CRITICANDO AL PRÓJIMO,
UNA PÉSIMA MANERA DE CONVIVIR
Autor: Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant
El Rumor, es un ruido
confuso de voces que corre entre las gente propagando por lo general una
noticia o comentario con los que se pretende murmurar de alguien o
enemistar a unas personas con otras. Esta forma de hablar de los demás,
siempre lleva consigo un juzgamiento, en otras palabras una critica al
prójimo. La buena critica, se hace de frente, es una arte y una técnica de
juzgar algo o de formar opiniones justificadas por algún criterio. Sin
embargo la sucia critica, esa que no es para mejorar, se hace de espalda y
acompañada del chisme y utiliza la murmuración para expandirse.
Muchas veces llevamos un
gran peso por el pecado de la murmuración, el chime o el rumor que quiere
confundir. Lo penoso, es que estas cosas no las consideramos como pecados,
pero lo son, por eso se agregan y se cargan en nuestras conciencias como un
gran peso extra, de tal forma, que no nos permite levantar la cabeza.
Entonces no vemos estas como faltas,
porque no podemos con la cabeza inclinada mirar de frente y así poder ver
desde donde viene la “Luz” que nos hace ver la verdad de nuestros
errores.
Lo peor es, que parece
existir una cierta indiferencia a estos tipos de pecados y no le otorgamos
mayor importancia. El “chisme”, la murmuración mal intencionada, el rumor
dañino, el placer del comentario por los defectos de los otros, de nuestros
hermanos en la fe, de nuestros compañeros de trabajo, amigos, vecinos, o
cualquiera que se nos ocurra, es una falta grave, porque es una disimulada
acusación falsa contra una persona que se hace con el fin de
perjudicarla.
Recuerdo como en mis años
de niñez, esta situación entre
nosotros los católicos, era una
necesaria cuestión de confesión y penitencia. Pero hoy parece una actitud
normal, es ahora una forma de comunicarse y relacionarse, es una manera de
convivir. Pareciera que hoy en día, no es posible o no sabemos mantener una
conversación sin hablar criticando los defectos del prójimo y aún no
conforme, buscando formas para que esta critica llegue al oído de más
personas.
El comentario dañino no
nos hace caminar por la decencia ni por caminos de caridad, nos hace ir por
caminos pavimentados en barro o lodo, y es difícil no salpicarse,
ensuciarse o mancharse si pasamos
por el.
En verdad, es una falta
enorme de finura, es un estilo ordinario de vivir, el estar participando de las murmuraciones,
criticando las faltas y defectos, algo que nos debe parecer indigno,
especialmente, por la falta de misericordia por los demás.
Lo peor, es lo que vamos
creando, un sentimiento de antipatía hacia los demás, odiosidades, peleas y
rencores. Lo triste de esta situación, es la pérdida de amigos, la
desconfianza entre nosotros mismo y la falta de fe en la nobleza de las
personas.
Me falta conocer un
superlativo, para nombrar el hecho del regocijo, el entusiasmo y el gozo
que les produce a algunos convivir bajo el mismo techo, bajo el mismo
templo, estar día a día con sus hermanos, amigos, compañero o vecinos que
son fuentes de sus murmuraciones.
Hay algunos que no puedo
llamarse de otra manera que hipócritas, incluso, les encanta mostrase como
santos, puros, llenos del estado de gracia, pero se deleitan levantando
dedos acusadores como si eso los hiciera mejores. Lo increíble, es ver como
llevan en sus bolsillos o bolsos, las piedras que pretenden tirar a
otros por sentirse libres de
pecado.
Es algo “fuerte”, pero ¿como puede ser posible el vivir
criticando el quehacer de nuestro prójimo, criticar cada una de sus faltas,
plantear y exigir castigos y sanciones y luego a veces proclamar la Palabra
de Dios al mismo tiempo?
En verdad es una gran
pena, por tanto algo debemos hacer y todos debemos hacer cuanto podamos por
evitar continuar en esta forma de vida.
Es cierto que existe la
necesidad de exigir nuestra denuncia pública hacia el mal que se comete, y
frente a esto hacemos comentarios nacidos de nuestros sentimiento de
rechazo a lo indigno, como en contra de la desvergonzada pedofília, la
drogadicción, el crimen, pero estas cosas no tienen ninguna relación con
los casos a los que me refiero, porque vuelvo a precisar, hablo de la
murmuración estéril, que se hace para pasar el tiempo y que produce tanto
daño a otros.
Es cierto que existen
ocasiones en la cual nos parecen grandes o enormes las faltas de otros en
comparación a las nuestras. En ese minuto debemos recordar cuando el Señor
nos dice, que en lugar de mirar la paja en el ojo ajeno, veamos la viga que
hay en el nuestro.
