“El que coma de este pan vivirá
eternamente” Jn 6, 51-59 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
YO SOY EL PAN VIVO BAJADO DEL
CIELO” El que
come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy
para la vida del mundo”. En esta parte del fragmento de
este evangelio, San Juan concluye el “discurso del pan de vida”, y el relato
está unido a todo cuanto el evangelista nos ha dicho anteriormente; sin
embargo, el mensaje se hace aquí más profundo y se vuelve más sacrificial y
eucarístico. Se trata de hacer sitio a la persona de Jesús en su dimensión
eucarística. Jesús es el pan de vida no sólo por lo que hace, sino
especialmente en el sacramento de la eucaristía, lugar de unidad del creyente
con Cristo. Jesús-pan queda identificado con su humanidad, la misma que será
sacrificada para salvación de los hombres en la muerte de cruz. Jesús es el
pan -bien como Palabra de Dios o como víctima sacrificial- que se hace don
por amor al hombre. La
subsiguiente murmuración de los judíos los cuales se preguntaban:”
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”, denuncia la mentalidad
incrédula de quienes no se dejan regenerar por el Espíritu y no pretenden
adherirse a Jesús. Jesús
insiste con vigor exhortando a consumir el pan eucarístico para participar en
su vida: “Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del
hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Más aún,
anuncia los frutos extraordinarios que obtendrán los que participen en el
banquete eucarístico: quien permanece en Cristo y participa en su misterio
pascual permanece en él con una unión íntima y duradera; “El que come
mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré el último
día”. El discípulo de Jesús recibe como don la vida en Cristo,
que supera todas las expectativas humanas porque es resurrección e
inmortalidad; “el que coma de este pan vivirá para siempre”. 2.
EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI
SANGRE TIENE VIDA ETERNA. Jesús,
nos explica cuidadosamente, en forma muy explicita,
con una claridad admirable la eucaristía, se repiten algunos conceptos ya
antes dicho, pero con un nuevo matiz, con un cambio notable, ya no dice el
que cree, sino que El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna. En el
fragmento anterior de este Evangelio, (v 48), Jesús se proclama a sí mismo:
Yo soy el pan de vida. Es pan de vida, en el sentido que El causa y dispensa
esta vida (San Juan 6:35.50.51.53-58). En este
mismo Evangelio, fragmento anterior, (v 30.31) los judíos le habían hecho ver
o argüir el prodigio del maná, que Dios hizo en favor de los padres en el
desierto. Y Jesús recoge ahora aquella alusión para decirles, una vez más,
que aquel pan no era el pan verdadero. Era sólo un alimento temporal. Por
eso, los padres comieron de él, pero murieron. Hay, en
cambio, un pan verdadero. Y éste es el que está bajando del cielo,
precisamente para que el que coma de él no muera. No morirá en el espíritu,
ni eternamente en el cuerpo. Porque este pan postula la misma resurrección
corporal. Es interesante
notar la formulación del versículo 58, Jesús ahora no dice: “Yo soy el pan
vivo,” sino “Este es el pan bajado del cielo” con lo que se palpa muy de
cerca la fórmula de la consagración eucarística: “Este es mi cuerpo.” Y este
pan hasta aquí aludido encuentra de pronto su concreción: “Yo soy el pan vivo bajado
del cielo”. Antes (v.48) se definió como el Pan de vida, acusando el
efecto que causaría ser comido y masticado en el alma; ahora se define por la
naturaleza misma viviente: tiene en sí mismo la vida (San Juan 5:26). 3.
