“Entregado
en manos de los hombres” Mc 9,
30-37 Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1. EL HIJO DEL HOMBRE VA A SER ENTREGADO
EN MANOS DE LOS HOMBRES Jesús atravesaba la Galilea junto
con sus discípulos, van camino de Jerusalén, y quiere pasar inadvertido en su
travesía por Galilea. Él no quería que nadie lo supiera, porque las cosas que
les enseñaba a los apóstoles no eran fáciles de comprender. Por segunda vez
Jesús les habla a sus íntimos amigos de su muerte y de su resurrección.
Jesús, quiere dedicar este viaje con sus discípulos como jornada de “retiro”
y deseaba evitar manifestaciones tumultuosas de la gente. El Evangelio que nos trae la
Liturgia de hoy, nos invita a reflexionar sobre una sentencia de Jesús
referente al desenlace de su misión; “El
Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán”. Por la forma como está
redactado, “entregado en
manos de los hombres”, es
necesario profundizar lo que sugiere el autor, en el sentido de que es Dios quien realiza la acción. La pasión
y la muerte de Jesús no son “padecidas” por Dios, que es incluso el
protagonista: es él quien, a través del recorrido doloroso de su Hijo,
reconciliará consigo al mundo. El signo eficaz de esto será la resurrección
de Jesús: “tres días
después de su muerte, resucitará”. 2. “DE QUÉ HABLABAN EN EL CAMINO?”. Pero, aunque les habla de esto,
ellos no entendían estas cosas, y temían preguntarle. En efecto, este
aspecto, no es fácil aceptarlo de primeras, por esa razón Marcos también lo
destaca; “los discípulos
no comprendían esto y temían hacerle preguntas”. La no comprensión de ellos
se explica porque no sabían compaginar a Jesús Mesías doliente con un Mesías
triunfante y victorioso en conquistas, conforme estaba en el medio ambiente.
Buena prueba histórica de la necesidad de reiterarles esta predicción. Pero
¿por qué temían preguntarle? Ellos saben que las predicciones del Maestro se
cumplen, y tienen un presentimiento de aquel programa sombrío — sobre Él y
sobre ellos — y evitan el insistir sobre él. “Llegaron a Cafarnaúm y,
una vez que estuvieron en la casa”, probablemente en casa de Pedro,
Jesús les pregunta sobre las discusiones que los apóstoles traían entre sí en
el camino, así es como les dice; “,
De qué hablaban en el camino?”. A
su pregunta; “Ellos
callaban”. Pues hablaban sobre quién sería el mayor en los puestos
del reino, es decir; “habían estado discutiendo sobre quién era el más
grande” Era un tema de
ambición, acaso por exigencia familiar, tan del estilo oriental (cf. Mc
10:35-45). Es la mudez de los que se sienten
culpables de ambición, es la típica competencia por el prestigio y por
ejercer alguna autoridad sobre los demás, es el deseo de sentirse más grande
que otros, toda una diferencia con Jesús, porque mientras él se preocupaba de
ser el Mesías –Siervo, sus discípulos especulan en quién pudiera ser el más
grande. ¡Jesús trata de descender, ellos de ascender! 3. EL QUE QUIERE SER EL PRIMERO DEBE
HACERSE EL ÚLTIMO Jesús, sabe lo difícil que es
comprender esto, por eso, Marcos también destaca la distancia que hay entre
su palabra y la mentalidad de sus amigos con otras dos sentencias; “El que quiere ser el primero,
debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”, en este primer dicho, afirma
que la jerarquía entre los discípulos está estructurada siguiendo el criterio
del servicio y del ponerse en el último lugar. En esto se fundamenta la
verdadera grandeza. Los discípulos buscaban ser los
primeros, entonces Jesús les enseña una nueva norma de valoración y, esta es
para nosotros hoy , la Iglesia, es servidora del mundo, no es al contrario,
es decir, el mundo no está para servir a la Iglesia, pero si la Iglesia para
el mundo. La iglesia está para servir al mundo con un nuevo sentido de la
vida, a la Iglesia le interesa un mundo mejor, un mundo donde exista y reine
la justicia, la paz, un mundo de hombres buenos, un mundo de verdad y de
amor. Por eso la Iglesia está interesada en servir y no en ser servida. La iglesia somos todos, somos
