CONOCIENDO A SAN JUAN DE LA CRUZ

Publicado en la Revista Teresa de Jesús

 

 

 

Edith Stein ante Juan de la Cruz

Ezequiel García Rojo

El interés de la filósofa alemana por el místico castellano sucede en el tiempo al encuentro de aquélla con Teresa de Jesús a través de la autobiografía, acaecido en el verano de 1921. Sabemos que dicha lectura llevó a la inquieta judía a decidirse por el credo católico. A partir de ese momento la Santa abulense se convierte en el espejo cristiano donde mirarse la pensadora hebrea. Desde entonces la aspiración irrevocable de Edith Stein será transitar la senda religiosa tan admirablemente plasmada en las páginas teresianas. El tiempo posterior al bautismo (1 de enero de 1922) viene considerado cual etapa de aspirantado, en la confianza de ser admitida un día entre las Hijas de Teresa. Anhelo que vera cumplido el 14 de octubre de 1933, víspera de la gran fiesta de la Santa fundadora.

Aparece Juan de la Cruz

Y surge la cuestión: ¿cuándo entró en contacto Edith Stein con Juan de la Cruz? No disponemos de datos que avalen la primera lectura de los textos sanjuanistas por parte de la pensadora alemana. Atendiendo a la modalidad filosófica en que se movía su maestro Edmund Russen en las lecciones universitarias, y al espíritu abierto y sin prejuicios que imperaba entre los que frecuentaban la fenomenología, no es de extrañar que entre los fenómenos objeto de estudio, se encontrase la vivencia mística relatada por Juan de la Cruz.

Cabe suponer que la obra del santo atrajese la atención de profesor y alumnos en los tiempos de Gotinga y más tarde en Friburgo, allá por los años 1913-1916.

El descubrimiento del fenómeno del mundo religioso a la joven universitaria le será propiciado por el pensador Max Scheler al poco de trasladarse a Gontiga; pero según sus memorias, «no me condujo todavía a la fe, pero me abrió a una esfera de ‘fenómenos’ ante los cuales ya nunca más podía pasar ciega... Estaba demasiado saturada de otras cosas para hacerlo. Me conformé con recoger sin resistencia las incitaciones de mi entorno y —casi sin notarlo—, fui transformada poco a poco».

En esta transformación paulatina y silenciosa steiniana pudo muy bien tomar parte la figura de Juan de la Cruz; para ello nos servimos de una referencia epistolar, doblemente remarcada, lo que viene a poner de manifiesto el valor atribuido al dato. En carta de 1927, exponiendo a un compañero filósofo los posibles influjos habidos en su itinerario religioso hacia el cristianismo, menciona los testimonios que en su caso gozan de valor incomparable, avalado por la propia experiencia:

«Según mi modo de entender, los más impresionantes son los místicos españoles Teresa de Jesús y Juan de la Cruz». Un año más tarde vuelve a la carga: «Sólo puedo aconsejarle lo que ya le escribí una vez: apoyarse en los escritos de los grandes santos y místicos, ahí tiene usted la mejor documentación:

La Vida de Santa Teresa, escrita por ella misma..., los escritos de San Juan de la Cruz». De lo que se desprende que el santo carmelita pudo hacer acto de presencia en el devenir personal de Edith Stein con anterioridad a la recepción de las aguas bautismales.

Contamos con una fecha que permite auspiciar el interés creciente de la convertida judía por el carmelita fontivereño; nos estamos refiriendo al año 1926. En este año la Iglesia Católica otorga a Juan de la Cruz la categoría de Doctor universal de la Iglesia. A Edith Stein, mujer creyente, formada, sensible a lo carmelitano, y atenta a cuanto sucede en el mundo, no le pasaría inadvertido tal nombramiento. La noticia llegará a sus oídos, y el interés por el protagonista desembocaría en una lectura asidua de sus escritos con renovado estímulo y fundamento. Contamos con una reflexión al respecto: «Por el hecho de que la Iglesia Católica ha elevado al Santo a Doctor de la Iglesia, hoy quien quiera conocer, en el marco de la doctrina católica de la fe, los problemas de la mística, tiene que prestar atención a lo que él dice. Y fuera de la Iglesia católica es reconocido como uno de los espíritus guía, el indicador más seguro de un camino que nadie que quiera entrar seriamente en el misterioso reino de la vida interior puede prescindir de él». La predilección por la enseñanza sanjuanista irá in crescendo hasta el final trágico de su existencia, en agosto de 1942.

Predilección por Juan de la Cruz

Si es verdad que la madre Teresa cautiva y gana para la fe y para el Carmelo descalzo a la filósofa judía, también lo es que, con el tiempo, Juan de la Cruz irá conquistando espacio y adquiriendo peso en el espíritu de la que será Teresa Benedicta de la Cruz. Cabe preguntarse a qué se debe esta preferencia, este alinearse con las enseñanzas del doctor místico. Reseñamos algunas consideraciones que bien pueden poner de manifiesto la predilección de Edith Stein por Juan de la Cruz, a partir sobre todo de su ingreso en la clausura carmelitana.

Como pensadora que va a lo esencial, esta mujer acude a la fuente donde hallar los elementos básicos de la vivencia religiosa. En esta tarea de profundización cristiana jugará un papel destacado la figura del santo castellano. Es consciente de que el bautismo supone una inserción en el misterio pascual de Cristo, de que se asiste a una auténtica regeneración, cuya meta es la plena identificación con el Hijo de Dios hecho hombre, hasta su culminación en la entrega por amor en la cruz y la consiguiente resurrección por la fuerza del

Para Edith Stein, entre los influjos en su itinerario religioso hacia el cristianismo «los más impresionantes son los místicos españoles Teresa de Jesús y Juan de la Cruz».

Espíritu. Tal proceso lo haya maravillosamente expuesto en el legado del doctor místico.

Edith Stein, mujer culta, coherente y responsable, asume desde los inicios las implicaciones personales que acarrea la aceptación del Dios de Jesús para su vida, al igual que para cualquier otro bautizado. Pero dado que el anhelo por la vida consagrada la acompaña desde las promesas bautismales, hacia aquélla se orientan sus intereses personales e intelectuales. Al amparo del magisterio de Juan de la Cruz, con pocos años de andadura cristiana, nos desvela ya en qué ha de consistir una de las características de toda vida religiosa, en la que espera sea admitida pronto: seguir al Cristo de la Cruz. Nos lo hace ver en una carta de 1932, antes por tanto, de vestir el hábito marrón: Existe una vocación al sufrir miento con Cristo, y a través de eso, a colaborar en su obra redentora. Si estamos unidos al Señor, somos miembros del cuerpo místico de Cristo; Cristo continúa viviendo en sus miembros y sufre en ellos; y el sufrimiento soportado en unión con el Señor es su sufrimiento, insertado en la gran obra de la redención y, por eso, fructífero. Este es un pensamiento fundamental de toda vida religiosa, pero especialmente de la vida del Carmelo: interceder por los pecadores a través del sufrimiento voluntario y gozoso, colaborando de este modo a la redención de la humanidad»,

Juan de la Cruz, padre espiritual

En el caso de Edith Stein, el estilo de vida religiosa que concibe para sí no es otro que el inaugurado por Teresa de Jesús en el lejano 1562, en el pequeño palomarcico de San José en Avila. Sin menoscabar la primacía teresiana sobre los y las carmelitas, no obstante, con el discurrir del tiempo, la importancia del espíritu sanjuanista irá ganando terreno, hasta ser equiparado al magisterio de la Santa abulense. La carmelita judía fue consciente de dicho encumbramiento, por lo que de vez en cuando nos sorprende al poner de manifiesto el referente obligado que ha de suponer Juan de la Cruz para la entera familia carmelitana.

Ciertamente el título de Madre fundadora está reservado para Teresa de Jesús, pero la Santa alemana reconocerá en el místico castellano la dignidad de cierta paternidad sobre todos los vocacionados al Carmelo. Por ser el carmelita de Fontiveros cabeza de una familia religiosa, de alguna manera, a la vez que transmite el apellido, quiere que se perpetúe en sus descendientes lo que significa; atendiendo a esta lógica Edith Stein deduce que «seguimiento de Cristo por el camino de la cruz, tomar parte en la cruz de Cristo tendría que ser la vida de los Carmelitas Descalzos». Dicho reconocimiento queda confirmado al transmitir a los sucesores un estilo de vida, identificable por el nombre común a llevar, el apelativo del linaje: este distintivo no es otro que el ‘de la Cruz’.

La confirmación la hallamos en la autora misma. A la hora de elegir apellido religioso, no duda en escoger el de su ‘padre’, pues pertenece a la misma familia; pero es que además hereda su espíritu; por eso será Teresa Benedicta de la Cruz. Así se expresa la carmelita del siglo XX: «Como a nuestro segundo padre y guía veneramos al primero de los carmelitas descalzos de la reforma, San Juan de la Cruz. En él encontramos el espíritu primitivo en su forma más pura... El fue el instrumento elegido para vivir y enseñar el espíritu de nuestro santo padre Elías al Carmelo. El fue quien formó, junto con Santa Teresa, a la primera generación de los cannelitas y de las carmelitas descalzas y, a través de sus escritos, nos enseña también a nosotros la “Subida del Monte Carmelo”».

Guía y aliento en la subida del monte

«De la Cruz» es el apellido elegido por Juan de santo Matías; «de la Cruz» será el apellido religioso que Edith Stein tiene en mente ya antes de ser aceptada entre las hijas de Teresa. Este va a ser su título de gloria. En él queda prefigurado el misterio desde el que ella interpreta la vida y obra de Juan de la Cruz, pero también será la clave desde la que leerá la autora su devenir personal en el complicado momento histórico en que se desarrolla su existencia.

No resulta atrevido deducir que en todo este proceso al que se enfrentó Edith Stein, estuvo asistida por esa ciencia sublime que desprenden los textos sanjuanistas. Desde el noviciado manejaba con asiduidad los diferentes escritos del santo; en los acontecimientos espirituales importantes no podía faltar el contacto con alguno de sus textos (ejercicios para la toma del hábito, para la primera profesión...), Con ocasión de la fiesta litúrgica anual de San Juan de la Cruz (entonces 24 de noviembre), la autora nos regalará comentarios relativos al homenajeado.

Puede decirse que en los postreros meses de la hermana Teresa Benedicta de la Cruz, su mente tuvo la suerte de estar ocupada en su querido Padre Juan de la Cruz. El estudio que la tiene concentrada es precisamente una investigación sobre el místico doctor de cara al 1V0 centenario de su nacimiento (1542-1942), y que lleva por título curiosamente un enunciado, exponente claro de la vinculación y del entendimiento entre ambos personajes: Ciencia de la Cruz.

Estar en contacto permanente con los escritos del santo supuso un apoyo enriquecedor y seguro ante los embates que se sucedían por entonces. Al contemplar nosotros el final trágico de esta mujer singular, podemos concluir que el manejo asiduo de San Juan de la Cruz sirvió a mantener en pie y a estimular una existencia, la cual acabó viviendo en fe pura.

Los escritos del doctor castellano hicieron posible que en esa singular noche oscura de Edith Stein, que a la postre desembocó en la misma muerte, hallase un guía cualificado, una luz orientadora capaz de disipar las sombras que se alzaban en su entorno. La familiaridad con las obras del místico español, le ayudó a mantener a pulso el peso de la cruz, a seguir a Cristo hasta el final; que después de todo es lo que perseguía el mismo Juan de la Cruz al redactar su doctrina.

A la vez que fuente de inspiración, el legado sanjuanista ejerció de bálsamo reconfortante, así como de aliento postrero para ascender los últimos peldaños de la particular subida de esta hija del Carmelo a ese Gólgota de los tiempos modernos, a la cámara de gas de Auschwitz, el 9 de agosto de 1942.

 

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

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