Reflexión desde las Lecturas del VII Domingo de Pascua, Ciclo A

La Ascensión del Señor

 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.    EL SEÑORÍO DE CRISTO

 “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. El misterio de la Ascensión celebra el triunfo total, perfecto y definitivo de Cristo. No sólo ha resucitado, sino que es el Señor. En Él Dios Padre ha desplegado su poder infinito. A san Pablo le faltan palabras para describir “la eficacia de la fuerza poderosa de Dios” por la que el crucificado, el despreciado de todos los pueblos, ha sido glorificado en su humanidad y en su cuerpo y ha sido constituido Señor absoluto de todo lo que existe. Todo ha sido puesto bajo sus pies, bajo su dominio soberano. La Ascensión es la fiesta de Cristo glorificado, exaltado sobre todo, entronizado a la derecha del Padre. Por tanto, fiesta de adoración de esta majestad infinita de Cristo.

Pero la Ascensión es también la fiesta de la Iglesia.  Aparentemente su Esposo le ha sido arrebatado. Y sin embargo la segunda lectura nos dice que precisamente por su Ascensión Cristo ha sido dado a la Iglesia. Libre ya de los condicionamientos de tiempo y espacio, Cristo es Cabeza de la Iglesia, la llena con su presencia totalizante, la vivifica, la plenifica. La Iglesia vive de Cristo. Más aún, es plenitud de Cristo, es Cuerpo de Cristo, es Cristo mismo. La Iglesia no está añadida o sobrepuesta a Cristo. Es una sola cosa con Él, es Cristo mismo viviendo en ella. Ahí está la grandeza y la belleza de la Iglesia: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”. La Ascensión es también fiesta y compromiso de evangelización. Pero entendiendo este mandato de Jesús desde las otras dos frases que Él mismo dice –“Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra – “Yo estaré con ustedes”. Evangelizar, hacer apostolado no es tampoco añadir algo a Cristo, sino sencillamente ser instrumento de un Cristo presente y todopoderoso que quiere servirse de nosotros para extender su señorío en el mundo. El que actúa es Él y la eficacia es suya (Mc 16,20); de lo contrario, no hay eficacia alguna.

2.    PRIMERA LECTURA

El libro de los Hechos narra la Ascensión de Jesús y la promesa de enviar el Espíritu Santo. Jesús no niega que el Reino de Dios tendrá una realización material; pero afirma que a los auténticos discípulos no les es lícito hacer cálculos. La plenitud del Reino vendrá cuando Dios lo quiera y en los momentos menos esperados. En cuanto a la Ascensión se ofrece como respuesta a la pregunta de los apóstoles. Es necesario que el Maestro les sea “quitado”, para que éstos comprendan, al fin, que él es verdaderamente el Señor, que su Reino no es de este mundo, sino que debe construirse aquí y ahora bajo el impulso del Espíritu, y gracias al testimonio misionero, hasta fines de la tierra. A partir de aquí lo que importa es poner manos a la obra y dejar de “quedarse mirando al cielo”.

Lectura de los Hechos de los apóstoles. Hech 1, 1-11

En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: “La promesa”, les dijo, “que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días”. Los que estaban reunidos le preguntaron: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. Él les respondió: “No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”. Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos.

Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”.

Palabra de Dios.

2.1   POR MEDIO DEL ESPÍRITU SANTO

Como hizo cuando el Evangelio, también ahora antepone San Lucas un breve prólogo a su libro, aludiendo a la obra anterior, y recordando la dedicación a Teófilo, personaje del que no sabemos nada en concreto, pero parece ser que sería persona constituida en autoridad.

Está claro, sin embargo, dado el carácter de la obra, que San Lucas, aunque se dirige a Teófilo, no intenta redactar un escrito privado, sino que piensa en otros muchos cristianos que se encontraban en condiciones más o menos parecidas a las de Teófilo. Esta práctica de dedicar una obra a algún personaje insigne era entonces frecuente.

