Reflexión desde las Lecturas del 2° Domingo Tiempo Ordinario Ciclo B

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


 

1.    UNA EXPERIENCIA CONTAGIOSA

“Este es el Cordero de Dios”. Todo empieza con un testimonio. La fe de los discípulos y el hecho de que sigan a Jesús es consecuencia del testimonio de Juan. Así de sencillo. ¡Cuántas veces a lo largo de nuestra vida tenemos oportunidad de dar testimonio de Cristo! En cualquier circunstancia podemos indicar como Juan, con un gesto o una palabra, que Cristo es el Cordero de Dios, es decir, el que salva al hombre y da sentido a su vida. El que muchos crean en Cristo y le sigan depende de nuestro testimonio, mediante la palabra y sobre todo con la vida.

“Vengan y lo verán”. El testimonio de Juan despierta en sus acompañantes el interés por Jesús; sienten un fuerte atractivo por Él. Por eso le siguen. Jesús no les da razones ni argumentos. Simplemente les invita a estar con Él, a hacer la experiencia de su intimidad. Y esta fue tan intensa que se quedaron el día entero y san Juan, muchos años más tarde recuerda incluso la hora –“hacia las cuatro de la tarde”–. También nosotros somos invitados a hacer esta experiencia de amistad con Cristo, de intimidad con Él. Venid y lo veréis. “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 34,9).

“Lo llevó a Jesús”. La experiencia de Cristo es contagiosa. El que ha experimentado la bondad de Cristo no tiene más remedio que darla a conocer. El que ha estado con Cristo se convierte también él en testigo. Pero no pretende que los demás se queden en él o en su grupo, sino que los lleva a Cristo. La actitud de Andrés nos enseña la manera de actuar todo auténtico apóstol: “Hemos encontrado al Mesías”. Y lo llevó a Jesús.

2.    PRIMERA LECTURA

Dios llama al joven Samuel por su nombre, para encomendarle una misión especial.

Lectura del primer libro de Samuel. 1Sam 3, 3-10. 19

Samuel estaba acostado en el Templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: “Aquí estoy”. Samuel fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy, porque me has llamado”. Pero Elí le dijo: “Yo no te llamé; vuelve a acostarte”.

Y él se fue a acostar. El Señor llamó a Samuel una vez más. Él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy, porque me has llamado”. Elí le respondió: “Yo no te llamé, hijo mío; vuelve a acostarte”.

Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada. El Señor llamó a Samuel por tercera vez. Él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy, porque me has llamado”. Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel: “Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque tu servidor escucha”. Y Samuel fue a acostarse en su sitio. Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: “¡Samuel, Samuel!”. El respondió: “Habla, porque tu servidor escucha”.

Samuel creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras.

Palabra de Dios.

2.1  SAMUEL AÚN NO CONOCÍA AL SEÑOR, Y LA PALABRA DEL SEÑOR TODAVÍA NO LE HABÍA SIDO REVELADA

Este relato de la vocación de Samuel nos invita a ponernos a la escucha de Dios. Podríamos aquí recordar aquellos tres imperativos que encontramos al llegar a un cruce por donde pasa el tren: ¡PARE, MIRE, ESCUCHE! Sí, la vocación-misión del profeta nace de la certeza, progresivamente adquirida de que su interpretación de los acontecimientos responde verdaderamente a lo que el Dios de la Vida y de la historia, piensa y quiere y que una misión precisa se deriva de esta certeza, afrontando las rupturas necesarias. Samuel debe elegir y siente la fuerza de Dios como palabra que ha de comunicar. Él no buscó la Palabra, sino que ésta lo buscó a él, y lo encontró, abierto, receptivo y vigilante. Por eso fue su comunicador.

Elí dormía en su lugar, dentro o en una dependencia muy cercana al lugar sagrado; Samuel estaba en el recinto sagrado, en los alrededores del arca, no lejos del sumo sacerdote. Era bien entrada la noche, pero la lámpara o candelabro que ardía ante el tabernáculo no estaba apagada todavía (Ex 27:20; Lev 24:3). Tres veces habló la voz misteriosa, pero no sospechó Samuel que fuera Dios el que le llamaba, porque Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada”.

