Eres
el Rey de Los Judíos? Juan
18, 33-37 Domingo
de Jesucristo Rey del Universo Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds 1.
PILATO
LLAMÓ A JESÚS Y LE PREGUNTÓ: “A, ERES TÚ EL REY DE LOS
JUDÍOS?”. El relato este
fragmento del Evangelio, no cuenta un proceso que es presentado a Pilato
sólo bajo el aspecto político de un competidor del Cesar, al hacerse el
Rey Mesías. Los tribunales
romanos se abrían muy de mañana: “prima luce”. Podría suponerse el
comienzo de este proceso sobre las seis o siete de la mañana. Mateo
introduce sin más el proceso, yendo, como es su estilo, a la sustancia de
los hechos, preguntándosele si es el “Rey de los judíos.” Esto
supone el conocimiento que de esta acusación tenía Pilato, ya que el
acusado tenía que haber sido presentado al procurador con una notificación
oral o escrita de su acusación. Este relato
también esta en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas. En Mateo pone la
respuesta afirmativa de Jesús: “Tú lo dices.” La fórmula no
era ordinaria, pero su uso revestía solemnidad. Juan destacará bien el
sentido teológico de esta interrogación de Pilato y la precisión de la
respuesta de Jesús: “a, Eres Tú el
rey de los judíos?, Jesús le respondió: “Dices esto por ti mismo u otros
te lo han dicho de mí?” 2.
PERO HUBO
OTRAS “ACUSACIONES” DE LOS PRÍNCIPES DE LOS SACERDOTES Y ANCIANOS.
En Lucas, estas
acusaciones eran todas convergentes en llevar la acusación al terreno
político de su realeza, lo que era una competición contra Roma. Jesús no
se presentaba como un “zelote” exigiendo la libertad política, sino como
el mismo Rey Mesías profetizado. Pilato comienza
este interrogatorio de Cristo preguntándole, sin que los sanedritas le
hayan acusado de nada en concreto, lo mismo que en Mateo (27:11) y Marcos
(15:2), sobre si él es “el rey de los judíos.” Es
ello una prueba que supone el informe y acusación previa, al menos
prenotificada en privado. Lucas pone, en
cambio, al principio del proceso, la acusación terminante que le hacen. Le
presentan, malintencionadamente y desnaturalizando los hechos, una versión
política de su mesianismo: a) “pervierte a nuestro pueblo”; b) “prohíbe
pagar tributo al César”; c) “dice ser El Mesías-Rey” (Lc 23:1-2). Las dos
primeras eran, ciertamente falsas, y la tercera estaba desnaturalizada, al
dar de ella, en el contexto de lo anterior, una versión política. Marcos
lo presenta así: los dirigentes “le
acusaban de muchas cosas” (Mc 15:3) insistiendo en esto.
3.
EL DIÁLOGO
DE JESÚS CON PILATO, COMO ESTE INTERROGATORIO, ES ALGO MISTERIOSO E
INSÓLITO En todo caso,
tanto el diálogo de Jesús con Pilato, como este interrogatorio, es algo
misterioso e insólito. Jesús es interrogado si es o no es el Mesías. Y
Jesús es el Mesías del Señor, su Ungido, su Consagrado, es el Siervo,
enviado al mundo precisamente para esto, para realizar en Sí en su persona
y en su vida, todas las palabras dichas por los profetas por la ley y por
los salmos de Él. Palabras de persecución, de sufrimiento, de llanto,
heridas y sangre, palabras de muerte por Jesús, por el Ungido del Señor,
que es nuestro respiro, aquél a la sombra del cual viviremos entre las
naciones, como dice el Profeta Jeremías (Lam 4, 20). Palabras que hablan
de asechanzas, de insurrecciones, conjuras, (Sal 2,2).
