Vanidad, el comienzo de todos los males “Vanidad,
pura vanidad!, dice el sabio Cohélet…¡Nada más que vanidad!.
(Ecl
1, 2; 2, 21-23) Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Para el papa Gregorio, la vanidad era el
peor de los siete pecados capitales, el que contiene la semilla de todo el
mal. Él escribió: “La vanidad es el comienzo de todos los pecados”. Como consuelo, mi padre decía que debemos
dejar la vanidad a los que no tienen
otra cosa que mostrar, y aquel que está en Dios y con Dios, no conoce la
vanidad por que vive para Él. Ciertamente, los vanidosos, están más
preocupados de lo que piensan los demás de él, con tal afán, que aún se
preocupan de pensar que hablarán de él el día de su muerte y después ya
enterrados. También hay vanidosos que buscan enseñar, pero lo que hacen es
buscar que se les reconozcan por sabios o prudentes, pero la vanidad es el
amor propio al descubierto. Lo que está claro es que el vanidoso, de todas
maneras es un hombre celoso, que le hace traición a la prudencia y por
vanidad, busca quitarse de encima, a cualquier persona que sea más apreciado
que él. El vanidoso, es presumido, es jactancioso y
confía excesivamente en las habilidades propias, y con falsas sonrisas, busca la atracción
hacia los demás y hace gala de que la tiene.
Un superior, ya sea de una orden religiosa o de una organización de la
vida civil, que es vanidoso, no catequiza ni convence, porque la vanidad
siempre va acompañada de la arrogancia, el engreimiento y es una expresión
exagerada de la soberbia. Hay también muchos que se consideran hombres
importantes y solo depositan su
confianza en las cosas mundanas, y no acuden nunca a Dios, como también hay
otros que se muestran como hombres de oración solo para que los idolatren,
pasando la vanidad a ser su vicio maestro. El hombre que nos es vanidoso, es alguien
que necesita de Dios y nada le hace rechazar a Dios en su vida cotidiana, es
de “manos limpias y puro corazón, y la vanidad no lleva su alma, ni con
engaño promete”. (Salmo 24,4). Vanidad, pura vanidad!,
dice el sabio Cohélet. ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!. (Ecl 1, 2; 2, 21-23) El Eclesiastés, nos trae una
invitación a reflexionar sobre el concepto de la vanidad. El sabio Cohélet,
es expresión de la sabiduría humana que ha sido alimentada por Dios, que es
él que de verdad la concede. “Dios concedió a Salomón sabiduría e
inteligencia muy grandes y un corazón tan dilatado como la arena de la orilla
del mar. La sabiduría de Salomón era mayor que la sabiduría de todos los
hijos de Oriente y que toda la sabiduría de Egipto. Fue más sabio que hombre
alguno, (1 Reyes 5, 9-10). El
Eclesiastés, nos invita y nos ayuda a dominar las pasiones y nos estimula a buscar el amor natural con despego,
considerándolo como uno de los momentos importantes y una de las expresiones
vitales de la existencia junto con el nacimiento y la muerte, donde a través
de la vida hay: “Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la
guerra, y su tiempo la paz”
(Eclesiastés 3,8), todo esto
para mostrar que todo es vanidad como nos expresa la lectura del Eclesiastés
de hoy. El hombre de hoy, necesita una experiencia
profunda y la tiene en sus manos a través de la lectura y meditación y
oración que nos ofrece el sabio Cohélet: “Pues bien, a todo eso he aplicado
mi corazón y todo lo he explorado, y he visto que los justos y los sabios y
sus obras están en manos de Dios. Y ni de amor ni de odio saben los hombres
nada (Eclesiastés 9,1) El vanidoso, se ama más a sí mismo y sufre
si los demás no lo consideran como un ser importante, el vanidoso piensa que
el secreto de la felicidad está en la abundancia de bienes, en la riqueza, en
el poder y en ser admirado por los que le rodean, pero el secreto de la
felicidad humana radica en el amor a Dios y a todos los hombres, de ahí, que
debemos examinar cuanto de vanidad tenemos en nosotros, y pedir a Dios que
nos aleje de ella y nos proteja de los vanidosos. Dice un proverbio, " Más vale un plato
de legumbres, con cariño, que un buey cebado, con odio. (Proverbios 15,17),
por esta razón se declara bienaventurados a aquellos que mueren en el amor y
lejos de la vanidad: Felices aquellos que te vieron y que se durmieron en el
amor, que nosotros también viviremos sin duda. (Eclesiástico 48,11). San Juan de la Cruz, escribió desde su fría
y olvidada celda: “Al atardecer de nuestra vida... se nos juzgará sobre el
amor” El
Señor nos Bendiga Pedro
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