“Sáname, Señor; porque pequé contra ti.

Reflexión desde el Salmo Sal 40, 2-5. 13-14

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds


El salmo 40 es, literalmente, la oración de un enfermo que sufre no sólo físicamente, sino también moralmente. En su cuerpo padece a causa de la enfermedad; moralmente sufre a causa de la maledicencia de sus amigos y de la traición del más íntimo de ellos. Esta oración está enmarcada por una introducción sapiencial, en la que el enfermo se dirige a los que como él sufren, y por una conclusión de acción de gracias, en la que canta ya la salud que Dios le devuelve. (1)

R. Sáname, Señor; porque pequé contra ti.

Feliz el que se ocupa del débil y del pobre: el Señor lo librará en el momento del peligro. El Señor lo protegerá y le dará larga vida, lo hará dichoso en la tierra y no lo entregará a la avidez de sus enemigos. R.

El Señor lo sostendrá en su lecho de dolor y le devolverá la salud. Yo dije: --Ten piedad de mí, Señor, sáname, porque pequé contra ti --. R.

Tú me sostuviste a causa de mi integridad, y me mantienes para siempre en tu presencia. ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, desde siempre y para siempre! R.

1.      Oración de un Enfermo Grave. (2)

El salmista refleja la situación angustiada de un enfermo postrado en el lecho del dolor con peligro inminente de muerte. Sus adversarios le visitan, pero interiormente están deseosos de que se acelere el fatal desenlace. En esta situación de incomprensión y abandono, al doliente no le queda sino encomendarse a su Dios, implorando la salvación. Las expresiones del salmista pueden entenderse como reflejando una experiencia actual o como ya pasada, pero recordada después por el mismo.

La exposición va precedida de un prólogo de tipo “sapiencial” sobre la felicidad y las recompensas de los que se preocupan de los desgraciados y necesitados. Es la introducción, que abarca la primera estrofa, desde los versos 1 al 4. Los versos 5 al 10 constituyen otras dos estrofas (5-7 y 8-10), en las que se reflejan las intrigas y malicia de los adversarios que conspiran contra el salmista. Finalmente, la estrofa final (11-14) es una súplica de salvación a Yahvé, que se cierra con una doxología.

La liturgia de hoy solo ha tomado algunos versos donde se manifiesta confianza en la bondad de Dios

2.      El Señor premia la piedad para con los necesitados (1-4).

El salmista inicia su composición declarando que el que se interesa por los necesitados; “Feliz el que se ocupa del débil y del pobre”,  este será premiado cuando le llegue la hora de la desventura; “el Señor lo librará en el momento del peligro”. En la literatura profética y sapiencial del A.T., el tema del pobre es muy frecuente. El Señor se preocupa especialmente de los desvalidos, como el huérfano, el extranjero y la viuda; quiere que los que le sean fieles muestren su espíritu de comprensión hacia los que han sido lanzados por la desazón de la vida.

Para todo mortal hay días sombríos de dolor y tristeza, y, en esos momentos de abatimiento y abandono, el que haya sido compasivo con los demás sentirá la mano protectora del Señor, que le confortará y reanimará cuando se halle postrado en el lecho del dolor; “Tú me entregaste tu salvador escudo, tu diestra me fortaleció y tu solicitud me engrandeció”. (Sal 18,36). Volverá a disfrutar de las nobles alegrías de la vida en la tierra, sin temor a caer en manos de los que animosamente le hostigan; “Sea bendito el nombre del Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas” (Sal 72,18).

3.      El salmista, confiado en la justicia divina

Por falta de perspectiva de retribución en ultratumba, el salmista, confiado en la justicia divina, proclama que el Señor premiará al misericordioso y compasivo con su protección, que no le ha de faltar en los momentos más difíciles de su vida. “El Señor lo protegerá y le dará larga vida, lo hará dichoso en la tierra y no lo entregará a la avidez de sus enemigos.

El Señor lo sostendrá en su lecho de dolor y le devolverá la salud. Después de la introducción sapiencial, en la que se destaca la dicha venturosa reservada al que se ocupa de las desgracias, el salmista pasa a narrar su tragedia personal. Es así como Inicia su exposición con una súplica de piedad; “Yo dije: -Ten piedad de mí, Señor, sáname, porque pequé contra ti.”