Es de notar la expresión con que Lucas caracteriza la narración evangélica: “todo lo que hizo y enseñó Jesús” como indicando que Jesús, a la predicación, hizo preceder el ejemplo de su vida, y que la narración evangélica, más que a la información histórica, está destinada a nuestra edificación.

También es de notar la mención que Lucas hace del Espíritu Santo, al referirse a las instrucciones que Jesús da a los apóstoles durante esos cuarenta días que median entre la resurrección y la ascensión, y en que se les aparece repetidas veces. Son días de enorme trascendencia para la historia de la Iglesia. De estos días, en que les hablaba del “reino de Dios”, arrancan, sin duda, muchas tradiciones en torno a los sacramentos y a otros puntos dogmáticos que la Iglesia ha considerado siempre como inviolables, aunque no se hayan transmitido por escrito.

Si Lucas habla de que Jesús da esas instrucciones y consignas por medio del Espíritu Santo”,  no hace sino continuar la norma que sigue en el evangelio, donde muestra un empeño especial en hacer resaltar la intervención del Espíritu Santo cuando la concepción de Jesús (Lc 1:15.35.41.67), cuando la presentación en el templo (Lc 2:25-27), cuando sus actuaciones de la vida pública (Lc 4:1-14-18). Es obvio, pues, que también ahora, al dar Jesús sus instrucciones a los que han de continuar su obra, lo haga por medio del Espíritu Santo”. Y hasta pudiera ser que San Lucas se refiera a las dos cosas, instrucciones y elección, hechas ambas por Jesús “por medio del Espíritu Santo”.

2.2   BAUTIZADOS EN EL ESPÍRITU SANTO

“Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios”. Es normal que Jesús, después de su resurrección, aparezca a sus apóstoles, como en el curso de una comida y coma con ellos “En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos”. De esa manera, la prueba de que estaba realmente resucitado era más clara. En una de estas apariciones, al final ya de los cuarenta días que median entre resurrección y ascensión, les da un aviso importante: “les recomendó que no se alejaran de Jerusalén”, que no se ausenten de Jerusalén hasta después que reciban el Espíritu Santo. Quería el Señor que esta ciudad, centro de la teocracia judía, fuera también el lugar donde se inaugurara oficialmente la Iglesia, adquiriendo así un hondo significado para los cristianos. Jerusalén será la iglesia-madre, y de ahí, una vez recibido el Espíritu Santo, partirán los apóstoles para anunciar el reino de Dios en el resto de Palestina y hasta los extremos de la tierra.

Llama al Espíritu Santo “promesa del Padre,” y esperaran la promesa del Padre: “La promesa”, les dijo, “que yo les he anunciado  pues repetidas veces había sido prometido en el Antiguo Testamento para los tiempos mesiánicos (Is 44:3; Ez 36:26-27; Jl 2:28-32), como luego hará notar San Pedro en su discurso del día de Pentecostés, dando razón del hecho (cf. 2:16). También Jesús lo había prometido varias veces a lo largo de su vida pública para después de que él se marchara (cf. Lc 24:49; Jn 14:16; 16:7). Ni se contenta con decir que recibirán el Espíritu Santo, sino que, haciendo referencia a una frase del Bautista (cf. Lc 3:16), dice “ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo”,  es decir, como sumergidos en el torrente de sus gracias y de sus dones 24. Evidentemente alude con ello a la gran efusión de Pentecostés (cf. 11:16), que luego se describirá con detalle (cf. 2:1-4).

2.3   RECIBIRÁN LA FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO QUE DESCENDERÁ SOBRE USTEDES

Los que estaban reunidos le preguntaron: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. La pregunta de los apóstoles de si iba, por fin, a “restaurar el reino de Israel? no está claro si fue hecha “mientras estaba comiendo con ellos”  o más bien en otra reunión distinta, la cosa no es clara, pues la frase “dicho esto” , Lucas narra a renglón seguido la ascensión, por lo que no exige necesariamente que ésta hubiera de tener lugar en el mismo sitio donde comenzó la reunión. Pudo muy bien suceder que la reunión comenzara en Jerusalén y luego salieran todos juntos de la ciudad por el camino de Betania, llegando hasta la cumbre del monte donde habría tenido lugar la ascensión.