Nuestro egoísmo nos hace
ver las faltas de nuestro prójimo con gran facilidad, aumentamos las de
ellos y despreciamos la nuestras. Todo esto hace necesario un examen de
conciencia, tal vez así, podríamos darnos cuenta del dolor que nosotros
mismos provocamos a quienes están en nuestros comentarios, y por supuesto,
darnos cuenta que con esta actitud, le estamos fallando al Señor, porque no
nos estamos amando como se nos esta mandado.
Entonces ya es hora de
reflexionar un minuto, especialmente si creemos y sabemos lo importante que
es siempre el hacer el bien en cada una de nuestras acciones. Es tiempo
de empezar por terminar de quejarse
e injustificadamente y criticar a otros por la pura satisfacción de hacerlo.
Hoy día, es mas necesario
que nunca, el mirarnos a nosotros mismos, pensemos por un minuto, si esta
bien la murmuración, la critica y queja de todo por el solo hecho de
disfrutar de un comentario o de un chisme. Después de nuestra reflexión,
miremos hacia el Señor, nuestro Dios, meditemos un instante para comprender
que lo estamos ofendiendo con este estilo de vida. Hagamos luego una
promesa de cambio en nuestra actitud, para que Nuestro Señor no sufra más
de lo que ya lo hace por consecuencia de nuestra forma de proceder con los
demás.
Hagamos también una
reparación, agregando nuestras buenas intenciones. Empecemos por no
continuar con las murmuraciones, evitemos las críticas innecesarias, y si
alguien es pecador, no lo ataquemos, pidamos por su salvación.
Pongamos más amor en
nuestra relación con nuestro prójimo, acabando de una vez con esta pésima
manera de convivir con la odiosidad de la murmuración y el chisme... La
Madre Teresa de Calcuta, nos dejo esta enseñanza: “Si de verdad queremos
que haya paz en el mundo, empecemos por amarnos unos a otros en el seno de
nuestras propias familias. Si queremos sembrar alegría en derredor
nuestro, precisamos que toda familia
viva feliz”.
Nuestra relación con los
que nos rodean, con los que participamos en el cada día de nuestra vida y
cada relación familiar tienen que ser vividas honestamente. Talvez esto
presupone muchos sacrificios y mucho amor. Pero, al mismo tiempo, estos
esfuerzos se ven acompañados siempre por un gran sentido de paz y de
recompensa mutua.
Tenemos que amarnos entre nosotros,
es cuestión de un precepto que esta implícito en nuestra fe. Amar incluso
hasta que nos duela; si nos duele es la mejor señal. Nosotros hemos sido
creados para amar y ser amados. Amar a nuestro prójimo, no es otra cosa que
amor hacia Dios. Pero no existe amor en la murmuración, la crítica
injustificada y peor cuando no se tiene fundamento de ella.
Seamos además valientes y
apegados a nuestros valores y principios, no condescendamos, no convivamos,
no aceptemos, no nos contaminemos, no promovamos, no aplaudamos y no nos
manchemos con este proceder, con este estilo de vida.
Por tanto, si vemos
equivocarse a nuestro prójimo, pensemos un minuto en nuestras anteriores
caídas, en la que nos sucedió hace poco, en la actual.
Pidamos la misericordia de
Dios sobre nuestros hermanos que van por un mal camino, pidiendo y rogando
que sean perdonados, pero al mismo tiempo ofreciéndole al Señor que vamos a
mirar y descubrir nuestros defectos, los reconoceremos y pediremos perdón
con arrepentimiento. Del mismo modo le vamos a agradecer al Señor esta
oportunidad de hacer el bien, y que de manera desinteresada haremos la
corrección fraterna al que haya caído en un error.
Quizás, de manera egoísta,
hasta hoy, era satisfactorio ver castigados a los demás y entretenernos con
el comentario de sus faltas, de sus errores. Pero reflexionemos un minuto,
y pidamos a Dios la misericordia para nuestro corazón, y la del pecador y
roguemos para su conversión. Pero nunca seamos indolentes y permisivos con
el mal.
Hagamos una meditación
sobre nuestros actos, de quién inspira mis palabras, de porque he querido
dar mi opinión en todo y si digo la verdad o si he revelado secretos;
Revisemos si he juzgado o chismeado. Revisemos si nos quejemos buscando
conmiseración o desahogo indebidamente. No pongamos atención a lo indebido.
No acostumbremos a hablar lo que no edifica: chistes con groserías,
hirientes a una raza, nacionalidad, etc.
En otras palabras, no
dejemos ningún espacio para esa penosa manera de ser de vivir en la
murmuración estéril, hagamos un gran espacio para la corrección fraterna.
Pero no nos olvidemos cuando sea necesario, la denuncia del mal para evitar
confusión en aquellos hermanos que puedan desviarse del camino de rectitud.
Antes de criticar a nuestro
prójimo, antes de murmurar y chismear, antes de de deleitarse con nuestra
lengua ociosa, reflexionemos si estos son, los mismo modos de ser de los
fariseos que con premeditación y alevosía, condenaron al sufrimiento de
Nuestro Señor Jesucristo.
Pedro Sergio Antonio
Diciembre 2001
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