En un principio tampoco Elí sospechó que aquella voz podía ser de Dios. Dios se revela e imparte sus órdenes junto al arca de la alianza (Ex 25:22; Is c.6). El autor sagrado presenta al Señor morando en el santuario (Ex 25:8; Lev 26:12; 1 Re 6:17), trasladándose del lugar donde habitaba a la dependencia de Samuel. La última vez el Señor fue adonde se encontraba Samuel, se detuvo en su camino y, como otras veces, llamó, sin manifestarse. Por respeto no pronuncia Samuel el nombre del Señor.

3.    SALMO

En respuesta al llamado del Señor, el salmo es un canto de confianza y entrega a la voluntad de Dios. Entre los versos 2 al 12, este salmo es una acción de gracias individual, del 12 en adelante es una súplica de auxilio. La liturgia de hoy, sólo toma algunos versos de la primera parte, la cual es de acción de gracias, supone la liberación de un peligro de muerte gracias a la intervención providencial de Dios (ver versos del 2 al 5), y, en consecuencia, el salmista entona un himno eucarístico, invitando a los oyentes a adherirse al Señor, que protege a sus fieles, y recordando los favores que otorga a los suyos (ver versos del 4 al 6). Más que ofrecer sacrificios de acción de gracias, el Señor prefiere que se publiquen sus bendiciones y se acate su voluntad (ver versos del 7 al 11).

R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Sal 39, 2. 4. 7-10

Esperé confiadamente en el Señor: Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor.

Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. R.

Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: “Aquí estoy”. R.

“En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón”. R.

Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor. R.

3.1  LA LIBERACIÓN DE UN PELIGRO DE MUERTE (1-3).

“Esperé confiadamente en el Señor: Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor” El salmista se refiere a una situación de peligro para su vida, sin determinar si se trata de una enfermedad grave o un accidente mortal. Por otra parte, no alude, como en otros salmos, a amenazas de muerte de parte de sus enemigos. El Señor acudió a su súplica cuando se hallaba al borde del abismo. Se consideraba ya en el sepulcro u horrible hoya, que describe como charca fangosa o cisterna en la que se echaba a los prisioneros. “Y me sacó de una horrible hoya, de fangosa charca. Y afirmó mis pies sobre roca y afianzó mis pasos”. (v.3)  La situación parecía desesperada, pero intervino la mano protectora del Señor, y al punto su vida se cambió, y del peligro pasó a la máxima seguridad, pues el Señor afirmó sus pies sobre roca, afianzando sus pasos. La semejanza es corriente en la literatura salmódica, y refleja bien la situación del náufrago que, después de nadar, encuentra la salvadora e inconmovible roca, o el perseguido por los enemigos que al fin llega a una prominencia rocosa, desde donde los domina como desde ciudadela inaccesible. El salmista se siente seguro, y sus pies no vacilan en el suelo fangoso, sino que sus pasos se afianzan, caminando por superficie firme como las rocas.

3.2  HIMNO DE ACCIÓN DE GRACIAS (4-6).

“Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios”. La liturgia sólo toma el cuarto versículo. La liberación súbita del peligro de muerte por obra del  Señor hace que se vea forzado a entonar un cántico de alabanza en su honor. En su entusiasmo quiere que se asocien a su desahogo lírico los que le rodean, los cuales se han de ver sobrecogidos de temor reverencial ante el que obra tales prodigios; y también los invita a confiar en Él. El salmista tiene siempre un sentido comunitario de solidaridad de los que pertenecen al pueblo de Yahvé, y anhela el reconocimiento por parte de todos de sus beneficios a favor de uno de ellos, en este caso el propio salmista. Por eso habla en plural: nuestro Dios. El caso suyo es uno de tantos en que se refleja la particular providencia que Dios tiene de los que a Él se confían. Por eso considera bienaventurado al que tiene confianza ciega en Dios, apartándose de lo que dicen los apóstatas o ateos prácticos, que no admiten la providencia divina en la vida de los hombres y, en su soberbia, se permiten afirmar mentirosamente que sólo su poder basta para gobernarse en la vida.

El salmista — frente a esta actitud de autosuficiencia y de orgullo — declara que muchas veces ha sido testigo de las maravillas y prodigios que reflejan los designios salvadores y benevolentes de Dios hacia los suyos. Son tantas que no es posible anunciarlas todas.