La misma pregunta de “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”, parece estar sugerida por la anterior promesa del Señor de que, pasados pocos días, serían “bautizados en el Espíritu Santo”.

No renegaban con ello de su fe en Jesús, antes, al contrario, viéndole ahora resucitado y triunfante, se sentían más confiados y unidos a él. De momento, Jesús no cree oportuno volver a insistir sobre el particular, y se contenta con responder a la cuestión cronológica, diciéndoles que el pleno establecimiento del reino mesiánico, de cuya naturaleza él ahora nada específica, es de la sola competencia del Padre, “No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad”,  Es el Padre quien ha fijado los diversos “tiempos y momentos” de preparación,  inauguración, desarrollo y consumación definitiva.  En tal ignorancia, lo que a ellos toca, una vez recibida la fuerza procedente del Espíritu Santo, es trabajar por ese restablecimiento, presentándose como testigos de los hechos y enseñanzas de Jesús, primero en Jerusalén, luego en toda la Palestina y, finalmente, en medio de la paganismo.

Tal es la consigna dada por Cristo a su Iglesia con palabras que son todo un programa: Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”.

2.3   MIENTRAS JESÚS SUBÍA

Narra aquí San Lucas, con preciosos detalles, el hecho trascendental de la ascensión de Jesús al cielo. “Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos”. Ya lo había narrado también en su evangelio, aunque más concisamente (cf. Lc 24:50-52). Lo mismo hizo San Marcos (Mc 16:19). San Mateo y San Juan lo dan por supuesto, aunque explícitamente nada dicen (cf. Mt 28, 16-20; Jn 21:25).

Parece que la acción fue más bien lenta, permanecían con la mirada puesta en el cielo” pues los apóstoles están mirando al cielo “mientras Jesús subía Evidentemente, se trata de una descripción según las apariencias físicas, sin intención alguna de orden científico-astronómico. Se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco”, estos personajes son dos ángeles en forma humana, igual que los que aparecieron a las mujeres junto al sepulcro vacío de Jesús (Lc 24:4; Jn 20:12).

En cuanto a la nube, “una nube lo ocultó de la vista de ellos”, ya en el Antiguo Testamento una nube reverencial acompañaba casi siempre las teofanías. También en el Nuevo Testamento aparece la nube cuando la transfiguración de Jesús (Lc 9:34-35). El profeta Daniel habla de que el “Hijo del Hombre” vendrá sobre las nubes a establecer el reino mesiánico (Dan 7:13-14), pasaje al que hace alusión Jesucristo aplicándolo a sí mismo (cf. Mt 24:30; 26:64). Es obvio, pues, que, al entrar Jesucristo ahora en su gloria, una vez cumplida su misión terrestre, aparezca también la nube, símbolo de la presencia y majestad divinas.

2.4   ¿POR QUÉ SIGUEN MIRANDO AL CIELO?

Los dos personajes de “vestidos de blanco”, de modo semejante a lo ocurrido en la escena de la resurrección (cf. Lc 24:4), anuncian a los apóstoles que Jesús reaparecerá de nuevo de la misma manera que lo ven ahora desaparecer, sólo que a la inversa, pues ahora desaparece subiendo y entonces reaparecerá descendiendo. “¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”. Alusión, sin duda, al retorno glorioso de Jesús en la parusía, que desde ese momento constituye la suprema expectativa de la primera generación cristiana, y cuya esperanza los alentaba y sostenía en sus trabajos.

