EL MISTERIO
DEL CORAZÓN DE CRISTO Beato Juan
Pablo II Audiencia
General. Miércoles 20 de junio de 1979 |
¡Queridos Hermanos y Hermanas! 1.
El próximo viernes 22 de junio, la liturgia de la Iglesia se concentra, con
una adoración y un amor especial, en
torno al misterio del Corazón de Cristo. Quiero, pues, ya hoy,
anticipando este día y esta fiesta, dirigir junto con vosotros la mirada de
nuestros corazones sobre el misterio de ese Corazón. Él me ha hablado desde
mi juventud. Cada año vuelvo a este
misterio en el ritmo litúrgico del tiempo de la Iglesia. Es sabido que el mes de junio está consagrado
especialmente al Sagrado Corazón de Jesús. Le expresamos nuestro amor y
nuestra adoración mediante las letanías que hablan con profundidad particular
de sus contenidos teológicos en cada una de sus invocaciones. Por
esto quiero detenerme con vosotros ante este Corazón, al que se dirige la
Iglesia como comunidad de corazones humanos. Quiero hablar, siquiera
brevemente de este misterio tan
humano, en el que con tanta
sencillez y a la vez con profundidad y fuerza se ha revelado Dios. 2.
Hoy dejamos hablar a los textos de la liturgia del viernes, comenzando por la
lectura del Evangelio según Juan. El Evangelista refiere un hecho con la
precisión del testigo ocular. "Los judíos, como era el día de la
Parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el día de sábado, por
ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilato que les rompiesen las piernas y
los quitasen. Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero
y al otro que estaba crucificado con Él; pero llegando a Jesús, como le
vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados
le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua" (Jn 19, 31-34). El
Evangelista habla solamente del golpe con la lanza en el costado, del que
salió sangre y agua. El lenguaje de la descripción es casi médico, anatómico.
La lanza del soldado hirió ciertamente el Corazón, para comprobar si el Condenado
ya estaba muerto. Este Corazón -este corazón humano- ha dejado de latir.
Jesús ha dejado de vivir. Pero, al mismo tiempo, esta apertura anatómica del
Corazón de Cristo, después de la muerte -a pesar de toda la
"crudeza" histórica del texto- nos induce a pensar incluso a nivel
de metáfora. El corazón no es sólo un órgano que condiciona la vitalidad
biológica del hombre. El corazón es un símbolo. Habla de todo el hombre interior. Habla de la interioridad
espiritual del hombre. Y la tradición entrevió rápidamente este sentido de la
descripción de Juan. Por lo demás, en cierto sentido, el mismo Evangelista ha
inducido a esto cuando, refiriéndose al testimonio del testigo ocular, que
era él mismo, ha hecho referencia, a la vez, a esta frase de la Escritura: "Mirarán al
que traspasaron" (Jn 19,
37; Zac 12, 10). En
realidad así mira la Iglesia; así mira la humanidad. Y de hecho, en la
transfixión de la lanza del soldado todas las generaciones de cristianos han
aprendido y aprenden a leer el
misterio del Corazón del Hombre crucificado, que era el Hijo de Dios. 3.
Es diversa la medida del conocimiento que de este misterio han adquirido
muchos discípulos y discípulas del Corazón de Cristo, en el curso de los siglos.
Uno de los protagonistas en este campo fue ciertamente Pablo de Tarso,
convertido de perseguidor en Apóstol. También nos habla él en la liturgia del
próximo viernes con las palabras de la Carta a los efesios. Habla como el hombre que ha recibido una gracia
grande, porque se le ha concedido
"anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo e iluminar a
todos acerca de la dispensación del misterio oculto desde los siglos en Dios,
Creador de todas las cosas" (Ef 3, 8-9). Esa
"riqueza de Cristo"
es, al mismo tiempo, el "designio
eterno de salvación" de Dios que el Espíritu Santo dirige al
"hombre interior", para que así "Cristo habite por la fe en nuestros
corazones" (Ef 3,
16-17). Y cuando Cristo, con la fuerza del Espíritu, habite por la fe en nuestros
corazones humanos, entonces estaremos en disposición "de comprender con
nuestro espíritu humano" (es decir, precisamente con este
"corazón") "cuál es
la anchura, la longura, la altura y la profundidad, y conocer la Caridad de
Cristo, que supera toda ciencia..." (Ef 3, 18-19). Para conocer con el corazón, con
cada corazón humano, fue abierto, al final de la vida terrestre, el
Corazón divino del Condenado y Crucificado en el Calvario. Es
diversa la medida de este conocimiento por parte de los corazones humanos.
Ante la fuerza de las palabras de Pablo, cada uno de nosotros pregúntese a sí
mismo sobre la medida del propio corazón. "...Aquietaremos nuestros corazones ante Él, porque si nuestro
corazón nos arguye, mejor que nuestro corazón es Dios, que todo lo
conoce" (1 Jn 3,
19-20). El Corazón del Hombre-Dios no juzga a los corazones humanos. El
Corazón llama. El Corazón "invita". Para esto fue abierto con la
lanza del soldado. 4.
El misterio del Corazón, se abre a través de las heridas del cuerpo; se abre
el gran misterio de la piedad, se abren las entrañas de Misericordia de
nuestro Dios (San Bernardo, Sermón
61, 4; PL 183, 1072). Cristo
dice en la liturgia del viernes: "Aprended de Mí, que Soy manso y humilde de
corazón" (Mt 11,
29). Quizá
una sola vez el Señor Jesús nos ha llamado con sus palabras al propio
corazón. Y ha puesto de relieve este único rasgo: "mansedumbre y humildad".
Como si quisiera decir que sólo por este camino quiere conquistar al hombre;
que quiere ser el Rey de los corazones mediante la "mansedumbre y la humildad".
Todo el misterio de Su reinado está expresado en estas palabras. La "mansedumbre y la humildad". encubren, en cierto sentido, toda la
"riqueza" del Corazón del Redentor, sobre la que escribió San Pablo
a los efesios. Pero también esa
"mansedumbre y humildad" lo desvelan plenamente; y nos permiten conocerlo y aceptarlo
mejor; lo hacen objeto de suprema admiración. Las hermosas letanías del Sagrado Corazón de Jesús
están compuestas por muchas palabras semejantes, más aún, por las
exclamaciones de admiración ante la riqueza del Corazón de Cristo. Meditémoslas con atención cada
día. 5.
Así, al final de este fundamental ciclo litúrgico de la Iglesia, que comenzó
con el primer domingo de Adviento, y ha pasado por el tiempo de Navidad,
luego por el de la Cuaresma, de la Resurrección hasta Pentecostés, Domingo de
la Santísima Trinidad y Corpus
Christi, se presenta discretamente la fiesta del Corazón divino, del
Sagrado Corazón de Jesús. Todo este ciclo se encierra definitivamente en el
Corazón del Dios-Hombre. De Él también irradia cada año toda la vida de la
Iglesia. Audiencia General.
Miércoles 20 de junio de 1979 Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |