Reflexión desde las Lecturas del VI Domingo de Pascua, Ciclo A

 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.    NOS DA EL ESPÍRITU

“Y Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes”  

El tiempo pascual está en dirección hacia Pentecostés. Cristo glorificado ha sido constituido “Espíritu vivificante” (1 Cor 15, 45), donador permanente del Espíritu que da la vida. Por eso hemos de desear crecientemente el gran Don de Cristo Resucitado, acercándonos a Él sedientos (Juan 7,37).

“Ustedes, en cambio, lo conocen, porque El permanece con ustedes y estará en ustedes”

Esperamos una acción más abundante del Espíritu Santo en nosotros, pero ya está en nosotros; más aún, está “siempre”. Por ello podemos tener experiencia de su acción en nosotros. ¿Quién dijo que es difícil la relación con el Espíritu Santo? Podemos relacionarnos con Él y experimentar su acción. Es Defensor. Nos defiende del pecado y del Maligno. Por eso no tiene sentido “estar a la defensiva”. Se trata más bien de abandonarse a su acción, de entregarse dócilmente al impulso omnipotente del Espíritu: “Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu” (Gálatas 5,25), pues “si vivís según el Espíritu no daréis satisfacción a las apetencias de la carne” (Gáatas 5,16).

Es también Espíritu de la verdad, porque nos revela a Cristo, que es la Verdad, nos ilumina para conocerle, nos mueve a amarle, a seguirle, a cumplir sus mandatos, a dar la vida por Él. Nos libra del error de nuestra ceguera natural y de nuestro pecado y nos conduce a la verdad plena, no fragmentaria y parcial, sino total.

“El que me ama, será amado por mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él”.

Es cierto que Cristo es el primero en amarnos y que nos ama de manera incondicional. Pero también es cierto que Cristo se da más plenamente al que va respondiendo a su amor, es decir, al que le busca intensamente, al que desea agradarle en todo, al que cumple su voluntad, al que se entrega sin reservas. A éste, Cristo se le da a conocer, le abre su intimidad, le comunica sus secretos, acrecienta la comunión con él de manera insospechada.

2.    PRIMERA LECTURA Hechos 5-8. 14-17

Felipe toma la iniciativa de evangelizar Samaría, y obtiene grandes frutos, que luego Pedro y Juan aprueban. Evangelizar es un mandato de Cristo, para todos los miembros de la Iglesia.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días: Felipe descendió a una ciudad de Samaría y allí predicaba a Cristo. Al oírlo y al ver los milagros que hacía, todos recibían unánimemente las palabras de Felipe. Porque los espíritus impuros, dando grandes gritos, salían de muchos que estaban poseídos, y buen número de paralíticos y lisiados quedaron sanos. Y fue grande la alegría de aquella ciudad. Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.

Palabra de Dios.

2.1  EN AQUELLOS DÍAS: FELIPE DESCENDIÓ A UNA CIUDAD DE SAMARÍA Y ALLÍ PREDICABA A CRISTO.

Con toda naturalidad, y como sin darle importancia, nos cuenta aquí San Lucas un hecho trascendental en la historia de la Iglesia primitiva, al comenzar ésta a desprenderse del judaísmo para extender su acción por todo el mundo y luego de Judea la evangelización del mundo gentil, para lo que la evangelización de los samaritanos era un primer paso.

Este Felipe que predica en Samaría; “allí predicaba a Cristo” no es el apóstol Felipe que nos relata en Hechos 1:13-14), pues a los apóstoles se les supone en Jerusalén, sino el diácono Felipe, segundo en la lista después de Esteban; “escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor,” etc. (Hechos 6:5). Este mismo Felipe aparece más tarde en Cesárea y es llamado “evangelista”; “entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los Siete, y nos hospedamos en su casa.” (Hechos 21:8). Es posible pensar que probablemente de él recibió San Lucas la información que aquí nos transmite sobre la evangelización en Samaría.

