EL QUE QUIERA SEGUIRME...

"El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo”

Mt 16, 24-28

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

 

1.         REFLEXIONAMOS

El Evangelio y en general la Escritura nos exhortan a la alegría y, asimismo, a aceptar el sufrimiento, la cruz, inseparable del seguimiento de Jesús. ¿Tengo experiencia de ambas realidades? ¿Sé armonizarlas en mi vida?

A nadie le gusta sufrir. Pero el sufrimiento viene sin que lo busquemos. Todos podemos hablar de nuestra cruz de cada día. También de la lucha por “detrás de Jesús” en medio de una sociedad que piensa y vive lo contrario.

En este Evangelio, Jesús nos animará a seguirlo, a poner nuestros pasos en sus huellas. Jesús nos invita a superar nuestro egoísmo, a tomar nuestra cruz y a dar la vida por su reino. La recompensa será enorme.

2.         PEDRO REACCIONA DE UNA FORMA EXTRAORDINARIA, EL MUESTRA TODO SU ARDOR

Algo importante sucede, cuando Jesús le anuncia a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho por parte de los ancianos, Pedro reacciona de una forma extraordinaria, el muestra todo su ardor, como si se arrebatará, no puede comprender que el Mesías, el Hijo de Dios, fuera a ser seguido y ajusticiado. Pedro no hace más que expresar la mentalidad de los hombres de todos los tiempos. En buena lógica humana cuanto mayor es uno, tanto más éxito ha de tener y más ha de ir de victoria en victoria. Pero no es ésta la lógica de Dios ni el pensamiento de Jesús, el cual afirma que «tiene» que sufrir porque así lo ha establecido el Padre para redimir al mundo del pecado.

Y Pedro se siente rechazado con dureza: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».. Tremendo contraste entre estas palabras y las que ha escuchado en Cesárea cuando la confesión de la mesianidad y divinidad de Jesús! Allí: ¡Dichoso tú!” y la promesa del primado; aquí el apelativo de ‘Satanás» y la repulsa. El motivo es uno solo: la oposición a la pasión y muerte del Señor Es más fácil reconocer en Jesús al Hijo de Dios que aceptar verlo morir corno un malhechor, Pero quien se escandaliza de su cruz, se escandaliza de él; quien rechaza su pasión le rechaza a él, porque Cristo es el Crucificado.

Y quien sigue a Cristo tiene que aceptar no sólo la cruz de Cristo, sino la propia. Lo dice Jesús en seguida para hacer comprender a sus discípulos que sería una ilusión pensar en seguirlo, pero sin llevar con él la cruz: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.” Después del pecado es éste el único camino de salvación para los individuos y para la humanidad entera. (Comentario del Padre Gabriel de Sta. Magdalena, OCD Intimidad Divina Nº 293)

3.         LA DOCTRINA DEL REINO, NOS EXIGE NEGARSE A UN MUNDO DE EXIGENCIAS PERSONALES Y CÓMODAS

Expuesto el anuncio de la pasión y muerte, ahora les advierte a los discípulos que han de imitarle. Luego que Jesús había predicho a sus discípulos lo conveniente que era el que El sufriese las calumnias de los judíos, que fuese muerto y que resucitase al tercer día, no hace ver a todos de que forma podemos participar de su gloria.

La primera enseñanza es que el hombre renuncie a sí mismo, y esto, El que quiera venir conmigo. Y, además, que tome su cruz y me siga. Lucas dice en su relato, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo (Lc 9; 23-26); La doctrina del Reino, nos exige negarse a un mundo de exigencias personales y cómodas. Es una vida moral nueva, que lleva consigo un sacrificio frente a las cosas mundanas, pero que al final tiene su ganancia eterna. El discípulo de Jesús ha de estar dispuesto a toda persecución y muerte. El Reino le puede exigir esto. Pero al que ante el Reino tomase una actitud de vergüenza por seguirlo, le aguarda el Hijo del hombre, presentado como Juez del mundo, en su parusía, con la condena de avergonzarse de él.

Sin embargo, Jesús, bueno y piadoso, algo natural en El, no quiso tener ninguno que lo sirviese como obligado, por el contrario, hace que lo sirviesen espontáneamente y le agradeciesen el poderlo servir. No obligando ni imponiéndose a nadie, sino persuadiendo y haciendo el bien, esa es la forma como atrae a todos los que quieren venir, diciendo: El que quiera venir conmigo. ¿Alguno de nosotros ha sentido este llamado?, ¿Qué estamos dispuesto a responder si este llega a nuestro corazón?

Cuando Jesús dice: que renuncie a sí mismo, propone -a los que quieren seguirlo- su propia vida como modelo de una vida perfecta, con una imitación fiel de su vida, según la medida de nuestras fuerzas. Si alguno no renuncia a sí mismo, no se acerca al que está sobre El. La renuncia a sí mismo, quiere decir el olvido absoluto de lo pasado y la renuncia de la propia voluntad. Se niega a sí mismo uno cuando la vida pasada en el mal se convierte en una vida buena y de nuevas costumbres, especialmente en una vida de oración. Porque el que ha vivido la vida del pecado deshonesto se niega a sí mismo cuando se vuelve a una vida sana. Del mismo modo, se llama negarse a sí mismo abstenerse de cualquier clase de pecado.

Y agrega Jesús: que tome su cruz y me siga, o como dice Lucas: “Que cargue con su cruz cada día y me siga” es el deseo de sufrir la muerte por Cristo, mortificándose por El mientras se vive de paso en la tierra, es el estar dispuesto a enfrentar cualquier peligro por dedicarse al Señor y no aficionarse a las cosas mundanas de esta vida, es lo que se llama tomar su cruz. El que quiera seguir a Cristo no debe huir el padecer por El. La cruz puede llevarse de diversos modos, con ayuno, abstinencia y penitencia, es decir cuando sentimos pena por pecar, pero también se lleva la cruz, cuando el alma se empapa de la compasión por los demás.

Nos dice Jesús: Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. Esto es, el que quiere vivir según esta el mundo y continuar gozando de las cosas temporales que la vida terrenal ofrece, éste la perderá, porque no la conduce a los términos expresado por el Señor en la bienaventuranza. Y por el contrario, añade: “el que pierda su vida por mí, la encontrará. Es decir, el que menosprecia las cosas terrenas y temporales, prefiriendo la verdad, la vida recta, el trabajo solidario por sus semejantes, la incasable tarea por los derechos del hombre entregados por Dios, la búsqueda de la paz, la vida según los evangelios, aún exponiéndose a la muerte, en otras palabras, pierde su alma por las enseñanzas de Cristo, más bien la salvará.

A continuación Jesús nos dice: ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Como si dijese: cuando alguno, considerando los placeres y los bienes presentes, rehúsa sufrir y elige vivir de una manera cómoda y espléndida, si es rico, ¿de qué le aprovechará todo esto, si pierde su alma? Pasan las grandezas de esta vida y sus delicias como pasa una sombra.

Esta “vida” del texto evangélico no se refiere a la simple pérdida de la vida física, sino de la “vida” eterna. Constantemente el Señor, a la vez que nos invita a merecer la vida eterna, la felicidad por siempre, nos enseña a menospreciar las cosas de la tierra. Por ello robustece la humana debilidad, ofreciendo un premio seguro y verdadero, por los sufrimientos y penalidades de la vida presente.

Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, Jesús se presenta aquí como dueño de la humanidad, como Señor de los ángeles, y viniendo en la “gloria de su Padre.” Con todo lo cual se acusa su grandeza, su trascendencia divina: “su gloria.” Aquella “gloria” de Yahvé que ahora a El se aplica (Jn 1:14).

En esa hora dará a cada uno lo que merecen sus obras. Es entonces la responsabilidad personal la que entra en juego. Porque no es fácil tomar la cruz y seguir a Cristo, es un camino duro, arduo, hay que estar dispuesto a cumplir con todo lo que el Señor nos enseño, hay que tener dispuesta la vida contra los sufrimientos, contra los peligros y ofrecerse hasta la muerte. Así como lo han hecho muchos, dejar lo conocido por lo desconocido, abandonar las cosas del presente, por las futuras y del Reino prometido.

