Reflexión desde las Lecturas del II Domingo de Pascua, Ciclo B

 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.    ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!

“Recibid el Espíritu Santo”. He aquí el regalo pascual de Cristo. El que había prometido. “No os dejaré huérfanos” (Jn 14,18), ahora cumple su promesa. Jesús, que había gritado; “el que tenga sed que venga a mí y beba” (Jn 7,37), se nos presenta ahora en su resurrección como fuente perenne del Espíritu. A Cristo resucitado hemos de acercarnos con sed a beber el Espíritu que mana de Él, pues el Espíritu es el don pascual de Cristo.

“Señor mío y Dios mío”. La actitud final de Tomás nos enseña cuál ha de ser nuestra relación con el Resucitado: una relación de fe y adoración. Fe, porque no le vemos con los ojos: “Dichosos los que crean sin haber visto”; fe a pesar de que a veces parezca ausente, como a los discípulos de Emaús, que no eran capaces de reconocerle aunque caminaba con ellos (Lc 24,13ss). Y adoración, porque Cristo es en cuanto hombre “el Señor”, lleno de la vida, de la gloria y de la felicidad de Dios.

“Se llenaron de alegría al ver al Señor”. La resurrección de Cristo es fuente de alegría. El encuentro con el Señor resucitado produce gozo. Su presencia lo ilumina todo, porque Él es el Señor de la historia. En cambio, su ausencia es causa de tristeza, de angustia y de temor. También en esto Cristo cumple su promesa: “Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Jn 16,22). ¿Vivo mi relación con Cristo como la única fuente del gozo autentico y duradero?

2.    PRIMERA LECTURA Hech 4, 32-35

La comunidad cristiana primitiva vive una plena comunión de bienes espirituales y materiales, que le permite ayudar a todos, y que nadie pase necesidad.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos. Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.

Palabra de Dios.

2.1  TENÍA UN SOLO CORAZÓN Y UNA SOLA ALMA

En esta lectura, San Lucas nos presenta una descripción concisa de la vida de la comunidad cristiana, ya antes nos había ofrecido otro relato muy semejante (Hech 2:42-47). Ahora en esta ocasión, nos reitera con palabras realmente encantadoras, La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma”,  en la unión fraternal de todos los fieles, que les llevaba incluso a poner sus bienes en común. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos”.

La consecuencia era que no había ningún necesitado entre ellos, pues los que tenían posesiones las vendían, y ponían el precio a los pies de los apóstoles, para que repartieran a cada uno según sus necesidades. “Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.”

En síntesis, Lucas nos ha presentado por segunda vez el modo de vida de la Iglesia naciente, destacando la unidad fraterna. ¿Cómo es posible decir que esta comunidad tenía un solo corazón y una sola alma”!,  como si pensaran y sentían lo mismo, y más aún una multitud tan grande? El secreto se encuentra en la plena disponibilidad, hecha de caridad y pobreza evangélicas, que impulsa a los miembros a poner al servicio del bien común lo que antes poseían en privado.

Por tanto la comunidad de los apóstoles está unida y se muestra compacta en la entrega del primer verdadero tesoro de la Iglesia: el testimonio de la resurrección de Jesús. “Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima”. Los creyentes están unidos en la ayuda a las necesidades de los hermanos, y manifiestan también la plena comunión en el modo de llevar a cabo la beneficencia. En efecto, sin dividir los ánimos, depositan a los pies de los apóstoles todo lo que deciden dar espontáneamente. Se cumple así la promesa de Dt 15,4: «No habrá ningún necesitado entre vosotros», porque los creyentes obedecen el nuevo mandamiento de Jesús. Y crece la benevolencia de todos hacia la comunidad cristiana.

3.    SALMO Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24

R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!

O bien: Aleluya.

Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón: ¡es eterno su amor! Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor! R.

Me empujaron con violencia para derribarme, pero el Señor vino en mi ayuda. El Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación. Un grito de alegría y de victoria resuena en las carpas de los justos. R.

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él. R.