No obstante, no está claro cuál fuera la ciudad de Samaría en que predica Felipe, pues la expresión de San Lucas “En aquellos días: Felipe descendió a una ciudad de Samaría” no lo menciona. La interpretación más obvia es que “Samaría,” indica la región y no la ciudad de tal nombre; ésta, sin embargo, a juicio de muchos autores, quedaría indicada automáticamente bajo la designación “la ciudad,” pues no se ve qué otra ciudad en la región, a excepción de Samaría, la capital, tuviese tanta importancia que pudiese ser designada como la ciudad de Samaría. Quizás entre los judíos no era designada directamente por su nombre, debido a que dicha ciudad se llamaba en aquel tiempo Sebaste (Augusta), nombre que le había sido impuesto por Herodes el Grande en homenaje al emperador Augusto, y ese nombre sabía a idolatría. Era ésta en esa época una ciudad helenista en que la mayoría de sus habitantes eran paganos, y San Lucas en este pasaje trata de darnos la evangelización de los “samaritanos” (cf. v.25) en el sentido judío de la palabra: hermanos de raza y de religión, aunque separados de la comunidad de Israel y considerados como herejes, como se relata en los evangelios. (cf. Mateo 10:5-6; Lucas 9:52-53; Juan 4:9). Pero lo que interesa es el detalle sobre la buena acogida que los samaritanos hacen a Felipe; “Al oírlo y al ver los milagros que hacía, todos recibían unánimemente las palabras de Felipe.” Esto recuerda la que no muchos años antes habían hecho a Jesús, en el episodio de la samaritana; “Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.”  (Juan 4:40).

2.2  “AL LLEGAR, ORARON POR ELLOS PARA QUE RECIBIERAN EL ESPÍRITU SANTO”

Al tener noticia de la predicación de Felipe en Samaría, “los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios”, los Apóstoles “les enviaron a Pedro y a Juan”  y eso mismo sucederá más tarde, al enterarse de la predicación en Antioquía; “y enviaron a Bernabé a Antioquía.”  (Hechos 11:22). No obstante, el que “enviaron a Pedro y a Juan”  no supone, como algunos podrían deducir, ninguna superioridad de Pedro sobre los Apóstoles, sino que indica simplemente que todos los Apóstoles, de común acuerdo pueden haber juzgado conveniente que vayan Pedro y Juan a Samaría para ver de cerca las cosas y completar la obra del diácono Felipe.

Lucas relata que los samaritanos “solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús”, que debe haber sido el  bautismo que administraba Felipe, entonces los Apóstoles  “al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo”, y les impusieron las manos.

Ya en el primer discurso de Pedro, en Pentecostés, se hablaba del “bautismo en el nombre de Jesucristo” y de “recibir el don del Espíritu Santo”; “Pedro les contestó: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

Se puede deducir entonces ese “don del Espíritu” parecía estar unido al bautismo, y no se hablaba para nada de “imposición de manos”; mientras que ahora se establece clara separación entre ambos ritos, y sólo a este segundo se atribuye el “don del Espíritu”; “pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo. (Hechos 16-20).

Algo parecido encontraremos más tarde durante la predicación de Pablo en Efeso (cf. 19:5-6). Lo más probable es que también en el caso de Pedro (Hechos 2:38) el “don del Espíritu” haya de atribuirse no al bautismo, sino a la imposición de manos. Si entonces no se habla de ella, es, probablemente, porque en un principio, cuando comienzan a predicar y bautizar los apóstoles, ese rito iba unido al del bautismo, aunque parece que no tardó en separarse, como vemos en el caso de los samaritanos, debido quizás al hecho de que la misión y poder de “bautizar” se hizo más general, mientras que la de “imponer las manos” debió de seguir bastante restringida (cf. Hechos 8:14-15). Pablo tiene, desde luego, ese poder; “Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y, habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo” (Hechos 19:5), no así el diácono Felipe, por lo que se dice en este relato.

3.    SALMO Sal 65, 1-3.4-7. 16. 20

Este salmo es un himno de alabanza al Señor y una acción de gracias colectiva, el poeta invita a todos los pueblos a alegrarse por las maravillas realizados por el Señor en favor de su pueblo. Recordemos que el paso del mar Rojo y paso del Jordán habían quedado en la épica popular de Israel como símbolo del poder de Dios desplegado en favor del pueblo elegido. También puede haberse cantado por haberles recientemente otorgado la liberación de un poderoso enemigo, esta suposición se basa en que la nación se encontró en diversas ocasiones con amenaza de su existencia como pueblo.

R. ¡Aclame al Señor toda la tierra!

O bien: Aleluya.

Aclame al Señor toda la tierra! Canten la gloria de su Nombre! Tribútenle una alabanza gloriosa, digan al Señor: “Qué admirables son tus obras!” R.