Pero El buen Maestro, para que ninguno se deje abatir por la desesperación o el tedio, nos promete a continuación a los fieles que lo veremos, pero el nos ha advertido: Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán, sin haber visto primero llegar al Hijo del hombre como rey.

Nos enseña este fragmento del Evangelio, que esta en nosotros, el encontrarnos con el Señor, el ya nos ha dicho el que quiera venir detrás de mi, Jesús desea que vayamos tras de El, pero no obliga a nadie a que le sirva, pero si espera que espontáneamente, tomemos la decisión de servirle. Seguir al Señor, caminar con El, junto a El, sintiendo su presencia junto a nosotros, es un agradable caminar, es vivir en paz espiritual y es una mano que nos saca del peligro en las turbulencias, pero es necesario para seguir sus pasos, ser como El, empaparse de sus sentimientos, y aceptar la voluntad del Padre, quien solo quiere lo mejor para sus hijos.

4.         Y LES ORDENÓ A SUS DISCÍPULOS QUE NO DIJERAN A NADIE QUE ÉL ERA EL MESÍAS.

A partir de entonces, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho por parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; Este entonces no significa en Mateo una contigüidad inmediata, solo que a partir de esa época es cuando Jesús comienza a anunciarles su muerte. Era un momento ya oportuno. Había que corregirles el concepto erróneo del medio ambiente. No era el Mesías político nacionalista que los judíos y ellos esperaban (Act 1:6).

Era el Mesías profético del dolor: el “Siervo de Yahvé” de Isaías. Por eso les anuncia: Que éste es el plan de Dios, para esto ha de ir a Jerusalén: “No puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc 13:33), y que allí será condenado por “los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas” (Mateos), además allí “sufrirá mucho” y será “entregado a la muerte.” Pero “al tercer día resucitará. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole: No lo permita Dios, Señor; eso no te puede suceder a ti.

Pero Jesús se volvió y le dijo a Pedro: « ¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!»

La respuesta de Jesús a Pedro es que no sea para El un Satanás, el gran enemigo del reino. Por eso, la proposición de Pedro, nacida de ignorancia y de afecto, era para el Señor un obstáculo de seguirla, para no cumplir el mesianismo de dolor, que era el plan del Padre. No es de extrañar en Pedro una dificultad para aceptar aquellas profecías de Jesús. Pedro conocía y confesaba la mesianidad de Jesús, pero algo deformada por los prejuicios rabínicos que el antes había oído sobre un Mesías triunfador y nacionalista, entonces no le era fácil aceptar la imagen de un Mesías doliente, humillado y crucificado por los jefes de la nación. Así es como Jesús le hace ver que habla al modo humano y, que elude el dolor.

Jesús debía padecer y morir, ese era el Plan de Dios, pero ese sufrimiento había de ser la causa de nuestra salvación.

Como a Pedro, nos sucede lo mismo, el no entendía las cosas de Dios, del mismo modo, por no situarnos en el Plan del Padre, se nos hace difícil entender sus obras. Tenemos necesidad de despojarnos de los criterios del hombre y adoptar solo y únicamente el de Jesucristo.

5.         ORACIÓN

OH mi Jesús Amado, por cierto que anhelo seguirte por siempre, es todo mi deseo, vivir contigo, pero ya sabes, no me es fácil convencerme de ese espíritu de renuncia, de abnegación, aunque comprendo que la Cruz es la meta. Pasamos momento difíciles, angustiosos, donde hay mucho dolor, pero ante todo, solo quiero una palabra en mi mente, “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Por eso mi amado Jesus, frente a nuestra debilidad, frente a esa cruz demasiada grande para mí, regálame mucha fuerza, te ofrezco todos mis padecimientos, y ayúdame a unirme a ti y como prueba de mi amor por ti, haré cuanto pueda para no abandonar el camino de la cruz. A cambio, de de renunciar a mi mismo, nada quiero pedir mas que amarte, mi amado Jesus

El Señor les Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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