3.1   DEN GRACIAS AL SEÑOR

Este salmo que cantamos hoy, en nuestro segundo domingo de Pascua, es un himno triunfal, el salmista entona un himno de acción de gracias por una victoria recientemente obtenida contra los enemigos de Israel, ¡Aleluya!. Este salmo es el último del grupo aleluyático (“Gran Hallel”) y resume un profundo sentido eucarístico. El Señor ha liberado milagrosamente a su pueblo de un gran peligro y el poeta, recogiendo el sentir colectivo, expresa, durante una procesión al templo para ofrecer las víctimas eucarísticas, los sentimientos de gratitud hacia el Dios.

¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor, Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor!”

El Señor, es salvador de su pueblo. Expresa más adelante el salmista: “En la angustia invoqué al Señor, y me escuchó, poniéndome en salvo”. Y a continuación el salmista declara cómo el Señor ha mostrado su piedad con él, pues le ha librado de una situación angustiosa En realidad, teniendo a su favor a el Señor, nada puede temer de sus enemigos: “Está por mí Señor: ¿Qué puedo temer? ¿Qué podrá hacerme el hombre? Está el Señor por mí como socorro mío”.

3.2   “MEJOR ES CONFIAR EN EL SEÑOR QUE CONFIAR EN LOS HOMBRES

Y luego el salmista pone toda su confianza en Dios: “Mejor es confiar en el Señor que confiar en los hombres; mejor acogerse al Señor que fiar en los príncipes…..”Fui fuertemente empujado para que cayera, pero fue el Señor mi auxilio. El Señor es mi fortaleza y a Él le canto salmos; fue para, mí la salvación.” Los auxilios humanos son insuficientes y aun engañadores; por eso, sólo debe confiarse en el Señor, que no engaña y es omnipotente

 “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos.”

Los constructores del edificio de la historia humana no habían reparado en una piedra despreciable por su tamaño, pero que en los designios de Dios ocupa el lugar central de la vida espiritual de los pueblos, ya que es la clave en el proceso del establecimiento del reino de Dios en la tierra.

Israel es, en efecto, la piedra angular en el edificio de la salvación de la humanidad, pues es el vehículo de transmisión de los designios salvadores de Dios en la historia. Jesucristo se aplicó este texto a sí mismo, pues las clases dirigentes de Israel no le han querido reconocer como Mesías, cuando es la piedra angular del mesianismo. En efecto, Cristo es el punto de conjunción del Israel de las promesas y el de las realizaciones mesiánicas universalistas.

Continuando con el resto del salmo, vemos como el salmista, entusiasmado ante los destinos de Israel, dice: “Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos.”; la actual victoria y liberación forma parte de un proceso providencialista de Dios, que es realmente admirable a nuestros ojos. La resurrección de Israel después del exilio babilónico prueba su elección entre todos los pueblos. El Señor es fiel a sus antiguas promesas, y ello es prenda del glorioso futuro que espera al pueblo elegido.

Y así canta el Salmista: “Te alabo porque me oíste y fuiste para mí la salvación. “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular”. Obra del Señor es ésta, y es admirable a nuestros ojos.

“Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.”

3.3   ¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

El salmista, invita a la alegría general por el éxito logrado. Entusiasmado ante el espectáculo de júbilo, pide al Señor que continúe protegiendo a su pueblo. “Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él”. Y luego continúa cantando: ¡Oh Señor, sálvanos! ¡Oh Señor, haznos prosperar! ¡Bendito quien viene en el nombre del Señor! Nosotros os bendecimos desde la casa del Señor. El Señor es nuestro Dios; Él nos ilumina….Tú eres mi Dios, yo te alabaré; mi Dios, yo te ensalzaré. Alabad al Señor, porque es bueno, porque es eterna su piedad.”

Recordamos ahora la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén; “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!:” Es así como las gentes de Jerusalén saludan con estas palabras del salmo a Jesús al entrar triunfante en la ciudad santa. El grito de “¡Hosanna!” está también tomado del versículo 25 de este salmo procesional, que debía de ser muy recitado por los peregrinos al entrar en la ciudad santa.

El salmo se cierra con la antífona inicial repetida por el pueblo: Alabad al Señor, porque es bueno.

4.    SEGUNDA LECTURA 1 Jn 5-6

Los mandamientos de Dios no son una carga pesada, siempre y cuando los aceptemos con fe y los observemos con amor.

Lectura de la primera carta de san Juan.

Queridos hermanos: El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de Él. La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad.

Palabra de Dios.