Toda la tierra se postra ante ti, y canta en tu honor, en honor de tu Nombre. Vengan a ver las obras del Señor, las cosas admirables que hizo por los hombres. R.

Él convirtió el mar en tierra firme, a pie atravesaron el Río. Por eso, alegrémonos en El, que gobierna eternamente con su fuerza. R.

Los que temen al Señor, vengan a escuchar, yo les contaré lo que hizo por mí: Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración ni apartó de mí su misericordia. R.

3.1  “¡ACLAME AL SEÑOR TODA LA TIERRA!,

En la entrada, el salmo nos hace una invitación a alabar a Dios, “¡Aclame al Señor toda la tierra!, “Canten la gloria de su Nombre! Tribútenle una alabanza”, como se hace en otras composiciones salmódicas.

El poeta invita a toda la tierra a unirse en la alabanza al Dios poderoso, que obra prodigios admirables. Sus obras reflejan su inmenso poder, ante El tienen que plegarse sus enemigos, es decir, los que se oponen al pueblo de Dios en sus designios providenciales históricos.

3.2  “TODA LA TIERRA SE POSTRA ANTE TI, Y CANTA EN TU HONOR, EN HONOR DE TU NOMBRE”

La omnipotencia divina ha dominado y sometido a los que se oponían a sus designios sobre su pueblo; si ellos quieren subsistir, tienen que humillarse y reconocer su superioridad, halagándole para atraer su benevolencia. La expresión está tomada de la costumbre de adular los pueblos vencidos al vencedor. En realidad, toda la tierra ha sido testigo de los prodigios obrados por el Señor, y, por tanto, también ella — por sus habitantes — debe sumarse a la glorificación de su nombre, es decir, de la manifestación de su gloria entre todas las gentes, ya que su nombre es el símbolo del poder supremo de la divinidad.

3.3  “VENGAN A VER LAS OBRAS DEL SEÑOR”

“Vengan a ver las obras del Señor, las cosas admirables que hizo por los hombres”, son los prodigios del Señor. “Él convirtió el mar en tierra firme, a pie atravesaron el Río. Por eso, alegrémonos en El, que gobierna eternamente con su fuerza”.  Son muchas las gestas de Dios en favor de los hombres — aquí el pueblo elegido —, pero en la épica popular de la historia de Israel destacaban las maravillas del paso del mar Rojo y del Jordán. El poeta recuerda ambos situaciones admirables como prenda de aún mayores o similares actos de protección hacia su pueblo. En realidad, el Señor es siempre el mismo, pues domina por la eternidad, y, en consecuencia, siempre está dispuesto a desplegar su poder contra las gentes que, atacando al pueblo elegido, se oponen a sus designios históricos. Todos los acontecimientos de la historia están sometidos a la marcha impuesta por el Todopoderoso, conforme a su insondable sabiduría.

3.4  “LOS QUE TEMEN AL SEÑOR, VENGAN A ESCUCHAR, YO LES CONTARÉ LO QUE HIZO POR MÍ”

“Los que temen al Señor, vengan a escuchar, yo les contaré lo que hizo por mí: Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración ni apartó de mí su misericordia” Dios escucha la súplica de los que a Él se dirigen. La experiencia de haber sido salvado por el Señor le fuerza a declarar su gratitud hacia El, para que los conciudadanos se acojan a Él en los momentos de angustia. Públicamente, en la asamblea solemne, quiere relatar el beneficio recibido para que sirva de esperanza y estímulo a los que se hallen en similar situación. Canta el salmista “Yo les contaré lo que hizo por mí: Bendito sea Dios”, mostrando su alegría porque Dios le escuchó al ver El la sinceridad de su corazón y por ello se manifestó una vez más su piedad para con sus fieles.

Por todo lo que por nosotros hace también hoy el Señor: ¡Aclame al Señor toda la tierra!

4.    SEGUNDA LECTURA l Ped 3, 15-18

Es mucho mejor sufrir por ser buen os que ser castigados por malos. Cristo, la persona más inocente del mundo, sufrió por hacer el bien y para salvarnos, dejándonos su ejemplo.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pedro.

Queridos hermanos: Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. Pero háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia. Así se avergonzarán todos aquellos que difaman el buen comportamiento que ustedes tienen en Cristo, porque ustedes se comportan como servidores de Cristo. Es preferible sufrir haciendo el bien, si ésta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal. Cristo padeció una vez por los pecados —el Justo por los injustos— para que, entregado a la muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios.