nosotros mismos, y debemos actuar como nos ha pedido Jesús, ser auténticos
servidores, útiles a los demás, interesarnos por nuestros hermanos, no es
fácil, pero eso es lo que nos instruyó con su ejemplo: “el Hijo del hombre
no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mateo 20,28). Esta enseñanza del evangelio de
hoy, nos abre la oportunidad para cumplir nuestra misión de servicio a nuestros
hermanos. Ser primeros en el Reino de los Cielos, es servir, es inclinarse
ante algo tan pequeño como un niño, es ver al Señor en todos y en ellos
servirlo. 4. UN CORAZÓN LIBRE DE AMBICIÓN El segundo dicho une la acogida a
Jesús y al Padre que le envía. Para mostrar que esto es significativo, lo
explica “tomando a un
niño, (lo puso en medio de ellos) y, abrazándolo”, les dijo; “El que
recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí” El niño, cuya escasa consideración
positiva en el mundo antiguo resulta muy conocida, es imagen de todos los que
no son considerados dignos de atención y de estima; sin embargo, son
precisamente ellos quienes reciben el don del amor de Jesús. “Por lo
tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino
de los Cielos”. (Mt18, 4). ¿Por qué recibir los pequeños en
nombre de Jesús?, ¿Porque ser como un niño y hacerse pequeño? El niño es un
ser débil y humilde, que no posee nada, no tiene ambición, no conoce la
envidia, no busca puesto privilegiados, no tiene nada que decir en la codicia
de los adultos, el niño tiene conocimiento de su pequeñez y su debilidad. Es
así como nos hace saber Jesús, que el más humilde será el más grande ante el
Padre. “Bendita las almas de niños”, porque sus corazones están libres de
ambición. El niño al igual que el pobre
recibe con alegría lo que se le entrega cuando su necesidad depende de los
demás. Ese es el sentido de ese “hacerse como los niños”, hacerse humilde y
sencillo de corazón, empequeñecido en la sociedad respecto a los puestos de
jerarquía, esa es condición de Jesús para seguirlo, “cualquiera de
vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.
(Lucas (SBJ) 14,33) 5. EL QUE ME RECIBE, NO ES A MÍ AL
QUE RECIBE, SINO A AQUÉL QUE ME HA ENVIADO. La grandeza a la que ha de
aspirarse es a hacer las cosas por Dios. “y
el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado”. También el evangelio hoy nos
llama a conocer a Jesús desde una dimensión más interior y con disposición de
recibir aquel que le ha enviado. Porque conocer a Jesús, es conocer al Padre,
amar a Jesús es amar al Padre, Servir a Jesús es servir al Padre. Jesús dijo: Nadie conoce al Hijo sino el
Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se
lo quiera dar a conocer. (Mateo, 11-27) Un camino seguro de encuentro con
Nuestros Señor Jesucristo, y en El encontrarse con quien lo ha enviado, es
siempre el de la humildad. “El Señor es muy amigo de humildad” (Santa Teresa
de Jesús, M epílogo). Ciertamente, si Dios valoriza
enormemente la humildad, es porque es algo bueno, y no significa ser humilde
no tener auto estima, o no tener ideas de superación, o no amarse a sí mismo.
Al contrario, la humildad da mucha fuerza, en especial porque ella abre las
puertas que Dios nos tiene para vivir en el Reino. “Soy manso y humilde de
corazón”, (Mateo 11, 29)
nos ha dicho el Señor. “Saca todo afuera para que
te rellenes de humildad”, me aconsejo en una ocasión mi papa siendo yo muy
joven y pasando instantes de soberbia. ¿Y qué se debe echar afuera?, la idea
de que uno es mártir de las circunstancias, tener demasiados sentimientos de
culpas, vivir buscando las simpatías de los demás, andar pretendiendo ser
líder de todo, querer estar en todo para que otros piensen de ti como un gran
colaborador. “Hay una especie de soberbia en querer nosotros subir más alto,
pues demasiado hace Dios permitiendo que nos acerquemos a él, siendo lo que
somos” (Santa Teresa de Jesús, V 12, 4; CN 2). El Señor les Bendiga Pedro Sergio Antonio Donoso Brant DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO |
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