ORAR EN HUMILDAD

Liturgia del Domingo XXX del Tiempo Ordinario

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


Muchas veces se escucha la pregunta como orar, los mismos íntimos amigos de Jesús le pidieron al “Señor, enséñanos a orar”, y las lecturas de la Liturgia de este Domingo XXX, nos dicen cómo se debe hacer y en que disposición la debemos hacer para que traspase el cielo y llegue hasta Dios: “La súplica del humilde atraviesa las nubes”, esta es la clave, esta es la condición que se necesita para que nuestra oración sea eficaz.  El Señor, escucha y atiende con predilección la oración de sus hijos, “escucha la súplica del oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda”,  y le encanta de sobre manera que se dirijan a EL con confianza: “El que rinde el culto que agrada al Señor, es aceptado”. Dios, recibe la oración sin “distinción de persona” y la oración es la que nos une a Dios, el dialogo sincero con Dios nos pone en comunión con Él y lo más maravilloso, nos  permite oír su voz.

Y el salmista apasionado por alabar al Señor, no invita a bendecirlo “en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios” y porque sabe que con humildad y sencillez: “que lo oigan los humildes y se alegren”, el Señor escucha a los que le suplican: “El pobre invocó al Señor, y Él lo escuchó”. Ya lo anunciaba la primera lectura de hoy, “El Señor es juez y no hace distinción de persona”, y así como el salmista sentencia: “Cuando los justos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias”.

El dialogo permanente y confiado con Dios a través de la oración, es el que nos da la fuerza necesaria para no desfallecer en el camino de la fe y afrontar “el buen combate”,  de la fe, como le escribe san Pablo en la segunda carta a Timoteo. Pablo, apóstol apasionado por Cristo, trabajador y luchador incansable por el Señor, que en sus últimos días  espera su premio por el combate: “he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día”.  Visto con los ojos de una crítica fría, podría considerarse que Pablo se encumbrar más que humillarse, pero es todo lo contrario, Pablo, está pasando por el justo orgullo que siente todo hijo que se siente inmensamente amado por Dios y que lo considera su amigo, es decir es  la satisfacción no tanto por las cosas que hacemos en nuestro trabajo apostólico como sentirnos maravillados por lo que Dios ha obrado nosotros. Pablo ha recibido toda la fuerza de Dios, por medio de la oración, y por medio de ella, ha podido combatir para no perder nunca la fe y así esperar: “la corona de justicia”

En Evangelio del domingo anterior, Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse, pero ahora nos señala que no es suficiente tener confianza en la generosidad del Padre para con sus hijos y ser perseverantes en la oración, por eso nos agrega otra condición determinante para dialogar en amistad con El: “La humildad”.

En el Evangelio de hoy, con la parábola del fariseo y el publicano, el Señor nos subraya que la oración exige una actitud humilde, sinceridad y corazón sencillo, pero además ser capaz de reconocerse pecador: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”

"La humildad es la verdad" sentenciaba Santa Teresa de Ávila, y la persona humilde reconoce que Dios es Dios y que ante él no somos nada, la persona humilde, reconoce que su verdad en todo cuanto él tiene y hace de bueno es don que le viene de Dios y no por simples méritos suyos.

Esta parábola del fariseo y el publicano, debe hacer en nosotros una profunda transformación que nos permita alejarnos de falsos orgullos y darnos la capacidad para reconocernos imperfecto y pecadores, pero con ánimos animosos de andar por caminos de perfección. El corazón que busca el perfeccionamiento, obrado en él por la gracia, comprende que para alcanzar la meta, debe comenzar por reconocer la propia debilidad y que sin la ayuda del Señor, es incapaz de superar los obstáculos que se le interpongan. Por tanto, en este reconocimiento expresando en la oración con toda nuestra pequeñez, es como debemos dirigirnos a Dios.

Es así, como Jesús nos pone delante el ejemplo del fariseo y un publicano, dos  personajes que presentan distintas manera para dirigirse y relacionarse con Dios. “el fariseo, de pie”, se pone delante de todos y para que todos lo vean, y quizás es más para que lo vean los demás como un hombre devoto, algo que era típico en los fariseos, “que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres” (Mateo 6,5).  Entonces el fariseo reza de tal manera que, más que un diálogo con Dios, hace un monólogo. “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entrada”. Así es como el fariseo  está convencido  de que él lo ha hecho todo bien, y como él ha cumplido, no hace más de lo estrictamente necesario. En esta oración de reconocimiento de lo que hace, el fariseo no le pide nada al Señor y parece que no necesita pedirle nada, por tanto se dedica a mencionarle una lista de sus virtudes, y todos, gracias a sus propios méritos, es decir un ejemplo de arrogancia.

A diferencia del fariseo, el Señor nos presenta con un evidente signo de aprobación de cómo se debe orar, el comportamiento del publicano, que: “no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo”.  Él publicano, también sube al templo a orar, pero lo hace con discreción, “manteniéndose a distancia”,  con sencillez y gran respeto,  como si no quisiera profanar el lugar con su presencia y vida de pecador, ya que él está muy consciente de la propia situación de pecado, por eso pide: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.  El publicano, reconociendo su indigencia ante Dios, “no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo”  porque él sabe de corazón que no tiene nada que presentar a Dios.

Jesús nos asegura en esta parábola, que si nos dirigimos a Dios con humildad, Dios siempre aceptara y escuchará nuestra suplicas,  por eso nos dice que “Les aseguro que este último (el publicano) volvió a su casa justificado, pero no el primero”.

Es un gran ejemplo para nosotros, que muchas veces nos acongojamos porque no sabemos cómo presentarnos ante El y no nos damos cuenta que lo único que necesitamos es ir con un corazón sencillo, humillado ante Dios. Y es así como el Jesús concluye esta parábola: “Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”.

El Señor nos bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Domingo XXX del Tiempo Ordinario Ciclo C

 Publicado en este enlace de mi WEB: REFLEXIONES INTIMAS EN AMISTAD CON DIOS

 

 

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