“El que cree en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás”

Jn 11, 1-45

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

1.    SEÑOR, EL QUE TÚ AMAS, ESTÁ ENFERMO

San Juan, presenta a Lázaro por referencia a sus hermanas, sobre todo por la huella que dejó en la primitiva catequesis la “unción” hecha por su hermana María. El nombre de Lázaro (Dios socorrió), era nombre frecuente. Este relato, tiene habría sucedido en Betania. Se conoce que etimológicamente podría tener, entre otros significados, el de “casa del dolor” y “casa de ruego.”

La enfermedad de Lázaro era mortal. Sus hermanas envían un mensajero a Jesús, que distinguía con gran afecto a esta familia, para decirle que estaba enfermo. La noticia no era sólo informativa; en ello — “el que tú amas está enfermo” — iba la súplica discreta por su curación. ¿Acaso hay también un recuerdo simbólico de todo cristiano, al estilo del discípulo “al que Jesús amaba”?. Puede ser un reflejo de Juan, que siempre recuerda lo mucho que Jesús ama a los hombres, en especial a sus amigos.

2.    ESTA ENFERMEDAD NO ES MORTAL; ES PARA GLORIA DE DIOS

Jesús, estaba en Betania por el lado de Transjordania, donde Juan Bautista lo había bautizado; “Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.” (Jn 1:28). Al oír este mensaje, Jesús anunció que aquella enfermedad no era de muerte, sino para que la “gloria” de Dios se manifestase con ella. Y se quedó aún allí “dos días” más. Como en Cana, parece que rechaza el ruego. El evangelista quiere destacar bien la presencia de Cristo. El tema del Evangelista Juan de la “gloria” de Dios se destaca también en este relato.

Pero a los dos días dio a los apóstoles la orden de partida para visitar a Lázaro. “Volvamos a Judea”. Mas volver a Judea, de donde había salido hacía poco a causa de las persecuciones de los judíos, era peligroso: “Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos”. (Jn 10:39) Es lo que le recuerdan ahora los discípulos. Más El, que tantas veces esquivó peligros de" muerte, porque aún no era “su hora,” está bien consciente que ésta ya llegó o está a punto de llegar.

3.    EL QUE CAMINA DE DÍA NO TROPIEZA, PORQUE VE LA LUZ DE ESTE MUNDO

Y se lo ilustra con una pequeña parábola. Se cita el día con la división en doce horas según el uso grecorromano. Mientras es de día se puede caminar sin tropezar; el peligro está en la noche. Aún es para él de día, aunque se acerca la noche de su pasión. Por tanto, nadie podrá aún hacerle nada. La parábola es también una especie de alegoría. Si se camina mientras hay luz, El es la luz, al que no podrán vencer las tinieblas: “y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.” (Jn 1:5).

Y a distancia de días y kilómetros les anuncia la muerte de Lázaro. “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero Yo voy a despertarlo”. Primero, en forma indirecta (eufemística): Lázaro duerme, y El va a despertarle. Los rabinos señalan el sueño en los enfermos como uno de los diez síntomas que juzgaban favorables a la curación. Los discípulos lo interpretan ingenuamente del sueño natural. Por eso no hacía falta ir a curarlo. Probablemente esta observación de los discípulos estaba condicionada algún tanto por el terror de volver a Judea a causa de la persecución que estaba latente contra ellos. A esto responden las palabras del impetuoso Tomás, al decir: “Vayamos también nosotros a morir con él”.

4.    Y JESUS LES ANUNCIÓ ALLÍ ABIERTAMENTE QUE LÁZARO HABÍA MUERTO.

Cuando Jesús llegó a Betania, hacía ya “cuatro días que Lázaro había muerto.” El entierro se solía hacer el mismo día de la muerte. Pero no sería necesario suponer cuatro días completos de su muerte, pues los rabinos computaban por un día entero el día comenzado. El evangelista quiere destacar bien la presciencia de Jesús y la conciencia de su poder vitalizador. La Luz y Vida del mundo van a Betania.

