¡El Señor asciende entre aclamaciones!

Reflexión desde el Salmo Sal 46, 2-3. 6-9

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds


 

R. El Señor asciende entre aclamaciones.

Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el soberano de toda la tierra. R.

El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas. Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey. R.

El Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones; el Señor se sienta en su trono sagrado. R.

 

INVITACIÓN A LAS GENTES A RECONOCER LA SOBERANÍA DEL SEÑOR.

Esta composición tiene el aire de un himno de alabanza al Señor, que muestra su majestad y poder sobre todos los pueblos y su protección especial sobre Israel.

El salmita invita a todas las naciones de la tierra a participar en este homenaje solemne al Señor que triunfa sobre todos los pueblos. El poeta escenifica pomposamente el triunfo del Señor, que, después de bajar a la tierra a luchar por su pueblo, sube a su morada celeste entre las aclamaciones de los pueblos del orbe, brillando así su gloria y majestad. Desde allí gobernará sobre todos los pueblos, cuyos príncipes serán sus vasallos. Esta predicción de la sumisión de todos los reyes de la tierra al Señor tiene el sello de las profecías mesiánicas. Los salmistas — como en general los profetas — vivían de la esperanza en el establecimiento de la futura teocracia mesiánica, y por eso su imaginación se dirige constantemente a esta panorámica maravillosa caracterizada por el triunfo total del Señor y el reconocimiento de su soberanía por todos los pueblos.

EL SEÑOR ES DIOS DE TODOS LOS PUEBLOS

Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría. El Salmista invita a todas las naciones a unirse al triunfo espectacular del Señor como Soberano de todos los pueblos. Es el gran rey no sólo de Israel, sino de todas las gentes. Aquí el salmista aplica este título al Señor, único Señor de los hombres todos.

Porque el Señor, el Altísimo. Para destacar su carácter superior y trascendente se le llama el Altísimo. En la literatura poética arcaizante no es extraño este nombre para designar al Dios de Israel.

Es temible. Aquí se le da, además, el calificativo de temible, pues tiene a disposición la omnipotencia, y nadie puede hacerle frente. La divinidad es concebida como una fuerza temible, que puede dar la muerte al que indignamente se acerque a ella o trate de empañar sus derechos. La misma “santidad” es concebida como una fuerza aislante de lo divino, que lo protege contra toda contaminación indigna. Aquí el salmista da al Señor el calificativo de temible para hacer reflexionar a las naciones que puedan oponerse al reconocimiento de su soberanía de toda la tierra.

Es el soberano de toda la tierra. Si bien El Señor es Dios de todos los pueblos,  - y, en consecuencia, todas las naciones y gentes deben reconocer su soberanía-, está particularmente vinculado en los destinos históricos a Israel, que ha elegido como heredad, su parte selecta entre los pueblos; por eso a El los someterá, poniéndolos a su servicio. Es la concepción nacionalista que encontramos en muchos vaticinios profetices. Los hagiógrafos del A.T., al no tener luces sobre la retribución en el más allá, esperan una era de prosperidad material para la sociedad israelita, tantas veces conculcada y afligida por la invasión de los ejércitos extranjeros. Cuando veían a éstos pasar y dominar su país, surgía, por contraste, la idealización de los tiempos futuros, en que Israel habría de ser la nación soberana sobre todos los pueblos, por ser la heredad particular del Señor del universo.

EL SEÑOR HA TOMADO POSESIÓN DE SU TIERRA SANTA Y DE SU PUEBLO

Es el orgullo de Jacob o el “primogénito” de Yahvé. La tierra de Canaán fue entregada por decreto divino a Israel, y constituye por eso el orgullo de los descendientes de Jacob. Jeremías pone en boca del Señor estas palabras: “¿Cómo voy a contarte entre mis hijos y darte una tierra escogida, una magnífica heredad, preciosa entre las preciosas de todas las gentes?” Israel, como colectividad nacional, nace en las estepas del Sinaí, y, en comparación con las regiones desérticas de esta península, Canaán resultaba para las mentalidades semibeduinas hebreas como una “tierra que mana leche y miel”. Este país de fertilidad excepcional — que en realidad no podía compararse a la de los pueblos mesopotámicos, fenicios y egipcios — fue cantado por los poetas de Israel como la tierra más deliciosa del orbe; es el orgullo o magnificencia de Jacob. La elección de Israel por Dios se debe al amor que le tuvo, no a los méritos de aquél: Jacob, a quien amo.

El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompeta. El Señor ha tomado posesión de su tierra santa y de su pueblo, como lo hizo al manifestarse sensiblemente el día de la inauguración del templo salomónico; ha descendido a auxiliar a su pueblo en momentos críticos, y ahora se eleva a su morada celeste entre aclamaciones y al son de las trompetas. Durante los primeros tiempos de la monarquía y antes en el desierto, el arca era el símbolo de la presencia del Señor en su pueblo; en torno a ella, la multitud mostraba su devoción al Dios de Israel; cuando procesionalmente subía las gradas del templo, se simbolizaba su entrada triunfal también en la morada celeste, el “cielo de los cielos,” en la cúspide del firmamento, desde donde contemplaba a los hombres y gobernaba los pueblos. El salmista parece ahora aludir a esta entronización solemne del Señor, que asciende, glorificado por las aclamaciones populares, a sus mansión celestial.

LLEGA LA HORA DE QUE SE LE ACLAME COMO REY DE TODOS LOS PUEBLOS

Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey. El salmista se dirige a Israel y a los príncipes de las naciones que (se han sumado a esta aclamación jubilosa del Dios de Israel, que se eleva majestuoso a tomar posesión de su trono celestial como soberano único del orbe y de los pueblos. El reinado de Yahvé no se limita a Israel, sino que se extiende a las gentes o naciones paganas, y el poeta quiere que éstas reconozcan su soberanía.

El Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones; el Señor se sienta en su trono sagrado. Desde antiguo, su reinado fue reconocido por Israel; pero llega la hora de que se le aclame como Rey de todos los pueblos, cuando se siente en su santo trono celestial para juzgar a todos los seres humanos. Su morada en el templo de Jerusalén es un símbolo de la otra celestial. Idealizando la situación, el salmista presenta ya a los príncipes de los pueblos reunidos en torno al pueblo elegido, el pueblo del Dios de Abraham. Es el cumplimiento de la promesa hecha al gran patriarca de que en él serían bendecidas todas las gentes. En los vaticinios mesiánicos no faltan alusiones a esta adhesión de las naciones a la religión de Israel, formando sus ciudadanos una categoría subordinada a la de los propios israelitas, que serán ciudadanos por derecho propio en la nueva teocracia. Se les admite al culto, pero no constituyen propiamente el “pueblo de Dios,” título reservado a Israel, “primogénito” de Yahvé. El título Dios de Abraham recuerda las promesas hechas al gran patriarca sobre la gloria de su descendencia, multiplicada como las arenas del mar. Los príncipes y grandes le pertenecen y le están sometidos, y bajo este aspecto también están sometidos al pueblo que es su heredad particular entre todas las naciones.

Hoy, domingo de La Ascensión, aclamamos con alegría: ¡El Señor asciende entre aclamaciones!

Pedro Sergio

www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

Séptima Semana de Pascua, 2011

Fuentes: Algunos comentarios están tomados de la Biblia de Nácar-Colunga

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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