SEMBLANZA DE SANTA
TERESA DE JESUS Autor: JESUS MARTI
BALLESTER |
Colaboración en la edición: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
I
SANTA TERESA DE
JESUS ¿Quién no conoce a Teresa de Jesús? ¿Y
quién es el que ignora que Teresa de Jesús, de Cepeda y Ahumada, nació en
Ávila? Fue el 28 de marzo de 1515. Su abuelo, don Juan Sánchez de Toledo, había
apostatado de la religión católica. Suerte que los Reyes Católicos, a través
del Tribunal de la Inquisición, habían anunciado un edicto de gracia por el
que los apóstatas podían reconciliarse con la Iglesia católica, y a esta
posibilidad se acogió don Juan, que debió cumplir la penitencia que le
impusieron: asistir cada viernes, durante siete semanas, a la procesión de
los reconciliados de iglesia en iglesia, en Toledo, con el sambenitillo y sus
cruces a sus espaldas. Con don Juan se reconciliaron también sus hijos,
Pedro, Álvaro, Rodrigo, Elvira, Lorenzo, Francisco y Alonso, el padre de
Teresa. Pensando el abuelo don Juan, mercader
sagaz, intuitivo, certero y afortunado, que en Toledo siempre sería mal
visto, tanto por católicos, como por judíos, antes de que llegara su prevista
ruina económica, emigró con su familia a Ávila, donde se estableció como
mercader de tejidos, y cambió su apellido de Toledo, judío, por el de Cepeda
de su esposa, por lo que vino a llamarse don Juan Sánchez de Cepeda, apellido
que, naturalmente heredará Teresa junto con el dinamismo inquieto, la
intuitiva sagacidad y la esplendidez hidalga y generosa del abuelo. Don Alonso de Cepeda, segundo hijo de don
Juan, casó con doña Catalina del Peso, que falleció dejando a su esposo con
dos niños pequeños, María y Juan. Don Alonso, al quedar viudo a sus
veintisiete años, casó en segundas nupcias, con doña Beatriz de Ahumada, y de
este matrimonio, nació Teresa, que llenó de felicidad aquel hogar. Siendo niña, se reúne con su hermano
Rodrigo para leer vidas de santos y repetir muchas veces que gloria y pena
son « ¡para siempre, siempre, siempre!», y se escapará con él a tierra de
moros a que los «descabezasen por Cristo», y cuando se frustró su plan,
decidirán «ser ermitaños». Con sus amiguitas Teresa construirá pequeños
monasterios «como que éramos monjas». A los trece años muere su madre, y
acude a la Virgen de la Caridad a pedirle con muchas lágrimas, que sea ella
ahora su madre. «Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, me ha valido». 1.
Retrato físico y
psíquico de Teresa. Sus contemporáneos nos han dejado su
retrato. Teresa era de estatura mediana, más bien grande que pequeña. Medía
1,68. Gruesa más que flaca, y en todo bien proporcionada. De color blanco y
encarnado, especialmente en las mejillas. Cabello negro, limpio, reluciente y
blandamente crespo. Frente ancha y muy hermosa. Cejas un poco gruesas, de
color rubio oscuro. Los ojos negros, vivos y redondos, al reír mostraban
alegría, y cuando mostraban gravedad eran muy graves. La nariz, más pequeña
que grande. La boca, ni grande ni pequeña. Los dientes, iguales y muy
blancos. La garganta ancha, blanca y no muy alta, sino un poco metida. Manos
y pies, lindos y proporcionados. Y tenía tres lunares en la cara. Daba gran
contento mirarla y oírla, porque era muy apacible y graciosa en todas sus
palabras y ademanes. Tenía particular aire y gracia en el andar, en el
hablar, en el mirar y en cualquier ademán que hiciese. Los vestidos, aunque
fuesen viejos y remendados, todos le caían muy bien. No ignoraba Teresa las cualidades que
tenía. Anciana ya, manifestaba a un padre carmelita: «Sepa, padre, que me
loaban de tres cosas temporales, que eran de discreta, de santa y de hermosa,
y yo creía que era discreta y hermosa, que era harta vanidad, mas que era
buena y santa, siempre entendía que se engañaban». Su psicología está marcada por una gran
sensibilidad, que se manifestaba en la expresión de su rostro; sus profundos
sentimientos fácilmente le bañaban en lágrimas los ojos de pena, de ternura,
de alegría o de compasión. Lloraba con mucha frecuencia, aunque con más
parsimonia, en su madurez. Tenía una gracia natural que se llevaba a la gente
de calle, y un deseo de agradar fuera de lo común. Juan Rof
Carballo ha estudiado su grafismo y ha escrito: «Trazos llenos, vibrantes,
contradictorios, muestran el juego activísimo de las fuerzas del
inconsciente. Pero todo ello aparece, y esto es lo asombroso, como enmarcado
o dominado con suavidad infinita dentro de un yo de extraordinario poder y
riqueza». 2.
La lectora. Entre
la piedad y la ilusión. Aprendió a leer de niña en el Flos sanctorum y en los Santos
evangelios, pero en su adolescencia, iniciada por su madre, doña Beatriz, se
emborrachó con la lectura de los libros de caballerías, en cuyas historias
atractivas y fascinantes de caballeros enamorados y damas hermosas, adoradas
por los hombres que se rendían a sus pies y que eran capaces de desencadenar
inauditas hazañas y escenas de amor apasionado, dilató su naciente
imaginación y ensanchó su horizonte vital y cultural. 3.
Resultado de la
lectura de los libros de caballerías. Avivado por las novelas su natural
instinto femenino en esos años adolescentes de ilusión, aprendió a utilizar
todos los resortes femeninos para acicalarse y embellecerse, aunque con un cuerpo
en capullo en plenitud de primavera, necesitaba poco para estar espléndida.
Nos cuenta ella misma que usaba perfumes y joyas y dicen sus biógrafos que, a
la par que cultivaba extraordinaria-mente la limpieza, tenía muy buen gusto
para elegir vestidos y para combinar y armonizar los colores. «Comencé a
traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos
y cabellos y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran
hartas, por ser muy curiosa». Decididamente, femenina. Naturalmente, comenzó a conocer el amor
adolescente y romántico. Y descubrió el amor humano. Gozaba con la compañía
de sus primos, un poco mayores que ella, y con sus charlas y vanidades,
«nonada buenas». Llegó a enamorarse. Pero con una gran limpieza. Tenía miedo
de casarse, pero pensó en ello. Este es un cabo suelto que nos ha dejado la
Providencia: La que iba a ser madre de tantas mujeres, no podía quedar en una
inmadurez psicológica estéril, cuya causa, en gran parte, es el
desconocimiento de la vida y del amor humano. Ella consideró esta situación
un extravío, pero estaba muy dentro del plan providencial sobre su misión
eclesial. Todo fue muy bonito, pero a don Alonso,
su padre, no le resultó tanto y, sin que ella se diera cuenta, pues él sabía
que, de haber contado con ella, habría dialécticamente perdido la batalla, la
encerró en el monasterio de las Agustinas de Gracia, donde vivirá en compañía
de otras muchachas de su edad, y vigilada y acompañada por doña María de
Briceño, que tuvo tino para desadormecer a Teresa, quien ya desde entonces
comienza a reflexionar en serio en qué estado servirá a Dios, y pide a todas
«que la encomendasen a Dios, para que le diese el estado en que le había de
servir; mas todavía deseaba que no fuese el de monja». «Comencé a hacer
oración sin saber qué era». Comenzó a orar acompañando a Cristo, consolándole
y deseando limpiarle el sudor en la Oración del Huerto. No era una oración
racional, sino un diálogo vivo con Dios. Es verdad lo que dice, tras su
estudio grafológico, Moretti: «Su espíritu se apoya
menos en el raciocinio que en la intuición nutrida de un derroche de
imaginación». Aquel corazón que había despertado al amor, después de haber
experimentado ese sentimiento tan bello y tan grandioso y transformante, necesitaba
depositar ese amor en otro corazón más grande, que no estuviera sujeto a la
mutabilidad humana, y que durara siempre, eternamente, que será el de Cristo.
