|
REFLEXIONES
SOBRE LA VIDA PARROQUIAL Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
LA
PARTICIPACIÓN DE FIEL LAICO EN LA SANTA MISA 1.
AMAR LA MISA Amar la Misa, es
amar el Sacrificio del Altar, es decir, una oblación o una ofrenda por el
Sacrificio de Altar. Cristo, el mismo que de corazón se declaro nuestro
amigo, se hace presente, allí se nos presenta el “Cordero de Dios”, que quita
nuestros pecados, allí los llamado a comer el cuerpo de Cristo, se sienten
dichosos, ahí nuestro corazón se siente indigno ante el Señor, pero confiados
porque con su Palabra, somos sanados. Cristo, es el
amigo que jamás nos abandona, sin embargo, sus amigos, nosotros, muchas veces
lo hacemos. Cristo nos invita a diario a vivir con El, pero no todos estamos
dispuestos a participar cotidianamente en la Eucaristía. En efecto, mientras
El quiere estar siempre con nosotros, entregándonos en todo momento su
amistad, su misericordia, su Palabra, su Cuerpo y su Sangre, nosotros
sentimos esa abnegación de ir a Misa una sola vez a la semana. Pero no solo le
abandonamos al no participar en la Eucaristía, también lo hacemos al ir a
Misa mentalizados en un acontecimiento social, para que otros nos vean o,
para que el sacerdote tenga una buena opinión de mí, porque en esas circunstancias
no hemos asistido para estar con Cristo. Creo que el
Señor se llena de gozo al contemplar a aquellos que llegan silenciosos, se
sientan callados, vienen con sus angustias a pedir por sus necesidades o con
sus alegrías a agradecer tantos beneficios, solo ellos y Dios conocen las
intimidades que están en el corazón de los que vienen a alabarle,
pero también le debe dar mucha satisfacción ver como otros entran
manifestando públicamente su fe, y vienen con alegría a entablar un dialogo
con el Señor y buscan la forma de animar la fiesta que se celebra. Lo que vieron y
lo que contemplaron, lo que oyeron y sintieron acerca de la Palabra de Dios,
es parte de lo que recibimos durante la Misa, allí insistentemente se nos
anuncia la vida eterna. San Juan escribe: “lo que hemos visto y oído, os lo
anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y
nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan
3) y todo esto: “para que nuestro gozo sea completo.” (1 Juan 4). Dios
es Luz, en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que
estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos
la verdad. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos
en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo
pecado. (1 Juan 3). Amar la Misa,
como la más importante actividad de nuestros días, es estar con la Luz frente
a cualquier oscuridad que no nos permite ver la vida con los ojos que mira
Cristo. En efecto, cuando acudimos a Misa, lo hacemos algo apurados y no
vemos o no queremos ver, como Cristo se nos hace presente fuera de Templo, en
alguien que padece enfermedad, en el que no tiene trabajo, en el que esta
dominado por la angustia o tan simple que no va tan de prisa como nosotros.
Pero una vez ya dentro de templo, hemos de buscar que al salir al término de
la celebración, viva en nosotros la paz espiritual que hemos recogido, que
nuestro corazón haya cambiado para bien y que la Luz de Cristo, nos permita
ver los sucesos de la vida en forma mas cristiana. Es muy
importante la disposición con la cual participamos, ellas se manifiestan en
nuestros sentimientos de piedad, de fe y de esperanzas, los que ayudan a
borrar el mito de que es una celebración aburrida y que es una obligación que
cansa. Por cierto, esa falsa idea de la Misa como un rito aburrido, se
comienza a terminar si las homilías o sermones no son los mismos de siempre,
también las hace aburrida si los sermones se convierten en un continuo regaño
a los fieles. Si asistimos con amor a la Celebración, en esto incluyo a
todos, los que ofician y a los que participan como fieles,
sentiremos amor en ella, sentiremos que se nos perdona los pecados y
tendremos gozo en dar gracias de todo lo que hemos recibido y llenaremos de
esperanza el alma. Así es, como
todos los que participan, son responsables directa e indirectamente de que
amemos cada vez mas la Misa, en especial nosotros, que debemos ir con un
espíritu participativo, con todos nuestros sentidos, con toda nuestra alma,
con todo nuestro corazón y dispuestos a entender la celebración de la que
seremos participes. Podemos ver
cosas muy interesantes en todos los ritos que forman parte de la Misa, y así,
ir descubriendo durante la celebración momentos que son para llenarse de
gozo. Cierto es que esto depende mucho de la sensibilidad de cada uno, para
mi en lo personal, uno de ellos es cuando el sacerdote levanta el pan y el
cáliz al mismo tiempo y dice: Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre
omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por
los siglos de los siglos. Amén. En ese instante, en que el cuerpo de Cristo
esta elevado en una mano y la sangre en otra, (se necesitan las dos cosas
para la vida y, Cristo, que nos señalo con el pan este es mi cuerpo y con el
cáliz, esta es mi sangre), todos unidos nos ofrecemos junto con Cristo
a Dios Padre omnipotente, todos le adoramos, y buscamos su honor y su
gloria. Así, hacemos mas realidad lo que Cristo nos pidió: "haced esto
en conmemoración mía". También no deja
de ser interesante y emotivo, cuando el sacerdote nos muestra la cara de
Cristo, para que lo adoremos y nos preparemos a acogerlo en nuestro corazón
al consumir el pan consagrado, y que al elevar una fracción del Pan, el
sacerdote repite las palabras de precursor Juan Bautista, “Este es el Cordero
de Dios”, mostrándonos a Cristo Vivo. En conclusión,
para Amar la Misa, hay que conocerla y hay que darla a conocer, hay que
seguir con emotividad cada parte de ella, desde los ritos iniciales, hasta
los conclusivos, pero creo que lo más importante, es creer que en la Santa
Misa, enfrente de nosotros, se hace presente Cristo Jesus. Recordemos
que en el mismo instante de la crucifixión, muchos pensaban que allí padecía
un hombre más, y no entendían a sus más íntimos que estuvieron al pie de la
cruz junto a él, excepto, el buen ladrón que estaba crucificado a su lado. 2.