Al acercarse Jesús a Betania, Marta sale a su encuentro, mientras que María se quedó en casa, “sentada,” entre el círculo de gentes que le testimoniaban el pésame. Las visitas de duelo eran una de las obras de caridad muy estimadas por los judíos. El luto duraba siete días. Según el uso rabínico, los tres primeros días estaban dedicados al llanto, y los otros al luto. También se ayunaba. En la época rabínica, el ritual consistía, al volver del enterramiento, en sentarse en el suelo con los pies descalzos y velada la cabeza. Los siete primeros días estaban especialmente dedicados a las visitas.

5.    LA FE DE MARTA APARECE IMPERFECTA.

Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”. Ella creía en el poder de la oración de Jesús, tanto que, si él hubiese estado presente, Lázaro, por su oración, no hubiese muerto. Es la misma fe que refleja María cuando es llamada por Marta: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”.  Era, sin duda, eco de las frecuentes conversaciones y sentimientos de las hermanas aquellos días. Los evangelios sinópticos presentan casos de fe superiores al de Marta y María sin tener la intimidad de esta familia con Cristo, como la fe del centurión (Mt 8:5ss). En todo caso, no reconocen la presencia de Cristo a distancia.

Y aunque Marta dice a Jesús que cuanto pida a Dios se lo concederá, no cree en la resurrección de su hermano. Prueba es que, cuando Cristo se lo afirma, ella piensa, con desconsuelo, en la resurrección final, conforme a la creencia ortodoxa de Israel. La fe en la resurrección de los muertos era creencia universal en la ortodoxia de Israel. Pero no sabían que el Mesías fuese el agente de esta resurrección.

6.    EL QUE CREE EN MÍ, AUNQUE MUERA, VIVIRÁ; Y TODO EL QUE VIVE Y CREE EN MÍ, NO MORIRÁ JAMÁS.

Pero el pensamiento, progresivamente desarrollado, llega a una enseñanza de gran novedad y riqueza teológica. Juan la transmite así: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás.”

Jesús, que se presentó como el Mesías, es el agente de la resurrección de los muertos.”: Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, (Jn 5:26). El es la resurrección, porque el Padre le dio el “tener vida en sí mismo” y por eso El causa la resurrección de los muertos, tanto del alma: “En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán”. (Jn 5:25) como del cuerpo: “No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz” (Jn 5:28).

Tal como está redactada aquí esta expresión: que el que cree en Cristo, “aunque muera, vivirá”; lo mismo que este creyente “no morirá jamás,” valoradas ante el contexto de la muerte física de Lázaro, no harían pensar más que en la resurrección física.

Sin embargo, en el pensamiento de este evangelio, el contenido es, sin duda, mayor. Esa resurrección de Lázaro, causada por ser Cristo “la resurrección,” si va a ser física, esta misma resurrección está vinculada a la fe en Cristo, que da “vida” sobrenatural, la cual trae anexa la resurrección, aquí milagrosamente anticipada. Y Lázaro creía en Cristo.

7.    LAS LÁGRIMAS DE CRISTO

En un momento determinado, Jesús hace llamar a María. La salida de ésta hizo pensar a las gentes del duelo en una fuerte emoción que la llevase a llorar al sepulcro. Y salieron con ella. Y Jesús, al verla llorar a ella y a ellos, sin duda de emoción sincera, puesto que, según ritual judío, sólo los tres primeros días estaban dedicados a las lágrimas, y se estaba ya en el cuarto, también Jesús lloró. Y ante esta emoción traducida en lágrimas, los judíos presentes decían: “¡Cómo le amaba!”

Esta emoción y lágrimas de Jesús no son más que la emoción honda, legítima y bondadosa de Jesús ante la muerte de Lázaro, su amigo, a quien Jesús “amaba”.  En esas lágrimas de Jesús quedaron santificadas todas las lágrimas que nacen del amor y del dolor cristiano.

Ante estas lágrimas del Señor, algunos de los judíos presentes, de los que estaban en la condolencia con María, reconociendo en Jesús un ser excepcional, pensaron si El, que había abierto los ojos al ciego de nacimiento en la piscina de Bethesda, no habría podido haber curado a Lázaro antes de que le llegase la muerte. No se imaginan que tenga el poder de la resurrección. Parecería que en el fondo de la observación hubiese un reproche por la tardanza de Jesús en llegar.