4.1  EL QUE CREE QUE JESÚS ES EL CRISTO HA NACIDO DE DIOS

San Juan nos habla en este fragmento del capítulo 5, de la fe en Jesucristo y de las ventajas que ella encamina “El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios. La fe es el criterio de nuestra filiación, y la filiación es la razón profunda del amor. La fe y la caridad son, por consiguiente, correlativas: en donde se da verdadera fe, se lleva a cabo una verdadera regeneración espiritual y se engendra la caridad. Sin embargo, la fe, en cuanto tal, es una causa dispositiva de la gracia.

La fe, que es criterio de nuestra filiación divina, es la que confiesa que; Jesús es el Cristo ha nacido de Dios. Aceptar esto es creer en la divinidad de Jesucristo y en su encarnación, y es considerarlo como revelador del Padre y Salvador del mundo. Pero no se trata únicamente de reconocerle en lo que es, sino de someterse a Él y de vivir unido a Él.

El que cree en la divinidad de Cristo es señal de que ha nacido de Dios; “y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de Él. Sin la fe no se da la filiación divina ni la caridad. El nacimiento sobrenatural implica la caridad fraterna, pues establece entre los creyentes los lazos de una misma vida. No es posible amar a Dios, autor de nuestra regeneración espiritual, y odiar a los que Él ha regenerado. El amor que tenemos a Dios se extiende hasta sus hijos. El que odia a sus hermanos no posee en sí la vida eterna. Todo el que cree en Dios ha de amar a los hijos de Dios, pues son sus propios hermanos. “la señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.”

4.2  EL QUE AMA AL PADRE AMA TAMBIÉN AL QUE HA NACIDO DE ÉL

El cristiano es esencialmente el hombre nacido, engendrado de Dios. Dios le ha dado una nueva vida: la vida de la gracia. Pero, a diferencia de la generación humana, el cristiano no cesa de recibir durante toda su existencia el ser y la vida divina de su Padre. El cristiano continúa renaciendo incesantemente de Dios, que es su verdadero Padre.

La expresión; “El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de Él”,  nos señala  la piedad filial, el amor de todo hijo por su padre. Sí, pues, los que están unidos por los lazos natura-les de la carne y de la sangre se aman con un amor natural muy intenso, ¡cuánto más tendrá que amar un cristiano a su Padre celestial, que le ha dado la vida espiritual, la conserva y, finalmente, le concederá la vida eterna! Y si ama al Padre celeste, también tendrá que amar a los que han nacido de Él, es decir, a todos los demás cristianos. Ha de amarlos por amor de Dios, porque sabe que está unido a ellos por la misma naturaleza y posee la misma gracia. Además, Dios, nuestro Padre, habita continua y personalmente en todo verdadero cristiano, vive en él. La gracia, participación de la misma naturaleza divina, establece una relación íntima entre Dios y el fiel. Funda una semejanza entre Dios y el cristiano que es también motivo de amor.

Por tanto, la fe genera nuevas relaciones de fraternidad entre los cristianos, porque establece entre ellos estrechos lazos de parentesco espiritual.

4.3  EL AMOR A DIOS CONSISTE EN CUMPLIR SUS MANDAMIENTOS

“La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos”, ambas cosas son inseparables. La ausencia de uno será signo cierto de la falta del otro. En cambio, la presencia de uno implicará necesariamente la existencia del otro. Los dos se completan mutuamente, porque en realidad sólo existe un verdadero amor, el regalo con que Dios se ama y nos ama a nosotros. El cumplimiento de los mandamientos de Dios será la prueba auténtica de la existencia de la caridad fraterna. De donde se sigue que el cristiano que observa los preceptos divinos demostrará poseer el verdadero amor de Dios. Y siempre que n hacemos un acto de amor a Dios conocemos que poseemos el amor que nos une a nuestros hermanos, es decir, que el amor a Dios comporta también la caridad para con los hermanos, por consiguiente, siempre que se da verdadero amor de Dios — éste se conoce por la práctica de los preceptos — podremos tener la seguridad de que también el amor fraterno es auténtico. El amor fraterno no puede existir sino en un alma virtuosa y que pertenece a Dios.