Es claro que, teológicamente hablando, Jesús ha entrado en la Vida desde el momento mismo de la Resurrección, sin que haya de hacerse esa espera de cuarenta días hasta la Ascensión. Lo que se trata de indicar es que Jesús, aunque viviera ya en el mundo futuro escatológico, todavía se manifestaba en este mundo nuestro, a fin de instruir y animar a sus fieles.

3.    SALMO 46, 2-3. 6-9

Frente al triunfo de Cristo, el salmo 46 es un canto triunfal, a Dios, rey de toda la tierra. La Iglesia lo aplica a Jesús. Participamos de esta oración, aclamando: “El Señor asciende entre aclamaciones.”

R. El Señor asciende entre aclamaciones.

O bien: Aleluya.

Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el soberano de toda la tierra. R.

El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas. Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey. R.

El Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones; el Señor se sienta en su trono sagrado. R.

3.1   INVITACIÓN A LAS GENTES A RECONOCER LA SOBERANÍA DEL SEÑOR.

Esta composición tiene el aire de un himno de alabanza al Señor, que muestra su majestad y poder sobre todos los pueblos y su protección especial sobre Israel.

El salmista invita a todas las naciones de la tierra a participar en este homenaje solemne al Señor que triunfa sobre todos los pueblos. El poeta escenifica pomposamente el triunfo del Señor, que, después de bajar a la tierra a luchar por su pueblo, sube a su morada celeste entre las aclamaciones de los pueblos del orbe, brillando así su gloria y majestad. Desde allí gobernará sobre todos los pueblos, cuyos príncipes serán sus vasallos. Esta predicción de la sumisión de todos los reyes de la tierra al Señor tiene el sello de las profecías mesiánicas. Los salmistas — como en general los profetas — vivían de la esperanza en el establecimiento de la futura teocracia mesiánica, y por eso su imaginación se dirige constantemente a esta panorámica maravillosa caracterizada por el triunfo total del Señor y el reconocimiento de su soberanía por todos los pueblos.

3.2   EL SEÑOR ES DIOS DE TODOS LOS PUEBLOS

Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría. El Salmista invita a todas las naciones a unirse al triunfo espectacular del Señor como Soberano de todos los pueblos. Es el gran rey no sólo de Israel, sino de todas las gentes. Aquí el salmista aplica este título al Señor, único Señor de los hombres todos.

Porque el Señor, el Altísimo. Para destacar su carácter superior y trascendente se le llama el Altísimo. En la literatura poética arcaizante no es extraño este nombre para designar al Dios de Israel.

Es temible. Aquí se le da, además, el calificativo de temible, pues tiene a disposición la omnipotencia, y nadie puede hacerle frente. La divinidad es concebida como una fuerza temible, que puede dar la muerte al que indignamente se acerque a ella o trate de empañar sus derechos. La misma “santidad” es concebida como una fuerza aislante de lo divino, que lo protege contra toda contaminación indigna. Aquí el salmista da al Señor el calificativo de temible para hacer reflexionar a las naciones que puedan oponerse al reconocimiento de su soberanía de toda la tierra.

Es el soberano de toda la tierra. Si bien El Señor es Dios de todos los pueblos, - y, en consecuencia, todas las naciones y gentes deben reconocer su soberanía-, está particularmente vinculado en los destinos históricos a Israel, que ha elegido como heredad, su parte selecta entre los pueblos; por eso a Él los someterá, poniéndolos a su servicio. Es la concepción nacionalista que encontramos en muchos vaticinios profetices. Los hagiógrafos del A.T., al no tener luces sobre la retribución en el más allá, esperan una era de prosperidad material para la sociedad israelita, tantas veces conculcada y afligida por la invasión de los ejércitos extranjeros. Cuando veían a éstos pasar y dominar su país, surgía, por contraste, la idealización de los tiempos futuros, en que Israel habría de ser la nación soberana sobre todos los pueblos, por ser la heredad particular del Señor del universo.

