¡Me alegras con tu salvación, Señor!”

Reflexión desde el Salmo Sal 31, 1-2. 5. 11

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds


Haciéndose eco de la dramática relación lepra-pecado, el salmo canta la dicha de quien ha sido liberado de la culpa. Participamos de esta oración, aclamando:

R: Me alegras con tu salvación, Señor

¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! R.

Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: «Confesaré mis faltas al Señor». ¡Y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado!  R

¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos! ¡Canten jubilosos los rectos de corazón! R.

1.      La Confesión de los Pecados.

Este salmo, se refiere a la felicidad del pecador que ha conseguido la amistad con Dios por la confesión y reconocimiento de sus pecados. El salmista se había sentido castigado por Dios como consecuencia de una falta grave, entonces el declara que, al decidirse a confesar a Dios todas sus faltas, logró sentirse liberado bajo la protección de su Dios. Ciertamente es así, el pecado nos esclaviza, la confesión, nos libera.

Nos recuerda este poema que se hace oración, que no debemos dejarnos llevar de la insensatez y bobería en el camino de nuestra vida, porque de lo contrario siempre estaremos expuestos a sentir que la justicia divina viene a castigarnos inapelablemente como pecadores. Al contrario, la misericordia de Dios, será la corona del que se dirige por sus caminos de sabiduría. Es así también, como el salmo, pues, es además de una acción de gracias por el perdón otorgado, es toda una lección de sabiduría.

2.      Dichoso al pecador que ha conseguido recuperar la amistad de Dios

¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! El Salterio se abre deseando satisfacción al hombre recto que camina por el camino del Señor, sin tomar parte en las asambleas de los pecadores; ¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, más se complace en la ley del Señor, su ley susurra día y noche!  (Salmos (SBJ) 1,1); Y este salmo llama dichoso al pecador que ha conseguido recuperar la amistad divina por el perdón de sus pecados. Puesto que “no hay hombre que no peque” (1 Reyes (SBJ) 8,46), este segundo movimiento de penitencia en el corazón humano es totalmente necesario para rehabilitarse en los senderos de la vida.

El salmista llama dichosos a los que han logrado que sus pecados fueran borrados por Dios. El Pecado, es incumplimiento a lo que Dios nos ha mandado, por lo que cometer falta es rebelarse y enemistarse con Dios; el pecado significa extravío, iniquidad, y es lo que lleva a los hombres a una depravación moral. La absolución de las faltas está expresada también con términos que hablan de la alegría de ser perdonado de las faltas cometidas; ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez!  San Pablo citará estos versos para probar que la remisión de los pecados, la justificación, es un don gratuito de Dios, fruto de su misericordia y no de la Ley mosaica; “Bienaventurados aquellos cuyas maldades fueron perdonadas, y cubiertos sus pecados. Dichoso el hombre a quien el Señor no imputa culpa alguna. (Romanos (SBJ) 4, 7-8).

3.     Confesión y perdón.

El sufrimiento y la enfermedad han servido para abrir los ojos al salmista y concentrarse, reconociendo así sus debilidades y pecados. Según la mentalidad del A.T., las enfermedades eran consecuencia de pecados perpetrados más o menos conscientemente. Tocado por la mano del Señor, que pesaba sobre él, la creencia era que Dios le enviaba una grave enfermedad, acarreado muchas desventuras, como es el caso de Job, (Job 33, 16 ss). Así también lo expresa este salmo en el verso 3; “Mientras callé, consumíanse mis huesos, gimiendo durante todo el día”, donde el salmista al principio se sentía reacio a reconocer sus faltas pasadas, y así, mientras callaba, la enfermedad seguía avanzando, y sus huesos se consumían mientras él gemía día y noche; pero, al no sentir arrepentimiento por sus pecados, estos gemidos no le servían de nada. Entonces el salmista piensa profundamente sobre su situación, y decide confesar y reconocer sus pecados, que pudieran ser causa de su enfermedad. “Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: «Confesaré mis faltas al Señor”. Reconocido y confesado su pecado con sinceridad, al punto siente que se le ha perdonado, ¡Y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado!, lo que representa el principio de su rehabilitación física y espiritual. Dios acoge siempre al corazón contrito y arrepentido.

4.     El Señor es refugio del justo angustiado.

La lección del salmista tendrá repercusión en los piadosos, pues de él aprenderán a confesar a tiempo sus pecados, reconociendo sus infidelidades y culpabilidad; de este modo se verán libres y no se sentirán angustiados. El salmo se cierra con una invitación para que todos los rectos de corazón se alegren con la liberación del justo de su situación angustiada. Este verso final, tiene un aire de interpelación litúrgica en la asamblea de los fieles en el templo, para que éstos se percaten de los caminos secretos de la Providencia, que por la confesión de los pecados otorga el perdón y devuelve a los pecadores la amistad divina. ¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos! ¡Canten jubilosos los rectos de corazón!

Pedro Sergio

Domingo de  la 6º semana ciclo B

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Fuentes: Algunos comentarios están tomados del estudio de la Biblia Comentada de Nácar-Colunga y de la Sagrada Biblia de Jerusalén (SBJ)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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