“Escúchenme
todos y entiéndanlo bien, ninguna cosa externa que entra en el hombre puede
mancharlo”. Mc
7, 1-8. 14-15. 21-23 Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1. “¿POR QUÉ TUS DISCÍPULOS NO PROCEDEN DE ACUERDO
CON LA TRADICIÓN DE NUESTROS ANTEPASADOS El Evangelio de San Marcos que leemos este domingo,
capítulo 7, nos trae una enseñanza de gran importancia, es una instrucción que por sí misma
constituye una de las cumbres de la historia religiosa de todos los tiempos.
El relato que leemos hoy toma como punto de partida la pregunta que le hacen
a Jesús: “los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén”. A la ley mosaica sobre la pureza ritual, habían ido
aumentándose cada vez más con nuevos preceptos, que, transmitidas oralmente,
eran consideradas vinculantes, con la misma fuerza que la ley escrita y, como
ésta, reveladas por el Señor: “Entonces los fariseos y los escribas
preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la
tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?”.
Jesús no responde directamente, sino que, citando a Isaías 29,13: ”Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.,
y así, saca a la luz lo falso y vacío que es el modo de obrar de los
fariseos, donde su culto es sólo formal, dado que a la exterioridad de los
ritos y de la observancia de la Ley no le corresponden el sentimiento
interior y la práctica de vida coherente. La tradición de los hombres acaba
así por sobreponerse y cubrir el mandamiento de Dios: “Ustedes dejan de lado el
mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”. La verdadera religiosidad procede del corazón del hombre
que escucha la voz de Dios y cumple sus mandamientos. 2. EXPOSICIÓN
DE LOS HACEN CIERTOS GENTILES Y SUS COSTUMBRES En este fragmento del Evangelio, san Marco hace una
extensa exposición de lo que hacen ciertos gentiles y sus costumbres y las
practicas a los cuales están aferrados. Nos narra que “Los fariseos con algunos
escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús”. Parece ser que
vienen como especialmente técnicos en la Ley, y tal como dice el relato, son
solo algunos, quizá para garantizar la obra de espionaje, o para completar
esta representación de espionaje enviada, más o menos oficiosamente, por el
Sanedrín, o al menos con su implícita complacencia, como en San Juan; “cuando los judíos enviaron donde él desde
Jerusalén sacerdotes y levitas (Juan
1:19). San Marcos se da tiempo de explicar que significaban estos usos en
la mentalidad judía y en los preceptos rabínicos. San Marcos, no sólo recoge un caso concreto como motivo de
censura, por anular la ley de Dios por las tradiciones de los hombres, sino
que alude a otra perspectiva mayor porque hacen muchas cosas por el estilo.
Es muy fuerte la contraposición de lo que legisló Moisés y la tradición
humana. Aquello tiene valor; esto es presentado como elaboración simplemente
humana: farisaico-rabínica. “Ustedes dejan de lado el mandamiento de
Dios, (Moisés) por seguir la tradición de los hombres”. Estamos en presencia de una diferencia importante, los
hombres de la tierra de Genezaret, que parecían menos instruidos, no vienen
solos, sino que llevan sus enfermos al Señor, para poder por lo menos tocar
una parte de su vestido. Pero los fariseos y escribas, que debieran ser los
doctores del pueblo, acuden al Señor, no para buscar la salud, sino para
criticarlo y promover controversias. Los discípulos de Jesús, que habían aprendido a hacer sólo
la virtud, comían sin haberse lavado las manos; y queriendo los fariseos
encontrar un pretexto, aprovecharon esta ocasión; y no los reprocharon por
trasgresores de la ley, sino por trasgresores de las tradiciones de sus
mayores. “Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin
lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus
antepasados”. 3. ES
INÚTIL ESTA PURIFICACIÓN EXTERNA Y NO DE LOS BUENOS PENSAMIENTOS Ellos habían recibido en un sentido material las palabras
espirituales de los profetas, que se referían a la corrección del espíritu y
del cuerpo, diciendo: "Lavaos y
sed puros" (Is 1,16); y: "Purificaos
los que lleváis los vasos del Señor" (Is 52,11), y observaban
solamente estos preceptos lavándose el cuerpo. Pero es inútil esta
purificación externa y no de los buenos pensamientos, en efecto en vano
purifican sus vasos, si descuidan el lavar las verdaderas manchas de sus
cuerpos, esto es, las del espíritu. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por
qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros
antepasados, sino que comen con las manos impuras?” Ciegos los fariseos y escribas!