3.3   EL SEÑOR HA TOMADO POSESIÓN DE SU TIERRA SANTA Y DE SU PUEBLO

Es el orgullo de Jacob o el “primogénito” de Yahvé. La tierra de Canaán fue entregada por decreto divino a Israel, y constituye por eso el orgullo de los descendientes de Jacob. Jeremías pone en boca del Señor estas palabras: “¿Cómo voy a contarte entre mis hijos y darte una tierra escogida, una magnífica heredad, preciosa entre las preciosas de todas las gentes?” Israel, como colectividad nacional, nace en las estepas del Sinaí, y, en comparación con las regiones desérticas de esta península, Canaán resultaba para las mentalidades semibeduinas hebreas como una “tierra que mana leche y miel”. Este país de fertilidad excepcional — que en realidad no podía compararse a la de los pueblos mesopotámicos, fenicios y egipcios — fue cantado por los poetas de Israel como la tierra más deliciosa del orbe; es el orgullo o magnificencia de Jacob. La elección de Israel por Dios se debe al amor que le tuvo, no a los méritos de aquél: Jacob, a quien amo.

El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompeta. El Señor ha tomado posesión de su tierra santa y de su pueblo, como lo hizo al manifestarse sensiblemente el día de la inauguración del templo salomónico; ha descendido a auxiliar a su pueblo en momentos críticos, y ahora se eleva a su morada celeste entre aclamaciones y al son de las trompetas. Durante los primeros tiempos de la monarquía y antes en el desierto, el arca era el símbolo de la presencia del Señor en su pueblo; en torno a ella, la multitud mostraba su devoción al Dios de Israel; cuando procesionalmente subía las gradas del templo, se simbolizaba su entrada triunfal también en la morada celeste, el “cielo de los cielos,” en la cúspide del firmamento, desde donde contemplaba a los hombres y gobernaba los pueblos. El salmista parece ahora aludir a esta entronización solemne del Señor, que asciende, glorificado por las aclamaciones populares, a sus mansión celestial.

3.4   LLEGA LA HORA DE QUE SE LE ACLAME COMO REY DE TODOS LOS PUEBLOS

Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey. El salmista se dirige a Israel y a los príncipes de las naciones que (se han sumado a esta aclamación jubilosa del Dios de Israel, que se eleva majestuoso a tomar posesión de su trono celestial como soberano único del orbe y de los pueblos. El reinado de Yahvé no se limita a Israel, sino que se extiende a las gentes o naciones paganas, y el poeta quiere que éstas reconozcan su soberanía.

El Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones; el Señor se sienta en su trono sagrado. Desde antiguo, su reinado fue reconocido por Israel; pero llega la hora de que se le aclame como Rey de todos los pueblos, cuando se siente en su santo trono celestial para juzgar a todos los seres humanos. Su morada en el templo de Jerusalén es un símbolo de la otra celestial. Idealizando la situación, el salmista presenta ya a los príncipes de los pueblos reunidos en torno al pueblo elegido, el pueblo del Dios de Abraham. Es el cumplimiento de la promesa hecha al gran patriarca de que en él serían bendecidas todas las gentes. En los vaticinios mesiánicos no faltan alusiones a esta adhesión de las naciones a la religión de Israel, formando sus ciudadanos una categoría subordinada a la de los propios israelitas, que serán ciudadanos por derecho propio en la nueva teocracia. Se les admite al culto, pero no constituyen propiamente el “pueblo de Dios,” título reservado a Israel, “primogénito” de Yahvé. El título Dios de Abraham recuerda las promesas hechas al gran patriarca sobre la gloria de su descendencia, multiplicada como las arenas del mar. Los príncipes y grandes le pertenecen y le están sometidos, y bajo este aspecto también están sometidos al pueblo que es su heredad particular entre todas las naciones.

Hoy, domingo de La Ascensión, aclamamos con alegría: ¡El Señor asciende entre aclamaciones!