4.      Todo hombre es pecador y, consciente o inconscientemente

El salmista, reza al Señor del mismo modo como se canta en otros salmos; “Dispone el oído a mis palabras, ¡OH Señor! atiende mis suspiros. Atiende a las voces de mi súplica, Rey mío y Dios mío” (Sal 5,2.3), reconociendo su culpabilidad, pues, según la mentalidad mostrada en el A.T., atribuye su triste situación a sus pecados; “Ten piedad de mí, ¡OH Dios! porque estoy angustiado. La tristeza consume mis ojos, mi alma y mis entrañas. Pues mi vida se consume en el dolor, y mis años en gemidos. Mi vigor enflaquece por la aflicción, y mis huesos se consumen” (Sal 31, 10-11). Se siente culpable ante Dios, aunque inocente a los ojos de los hombres. Todo hombre es pecador y, consciente o inconscientemente, es culpable ante Dios. Por eso, en la enfermedad descubren los justos posibles faltas que hayan traído como consecuencia la desdicha.

5.      Súplica de curación de la enfermedad (11-14).

Siempre confiado en el poder y favor de Yahvé, implora su auxilio para que se manifieste en su favor y le salve de tan crítica situación, pues ansia, además de recuperar su salud, dar el pago merecido a sus enemigos, que esperan su muerte. “Tú me sostuviste a causa de mi integridad, y me mantienes para siempre en tu presencia”. La desaparición prematura del salmista hubiera dado la razón a sus adversarios, que le consideran abandonado del Señor. Su curación será la prueba clara de que están equivocados y de que aún disfruta de la amistad divina. Se trata de una rehabilitación moral más que de una acción vindicativa física contra los que hostilmente se acercan a él y se complacen en su enfermedad. Si se salva del peligro de muerte” sus enemigos recibirán una gran humillación moral. Al contrario, si es arrebatado por la muerte prematura, ellos consideran esto como una victoria sobre él y una confirmación concreta de que el Señor no protege a los que presumen de fidelidad a El. Siempre encontramos en los salmos reflejada la pugna entre los justos y los malvados en la sociedad.

6.      Dios se complace en él, es la liberación de la muerte

El salmista, al no esperar un premio a su virtud y fidelidad en la otra vida, declara que la prueba concreta de que su Dios se complace en él es la liberación de la muerte, con lo que no prevalecerán sobre él sus enemigos, que esperan la extinción de su vida y posteridad; “Y me sacó a lugar holgado, salvándome, porque se agradó en mí” (Sal 18, 20). A pesar de su crítica situación actual, redobla su confianza en Dios, que le ha de sacar incólume del peligro mortal, permaneciendo él y su posteridad en presencia de El. Es la esperanza de ser rehabilitado en su salud y la seguridad vuelva continuar él y su descendencia — por siempre — bajo la protección bienhechora de su Dios. La recuperación de su salud será la prueba tangible de que ha recuperado también plenamente la amistad divina, quebrantada por sus pecados, que han sido causa de sus infortunios físicos.

Es así como finalmente el Bendice y da gracias a su Dios,  con una doxología litúrgica; ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, desde siempre y para siempre!

ORAR EL SALMO (1)

Y, si sufrimos físicamente o si el dolor moral nos aflige, rezar este salmo, unidos a Cristo, acrecentará nuestra esperanza. También Cristo sufrió, también fue traicionado, y ahora él, que es el más dichoso de entre los hijos de los hombres, se nos presenta como paradigma de la acción de Dios: “Después del sufrimiento de una pasión momentánea, vino el gozo de la alegría eterna; porque el Padre me ama, aunque haya permitido mis sufrimientos; en esto conozco que Dios me ha amado: en que mi enemigo no ha triunfado de mí y ahora me veo resucitado”.

Oración I

Señor Jesucristo, tú que por nosotros quisiste ser débil y enfermo, tú que experimentaste la amargura de ver cómo tu amigo, el que compartía tu pan, fue el primero en traicionarte, haz que, cuando nos llegue nuestro día aciago, no perdamos la confianza de que, como tú fuiste sostenido por tu Padre, así nosotros conoceremos que Dios nos ama y veremos que nuestros enemigos no triunfan de nosotros. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Pedro Sergio

Domingo de  la 7º semana ciclo B

www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

Fuentes: Algunos comentarios están tomados del estudio de la Biblia Comentada de Nácar-Colunga y de la Sagrada Biblia de Jerusalén (SBJ)

(1)   [Pedro Farnés]

(2)   Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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