“Éste
es el rey de los judíos” Lc 23, 35-43 Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
LA MISERICORDIA
DE CRISTO VOLCÁNDOSE POR LOS SERES HUMANOS En versículo anterior, (v.34), Lucas recoge
la primera palabra de Cristo en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben
qué hacen”. Que impresionante la conducta de Cristo. Esta palabra debió de
ser pronunciada por Cristo en diversos momentos de su crucifixión e incluso
ya crucificado. El perdón que Cristo pide a su “Padre” — la mejor invocación
que podía hacer, ya que estaba siendo crucificado por haber revelado que era
su “Hijo” — se refiere probablemente a los cabecillas de Israel, los
verdaderos culpables de su muerte. Los soldados romanos no sabían quién era
Cristo; se limitaban a cumplir una ordenanza. Pero, si los cabecillas sabían
quién era Cristo, ¿cómo dice que “no saben qué hacen”? Cristo sólo presenta
al Padre un hecho: el hecho actual pasional de su ceguera. No alude a su acto
voluntario “en causa.” San Pablo dirá que, si lo hubiesen conocido como tal,
nunca le hubiesen crucificado (1 Cor 2:8). Pero no lo conocieron
culpablemente. Y Cristo sólo presenta esta ceguera pasional como hecho
actual. Es la misericordia de Cristo volcándose por los seres humanos (Hech
3:17; 13:27). 2.
HA SALVADO A OTROS:
¡QUE SE SALVE A SÍ MISMO, SI ES EL MESÍAS DE DIOS, EL ELEGIDO!. Sin embargo, parece que esta palabra tiene
en el intento de Cristo un mayor alcance. Pide perdón por todos los hombres,
ya que el pecado de todos es la causa real de su crucifixión. Pues en todas
las palabras de Cristo en la cruz, excepto en la segunda, al buen ladrón, que
tiene un carácter más personal, todas las demás tienen, directa o
indirectamente, un sentido universal por todos los hombres. En el “sentido
pleno” de ella, probablemente, tiene este sentido universal. Lucas pone todavía ante el cuadro de los
que escarnecen a Cristo a los “soldados” de la custodia, que repetían lo que
oían a los príncipes de los sacerdotes: que, si era el Mesías, bajase de la
cruz. Era el odio del soldado — romano o samaritano — al judío. En boca de los príncipes de los sacerdotes
pone, como sinónimo del Mesías, el “Elegido”. En cambio, deja para lo último, para darle
un desarrollo especial, la escena de los dos ladrones crucificados con El;
los otros dos Evangelios sinópticos sólo aluden a que estos “bandidos” le
ultrajaban. En efecto, los que van a ser crucificados con Cristo eran
“malhechores” y “salteadores,” bandidos que asaltan a mano armada. 3.
¿NO ERES TÚ EL
MESÍAS? SÁLVATE A TI MISMO Y A NOSOTROS. Cuando Cristo estaba en la cruz, el mal
ladrón le injuriaba y le insultaba con las palabras que oye a los asistentes. La injuria era que, si era el Mesías, que
había de estar dotado de poderes prodigiosos, que bajase de la cruz y que los
bajase con El. Así sería más espectacular su triunfo. Era iniquidad. Pero
probablemente también servilismo, a ver si lograba una conmiseración en los
presentes, y que, excepcionalmente, un movimiento de masas le perdonase la
vida (Hech 7:56-58; Lc 4:28-30). Pero el buen ladrón le reprende, y,
reconociendo la justicia de la pena a sus culpas, proclama la inocencia de
Cristo, al tiempo que, por los insultos que el otro dirige a un inocente,
demuestra no temer a Dios, que le aguarda ya en su tribunal. Seguramente el
buen ladrón había oído hablar de Cristo: de su vida de portentos y de su
mesianismo. Y ahora, ante su majestad y conducta en la cruz, se confirmaba en
ello. Aquella conducta era sobrehumana. 4.
JESÚS, ACUÉRDATE
DE MÍ CUANDO LLEGUES A TU REINO. Y, volviéndose a Cristo, le pidió que se “acordase
de él,” La respuesta de Cristo es prometerle, con gran solemnidad, “Yo
te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Este disponer por
parte de Cristo de la suerte eterna de los seres humanos le presenta dotado
de poderes divinos. No es un profeta que anuncia una revelación
tenida; es Cristo que aparece disponiendo él mismo de la suerte eterna de un
hombre. Y esto es poder de Dios. El “paraíso,” palabra persa, significa
jardín. Los judíos conocían éste como lugar de las almas justas bajo el
nombre de “Gran Edén,” “Jardín del Edén.” Es así como la escena culmina en la
inauguración solemne del Reino en el hoy: el “buen ladrón” —como le llamamos
tradicionalmente roba el paraíso en el último instante de su vida,
confiándose a Jesús, del mismo modo que éste se entregará confiadamente en
los brazos del Padre. 5.
CRISTO ES UN REY
CRUCIFICADO Estamos invitados a vigorizar en nosotros
el deseo de que Cristo reine verdaderamente en nuestra vida. Para que esto
ocurra, es necesario revivir siempre en nosotros una adhesión plena a él, que
nos amó primero y libró por nosotros la gran batalla hasta dejarse herir de
muerte para destruir en su cuerpo clavado en la cruz nuestro pecado. Cristo
venció así. Su triunfo es el triunfo del amor sobre el odio, sobre el mal,
sobre la ingratitud. Su victoria es, en apariencia, una derrota: el modo de
vencer del amor es, en efecto, dejarse vencer. Cristo es un rey crucificado; sin embargo,
su poder está precisamente en la entrega de sí mismo hasta el extremo: es un
rey coronado de espinas, colgado en la cruz, y sigue como tal para siempre,
incluso ahora que está en la presencia del Padre, a donde ha vuelto después
de la resurrección. Se trata de una realeza difícil de comprender desde el
punto de vista humano, a no ser que emprendamos el camino del amor humilde,
de la vida que se hace servicio y entrega. Si emprendemos ese camino, el
mismo Espíritu nos hará capaces de configurarnos con el humilde rey de la
gloria, de quien todo cristiano está llamado a ser discípulo enamorado. 5.6 LA DULZURA DE ESTE REINO DE LUZ INFINITA Esto traerá consigo, necesariamente, una
sombra de muerte, de muerte a todo un mundo de egoísmos, de pasiones, de
vanos deseos y de arrogancias indebidas: una muerte que, sin embargo, se
traduce en libertad para nosotros mismos y en crecimiento para los otros, en
vida verdadera y en plenitud de alegría. Nuestro camino en la historia prosigue con
sus cansancios, pero nuestro corazón puede saborear de manera anticipada la
dulzura de este Reino de luz infinita en el que sólo se entra por la puerta
estrecha de la cruz. ¡Oh Rey de gloria y Señor de todos los
reyes! ¡Cómo no es vuestro reino armado de palillos, pues no tiene
fin!........ ¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la
majestad que tenéis!. (Santa Teresa de Jesús, Vida,
capitulo 6) El
Señor les Bendiga Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant Domingo
XXXIV Tiempo Ordinario |
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