4.    SEGUNDA LECTURA

En un texto muy bello, san Pablo explica como Dios resucitó y glorificó a Jesús y “lo sentó a su derecha”. San Pablo quiere inspirar nuestra esperanza cristiana que consiste en esperar firmemente la realización de las promesas de Dios al hombre: total liberación y felicidad en Cristo. Se subraya la causa de nuestra esperanza: la promesa ya se realizó en la humanidad de Jesús, que resucitó de entre los muertos.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso. Ef 1, 17-23

Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Éste es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro. Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de Aquél que llena completamente todas las cosas.

Palabra de Dios

4.1   POR ENCIMA DE TODO, CABEZA DE LA IGLESIA”.

Después del himno de triunfo, cantando en panorama de conjunto el plan divino de salud (v.3-14), San Pablo se dirige a Dios Padre para darle gracias por la “fe” y “caridad” de los efesios y pedirle “Que él ilumine sus corazones”, más y más cada día a fin de que entiendan la grandeza de la “esperanza” cristiana; “valorar la esperanza a la que han sido llamados”, esperanza que no puede fallar, pues se apoya en el poder de Dios, tan claramente manifestado en lo realizado con Jesucristo, “Este es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos”. Es de notar que aquí, como en muchos otros lugares, San Pablo se complace en mencionar juntas las virtudes teologales, fundamento de la vida cristiana;

La expresión “el Dios de nuestro Señor Jesucristo” y “el Padre de la gloria”, que pudiera parecer un poco extraña, es muy semejante a la empleada en 2 Cor 1:3, los dos expresiones “de sabiduría y de revelación”, mutuamente se complementan, y están significando un conocimiento íntimo y profundo de Dios y de sus planes de salud, al que el hombre por solas sus propias fuerzas no puede llegar. “Para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados”, aquí san Pablo, no hace sino desarrollar más la misma idea, concretando en la “esperanza” cristiana el objeto de ese conocimiento; con el término “esperanza,” que tiene aquí sentido objetivo, se designa todo el conjunto de bienes de gracia y de gloria al que los cristianos hemos sido “llamados,” y que recibimos en calidad de “herencia,” una vez elevados al plano de hijos adoptivos, “los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos”

Tratando de completar su pensamiento y evitar que nos desalentemos ante las dificultades, San Pablo añade que toda esa gran riqueza de bienes, reservados al cristiano, son obra del “poder” de Dios, “y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza”, cuya extraordinaria eficacia fácilmente puede desprenderse por lo realizado con Jesucristo; “cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo”. Aunque, dentro del contexto general del pasaje, esta exaltación de Cristo es presentada simplemente como un ejemplo que permita formarnos idea del gran “poder” de Dios, San Pablo se complace en irla detallando en un maravilloso crescendo, que culmina con la prerrogativa de haber sido constituido “cabeza” de la Iglesia. Parece que, en la mente de San Pablo, esto es una dignidad superior incluso a la de ser soberano sobre todos los ángeles y tener sujetas a sí todas las cosas; y es que entre cabeza y cuerpo no hay separación y Cristo está unido más íntimamente con los fieles que con los ángeles, hasta el punto de que, en cierto sentido, la Iglesia puede considerarse como elevada al orden mismo hipostático. La expresión “lo hizo sentar a su derecha en el cielo”, es una expresión figurada, tomada de Sal 110:1, con la que se designa el supremo honor conferido a Cristo, superior al conferido a cualquier otro, ya en los cielos, ya en la tierra, como luego se concreta en los versículos siguientes; “elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro. Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia”.

La resurrección, la ascensión, la soberanía de Cristo sobre todas las realidades creadas, manifiestan la supereminente gloria de Dios, que, en él, ha vencido ya a la muerte y a cualquier potencia espiritual que se oponga al designio de la salvación. El miedo ya no tiene razón de ser: Cristo, ascendido a la derecha del Padre, reina desde ahora. Él es la cabeza de toda la creación y, en particular, de la Iglesia, con la que forma una unidad indisoluble.