Palabra de Dios.

4.1  “GLORIFIQUEN EN SUS CORAZONES A CRISTO, EL SEÑOR”,

Los que obran el bien pueden contar con la protección divina y todo lo que sufran por la fe les será recompensado con creces (Mateo 5:10-12). De ahí que los promotores del bien no deben temer a nadie: ni a Dios ni a los hombres. Porque “para quien ama a Dios todo coopera al bien.” (Romanos 6:28) Υ si los cristianos tienen que sufrir persecución por la virtud o por la religión que han abrazado, han de considerarse dichosos, porque entonces entran a formar parte de aquellos a los cuales “pertenece el reino de los cielos.” (Mateo 5:10) Así lo ha prometido Jesús en el sermón de la Montaña y lo han repetido los apóstoles. (Mateo 5:10-12)

San Pedro alienta a los fieles a no temer a los perseguidores con los mismos términos que El Señor dirigiera al profeta Isaías para animarlo a no temer las amenazas del rey Ajaz y del pueblo israelita (Isaías 8,12). También Jesucristo recomendaba a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón ni se intimide” (Juan 14:27.) El cristiano no ha de temer, sino más bien santificar y glorificar en su corazón a Cristo Señor; “Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor”, tributándole un culto interno y sincero. Esto nos recuerda la primera petición del Padrenuestro: “santificado sea tu nombre.” (Mateo 6:9); En la cita que hace San Pedro de Is 8:7-13 se atribuye a Cristo el título de Señor, que es dado en el texto del profeta a Dios. De este modo, el apóstol sitúa en el mismo plano de la divinidad a Dios y a Jesucristo, reconociendo claramente la divinidad de este último.

A continuación, Pedro alienta a los fieles al estudio de la doctrina cristiana para que puedan defenderla tanto ante oyentes benévolos como ante adversarios. “Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen” La mejor manera de estar prontos para justificar su fe es viviendo esa fe. Porque los fieles que viven su fe están siempre dispuestos a defenderla en todas partes, incluso ante los tribunales, y, si es necesario, con su propia sangre. San Pedro gusta hablar de la esperanza cristiana, caracterizando la fe o la religión como esperanza. Jesucristo había prometido a sus discípulos una asistencia especial del Espíritu Santo para que pudieran responder como convenía ante los tribunales (Mateo 10:19). Sostenidos por la gracia del Espíritu Santo, los cristianos han de estar siempre prontos a comparecer ante los jueces e incluso a dar razón de su fe ante cualquiera que les pida razón de ella. Pero a condición de que se comporten en su defensa; “Pero háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia” y sin altanería y autosuficiencia, ya que San Pedro sabía, por la experiencia amarga de su negación de Cristo. Sin embargo, han de hacerlo con plena conciencia de que dicen la verdad. De este modo, su conducta recta y su perfecta inocencia constituirán la respuesta victoriosa a las calumnias formuladas contra los cristianos; “Así se avergonzarán todos aquellos que difaman el buen comportamiento que ustedes tienen en Cristo, porque ustedes se comportan como servidores de Cristo”. Así, Llegarán a convencerse de que eran mentiras las calumnias lanzadas contra los fieles. Sabemos que las actas de los mártires están llenas de respuestas sencillas y conmovedoras, pero francas y categóricas, hechas por personas sin ninguna instrucción pero firmemente persuadidas de su fe.

4.2  CRISTO PADECIÓ UNA VEZ POR LOS PECADOS

El sufrimiento tiene en el cristiano un valor y un sentido que no tiene en el pagano. La justicia divina y humana exige que el delito sea reparado. Pero los cristianos deben estar dispuestos a sufrir incluso sin culpa; “Es preferible sufrir haciendo el bien, si ésta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal”, imitando a Jesús, él es nuestro modelo. Porque la resignación a la voluntad divina hacen fácil y meritorio el sufrimiento soportado, incluso injustamente, por amor de Dios.