PARTICIPAR EN LA MISA Cuando nos
constituimos como asamblea en la Iglesia para participar en la Celebración de
Santa Misa, no lo hacemos como persona que van ver un espectáculo, sino
porque vamos a cumplir una exigencia de nuestra fe y de nuestro
bautismo, ya que la participación en la liturgia es un derecho y un
deber de todos los bautizados. El sacerdote que
preside la Celebración, esta investido para actuar en la liturgia en función
de Cristo mismo, y lo hace en favor de su pueblo, nos reza las sagradas
plegarias de nuestras fe, celebra los sagrados misterios, nos explica la
Palabra de Dios, nos alimenta con el cuerpo y la sangre de Cristo, nos envía
y nos bendice. Pero hay muchas
tareas de gran importancia para que estas sean ejercidas por los laicos, que
por amor al Señor, y para Honor y Gloria de El, donan su tiempo y su aptitud
al servicio de sus hermanos que participan en la asamblea. Allí están los
acólitos que hacen su servicio al altar, los lectores, los ministros
extraordinarios de la Eucaristía, los miembros del coro, los encargados de la
acogida, de recolectar la limosna, etc. Del mismo modo, otros regalan su
tiempo en la preparación y ornamentación del templo, en la organización de la
liturgia, en la organización de celebraciones especiales, muy necesarias en
Adviento, Navidad, Semana Santa, Tiempo de Pascua y otras solemnidades.
Recordemos, que ante los ojos de Dios, ninguna persona es valorada
distintamente por la función que cumple, todas las actividades son
importantes. Dice maravillosamente Santa Teresa de Lisieux, “El éxito de una
vida no consiste en la importancia, ni en el éxito de las obras que habremos
realizado sino en el valor del amor con el que nos habremos entregado”. Un
buen ejemplo a imitar en el Servicio al Señor, es de aquel que siempre tuvo
las manos en el trabajo y el corazón en Dios: “San José es la prueba de que,
para ser bueno y auténtico seguidor de cristo, no es necesario hacer
"grandes cosas", sino practicar las virtudes humanas, sencillas,
pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI). Pero también es
cierto que es importante considerar que no es suficiente tener personas que
dispongan generosamente su colaboración para cualquier actividad, además
deben estar dispuesto a preparase a fin de que su desempeño sea bien
realizado, ya que cada actividad tiene su propia delicadeza. Por otra parte,
el compromiso de colaborar incluye mostrar una forma de vida coherente con lo
que se predica. Las actitudes de decoro, dignidad afabilidad, son necesarias
y muy bien consideradas. Por tanto la preparación es ineludible, y para
prepararse adecuadamente se requiere regalar un tiempo extra, como también lo
hace la persona responsable del entrenamiento de los colaboradores. No
debemos olvidar, lo importante que es tener un ministerio encargado de la
Liturgia, el que debe saber organizarse bien, saber distribuir las tareas
especificas, en especial para las solemnidades especiales y otras fiestas
importantes de la Parroquia. También debemos
comprender, que no todos los miembros de la comunidad parroquial disponen del
mismo tiempo, como del mismo modo, debemos aceptar que no todos tienen la
misma energía, la fuerza o la habilidad para servir en las funciones que se
requieren en los distintos ministerios. A modo de ejemplo, no es lo mismo el
tiempo que puede entregar una persona que tiene muchas actividades laborales
que uno que esta jubilado. Pero sí creo que es importante, entender que la
celebración de la Santa Misa, no es una responsabilidad exclusiva del
Sacerdote, ellos necesitan todo nuestro apoyo. Por último, no
quiero dejar de lado a aquellos fieles, que tienen una actitud más pasiva, y
que en general son la mayoría. Estos fieles que parecen más pasivos, lo dejan
de ser, cuando se unen junto a toda la asamblea en alabanza al Señor, cuando
se unen en la Oración Universal, en el canto, en la respuestas a la plegarias
del sacerdote, en saludo de la paz, en el ofrecimiento junto al celebrante
ofreciendo a Cristo Victima y en la recepción del Cuerpo de Cristo. 3.