Objetan al Hijo de Dios, porque no observan las tradiciones y preceptos de
los hombres. Pero Jesús, es muy claro frente a los soberbios fariseos, y los
increpa y les dice: “¡Hipócritas”. Como
no era de trasgresión de la ley, sino de las tradiciones de los antiguos de
lo que acusaban injustamente a los discípulos, los humilla llamándolos “hipócritas”,
porque recomendaban con cierto respeto lo que no convenía. Añade la palabra
de Isaías como dirigida a ellos, y que viene a decir: !
Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.. Así como aquellos de quienes se dice que honran
a Dios con los labios, pero que tienen bien lejos de El su corazón y se
jactan en vano de observar las reglas de la piedad, no observando sino las
doctrinas de los hombres, “Ustedes dejan de lado el mandamiento de
Dios, por seguir la tradición de los hombres”. Y de este modo, ellos
abandonan el mal interior que puede curarse, y acusan a los que respetan la
justicia. 4. ES
NECESARIO UN CORAZÓN PURO PARA VER LAS COSAS DE DIOS Jesús, nos da una gran enseñanza, es el corazón el que
tiene que estar siempre con Dios, con una incondicional adhesión, con todo el
afecto, con total entrega, con mucha generosidad y profundamente sincero.
Pero es necesario un corazón puro para ver las cosas de Dios, con un corazón
limpio de todo aquello que lo mancha, lo oscurece. El que tiene el corazón
enrarecido y manchado, no puede ver a Dios. El que ve solo las cosas
terrenales, el que está solo preocupado de los bienes materiales, del buen
vivir y de los gozos superficiales, no comprende las cosas de Dios. “Solo los que tiene el corazón limpio
verán a Dios” (Mt 5,8) Después de la exposición anterior, Jesús llama a la
muchedumbre; “Escúchenme todos y entiéndanlo bien” y les expone una
pequeña parábola. “Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo”. La apatía del pueblo no pidió más explicaciones de la
misma. Pero, ya en casa, los
“discípulos,” acaso a iniciativa de Pedro, le piden una explicación de la
misma. “Tomando Pedro la palabra, le
dijo: Explícanos la parábola. Mateo (SBJ) 15,15)”. Y la explicación se la
hace detalladamente, no sin antes dirigirles una amonestación de afecto y
enseñanza: “Él dijo: ¿También vosotros
estáis todavía sin inteligencia? En realidad, el sentido fundamental de lo
que había expresado en esa pequeña parábola era claro. Pero esto hace ver la
necesidad de educación que tenían los apóstoles como la necesidad de
educación que aún tenemos nosotros. Los rabinos daban un valor excepcional a ciertas
purificaciones de cosas y de manos, se decía: “Si alguno come pan sin lavarse
las manos, es como si fuese a casa de una mujer de mal vivir.” “Quien
desprecia la purificación de las manos será extirpado del mundo.” “Hay
demonios encargados de dañar a los que no se lavan las manos antes de las comidas.”