El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, El cumplimiento de los preceptos no es cosa pesada para los hijos de Dios, porque la gracia que nos hace hijos de Dios nos da también la fuerza para superar los vicios del mundo, y hace ligeros y fáciles los mandamientos divinos. Por lo cual el cristiano puede en cualquier momento vencer al mundo; porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo, es decir, vencer todas las malas tendencias que le incitan al pecado. Y esta victoria sobre el mundo la obtiene el cristiano mediante la fe: “Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe”. El principio de la fuerza que nos lleva a la victoria es la fe. La fe es, en el verdadero cristiano, victoria y vencedor a un mismo tiempo. Con la fe obtiene la victoria sobre sí mismo y sobre el mundo, a imitación de Cristo. Y esta victoria sobre el mundo es también una victoria sobre el demonio, porque para San Juan el mundo está dividido en dos campos: de un lado está Cristo con los suyos, del otro está el diablo con sus partidarios.

5.    EVANGELIO Jn 20, 19-31

Jesús se aparece a los discípulos y les confiere el Espíritu Santo y los envía a la misión salvadora. A Tomás, le reprocha su incredulidad.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: « ¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: « ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a Mí, Yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: « ¡Hemos visto al Señor!». Él les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré». Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: « ¡La paz esté con ustedes!». Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe». Tomás respondió: « ¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!». Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

5.1  AL ATARDECER DEL PRIMER DÍA DE LA SEMANA

Estas apariciones a los apóstoles son destacadas en el Evangelio de San Juan para relatarnos su particular importancia, estos son hechos excepcionales. La primera aparición, sucede en la “tarde” del mismo día de la resurrección, cuyo nombre de la semana era llamado por los judíos como lo pone aquí San Juan, “el primer día de la semana.”

Los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Suponemos que los once apóstoles están juntos, sin embargo también se puede presumir que posiblemente hubiese con ellos otras personas, pero estas no se citan.

El relato evangélico no precisa el lugar donde sucedieron estos hechos, no obstante creíblemente podría ser en el cenáculo (Hech 1:4.13). Los sucesos de aquellos días, siendo ellos los discípulos del Crucificado, les tenían temerosos. Esa es la razón por la cual se ocultaban y permanecían a puertas cerradas. Temía la intromisión inesperada de sus enemigos

5.2  EL ESTADO “GLORIOSO” EN QUE SE HALLA CRISTO RESUCITADO

Pero la entrega de este detalle tiene también por objeto demostrar el estado “glorioso” en que se halla Cristo resucitado cuando se presenta ante ellos. Es así como inesperadamente, Cristo se apareció en medio de ellos. En el relato de Lucas, se comenta que quedaron “despavoridos,” pues creían ver un “espíritu” o un fantasma.

Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Con ello les dispensó lo que ésta llevaba adjunto (cf. Lc 24:36-43). San Juan omite lo que dice en evangelio de Lucas, sobre que no se turben ni duden de su presencia. Aquí, al punto, como garantía, les muestra “las manos,” que con sus cicatrices les hacían ver que eran las manos días antes perforadas por los clavos, y “el costado,” abierto por la lanza; en ambas heridas, mostradas como títulos e insignias de triunfo, tal así que Tomás podría poner sus dedos.

En evangelio de Lucas se relata que les muestra “sus manos y pies,” y se omite lo del costado, sin duda porque se omite la escena de Tomás. Ni quiere decir esto que Cristo tenga que conservar estas señales en su cuerpo. Como se mostró a Magdalena seguramente sin ellas, y a los peregrinos de Emaús en aspecto de un caminante, así aquí, por la finalidad apologética que busca, les muestra sus llagas. Todo depende de su voluntad. Esta, como la escena en Lucas, es un relato de reconocimiento: aquí, de identificación del Cristo muerto y resucitado; en Lucas es prueba de realidad corporal, no de un fantasma.

Bien atestiguada su resurrección y su presencia sensible, San Juan transmite esta escena de trascendental alcance teológico.

5.3  COMO EL PADRE ME ENVIÓ A MÍ, YO TAMBIÉN LOS ENVÍO A USTEDES.

Jesús anuncia a los apóstoles que ellos van a ser sus “enviados,” como Él lo es del Padre. Es un tema constante en los evangelios. Ellos son los “apóstoles” (Mt 28:19; Jn 17:18, etc.).