Observamos a
Nuestro Señor Jesucristo, herido, como varón de dolores; tan
irreconocible, si no es sólo por parte de aquel amor, que como Él, bien
conoce el padecer. “¡Sepa pues con
certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a
Jesús a quien vosotros habéis crucificado!” (Hech 2, 36). Sí, es un
rey atado, el mío, un rey entregado, arrojado fuera, despreciado; es un
rey ungido para la batalla, pero ungido para perder, para ser sacrificado,
para ser crucificado, inmolado como un cordero. Este es el Mesías: el rey
que tiene como trono la cruz, como púrpura su sangre derramada, como
palacio el corazón de los hombres, pobres como Él, pero hechos ricos y
consolados por una continua resurrección. Estos son nuestros tiempos, los
tiempos de la consolación por parte del Señor, en los cuales él envía
incesantemente al Señor Jesús, al que nos ha destinado como Mesías.
(ocarm) 4.
“MI
REALEZA NO ES DE ESTE MUNDO. “Mi realeza no
es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi
servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos.
Pero mi realeza no es de aquí” Debe de ser
después de estas acusaciones que dicen los sinópticos cuando, maravillado
Pilato de que aquel reo es distinto de todos, “entró de nuevo en el pretorio” y,
mandando venir a Cristo, le hace un interrogatorio privado, lo que no
excluye la presencia de otras personas — asesores, etc. — sobre su
realeza. La pregunta fue
sobre si era en verdad El “el rey de los judíos.” Pero
Cristo tenía que precisarle bien el sentido de aquella expresión, que
podía ser gravemente equívoca. Si lo decía
Pilato por su cuenta, Él no era rey en ese sentido; no era un rey
político, no era un competidor del César; El no venía a aprovecharse de
Palestina para dársela a los judíos quitándosela al
César. Si se lo habían
dicho los dirigentes judíos, en parte era verdad: Él era el Mesías, pero
no el Mesías político que ellos esperaban, el rey político que ellos allí
le presentaban. La pregunta de
Cristo incomodó a Pilato, que corta por lo sano, preguntándole que
responda “qué ha
hecho.” Pilato puede
estar tranquilo. Porque el reino de Cristo no es de este mundo. La prueba
la tiene él: no tiene soldados, está prisionero, sin que nadie le defienda
ni luche por Él. 5.
“¿LUEGO TÚ
ERES REY?” Hasta aquí la
respuesta de Cristo había sido negativa. Y no podía ser ajeno a la
información de Pilato la entrada “mesiánica” de Cristo el día de Ramos,
sus disputas y enseñanzas con los fariseos en los últimos días
jerosolimitanos y su confesión en la noche anterior ante el Sanedrín. De
ahí la pregunta que le hace con ironía y medio piedad y desprecio. A este
momento deben de corresponder las frases de los sinópticos sobre su
realeza (Mt 27:11); Cristo lo afirma: “Tú lo dices.” Esta frase es
de muy raro uso y supone una cierta solemnidad. Cristo expresa
cómo su reinado es espiritual, por someter los seres humanos a la verdad.
Esta es la finalidad de su venida a este mundo. Los autores subrayan,
salvando el contenido histórico interpretativo, cómo el estilo de estas
palabras está fuertemente sumido en términos Joánicos (Jn 3:11.32; 8:14ss;
1:7.8; Ap 1:5). 6.
YO SOY
REY. PARA ESTO HE NACIDO Y HE VENIDO AL MUNDO: PARA DAR TESTIMONIO DE LA
VERDAD. “El que es de
la verdad, escucha mi voz”. Al llegar a
este punto y oír hablar de la “verdad”, Pilato pregunta qué
cosa sea la “verdad.” Acaso piensa en los
filósofos ambulantes que en Roma andaban exponiendo sus sistemas y sus
sabidurías. El gesto de Pilato refleja una perfecta situación histórica.