EL QUE COMA DE ESTE PAN VIVIRÁ
PARA SIEMPRE Y la
tiene, porque ese pan es el mismo Jesús, que bajó del cielo en la
encarnación, cuyo momento histórico en que se realizó esa bajada se acusa por
la forma como los dice. Es el verbo que tomó carne. Y al tomarla, es pan
vivo. Porque es la carne del Verbo, en quien, en el principio, ya estaba la
vida (San Juan 1:4) que va a comunicar a los seres humanos. Si ese
pan es viviente, no puede menos de conferir esa vida y vivificar así al que lo
recibe. Y como la vida que tiene y dispensa es eterna, se sigue que el que
coma de este pan vivirá para siempre, porque tendrá Vida eterna El tema, una
vez más, se presenta, según la naturaleza de las cosas, sapiencialmente, sin
considerarse posibles deserciones o abandonos que impidan o destruyan en el
sujeto esta vida eterna (San Juan 15:1-7). Y aún
se matiza más la naturaleza de este pan: “el pan que yo daré es mi carne para la
Vida del mundo”. Al
hablarles antes del Pan de vida, que era asimilación de Jesús por la fe, se
exigía el venir y el creer en El, ambos verbos en participio de presente,
como una necesidad siempre actual (v.35); pero ahora este Pan de vida se
anuncia que él lo dará en el futuro. Es, se verá, la santa Eucaristía, que
aún no fue instituida. Un año más tarde de esta promesa, este pan será manjar
que ya estará en la tierra para alimento de los seres humanos. Con ello se
acusa la perspectiva eclesial eucarística. Éste
pan es, dice Jesús, “mi carne, pero dada en favor y en provecho
de la vida del mundo”. Este pasaje es, doctrinalmente, muy
importante. Se
trata, manifiestamente, de destacar la relación de la Eucaristía con la
muerte de Jesús, como lo hacen los sinópticos y Pablo. San Juan utilizará el
término más primitivo y original de carne. Si la
proposición vida del mundo concordase directamente con el pan, se tendría,
hasta por exigencia gramatical, la enseñanza del valor sacrifical de la
Eucaristía. Pero vida del mundo ha de concordar lógicamente con mi carne, y
esto tanto gramatical como conceptualmente. 4.
ES LA CARNE DE JESÚS Pero
ya, sin más, se ve que esta carne de Jesús, que se contiene en este pan que
Jesús dará, es la carne de Jesús; pero no de cualquier manera, , la carne de
Jesús como estaba en su nacimiento, sino en cuanto entregada a la muerte para
provecho del mundo, mi carne para la Vida del mundo es la equivalente, y está
muy próxima de la de Lucas-Pablo: Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros
(a la muerte)” (Lc 22:19; 1 Cor 11:24). Aquí
Jesús no habla de la entrega de su vida sino de la entrega de su carne.
Podría ser porque se piensa en la participación del cuerpo y sangre en el
banquete eucarístico, o porque se piensa en la unidad del sacrificio
eucarístico/Calvario. Y ésta,
para San Juan, es el pan que contiene la carne de Jesús. En el uso semita,
carne, o carne y sangre, designa el hombre entero, el ser humano completo.
Aquí la Eucaristía es la carne de Jesús, pero en cuanto está sacrificada e
inmolada por la vida del mundo Precisamente el uso aquí de la palabra carne,
que es la palabra aramea que, seguramente, Jesús usó en la consagración del
pan, unida también al el pan que yo daré, es un buen índice de la evocación
litúrgica de la Eucaristía que San Juan hace con estas palabras. Si por
una lógica filosófica no se podría concluir que por el solo hecho de contener
la Eucaristía la carne de Jesús inmolada no fuese ella actualmente verdadero
sacrificio, esto se concluye de esta enseñanza de San Juan al valorar esta
expresión tanto en el medio ambiente cultual judío como grecorromano. 5.
¿CÓMO ESTE HOMBRE PUEDE DARNOS
A COMER SU CARNE? Ante la
afirmación de Jesús de dar a comer un pan que era precisamente su carne, los
judíos no sólo susurraban o murmuraban como antes, al decir que bajó del
cielo (v.41), sino que, ante esta afirmación, hay una protesta y disputa
abierta, acalorada y prolongada entre ellos, como lo indica la forma
imperfecta en que se expresa: ¿Cómo este hombre puede darnos a comer su
carne? Esto sugiere acaso, más que un bloque cerrado de censura, el
que unos rechazasen la proposición de comer ese pan, que era su carne, como
absurda y ofensiva contra las prescripciones de la misma Ley, por
considerársela con sabor de antropofagia, mientras que otros pudiesen opinar
(San Juan 6:68), llenos de admiración y del prestigio de Jesús, el que no se
hubiesen entendido bien sus palabras, o que hubiese que entenderlas en un
sentido figurado y nuevo, como lo tienen en el otro discurso (San Juan
7:42.43; 10:19-21). Preguntaban
despectivamente el cómo podía darles a comer su carne. ¡El eterno cómo del
racionalismo! Ante este alboroto, Jesús no sólo no corrige su afirmación, la
atenúa o explica, sino que la reafirma, exponiéndola aún más clara y
fuertemente, con un realismo máximo. La expresión se hace con la fórmula
introductoria solemne de "Les aseguro que, y liego les agrega;
si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán
Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y
yo lo resucitaré en el último día”. 6.
LA NECESIDAD DE COMER Y BEBER
LA CARNE Y SANGRE DE JESÚS La
doctrina que aquí se expone es por una parte la necesidad de comer y beber la
carne y sangre de Jesús; por otra, porque sin ello no se tiene la vida eterna
como una realidad que ya está en el alma (San Juan 4:14.23), y que sitúa ya
al alma en la vida eterna, y finalmente y como consecuencia de la posesión de
la vida eterna, que esta comida y bebida confieren, se enseña el valor
escatológico de este alimento, pues exigido por él, por la vida eterna por él
conferida, Jesús, a los que así hayan sido nutridos, los resucitará en el
cuerpo en el último día. La
enseñanza trascendental que aquí se hace es la de la realidad eucarística del
cuerpo y sangre de Jesús como medio de participar en el sacrificio de Jesús:
necesidad absoluta para el cristiano. Sacrificio que está y se renueva en
esta ingesta sacrificial eucarística. Como
verdadera comida y bebida que son la carne y la sangre eucarísticas de Jesús,
producen en el alma los efectos espirituales del alimento. “El
que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. Es
una forma que aquí se usa para expresar esta presencia de Jesús en el alma,
la unión de ambos, tiene en los escritos de San Juan el valor, no de una
simple presencia física, aunque eucarística, sino el de una unión y sociedad
muy estrecha, muy íntima (San Juan 14:10.20; 15:4.5; 17:21; 1 San Juan 3:24;
4:15.16). Este es el efecto eucarístico en el alma: así como el alimento se
hace uno con la persona, así aquí la asimilación es a la inversa: el alma es
poseída por la fuerza vital del alimento eucarístico. 7.
COMO YO, QUE HE SIDO ENVIADO
POR EL PADRE QUE TIENE VIDA, VIVO POR EL PADRE Luego
Jesús nos dice; “Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo
por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí”. Así
como Jesús vive por el Padre, del que recibe la vida (San Juan 5:26), así
también el que recibe eucarísticamente a Jesús vive por Jesús, pues El es el que le comunica, por necesidad, esa vida (San
Juan 1.16; 15:4-7). El Padre es la fuente de la vida que el Hijo goza; esta
vida, difundiéndose luego a su humanidad, constituye aquella plenitud de que
todos hemos de recibir (San Juan 1:16) 46. Así el discípulo que se nutre del
Pan de vida eucarístico se consagrará enteramente, por ello, a promover los
intereses de Jesús. Con esta interpretación estaríamos en presencia de una
noción nueva. Unido a Jesús en la Eucaristía, el fiel se consagraría
enteramente a promover los intereses de aquel que se le da a él. Finalmente,
san Juan ha querido precisar donde se dijo este discurso con exactitud, Jesús
enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún. “Jesús
enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún”. Talvez
los hace, para certificar que estas cosas se decían en reuniones públicas, no
de una forma clandestina. Sus características esenciales giran, más que sobre
el sacramento en sí, sobre el misterio de la persona y de la vida de Jesús,
que se va revelando de manera gradual. Ese misterio abarca en unidad la
Palabra y el sacramento. La Palabra y el sacramento ponen en marcha dos
facultades humanas diferentes: la escucha y la visión, que sitúan al hombre
en una vida de comunión y obediencia a Dios. Los
sacramentos nos comunican la gracia, la Eucaristía nos da a Jesucristo, el
mismo autor de la gracia, es así como la Eucaristía nos produce un efecto
admirable. San Agustín, en una ocasión nos indica: Al comer la carne de
Cristo y beber su sangre, nos transformamos en su sustancia Deseosa
del “Pan Eterno”, Teresa de Jesus
dice con toda su alma qué; “Algunas veces me vienen unas ganas de
comulgar tan grandes... que, aunque me pusieran lanzas en los pechos, pasaría
por ellas” (Vida 39, 22). Cristo Jesús, vivan en nuestros corazones. Pedro Sergio Antonio Donoso Brant XX Domingo Ciclo
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