TRANQUILÍCENSE, SOY YO; NO TEMAN

Mt 14, 22-36

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

Si: está un alma en toda la tribulación y alboroto interior que queda dicho y oscuridad del entendimiento y sequedad; con una palabra de éstas que diga solamente: no tengas pena, queda sosegada y sin ninguna, y con gran luz, quitada toda aquella pena con que le parecía que todo el mundo……y si esta toda llena de temor: y con una palabra que se le diga sólo: Yo soy, no hayas miedo, se le quita del todo, y queda consoladísima, y pareciéndole que ninguno bastará a hacerla creer otra cosa….(La Moradas 6, 3, Santa Teresa de Jesus)

 

Relata el Evangelio, (Mt 14, 22-36), que después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas.

Jesús no deja nunca de orar, los Evangelios nos muestran muchas situaciones donde El se retira a orar, y busca la soledad para hacerlo.

Muchas veces hablamos mucho, somos inquietos, queremos hacer muchas cosas, pero la actividad mas importante es orar, es la mejor forma de utilizar el tiempo, y no se puede considerar como algo secundario.

Cuando planifiquemos la actividad del día, incluyamos unos minutos para la oración, y dejemos esos instantes para dedicarnos con constancia a comunicarnos con nuestro Padre y que nada nos aparte de esta intención.

Después de navegar casi toda la noche, la barca donde navegan los Doce íntimos amigos del Señor, avanza entre las dificultades ocasionadas por la violencia de las olas y el viento en contra, podemos imaginar la fatiga que llevaban al remar así.

Es como le sucede hoy a nuestra Iglesia, que avanza por Cristo en una mar de dificultades, remando contra la irreverencia y el descaro de aquellos que imponen leyes contrarias a las enseñanzas del Señor.

A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre las aguas, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Sin embargo la palabra de Nuestro Señor Jesucristo viene a tranquilizar a sus almas y les dice: «Tranquilícense, soy yo; no teman». De todos ellos, Pedro es el más audaz, ya es el líder  entre sus amigos, y le dice a Jesus: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua» y lo hace porque el no duda de que el Señor tiene ese poder y a una palabra «Ven», baja de la barca y camina sobre las aguas. Pero a causa de la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». La reacción del Apóstol es muy humana, es un contraste entre la fe y su intuitivo temor.

Quizás distinto hubiera sido si sus amigos desde la barca le hubieran entre todos animados, “Pedro, avanza con confianza”, “Pedro si se puede, te fe”, y es posible pensar que entre tanto ánimos de sus amigos el no hubiera tenido el normal temor de hundirse. Esto nos enseña, comparando este suceso, que la barca es como nuestra Iglesia y Pedro como nuestro Papa,  es decir, frente a las tormentas por la cual la Iglesia pasa, todos tenemos que animarla a que siga adelante al encuentro con el Señor.

Pedro, esta colmado de entusiasmo y ardor por su Maestro, pero también expuesto a los miedos, al cansancio, por cuanto necesita que el Señor venga en su ayuda para sostenerlo. Caminando sobre las aguas turbulentas, el Dios de Jesucristo, se muestra como persona humana y divina, el se hizo hombre y fue hermano para sus discípulos, es parte de la familia de sus amigos, El los ánima pero también los reprende, el calma sus tormentas, pero al mismo tiempo les tiende su mano. Frente al peligro, EL se hace presente para salvarlos. Así es como en seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios».

El encogimiento de la fe, nos hace temer frente al peligro, como también nos hace sentir desanimado en las dificultades, y parece que  naufragamos. Pero donde la fe es viva, es cuando no dudamos del poder de Jesucristo, por cuanto su presencia nos protege del peligro y nuestra Iglesia estará por siempre a salvo, la mano del Señor se extenderá amorosamente para salvarla de cualquier tormenta.

Y cuando estemos solos, o cuando nos veamos solo, aprendamos a sentir la presencia del Señor, El siempre quiere estar con nosotros, lo hemos visto que no deja de preocuparse por sus apóstoles y esta justamente ahí, donde el peligro asecha, para animarnos y darnos confianza. Es lógico asustarse si no tenemos a Jesús junto a nosotros, es normal que nos sintamos solo si no tenemos su compañía. Pero ahí esta Jesús diciéndonos "Tranquilícense, soy yo; no teman".

En muchas ocasiones perdemos la tranquilidad, y tenemos a nuestro alrededor una tormenta de preocupaciones y nos sucede que no identificamos la voz de calma que nos da el Señor o nos cuesta mucho reconocer su presencia, seguramente esto es porque estamos algo alejados de Dios, y entonces no hundimos en la inseguridad que esta bajo nuestros pies. Cuando esto suceda busquemos tomar la mano salvadora de Jesús que se extiende hacia nosotros, y hagámoslo poniendo mucho de nuestra parte.

En efecto tenemos que poner mucho de nosotros y hacerlo en forma habitual cada día, ya que Jesús no pide esfuerzo, y si damos todo de si, podemos confiar en la ayuda de Jesús, y como ante el grito angustioso de Pedro ¡Señor Sálvame!, El nos extenderá cariñosamente las manos para hacerlo, pero no hará ver la poca fe, nos echará en cara que si estuvimos en peligro y tuvimos miedo fue por no confiar en El o por que no hemos distanciados de El.

Todo volvió a la calma en el momento que Jesús tomo la mano de Pedro, y todo es distinto cuando nosotros no tomamos de Jesús, es cuestión de fe, esa fe que debe guiar nuestra vida, nuestro propósitos, nuestros planes, fe que debe mantenerse viva para que ilumine y la fuente de energía que permite que no se apague esta en la oración.

«Tranquilícense, soy yo; no teman», le dice el Señor a sus discípulos, ¡OH, que bueno eres Dios mío, diciéndole a ellos y a nosotros esas palabras!, .. Qué débil soy, qué miserable, qué pecador, qué agitado estoy de continuo por el viento de la tentación y cómo estoy a punto de anegarme...! Porque no es tanto que la tentación sea fuerte cuanto que yo soy débil... Sí reconozco; tú no dejas que yo sea muy tentado; siento mano sin cesar sobre mí para protegerme y cualquier tentación grave... Qué bueno eres, Dios mío, diciéndome a mí que bogo sin avanzar un paso, a mí que me siento juguete de las olas e impotente para continuar: No teman. ... iQué bueno eres, no sólo diciéndome esa palabra, sino también dejándome entrever que  la esperanza de que algún día tu mismos subirás a mi barquita.. (Carlos de Foucauld)

El Señor les Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


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