Se cumple lo que diagnostica Moretti: «Sabe
distinguir los sentimientos auténticos y los espurios y, por ende, pone en
orden la vida psíquica y orienta el sentimiento, tanto en el trato como en
sus relaciones con Dios». Comenzó a orar acompañando a Cristo en la Oración
del Huerto, porque es ahí donde le ve más solo. Tiene el Señor una especial necesidad
de consuelo en la Oración del Huerto. A otra mística contemporánea, Gabrielle Bossis, ha dicho el
Salvador: « ¡Os necesito tanto en el Huerto de los Olivos! ¡Me hallaba tan
solo en mi extremada agonía!». Teresa permanece con El todo lo que le duran los
pensamientos. Su corazón femenino, cariñoso y lleno de generosidad, sólo
desde el amor y la generosidad podrá dar el salto a la vida religiosa, que es
cambiar el objetivo de su amor. Aquellos hombrecillos que le fascinaban van a
dejar paso al Hombre Dios, de quien se va a apasionar ardientemente. Ella es
así. No puede vivir a medias. Necesita entregarse por entero. Otra vez Moretti: «Se propone fines sólidos, que procura alcanzar,
pese a quien pese». Y tercia la Santa: «Paréceme que andaba Su Majestad mirando
y remirando por dónde me podía tornar a Él». Una enfermedad la saca del monasterio de
las Agustinas, donde se había hecho querer, como en todas partes siempre. La visita en Hortigosa
a su tío Don Pedro de Cepeda, virtuoso y amigo de buenos libros, enriquece el
afán de la lectora y cambia el rumbo de sus temas. El tío quiere que le lea a
él, y ella, por darle gusto, le lee, y la fuerza de la lectura y la
conversación ablandan el barbecho, hacen que se vaya encontrando a sí misma y
que recuerde la «verdad de cuando niña, de que todo era nada y la vanidad del
mundo y cómo acababa en breve». Las Epístolas de san Jerónimo la
enardecen y decide irse al monasterio. A las Agustinas no, que eran
excesivamente austeras; a la Encarnación, donde tiene una amiga: Juana
Suárez, «que era mucho lo que quería». 4.
Entra monja en el
monasterio de la Encarnación. Arrumbados sus planes de matrimonio, lo
que le costó una enfermedad por el empeño y la entereza que ponía en sus
decisiones, y vencida la negativa paterna con tenacidad, el día de Ánimas de
1535, cuando acababa de cumplir sus veinte años, salió furtivamente de su
casa, y se dirigió a la Encarnación para ser, al fin, monja. En el monasterio
tuvo que seguir el método racional de oración que le imponía la regla y dejar
el suyo vital y afectivo, que era una conversación personal. Como ha de
prevalecer el ritmo calculado y casi mecánico del método que le enseña la
maestra de novicias sobre su propio modo de orar desde su vida que la
conectaba con la Vida y de ella sorbía vida, acusó el desajuste. Comenzó a
debilitarse. Era todo muy complicado. No acertaba. Comienza a hacer
penitencias. Y el resultado fue fatal. Poco después de la profesión la
invadió una gran tristeza, síntoma de una grave enfermedad psicosomática, que
la forzó a dejar, temporalmente, el monasterio. Hace un año que ha profesado
y tiene veintitrés y medio. Cuando pasa por Hortigosa
a curarse, camino de Becedas, su tío Pedro le
regala el Tercer Abecedario de Osuna, que la introduce en las quintas
moradas. Todo, enfermedad, penitencias, encuentro con su tío y lectura en la
soledad de Becedas, son elementos providenciales
para la forja de su alma, que están en la base de su Obra y de sus libros,
sobre todo en Camino, por ser el más didáctico de todos. Curada, deviene el milagro de san José, y
se convierte en la monja fina, pálida y delicada, de palabra fácil, porte
gentil y personalidad seductora, que atrae las simpatías, las visitas y las
limosnas al monasterio pobre. 5.
Retroceso y
recuperación. Mal aconsejada, cede a su natural y, «de
pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión»,
pierde el fervor y casi su vocación de orante. Deja la oración porque tiene
vergüenza de «tener tan particular amistad» con Dios, dada la disipación en
que vive. «Ayudóme a esto que, como crecieron los
pecados, comenzó a faltar el gusto y regalo en la virtud». Y tiene que
intervenir Dios de nuevo con la enfermedad de su padre, a quien fue a cuidar
«estando más enferma en el alma, que él en el cuerpo». Esto le da la
oportunidad de encontrarse con el padre Vicente Barrón, quien le aconseja que
vuelva a la oración, cosa que resultó más eficaz que la representación de
Cristo «con mucho rigor» manifestándole el desagrado que le producen aquellas
amistades y sus charlas en el locutorio que la desangraban, la desinteriorizaban. Siguen diez años de mediocridad, de
chalaneo entre Dios y el mundo. «Pasaba una vida trabajosísima». Sufre en la
oración, porque no es fiel: «me llamaba Dios pero yo seguía el mundo».
Intentaba concertar estos dos contrarios tan enemigos uno de otro». Y no es
que fuera mala, era considerada por muy buena, pero Dios la quería mejor, y
ella estaba imposibilitando la realización de su llamamiento. Dios tiene infinitos resortes. Ella reconoce
que «con regalos grandes castigabais, Señor, mis delitos». A pesar de la
desgana sigue acudiendo al oratorio, haciendo esfuerzos sobrehumanos, más
pendiente del reloj que de la oración, «cualquier penitencia acometiera de
mejor gana que la oración». El Señor sostiene su perseverancia, y su
fidelidad de permanecer apoyada «en la columna de la oración» pone a prueba
su «determinada determinación» de orar. Ya no estaba en su mano dejar la
oración, «porque me tenía en las suyas el que me quería para hacerme mayores
mercedes». Profesar como monja en un monasterio no
es sinónimo de penetrar en el misterio de Dios, dejarse quemar en su fuego y
permanecer pacientemente en su nube asomada al abismo. Lo primero se puede
hacer desde una vida ramplona y vulgar, mediocre. Lo segundo exige una
inmensa y dolorosa purificación, devoradora de la mujer vieja. Teresa vivió
como monja mediocre casi veinte años. A punto de cumplir los cuarenta la va a
tomar Dios por su cuenta, porque la tiene elegida para maestra de la Iglesia
de su tiempo, sacudida por el vendaval de la polémica en torno a la oración,
cuando además no se aprovecha la energía de la mujer. Corriente antioracionista y antifeminista que Teresa está llamada a
corregir y a orientar, como maestra segura de oración y de vida cristiana, de
su tiempo y de todos los tiempos. Y, como el mejor médico suele ser el que
padeció la enfermedad que ha de curar, la Providencia dispuso que Teresa
aprendiera a orar sola, por no haber tenido maestros: «yo no hallé maestro,
aunque lo busqué, en veinte años». Tropezando, abandonando, recomenzando,
perseverando, saldrá maestra de oración. Veinte años de oración a secas,
dura, difícil, árida y seca, ascética, «cuando sacaba una gota de agua se
sentía feliz», para poder después, desde su experiencia, enseñar a sacar agua
del pozo para regar «el huerto, para que crezcan las plantas y lleguen a
echar flores que den de sí gran olor». Dios seguía acosando, pero ¡alerta!, que
Su Majestad le está preparando la emboscada. En esta guerra interior de fluctuaciones
y titubeos, en este caer y levantarse, a Dios ya le corre prisa, y dirige un
ultimátum a Teresa: la vista de la imagen de un pequeño «Cristo muy llagado»
la sobresaltó de forma tal que decide, «con grandísimo derramamiento de
lágrimas, no levantarse de cabe sus plantas hasta que no hiciese lo que le
suplicaba: la fortaleciese ya de una vez para no ofenderle». La lectura de
las Confesiones de san Agustín hincarán más el arpón: «Cuando llegué a su
conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, parece que me la dio el
Señor a mí. Estuve un gran rato que toda me deshacía en lágrimas, con
aflicción y fatiga». 6.
La conversión. El capítulo nueve de la Vida, en que
narra su conversión definitiva, es considerado como el punto clave en la trayectoria
vital de Teresa. Ha rebasado ya el ecuador de su vida. Tiene treinta y nueve
años. Le quedan veintisiete de vida y muchas cosas por hacer. Los planes de
Dios sobre ella son de gran vuelo. Ya es hora de intervenir. Y va a
intervenir. 7.
Vida mística habitual.
Los atisbos de quinta morada en la
soledad de Castellanos de la Cañada, de hace quince años, al rescoldo de la
lectura del Tercer Abecedario, que nos ofrecen el embrión de su carisma al
convertir al sacerdote de Becedas, se van a hacer
habituales y la van a instalar en creciente vida mística. Veamos por qué. Ante el alud de las mercedes, Teresa
acude a sus consejeros: Francisco de Salcedo y Gaspar Daza. Escuchan sin
entender; escapaba a sus esquemas aquella monja tan desenvuelta y tan
enriquecida de Dios, y diagnostican los dos que su espíritu es diabólico.
Terrible tortura para teresa: no hace más que llorar. «Fue grande mi
aflicción y lágrimas». La incompetencia y terquedad de aquellos romos e
intransigentes directores obligó a Teresa a someter su conciencia a unos y a
otros y su caso pasó de mano en mano injustamente discutido; lo que le
ocasionó un martirio atroz. 8.
Desposorio
místico. Un poco y llegarán Diego de Cetina, que,
aunque joven, la apacigua y comprende, y Francisco de Borja y Juan de Prádanos, gloria a Dios, que aciertan. A este último le
cabe el mérito de que, bajo su dirección, alcance Teresa el desposorio
místico, que ella encuadra en su sexta morada: «Ya no quiero que tengas
conversación con hombres, sino con ángeles». 9.
