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Detalle de la Visión de Santa Teresa de Ávila, Cristóbal de Villalpando, óleo sobre tela, finales del siglo XVII, principios del siglo XVIII. Colección del Museo Soumaya, Ciudad de México

SANTA TERESA DE JESUS,  NUESTROS SILENCIO Y EL DE DIOS PARA EL TRATO DE AMISTAD

Autor. Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.    "ACOSTUMBRARSE A LA SOLEDAD ES GRAN COSA PARA LA ORACIÓN"

Santa Teresa de Jesús nos dejó dicho sobre la oración mental: "No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama". (Libro Vida 8,5). La Oración, entonces, es tratar como un amigo con quién sabemos nos ama. “Dios es amor” (1 Jn 3, 7)  Y "tratar de amistad" y "tratar a solas" implica buscar estar a solas con aquél que "sabemos nos ama" y “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.” (Juan 15,13)

Que duda nos cabe, a Dios le agrada estar con el hombre, su hijo, como el amigo que se goza en el amigo y como un padre se alegra con su hijo. Dios siempre se agrada cuando el hombre decide "estar en dialogo con Él, o “a solas con El", orando, tratando con El como amigo.

"Tratar a solas" es búsqueda de soledad y de silencio, para poder estar con Él. Dice la Santa "Acostumbrarse a la soledad es gran cosa para la oración", (Camino de Perfección 4,9). Y a los principiantes dirá: "... han de menester irse acostumbrando a... estar en soledad". (Libro Vida 11,9) Y, recordando los Evangelios, “subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.” (Mt 14,23) nos dice: "Ya sabéis que enseña Su Majestad que sea a solas, que así lo hacía El siempre que oraba". (Camino de Perfección 24,4)

Nos recomienda también Teresa; “ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con grande humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, regalarse con él como con padre, entendiendo que no es digna de serlo.” (Camino Perfección 28,2) y más adelante añade; “Bien es procurar más soledad para dar lugar al Señor y dejar a su Majestad que obre como en cosa suya”  (Camino de Perfección 31,7)

2.    NUESTRO SILENCIO

Recuerda Teresa a sus monjas; “Dice en la primera regla nuestra que oremos sin cesar. (Para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer Lc 18,1) Con que se haga esto con todo el cuidado que pudiéremos, que es lo más importante, no se dejarán de cumplir los ayunos y disciplinas y silencio que manda la Orden; porque ya sabéis que para ser la oración verdadera se ha de ayudar con esto, que regalo y oración no se compadece.” (Camino de Perfección 4,2) y más adelante agrega que; “el silencio, que no nos ha de hacer mal”  (Camino de Perfección 10, 6) y en la VII Moradas asegura; “En este templo de Dios, en esta morada suya, sólo él y el alma se gozan con grandísimo silencio.”  (VII Moradas 3,11)

Recomienda Santa Teresa; “También se pueden imitar los santos en procurar soledad y silencio y otras muchas virtudes, que no nos matarán”  (Libro Vida 13,7) Imitar a los santos para orar y a estar en silencio ante Dios para escucharle. Y entonces nos apartamos del  ruido, del trajín, de hacer todo a prisa y de los nervios. Ausentarnos de la vida común para presentarnos a Dios. Silencio para abrirse al Espíritu. Ponernos pasivos, para que el alma se llene de dinamismo divino. San Juan de la Cruz, explica que los bienes sobrenaturales que vienen de Dios, por sólo infusión suya, los pone en el alma pasiva y secretamente, en el silencio.  (Cfr. Noche oscura 2. 14). Canta el Salmista; “En Dios sólo el descanso de mi alma, de él viene mi salvación; En Dios sólo descansa, oh alma mía, de él viene mi esperanza” (Sal 62)

Nuestro silencio, para tratar amistosamente con El, solo se logra si nuestra alma esta paz, con Dios y con todos, por eso Teresa dice que; “lo que mucho conviene para este camino que comenzamos a tratar es paz y sosiego en el alma.” (Camino de Perfección 34,3) Es en paz donde podemos alabar a Dios desde lo más íntimo, añade Teresa; “Y tengo para mí, que es con razón, porque tanto gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz, y que todo su contento provoca a alabanzas de Dios,  (VI Moradas 6,11)

Mantenerse en paz y sosiego como un recién nacido es el ejemplo que pone el salmista; “No está inflado, Señor, mi corazón, ni mis ojos subidos. No he tomado un camino de grandezas ni de prodigios que me vienen anchos. No, mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el regazo de su madre.” (Sal 131,1-2)

3.    OÍR Y CONOCER LA VOZ DE DIOS

Orar es permanecer en silencio ante Dios. Estar en silencio es estar ante EL y conocer su voz, es permanecer abierto a Él para seguirle a pesar de todo cuanto nos sucede cada día, sin dudar que Él tiene la última palabra. “Las ovejas siguen al Pastor porque conocen su voz” (Jn 10,4).