3.3  DIOS SE AGRADA MÁS EN LA OBEDIENCIA QUE EN LOS SACRIFICIOS (7-11).

Al expresar la acción de gracias, normalmente el fiel israelita ofrecía sacrificios específicos en reconocimiento al favor recibido del Señor. El sacrificio característico de acción de gracias se componía de un sacrificio “pacífico y una oblación”. El salmista en este caso los considera innecesarios, pues cree que Dios exige ante todo obediencia y conformidad a su Ley. Bajo este aspecto no hace sino hacerse eco de la predicación de los grandes profetas: “Cuando saqué de Egipto a vuestros padres, no fue de holocaustos y de sacrificios de lo que les hablé ni lo que les mandé, sino que les ordené: oíd mi voz y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo...” (Jer 7:21-22. — 20 Sam 15:22. — 21 Os 6:6). Es el comentario a la famosa frase de Samuel: “¿No quiere mejor Dios la obediencia a los mandatos que no los holocaustos y las víctimas? Mejor es la obediencia que las víctimas.” (Sam 15:22) Los sacrificios y ofrendas materiales poco valen si no van acompañadas de la entrega íntima del corazón del oferente a los preceptos, que es la expresión de la voluntad divina. Es lo que enfáticamente declara el profeta Oseas: “Prefiero la misericordia al sacrificio, y el conocimiento de Dios al holocausto.” (Os 6:6) El salmista acepta esta doctrina y declara que el Señor le ha sugerido lo mejor, dándole oído abierto, es decir, docilidad a sus preceptos — expresión de su voluntad —, lo que prefiere a los holocaustos y sacrificios expiatorios, que pueden ofrecerse sin compunción de corazón y sin ánimo de seguir su Ley.

Conforme a esta exigencia de Dios, el salmista se ofrece para secundar sus indicaciones: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.. Con toda generosidad se ofrece, como en otro tiempo al pequeño Samuel, para seguir sus preceptos tal como está escrito en el rollo del libro de la Ley; está totalmente a su disposición para hacer su complacencia. San Pablo aplica estas palabras a Cristo, Sacerdote y Mediador por los seres humanos, citándolas según la versión de los LXX: “Por lo cual, entrando en este mundo, dice: No quisiste sacrificios y oblaciones, pero me has preparado un cuerpo (el TM del salmo: “me has perforado los oídos”). Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: Heme aquí que vengo — en el volumen del libro está escrito de mi (TM: “me está prescrito”) — para hacer, ¡oh Dios! tu voluntad.” Es uno de tantos textos acomodaticios traídos en la argumentación de la Epístola a los Hebreos según la versión de los LXX. La fuerza argumentativa es válida para los lectores que admitían la versión de los LXX como auténtica.

“En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón”

El salmista declara su plena adhesión a la voluntad divina al decir que lleva la Ley escrita en lo más profundo de sus entrañas. Es el cumplimiento del mandamiento deuteronómico: “Llevarás muy dentro de tu corazón todos estos mandamientos que yo hoy te doy.”

4.    SEGUNDA LECTURA

San Pablo enseña que el cristiano ha de asumir positivamente la sexualidad de acuerdo con el plan de Dios.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto. 1Cor 6, 13-15. 17-20

Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con su poder. ¿No saben acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. Eviten la fornicación. Cualquier otro pecado cometido por el hombre es exterior a su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.

Palabra de Dios.

4.1  ¿NO SABEN ACASO QUE SUS CUERPOS SON MIEMBROS DE CRISTO?

Los corresponsales de Pablo han interpretado mal uno de sus adagios: “Todo me está permitido”, y los libertinos lo han usado para justificar sus excesos. Pablo aprovecha la ocasión para recordar el valor y el sentido profundo del cuerpo y de la sexualidad.

Para el Apóstol la sexualidad compromete toda la persona en su relación afectiva con el otro; por eso, ella es directamente afectada por la unión con Cristo, lo mismo que el cuerpo, que pertenece al Señor, y que debe llegar a ser lo que es: Templo del Espíritu Santo. Por esta razón urge al hombre creyente o ateo, consciente de su dignidad, derechos y deberes luchar contra la fornicación, que tanto, en tiempos de Pablo como en nuestros días, es un capítulo de explotación del hombre por el hombre, que destruye la ecología humana y social.

