Muéstrame, Señor, tus caminos”

Reflexión desde el Salmo 24, 4-5b.6.7b-9

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds


Ante la actitud bondadosa de Dios, el salmo apela confiadamente a su misericordia y le pide además:

R. Muéstrame, Señor, tus caminos.

Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi salvador. R.

Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos. Por tu bondad, Señor, acuérdate de mí según tu fidelidad. R.

El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados; Él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres. R.

Confianza del Justo en el Señor.

Nuevamente la Liturgia no pide rezar parte de este Salmo, en síntesis, solo nos cambia la antífona, (Ver domingo semana 26, ciclo C), “Acuérdate, Señor, de tu compasión”, en esta Liturgia del domingo de  la 3º semana ciclo B, rezamos la antífona; “Muéstrame, Señor, tus caminos”.

Este salmo tiene una estructura especial, ya que se presenta como una colección de invocaciones, de consideraciones morales y de súplicas en forma sentenciosa, unidas entre sí. El salmo completo tiene 22 versículos y se puede dividir en tres partes la composición heterogénea: a) súplica de protección y guía (1-7); b) reflexiones sobre Dios y sus relaciones con los que le temen (8-14); c) nueva súplica de liberación de una situación angustiada (15-21). Para este caso, la liturgia solo ha considerado los versículos del 4 al 9

Súplica de protección y de perdón

El Salmo comienza rezando en el versículo 1: “A ti elevo mi alma, Señor, mi Dios. En ti confío, no sea confundido, no se gocen de mí mis enemigos…”.(Sal 24, 1) El salmista se dirige a Dios pidiéndole protección para no ser burlado de sus enemigos. La causa del justo es la causa del Señor; por eso, si los impíos prevalecen sobre aquél, en el fondo es una victoria contra el Señor, ya que, en la mentalidad de los pecadores, Dios es impotente para hacer salir airoso a su protegido. En la tradición israelita está demostrado que el que confía y espera en el Señor no queda defraudado en sus esperanzas, y, por tanto, no es avergonzado o confundido ante sus enemigos. Al contrario, serán confundidos y puestos en evidencia los que abandonan al Señor, faltando a Infidelidad a El debida: No; quien espera en ti, no es confundido; serán confundidos los que en balde faltan a la fidelidad”. (Sal 24, 3).

Obsesionado con la idea de ser fiel a su Dios, le pide encarecidamente que le enseñe sus caminos: Muéstrame, Señor, tus caminos”, sus mandamientos, para no desviarse de ellos: enséñame tus senderos” y asegurar así la protección divina., Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero en ti todo el día. Moisés había pedido al Señor que le mostrara su camino para acomodarse a sus exigencias: “hazme saber tu camino, para que yo te conozca y halle gracia a tus ojos, y mira que esta gente es tu pueblo”. (Éxodo 33, 13). El salmista, sin duda que por caminos y sendas del Señor entiende no sólo los preceptos escritos de la Ley, sino los secretos de su providencia respecto de su vida personal para responder mejor a sus insinuaciones: “Muéstrame,  ¡oh Señor! tus caminos, guíame por la recta senda a causa de mis enemigos”. (Salmo 26,11).

La forma de la vida práctica del salmista lo constituyen las exigencias de la verdad del Señor, vinculadas a las promesas de protección al que se conforma a sus leyes. No se trata sólo de la verdad especulativa sobre la realidad divina, sino de sus relaciones a las almas justas tal como se habían manifestado en la historia de Israel, el pueblo elegido. El Señor siempre se ha manifestado como Salvador de las almas justas angustiadas. La verdad, pues, del Señor va vinculada a su fidelidad a las promesas: “Porque tengo ante mis ojos tu benevolencia y ando en tu verdad” (Salmo 25,3). Por eso el salmista pide a su Dios que se acuerde de sus misericordias, que desde tiempos antiguos se han manifestado sobre los justos en Israel. El Señor es inmutable a través de los siglos: “Que yo, el Señor, no cambio, y vosotros, hijos de Jacob, no termináis nunca”. (Malaquías 3, 6), y, por tanto, las misericordias antiguas o eternas pueden ponerse ahora a favor del salmista atribulado. El amor del Señor de los tiempos antiguos no se ha agotado: “Así dice el Señor: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada”. (Jeremías 2,2), y es ahora cuando debe manifestarlo para que los enemigos del justo lo reconozcan. Llevado de este espíritu de confianza y de la fe en la misericordia tradicional del Señor, el salmista se atreve a pedir perdón por los pecados de su adolescencia, sus fragilidades y transgresiones, cometidas en los años de irreflexión y de fogosidad juvenil; como tales, son más excusables. Lejos de aplicarle la medida de su justicia punitiva respecto de sus lejanas transgresiones, pide que le aplique la medida de su bondad y benevolencia: Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos. No recuerdes los pecados ni las rebeldías mi juventud: por tu bondad, Señor, acuérdate de mí según tu fidelidad” En la Sagrada Escritura constantemente se realza la misericordia divina, que prevalece sobre la justicia, pues el Señor castiga hasta la cuarta generación y premia hasta la milésima: “porque yo el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan mis mandamientos”.  (Éxodo 20, 5-6).

El Señor es bueno y bienhechor para con los que le temen.

Sigue la exposición de las buenas cualidades del Señor; El Señor es bondadoso y recto” en sus relaciones con los que son fieles a sus preceptos. Su bondad llega hasta orientar a los extraviados hacia el buen camino de su Ley: por eso muestra el camino a los extraviados”. Sus preferencias están por los humildes y los pobres, guiándolos por el camino de la justicia o de la rectitud moral. Él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres”

La palabra pobres, en la literatura sapiencial y rabínica posterior, equivale a “piadosos” o fieles a la Ley de Dios, que se caracterizan por su espíritu de humildad y pequeñez ante Dios. Las maneras de obrar del Señor, para con ellos, están dirigidas por las exigencias de su benevolencia y verdad o fidelidad a sus promesas. Pero estas relaciones amorosas están condicionadas a la fidelidad a su alianza y sus mandamientos. Su alianza fue sancionada primero con la circuncisión, impuesta a Abraham y su descendencia: “Yo establezco mi alianza entre nosotros dos, y te multiplicaré sobremanera”.  (Génesis 17,2) y después renovada solemnemente y concretada en el Sinaí: “Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra” (Éxodo 19, 5). Signo externo de ella era el arca con las tablas de la Ley. Por eso junta aquí la alianza y los mandamientos del Señor, que son la base de sus relaciones con los fieles.

                     Oremos al Señor: ““Muéstrame, Señor, tus caminos”

“Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres. Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.” (Mc 1, 17.18)

Pedro Sergio

Domingo de  la 3º semana ciclo B

www.caminando-con-jesus.org

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Fuentes: Algunos comentarios están tomados del estudio de la Biblia Comentada de Nácar-Colunga

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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