Para poder tratar con el Señor es necesario escuchar. “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1Sam 3,19). ¡Qué importante es estar a la escucha del Señor que habla!.  Aunque a veces haya otros, que parecen asfixiar la voz de Dios. Con todo y sin temor, no nos preocupemos si estamos en silencio, porque no podemos ni sabemos decirle a Dios nada que Él no nos haya dicho.  Él, como un padre, pone sus palabras en nuestro corazón, para que sepamos dirigirnos a Él. Nuestro Padre sabe lo que necesitamos antes de pedírselo. (Cfr. Mt 6, 6)

Dios no solo habla con palabras. También habla por medio de los acontecimientos; leer con ojos de fe lo que nos pasa es escuchar al Señor que se revela en la vida.  Dice Teresa; “de hablar de Dios u oír de él casi nunca me cansaba, y esto después que comencé oración.”  (Libro Vida 8)

Escuchar al Señor supone reconocer su voz, discernir su voz entre tantas voces como constantemente nos hablan (el orgullo, los prejuicios, la ira, los miedos) y que a veces terminan ahogando la Palabra del Señor y haciendo que se embote nuestra mente.

Escuchar al Señor, es estar con EL, permanecer con Él, ser uno con Él, pertenecerle por completo. La más pura oración -la oración silenciosa-  es el latir de un corazón purificado que se queda en silencio ante Dios, a su escucha, a la espera. Voy a escuchar de qué habla Dios.”  (Sal 85,9)

4.    SITIOS DE SOLEDAD, DESIERTOS

No es suficiente buscar un lugar solitario. Muchas veces podemos hacer silencio exterior, no obstante nuestro oído puede comportarse como una concha recogida en la playa, que cuando se la acerca a la oreja, parece oírse fuertemente el sonido del mar. Lo que importa es acallar los ruidos interiores para escuchar el callado Amor de Dios. Explicando san Juan de la Cruz como la fe es el próximo y proporcionado medio al entendimiento para que el alma pueda llegar a la divina unión de amor, dice; “para que el entendimiento esté dispuesto para esta divina unión, ha de quedar limpio y vacío de todo lo que puede caer en el sentido, y desnudo y desocupado de todo lo que puede caer con claridad en el entendimiento, íntimamente sosegado y acallado, puesto en fe, la cual es sola el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios.”  (Subida del Monte Carmelo 2. 9,1)

Hay que comprender que lo más importante es escuchar a Dios que tiene una palabra viva para decirnos. Dios es un misterio de amor que quiere desvelarse y darse a conocer a los que le buscan. San Juan Damasceno dice que orar es ofrecer a Dios nuestro corazón. Es como quedarse dormidos ante Dios. Estar en silencio es estar ante Dios.  San Juan de la Cruz habla del “sueño de las potencias”. Orar no consiste en cansar el entendimiento pensando sobre Dios sino en dejar que nuestro corazón repose en Dios. “En Dios sólo descansa, oh alma mía” (Sal 62)

Enseña Teresa; “Esto ya dicho se está, que no se sufre hablar con Dios y con el mundo, que no es otra cosa estar rezando y oír lo que están hablando, o pensar en lo que les parece, sin más irse a la mano; esto ya se sabe que no es bueno  y que hemos de procurar estar a solas, y aun plega (pide) a Dios entendamos con quién estamos y lo que nos responde el Señor a nuestras peticiones. ¿Pensáis que se está callando? Aunque no lo oímos, bien habla al corazón cuando le pedimos de corazón.”  (Camino de Perfección 40,4)

5.    EL SILENCIO DE DIOS

“Cuando clamo, respóndeme, oh Dios mi justiciero, en la angustia tú me abres salida; tenme piedad, escucha mi oración.”  (Sal 4,2)

La experiencia más desconcertante, pero a su vez reveladora y purificadora de la oración bíblica es el silencio de Dios. Es desconcertante porque a veces en la oración se encuentra a un Dios que calla y el peor sufrimiento es el silencio de Dios. Hay veces en que el silencio es la única respuesta. Las súplicas de los salmos nos hablan de un orante que sufre, está angustiado sobre todo por el silencio de su Señor, que le parece ausente e inactivo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, no acudes a salvarme; Dios mío, de día te llamo y tú no respondes; de noche, y tú no me haces caso" (Salmo 22, 2-3). Aquí, un pobre hombre se siente abandonado por un Dios que tiene por característica fundamental la fidelidad. Este lamento, se convirtió en la oración de Cristo en la cruz. Estamos en el corazón de la fe cristiana. La experiencia del silencio de Dios envuelve la vida religiosa en su conjunto; sin embargo, es en la oración donde esta experiencia se hace más aguda, más perceptible, más desencajada. La Biblia nos habla muchas veces de un Dios que nos escucha, pero también de un Dios que nos pide algo que no hubiese venido a nuestra mente, como en el caso de Abraham, que luego de darle un hijo a sus 100 años de edad y que llevara su descendencia, parece que no cumplirá su promesa y se lo pide en sacrificio (Gn 22).