San Pedro continúa exponiendo la idea del sufrimiento y de su sentido salvador en Jesucristo. El autor sagrado, menciona el ejemplo de Cristo, el cual, siendo inocente, ha padecido y ha muerto para expiar por nuestros pecados. “Cristo padeció una vez por los pecados —el Justo por los injustos”. La pasión y muerte de Cristo han de servir de estímulo a los cristianos cuando sean perseguidos injustamente. Jesucristo murió una vez por los pecados de los hombres, para dar a Dios, ofendido, la satisfacción conveniente. El sacrificio de Jesucristo es único, porque es perfecto y de valor infinito, a diferencia de los sacrificios antiguos, que por su imperfección debían ser repetidos. El Nuevo Testamento insiste en esta unicidad de la muerte y de la resurrección de Cristo. La razón de esta insistencia se ha de buscar en la idea de que el sacrificio de Cristo era absolutamente suficiente, en oposición a la insuficiencia de los sacrificios del Antiguo Testamento, que necesitaban repetirse continuamente. Es así, como San Pedro llama a Jesús el justo.

5.    EVANGELIO Jn 14, 15-21

Dios no nos abandona, sino que está siempre con nosotros en Cristo Jesús, y nosotros correspondemos a ese amor y estamos con Dios si cumplimos sus mandamientos. “Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes”

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque El permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque Yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que Yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y Yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él”.

Palabra del Señor.

5.1  SI USTEDES ME AMAN, CUMPLIRÁN MIS MANDAMIENTOS”

En este relato del discurso de despedida, Jesús ayuda a sus discípulos a entender el sentido y el valor de su ir al Padre, y por todo el amor que les tiene, los reconforta por la pena que esta separación produce en ellos. Esta consolación toma el significado concreto de una salida de sí para adherirse plenamente a la voluntad de Dios. La pascua estará completa si también los discípulos hacen su éxodo como Cristo. El éxodo que deben realizar no es ya de naturaleza geográfica, sino de orden espiritual, y se condensa en una actitud de obediencia, tal como comienza el Evangelio con las palabras de Jesús, “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”. Es así como este relato se desenvuelve bajo el tema del “amor.” Y a los que le aman les aguarda una triple “venida.”

El amor a Jesús no es un sentimiento, sino una vida fiel a su Palabra; tampoco es un sentimiento el amor de Jesús por los hombres. El amor es una persona, es Dios mismo, es el Espíritu Santo, que une al Hijo con el Padre en la eternidad y que ha sido derramado en el corazón de los creyentes (cf. Romanos 5,5).

5.2  JESÚS PROMETE LA “VENIDA” DEL PARÁCLITO EN SU AUSENCIA.

Jesús, rogará al Padre por los que le aman, amor garantizado con cumplir “mis mandamientos,” que son los mandamientos de Dios — Jesús se pone en la línea de Dios encarnado — para que les dé “otro Paráclito.” El sentido de esta última palabra puede ser múltiple, conforme a su etimología En el Ν. Τ. sólo sale en san Juan y en su primera carta tiene el sentido específico de “abogado,” que es el sentido más ordinario, junto con el de “intercesor,” con cuyos sentidos aparece en el literatura rabínica. Pero puede tener otros significados distintos. Para valorar su sentido en este contexto hay dos elementos.

Uno es que Cristo pide al Padre que les dé “otro Paráclito” en su ausencia. Cristo es, pues, un Paráclito. De aquí se deduce una enseñanza dogmática de gran importancia; al ser el Paráclito otro ser al modo de Cristo, se sigue que es una persona y divina y, además, va a sustituir a Cristo en su oficio: continuar, en forma misteriosa, la misión de Cristo en los hombres.

5.3  “ÉL NOS DARÁ OTRO PARÁCLITO PARA QUE ESTÉ SIEMPRE CON NOSOTROS”

Pero el contexto que permite matizarlo más, es el “paralelo” (v.26). Según él, esta misión es “docente.” El Espíritu Santo “les enseñará todas las cosas y les traerá a la memoria todas las cosas que les dije.” Se trata, pues, de una acción del Paráclito en ellos por una sugerencia interna, preferentemente al menos, si no exclusiva, como lo relata más adelante san Juan: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, les guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y les anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Juan 16:13.14), es la enseñanza de Cristo. Por esta obra “docente” es por lo que el Paráclito es llamado aquí “Espíritu de verdad”; lo mismo que por ser el Espíritu de Cristo, que es “la Verdad” (Juan 16:4).

En cambio, el “mundo,” que en Juan suele tener sentido peyorativo, no lo puede “recibir,” porque, sumido en tinieblas y mentira: “Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.” (Juan 3:19), no le “ve ni le conoce.”

