“Tranquilícense, soy yo; no teman”.

Mateo 14,22-33

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1  JESÚS NO DEJA NUNCA DE ORAR

“Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo”.  Relata el Evangelio, que después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas.

Jesús no deja nunca de orar, los Evangelios nos muestran muchas situaciones donde Él se retira a orar, y busca la soledad para hacerlo.

Muchas veces hablamos mucho, somos inquietos, queremos hacer muchas cosas, pero la actividad más importante es orar, es la mejor forma de utilizar el tiempo, y no se puede considerar como algo secundario.

Cuando planifiquemos la actividad del día, incluyamos unos minutos para la oración, y dejemos esos instantes para dedicarnos con constancia a comunicarnos con nuestro Padre y que nada nos aparte de esta intención.

2  DOCE ÍNTIMOS AMIGOS DEL SEÑOR, AVANZA ENTRE LAS DIFICULTADES

“La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos”. Después de navegar casi toda la noche, la barca donde navegan los Doce íntimos amigos del Señor, avanza entre las dificultades ocasionadas por la violencia de las olas y el viento en contra, podemos imaginar la fatiga que llevaban al remar así.

Es como le sucede hoy a nuestra Iglesia, que avanza por Cristo en una mar de dificultades, remando contra la irreverencia y el descaro de aquellos que imponen leyes contrarias a las enseñanzas del Señor.

3  “TRANQUILÍCENSE, SOY YO; NO TEMAN”.

“A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar”. Los discípulos, al verlo caminar sobre las aguas, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Sin embargo la palabra de Nuestro Señor Jesucristo viene a tranquilizar a sus almas y les dice: “Tranquilícense, soy yo; no teman”. De todos ellos, Pedro es el más audaz, ya es el líder  entre sus amigos, y le dice a Jesús: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua” y lo hace porque él no duda de que el Señor tiene ese poder y a una palabra “Ven”, baja de la barca y camina sobre las aguas. Pero a causa de la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. La reacción del Apóstol es muy humana, es un contraste entre la fe y su intuitivo temor.

4  NO LE QUITEMOS LOS OJOS AL SEÑOR

Si le quitamos los ojos al Señor, no podemos hundir, y quizá Pedro, mientras estaba mirando a los ojos de Jesús, no se hundía y al ver el peligro miro el mar y comenzó a hundirse. Teresa de Jesús, tiene una preciosa expresión, “mira que te mira” (Vida 13,22) y esta sigue siendo válida para nosotros. Todos tenemos ojos para mirarle y conocemos también la mirada de su interior.  Como ya sabemos, la Santa Madre Teresa de Jesús, emplea muchas veces el verbo mirar, mirarle, poner los ojos en El, volver los ojos a mirarle, y es así como nos dice: “Y os mirará Él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores para consolar los vuestros, solamente porque vais a consolaros con Él y porque volvéis la cabeza para mirarle”. (Camino de Perfección 26,5). Se trata de volver hacia El los “ojos del alma” (CP 26,3). Ciertamente esto requerirá entrenamiento, hasta poder instalarse uno en su presencia y entrar en comunión con sus sentimientos. Arraigo en las capas hondas de mi interior, para decir con verdad: “juntos andemos, Señor” (CP 26,6). No le quitemos los ojos al Señor, y seguro, que no tendremos miedo de caminar hasta El.

5  FRENTE A LAS TORMENTAS POR LA CUAL LA IGLESIA PASA, TODOS TENEMOS QUE ANIMARLA

Quizás distinto hubiera sido si sus amigos desde la barca le hubieran entre todos animados diciéndole a su amigo; “Pedro, avanza, ten confianza”, “Pedro si se puede, ten fe”, y es posible pensar que entre tanto ánimos de sus amigos él no hubiera tenido el normal temor de hundirse. Esto nos enseña, comparando este suceso, que la barca es como nuestra Iglesia y Pedro como nuestro Papa,  es decir, frente a las tormentas por la cual la Iglesia pasa, todos tenemos que animarla a que siga adelante al encuentro con el Señor.

6  “HOMBRE DE POCA FE, ¿POR QUÉ DUDASTE?”.

Pedro, esta colmado de entusiasmo y ardor por su Maestro, pero también expuesto a los miedos, al cansancio, por cuanto necesita que el Señor venga en su ayuda para sostenerlo. Caminando sobre las aguas turbulentas, el Dios de Jesucristo, se muestra como persona humana y divina, él se hizo hombre y fue hermano para sus discípulos, es parte de la familia de sus amigos, El los ánima pero también los reprende, el calma sus tormentas, pero al mismo tiempo les tiende su mano. Frente al peligro, EL se hace presente para salvarlos. Así es como en seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”.