Con todo, este Dios del que nos habla la Biblia, juzga, desencanta, fuerza al hombre a superar sus deseos, y justamente por esto libra y salva. El silencio de Dios es el signo de su amor y de su fidelidad, la señal de que escucha al hombre profundamente. La oración es siempre eficaz, pero a su modo: "¿Qué padre de entre vosotros, si su hijo le pide un pan, le dará una piedra?" (Lc 11,11). También ante la oración Dios es el dueño de los acontecimientos, y su modo de dirigirlos es un misterio para el hombre. Por consiguiente, en la oración es el hombre el que es conducido a la conversión, y no Dios. La oración no es el intento de obligar a Dios a entrar en nuestros proyectos, sino la oferta de una disponibilidad a su libre iniciativa. Teresa no dice; “Y creedme que no está el negocio en tener hábito de religión o no, sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad sino la suya.”  (III Moradas, 2,6) “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. “ (Jn 9, 31)

6.    EL DIOS QUE HABLA.

"Y dijo Dios", esta es la expresión que se lee en el primer capítulo de la Biblia, con la que el autor sagrado hizo de la llamada a la existencia de todos los seres creados. La Palabra de Dios llega al hombre y a la historia como llamada y anuncio de un plan; El señor dijo a Abram: “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición.” (Gn 12, 1-3). Cuando vio El señor que Moisés se acercaba para mirar, una zarza que se consumía, le llamó de en medio de la zarza, diciendo: “¡Moisés, Moisés!” El respondió: “Heme aquí.”. Le dijo: “No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada. “Y añadió: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3.1-6).  Y así podemos repasar en muchos textos Bíblico cuando Dios habla, donde nos asigna la tarea que se debemos cumplir aquí en la tierra para llegar al cielo. “hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.” (Mt 6, 10)

Pero el Dios que se manifiesta hablando no sólo llama y orienta todo, sino que también "dialoga" con el hombre; y las Escrituras son testimonio de un largo diálogo entablado entre Dios y el hombre, que culminó en la existencia humana del Hijo de Dios; “Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo”  (Hb 1, 1-2) “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Todo se hizo por ella… La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo…la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.” (Jn 1, 1-18) Y las Escrituras siguen siendo todavía "instrumento" disponible para un diálogo siempre abierto y actual del hombre con el interlocutor divino.

Teresa enseña; “Otra manera hay como habla el Señor al alma, que yo tengo para mí ser muy cierto de su parte, con alguna visión intelectual, que adelante diré cómo es. Es tan en lo íntimo del alma, y parécele tan claro oír aquellas palabras con los oídos del alma al mismo Señor y tan en secreto”  (VI Moradas 3,12)

7.    EL SIGNO DEL "SILENCIO DE DIOS".

Una palabra paradójica de Dios en su silencio. Se pregunta Teresa; ¿Pensáis que se está callando?. Aunque no le oímos, bien habla al corazón cuando le pedimos de corazón.  (Camino de Perfección 24,4) "Jesucristo es la palabra de Dios salida del silencio" (Ignacio de Antioquía)  “Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios, pero las cosas reveladas nos atañen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que pongamos en práctica todas las palabras de esta Ley.” (Dt 29, 28)

Todo diálogo con Dios, se acaba o en la pregunta o en la resignación del hombre o en el silencio de Dios, que algunas veces nos parece callado, de tal modo que aun no siendo ausencia total, casi equivale a ella. Canta el salmista; “¡Escucha, oh Dios, mi clamor, atiende a mi plegaria!”  (Sal 61,2)

Con todo, la palabra de Dios en las Escrituras, se ha de interpretar a la luz de la encarnación de la palabra de Dios dentro de la historia y de los límites del hombre. Una Palabra que se hace carne, que se hace sufrimiento, ansia, duda, pregunta y noche oscura, y es muy posible que en la misma crisis de fe, en el mismo silencio total, Dios puede esconder paradójicamente su presencia, su revelación, su palabra. No obstante, el silencio de Dios, no es necesariamente un castigo, sino una ocasión paradójica de encuentro por caminos sorprendentes, aunque por ahora no visibles y comprensibles. Finalmente, Dios no permanecerá indiferente en sus cielos ni hablará a través de la mediación de palabras humanas, sino que se hará voz humana, pobreza, fragilidad, pregunta, anhelo, brisa suave, mirada penetrante en los ojos del Hijo, verdadero hombre, y como dice Teresa; “es muy buen amigo Cristo, porque le miramos Hombre y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía; y habiendo costumbre, es muy fácil hallarle cabe (cerca) sí” (Libro Vida 22, 10)

Bendiciones

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Octubre de 2015


Fuentes Bibliográficas y de referencias

Obras Completas, Editorial Monte Carmelo

www.caminando-con-jesus.org

www.caminando-con-maria.org


www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net