“Dios,
es Dios de los vivos, no de los muertos” Lc
20, 27.38 Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
LA HEREJÍA DE
LOS SADUCEOS Habiéndose retirado los enviados de los
fariseos, que intentaron tenderle una trampa a Jesús, se acercan ahora los
saduceos. Había dos clases de herejías entre los judíos: la de los fariseos,
que preferían la rectitud de las tradiciones -y por esto el pueblo los
llamaba divididos-; y la otra de los saduceos, que quiere decir justos,
atribuyéndose lo que no eran. Los saduceos eran ciertas personas, que
pertenecían a la aristocracia sacerdotal judía que negaban la inmortalidad
del alma. La herejía de los saduceos no sólo niega la resurrección de los
muertos, sino que además dice que el alma muere con el cuerpo. Estos,
poniendo asechanzas a Jesús, le propusieron esta cuestión precisamente en el
tiempo en que le oyeron hablar a sus discípulos acerca de la resurrección. La verdad es que los saduceos, inventaron
esta historia que se narra en el Evangelio, con el propósito de poner en ridículo
a los que dicen que es verdad la resurrección de los muertos. Oponen, por
tanto, la torpe invención de esta fábula para negar la verdad de la
resurrección. En efecto, a ellos no les interesa
mayormente el problema de la resurrección, que para ello está resuelto
negativamente, solo pretenden desprestigiar a Jesús ante el pueblo, es decir
la gente sencilla. 2.
DIOS, ES DIOS DE
LOS VIVOS, NO DE LOS MUERTOS. Jesús les responde confirmado la fe en la
resurrección, y les hace ver que Dios, es Dios de los vivos, no de los
muertos y les dice: “Él no es un Dios de muertos, sino de
vivientes; todos, en efecto, viven para Él” Jesús les manifiesta que después de la
resurrección no habrá vida material, destruyendo así sus doctrinas y sus
frágiles fundamentos. Lo cual no debe entenderse de tal modo que
creamos que únicamente resucitarán los que sean dignos o los que no se casen,
sino que también resucitarán todos los pecadores, y no se casarán en la otra
vida. Lo que no entienden los saduceos, y se los
aclara bien el Señor, es que no habiendo muerte, no tiene razón de ser el
matrimonio. 3.
SERÁN IGUALES A
LOS ÁNGELES Y A LOS HIJOS DE DIOS Dice Jesús a los saduceos: “En
este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados
dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya
no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al
ser hijos de la resurrección. Serán “semejantes a los ángeles” y a los
hijos de Dios, porque renovados por la gloria de la resurrección, sin miedo
alguno a la muerte, sin mancha de corrupción y sin ninguna circunstancia de
la vida material, gozarán de la presencia constante de Dios. Los que estén con Jesús en una muerte
semejante a la suya, es decir, dispuestos a perder la vida por amor, serán, “semejantes
a los ángeles”, llamados a la gloria de los que viven en Dios.
Gozarán de la condición de hijos en el esplendor del Reino. Como los ángeles,
vivirán para Dios, para su gloria, eternamente. 4.
LA MUERTE NO
ALCANZA A DIOS, NI A LOS HIJOS DE DIOS. También Jesús añadió a la razón ya dicha,
el testimonio de la Escritura, diciendo: “Que los muertos van a resucitar, Moisés
lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor «el
Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Porque Él no es un
Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él”. Por
tanto, aunque hayan muerto, viven en El con la esperanza de resucitar. La
afirmación que hace Jesús, “no es un Dios de muertos, sino de
vivientes”, nos debe alegrar mucho, nos debe llenar de gozo nuestro
corazón, porque nos ratifica que para Dios, todos vivimos. La muerte no alcanza a Dios, ni a los hijos
de Dios. Los que están muertos, lo están para el mundo. Para Dios no existe
la muerte ni los muertos. El que está muerto para Dios, es aquel que
no acepta abrirse a la Vida de la gracia que nos trae el Señor Jesús, Vida
que nos asegura la gloria. Vida que vence a la muerte en la esperanza de la
resurrección. 5.
NUESTRA FE, SABE
QUE EXISTE LA RESURRECCIÓN DE ENTRE LOS MUERTOS. Así es como Jesús resucitó de entre los
muertos. Así los muertos resucitaran también, pero con una forma de vida
completa y definitiva. Así, el cristiano sabe que la muerte no
solamente no es el fin, sino que por el contrario es el principio de la
verdadera vida, la vida eterna. En cierta manera, desde que por los
Sacramentos gozamos de la Vida Divina en esta tierra, estamos viviendo ya la
vida eterna. Nuestro cuerpo tendrá que rendir su tributo a la madre tierra,
de la cual salimos, por causa del pecado, pero la Vida Divina de la que ya
gozamos, es por definición eterna como eterno es Dios. Llevamos en nuestro cuerpo la sentencia de
muerte debida al pecado, pero nuestra alma ya está en la eternidad y al
final, hasta este cuerpo de pecado resucitará para la eternidad. San Pablo
(Rom.8:11) lo expresa magníficamente: “Mas ustedes no son de la carne, sino
del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tuviera
el Espíritu de Cristo, no sería de Cristo. En cambio, si Cristo está en
ustedes, aunque el cuerpo vaya a la muerte a consecuencia del pecado, el
espíritu vive por estar en Gracia de Dios. Y si el Espíritu de aquel que
resucitó a Cristo de entre los muertos está en ustedes, el que resucitó a
Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales; lo hará
por medio de su Espíritu, que ya habita en ustedes". 6.
EL CRISTIANO
ILUMINADO POR LA FE, VE PUES LA MUERTE CON OJOS MUY DISTINTOS Jesús se propone a sí mismo como verdadera
imagen del Hijo que ha recibido la vida del Padre, que entrega la vida al
Padre en su muerte y que será llamado por el Padre a la vida- en la
resurrección. Su muerte es un acto de amor y obediencia, pues realiza el
proyecto divino de redención de la esclavitud de la muerte. La cruz es el
lecho en el que el Esposo ha dado la vida por la esposa. De la muerte nace la
vida. Es así como el cristiano iluminado por la
fe, ve pues la muerte con ojos muy distintos de los del mundo. Si sabemos lo
que nos espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar
a hacerse deseable. El mismo San Pablo, enamorado del Señor, se
queja "del cuerpo de pecado" pidiendo ser liberado ya de él.
"Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia" (Flp.1:21)
"Cuando se manifieste el que es nuestra vida, Cristo, ustedes también
estarán en gloria y vendrán a la luz con El" (Col.3, 4). El
Señor les Bendiga Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant Domingo
XXXII Tiempo Ordinario |
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