La gracia que sana.
En este momento ha comenzado una nueva
vida para Teresa. El Señor ha estado grande con ella. No olvidemos que la
grandeza es del Señor, que socorre la debilidad de Teresa. Se puede mirar el privilegio como mérito
del privilegiado, y es todo lo contrario; se privilegia la debilidad que
necesita ser ayudada, restañada, curada, para poder cumplir los designios del
autor de los regalos. Dios la quería más interior. Si su sicología y sus
contradicciones interiores son un obstáculo, Él la sanará y las armonizará. 10.
Es creada la
mujer nueva. Paladinamente lo confiesa Teresa en el
capítulo veintitrés: «De aquí en adelante es otro libro nuevo, quiero decir
otra vida nueva. La de hasta aquí era mía, ésta es de Dios que vive en mí». 11.
Teresa estrena
vida nueva. Tras los forcejeos de ella, sus
vacilaciones y mediocridad, e impotencia, Dios se enseñorea de su timón,
porque la necesita transfigurada, transformada, recreada. Y en el crisol de
la contemplación ha matado el gusano y ha nacido la mariposa, «la mariposita blanca».
Lo que Teresa no ha podido conseguir en tantos años, lo ha logrado Dios con
su gracia en un instante. 12.
Catarata de
carismas. Siguen las gracias místicas
esplendorosamente, dolorosa-mente, eficazmente: visiones intelectuales de
Cristo, «vi cabe mí o sentí a Cristo que me
hablaba»; e imaginarias como la transverberación: «veía un ángel cabe mí en
forma corporal... veíale un dardo de oro con fuego
que metía en el corazón y me llegaba a las entrañas...»; y los arrobamientos
en público, que la llenaban de rubor y de bochorno. Estaba realmente
humillada, acobardada, era tan excesivo el tormento, que hubiera preferido
que la enterraran viva. Llegó a pensar irse a otro monasterio, quizá a
Valencia, donde no la conocieran. 13.
San Pedro de
Alcántara. Sólo alguien que conociera por
experiencia los fenómenos tan extraños en que venían envueltas las inmensas
torrenteras de amor, podía intervenir con eficacia para serenarla,
garantizarla, devolverle la paz. Este santo varón fue san Pedro de Alcántara.
«Enseguida vi que me entendía por experiencia, que
era lo que yo necesitaba». «Quedamos muy amigos». Es admirable la Providencia
que acude en ayuda de Teresa. ¿Cuántos extáticos habría en España en aquellos
tiempos? ¿Uno? Pues ese llega a consolar a Teresa en el momento necesario.
Más adelante volverá para convencer al obispo de Ávila de que apruebe su
fundación. Su intervención fue necesaria y decisiva, porque don Álvaro de
Mendoza se había cerrado en banda: no quería admitir la fundación. A pesar de
haberle escrito fray Pedro, su decisión se mantuvo inexpugnable. Pero el amor
de fray Pedro era más fuerte que la terquedad del Obispo y enfermo como
estaba, se levantó de la cama, y quiso que le llevaran cabalgando en un
borriquillo a El Tiemblo, donde estaba el Obispo. Le acompañaron Gonzalo de
Aranda y Francisco de Salcedo. «Los que de veras aman a Dios todo lo bueno
aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno alaban,
con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden». La sangre y la
vida darán por ayudar las obras de Dios». Es la piedra de toque que patentiza
si se busca a Dios o el prestigio propio y la imagen que por nada del mundo
se quiere arriesgar. 14.
La visión del
infierno. Teresa ha experimentado el infierno. Nos
lo relata en el capítulo treinta y dos de Vida. «Entendí que quería el Señor
que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado... Quiso el
Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y amargura
espiritual, como si los padeciera en mi carne». Es el golpe definitivo y
fulminante de Dios. ¿Qué puede hacer Teresa por Dios, por los hombres, sus
hermanos, por la Iglesia? «De aquí gané la grandísima pena que me da de las
muchas almas que se condenan y los ímpetus grandes de ayudar a las almas,
que, por librar una sola de gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes
muy de buena gana». Como mujer de su tiempo antifeminista se encuentra
limitadísima. Por lo menos podrá convertirse ella, «guardar su regla con la
mayor perfección»; «hacer lo poquito que puede» para que, pues «el Señor
tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos sean buenos». Y tras la
conversación en su celda con sus amigas, cuando salta al desgaire en la
conversación la idea de «si no podrían ser monjas como las Descalzas y hacer
un monasterio», con el permiso del Provincial y el del Papa, será fundadora.
Se reformará ella y reformará el Carmelo, que tendrá desde ahora un apellido:
Teresiano. Tiene cuarenta y cinco años. Toda su alma va a poner en el empeño,
pues «Su Majestad le ha mandado que lo procure con todas sus fuerzas», aunque
le esperan «grandes desasosiegos y trabajos». 15.
Teresa de Jesús
fundadora. Se van a cruzar en su camino monjas y
frailes, arrieros y alguaciles, albañiles y señoras principales, caballeros y
mercaderes, obispos y curas, mesoneros y corregidores, teólogos y confesores,
arrieros y duquesas, príncipes, nuncios papales y hasta el mismo rey. Está
bien preparada. Fogueada por Dios, puede ya «repartir la fruta»; dará la
talla, cruzará Castilla cabalgando a lomos de mula o en carreta, atravesará
la nevada sierra de Guadarrama en crueles
invernadas, llegará hasta Andalucía y estará a punto de perecer ahogada en el
paso difícil de una torrentera burgalesa. Camina ya dentro de la morada del
Rey y su actividad es la de Dios. 16.
Teresa, mujer en
plenitud, superdotada de cualidades humanas. Teresa de Jesús ha ido desarrollando su
inteligencia prócer y ha madurado en su estilo y en todas sus capacidades
humanas y cristianas. Aquellas preceden a éstas, que han encontrado un buen
soporte en las humanas. Largo sería el análisis de unas y de otras: Junto con
la capacidad para vivir con las personas más dispares, incluso con su
atrabiliario cuñado Martín Barrientos, posee
veracidad y audacia y tiene un sentido profundo de la justicia, incluso en
las menudencias domésticas. Una vecina prestaba a las monjas la sartén que no
tenían. Cuando recibieron una limosna, cada una fue indicando en qué
gastarían el dinero, y la Madre terció: «en la sartén, en la sartén», y mandó
a sus monjas que la compraran, para no abusar de la generosidad de la vecina.
Sabe dudar y sabe preguntar: se pregunta a sí misma y pregunta a quienes le
pueden informar o dar seguridad. Dialogante por idiosincrasia, es realista y
discreta para conseguir sumar voluntades y no le interesa para nada restar
amistades ni desestimar o rechazar colaboraciones, conocedora de lo que hay
de bueno y de positivo en cada interlocutor que tiene la suerte de cruzarse
con ella en su camino. Me ha gustado oír a una artista italiana que, Juan
Pablo II la felicitó un día por determinado programa realizado por ella en la
Televisión italiana. El Papa, decía la artista, tiene unos ojos tan
profundos, quiso decir clarividentes, que, aún entre mis pecados, supo leer
si hay algo en mí de bueno. Y he pensado, ¡Juan Pablo como santa Teresa!
Conoce el corazón humano y tiene tacto para conducirlo. «Era cosa de cielo
ver con qué tiento examinaba el talento de las personas. Y a las dos vueltas
que daba, calaba y tanteaba los quilates de valor que tenían las mujeres que
le venían a hablar para tomar el hábito», dice el médico Antonio Aguiar.
Teresa siente un gran respeto por los demás, y adquirirá fama de no hablar
mal de nadie: con la madre Teresa «tienen todos las espaldas bien guardadas».