8.    JESUS, A PETICIÓN PROPIA, VA A LA TUMBA DE LÁZARO.

Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: “Quiten la piedra”. El evangelista la describe diciendo que era una “cueva”  que tenía, para cerrarla, una piedra “sobrepuesta” o “encima de ella”. Esto hace ver que el tipo de sepulcro no era de los excavados en el fondo horizontal de la roca y cerrada su abertura de entrada por la piedra giratoria (golel), sino que estaba, conforme al otro tipo de tumbas judías, excavada en el suelo, y a cuyo fondo se bajaba por una pequeña escalera desde la abertura hecha en la superficie del suelo y cerrada por una gran piedra superpuesta.

Llegado a la presencia del sepulcro, Jesús experimentó nuevamente fuerte emoción. Y dio orden: “Quiten la piedra”. Un grupo de personas va a cumplir la orden. Pero nadie piensa en la resurrección. Lo acusa bien la intervención de Marta, al decirle que ya va a dar el hedor de la descomposición de un cadáver al cuarto día. Según el Talmud de Jerusalén, el alma permanecía tres días sobre el cadáver, y lo abandonaba al cuarto, en que comenzaba la descomposición. El embalsamamiento judío no lograba, como el egipcio, la incorrupción por momificación; sólo derramaba superficialmente aromas sobre el cadáver, por respeto, y para evitar algo el hedor de la putrefacción.

9.    “¿NO TE HE DICHO QUE SI CREES, VERÁS LA GLORIA DE DIOS?”.

Marta piensa que Jesús, llevado del afecto a Lázaro, quiere ver el cadáver, lo que era presenciar el tremendo espectáculo de la descomposición. Es un detalle histórico con que el evangelista, conforme a un procedimiento que usa en otras ocasiones, quiere destacar el milagro que va a tener lugar: “Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.”(Jn 6:7).

Pero Jesús, consciente de su obra, le recuerda que crea en El, “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”, pues esta fe le hará ver la “gloria de Dios,” que aquí es el poder divino que El tiene: “Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él.” (Jn 11:41).

10.  PADRE, TE DOY GRACIAS PORQUE ME OÍSTE.

Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que Tú me has enviado”. La piedra se retiró, y, ante la negrura del sepulcro abierto, Jesús oró al Padre “elevando los ojos al cielo,” como en momentos solemnes hacía (Jn 17:1), prorrumpiendo en acción de gracias, tan frecuente en El, y precisamente en voz alta, por uso judío y para instrucción de los presentes.

Era la oración con que pedía y agradecía su humanidad la obra de la divinidad que iba a realizar, con un gran valor apologético para los oyentes. Por ella verían que era obra que Dios le daba a realizar: “el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.”(Jn 14:10), y esto les haría ver que El es el Enviado.

11.  ¡LÁZARO, VEN AFUERA!”.

Terminada la oración, dio su orden a la muerte “con voz muy fuerte,” reclamada por la solemnidad del momento, y también por conveniencia psicológica humana de los presentes: para que su voz entrara sensiblemente en la profundidad de aquella cueva-tumba y llevase al muerto, con su orden, la vida.

La aparición de Lázaro en el umbral del sepulcro debió de ser escalofriante, pues “El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.”

Ante Lázaro así presente, Jesús da la orden de desatarle, para que pueda caminar otra vez por la tierra. Esta orden de Jesús hace ver que el milagro fue doble: primero, resucitar a un muerto, y luego, hacer que éste, resucitado, inmovilizado para moverse, fuese llevado por una fuerza sobrenatural para aparecer así en el umbral del sepulcro.

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos, los que vinieron al duelo de la familia,  que habían ido a casa de María creyeron en Él cuando presenciaron el milagro de la resurrección de Lázaro. Creyeron en él: en su misión, en que había sido “enviado” por el Padre, y que era el objeto de la oración de Cristo al Padre antes de resucitar a Lázaro.

El Señor nos Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 

V Domingo de Cuaresma

 

 

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