Aunque ya había aludió antes al pecado de fornicación, enumerándolo entre los que excluyen del reino de Dios (cf. V.9), el Apóstol insiste ahora en él de una manera especial, dado que entre los gentiles la fornicación era considerada generalmente como algo indiferente y lícito (cf. Hechos 15:29), y no era fácil a los recién convertidos despojarse de esa vieja mentalidad. Tres son las afirmaciones fundamentales del Apóstol: la fornicación no es cosa indiferente “El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo.”, es un ultraje a Cristo; ¿No saben acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo?”, es un ultraje al Espíritu Santo: ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios?”. Imposible razonar con más profundidad y elevación. Todo era necesario para imponer una moral totalmente ignorada en el paganismo.

Sigue ahora, más en detalle, la explicación de esa nuestra pertenencia a Cristo, con lo que se pone más aún de manifiesto la monstruosidad que en sí mismo incluye el pecado de fornicación. Cometemos, dice el Apóstol, un grave ultraje a Cristo, del que somos miembros, cuyos derechos sobre nosotros violamos al prostituirnos a una meretriz, formando “un cuerpo con ella los que formábamos un espíritu con Cristo; “El que se une al Señor se hace un solo espíritu con él.”.

4.2  NO SABEN QUE SUS CUERPOS SON TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO

San Pablo nos da como argumento; ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo” y con la fornicación profanamos ese templo. No es clara la frase de que cualquier pecado que cometa el hombre, a excepción del de fornicación; “Cualquier otro pecado cometido por el hombre es exterior a su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo”, pues hay otros pecados, como, la embriaguez o el suicidio, de los que parece que podría decirse lo mismo que del de fornicación. Quizás el Apóstol hable así, tratando de dar a entender que con la fornicación se peca de modo especial contra el propio cuerpo, en cuanto que entregamos a una meretriz lo que es pertenencia de Cristo.

La expresión final; “y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.” es emocionante. No nos pertenecemos, incluso en el cuerpo, llamado también a un destino eterno. Gran dignidad la del cuerpo cristiano, al que San Pablo coloca en la misma línea de redención y elevación que todo el hombre.

5.    EVANGELIO

El ejemplo de los primeros discípulos es aleccionador: buscaron a Jesús y respondieron a su llamado. Juan nos cuenta cómo dos de sus amigos descubrieron al Maestro y lo siguieron, despertando a su vez la vocación de Simón, apodado Pedro por Jesús. El Maestro ejerce una atracción sobre los dos discípulos del Bautista, al ser presentado como el “Cordero de Dios”. En cuanto a las actitudes esenciales del discípulo, Juan las define con los verbos “seguir” y “buscar”. Cristo nos sale al camino, pero no se nos impone. Eso sí, se deja seguir, y cuando le preguntamos dónde vive, responde claramente: “Vengan y vean”. La expresión “seguir a Jesús”, tiene para Juan una resonancia que va más allá de esta tierra: se necesita “seguir el camino” para llegar algún día allí donde “mora” Cristo: la “casa del Padre” donde todos los discípulos de Jesús alcanzarán un día su gloria.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Jn 1, 35-42

Estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: “Éste es el Cordero de Dios”.

Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué quieren?”. Ellos le respondieron: “Rabbí –que traducido significa Maestro– ¿dónde vives?”. “Vengan y lo verán”, les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”, que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas”, que traducido significa Pedro.

Palabra del Señor.

5.1   AL OÍR QUE ERA EL CORDERO DE DIOS SIGUIERON A JESÚS

Nuevamente, la escena es situada cronológicamente al día siguiente, es un relato algo esquemático, pero muy atractivo. El Bautista tiene ante sí una sí una concurrencia que no se precisa, posiblemente  gentes que venían a su bautismo. Sin embargo, se detalla que con él estaban dos de sus discípulos. Es conocido a través de los evangelios la existencia de un círculo de discípulos del Bautista. Ante ellos, el Bautista, viendo que Jesús pasaba por allí cerca, fijó los ojos en El, y testificó ante estos discípulos que era el Cordero de Dios. Esta testificación ante estos dos discípulos parece ser un indicio de que éstos no estaban con él cuando testificó lo mismo ante una asistencia sin denominación, ya que, al mostrarlo así como el Mesías, le hubiese, probablemente, seguido entonces.