Es fiel cumplidora de la palabra empeñada, posee entereza y es muy
agradecida, «con una sardina me sobornarán» solía decir. Pero sobre todo lo
dicho, es mujer de grandes ideales, lo que le daba un aire de gran señora que
compaginado con su porte de pobreza y humildad, la hará más singularmente
atractiva. Su dignidad y señorío la llevan a querer ocultar las necesidades
que pasa, sin pedir a nadie. Lo mismo que a no querer viajar como una
pordiosera «en unos borriquillos que las viera Dios y todo el mundo». Su
capacidad creativa, que es asombrosa, tiene, en parte, su hontanar en la
observación, pues desde niña ha sido como un esponja que ha asimilado todo lo
que en su entorno ha visto, ha oído o ha observado, y ha hecho suyo todo lo
positivo y ha conseguido irradiarlo a su alrededor. Sensibilísima e
intuitiva, como un radar que es capaz de recoger incluso los imponderables
que flotan en el ambiente, y que no tienen explicación racional. Como
contrapartida lógica, consecuencia de la riqueza de información que capta su radar,
posee un temperamento hipersensible que la hace inestable, «otras veces me
parece que tengo mucho ánimo... y otro día viene que no me hallo con él para
matar una hormiga». Pero ella ha podido y ha sabido equilibrar esta
inestabilidad con su gran talento, dominio y sensatez. Si es difícil
conjuntar voluntades para la acción, (juntos Doria y Gracián,
¡qué proeza!) ella ha vencido esa dificultad con la gracia de saber hacerse
ayudar por todos, haciendo ver que necesitaba los servicios de todos, y así
sus obras se convertirán en obras de todos. Hoy diríamos que sabía trabajar
en equipo. Siendo líder, arrolladora y convincente, no quiso ser, ni pasó por
ser «vedette». Desde la oscuridad de sus monasterios influye y anima a media
España, de palabra y con sus cartas, más de quince mil, según Efrén-Steggink, como una gran madre de familia numerosa, que es
feliz haciendo felices a sus hijos, mientras aglutina a todos en el trabajo,
sabiendo alentar a todos, estimular y conseguir que se sientan necesarios e
importantes en la obra común. Cuando desaparezca de la escena del mundo lo
que más se echará de menos será su poder aglutinante que ya no podía sortear
las borrascas que amenazaban cuartear su Obra. Quiere que todos estén
alegres, como ella es alegre y efusiva, excelente conversadora, y huye de
santos encapotados, («cuanto más santas más conversables»). Junto al lecho de
los enfermos es una excelente y cariñosa enfermera, (cuidó a su confesor el
padre Prádanos en Aldea del Palo con doña Guiomar, y a su padre, en la enfermedad de que murió). Le
gusta el trabajo bien hecho. Siempre amiga de la limpieza y de la gentileza,
hacendosa ama de casa, y primorosa en sus labores, de las que aún se
conservan reliquias. Y todo esto con una vida interior de gran calado y sublime. 17.
Así pudo ser, y
lo es aún, una excelente formadora. Fruto de nuestra cultura occidental, se
ha dado una formación humana, religiosa y clerical, en la que ha predominado
el cerebro y se ha dejado atrofiar el corazón, la sensibilidad, los
sentimientos. Para no caer en el sentimentalismo, se ha pecado de
racionalismo. Entre hombres, sobre todo, se ha huido de la manifestación de
los sentimientos, como propia de mujeres, y se ha quedado la persona,
mutilada, deformada, desequilibrada. Es como escribir a máquina con dos
dedos, o escribir en ordenador con los diez a toda velocidad. Es como tocar
el órgano con un solo registro, o sacar todos los registros, haciéndole
rendir al instrumento todas sus posibilidades y todo su relieve, perspectiva,
contraste y colorido, y toda su grandiosidad. En nuestras celebraciones
eucarísticas, por ejemplo, con oraciones excesivamente raciona-les, sobran
palabras y faltan sentimientos. Porque el hombre es algo más de lo que
expresan las palabras de un discurso lógico. ¡Cuán enriquecedor nos
resultaría un trasplante de la liturgia oriental con su color, perfume, luz,
gestos y ornamentos! Es necesaria una integración de los sentimientos con las
ideas, para que el ser humano pueda ser ofrecido a Dios «con todo tu corazón,
con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,5). Desde que Teresa de Jesús
consiguió su armonía, forma así, y rectifica aquella dirección equivocada. Y
lo logra porque es una mujer integrada y completa, toda
corazón y toda cabeza. Al padre Gracián que le pide
que cuando vaya su madre, doña Juana Dantisco, a
visitarla, se descubra el rostro cubierto por el velo, le contesta: «Parece
que no me conoce: quisiérales yo abrir las
entrañas». En contraste, quiere que sus monjas tengan valor más que de
hombres. Fray Juan de Salinas, Provincial de los Dominicos, preguntaba al
padre Báñez: « ¿Quién es una Teresa de Jesús, que me dicen es mucho vuestra?
¡No hay que confiar de virtud de mujeres! Herido Báñez, respondió: «Vuestra
paternidad va a Toledo a predicar y la verá, y experimentará que es razón de
tenerla en mucho». El padre Salinas la trató y la examinó en Toledo casi cada
día. Más tarde se encontró con el padre Báñez, y éste inquirió: « ¿Qué le
parece a vuestra paternidad de Teresa de Jesús?». Y el padre Salinas respondió
con donaire: « ¡Oh, habíadesme
engañado, que decíades que era mujer; y a fe que no
es sino varón, y de los muy barbados». Esta armonía de los valores humanos,
que ni son masculinos ni femeninos, porque pertenecen a la persona humana, se
da en Teresa y la capacita para formar personas integrales, armónicas,
completas, que desarrollan a tope todas sus capacidades, sin temor de caer en
sentimentalismos ni en cerebralismos, y sin timideces
ni complejos de ridículo. ¿Cómo consigue Teresa esta maravilla? En su tiempo
con la gente con la que trató, por su ascendiente, no impositivo, sino
endógeno, actuaba como por ósmosis. Después y hoy, con sus lectores, por
ósmosis también. Y por contagio. Gracias a Dios. Y ha podido ser así porque
la habitó esplendorosamente la Santa Trinidad que hizo crecer armónicamente y
abrillantó toda la riqueza de sus cualidades y las solidificó desde la
entraña. Y esto de tal manera que, mientras no fue poseída por Dios en
plenitud, sus grandes valores permanecieron bloqueados y sin vida, ni propia
ni comunicativa. 18.
Teresa, la
reformadora. Escribirá en Camino: «Miradle con tanto
padecimiento... perseguido... escupido, negado por sus amigos y desamparado,
sin nadie que le defienda, helado de frío, tan solo... cargado con la cruz,
sin que le dejaran respirar... y Él os mirará con unos ojos tan hermosos y
piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los
vuestros...» Así enseña a orar en Camino, que es como ella en su oración
trata a Cristo Hombre. Aunque pocas veces le apea el tratamiento de «Su
Majestad», Cristo es «tratable», es humano, es su hermano, su esposo, su
padre, su amigo «verdadero», «unas veces de una manera, otras de otra». Pero este Hombre Dios tiene una esposa,
que es su prolongación sacramental. Teresa ha visto, ese es su carisma, que
entregarse a Cristo, es darse también a la Iglesia, trabajar para engrandecer
el cuerpo místico, como María hizo crecer el cuerpo físico de Jesús. La misma
compasión que siente por Cristo, la siente por la Iglesia, humillada,
perseguida, «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (He 9,5), destruidos los
templos, profanados los sagrarios, pero también agonizantes las almas, sobre
todo, las de sus sacerdotes. Conoció las flaquezas de la Iglesia, pero no le
tiró piedras. La compadeció. Cuando «Noé se emborrachó y medio desnudo se
quedó dormido, su hijo Cam vio la desnudez de su
padre y corrió a decírselo a sus hermanos» (Gén 9,20). No se mofará Teresa de
la desnudez del cuerpo de Cristo. Llorará. Y como «Sem
y Jafet que tomaron un manto, se lo echaron a la
espalda y caminando hacia atrás, cubrieron, sin verla, la desnudez de su
padre» (Ib 23), Teresa cubrirá la desnudez de ese
cuerpo. Comprenderá todas las debilidades de los hombres que lo componen y
que, aún así, lo construyen (Ef 4,12), y lo integran (1Cor 3,9), y se
consagrará a su reconstrucción, se dedicará a restaurar y a hermosear a la
esposa de su Esposo, que es también su esposa (Prov
14,1). En su tiempo, otros la escarnecieron, y la rompieron, ella le entregó
su vida. Eso es el amor. Venían sonando desde el siglo XV voces de reforma
«in capite et in membris».
Teresa las escuchará pero comenzando por reformarse ella, que es también
miembro, célula del cuerpo místico, sabedora de que la riqueza de salud de
una célula, repercute en todo el torrente vital del cuerpo. Y al revés. La
verdad real es que la esposa de Cristo siempre está necesitada de reforma
pues, «al recibir en su propio seno a los pecadores, es santa y al mismo
tiempo necesitada de purificación constante y por eso busca sin cesar la
penitencia y la renovación» (LG 8). Por eso Teresa se «determinó a hacer eso
poquito que podía hacer, que es seguir con toda la perfección que pudiera y
procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo». 19.
La comunidad
cristiana, esposa del Cordero inmaculado, Cristo (LG 6). La Iglesia no es una entelequia, una
abstracción. La Iglesia, somos, los cristianos, aquellos santos y estos
pecadores; aquel cura de Becedas y el padre García
de Toledo, «buen sujeto para nuestro amigo», los arrieros y los regidores, el
obispo de Ávila, don Álvaro de Mendoza, y el gobernador eclesiástico de
Toledo, don Gómez Tello. Y sus carmelitas, y sus frailes, sus hijos. Y su
«Senequita». Y fray Pedro de Alcántara, y el padre Gracián.
