“Cuídense de toda avaricia” Lc 12, 13-21 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
MAESTRO, DILE A MI HERMANO QUE COMPARTA CONMIGO
LA HERENCIA
En aquel tiempo,
hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro,
dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. En este relato,
Lucas pone una introducción histórica, que le da motivo para insertar luego
la parábola sobre la avaricia. Es el único evangelista que la trae. Esta
persona le pide, basado en el prestigio que tenía, más que como un simple
rabí, que intervenga en un asunto familiar. En la Ley se decía
que el hermano mayor, cuando eran dos, llevaría dos partes de la hacienda, y
el menor una (Dt 21:17). Pero, cuando eran más hermanos, los rabinos
resolvían la cuestión de maneras distintas. En la Mishna hay una sección para
las herencias, y que era orientadora para las consultas que les hacían a los
rabinos. Nada se dice aquí si el mayor retenía injustamente la parte del
menor o si, siendo varios, a éste no le satisfacía la solución aceptada según
el criterio rabínico. En todo caso, siempre era un asunto enojoso la
intromisión en partición de herencias, y, sobre todo, Cristo le hace ver que
su misión es otra, no la de arreglar cuestiones materiales. “No quiere
aparentar que aprueba una actitud de absorción por los bienes de este mundo” 2.
UN HOMBRE RICO TUVO UNA GRAN COSECHA Y SE PUSO A
PENSAR
Lucas relata la
parábola de Jesús contra la avaricia. Lo que sugiere en el hermano antes citado
una retención injusta de la hacienda. Jesús nos ilustra con esta parábola de un
rico que sólo se dedica a atesorar riquezas, pensando disfrutar largos años
de buena vida con ellas. Pero la muerte le sobrevino: la avaricia le hizo no
poder disfrutarlas. La palabra “alma” está por vida. Se le llama “insensato”
que en A.T. (Sal 14) se aplica al que, en la práctica, niega a Dios; aquí
absorbido por las riquezas de la vida. Y termina con esta sentencia: “Esto
es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de
Dios”. Este versículo añade un elemento nuevo a la parábola. Esta
hace ver la inutilidad del atesorar para prolongar la existencia, pero aquí
se añade un pensamiento nuevo: la riqueza en función de la vida eterna. Por
eso algunos la tienen por un elemento “adventicio” a la parábola, aunque
tomado de otra sentencia del Señor. 3.
CUÍDENSE DE TODA AVARICIA
Y dirigiéndose a la
multitud, dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la
vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. La avaricia es uno
de los pecados capitales, está prohibido por el noveno y décimo mandamiento.
(CIC 2514, 2534). Es importante en la vida del cristiano saber si este mal,
para no caer en la insensatez. Recordemos que el Señor
nos también nos dice: El que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser
discípulo mío (Lc 14,33) y en el Catecismo Católico, (2536) se dice que el
décimo mandamiento proscribe la avaricia y el deseo de una apropiación
inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de lo
pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de
cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes
temporales: Cuando la Ley nos
dice: "No codiciarás", nos dice, en otros términos, que apartemos
nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del
prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: "El ojo
del avaro no se satisface con su suerte" (Si 14,9) (Catec. R. 3,37) (1
Co 6,10). "No robarás" (Dt 5,19). "Ni los ladrones, ni los
avaros...ni los rapaces heredarán el Reino de Dios" (CC 2450) 4.
EL ANSIA O DESEO DESORDENADO Y EXCESIVO POR LA
RIQUEZA.
La avaricia es el
afán excesivo de poseer y de adquirir riquezas para atesorarlas o la
Inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones. “La avaricia (del
latín "avarus", "codicioso", "ansiar") es el
ansia o deseo desordenado y excesivo por la riqueza. Su especial malicia,
ampliamente hablando, consiste en conseguir y mantener dinero, propiedades, y
demás, con el solo propósito de vivir para eso”. Dice Santo Tomás:
Cuando el amor desordenado de sí mismo se convierte en deseo de los ojos, la
avaricia no puede ser retenida. El hombre quiere poseerlo todo para tener la impresión
de que se pertenece a sí mismo de una manera absoluta. La avaricia es un
pecado contra la caridad y la justicia. Es la raíz de muchas otras actitudes:
perfidia, fraude, perjurio, endurecimiento del corazón. El instinto de
conservación, se manifiesta en esa perversión que no hace más que exagerar el
instinto de economía y ahorro. La avaricia
sobrepasa la precaución y la prudencia; es un vicio espiritual, puesto que ha
dado lugar a la precaución de la precaución, y ambiciona no carecer de nada.
La avaricia es la enfermedad del ahorro. A veces, este pecado es considerado
como una virtud en razón de la modestia de vida del avaro y de su lógica ante
el porvenir. Teólogos y
científicos han observado la psicología del avaro y han comprendido la
perversión moral y psicológica de tal hombre. El avaro se aparta de los
demás, se encierra en sí mismo y se impone una austeridad que va incluso en
contra de sus necesidades vitales. Como menos de lo necesario, pierde horas
de sueño (para velar su fortuna), vive en la obsesión del robo o del
incendio. 5.
¿PARA QUIÉN SERÁN TODOS TUS BIENES?’
El Evangelio (Mt,
6,24) dice “Nadie puede servir a dos patrones: necesariamente odiará a uno y
amará al otro, o bien cuidará al primero y despreciará al otro. Ustedes no
pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero” De acuerdo este relato, el personaje de la parábola es
un rico que, tras haber obtenido una abundante cosecha, decide almacenarla en
unos nuevos y grandiosos graneros, saboreando ya el placer tanto de poseer
muchos bienes como de disponer de muchos años para gozarlos alegremente. Sin
embargo, Dios le despierta de su estupidez haciéndole consciente de que no es
él el dueño de su vida y de que, de un momento a otro (siempre muy pronto),
será llamado a entregarla al Señor. El Señor nos quiere
hacer ver que quien piensa en acumular bienes para enriquecerse en vistas a
un interés sólo personal es un insensato, porque es ante Dios, realizando el
precepto del amor, como se enriquece el hombre. En efecto, sólo dando es como
nos enriquecemos del amor de Dios y de su premio eterno. Jesús nos ha
recomendado que no acumulemos tesoros en la tierra, sino en el cielo, y nos
ha hecho conscientes de que allí donde consideremos que está nuestro tesoro,
allí estará constantemente nuestro corazón (cf. Mt 6,19ss). En consecuencia,
es importante que, especialmente en las profundidades del corazón, nos
mantengamos libres de los “apetitos de la carne” que nos llevan a este
desordenado instinto de la ambición. Cristo
Jesús, vivan en nuestros corazones. Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant XVIII
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C |
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