7  SI ESTÁ UN ALMA EN TODA LA TRIBULACIÓN

Si está un alma en toda la tribulación y alboroto interior que queda dicho y oscuridad del entendimiento y sequedad; con una palabra de éstas que diga solamente: no tengas pena, queda sosegada y sin ninguna, y con gran luz, quitada toda aquella pena con que le parecía que todo el mundo……y si esta toda llena de temor: y con una palabra que se le diga sólo: Yo soy, no hayas miedo, se le quita del todo, y queda consoladísima, y pareciéndole que ninguno bastará a hacerla creer otra cosa….( Castillo Int. O Las Moradas 6, 3, Santa Teresa de Jesús)

8  SU PRESENCIA NOS PROTEGE DEL PELIGRO

El encogimiento de la fe, nos hace temer frente al peligro, como también nos hace sentir desanimado en las dificultades, y parece que  naufragamos. Pero donde la fe es viva, es cuando no dudamos del poder de Jesucristo, por cuanto su presencia nos protege del peligro y nuestra Iglesia estará por siempre a salvo, la mano del Señor se extenderá amorosamente para salvarla de cualquier tormenta.

Y cuando estemos solos, o cuando nos veamos solo, aprendamos a sentir la presencia del Señor, Él siempre quiere estar con nosotros, lo hemos visto que no deja de preocuparse por sus apóstoles y esta justamente ahí, donde el peligro asecha, para animarnos y darnos confianza. Es lógico asustarse si no tenemos a Jesús junto a nosotros, es normal que nos sintamos solo si no tenemos su compañía. Pero ahí está Jesús diciéndonos "Tranquilícense, soy yo; no teman".

9  NOS CUESTA MUCHO RECONOCER SU PRESENCIA

En muchas ocasiones perdemos la tranquilidad, y tenemos a nuestro alrededor una tormenta de preocupaciones y nos sucede que no identificamos la voz de calma que nos da el Señor o nos cuesta mucho reconocer su presencia, seguramente esto es porque estamos algo alejados de Dios, y entonces no hundimos en la inseguridad que está bajo nuestros pies. Cuando esto suceda busquemos tomar la mano salvadora de Jesús que se extiende hacia nosotros, y hagámoslo poniendo mucho de nuestra parte.

10  ¡SEÑOR SÁLVAME!,

En efecto tenemos que poner mucho de nosotros y hacerlo en forma habitual cada día, ya que Jesús no pide esfuerzo, y si damos todo de sí, podemos confiar en la ayuda de Jesús, y como ante el grito angustioso de Pedro ¡Señor Sálvame!, Él nos extenderá cariñosamente las manos para hacerlo, pero no hará ver la poca fe, nos echará en cara que si estuvimos en peligro y tuvimos miedo fue por no confiar en El o porque no hemos distanciados de Él.

Todo volvió a la calma en el momento que Jesús tomo la mano de Pedro, y todo es distinto cuando nosotros no tomamos de Jesús, es cuestión de fe, esa fe que debe guiar nuestra vida, nuestro propósitos, nuestros planes, fe que debe mantenerse viva para que ilumine y la fuente de energía que permite que no se apague está en la oración.

11 ¡OH, QUE BUENO ERES DIOS MÍO, DICIÉNDOLE A ELLOS Y A NOSOTROS ESAS PALABRAS!,

“Tranquilícense, soy yo; no teman”, le dice el Señor a sus discípulos, ¡OH, qué bueno eres Dios mío, diciéndole a ellos y a nosotros esas palabras!,.. Qué débil soy, qué miserable, qué pecador, qué agitado estoy de continuo por el viento de la tentación y cómo estoy a punto de anegarme...! Porque no es tanto que la tentación sea fuerte cuanto que yo soy débil... Sí reconozco; tú no dejas que yo sea muy tentado; siento mano sin cesar sobre mí para protegerme y cualquier tentación grave... Qué bueno eres, Dios mío, diciéndome a mí que bogo sin avanzar un paso, a mí que me siento juguete de las olas e impotente para continuar: No teman. ... ¡Qué bueno eres, no sólo diciéndome esa palabra, sino también dejándome entrever que  la esperanza de que algún día tu mismos subirás a mi barquita..(Carlos de Foucauld)

El Señor les Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

     Domingo XIX Ciclo A

 

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