Sobre todo el padre Gracián. Aunque al final la
defraudará. No estuvo a la altura. Aciertos y errores. Antes, ahora y
después. Así va peregrinando la esposa entre «las persecuciones del mundo y
los consuelos de Dios» (Ib). Somos hijos y
tributarios del pasado, que ha acarreado a nuestra vida y cultura el aire que
respiramos y del que vivimos, el terreno de reporte de todos los factores
humanos que constituyen el humus sobre el que es el ser que somos, la
civilización que ha llegado hasta nosotros, y hasta el pecado que se enraíza
en nuestros genes y cromosomas biológicos, llega también hasta las fibras de
nuestro espíritu. En la genealogía de Jesucristo hay nombres santos e
ilustres: Abrahán, Isaac, Jacob, David, José, María... Pero causa sorpresa
encontrar también mujeres tan poco ejemplares como Tamar, tramposa e
incestuosa; Rahab, prostituta; Ruth, pagana; Betsabé, adúltera con el rey David y madre de Salomón. Si
queremos conocer la realidad de la historia, hemos de conocer con madurez la
verdad del devenir de la humanidad, aceptando el bien y el mal que han hecho,
que hemos hecho los hombres, y admirar la generosidad y el amor de Dios, que
quiso que Jesús descendiera a nuestro nivel y participara totalmente de la
condición humana, con sus límites y sus debilidades y pecados, y que su Hijo
entrara en el torbellino de las conductas de los hombres y que se viera
sacudido por el huracán de las humanas pasiones, siendo «uno de tantos» para
salvar a la humanidad desde dentro. Así también el nuevo Israel, la Iglesia.
Y así, Teresa. 18 de noviembre de 1572. «Díjome Su
Majestad: "No tengas miedo, hija, de que nadie pueda apartarte de
Mí". Entonces se me representó por visión imaginaria, como otras veces,
muy en lo interior, y me dio su mano derecha, y me dijo: "Mira este
clavo, que es señal de que desde hoy serás mi esposa; de ahora en adelante,
no sólo mirarás por mi honra como Creador y como Rey y tu Dios, sino como
verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía"» (Relaciones
35). Como verdadera esposa de Cristo Teresa ha sido introducida en el
misterio de la Redención, y, con el Redentor, y como Él, abarca la entera
historia de la salvación. A nosotros nos cumple conocer a qué pueblo
teológico pertenece Teresa, igual que conocemos la ciudad de Toledo donde su
abuelo judaizó, y la ciudad de Ávila donde ella nació. Nos enriquece y nos
gusta saber qué generaciones espirituales han precedido a Teresa; qué cultura
y qué vida religiosa y cristiana ha llegado hasta su cuna espiritual, y en
qué ambiente se va a desenvolver su misión de compadecer, restaurar,
embellecer y hacer crecer a la esposa de su Esposo. Es evidente que no puede
escapar de la ley común de todas las comunidades humanas la historia del
pueblo de Dios. Como toda la historia de todos los pueblos ha tenido sus
luces y sus sombras. Cuando llega Teresa a la palestra han transcurrido
quince siglos y medio de cristianismo, algunos de llameante evangelio, otros
con vibración menor, y algunos, desgraciadamente, lejos del camino de las
bienaventuranzas. Hasta llegar al siglo XVI, el suyo, y el
más fecundo para el evangelio, la Iglesia, y la evolución de su doctrina y
espiritualidad, han pasado por muy diversas vicisitudes y alternancias. Tras
los Hechos de los Apóstoles, con el recuerdo del Esposo vivo todavía, la
comunidad paleocristiana vivió con intensidad enamorada la fe, y se valoró la
oración por encima de todas las actividades y de todos los ministerios.
Quedaba aún la Tradición de los Apóstoles, que habían decidido abandonar la
administración temporal, para dedicarse en plenitud «a la oración y al
ministerio de la palabra» (He 6,4); y la oración de la palabra, y la palabra
orada, y el testimonio de los Padres Apostólicos, mantenía fiel a la esposa
de Cristo y la fecundaba para prepararla a enfrentarse a la lucha y al martirio.
De los primeros cristianos decían los paganos que eran «hombres que oran». Y
así vivió la Iglesia durante los tres primeros siglos, que quedaron, casi
todos ellos, señalados con la sangre de los mártires. Primero Esteban, en
Jerusalén. Después, Lorenzo, en Roma. Finalmente, Vicente en Valencia. Y con
ellos ¡cuántos obispos y sacerdotes! Las hogueras vivas y las cruces
sembraron el suelo del Imperio. A aquellos verdaderos soldados cristianos,
incluso hombres laicos y mujeres, vírgenes adolescentes y, hasta niños, no
les aterrorizaron ni los tormentos, ni los suplicios, porque estaban
arraigados en la raíz inconmovible de los mandamientos divinos y fortificados
con las enseñanzas y con la vida del evangelio. «La sangre de los mártires,
semilla de cristianos» (Tertuliano). Al fin, la paz, y con la paz constantiniana, se inician cuatro siglos maravillosos que
se extienden hasta el final del período carolingio y de nuestra cultura
isidoriana, en los que la Iglesia, respaldada por el Imperio, intentó salvar
la cultura, especialmente el Derecho Romano, como medio de civilización de
los pueblos bárbaros, a fin de convertirlos en factores nuevos de progreso
humano y poder sembrar el evangelio en aquellos surcos nuevos de aquellos
hombres nuevos. Comenzó entonces a extenderse el estudio de la Palabra, y la
reflexión teológica de los santos Padres invadió las inmensas bibliotecas con
su sabia producción. Fueron tiempos desbordados de estudio, oración y
predicación. Las obras de los Padres fueron una prolongada reflexión sobre la
Palabra, y una escuela evangélica de oración, de kerigma y de estudio. «La fe
proviene de la predicación; y la predicación por la palabra de Cristo» (Rom
10,17). Consiguientemente, cuando después de los Padres, falló la
predicación, se sucedieron unos siglos de decadencia, que prepararon la
invasión musulmana en Hispania. Pero la lucha
contra el invasor ejercitó a los cristianos, y a los mozárabes, para
enfrentarse al Islam. Brotó de nuevo el estudio y la plegaria, en los
pequeños reductos, y en la clandestinidad, hasta que en el siglo XII, se
retornó al cultivo de las ciencias sagradas y a la oración, que determinará
el apogeo del siglo XIII, que otra vez llena bibliotecas, engendra santos,
edifica templos, escribe poemas y hace teología y oración en piedra con las
catedrales e imágenes; en colores, con las pinturas y los códices miniados;
en verso, con Gonzalo de Berceo, las Cantigas y la Divina Comedia. 20.
Y otra vez la
noche. Tras este insigne esplendor, sobreviene
de nuevo la decadencia de los siglos XIV y XV en los que se produce un
eclipse largo del evangelio de Jesús, de teología, de oración, de verdad y,
por tanto, de vida evangélica. Occidente es invadido por la corrupción y
desolado por las guerras. Los hombres no han podido vivir nunca largos
tiempos en paz. 21.
El siglo de oro. Y después de esta larga noche y oscura,
comienza, ¡oh dichosa ventura! a despuntar de nuevo la aurora en el glorioso
siglo XVI, justamente llamado «Siglo de Oro», en el que florecen las artes y
renace la cultura. En Castilla se crean veinte universidades y hay veintitrés
facultades de teología, en las que se explica la palabra de Dios y se
escriben libros de piedad, de ascética y de mística. El renacimiento
espiritual alcanza todos los niveles, mientras en Europa se desarrolla el
Humanismo. Ha germinado un semillero y ha brotado un deseo generalizado de
volver a las fuentes y a la interiorización del evangelio, porque la
tentación constante siempre, y lo sabían ya bien los profetas del Antiguo
Testamento, es la de convertir la religión en fenómeno externo, en
ritualizado «rabinismo» no comprometedor de la vida. Algunas órdenes
Religiosas, como la Franciscana y la del Carmen, habían recogido el clamor de
la Reforma. En España, los Reyes Católicos, apoyados por los obispos Hernando
de Talavera y Cisneros, tratan de implantar la Gran Reforma entre el clero y
los religiosos. Fruto de esta inquietud brotan numerosos escritores de
oración y de virtudes cristianas, como García Jiménez de Cisneros, primo del
Cardenal, y Abad de Montserrat, con su Exercitatorio
de la vida espiritual, en el que Ignacio de Loyola incubó sus Ejercicios.
