“Reciban
el Espíritu Santo” Jn 20, 19-23 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
AL ATARDECER DEL
PRIMER DÍA DE LA SEMANA Estas apariciones a los apóstoles son destacadas
en el Evangelio de San Juan para relatarnos su particular importancia, estos
son hechos excepcionales. La primera aparición, sucede en la “tarde” del
mismo día de la resurrección, cuyo nombre de la semana era llamado por los
judíos como lo pone aquí San Juan, “el primer día de la semana.” Los discípulos se encontraban con las
puertas cerradas por temor a los judíos. Suponemos que los once apóstoles
están juntos, sin embargo también se puede presumir que posiblemente hubiese con
ellos otras personas, pero estas no se citan. El relato evangélico no precisa el lugar
donde sucedieron estos hechos, no obstante creíblemente podría ser en el
cenáculo (Hech 1:4.13). Los sucesos de aquellos días, siendo ellos los
discípulos del Crucificado, les tenían temerosos. Esa es la razón por la cual
se ocultaban y permanecían a puertas cerradas. Temía la intromisión
inesperada de sus enemigos. 2.
EL ESTADO
“GLORIOSO” EN QUE SE HALLA CRISTO RESUCITADO Pero la entrega de este detalle tiene
también por objeto demostrar el estado “glorioso” en que se halla Cristo
resucitado cuando se presenta ante ellos. Es así como inesperadamente, Cristo
se apareció en medio de ellos. En el relato de Lucas, se comenta que quedaron
“despavoridos,” pues creían ver un “espíritu” o un fantasma. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio
de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Con
ello les dispensó lo que ésta llevaba adjunto (cf. Lc 24:36-43). San Juan
omite lo que dice en evangelio de Lucas, sobre que no se turben ni duden de
su presencia. Aquí, al punto, como garantía, les muestra “las manos,” que con
sus cicatrices les hacían ver que eran las manos días antes perforadas por
los clavos, y “el costado,” abierto por la lanza; en ambas heridas, mostradas
como títulos e insignias de triunfo, tal así que Tomás podría poner sus
dedos. En el evangelio de Lucas se relata que les
muestra “sus manos y pies,” y se omite lo del costado, sin duda
porque se omite la escena de Tomás. Ni quiere decir esto que Cristo tenga que
conservar estas señales en su cuerpo. Como se mostró a Magdalena seguramente
sin ellas, y a los peregrinos de Emaús en aspecto de un caminante, así aquí,
por la finalidad apologética que busca, les muestra sus llagas. Todo depende
de su voluntad. Esta, como la escena en Lucas, es un relato de
reconocimiento: aquí, de identificación del Cristo muerto y resucitado; en
Lucas es prueba de realidad corporal, no de un fantasma. Bien atestiguada su resurrección y su
presencia sensible, San Juan transmite esta escena de trascendental alcance
teológico. 3.
COMO EL PADRE ME
ENVIÓ A MÍ, YO TAMBIÉN LOS ENVÍO A USTEDES. Jesús anuncia a los apóstoles que ellos van
a ser sus “enviados,” como Él lo es del Padre. Es un tema constante en
los evangelios. Ellos son los “apóstoles” (Mt 28:19; Jn 17:18, etc.). Jesucristo tiene todo poder en cielos y
tierra y los “envía” ahora con una misión concreta. Los apóstoles son sus
enviados con el poder de perdonar los pecados. Para ese tiempo, ese envío era
algo insólito. En el Antiguo Testamento, sólo Dios perdonaba los pecados. Por
eso, de Cristo, al considerarle sólo hombre, decían los fariseos
escandalizados: Este “blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo
Dios?” (Mc 2:7). 4.
AL DECIRLES
ESTO, SOPLÓ SOBRE ELLOS Y AÑADIÓ: “RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO” “Reciban el Espíritu Santo”. El Espíritu Santo
es el “don” por excelencia, infinito como infinito es Dios; aunque quien cree
en Cristo ya lo posee, puede sin embargo recibirlo y poseerlo cada vez más.
La donación del Espíritu Santo los Apóstoles en la tarde de la Resurrección
demuestra que ese don inefable está estrechamente unido al misterio pascual;
es el supremo don de Cristo que, habiendo muerto y resucitado por la
redención de los hombres, tiene el derecho y el poder de concedérselo. La
bajada del Espíritu en el día de Pentecostés renueva y completamente este
don, y se realiza no de una manera íntima y privada, como en la tarde de
Pascua, sino en forma solemne, con manifestaciones exteriores y públicas
indicando con ello que el don del Espíritu no está reservado a unos pocos
privilegiados sino que está destinado a todos los hombres como por todos los
hombres murió, resucitó y subió a los cielos Cristo. El misterio pascual
culmina por lo tanto no sólo en la Resurrección y en la Ascensión, sino
también en el día de Pentecostés que es su acto conclusivo. 5.