Jesucristo tiene todo poder en cielos y tierra y los “envía” ahora con una misión concreta. Los apóstoles son sus enviados con el poder de perdonar los pecados. Para ese tiempo, ese envío era algo insólito. En el Antiguo Testamento, sólo Dios perdonaba los pecados. Por eso, de Cristo, al considerarle sólo hombre, decían los fariseos escandalizados: Este “blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” (Mc 2:7).

5.4  AL DECIRLES ESTO, SOPLÓ SOBRE ELLOS Y AÑADIÓ: “RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO”

El Espíritu Santo es el “don” por excelencia, infinito como infinito es Dios; aunque quien cree en Cristo ya lo posee, puede sin embargo recibirlo y poseerlo cada vez más. La donación del Espíritu Santo los Apóstoles en la tarde de la Resurrección demuestra que ese don inefable, indescriptible, está estrechamente unido al misterio pascual; es el supremo don de Cristo que, habiendo muerto y resucitado por la redención de los hombres, tiene el derecho y el poder de concedérselo. La bajada del Espíritu en el día de Pentecostés renueva y completamente este don, y se realiza no de una manera íntima y privada, como en la tarde de Pascua, sino en forma solemne, con manifestaciones exteriores y públicas indicando con ello que el don del Espíritu no está reservado a unos pocos privilegiados sino que está destinado a todos los hombres como por todos los hombres murió, resucitó y subió a los cielos Cristo. El misterio pascual culmina por lo tanto no sólo en la Resurrección y en la Ascensión, sino también en el día de Pentecostés que es su acto conclusivo.

5.5  “LOS PECADOS SERÁN PERDONADOS A LOS QUE USTEDES SE LOS PERDONEN, Y SERÁN RETENIDOS A LOS QUE USTEDES SE LOS RETENGAN”.

Al decir esto, “sopló” sobre ellos. Es símbolo con el que se comunica la vida que Dios concede (Gen 2:7; Ez 37:9-14; Sab 15:11). Por la penitencia, Dios va a comunicar su perdón, que es el dar a los hombres el “ser hijos de Dios” (Jn 1:12): el poder de perdonar, que es dar vida divina. Precisamente en Génesis, Dios “sopla” sobre Adán el hombre de “arcilla,” y le “inspiró aliento de vida” (Gen 2:7) Por eso, con esta simbólica sopladura explica su sentido, que es el que “reciban el Espíritu Santo.” Dios les comunica su poder y su virtud para una finalidad muy concreta: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Aquí el regalo del Espíritu Santo a los apóstoles tiene una misión de “perdón.” Los apóstoles se encuentran en adelante investidos del poder de perdonar los pecados. Este poder exige para su ejercicio un juicio. Si han de perdonar o retener todos los pecados, necesitan saber si pueden perdonar o han de retener. Evidentemente es éste el poder sacramental de la confesión.

Por otra parte, para no confundirse, esta no es la promesa del Espíritu Santo que les hace en el evangelio de Juan, en el Sermón de la Cena (Jn 14:16.17.26; 16:7-15), ya que en esos fragmentos se les promete al Espíritu Santo, que se les comunicará en Pentecostés, una finalidad “defensora” de ellos e “iluminadora” y “docente.” En este relato san Juan trata sólo del poder que se confiere del perdón de los pecados. “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

5.6  “¡HEMOS VISTO AL SEÑOR!”

En esta aparición del Señor a los apóstoles no estaba el apóstol Tomás, de sobrenombre el mellizo. Si aparece, por una parte, el hombre de corazón y de arranque que relata san Juan 11:16. En el capítulo 14:5 san Juan lo muestra un tanto escéptico. Entonces se diría que es lo que va a reflejarse aquí. No solamente no creyó en la resurrección del Señor por el testimonio de los otros diez apóstoles, y no sólo exigió para ello el verle él mismo, sino el comprobarlo. Es así como el necesitaba ver las llagas de los clavos en las manos del Señor, y aún más, meter su dedo en ellas, lo mismo que su mano en la llaga del costado de Cristo, la que había sido abierta por el golpe de lanza del centurión. Entonces, sólo a este precio creerá.

5.7  |“TRAE AQUÍ TU DEDO: AQUÍ ESTÁN MIS MANOS.”

