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“Destruyan
este templo y en tres días lo volveré a levantar” Estudio del
fragmento del Evangelio de Jn 2:13-22 Autor: Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant ocds 1.
JESÚS ENCONTRÓ EN EL TEMPLO A LOS
VENDEDORES “Se
acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén” Pero sucedió, que
Jesús “Encontró en el Templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.” Este templo del que se habla es el atrio
de los gentiles, próximo al santuario, entonces los rabinos prohibían utilizar su paso como un
atajo o en forma menos decorosa, pero esto era mas teoría que practica, sin embargo se
decía que no se ha de subir al templo con bastón o llevando sandalias o la bolsa, ni aun el
polvo de los pies, como también no se debía pasar por el templo como por un atajo para
ahorrar el camino. Pero, a pesar de estas ideales medidas preventivas de la santidad del
templo, éstas no se respetaban, y se llegaba a verdaderas profanaciones en el recinto
sagrado, como lo confirma la escena de Jesús
expulsando a los mercaderes. 2.
SE HABÍA PERMITIDO POR LOS SACERDOTES
INSTALAR PUESTOS DE VENTA Según
la costumbre de aquel tiempo, en la fiesta de la Pascua se había de ofrecer
por todo israelita un sacrificio, los
más ricos los hacía con un buey o una oveja, y los más pobres con una paloma, aparte de los sacrificios que
se ofrecían en todo tiempo como votos. Además, todo israelita debía pagar anualmente al
templo, llegado a los veinte años medio siclo, pero conforme a la moneda del templo y no se
permitía la moneda romana. De ahí la necesidad de cambistas. Todo esto se hacía para facilitar a los
peregrinos adquirir en Jerusalén las materias de los sacrificios, es decir los bueyes, corderos,
palomas, lo mismo que las materias que
ritualmente acompañaban a éstos, electos tales como incienso, harina,
aceite, etc. Para procurar a todos, y
especialmente a los judíos de la diáspora, el cambio de sus monedas locales por la moneda que regía en el
templo, se había permitido por los sacerdotes instalar puestos de venta y cambio en el mismo
recinto del templo, en el “atrio de los gentiles.” 3.
EL “ATRIO DE LOS GENTILES,” HABÍA
SIDO TRANSFORMADO EN UN MERCADO Así
es, como el cuadro de abusos a que esto dio lugar era deplorable con mucho
ruido de balidos de ovejas, mugidos de
bueyes, además estiércol de animales y las infaltables disputas, regateos y altercados de
vendedores. Los cambistas allí
establecidos realizaban frecuentemente sus cambios cobrando una sobrecarga o interés que subía del 5 al 10
por cien. Con esto, el recinto del templo, el “atrio de los gentiles,” había sido transformado
en un mercado, en un gran bazar oriental. Y todo ello con autorización y complicidad de los
sacerdotes. Lo que aprovechaban eran los
sacerdotes saduceos, que veían en ello una buena fuente de
ingresos. 4.
“LOS VENDEDORES DE BUEYES, DE OVEJAS
Y DE PALOMAS” Entrando
Jesús en el templo, encontró a “los vendedores de bueyes, de ovejas y de palomas,” con sus ganados, que serían en
cada uno de ellos pequeños rebaños, y, en conjunto, todo aquello un pequeño
parque de ganado. También encontró allí a los
“cambistas sentados.” Tenían delante de ellos sus pequeños puestos,
seguramente al estilo de los pequeños
puestos de cambio establecidos en las calles, tales como los que
aparecen hoy en El Cairo y
Jerusalén. Jesús, al ver aquel
espectáculo, hizo de cuerdas un látigo, un flagelo. Pero aquí no es el terrible instrumento del suplicio de la
“flagelación.” Aquí el “flagelo” fue una especie de varios látigos unidos en haz, hecho con
cuerdas que se hallasen tiradas por el suelo, de las usadas para sujetar el ganado, y que le
sirviese para ahuyentar a los profanadores. Era, como algo que “serviría más como símbolo de
autoridad que como estimulante físico”.
