|
SOLEMNIDAD
DEL SAGRADO
CORAZÓN DE JESÚS (Ciclo
A) Autor
Fr. Julio González Carretti OCD. Lecturas a.- Dt. 7,6-11:
El Señor se enamoró de vosotros y os eligió. b.- 1 Jn 4,7-16:
Él nos amó. c.- Mt. 11, 25-30: Soy manso y humilde de corazón. d.- San Juan de la Cruz: “¿Qué aprovecha dar tú
a Dios una cosa si él te pide otra? Considera lo que Dios quiere y hazlo, que
por ahí vas a satisfacer mejor tu corazón que con aquello a lo que tú te
inclinas” (D 73). Dios ha escogido
a su pueblo, solo por amor, para ser su propiedad. No hay otra razón. El
pueblo en sí no ofrece ninguna grandeza, al contrario es el más pequeño de
los pueblos (v.7). A sus padres los hizo hijos, los liberó de la esclavitud
de Egipto. Las generaciones posteriores, se saben amados y libres, gracias a
esta iniciativa divina, y ninguna otra razón habla de la grandeza de este
pueblo. La mayor prueba
de este amor se encuentra en su fidelidad, en la constancia y la solidez de
este amor. No hay amor semejante, puesto que Dios sigue mando a sus hijos
conservando su relación de alianza con las nuevas generaciones, tal como lo
hizo con sus padres. Es aquí donde debe nacer el llamado a renovar la promesa
de fidelidad a la alianza, como respuesta. Sentirse llamados ya es un signo
de elección, lo que supone un ofrecimiento. El amor de Dios por los padres
continúa en los hijos. El juicio de Dios es sólo para quienes rechazan su
amor manifestado en sus leyes y preceptos; quien no los cumple será juzgado.
El autor presenta de este modo la retribución personal por parte de Dios, de
ahí la siguiente exhortación: “Guarda, pues, los mandamientos,
preceptos y normas que yo te mando hoy poner en práctica. Y por haber
escuchado estas normas, por haberlas guardado y practicado, Yahvé tu Dios te
mantendrá la alianza y el amor que bajo juramento prometió a tus
padres” (v.11). Dios es amor y
nos ha amado primero, por lo mismo, debemos amarnos los unos a los otros.
Antes nos ha presentado el mismo precepto del amor en su lado negativo, es
decir, aquel que no ama, peca, y el pecador no puede conocer a Dios (cfr. 1Jn. 3, 11. 15. 22).
Si Dios es amor, quiere decir que el medio para llegar a Dios, es
amar. Con esto el apóstol quiere dar a conocer el origen del amor y no como
sostenían los gnósticos, que conocer a Dios,
era la forma como el hombre podía amar a Dios. El amor que el hombre
siente por Dios siempre es una respuesta. Amor que se manifiesta en Cristo
Jesús, en la historia de la salvación. La acción de Dios
en Cristo, demuestra al hombre en qué cosa consista el verdadero amor: amor
de predilección, amor liberador de los pecados, es decir remedio y sanación
interior. Este amor de Dios, presentado como
el motivo de nuestras relaciones fraternas es la fuente del amor al
prójimo. Dios es invisible, es decir, nadie ha visto a Dios (v.12), lo conoce
sólo quien lo ama y que el camino del amor pasa por los hermanos. El amor del
hombre por Dios es inseparable del amor del prójimo. El apóstol,
también ha dicho que Dios vive en nosotros (v. 12; cfr.