Pero a ellos, por la oración de Cristo, el Padre “él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes”

5.4  PROMESA DE LA “VENIDA” DEL MISMO CRISTO

Es así como Cristo promete también “su venida” a los apóstoles y a todo aquel “que recibe mis mandamientos” Como antes, la perspectiva se sale el solo círculo apostólico. Va “a todo aquel” que “recibe” los mandamientos de Cristo — “mis mandamientos”; otra vez se legislan los mismos preceptos de Dios como suyos — y los “guarda.” La fe con obras es tema repetido en el evangelio de San Juan lo mismo que en su primera epístola.

¿A qué se refiere esta “venida” de Cristo después de resucitado? A la parusía no, ya que todos lo verán y será el momento de la definitiva reunión con él.

Y aquí parece haber relación entre el momento de amarle y la presencia en el creyente. Se debe, pues, de referir, si no exclusiva, al menos sí preferentemente, a una “venida” espiritual y permanente. Por eso parecen excluirse de este intento directo las apariciones de Cristo resucitado como se relata en 1 Corintios: “Que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles” etc. 15:6.7), ya que  estas apariciones fueron esporádicas y carismáticas.

5.5  “AQUEL DÍA COMPRENDERÁN QUE YO ESTOY EN MI PADRE, Y QUE USTEDES ESTÁN EN MÍ Y YO EN USTEDES”.

Los efectos o frutos de esta venida se los presenta en dos aspectos. Uno es que “me veréis” porque “Yo vivo y también ustedes vivirán” Siendo Cristo la Vida y no pudiendo hacerse nada “sin Él,” no obstante, después de la resurrección será el momento de la plenitud torrencial de todo tipo de gracias — toda vida espiritual y divina — , que se inaugurará cuando El “envíe” el Espíritu Santo. Él vive después de la tragedia de la muerte, y porque El derrama, normal y totalmente, esa vida es por lo que ellos vivirán colmadamente su vida.

Otro fruto es que “en aquel día,” frase usada en los profetas, con que se expresan las grandes intervenciones de Dios, y que, como aquí, puede indicar todo un período, “Aquel día comprenderán que Yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y Yo en ustedes”.

Por efecto de estas gracias que van a recibirse en abundancia después de Pentecostés — bien lo experimentaron en su plena transformación ese día los apóstoles — , van a comprender por efecto de gracias de todo tipo, iluminaciones intelectuales y experimentaciones sobrenaturales, aunque en grados diversos, lo que tanto les costaba comprender en la vida de Cristo: que “El está con el Padre”; que es el verdadero Hijo de Dios; que “El está con ellos” como Dios y como “Vid,” que les dispensa toda gracia, sin cuya unión a El nada pueden sobre naturalmente; y que “ellos están en El,” por la necesidad de su unión vital de “sarmientos,” y como “miembros” del Cuerpo místico. Y todo, aunque en grados diversos, sabido con certeza y experimentando de un modo íntimo y maravilloso.

5.6  EL QUE RECIBE MIS MANDAMIENTOS Y LOS CUMPLE, ESE ES EL QUE ME AMA

Es el tema de la donación del Espíritu Santo, tan marcado en Juan, hasta decir que “el Espíritu Santo aún no había sido dado porque Jesús no había sido glorificado” (Juan 7:39); lo mismo que por la misión doctrinal con que aquí aparece, y por su paralelo con otros pasajes de este mismo discurso de la cena; “Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.” (Juan 15:26; 16:5-15), esta promesa futura se refiere a la donación oficial del Espíritu Santo en Pentecostés, pero prolongada indefinidamente en la Iglesia y en las almas de los que lo reciben. Esta acción del Paráclito entre ellos: “les enseñará todas las cosas y les traerá a la memoria todas las cosas que les dije.”

En la vida de la Iglesia todo se mueve al son del Espíritu: él es quien ora en los que oran; él es quien guía a la verdad completa; es también él quien mueve al arrepentimiento a los que han caído en pecado y abre los corazones a la conversión; él es quien hace comprender la inefable unidad entre el Padre y Jesús, y quien introducirá en ella a los discípulos. Su presencia es para cada hombre la prenda de la misma vida eterna, de la manifestación plena del rostro de Dios y de la comunión total con él: “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él”.

El Señor nos Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

VI Domingo de Pascua Ciclo “A”


Fuentes Bibliográficas:

www.caminando-con-jesus.org

Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén

Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica: Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol.

Fundación: www.gratisdate.org

www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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