“Aclamen la gloria y el poder del Señor”

Reflexión desde el Salmo 95, 1.3-5. 7-10

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds


R. Aclamen la gloria y el poder del Señor.

Canten al Señor un canto nuevo, cante al Señor toda la tierra; anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos. R.

Porque el Señor es grande y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Los dioses de los pueblos no son más que apariencia, pero el Señor hizo el cielo. R.

Aclamen al Señor, familias de los pueblos, aclamen la gloria y el poder del Señor; aclamen la gloria del nombre del Señor. Entren en sus atrios trayendo una ofrenda. R.

Adoren al Señor al manifestarse su santidad: ¡Que toda la tierra tiemble ante El! Digan entre las naciones: “el Señor reina! El Señor juzgará a los pueblos con rectitud”. R.

 

Alabanza al Señor, Único Dios y Rey del Universo.

Este salmo, de trece versículos, se puede dividir en tres partes, invitación a Israel para que le alabe en el santuario como Dios único desde el versículo 1 al 6, invitación a las naciones a asociarse a estas alabanzas, porque ha creado el mundo y gobierna los pueblos con equidad desde el versículo 7 al 10 y la invitación a la naturaleza a regocijarse ante el Señor que rige el mundo con justicia desde el versículo 11 al 13.

La liturgia de hoy ha elegido para alabar al Señor solo algunos versículos. Este himno de alabanza según el relato, fue compuesto para David con motivo del traslado del arca a Jerusalén. No obstante, los críticos modernos consideran este cántico como una pieza agregada o insertada por un escritor posterior, por tanto, no se debe deducir de él el origen davídico de nuestro salmo.

El universalismo que se respira en este salmo parece un eco de los vaticinios de la segunda parte del libro de Isaías (c.40-66). El establecimiento del reinado universal de justicia sobre todos los pueblos domina el pensamiento del salmista como el del profeta Isaías.

Invitación a los israelitas a alabar al Señor

Comienza el poema: Canten al Señor un canto nuevo, cante al Señor toda la tierra. Las nuevas gracias que el Señor otorga constantemente a su pueblo, y, en general, a las criaturas, requieren que se le entone un cántico nuevo: expresiones frescas de alabanza y de acción de gracias. El salmista se dirige primeramente a los israelitas, según se deduce de la mención del santuario en el versículo 6; “honor y majestad lo preceden, fuerza y esplendor están en su templo”, pero asocia inmediatamente a toda la tierra a las alabanzas que va a proferir.

El Señor tiene una dimensión universal, pues aunque esté vinculado especialmente a Israel, sigue siendo el Soberano de todo el orbe creado. Los fieles deben recordar cada día la salvación obrada por el Señor en favor de su pueblo y de todos los que a El se acogen. “Aclamen la gloria y el poder del Señor”. Las perspectivas nacionalista y universalista se entrelazan en la mente del poeta, que considera el santuario de Jerusalén como morada del Señor en la tierra, punto de atracción de las miradas de todos los pueblos. La historia de Israel es la historia de la manifestación salvadora del Señor: primero al sacarlo de la esclavitud faraónica, y después liberándolo de la cautividad babilónica.

Todos los pueblos deben conocer las maravillas en favor de su pueblo, pues redundan en su gloria. anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos”. Como ser trascendente destaca sobre todos los supuestos dioses de los otros pueblos, los cuales son, en realidad, vanos ídolos sin vida. “Los dioses de los pueblos no son más que apariencia, pero el Señor hizo el cielo”. Con sus gestas ha demostrado que sólo El es el Dios viviente, capaz de proteger a su pueblo, mientras que las divinidades de los otros pueblos son impotentes para salvarlos. “Porque el Señor es grande y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses”. El Señor tiene un título único de poder: hizo los cielos, lo más excelso de la creación. El mundo es su obra, y, por tanto, sólo El puede intervenir en la historia de la humanidad. Como Rey soberano del universo, lleva de escolta de honor a su majestad y magnificencia, juntamente con su fortaleza y esplendor. Estos atributos se manifiestan en su santuario, los cielos — morada permanente del Señor como ser trascendente — y el templo de Jerusalén, lugar santificado con su presencia como “Santo de Israel,” es decir, vinculado a los destinos históricos del pueblo elegido, el cual, por otra parte, es instrumento suyo para dar a conocer su salvación a los otros pueblos. Por eso se invita a narrar sus proezas entre las gentes. “sus maravillas entre los pueblos”