5.
LOS ECHÓ A TODOS DEL TEMPLO, JUNTO
CON SUS OVEJAS Y SUS BUEYES Todos
los evangelios relatan este episodio, con algunos matices algo distinto, Juan
relata que echó a todos los mercaderes
del templo, Lucas y Marcos lo ven como una orden de desalojo y Mateo como la expulsión de todos
los comerciantes. Con ellos fueron arrojados
“las ovejas y los bueyes” (Jn). Pero también se dirá que fueron
expulsados “todos los que vendían y
compraban” (Mt-Mc). Debe de querer indicarse con ello que Jesús expulsó
todo aquello que, de hecho, venía a
ser causa de profanación. A los “cambistas” no sólo los expulsó del templo, sino que también “les
derribó las mesas” (Mt-Mc-Jn) y les “desparramó el dinero” (Jn). Este resaltar que
“desparramó el dinero y volcó las mesas” indica bien como con su mano tiró las monedas que estaban
sobre los pequeños mostradores, y cómo
también, al pasar, les volcaba las mesitas de sus puestos. Los
evangelistas destacan también la conducta que tuvo con los vendedores de
palomas. ¿Tiene esto un significado
específico y distinto, de consideración con ellos? ¿Es que acaso vendían a precio justo su mercancía y no
profanaban así el templo? En Jn se dice que les mandó que ellos mismos desalojasen el
templo; Mt y Mc, en cambio, lo ponen en la misma línea de los cambistas: que derribó los
“asientos de los vendedores de palomas” (Mt). 6.
OBRA DE PURIFICACIÓN MEDIANTE LA
EXPULSIÓN DE MERCADERES El
sentido de esta escena no está tanto en los abusos comerciales a que se
prestaba aquel comercio cuanto en el
hecho mismo de haberse establecido aquí estas ventas. Por eso, se concibe muy bien el hecho histórico así:
Jesús, en su obra de purificación del templo, no se limita a “desparramar el dinero” de las
mesas de los cambistas y a “derribar” éstas, sino que parece lo más natural que fuese derribando
mesas y monedas de cambistas, y “asientos
puestos de vendedores de
palomas.” Y en esta obra de
purificación mediante la expulsión de mercaderes, decía repetidas veces, que Mc incluso literariamente destaca: “y
les enseñaba y decía” que estaba dicho en la
Escritura: “Mi casa es casa de oración,” y aún añade: “para todas las
gentes.” La cita está tomada de Isaías
(56:7). En ella Isaías anuncia el mesianismo universal. Debiendo ser
esto el templo, “casa de oración,”
ellos la han convertido en una “cueva de ladrones.” La expresión está tomada del profeta Jeremías
(7:11). En el profeta no tiene un sentido
exclusivo y específico de gentes que roban, aunque en ella se incluye
también esto (Jer 7:6.9), cuanto que
es expresión genérica sinónima de maldad. Por eso, al ingresar en el templo cargado de maldad, lo transformaban
en una cueva de maldad. 7.
ES LA PURIFICACIÓN DE TODA
PROFANACIÓN EN LA CASA DE DIOS. Pero
en boca de Jesús, en este momento, la expresión del profeta cobraba un
realismo extraordinario, puesto que
aquellos mercaderes debían de ser verdaderos usureros y explotadores del pueblo y de los
peregrinos. El sentido, pues, de esta obra de Jesús es claro: hacer que se dé al templo, lugar
santísimo de la morada de Dios, la veneración que le corresponde. Es la purificación de toda
profanación en la Casa de Dios. Con este acto, “Jesús va a echar fuera estos
animales y anunciar, con la destrucción del
templo, un sacrificio mejor: el de su propia muerte. Jesús, al
derribar mesas y expulsar mercaderes, usa las siguientes palabras: “no hagan
de la casa de mi Padre una casa de
comercio” En el A.T. se llamaba al templo la “casa de Dios.” Dios era considerado como Padre de Israel colectivamente.
Y la literatura rabínica insiste en
que se le invoque como Padre común. Más nunca, aun en la invocación
personal, Dios era llamado Padre
especialmente de uno. Sin embargo, el Mesías era considerado como Hijo
de Dios por excelencia. Por eso,
cuando Jesús proclama en el evangelio de Juan que el templo es la casa de “su Padre,” en un sentido
personal y único, no sólo se proclama Mesías, sino también Hijo de Dios ¿A qué judío se le
hubiese ocurrido llamar al templo “mi casa” y “la casa de mi Padre” en un sentido personal,
excepcional y único? Sólo podría decirlo el Mesías. Pero esta frase, interpretada a la luz del
evangelio de Juan, es la proclamación de la divinidad de Jesús.
8.
“EL CELO POR TU CASA ME CONSUMIRÁ”
Juan
es el único que añade que, ante todas estas cosas, los “discípulos”
“recordaron” que en los Libros
Sagrados estaba escrito: “El celo por tu Casa me consumirá” Estas palabras están tomadas del salmo
69:10. Las solas palabras sugieren en él un celo interior que le consume por la gloria de
Dios. Esto orienta preferentemente, no sólo al celo ardiente interior que Jesús ahora tiene,
sino también a las consecuencias que de este celo se seguirán un día en Jesús, cayendo sobre
él. Es muy probable que, en el pensamiento
del evangelista, este versículo contenga un anuncio de la pasión. Este
celo por la casa de Dios, como parte
de toda una actuación mesiánico-divina, le acarreará un día la muerte. Los “discípulos” se “acordaron” de este
pasaje de la Escritura; pero ¿cuándo? ¿Entonces mismo o después de la resurrección?
Probablemente después de la resurrección, al pensar en los hechos de su vida ya que antes su
mentalidad no se acusa preparada para esto. En cambio, es lo que les pasó a propósito
semejante, en otras ocasiones, después de la
resurrección. Fue después de la resurrección de Jesús, al meditar las
enseñanzas cuando recordaron estas
palabras de un salmo mesiánico y cuando vieron la relación mesiánica que había en aquella escena de Jesús, lleno
de “celo” por la obra mesiánica, y lo que se
decía del “celo” del Mesías en este salmo. Ya había sido la gran
iluminación de Pentecostés. 9.
¿CÓMO SE EXPLICA ESTA EXPULSIÓN DE
LOS MERCADERES DEL TEMPLO? Se
quiere explicar este gesto de Jesús, imponiéndose a aquellos mercaderes
y expulsándolos del templo, por
motivos humanos. La turba, explotada y vejada por aquellos comerciantes, se une a un líder que aparece
de pronto. Máxime si la escena tuvo lugar en
la última Pascua, cuando la persona de Jesús era suficientemente conocida.
Aunque en la hipótesis de la primera
Pascua el prestigio de Jesús hubo de ser muy grande, pues hacía muchos “milagros” y “muchos creyeron en El”
(Jn 2:23). Si
hacemos una interpretación en forma naturalista, la muchedumbre aplaudiría,
y presionaría moral y hasta
físicamente a aquellos comerciantes. Sería para ella como una hora de revancha. Jesús, se impone y
derriba mesas y monedas de cambistas, asientos de vendedores, y, látigo en mano, amenaza a todos aquellos
profanadores del templo. ¿Cómo se explicaría
este primer gesto de Jesús imponiéndose a los mercaderes? ¿Qué señal
das para obrar así?” Si ordinariamente
Jesús quería pasar inadvertido, en algunos momentos dejaba irradiar más su majestad, apareciendo
entonces su persona avasalladora. Es un caso
análogo a la escena que el mismo Juan relata cuando, partiendo los
ministros del sanedrín a prenderle, al
llegar a El se encuentran subyugados, y a los sacerdotes y fariseos, que
les preguntan: “¿Por qué no le habéis
traído?” responden admirados: “Porque jamás hombre alguno hablo como éste” (Jn 7:45.46). Es la
misma causa, según la interpretación ordinaria, que hace en Getsemaní retroceder y caer en
tierra a los que van a prenderle (Jn 18:2-8). Se ha expresado muy bien el motivo de aquel
efecto: “Aquella majestuosa y repentina aparición de la Santidad indignada llenó de espanto a
todos los presentes.” 10.