Escriben también Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo, Alonso de Orozco,
Francisco de Evia, fray Luis de Granada, san Pedro
de Alcántara, Bartolomé Carranza, arzobispo de Toledo, y muchos más. Todos
ellos serán censurados por causa del erasmismo y alumbradismo
y por el peligro de la herejía protestante. La herejía protestante, «Los
luteranos de Francia». Teresa oyó hablar de sus desmanes cuando andaba en
trance de fundación, y la van a espolear en su afán de mayor austeridad y
santidad, que buscará para ella y para sus hijas, como medio de ayudar con
mayor eficacia a la Iglesia, evitar que se extienda su rompimiento, extender
el ejercicio de las virtudes cristianas y de la oración, según el modelo
inflamado de aquellos hombres de Dios del Carmelo. Ella ha leído en la
Institución de los primeros monjes, que su oración fue tan valiosa cual la de
Elías, que en su lucha con los profetas de Baal, atrajo durante dos años la
sequía, «Vive Yahvé, Dios de Israel, que en estos dos años no habrá lluvia ni
rocío, mientras yo no lo diga» y resucitó con su oración, al hijo de la viuda
de Sarepta, y «postrado en tierra en la cima del Carmelo, hizo caer una
lluvia abundante» (1Re 17). La Institución de los primeros monjes era
considerada por los carmelitas del siglo XVI como la regla antigua,
resultando así históricamente la fuente primitiva, aunque jurídicamente lo
era y lo es la Regla albertina, como escribe Efrén
en Tiempo y Vida. «Lo que leía santa Teresa era, sin embargo, una doctrina
espiritual con estructuras de historia legendaria. Aquellas afirmaciones no
resisten hoy a la crítica documental. Pero tienen valor de medio para
inocular la vinculación a la Madre de Dios y al profeta Elías» (Ib). En la historia de la Iglesia era necesaria esta
mujer. Si ella no hubiera sido fiel a su Dios, en la Iglesia habría un vacío
enorme cuyas consecuencias y frutos, aunque en su mayor parte son y serán
desconocidos, porque están en el misterio escondido con Cristo en Dios (Col
3,3), serían trascendentales. Pero fue fiel y está ahí, sirviendo a su Esposo
y a la esposa de Cristo, enamorada de los dos hasta morir de amor por ambos:
«Al fin, Señor, soy hija de la Iglesia». 22.
La escritora. La formación de Teresa como escritora
viene de lejos. Nadie podía pensar que cuando devoraba libro tras libro de
caballerías gastando «muchas horas del día y de la noche, y se apasionaba y se
embebía tanto, que si no tenía libro nuevo no estaba contenta», en aquellas
lecturas estaba comenzando a germinar el rosal de la escritora, que se inició
en el arte de escribir esbozando junto con su hermano Rodrigo, su confidente,
su propio libro de aventuras. No cabe duda que estas lecturas le
proporcionaban cultura y lenguaje, pero también la iban introduciendo en el
conocimiento de las diversas reacciones del corazón humano, lo que contribuyó
a dotarla de buenas dosis de psicología. Su enorme capacidad asimilativa
depositó en el subconsciente el arte de escribir que, madurado por las
lecturas de adulta, espirituales, densas y cerebrales, ha sabido después
utilizar genialmente, sin seguir demasiadas reglas gramaticales, que
desconocía, pero que han poblado sus escritos de narraciones ágiles y vivas,
llenas de imágenes expresadas con brillantez y saturadas de profunda
introspección. Del estilo novelesco de sus lecturas le ha quedado la técnica
del relato, y de los diferentes caracteres y reacciones femeninas y
masculinas en el tema del amor, su psicologismo. Esto en la forma, y en el
fondo igualmente ha sabido coordinar la densidad del concepto de sus lecturas
serias y trascendentes, con la agilidad y la frescura de las imaginativas y
líricas que devoró, creando un estilo propio en el que se engarza la solidez
del concepto con la galanura de la narrativa, como afirma Menéndez Pidal: «Aunque Teresa fue toda su vida voraz lectora de
los doctos libros religiosos, no sigue el estilo de ninguno de ellos. La austera
espontaneidad de la santa es hondamente artística. Aunque quiso evitar toda
gala en el escribir, es una brillante escritora de imágenes». Mujer escogida y trabajada exquisitamente
por Dios, Quien quedó tan satisfecho de su obra que le dijo un día: «Si no
hubiera criado el cielo, por ti sola lo criara». Afortunadamente hoy podemos
conocer los caminos por donde anduvo su alma privilegia-da, porque en los
libros que escribió, nos la dejó esculpida. Donosa y clásica escritora.
Teresa es un clásico. Puede mirarse la obra de santa Teresa como obra
literaria, que lo es. Otro clásico, fray Luis de León escribió: «En la alteza
de las cosas que trata y en la delicadeza y claridad con que las trata,
excede a muchos ingenios; y en la forma del decir y en la pureza y facilidad
del estilo y en la gracia y buena compostura de las palabras y en una
elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo
yo que haya en nuestra lengua escritura que con sus libros se iguale» (Carta
prólogo en la edición príncipe, 1588). Pero lo principal de la obra de santa
Teresa no es su calidad literaria, que la tiene, sino su contenido doctrinal.
A la verdad ella no hubiera escrito una sola página por hacer literatura.
Escribió para darse interiormente a conocer a sus confesores, para complacer
a sus hijas que solicitaban su magisterio, y para obedecer a quienes se lo
mandaban. Hubo siempre alguien que le mandó escribir: El padre García de
Toledo, Francisco Soto y Salazar, Domingo Báñez, Ripalda,
el «Vidriero», el padre Gracián y el doctor Velázquez. 23.
Patrona de los
escritores españoles y doctora de la Iglesia universal. Fue declarada en 1965 por Pablo VI
Patrona de los escritores españoles. Ellos han reconocido su calidad y su
mérito. Azorín ha dejado escrito un testimonio
sobresaliente de la Vida: del que dice que es el libro más hondo, más denso,
más penetrante que existe en ninguna literatura europea. A su lado, los más
agudos analistas del yo, son niños inexpertos. Y eso que no ha puesto en este
libro sino un poquito de su espíritu. Pero todo en esas páginas, sin formas
del mundo exterior, sin color, sin exterioridades, todo puro, todo denso,
escueto, es de un dramatismo, de un interés, de una ansiedad trágicos. Ha escrito Gerardo Diego que Teresa
escribe como es; es ella escribiendo, y como la habita Dios es Él quien
escribe por ella y es Él el que pone el brillo a todas las calidades humanas
con que la había enriquecido. También Marañón la ensalza: «Toda su vida
está escrita en cada línea que escribió. Por extraño que le sea el tema
tratado, deja girones de personalidad, como deja
copos de lana el corderón entre las zarzas. Este
arte inconsciente de transparentar la vida del autor en todo lo que escribe,
es una de las notas más auténticas de la superioridad de un escritor». «No se ha podido escribir mejor, porque
tampoco se ha podido vivir existencia mejor, toda entendimiento y voluntad
abierta» dice Emilia Pardo Bazán. 24.
Gestación de su
primer libro: su «Vida». Cuando empezó a ser invadida por las
mercedes de Dios en la oración, se apresuró a pedir consejo y a desvelar su
alma a sus consejeros —algunos ya citados—, y se encontró bloqueada al
intentar manifestar lo que ocurría en su alma, el misterio. ¿Cómo podrá decir
su vida, su alma henchida de Dios? Una cosa es vivir, experimentar; otra decir
lo inefable. Y aún no se le ha dado este carisma. Forcejea. Ha leído la
Subida del Monte Sión de Bernardino de Laredo y se ha visto reflejada allí,
al pie de la letra. Subrayó los pasajes con que él describe lo que a ella le
ocurre y entregó el libro a sus consejeros. Esta narración tan original de su
vida, la relación escrita dirigida al padre Pedro Ibáñez y las diversas
Cuentas de conciencia, constituyen el embrión del libro de la Vida, que, por
mandato del padre García de Toledo, terminó de escribir en junio de 1562,
cuando ya gozaba del carisma de efabilidad. Teresa escribe «como quien tiene
un dechado delante, del que está sacando aquella labor». Le dictan. «Es así
que, cuando comencé esta última agua a escribir, me parecía más imposible
saber tratar estas cosas que hablar en griego, así de difícil es. Así pues,
lo dejé y me fui a comulgar. Bendito sea el Señor que así favorece a los
ignorantes. ¡Oh virtud de obedecer, que todo lo puedes! Iluminó Dios mi
entendimiento, unas veces con palabras y otras inspirándome cómo lo había de
decir, que parece que Su Majestad quiere decir lo que yo no puedo ni sé. Esto
que digo es entera verdad, y así lo bueno que diga es doctrina suya, lo malo,
del piélago de los males que soy yo». Por eso fray Luis de León no duda que
«hablaba el Espíritu Santo en ella en muchos lugares y que le regía la pluma
y la mano». 25.