Invitación a las naciones a asociarse a las alabanzas al Señor

Supuesta su divinidad y su carácter de Creador, todos los pueblos están obligados a darle gloria y reconocer su poderío. Aclamen al Señor, familias de los pueblos, aclamen la gloria y el poder del Señor; Por ello deben acudir con sus ofrendas a los atrios del templo de Jerusalén, donde tiene su morada terrestre. Entren en sus atrios trayendo una ofrenda. La invitación supone la perspectiva universalista que encontramos ya en Is 2:2-4: todos los pueblos confluyen hacia Sión para ser adoctrinados en la ley del Señor. Aquí, conforme a las perspectivas de la segunda parte del libro de Isaías, se les invita a traer sus ofrendas de reconocimiento. Todos deben acercarse con ornamentos santos o vestidos de ceremonia para participar en su culto, como lo hacen los sacerdotes “Adoren al Señor al manifestarse su santidad”. Todos deben acatar la realeza del Señor, “el Señor reina” que reina sobre todos los pueblos y gobierna con sentido de equidad y de justicia. El Señor juzgará a los pueblos con rectitud” Como el orbe, cimentado por Dios, no se conmueve, así todo encuentra su sitio cuando es el Señor el que dirige las riendas de la vida social.

Invitación a la naturaleza a alabar al Señor.

Continúa en Salmo en los últimos versículos (11 al 13) Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad.

Toda la naturaleza debe participar en esta alegría sonora en honor del Creador: la tierra, el mar, el campo y los árboles del bosque. Estas apelaciones a la naturaleza para asociarse a la gloria de los repatriados en la nueva teocracia son características de la segunda parte del libro de Isaías. Toda la creación debe entonar un himno de alabanza, que sea como el eco del himno de los seres humanos, que se asocian al culto del Señor.

En síntesis, la victoria del Señor es una acción salvadora de Dios en la historia, es así como Israel tiene por actividad alabar a Dios, y con esta alabanza darlo a conocer a todos los pueblos. Su elección es misionera, su alabanza es testimonio. La grandeza del Señor comparado con los dioses de los gentiles y la acción creadora demuestra su poder. La invitación se extiende a todos los pueblos del orbe. Los pueblos han de invocar ese nombre, venir a su templo, y traerle ofrendas como acto de reconocimiento y homenaje. Se debe tener en consideración la realeza del Señor, su acción creadora, su gobierno justo y universal.

Aclamen la gloria y el poder del Señor.

Misioneros de la gloria de Dios: Dios se hace reconocer, se impone a los hombres. Su gloria es la competencia con la cual él utiliza su omnipotencia y con la que ejerce su sabiduría. La gloria de Dios es Dios mismo en su verdad, en su poder, en su acción, a través de las cuales se manifiesta como Dios. La gloria de Dios es la totalidad de sus perfecciones, hechas visibles, la manifestación de todo lo que Él es. Es su belleza esplendorosa, refulgente, seductora, que se impone y deslumbra cualquier hermosura creada.

Por eso nosotros entonamos el salmo 95 y nos convertimos en misioneros de la Gloria de Dios. Su acción en el mundo es maravillosa, digna de ser alabada; está llena de fuerza y esplendor, y es capaz de alegrar el universo entero.

En Jesús se manifestó la gloria del Padre. Nosotros, herederos de su gloria, estamos llamados a dar testimonio de ella por todo el mundo. Más reconocemos la gloria del Señor en la humillación de nuestra carne de pecado para no vanagloriarnos.

Aclamen la gloria y el poder del Señor.

Pedro Sergio

www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

Fuentes: Algunos comentarios están tomados del estudio de la Biblia Comentada de Nácar-Colunga.

Algunos puntos de la síntesis están tomados de  L. Alonso Schökel

Las moniciones para el rezo cristiano del salmo de  Ángel Aparicio y José Cristo Rey García.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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