Al punto de oír proclamar al Bautista a Cristo como el Cordero de Dios siguieron a Jesús. Seguir a uno, ir detrás de, era sinónimo, en los medios rabínicos, de ir a su escuela, ser su discípulo. La forma de aoristo en que se encuentra el verbo, lo siguieron, lo mismo que el simbolismo intentado por el evangelista en la redacción de sus relatos históricos, parece sugerir, más que el hecho de una curiosidad por conocer al Mesías, al haberse hecho sus discípulos (Mt 4:18.19.22 par.; Jn 1:43). Es además, un doble sentido que tiene el verbo seguir en este relato de San Juan. Podría haber también en ello una anticipación de este primer contacto, conjugado con la vocación definitiva y elección oficial, que narran los sinópticos y omite Juan. Lo mismo puede decirse de las otras vocaciones aquí narradas.

5.2   “¿QUÉ BUSCÁIS?”

Conociendo Cristo, al volverse, que le seguían, pero un seguirle que le hizo saber que le buscaban a Él, les preguntó: “¿Qué buscáis?”

Le dijeron: “Rabí,” y el evangelista, interpretándolo para sus lectores asiáticos, lo vierte: “que quiere decir Maestro, ¿dónde vives?” El título de rabí o maestro de la Ley sólo lo tenían oficialmente los rabís que lo habían recibido de la autoridad religiosa después de un largo aprendizaje de años. Pero todo el que tenía discípulos era llamado rabí. Se lo usa como título de cortesía. Frecuentemente aparece Cristo llamado así por diversas gentes (Mt 17:24, etc.).

Aquellos discípulos del Bautista requerían tiempo y profunda intimidad en lo que querían tratar con él. No era oportuno tratarlo allí entre las afluencias que venían al bautismo de Juan. ¿Sería ello un indicio de ofrecimiento indirecto a seguirle como discípulos? Se diría lo más probable. Pues viviendo en un círculo de orientación al Mesías, bajo la dependencia del Bautista, se explicaría bien que, al ser mostrado por éste, se quisieran incorporar a lo que orientaba su vida de discípulos de Juan. La respuesta de Cristo fue: “Vengan y lo verán”, Era la fórmula usual en curso: “Ven y ve, “tanto en el medio bíblico (Sal 46:9) como en el neotestamentario (Jn 1:46; 11:34) y rabínico.

5.3    ESTOS DISCÍPULOS FUERON Y SE QUEDARON CON EL

Ante esta invitación, estos discípulos fueron y se quedaron con El aquel día. Y se señala que era como la hora décima.

Su morada debía de ser una de aquellas cabañas improvisadas, de cañas y follaje, en que pasar la noche.

La hora décima era sobre las cuatro de la tarde. Los judíos dividían el día en doce horas (Jn 4:6.52; 19:14), aunque vulgarmente, por dificultad de precisar estas horas, solían dividirlo en cuatro períodos u horas. Si esta escena tiene lugar uno o dos meses antes de la Pascua que cita luego (Jn 2:13ss), sería en febrero-marzo, en que el sol se pone unas dos horas después de la hora citada. En Jerusalén, la puesta del sol del 7 de abril, como se dice a propósito de la muerte de Cristo, es a las 6:23. Conforme a las costumbres de Oriente, hubieron de pasar aquella noche con El, pues ya declinaba el día (Lc 24:29).

El evangelista da el nombre de uno de estos dos discípulos del Bautista. Era Andrés, hermano de Simón Pedro.

5.4  ¿QUIÉN ERA EL OTRO DISCIPULO?

Del otro no se da el nombre. ¿Quién era? A partir de San Juan Crisóstomo  se suele admitir, generalmente, que se identifica con el otro discípulo anónimo del que se dice varias veces en este evangelio que era el discípulo al que amaba el Señor. A esto suelen añadir la vivacidad del relato, el fijar la hora en que sucedió; todo lo cual indicaría un testigo ocular. El anonimato en que queda sería como el signo que indica al autor mismo. Pero no puede decirse que sean razones decisivas.