¿La verdad? ¿Quién la iba a discernir entre tantos sistemas? Se acusa bien
en él el escepticismo especulativo de un romano y de un político, a quien
sólo le interesaba lo práctico. Y, acaso encogiéndose de hombros, pensó
que Cristo fuese uno de estos iluminados orientales y no dio más
importancia a aquel asunto. Y terminó así el interrogatorio. “Salió” de la parte interior
del pretorio al exterior del mismo, para decir a los dirigentes judíos que
no encontraba ningún crimen en este hombre para condenarle a muerte. Fue
para él un soñador, un filósofo o un oriental iluminado. En todo caso, no
había lugar a más proceso. Se cotejan aquí
conceptos muy diferentes de realeza: Pilato tenía el concepto
político-militar que se podía hacer un romano, pero aparece también el
teocrático y a la vez político de los judíos; sin embargo, la realeza de
Jesús pertenece a otra esfera: “no es de este mundo”; más
aún, puede dejarse aplastar por éste y resultar, de todos modos,
vencedora. Jesús es verdaderamente rey, pero no de aquí abajo. Ha venido a
este mundo a traer su Reino sobrenatural sin imponer su absoluta
superioridad, asumiendo nuestra condición: “Para esto he nacido y he venido al
mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha
mi voz”, para iluminarla con la luz de la verdad y hacer al hombre
capaz de elegir el Reino de Dios. La venida de
Cristo obra, por consiguiente, una discriminación entre los que acogen su
testimonio y los que lo rechazan. Es un testimonio verdadero sobre Dios
-cuyo rostro revela Jesús en sí mismo- y, al mismo tiempo, sobre el
hombre, tal como es según el designio del Padre, “¡Ecce homo!” (Jn 19,5):
acogerlo significa entrar ya desde ahora en su Reino. En cambio, el que lo
rechaza se somete al príncipe de este mundo (12,31): no es posible
mantenerse en un escepticismo neutral, como intenta hacer Pilato (18,38).
Quien reconoce a Jesús como rey no se preocupa de triunfar en este mundo,
sino más bien de escuchar la voz de su Señor y de seguirle para extender
aquí abajo su Reino de verdad y de amor. 7.
CRISTO ES
UN REY CRUCIFICADO Estamos
invitados a vigorizar en nosotros el deseo de que Cristo reine
verdaderamente en nuestra vida. Para que esto ocurra, es necesario revivir
siempre en nosotros una adhesión plena a él, que nos amó primero y libró
por nosotros la gran batalla hasta dejarse herir de muerte para destruir
en su cuerpo clavado en la cruz nuestro pecado. Cristo venció así. Su
triunfo es el triunfo del amor sobre el odio, sobre el mal, sobre la
ingratitud. Su victoria es, en apariencia, una derrota: el modo de vencer
del amor es, en efecto, dejarse vencer. Cristo es un
rey crucificado; sin embargo, su poder está precisamente en la entrega de
sí mismo hasta el extremo: es un rey coronado de espinas, colgado en la
cruz, y sigue como tal para siempre, incluso ahora que está en la
presencia del Padre, a donde ha vuelto después de la resurrección. Se
trata de una realeza difícil de comprender desde el punto de vista humano,
a no ser que emprendamos el camino del amor humilde, de la vida que se
hace servicio y entrega. Si emprendemos ese camino, el mismo Espíritu nos
hará capaces de configurarnos con el humilde rey de la gloria, de quien
todo cristiano está llamado a ser discípulo enamorado. Esto traerá
consigo, necesariamente, una sombra de muerte, de muerte a todo un mundo
de egoísmos, de pasiones, de vanos deseos y de arrogancias indebidas: una
muerte que, sin embargo, se traduce en libertad para nosotros mismos y en
crecimiento para los otros, en vida verdadera y en plenitud de alegría.
Nuestro camino
en la historia prosigue con sus cansancios, pero nuestro corazón puede
saborear de manera anticipada la dulzura de este Reino de luz infinita en
el que sólo se entra por la puerta estrecha de la cruz. (Giorgio Zevini y Pier Giordano Cabra,
Lectio Divina (eds.) “Venga a
nosotros, Señor, tu Reino de luz” ¡Oh Rey de
gloria y Señor de todos los reyes! ¡Cómo no es vuestro reino armado de
palillos, pues no tiene fin!........ ¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién
supiera ahora representar la majestad que tenéis!. (Santa Teresa de Jesús, Vida, capitulo
6) El Señor les
Bendiga Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant |
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