1Jn. 3, 24). Esta realidad cristiana y teológica, no nace del amor fraterno,
que puede caer en el subjetivismo. Va más allá. Es necesario darle un
fundamento objetivo, fuera de nosotros, en cristiano, esta realidad viene del
Espíritu Santo, Dios nos ha dado su Espíritu: “En esto conocemos que
permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu”
(v.13). El cristiano es claramente consciente de una vida nueva que nace de
lo interior, vida que le ha sido dada por Dios. Presencia que se transforma
en fuerza regeneradora. La gloria de Dios
manifestada en Cristo, hizo que los que lo vieron y escucharon, compartieron
sus enseñanzas y signos, contemplaran la gloria de Dios (Jn. 1, 14), al
Mesías, el Salvador. Es la comunión con Cristo Jesús de quien confiesa toda
esta realidad, puede recibir la luz que reverbera en su Faz de Hombre y Dios
verdadero y la vida eterna. El apóstol, señala que los cristianos han
conocido el amor de Dios en Cristo y por medio de Jesucristo. Si Dios
viene al hombre por el camino del
amor, también quiere que el hombre vaya por el mismo camino a sus hermanos,
los hombres. Estos versículos
nos hablan del misterio de la filiación de Jesús, Hijo de Dios, su relación
con el Padre. La revelación de la paternidad divina, Dios es Padre de Jesús,
lo sabemos por Jesús, y de todos los bautizados, punto fundamental de la
predicación del Hijo (Jn. 6,7-15). Es precisamente en la paternidad divina,
donde se resume toda la relación de Dios con los hombres en la economía del
NT. La acción de
gracias se refiere al rechazo de la palabra de Jesús por parte de los
escribas y fariseos, especialmente los primeros, que eran expertos en el
estudio de la Ley. El misterio que conlleva el reino de Dios no se entiende
desde la sabiduría de los hombres. La acción de gracias, es una aceptación de
la voluntad del Padre, de su proyecto que no puede ser aceptado ni
comprendido sino por los pequeños, los humildes, que desde su pequeñez y
límite, desde su pobreza humana y espiritual, buscan mejorar su vida. Desde
esta realidad evangélica y teológica, la autosuficiencia del hombre, la
soberbia, es impedimento para abrirse al misterio de Dios. Son los sabios e
inteligentes del mundo, incluidos los hombres religiosos, pero necios a los
ojos de Dios. Este proyecto o economía de salvación, se acepta o se rechaza,
pero no se discute ni mucho menos se es indiferente a él. La revelación de
este plan de salvación la conocemos por el Hijo. ÉL es el único quien nos
revela el proyecto del Padre, porque al Hijo lo conoce el Padre, y nadie
conoce al Padre sino el Hijo y a quien el Hijo de los quiera revelar (v. 27).
Conocimiento y revelación se unen para develar la paternidad de Dios y la
filiación del Hijo, y la participación del creyente en esta desde el bautismo.
Más allá del pensamiento judío de que el único conocedor de Dios era el
pueblo escogido, al cual había confiado la revelación, Jesús se presenta como
la plenitud de la revelación por su particular relación con el Padre, su
intimidad divina, desde toda la eternidad (Jn. 3, 11. 34ss). La invitación de
Jesús: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo
os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque
mi yugo es suave y mi carga ligera.” (vv.
28-30). El yugo nos habla de esclavitud, lo que más tarde se entendió como la
relación del maestro con sus discípulos, lo que termina por designar las
alianzas humanas de compromiso y obediencia. El primer yugo se la Ley de
Moisés, para los judíos, que hacían especialmente pesada en su aplicación por
parte de los fariseos, sin embargo, el yugo de Cristo es suave respecto a
esos maestros. El apóstol Pedro, en uno de sus discursos la denomina yugo que
ni sus padres, ni ellos pudieron cumplir, mucho menos se puede imponer a los
cristianos que venían del paganismo (cfr. Hch. 15,
10), y Jesús ya había lanzado duras críticas contra los escribas por imponer
cargas pesadas a los creyentes (cfr. Mt. 23, 1-12). El yugo de
Cristo, es suave porque nos enseña al creyente el espíritu de la Ley,
liberándolo de su esclavitud; manda orar al Padre porque serán escuchados y
manda el Espíritu Santo que suple su debilidad. Jesús, invita a imitarlo,
porque es manso y humilde de corazón. Su yugo es suave, porque se acerca al
hombre con humildad (Mt. 21, 5. 11) no con autosuficiencia, a través de la
máxima humillación hasta hacerse como uno de tantos hombres (Flp. 2, 5ss), y socava los cimientos de las autoridades
del mundo, desde la verdad y el misterio del Crucificado por amor. El Doctor del
Amor, como también se conoce Juan de la Cruz, invita a dejarse guiar por el
amor de Dios para la vida del cristiano orante sea una sinfonía de amor y
nunca se arrepienta de haberse entregado a este amor que transforma la vida
del hombre hasta la comunión plena en el seno de la Trinidad. Fr Julio González
Carretti OCD |