Pero a los ocho días se realizó otra vez la visita del Señor. Estaban los apóstoles juntos, probablemente en el mismo lugar, y Tomás con ellos. Y vino el Señor otra vez, cerradas las puertas. San Juan relata esta escena muy sobriamente. Y después de desearles la paz "¡La paz esté con ustedes!", se dirigió a Tomás y le dijo: Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos y le mandó que cumpliese en su cuerpo la experiencia que él exigía diciéndole: Acerca tu mano, métela en mi costado. En adelante, no seas incrédulo, sino hombre de fe.

No dice explícitamente el relato si Tomas llegó a introducir el dedo en las llagas para cerciorarse, al contrario lo exceptúa al decirle Cristo: Ahora crees, porque me has visto. La evidencia de la presencia de Cristo había de deshacer la obstinación de Tomás.

5.8  ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!

Tomas exclamo: ¡Señor mío y Dios mío! Esta exclamación encierra una riqueza teológica grandiosa y hermosísima. Esta es un reconocimiento de Cristo, es un afirmación de quién es El. Es, además, esta enunciación, uno de los pasajes del evangelio de san Juan junto con el prólogo, en donde explícitamente se proclama la divinidad de Cristo. Dado el lento proceso de los apóstoles en ir valorando en Cristo su divinidad hasta la gran clarificación de Pentecostés, sin duda la frase es una explicitación de san Juan a la hora de la composición de su evangelio. Pero supone el acto de fe de Tomás.

5.9  “AHORA CREES, PORQUE ME HAS VISTO.”

Tomás fue reprochado, no porque el ver para creer sea malo, sino por haber rechazado el testimonio de los otros apóstoles que vieron. Para creer hay que verlo directamente, como los apóstoles, o indirectamente, como nosotros, que nos apoyamos en el ver y en la predicación solemne y pública de los apóstoles.

La fe es un don de Dios, pero tiene también sus bases humanas, como es el estudio y el testimonio de los testigos.

Este Evangelio nos enseña una lección de fe y, nos invita a no esperar signos visibles para creer. Pero también es comprensible que Tomás quisiera experimentar por sí mismo, del mismo modo como nos gusta a nosotros experimentar por nosotros mismos, porque a Cristo se le debe experimentar en primera persona. Es cierto que la ayuda de los amigos como los consejos de nuestro director espiritual son válidos, pero al final solo depende de nosotros mismos dar ese gran paso a la fe, y entregarnos con toda confianza a los brazos del Señor.

El Señor permite a Tomás esta experiencia, se aparece a los apóstoles e inmediatamente le habla, me imagino la emoción de Tomás al verle, tal vez entristecido por haber dudado, pero al mismo tiempo agradecido por este actitud de Cristo y, así, él hace ese hermoso reconocimiento a la divinidad de Jesús con esta hermosa oración de alabanza: “Señor mío y Dios mío.”

5.10  ¡FELICES LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO!

Dice el Señor: ¡Felices los que creen sin haber visto! La respuesta de Cristo a esta confesión de Tomás acusa el contraste, se diría un poco irónico, entre la fe de Tomás y la visión de Cristo resucitado, para proclamar bienaventurados a los que creen sin ver. No es censura a los motivos racionales de la fe y la credibilidad, como tampoco lo es a los otros diez apóstoles, que ocho días antes le vieron y creyeron, pero que no plantearon exigencias ni condiciones para su fe, ya que ellos no tuvieron la actitud de Tomás, que se negó a creer a los testigos para admitir la fe si él mismo no veía lo que no sería posible verlo a todos, ni por razón de la lejanía en el tiempo, ni por haber sido de los elegidos por Dios para ser testigos de su resurrección (Hech  2:32; 10:40-42). Es la bienaventuranza de Cristo a los fieles futuros, que aceptan, por tradición ininterrumpida, la fe de los que fueron elegidos por Dios para ser testigos oficiales de su resurrección y para transmitirla a los demás. Es lo que Cristo pidió en la Oración Sacerdotal: No ruego sólo por éstos (por los apóstoles), sino por cuantos crean en mí por su palabra” (Jn 17:20).

Cristo es "nuestra paz" (Ef 2, 14), la Paz de Cristo Resucitado para todos

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

II DOMINGO DE PASCUA, CICLO B

Publicado en este link: PALABRA DE DIOS


Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén

Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica: Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol.

www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

…..

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

………