dice: “Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos.”; la actual victoria y liberación forma parte de un proceso providencialista de Dios, que es realmente admirable a nuestros ojos. La resurrección de Israel después del exilio babilónico prueba su elección entre todos los pueblos. El Señor es fiel a sus antiguas promesas, y ello es prenda del glorioso futuro que espera al pueblo elegido.

Y así canta el Salmista: “Te alabo porque me oíste y fuiste para mí la salvación. “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular”. Obra del Señor es ésta, y es admirable a nuestros ojos.

“Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.” El salmista, invita a la alegría general por el éxito logrado. Entusiasmado ante el espectáculo de júbilo, pide al Señor que continúe protegiendo a su pueblo. “Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él”. Y luego continúa cantando: ¡Oh Señor, sálvanos! ¡Oh Señor, haznos prosperar! ¡Bendito quien viene en el nombre del Señor! Nosotros os bendecimos desde la casa del Señor. El Señor es nuestro Dios; Él nos ilumina….Tú eres mi Dios, yo te alabaré; mi Dios, yo te ensalzaré. Alabad al Señor, porque es bueno, porque es eterna su piedad.”

Recordamos ahora la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén; “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!:” Es así como las gentes de Jerusalén saludan con estas palabras del salmo a Jesús al entrar triunfante en la ciudad santa. El grito de “¡Hosanna!” está también tomado del versículo 25 de este salmo procesional, que debía de ser muy recitado por los peregrinos al entrar en la ciudad santa.

El salmo se cierra con la antífona inicial repetida por el pueblo: Alabad al Señor, porque es bueno. Aleluya, aleluya, aleluya.

4.      SEGUNDA LECTURA

Jesucristo resucitado ya vive “los bienes del cielo”. El Bautismo hace al cristiano participar de la vida gloriosa del Señor resucitado. Pablo nos exhorta a mostrar con obras concretas una vida renovada y distinta. Bautizados en Cristo, hombres y mujeres nuevos, tenemos el don de Dios para vivir esa vida de resucitados ya ahora, en la alegría del amor y creando cada día más lazos de comunión.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas. Col 3, 1-4

Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.

Palabra de Dios.

4.1      “RESUCITADOS CON CRISTO”,

Comienza la parte moral de la carta, en que el Apóstol hace aplicación de la doctrina expuesta a la vida cotidiana. En el presente párrafo, San Pablo recuerda a los colosenses su nuevo estado de “resucitados con Cristo”, que les exige vivir para el cielo: Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra, más adelante les dirá como, despojándose cada día más del hombre viejo y revistiéndose del nuevo (v.5-17).

San Pablo parte del principio de que el cristiano, muerto y resucitado místicamente con Cristo en el bautismo (cf. 2:12; Ef 2:6), ha roto sus vínculos con el mundo y con sus doctrinas religiosas, habiendo entrado en una vida nueva, la vida de la gracia, vida que posee ya realmente, pero que no se manifestará de modo pleno hasta después de la parusía, cuando todos los miembros del cuerpo de Cristo seamos asociados públicamente a su triunfo glorioso. Este nuevo estado pide que nuestros pensamientos no estén puestos en las “cosas de la tierra,” sino en “las cosas celestiales”, como corredores que piensan únicamente en la meta, a la que dirigen todos sus pensamientos. Es este pensamiento del cielo el que debe constituir la regla de nuestra conducta, subordinando todo al progreso de esa nueva vida, cuya plena manifestación esperamos (cf. Rom 8:14-25).

En síntesis, San Pablo quiere que comprendamos que esto trae consigo no sólo el compromiso de renunciar al pecado para caminar en una vida nueva, sino también una orientación resuelta a las realidades celestes, sostenida por la conciencia de nuestra propia identidad de hijos de Dios, peregrinos a la ciudad eterna, hacia la que, por una parte, tiende, mientras que, por otra -en Cristo resucitado-, se encuentra ya.

De ahí la necesidad de elegir bien y de buscar “las cosas celestiales”, de acuerdo con una vida resucitada, celeste. De ahí procede asimismo la invitación a prescindir de todo lo que vuelve la vida demasiado exterior y vacía. El cristiano ha muerto “a las cosas de la tierra” y vive escondido en Aquel que vive. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes,  entonces se revelará también, a los ojos de todos, la belleza espiritual de aquellos que, actuando por la fe en adhesión a Cristo en la vida diaria, han encontrado en él la unidad y la plenitud y; entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.

5.      EVANGELIO

“Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Es el anuncio de María Magdalena que reciben Pedro y Juan. Éstos corren hasta el sepulcro y constatan los hechos. No se trata de un robo, sino de un signo que habla de la resurrección del Maestro. Entonces Pedro y Juan se abren a la fe. Pero esta fe necesita aún ser profundizada: han de revivir toda la esperanza mesiánica a la luz de la cruz para comprender por qué, “según las escrituras “, Jesús debía “resucitar de entre los muertos”. Por eso los apóstoles y principalmente Pedro, el primero que entra en la tumba vacía, serán los primeros testigos de la fe en la Resurrección.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Jn 20, 1-9

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.

Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.

5.1      “MARÍA MAGDALENA FUE AL SEPULCRO Y VIO QUE LA PIEDRA HABÍA    SIDO SACADA

Según san Juan, el relato lo sitúa en “el primer día de la semana.” Es decir, al día siguiente del sábado, y la hora en que viene al sepulcro es de “madrugada”, esto es muy de mañana y cuando aún hay “todavía estaba oscuro”. Es en la hora crepuscular del amanecer.

“María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.” Por los sinópticos se sabe que esta visita de María al sepulcro no la hace ella sola, sino que viene en compañía de otras mujeres, cuyos nombres se dan: María, la madre de Santiago, y Salomé, la madre de Juan y Santiago el Mayor (Mc 16:1) y otras más (Lc 24:10). Al ver, desde cierta distancia, “sacada” la piedra rotatoria o golel, dejó a las otras mujeres, que llevaban aromas para acabar de preparar el “embalsamamiento” del cuerpo de Cristo, y “Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba”, que, por la confrontación de textos, es, con toda probabilidad, el mismo Juan.

5.2       “EL OTRO DISCÍPULO AL QUE JESÚS AMABA”.

Me parece bonita esta expresión que se lee en este fragmento del evangelio, “El otro discípulo al que Jesús amaba”. Es hermoso saber del amor de Jesús por sus apóstoles, pero en el caso de san Juan, hay una predilección especial, pero aún es más hermosa esa humildad, esa modestia y esa demostración de no ser vanidoso, san Juan en lugar de nombrarse, utiliza esta frase “El otro discípulo al que Jesús amaba”.

5.3       “SE HAN LLEVADO DEL SEPULCRO AL SEÑOR Y NO SABEMOS DÓNDE LO HAN PUESTO”.

Como ella, Magdalena, no entró en el sepulcro, supuso la noticia que da a estos apóstoles: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. El plural con que habla: no “sabemos”, entronca fielmente la narración con lo que dicen los sinópticos de la compañía de las otras mujeres que allí fueron (Mt 28,1ss; Mc 16ss; Lc 24:1ss; cf. Lc 24:10). Seguramente, al ver, a cierta distancia, removida la piedra de cierre, cuya preocupación de cómo la podían rodar para entrar temían (Mc 16:3), cambiaron, alarmadas, sus impresiones, y Magdalena, más impetuosa, se dio prisa en volver, para poner al corriente a Pedro y al anónimo Juan.

5.4      ESTE “DISCÍPULO” CORRÍA MÁS QUE PEDRO.

Pedro y Juan debieron de salir enseguida de recibir esta noticia, pues ambos “corrían.” Pero el evangelista dejará en un rasgo su huella literaria. Este “discípulo” corría más que Pedro. En efecto, Pedro debía de estar sobre la mitad de su edad, sobre los cincuenta años (Jn 21:18.19), y, según San Ireneo, vivió hasta el tiempo de Trajano (98-117) Esto hace suponer que Juan pudiese tener entonces sobre veinticinco o treinta años. Juan, por su juventud y su fuerte ímpetu de amor a Cristo, “corrió más rápidamente” y “llegó antes.” al sepulcro. Pero “no entró.”

5.5      “VIO LAS VENDAS EN EL SUELO, Y TAMBIÉN EL SUDARIO QUE HABÍA CUBIERTO LA CABEZA DE JESÚS”.

Juan no entró, esperando a Pedro que es el primero que entra en el sepulcro y “vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto la cabeza de Jesús”. El evangelista, al recoger estos datos, pretende, manifiestamente, hacer ver que no se trata de un robo; de haber sido esto, los que lo hubiesen robado no se hubiesen entretenido en llevar un cuerpo muerto sin su mortaja, ni en haber cuidado de dejar “las vendas” y “sudario” puestos cuidadosamente en sus sitios respectivos “sino enrollado en un lugar aparte”

5.6      “LUEGO ENTRÓ EL OTRO DISCÍPULO, QUE HABÍA LLEGADO ANTES AL SEPULCRO: ÉL TAMBIÉN VIO Y CREYÓ.”

Juan nos muestra unos hermosos detalles, el lento examen a que somete la mirada de Pedro, “Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró”. Cada detalle particular dentro del sepulcro vacío crea un clima de gran silencio, de expectante interrogación: “Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.” El discípulo, al ver, intuye lo que ha sucedido. San Juan cree, porque es limpio de corazón, su pureza no le hace tener ninguna duda.

Sin embargo, luego pasa de la realidad que tiene delante a otra más escondida: “Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.”. De esto se desprende que la fe no es, para el hombre, una posesión estable, sino el comienzo de un camino de comunión con el Señor, una comunión que ha de ser mantenida viva y en la que hemos de ahondar más y más, para que llegue a la plenitud de vida con él en el reino de la luz infinita.

La alegría de Cristo resucitado vivan en sus corazones

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION CICLO B

Publicado en este link: PALABRA DE DIOS


Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén

Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica: Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol.

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