Otra tendencia moderna tiende a identificarlo con el apóstol Felipe. Este y Andrés aparecen juntos en algunas listas apostólicas (Mc 3:18; ti. Hechos 1:13). En el cuarto evangelio, Felipe aparece frecuentemente al lado de Andrés (Jn 6:5-9; 12:20.21). Sin embargo, el encuentro que tiene al otro día Cristo con Felipe, al que manda seguirle,  hace difícil esto (v.43).

5.5  “HEMOS ENCONTRADO AL MESÍAS, QUE TRADUCIDO SIGNIFICA CRISTO”

Tal como comentaba al principio, el relato es esquemático, porque faltan detalles,  la ausencia del lugar geográfico y tema de aquella conversación, lo que si queda claro son tres acciones, se sigue a Cristo, se va donde él está y se queda con EL.

A esto llevaría también la pregunta de Cristo: “¿Qué quieren?” Se le llama aquí Rabí, y se le interpreta Maestro. Sería, en evocación del A.T., Cristo-Sabiduría, que llama a los hombres a sí para enseñarles. A esta pregunta de Cristo se respondería por estos dos discípulos, máxime si Felipe era el otro que fue a hablar con Cristo: “Hemos” encontrado al Mesías (v.41). Sería el tema del A.T., realizado ahora por Cristo: hay que buscar la Sabiduría para encontrarla.

El hermano de Pedro, Andrés, después de venir de estar con Cristo, encontró a Pedro. La presentación que de Cristo hizo el Bautista a Andrés, como el Cordero de Dios,  fórmula mesiánica, y la confirmación que de su mesianismo tuvo en su conversión, le hizo volcarse, con todo el ardor de su nueva fe y con el fuego de su temperamento Galileo, en entusiasmo y apostolado. Y, al encontrar a Pedro, le dijo con plena convicción: “Hemos encontrado al Mesías.” Y el evangelista vierte el término para sus lectores griegos: “que significa decir el Cristo.”

5.6    AL LLEGAR A SU PRESENCIA, CRISTO LE MIRÓ FIJAMENTE

Pero no quedó su fe en esta sola confesión. Andrés le condujo a Jesús. Al llegar a su presencia, Cristo le miró fijamente. Este verbo significa aquí un mirar profundo de Cristo, con el que sondea el corazón de Pedro y lo sabe apto para el apostolado y para la misión pontifical que le comunicará. Es el “mirar” de Cristo, con el que descubrirá en seguida a Natanael un misterio de su vida.

Y, mirándole así, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas”, que traducido significa Pedro.”

El nombre de Simón era usual en Israel. Pero aquí le dice que es hijo de Juan mientras que en Mt le dice ser hijo de Jonás (cf. Mt 16:17).

El nombre de Cefas corresponde al arameo Kepha, roca, piedra. En Mc (3:16) y Lc (6:14), Cristo le da a Simón el nombre de Pedro al hacer la institución de los apóstoles en el sermón del Monte. En cambio, en Mt, en la lista de los apóstoles, se habla de “Simón, llamado Pedro” (Mt 10:2). Este anuncio del cambio de su nombre que se hace aquí ahora en este pasaje del cuarto evangelio.

5.7    HABLA DE JESÚS A SU DISCÍPULOS Y SE LOS MUESTRA

Juan Bautista se nos muestra en este evangelio como un hombre generoso y no egoísta, habla de Jesús a sus discípulos y se los muestra, con esta acción los impulsa a seguirlo. Así como los discípulos de Juan siguieron a Jesús, nosotros también podemos seguirlo y convertirnos en sus discípulos. Pero no es suficiente con seguir a Cristo, es preciso convertirse de discípulo a apóstol para darlo a conocer y mostrársele a los demás, con nuestro testimonio de vida, con nuestras acciones, con nuestras palabras.

No tengamos miedo, Jesús se deja apreciar por todo aquel que lo quiere seguir, por todo aquel que lo busca, vayamos a Él con sencillez y Él nos hará sentir su Espíritu, nos llenara de su gracia, y seguro que saldremos entusiasmados, como Andrés a invitar a otro para que le conozca.

El Señor les Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Segundo Domingo del Tiempo Ordinario

Publicado en este link: PALABRA DE DIOS


Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén

Algunos conceptos están tomados de los comentarios a los Evangelios por Manuel de Tuya, O. P.

Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica: Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol.

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