Instrumento
racional al servicio de Dios. A veces le inspiraban, pero
ordinariamente ella ponía el instrumento adiestrado y afinado por sus
copiosas lecturas, entre las que se incluyen las Confesiones de san Agustín,
cuyo estilo de diálogo con Dios adopta muchas veces. Hemos visto antes que
había leído mucho. Y lo había poderosamente asimilado. Había leído de todo,
pero fundamentalmente libros buenos. «Diome la vida
haber quedado amiga de buenos libros». Cuando termina de escribir el libro de
su Vida tiene cuarenta años. Su personalidad está granada, en plenitud de
madurez vital, biológica, humana con la riqueza de sus variadísimas
vivencias, y siempre en búsqueda de que le garanticen sus experiencias,
todavía reescribe su libro, su "alma", obedeciendo a Francisco de
Soto y Salazar, que será después obispo de Salamanca, para enviarlo al padre
Juan de Ávila, el más prestigiado criterio de Andalucía, quien «si aceptó
leerlo fue, no por pensar que él fuera suficiente para juzgarlo, sino por
aprovecharse de su doctrina con la que se ha consolado y podría edificarse
con ella». Teresa, a su vez, descansó y se consoló con el dictamen de Ávila,
seis años después de la primera redacción, y en vísperas de inaugurar la
reforma de los frailes en Duruelo con san Juan de la Cruz y el padre Antonio
de Jesús, el de Requena. 26.
Camino de
perfección» su segundo libro. Creado ya el primer monasterio en Ávila
vencidas enormes dificultades, escrito el Libro de la Vida, pero embargado
por su confesor, el padre García de Toledo, habiendo recibido el consejo del
padre Báñez de que escribiera otro libro, e importunada por sus hijas, que
necesitaban tener a mano y por escrito su entrañable magisterio oral, y
conocedora del deseo de Báñez, toma de nuevo la pluma y, de una manera
sencilla y familiar, escribe unos avisos, que con el tiempo llegarán a ser
titulados Camino de perfección. Murió con el deseo de verlo editado. Un año
tardó en editarlo don Teutonio de Braganza, obispo de Évora, pues
lo consiguió en 1583, muerta ya la Santa. El padre Gracián
lo editó en Salamanca en 1585, y san Juan de Ribera en Valencia en 1587. En
1588, fray Luis de León, después de desenmarañar la madeja del castigado códice
de Toledo, lo editará en Salamanca. Aparte de su excelente doctrina, su
trazado didáctico es una maravilla de construcción y de amenidad, de
sabiduría y de inaudita pedagogía femenina, programático y práctico para
enseñar deleitando cómo llegar a la perfección. Y por añadidura encontramos
en él una fuente valiosa de información sobre la situación del cristianismo,
y de la vida religiosa y de determinadas actitudes sociales de su tiempo. Queriendo con todas sus fuerzas ayudar a
sus dos apasionados amores, a la esposa de Cristo, y «a este Señor mío que
tan apretado le traen», por la limitación de los condicionamientos eclesiales
y sociológicos de la época, que margina y subestima a la mujer, cuyos
derechos Teresa subliminalmente reivindica, se entregará ella y dedicará a
sus monjas a la oración, con lo que, sin ruido, alcanzaba la entraña del
problema. Y ese es el tema nuclear de Camino de perfección: la oración como
causa transformadora de los orantes, y el ejercicio de las virtudes
evangélicas que los hagan capaces de poder llegar a la «fuente del agua
viva», que, para ella, es la oración perfecta, la contemplación, para ser
eficaces con sus plegarias. Pues, aunque Dios escucha toda oración, de
oración a oración va mucho. Camino, además, a la vez que es un tratado de
oración, es también una práctica de oración teresiana, pues en casi todos los
puntos doctrinales intercala conversaciones con el Señor, efusiones
afectuosas, peticiones ardientes, alabanzas, acciones de gracias, en comunión
con el lector. También podría llamarse el libro Camino
de santidad, con mayor acento actual de iniciativa divina. Su experiencia
propia de orante y de cristiana, las confidencias de sus hijas, la
observación de sus años en la Encarnación, la asimilación de la lectio divina
durante sus veintisiete años de monja y, sobre todo, la inspiración de Dios,
que otorga sus luces a quienes Él confía una misión eclesial, son las fuentes
de este libro, fundamental para vivir el hecho cristiano, y clásico en la
literatura universal. Que se haya escrito a ratos, con muchas, y a veces
largas interrupciones, y sin echar mano a libros de consulta, no le resta
mérito, al contrario, lo hace más vivo y dinámico. 27.
La palabra de
Dios en sus obras. Como todas sus obras, también Camino está
muy enraizado y respaldado en la palabra de Dios, pues aunque su lectura no
fue directa, sino a través del Breviario, de devocionarios al uso y de las
perícopas de epístolas y evangelios dominicales que pudo leer en la
biblioteca de la Encarnación en la traducción de fray Ambrosio Montesino,
está muy presente la Sagrada Escritura en la obra escrita de la autora. Pocas
veces cita explícitamente, pero existe un río subterráneo en su espíritu que
alimenta abundosamente sus imágenes y sus frases; lo que coincide con su experiencia
mística que también es Palabra, aunque privada, que no desmiente la Palabra
pública, y que es una manera fruitiva profunda de conocer en vivo la Palabra.
Ofrecen también un influjo notable de divina Escritura los Morales o
Comentarios del Libro de Job, de san Gregorio Magno, que ella había leído y
asimilado. Hasta su modo de concebir la oración y de dirigirse a Dios en el
diálogo, trae remembranzas de los diálogos de Job con Dios. En la laboriosa elaboración de Camino, he
procurado localizar todos los datos revelados, explícitos unas veces,
implícitos las más, y esto con intencionalidad doble, la de dejar más
asegurada, aunque no lo necesita, la doctrina de la mística Doctora poniendo
de relieve sus raíces, y la de hacerla más actual, porque destacando lo mucho
que ella amó la Palabra, se aprecia cómo se anticipa a las orientaciones del
concilio Vaticano II enaltecedoras y estimulantes de la lectura de la Sagrada
Escritura: Así dice la Dei verbum:
«Es necesario que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión
cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura y se
rija por ella. Porque en los sagrados libros, el Padre que está en los
cielos, se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la
eficacia que radica en la palabra de Dios, que es en verdad, apoyo y vigor de
la Iglesia, y fortaleza de la fe de sus hijos, alimento del alma, fuente pura
y perenne de la vida espiritual. Pues la palabra de Dios es tan viva y eficaz
(Heb 4,12), que puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido
santificados» (He 20,32) (21). 28.
Al fin, muero
hija de la Iglesia. «Ya es tiempo de caminar. ¡Vamos muy
enhorabuena!» Maltrecha y agotada, obediente a sus superiores, que eran sus
hijos, hasta la muerte. Así tenía que ser. En Alba de Tormes a donde la
conduce, medio muerta, la obediencia al padre Antonio de Jesús, provincial de
Castilla, se paró aquel corazón consumido de amor a Cristo y a la Iglesia,
los dos, el único amor de esta mujer excepcional. «Al fin, muero hija de la
Iglesia». Fueron sus últimas palabras, y en ellas va encerrado todo el
secreto de su vida: el deseo de servir a la Iglesia, «ayudar lo que pudiera a
este Señor mío, que tan apretado le traen», y el temor de que la Iglesia no
permitiera que ella la ayudara e impidiera el desarrollo de su carisma; que
no la quisiera mantener en sus entrañas maternales, que pudo haber ocurrido,
y no fue fácil que no ocurriera, pues los «tiempos eran recios». 29.
Influencia de sus
obras. Por sus escritos ha podido Teresa
extender su magisterio, incluso extramuros de la Iglesia Católica. Con sus
páginas ha llegado hasta la judía, hoy, gracias a ella, Beata Edith Stein
que, en 1921 leyó de un tirón su Vida y encontró la verdad. Ha alcanzado
también al patriarca ortodoxo Atenágoras, al
primado anglicano Ramsey, y a los también
anglicanos Allison Peers,
y Trueman Dicken, autor
éste de Crisol del amor, un estudio profundo sobre los libros de Teresa y de
su compañero san Juan de la Cruz. Y la que en Camino se lamentó del
crecimiento de la desventurada secta de los «luteranos», con sus libros ha
inspirado en algunos temas, al filósofo protestante Leibniz,
y ha conseguido que el también luterano Ernst Schering haya escrito la obra Mística y realidad, basada
en las experiencias místicas de ella. Otro luterano, Roger
Schutz, ferviente admirador, ha escrito de ella:
«Santa Teresa de Jesús compraba, discutía de negocios, escribía, y vivía al
mismo tiempo, en su vida profunda, en la intimidad con Dios. Por algo esta
mujer ha sido siempre un ejemplo clásico de contemplativo». Lo dice él, que
ha fundado Taizé, según el ideal contemplativo. Camino de perfección nos descubre la
entraña de una extraordinaria mujer, y de una madre universal, sublimemente
divina y tiernamente humana, con la garantía de leer doctrina de la Iglesia
que por boca de Pablo VI ha proclamado a santa Teresa «doctora» el 27 de
septiembre de 1970. La primera doctora de la Iglesia. De Teresa de Cepeda y Ahumada a Teresa de
Jesús buscó a Dios y los dos se encontraron; pero la aventura, que terminó
con su muerte en el seno de Singular trayectoria. Dios buscó a Teresa, Teresa
la Iglesia « ¡al fin, muero hija de la Iglesia!», duró casi sesenta años.