“¿QUÉ SIGNO NOS DAS PARA OBRAR
ASÍ?” Así
es como estos se le acercaron para preguntarle: “¿Qué signo nos das para
obrar así?” Pasada la primera impresión, “llegó esto a
oídos de los príncipes de los sacerdotes y de
los escribas,” e intervienen las autoridades para exigir
responsabilidades de un acto de tal
naturaleza realizado en el mismo templo, y que les parecía ser una
usurpación de sus poderes y una
censura a ellos mismos por la permisión de aquellos comercios en el lugar
sagrado. En absoluto, el hecho de una
purificación del templo no era un acto exclusivamente mesiánico. Pero, como antes se dijo, en el
caso concreto de Jesús llevaba un sentido
mesiánico-divino. El mismo hecho de intervenir los judíos exigiéndole
un “signo” que garantizase esta
conducta suya, en lugar de aplicarle la ley por usurpar sus poderes,
hace ver que la cuestión está
planteada a Jesús por considerar que El se ponía en el plano, hipotético para ellos, de Mesías. Era la
réplica hábil que ellos hacían a la invocación que había hecho, para obrar así, del celo por
la “casa de mi Padre.” Los judíos eran muy propensos a pedir como garantía
milagros (1 Cor 1:22; Mt 16:1; Mc
8:11). Y así le piden aquí, como garantía de su actuación en la casa
de “su Padre,” un “signo,” un milagro,
que en Juan se les llama ordinariamente “signos,” en cuanto lo son de un poder o de una intervención
sobrenatural. 11.
“DESTRUYAN ESTE TEMPLO Y EN TRES DÍAS
LO VOLVERÉ A LEVANTAR” Jesús
acepta la invitación, acepta dar un “signo.” Fue un acto de condescendencia,
de garantía y de misericordia, que en
su día podría valorarse. Pero el “signo” no requiere ser claro a la hora que se da, sino a la hora
que se cumple (Is 7:14). Pues “toda profecía es enigma antes de su cumplimiento,” escribe
San Ireneo. Por eso les dice: “Destruyan este
templo y en tres días lo volveré a levantar”. Naturalmente, estas palabras de Jesús no
son una orden de su destrucción. El
que tanto celo había demostrado por la veneración del templo no podía mandar destruirlo. Ni los judíos le
acusarán aquí de blasfemia. Como Jesús
habla de su cuerpo, habla de un futuro. El término “templo” es el lugar en
que moraba la divinidad. Y la
divinidad “moraba” en su cuerpo. Entonces este era el “templo” de la divinidad. A la destrucción de este
templo se seguirá lo que Jesús anuncia: “y yo lo levantaré en tres días.” “En tres días” no
significa “al tercer día,” sino durante tres días. La comparación simula un edificio desplomado y
que El, como un operario, lo reconstruye en tres días. Pero en la comparación
está el intento de su resurrección al tercer día. Deliberadamente Jesús habla de una manera
velada, como lo es toda profecía. Ellos y los
mismos discípulos (v.22) lo entendieron del templo de Herodes. Si en
los discípulos la incomprensión era
por efecto del velo profético y de su falta de preparación (Jn 16:12),
en los judíos había además una
positiva y mala disposición contra Jesús. El “signo” de su muerte y de su resurrección lo usará Jesús
más veces, y también veladamente ante
exigencias farisaicas, al aludir a Jonás (Mt 12:38; 16:1; Lc
11:29.30). 12.