En una ocasión un rabino llamado Eleázar, que despreció esta purificación,
fue excomulgado por el sanedrín, y, después de muerto, se colocó una gran
piedra en su féretro para indicar que había merecido la pena de la
lapidación. Así es, como para los israelitas, e inclusos para las primera
comunidades judeo-cristianas era un situación ardiente la impureza legal y la
de los alimentos. 5. ENTRA
EN LA BOCA NO MANCHA AL HOMBRE, LO QUE DEL HOMBRE SALE, ESO ES LO QUE MANCHA
AL HOMBRE ¿Para qué tanta purificación?, ¿porque que hay que
purificarse las manos al venir del mercado? ¿Por su contacto con los
alimentos?, ¿es que los alimentos contaminan?. ¿Hay
algo de verdad en esto? Dios creó todas las cosas, como los alimentos para
servicio del hombre como responsable de sus actos morales. Dice el Génesis
que Dios crea todas las cosas y “están bien,” son buenas y esos alimentos
como dice el Señor si entra en la boca no mancha al hombre, lo que del hombre
sale, eso es lo que mancha al hombre; “Porque es del interior, del corazón de
los hombres, de donde provienen las malas intenciones,…… Todas estas cosas
malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”. Esta enseñanza de Jesús iba a tener repercusiones muy
grandes, porque afectaba a las mismas órdenes legales mosaicas sobre lo puro
e impuro. Pero había de terminar su valor disciplinario y ritual, máxime
cuando se hacía carga insoportable, como dice Jesús en Mateo 23, 4 “Preparan pesadas cargas, muy difíciles de
llevar, y las echan sobre las espaldas de la gente, pero ellos ni siquiera
levantan un dedo para moverlas”. Si Jesús no quiso abolir de momento todo
aquello, el principio había quedado asentado por Jesús. Estas tradiciones rabínicas, eran tan caprichosas, que “anulaban
la ley de Dios,” tenían que ser arrancadas por inútiles y
perjudiciales para el Reino, pues a veces anulaban la verdadera religiosidad.
Con todo esto, Jesús nos quiere dar una lección que no es
menos importante, a Dios se le debe adorar en espíritu y en verdad y no solo
con observancia externa de los ritos. No quiere decir Jesús que él está
contra los ritos, ni contra las manifestaciones externas de la ley, solo
quiere poner las cosas en su lugar. Es el corazón el que debe estar siempre
con Dios, con afecto, entrega, generosidad y un amor muy profundo. Es el
corazón el que debe estar puro para ver las cosas de Dios. Preocuparse de las
cosas de la tierra, es tener tierra en el corazón y, “los que tienen el corazón limpio verán a Dios” (Mt 5, 8) 6. LO
MALO A LOS OJOS DE DIOS LO ENSUCIA NUESTRO CORAZÓN Lo triste, es que hoy vivimos una realidad extremadamente
preocupante, hombres manchando a los hombres y hombres que se dejan manchar
por otros, juzgamos a nuestros hermanos por sus apariencias, y por hacerlo
así nos equivocamos al emitir nuestros juicios, vemos malicia donde no la
hay, transformamos situaciones buenas en malas por pensar retorcidamente o
porque le tenemos mala voluntad. Lo peor es que permanecen vigentes las
palabras del Señor de los últimos versículos de este fragmento del evangelio,
“del
corazón del hombre, proceden los pensamientos malos, las
fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la
maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el
orgullo, el desatino”.. Todas estas maldades proceden del hombre y
manchan al hombre. Es decir, estamos pasando por un embrutecimiento moral
culpable, que desprecia el ideal de vida que Dios quiere para nosotros. Ante esto, es que Jesús nos aclara que nada hay sucio o
impuro en el exterior de los hombres, lo malo a los ojos de Dios lo ensucia
nuestro corazón, como dice el mismo Jesús. “Porque es del interior, del
corazón de los hombres”. En efecto la santidad reside en lo interior,
sin embargo la maldad y el pecado procede del atrevimiento. Y todos estamos llamados a la santidad. “La voluntad de Dios es que todos sean
santos” (1 Tes 4,3). Así también nos lo ha pedido Jesús: “Sean perfectos, como es perfecto el Padre
de los cielos” (Mt 5, 48). No tenemos excusas para no pensar y decidirnos a caminar
por senderos de santidad, por elegir una vida cristiana y evangélica. No
permitamos que nuestro trabajo u que otros agentes externos se conviertan en
dificultades para vivir haciendo el bien, sin dejar de pensar que lo que
santifica no es tanto lo que hacemos, sino que con el espíritu con que lo
hacemos, con la buena intención y voluntad y el amor que ponemos en hacer las
cosas, sin preocuparnos sin son sencillas y humildes, porque justamente las
cosas simples tiene un valor admirable si se hacen con amor. El Señor les
Bendiga, Cristo Jesús, viva en nuestros corazones Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant XXII Domingo
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