“LOS PECADOS
SERÁN PERDONADOS A LOS QUE USTEDES SE LOS PERDONEN, Y SERÁN RETENIDOS A LOS
QUE USTEDES SE LOS RETENGAN”. Al decir esto, “sopló” sobre ellos. Es
símbolo con el que se comunica la vida que Dios concede (Gen 2:7; Ez 37:9-14;
Sab 15:11). Por la penitencia, Dios va a comunicar su perdón, que es el dar a
los hombres el “ser hijos de Dios” (Jn 1:12): el poder de perdonar, que es
dar vida divina. Precisamente en Génesis, Dios “sopla” sobre Adán el hombre
de “arcilla,” y le “inspiró aliento de vida” (Gen 2:7) Por eso, con esta
simbólica sopladura explica su sentido, que es el que “reciban el Espíritu
Santo.” Dios les comunica su poder y su virtud para una finalidad muy
concreta: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y
serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Aquí el regalo del Espíritu Santo a los
apóstoles tiene una misión de “perdón.” Los apóstoles se encuentran en
adelante investidos del poder de perdonar los pecados. Este poder exige para
su ejercicio un juicio. Si han de perdonar o retener todos los pecados,
necesitan saber si pueden perdonar o han de retener. Evidentemente es éste el
poder sacramental de la confesión. Por otra parte, para no confundirse, esta
no es la promesa del Espíritu Santo que les hace en el evangelio de Juan, en
el Sermón de la Cena (Jn 14:16.17.26; 16:7-15), ya que en esos fragmentos se
les promete al Espíritu Santo, que se les comunicará en Pentecostés, una
finalidad “defensora” de ellos e “iluminadora” y “docente.” En este relato
san Juan trata sólo del poder que se confiere del perdón de los pecados. “Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos
a los que ustedes se los retengan”. 6.
EL ESPÍRITU DEL
SEÑOR LLENÓ TODA LA TIERRA, Y ÉL QUE DA UNIDAD A TODAS LAS COSAS, HABLA CON
SABIDURÍA. (Sab 1, 7) Esta realidad, anunciada en el libro de la
Sabiduría, se cumplió en toda su plenitud el día de Pentecostés, cuando los
Apóstoles y los que estaban con ellos se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el
Espíritu le sugería” (Hech 2, 4). Pentecostés es el cumplimiento de la
promesa de Jesús: Pero yo les digo la verdad: conviene que yo me vaya; porque
si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito; pero si me voy, se los
enviaré: (Jn 16,7); es el bautismo anunciado por él antes de subir al cielo: “serán bautizados en el Espíritu Santo”
(Hech 1, 5); como también el cumplimiento de sus palabras: ”El último día
de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: “Si alguno tiene
sed, venga a mí, y beba el que crea en mí , como dice la Escritura: De su
seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que
iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues
todavía Jesús no había sido glorificado. (Jn 7, 38-39) No había sido dado en su plenitud, pero no
quiere decir que el Espíritu faltara a los justos. El Evangelio o atestigua
de Isabel, de Simeón y de otros más. Jesús lo declaró de sus Apóstoles en la
vigilia de su muerte: “ustedes le conocen, porque permanece con ustedes” (Jn
14, 17); y más aún en la tarde del día de Pascua, cuando apareciéndose a los
Once en el cenáculo, “sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” 7.
VEN, ESPÍRITU
SANTO, LLENA LOS CORAZONES DE TUS FIELES Y ENCIENDE EN ELLOS EL FUEGO DE TU
AMOR. ALELUYA. Pentecostés, no es un hecho que sucedió
cincuenta días después de la Pascua para que haya quedado cerrado y cumplido,
esto es una realidad vigente y presente, y cada vez estamos más deseosos de
poder atenderlo y recibirlo con toda plenitud, agrandemos nuestro corazón
para recibirlo efusivamente, como en la secuencia de la liturgia de
Pentecostés que incluye hoy un himno de súplica y alabanza al Espíritu Santo Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo
un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a
darnos tu luz. Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave
alivio de los hombres. Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las
pasiones, alegría en nuestro llanto. Penetra con tu santa luz en lo más
íntimo del corazón de tus fieles. Sin tu ayuda divina no hay nada en el
hombre, nada que sea inocente. Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez,
sana nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra
frialdad, corrige nuestros desvíos. Concede a tus fieles, que confían en ti,
tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos
la eterna alegría. El Señor nos
Bendiga Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant DOMINGO DE PENTECOSTES |
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