5.    EVANGELIO Mt 28, 16-20

La entrega de una misión por parte de Jesús siempre conlleva una promesa. Que él siempre cumple. Pero ¿porque muchos de nosotros permanecemos inmóviles, ajenos a la misión? Porque dudamos. Oremos con Pedro: ‘Señor auméntanos la fe”.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Palabra del Señor.

5.1   LOS ONCE DISCÍPULOS FUERON A GALILEA, A LA MONTAÑA DONDE JESÚS LOS HABÍA CITADO

Los once discípulos, cumpliendo la orden del Señor que les transmitió mediante el ángel y las mujeres, van a Galilea, esto puede haber sucedido después de las apariciones en Jerusalén. Lo que está claro es los que dice el evangelio, “a la montaña donde Jesús los había citado”, y puede ser también que el mismo Señor, le hubiera dicho donde reunirse en alguna de sus apariciones en Jerusalén.

Y los cita a la montaña, ¿Cuál?, he leído a autores que suponen el Tabor, aunque el evangelio no lo dice. Sin embargo lo que hay que destacar que muchos sucesos interesantes en los evangelios suceden en la montaña, o el monte, lugar predilecto de Cristo para subir a orar.

5.2   AL VERLO, SE POSTRARON DELANTE DE ÉL

Relata Mateo: “Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron”. Entendemos que en cuanto apareció Cristo se postraron en señal de una profunda reverencia. Pero tenemos algo extraño en el relato: “algunos todavía dudaron”, y suponemos que solo estaban los once, que eran sus íntimos amigos y no otros, porque ellos fueron citados, ya sea por el mensaje de los ángeles a las mujeres o el de Cristo a la mujeres o finalmente porque el Señor solo a los once les había prometido antecederles allí en Galilea.

Llama la atención esto de la duda, porque ya habían visto en otras ocasiones al Señor Resucitado, recordemos que además con cierta pruebas, como mostrarles las manos, los pies con los agujeros de los clavos, en incluso tocarle y comer con ellos.

5.3   PERO EN UN PRIMER INSTANTE, ¿NO ESTUVIERON SEGUROS QUE ERA EL SEÑOR?

Puede suceder también que el relato nos quiere decir que en un primer instante no estuvieron seguros que era el Señor quien se le aparecía, esto también sucede en otros relatos, como por ejemplo después de la multiplicación de los panes, cuando a la noche estaban remando en el lago, vino el Señor “a ellos andando sobre el mar.” Pero ellos, “viéndolo andar sobre el mar, se turbaron y decían: Es un fantasma.” “Y después que Él les dijo quién era, todavía Pedro le dijo: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas” (Mt 14). Otros caso se presenta por ejemplo en el relato de los peregrinos de Emaús o también lo que le sucedió a Magdalena, que pensó que era el hortelano (Jn 20:15). Y en el mismo lago de Genesaret, mientras estaban pescando, se les apareció el Señor y los llamó, pero “los discípulos no se dieron cuenta que era Jesús” (Jn 21:4) hasta posteriormente, y sólo Juan fue el primero en caer en la cuenta (Jn 21:7).

¿No sucede hoy a nosotros lo mismo?, ¿porque dudamos que sea Cristo quien se dirige a nosotros?, En un momento, a los apóstoles no les fue fácil creer en la resurrección de Jesucristo, pero los hechos les dieron mayor firmeza, al comprobar directamente la realidad de los sucesos que estaban presenciando. Ojala que nos demos cuenta siempre de la presencia del Señor en nuestras vidas y para ello, hay que orar siempre para que tengamos mucha fe.