LOS JUDÍOS NO PODÍAN INTERPRETAR LO
DE LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO. Estas
eran las credenciales con las que
Jesús responde a la exigencia de quién le dio el poder de haber actuado así en el templo. Desfiguradamente,
los judíos alegarán esta afirmación de Jesús como blasfemia en el proceso de su muerte (Mc 14:58; Mt 26:61) y
como sarcasmo de impostura en el Gólgota
(Mc 15:29; Mt 27:40), Sin
embargo, en la misma expresión de Jesús había ya un índice que les permitía
orientar su inteligencia hacia su
intento. Los judíos no podían interpretar lo de la destrucción del templo. El
que tanto celo mostraba por la veneración y
santidad del mismo no podía pensar en destruirlo. Y prueba de ello es
que los dirigentes del templo no le
acusan de blasfemia, sino de lo inverosímil que es que una obra que
necesitó para realizarse cuarenta y
seis años, El pretendía realizarla en tres días. “El exceso mismo de lo inverosímil debió de haberles puesto
en guardia contra una interpretación demasiado literal. Acostumbrados al lenguaje
figurado, los judíos, más que ningún otro, debían pensar que se trataba de un “enigma.” Los judíos
prefieren creer el absurdo.” 13.
JESÚS RESUCITADO ES EL VERDADERO
TEMPLO El
evangelista resalta que Jesús había dicho aquella doble profecía de su muerte
y resurrección, “del templo de su
cuerpo.” El anuncio de su resurrección, que es de la restauración definitiva del templo de su
cuerpo, podía evocar lo que iba a significar este templo de Jesús en el nuevo culto. “El
cuerpo de Jesús resucitado será el centro del culto en espíritu y verdad (Jn 4:21ss), el lugar
de la presencia divina (Jn 1:14), el templo espiritual de donde brota el agua viva (Jn 7:37-39).
Es uno de los grandes símbolos joanneos (cf. Ap 21:22). Ello se funda sobre una de las
palabras más literalmente auténticas de Jesús (Mt 26:61 par. y 12:6).” Jesús resucitado es el verdadero templo,
pues en él vive la “plenitud de la divinidad
corporalmente” (Col 2:9; cf. Col 1:19; cf. Jn 1:14) y como Mediador
absoluto (1 Tim 2:5), es, a través de
él sacerdote y víctima como, necesariamente, se rinde culto a
Dios. 14.
LOS DISCÍPULOS DEL SEÑOR AÚN NO
COMPRENDÍAN ESTO DE LA
RESURRECCIÓN El
evangelista consigna, como antes indicó análogamente, que los discípulos
después de la resurrección se
“acordaron” de esto. Al repasar la vida de Jesús a la luz de
Pentecostés, penetraron el hondo
sentido de aquellas palabras, conforme a la promesa del Señor y “creyeron en la Escritura y en la palabra
que Jesús había dicho.” El Espíritu Santo les trajo a su consideración los pasajes en que se
hablaba de la resurrección, y comprendieron a un tiempo el sentido profético que tenían, lo
mismo que la profecía de la resurrección de Jesús, “templo” de la divinidad, anunciada por El
mismo. Los discípulos del Señor aún no comprendían esto de la resurrección,
tampoco entendía lo más grande, que
era Dios el que habitaba en aquel cuerpo, por eso cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus
discípulos que por esto lo había dicho, y creyeron a la Escritura, y a la palabra que dijo
Jesús" En
efecto, antes de la resurrección no entendían las Escrituras, porque aún no
habían recibido al Espíritu Santo que
aún no les había sido enviado porque Jesús no había sido glorificado todavía. Sin embargo, en el
mismo día de la resurrección, cuando el Señor Jesús se apareció a sus discípulos, les aclaró
sus mentes para que comprendiesen lo que acerca de El estaba escrito en la Ley y en los
profetas. Y entonces creyeron en las Escrituras, esto es, en los profetas que habían predicho la
resurrección de Jesucristo en el tercer día, y en las palabras de Jesús. El Señor les Bendiga Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds TERCER DOMINGO DE
CUARESMA, Ciclo B año 2012 |
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