La Parábola del Fariseo y el Publicano”

Lc 18, 9-14

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

 

1.           LA PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO

Este relato del evangelio de Lucas, se conoce mucho como la parábola del fariseo y el publicano, donde el Señor en forma admirable nos ofrece una enseñanza sobre las condiciones interiores de la oración.

El fariseo de esta relato, son de aquellos que se habían arrogado la tarea de simbolizar, con la observancia estricta de los mandamientos y la multiplicación de las obras, al verdadero Israel, a la comunidad del tiempo de la salvación. Por cierto, todo lo que reza el fariseo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano”, es verdadero, sin embargo esta rectitud es lo que le hace ser impuro ante Dios. En efecto, el se considera autorizado a calificar a los demás y aún peor, creerse superior a ellos.

El publicano es un odiado recaudador de los impuestos, que trabajaba para el Imperio romano, esta labor, hace que él se halle antes los judíos en una situación de imperfección. Esto actitud de pecador es palpable, pues como leemos en el relato, él no se atreve a acercarse al templo y se mantiene a distancia, ni siquiera se anima a levantar los ojos al cielo. Sin embargo, el publicano se golpea el pecho mostrando de este modo una señal que visible en su conciencia del mal que se esconde en el corazón humano.

2.           PORQUE TODO EL QUE SE ELEVA SERÁ HUMILLADO, Y EL QUE SE HUMILLA SERÁ ELEVADO.

La finalidad de esta parábola, es enseñar el valor de la oración, pero con una condición esencial de la misma: la humildad. Es condición esencial, pues todo el que pide ha de reconocer lo que no tiene. Jesús, según Lucas, dijo esta parábola “a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás.” En la oración, pues, la actitud humilde es lo que hace a Dios aceptarla, mientras que la actitud soberbia del que pide con exigencia, más o menos camuflada, Dios no la escucha. Así termina la parábola con una sentencia, citada varias veces, pero que insertada aquí comenta el sentido del intento: “Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.”

Es así como en esta parábola la oración de cada uno, tanto la del fariseo como las del publicano, hablan de su vida, por una parte la autosuficiencia de una pretendida justicia que hace al que así reza superior a los otros y se expresa a través de un extenso elenco de virtudes propias, y por otra parte el pecado que nos hace pequeños ante Dios, y donde no hay más palabras que la invocación: “Dios mío, ten piedad de mí”, con lo que entendemos quién fue grato a Dios y quién es afectuoso a su corazón.

3.           LA ORACION DEL SOBERBIO Y DEL HUMILDE.

La circunstancia presenta más bien una oración privada. En el caso del fariseo, encontramos al soberbio, al engreído por la práctica material de la Ley; despreciador de los demás, por considerarlos pecadores. El fariseo se consideraba siempre “el justo.” El publicano, al servicio de Roma y predispuesto a negocios ilícitos, era considerado como gente “pecadora,” odiada y despreciable.

El relato describe “El fariseo, de pie”, la oración de pie era algo normal. Si analizamos lo que reza, vemos que no ora, sino que relata sus necedades, porque sólo lo que refiere, aunque fuese verdad, no evitaba el orgullo. Además alega obras de supererogación. Ayuna “dos veces” por semana. No había más obligación que el ayuno anual del día de Kippur, en el del mes de abril. Pero los fariseos ayunaban los días segundo y quinto de la semana. Pagaba, además, el diezmo de todo lo que vendía o adquiría.

En cambio el publicano reza:"¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!" La oración del publicano, por su humildad, por reconocer lo que era ante Dios, pecador, sin levantar los ojos ni las manos al cielo, como era normal, y pedirle misericordia, era válida y adecuada. En cambio, la exhibición del fariseo, que alegaba ante Dios sus obras como si fuesen suyas, infunde soberbia, vanidad y presunción en su complacencia, no le trajo la “justificación,” que es el único término que aquí se compara No le justifican sus obras solas. 

4.           EL ALMA SOBERBIA SE ATORMENTA POR SÍ MISMA.

La parábola que expone Jesús, nos presenta dos posiciones opuestas del hombre frente a Dios, una es simbolizada por el fariseo, “la soberbia”.

Hablamos de soberbia y nos referimos a una actitud de arrogancia, y los soberbios se auto califican en sus hechos de grandiosos, magníficos, o estupendos, y disfrutan placenteramente en la contemplación de sus cualidades propias, con menosprecio a los demás.

El orgulloso no conoce el amor de Dios y se encuentra alejado de El. Se ensoberbece porque es rico, sabio o famoso, pero ignora la profundidad de su pobreza y de su ruina, porque no ha conocido a Dios. En cambio, el Señor viene en ayuda de quien combate contra la soberbia, a fin de que triunfe sobre esta pasión. El alma soberbia se atormenta por sí misma. Para que puedas ser salvado, es necesario que te vuelvas humilde, puesto que, aunque se trasladara por la fuerza un hombre soberbio al paraíso, tampoco allí encontraría paz ni se sentiría satisfecho, y diría: “¿Por qué no estoy en el primer puesto?”.

5.           EL ALMA HUMILDE TIENE UNA GRAN PAZ

La otra posición opuesta, simbolizada por el publicano, es la de una profunda humildad. La humildad, es una actitud derivada del conocimiento de las propias limitaciones y que lleva a obrar sin orgullo: La humildad permite reconocer los propios errores. Así es, como el publicano, que con esta actitud de profunda humildad, hace un reconocimiento sincero de sus faltas, el se mira interiormente a sí mismo y lo hace con verdad y honestidad, entonces se sabe pecador, y por lo mismo, se reconoce necesitado del perdón de Dios.

El sentimiento de humildad del publicano, lo hace abrirse a sí mismo, y busca apoyarse en la infinita misericordia de Dios, así es como dice: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!". La suplica es con ahínco.

Somos humildes, cuando no nos fijamos en los demás y no los juzgamos, sino que los hacemos a sí mismo.

Finalmente Jesús, pronuncia una sentencia sobre la actitud de soberbia del fariseo y la humilde del publicano. El fariseo, llenos de si, se vuelve vacío de Dios, el publicano, vacío de sí mismo y se ve envuelto por el amor y la misericordia de Dios. Es decir la oración humilde justifica, es decir, nos hace aceptables a Dios, y la soberbia nos cierra las puertas de su misericordia.

Mantengámonos humildes, Dios nos va a enriquecer con lo beneficios de su gracia y de su amor.

“¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”

El Señor les Bendiga

   Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds 

 

 

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