5.4   “YO HE RECIBIDO TODO PODER EN EL CIELO Y EN LA TIERRA”

“Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.” El Señor, nos está manifestando algo muy grande, Él ha recibido toda la autoridad del cielo, dada por el Padre, con plenitud de poder, en el cielo y en la tierra, en el cielo sobre lo celestial y en la tierra sobre toda la humanidad. El evangelista San Juan relata que el Padre le dio poder sobre toda carne, para que (a todos los que Tú le diste) les dé la vida eterna” (Jn 17:2). Cristo Jesús, ejerce poderes divinos, ya que tiene el poder de Dios autoridad sobre todo lo creado y que terminará ejerciéndola en el juicio final (Mt c.25).

Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, les dice el Señor, es una exigencia las que nos hace también hoy Cristo Jesús, ir a predicar el evangelio, y a instruir a todo el mundo sobre sus enseñanzas, para que se hagan sus discípulos.

5.5   “VAYAN Y BAUTICEN”.

Y el Señor dice Bautizar no es solo sumergir, es además lavar, purificar. Es el Bautismo cristiano, que hace nacer de él y del Espíritu y sin él “no se puede entrar en el reino de los cielos” (Jn 3, 3.5.6.7), y San Pablo enseña que el bautismo hace “convivir” con Cristo (Rom 6:4; 6:1-11). Y agrega que este bautismo debe ser en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Algo importante en el encargo que les hace el Señor: “y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado”. ¿Y que nos ha mandado el Señor?: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros. (Jn 13, 34-35)

5.6   YO ESTARÉ CON USTEDES TODOS LOS DÍAS HASTA EL FIN DEL MUNDO

Y también el Señor nos va a asistir, y en forma constante, “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, es decir siempre contamos con su ayuda y su protección para que llevemos adelante la misión que él nos encomienda

Con la orden de Cristo de ir a todos los pueblos, a predicar el Evangelio a todas las gentes, junto con el bautismo, se observa ya el universalismo cristiano en acción entre los gentiles. Este es el gran mandato, es decir la gran misión que nos dio el Señor, que debemos hacer con fidelidad en todos los tiempos y en todas las circunstancias.

Es así como Jesús, envía a sus apóstoles, por todo el mundo, a predicar a todas las gentes de todas las naciones, para que la predicación apostólica, que antes fue rechazada por la soberbia de los judíos, venga en nuestro auxilio. Cuando Jesús dice a todos los pueblos, está diciendo a los creyentes e incrédulos. Porque el que crea y se bautice se salvará. El que no crea se condenará. Porque no basta creer, porque el que cree y no está bautizado todavía, no ha alcanzado aún la salvación, sino imperfectamente.

Así se dirá tal vez cada cual a sí mismo: Yo seré salvo porque he creído. Y así será en efecto, si une las obras a la fe; porque la verdadera fe consiste en que no se contradiga la obra con lo que dice la palabra. “Pero el que no creyere será condenado”. (Mc 15-16)

5.7   EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO

Nos pide Nuestro Señor Jesucristo: “sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado”. El Espíritu Santo, es el que nos hará hablar, predicar y enseñar a cumplir los que nos ha mandado Jesucristo, el mismo Espíritu Santo que habló por los profetas, el que hace escribir y escuchar y dar gracias, el que nos llena de gozo, el que nos da fuerza, luz, consuelo, El que está lleno de bondad, dulce huésped del alma y suave alivio de los hombres.

¡OH mis Tres, mí Todo, me abandono a vuestro amor!.... ¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mí paz, ni hacerme salir de Vos, Oh mi Inmutable, sino que cada momento me sumerja más íntimamente en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta, el lugar de vuestro descanso. Que nunca os deje allí solo sino que permanezca totalmente con Vos, vigilante en mi fe, en completa adoración y en entrega absoluta a vuestra acción creadora. (Beata Isabel de la Trinidad)

 El Señor nos Bendiga

    Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 

VII Domingo de Pascua Ciclo “A”

La Ascensión del Señor


Fuentes Bibliográficas:

www.caminando-con-jesus.org

Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén

Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica: Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol.

Fundación: www.gratisdate.org

www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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