PARTICIPAR DE LA PALABRA COMO “LECTOR” Las lecturas de
la Liturgia de la Palabra, provienen de la Sagradas Escrituras, es decir, es
Palabra de Dios, es Dios quien habla a su pueblo, del mismo modo como el
mismo Cristo se hace presente con su propia Palabra, anunciando la Buena
Noticia en el santo Evangelio. Es importante creer en esto, y es
trascendental para la Liturgia, y porque es un elemento que debe ser
oído con máxima veneración, debe leerse con profunda devoción, por tanto
quien lo hace, no solo debe estar técnicamente preparado, también santamente,
y esto último, es un tema que debe resolver íntimamente el propio lector,
porque no se puede proclamar esta Palabra Divina, aunque vaya dirigida a los
hombres, si el corazón no tiene dignidad de hacerla. Por ejemplo, si uno ha
injuriado a un hermano, ha hablado mal de él afueras del templo, o el
vocabulario que emplea en su vida normal es soez, ¿Es digno de leer? La preparación
anticipada de las Lecturas, siempre es necesaria, aunque pensemos que leemos
bien, hay que asegurar la pronunciación clara, nos encontramos muchas
veces con palabras difícil. La expresión oral de lo que se lee, debe llevar
implícita la preparación previa, a fin que los oyentes no solo se entusiasmen
en oír, sino que además comprender lo que se ha leído. Al leer,
consideremos lo que nosotros requerimos cuando estamos de oyentes, y en
general esto es los silencios necesarios para favorecer la meditación, por
tanto no debemos leer en forma apresurada, y los breves espacios de silencio,
ayudan al recogimiento. Por tanto el Lector ya instalado en el ambón, debe
dejarse al Espíritu Santo, y abrir el corazón a la Palabra, así, de este
modo, también ayudará a la asamblea a entender los que Dios no quiere revelar
y que de ella, se haga oración. También es necesario, dejar breves momentos
de meditación entre una lectura y otra, como lo hace el sacerdote que
predica, que una vez concluida su homilía permite reflexionar a la asamblea. 4.
PARTICIPAR COMO MINISTRO EXTRAORDINARIO DE LA COMUNION Los presbíteros
y los diáconos, son los que distribuyen la Sagrada Comunión, en virtud de su
oficio en la Eucaristía, ellos son los ministros ordinarios de la Comunión,
sin embargo no siempre son suficientes para la concurrencia a la asamblea,
entonces el sacerdote solicita la ayuda de los “Ministros Extraordinarios de
la Comunión”, estos pueden ser el acólito legítimamente instituido o otros
fieles que para este fin no solo han sido preparado, además, han sido
designados oficialmente. También en caso de necesidad, el sacerdote puede
llamar a fieles idóneos. Ser “Ministros
Extraordinarios de la Comunión”, implica una gran responsabilidad, hay que
ser “católico ejemplar”, y debe hacer sentir en los fieles que ama de verdad
a Dios, no debe faltar a Misa los domingos, y no ir solo cuando le
corresponda servir, debe rezar con amor durante la Eucaristía, debe
confesarse permanentemente y vivir reconciliado con sus hermanos
especialmente durante la Misa, no debe vanagloriarse de sus cargo y sentir
que tiene ventajas por tener esa actividad, debe ser afable, evitar las
discusiones apasionadas, los rencores, nunca debe hablar mal de sus hermanos o
buscar inducir a pensar erróneamente de alguien, es decir, debe cumplir
muchas virtudes. Los “Ministros
Extraordinarios de la Comunión”, deben estar bien formados, espiritual y
teológicamente. En lo espiritual debe preparase antes de cumplir su tarea, es
decir, llegar muy anticipadamente a la celebración, y entablar un diálogo
íntimo con Dios, si es posible, en adoración. Siempre se debe tener en cuenta
que el ministerio que ha recibido como encargo de la Iglesia, es confiarles
lo más precioso que tiene: la Eucaristía, el Cuerpo de Señor.
"Tratádmelo bien: es Hijo de buen Padre" decía San Juan de Ávila.
Esto es, hacerlo tan bien, como dar verdadero testimonio de conducta, de modo
que las manos no sean indignas de realizar este servicio. Esto permitirá que la
asamblea se acerque confiadamente a los ministros a la hora de comulgar. El Señor les Bendiga Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
|