“¡Felices los que siguen la ley del

Señor!”

Reflexión desde el Salmo Sal 118, 1-2. 4-5. 7-8

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds


R. ¡Felices los que siguen la ley del Señor!

Felices los que van por un camino intachable, los que siguen la ley del Señor. Felices los que cumplen sus prescripciones y lo buscan de todo corazón. R.

Tú promulgaste tus mandamientos para que se cumplieran íntegramente. ¡Ojalá yo me mantenga firme en la observancia de tus preceptos! R.

Te alabaré con un corazón recto, cuando aprenda tus justas decisiones. Quiero cumplir fielmente tus preceptos: no me abandones del todo. R.

Este Salmo, es de las Excelencias de la Ley Divina. (Biblia Nácar-Colunga), es el más extenso del Salterio, 176 versículos, donde el poeta canta las alabanzas de la Ley de Dios, sin duda para responder a los escépticos de su tiempo, que procuraban olvidarla para vivir conforme a sus intereses y concupiscencias personales. Pero la Ley en sus labios “no tiene el sentido estricto de la legislación mosaica o del Pentateuco. Tiene una acepción más amplia; y aquí, como en los salmos 1 y 19, significa toda revelación divina como regla de vida. No es un código rígido de preceptos y de prohibiciones, sino un cuerpo de doctrina, cuya plena significación no puede ser comprendida sino gradualmente y con la ayuda de la instrucción “divina”. Por eso la palabra Ley es sinónima en este salmo de “revelaciones divinas”, promesas y enseñanzas proféticas, sobre todo la voluntad de Dios, su “beneplácito”. A través de la Ley se revela la misericordia divina, aun cuando corrige y castiga. El salmista se extasía ante las excelencias de la Ley, que refleja la voluntad divina para con los hombres.

Por ello, para el salmista es el objeto constante de su meditación y a ella procura conformar totalmente su vida. El orante, se siente débil y reconoce sus caídas, y, sobre todo, confiesa la necesidad de la gracia divina para mantener su fidelidad integral a la Ley. Por eso, constantemente afloran a sus labios los gritos de socorro y de súplica para no desviarse del verdadero sendero señalado por ella en la vida.

El cumplimiento de la Ley otorga ya una satisfacción íntima al alma piadosa: da ciencia, prudencia, sabiduría para conducirse en la vida, y, al mismo tiempo, procura consuelo, alegría íntima y conciencia tranquila.

Felices los que van por un camino intachable, los que siguen la ley del Señor. Felices los que cumplen sus prescripciones y lo buscan de todo corazón.

El poema se inicia declarando la satisfacción de los que procuran mantenerse íntegros en su proceder, conformándose con las exigencias de la Ley del Señor y cumpliendo sus prescripciones. Sólo la amistad con Dios puede atraer la felicidad al hombre, ya que éste depende en todo de su providencia. Dios sólo otorga su protección y beneficios al que es fiel a sus mandamientos.

El deuteronomista declara enfáticamente: “Y ¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy? (Deuteronomio (SBJ) 4, 8) La alianza del Sinaí y los preceptos de la Ley mosaica colocaban al pueblo hebreo en una situación privilegiada respecto de las otras naciones, pues era la expresión de la voluntad divina, y ningún pueblo podía gloriarse de tener un Dios tan cerca de él como lo estaba El Señor de la nación israelita, su “heredad” particular entre todos los pueblos; “Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que le invocamos?  (Deuteronomio (SBJ) 4,7). Por ello, el autor del Deuteronomio pone en boca de Moisés estas palabras dirigidas a su pueblo en una monumental homilía: “Mira, como Yahvé mi Dios me ha mandado, yo os enseño preceptos y normas para que los pongáis en práctica….Guardadlos y practicadlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente.”  (Deuteronomio (SBJ) 4, 5-6)

Tú promulgaste tus mandamientos para que se cumplieran íntegramente. ¡Ojalá yo me mantenga firme en la observancia de tus preceptos!

El salmista se hace eco de estas advertencias, si bien para él la palabra Ley tiene un sentido amplio: instrucción, cuerpo de doctrina, palabra de Dios; es la “revelación como guía de vida, exhortación profética y aun como dirección sacerdotal; es la suma del deber del israelita.” Los preceptos del Señor son, en realidad, sus testimonios, en cuanto que son declaración oficial de su voluntad en el orden religioso y moral. En los textos del Pentateuco, la palabra “testimonio” es sinónimo del Decálogo (Estos son los estatutos, preceptos y normas que dictó Moisés a los israelitas a su salida de Egipto,  (Deuteronomio (SBJ) 4, 45); pero aquí tiene un sentido más amplio.

El conformarse con la Ley divina supone en primer lugar apartarse de toda iniquidad, pues el pecado no se compagina con los caminos que llevan a Dios; pero, además, supone una orientación positiva hacia todo lo que implique beneplácito divino: sólo los que le buscan con sinceridad de corazón podrán encontrar la íntima felicidad del alma.

Te alabaré con un corazón recto, cuando aprenda tus justas decisiones. Quiero cumplir fielmente tus preceptos: no me abandones del todo.

La voluntad del Señor, expresada en sus preceptos, implica el deseo de que se cumplan y guarden con toda diligencia, conforme a la declaración; “No añadiréis nada a lo que yo os mando, ni quitaréis nada; para así guardar los mandamientos de Yahvé vuestro Dios que yo os prescribo.” (Deuteronomio (SBJ) 4,2) Los israelitas, por el hecho de pertenecer al pueblo elegido, no son libres para desentenderse de los preceptos divinos. El salmista vive en un ambiente de abandono espiritual, y por eso recuerda la necesidad de observar la Ley divina como condición necesaria para agradar a Dios y ser objeto de su beneplácito.

Después de declarar la necesidad de adherirse a los preceptos divinos, el poeta piensa en su situación personal, ansiando mantenerse firme en sus propósitos de fidelidad a su Dios. Sólo así podrá sentirse seguro, pues al amparo de la omnipotencia divina nunca será defraudado en sus propósitos ni confundido ante sus adversarios, que se burlan de su confianza en Dios y de la fidelidad a sus preceptos. La guarda de los mandamientos divinos le preservará del abandono total de su Dios, que niega su protección a los impíos.

Oración: Señor Dios nuestro, nos enviaste a tu Hijo para llevar la Ley a su cumplimiento, Él nos dio el mandamiento del amor. “Les doy un  mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense  también ustedes los unos a los otros.” (Jn 13:34.35), te pedimos tu ayuda, para que siempre podamos guardar tus leyes y cumplir tus preceptos para que muchos nos reconozcan como discípulos de Cristo, en el amor que tengamos los unos a los otros y así de este modo, muchos se entusiasmen con seguir a Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Y así aclamamos con el Salmista y en confianza: . ¡Felices los que siguen la ley del Señor!

Pedro Sergio

II Domingo de Cuaresma ciclo B

www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

Fuentes: Algunos comentarios están tomados de la Biblia de Nácar-Colunga

Textos bíblicos de la Sagrada Biblia de Jerusalén (SBJ)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

…………………