¡Cuánto amó a la Iglesia! ¡Cuánto trabajó por ella! ¡Cómo le dolió su
rompimiento en dos mitades por los «luteranos de Francia»! ¡Hasta dónde la
laceró conocer por fray Alonso Maldonado, «las muchas almas que por las
Indias se pierden»! Tenia que hacer algo, tenía que aportar
su colaboración, su esfuerzo, su imaginación creativa, pero «como se vió mujer
y ruin», sólo podrá aportar su oración, su organización, su dolor, su
carisma, en fin. Su oración, y recorrerá el camino a solas y sin maestro
hasta que el Maestro le dé «libro vivo». Su organización, y levantará
dieciocho monasterios «sin una blanca». Su dolor, y se verá plagada de
enfermedades, de <noches oscuras» y de «contradicciones de buenos» y de
silencios abisales de Dios. Vida fecunda la suya.
Desde que siendo niña se reunía con su hermano Rodrigo para leer vidas de
santos y repetir muchas veces ¡para siempre, siempre, siempre! y se escape
con él a tierra de moros a que los «descabezasen por Cristo», y decidan ser
ermitaños, y construya con piedrecitas pequeños
monasterios jugando con sus amiguitas como «que éramos monjas», y a los trece
años acuda a la Virgen de la Caridad a decirle que se le ha muerto su madre y
que lo sea ella ahora, lo «que le ha valido», y con la lectura de los libros
de caballerías haya perdido el fervor de cuando niña, y los flirteos con sus
primos que estuvieron a punto de tronchar su vocación..., hasta que la
alcanzó la muerte: «Ven, muerte, tan escondida», en Alba de Tormes, ¡qué
peripecia tan singular e insólita, qué andadura tan rica y polifacética, qué
maternidad tan prolífica y qué acción tan estimulante! Doña María de Briceño, en Nuestra Señora
de Gracia, restaurará las heridas de la avidez de sus lecturas, y la
afectividad lastimada por sus primos, criadas y parientas, y curará su
tibieza que la hacía «enemiguísima del monjío». Una
enfermedad la saca del monasterio de las Agustinas, donde se había hecho
querer, como en todas partes siempre. Tuvo tino la Briceña
para desadormecer a Teresa que ya desde entonces comienza a reflexionar en
serio en qué estado servirá a Dios. La visita en Hortigosa
de su tío don Pedro de Cepeda, virtuoso y amigo de buenos libros, enriquece
el afán de la lectora y cambia el rumbo de sus temas. El tío quiere que le
lea a él, y ella, por darle gusto, le lee, y la fuerza de la lectura y la
conversación ablandan el barbecho, hacen que se vaya encontrando a sí misma y
empiece a recordar la <verdad de cuando niña, de que todo era nada y la
vanidad del mundo y cómo acababa en breve». Las Epístolas de san Jerónimo la
enardecen y decide irse al monasterio. A las Agustinas no, que eran excesivamente
austeras; a la Encarnación, donde tiene una amiga: Juana Suárez. 30.
Monja carmelita
en la Encarnación de Avila. El empeño que puso en la lucha la
enfermó, y la llevaron a curarse a Becedas, donde casi
la mataron, cuando andaba ya por las quintas moradas, introducida por
Francisco de Osuna a través de su Tercer abecedario, regalo de su tío el de Hortigosa. Curada, delicada, tiene el milagro de san
José y se convierte en la monja fina, pálida de palabra fácil, porte gentil
personalidad seductora, que atrae las simpatías, las visitas y las limosnas
al monasterio pobre. 31.
Retroceso y
recuperación Mal aconsejada, cede a su natural y «de
pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión»,
pierde el fervor y casi su vocación de orante. Deja la oración porque tiene
vergüenza de <tener amistad con quien sabemos nos ama», dada la disipación
en que vive. «Ayudóme a esto que, como crecieron
los pecados, comenzó a faltar el gusto y regalo en la virtud». Y tiene que
intervenir Dios de nuevo con la enfermedad de su padre, a quien fue a cuidar
«estando más enferma en el alma, que él en el cuerpo», que ofrece la ocasión
del buen consejo del padre Vicente Barrón, de retornar a la oración, que resultó
más eficaz que la representación de Cristo «con mucho rigor» manifestándole
el desagrado que le producen aquellas amistades y sus charlas en el locutorio
que la desangraban. aqui 32.
La desinteriorizaban. Siguen diez años de mediocridad, de
chalaneo entre Dios y el mundo. «Pasaba una vida trabajosísima». Sufre en la
oración, porque no es fiel: <me llamaba Dios pero yo seguía el mundo».
Intentaba «concertar estos dos contrarios tan enemigos uno de otro». Y no es
que fuera mala ¡qué va!, es que imposibilitaba la realización de su llamada. 33.
Dios la cerca con
regalos Reconoce que «con regalos grandes
castigabais Señor mis delitos». A pesar de la tibieza sigue acudiendo al
oratorio, haciendo esfuerzos sobrehumanos, más pendiente del reloj que de la
oración, «cualquier penitencia acometiera de mejor gana que la oración». El
Señor sostiene su perseverancia, y su fidelidad de permanecer apoyada «en la
columna de la oración» pone a prueba su «determinada determinación» de orar.
Ya no estaba en su mano dejar la oración, «porque me tenía en las suyas el
que me quería para hacerme mayores mercedes». No es lo mismo profesar como monja en un
monasterio que penetrar en el misterio de Dios, dejarse quemar en su fuego y
permanecer con docilidad en su nube asomada al abismo. Lo primero se puede
hacer desde una vida ramplona y vulgar. Lo segundo exige una inmensa y
dolorosa purificación, devoradora de la mujer vieja. Doña Teresa vivió como
monja mediocre casi veinte años. A punto de cumplir los cuarenta la va a
tomar Dios por su cuenta, porque la tiene elegida para maestra de la Iglesia
de su tiempo, sacudida por el vendaval de la polémica en torno a la oración,
cuando además no se aprovechaba la fuerza de la mujer. Corriente antioracionista y antifeminista que Teresa está llamada a
corregir y a orientar, como maestra segura de oración y de vida cristiana, de
su tiempo y de todos los tiempos. Y, como el mejor médico suele ser el que
padeció la enfermedad que ha de curar, la Providencia dispuso que Teresa
aprendiera a orar sola, por no haber tenido maestros: "yo no hallé
maestro, aunque lo busqué, en veinte años». Tropezando, abandonando,
recomenzando, perseverando, saldrá maestra de oración. Veinte años de oración
a secas, dura, ascética, «cuando sacaba una gota de agua se sentía feliz»,
para poder después, desde su experiencia, enseñar a sacar agua del pozo para
regar la huerta. Dios seguía acosando, pero ¡alerta!, que
Su Majestad le está preparando la emboscada. 34.
El ultimátum En esta guerra interior de fluctuaciones
y titubeos, en este caer y levantarse, a Dios ya le corre prisa, y dirige un
ultimátum a Teresa: la vista de la imagen de un pequeño «Cristo muy llagado»
la sobresaltó de forma tal que decide, «con grandísimo derramamiento de
lágrimas, no levantarse de cabe sus plantas hasta que no hiciese lo que le
suplicaba: la fortaleciese ya de una vez para no ofenderle». La lectura de
las Confesiones de san Agustín hincarán más el arpón: <Cuando llegué a su
conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, parece que me la dio el
Señor a mí. Estuve un gran rato que toda me deshacía en lágrimas, con
aflicción y fatiga». 35.
La conversión El capitulo nueve de la vida, en que
narra la conversión definitiva, es considerado como el punto clave en la vida
de Teresa. Ha pasado ya el ecuador de su vida. Tiene 39 años. Le quedan 27 de
vida y muchas cosas por hacer. Los planes de Dios sobre ella son de gran
vuelo. Ya es hora de intervenir. Y va a intervenir. 36.
Vida mística
habitual Los atisbos de quinta morada en Castellón
de la Cañada de hace quince años, cuando sólo tenía veinticuatro, al rescoldo
de la lectura del Tercer abecedario, que nos ofrece el embrión de su carisma
al convertir al sacerdote de Becedas, se van a
hacer habituales y la van a instalar en creciente vida mística. Veamos por qué.
Ante el alud de las mercedes, Teresa acude a sus consejeros: Francisco de
Salcedo y Gaspar Daza. Escuchan sin entender; escapaba a sus esquemas aquella
monja tan desenvuelta y tan enriquecida de Dios, y diagnostican que su
espíritu es diabólico. Terrible tortura para Teresa que no hace más que
llorar. «Fue grande mi aflicción y lágrimas». La incompetencia y tozudez de
aquellos cortos e intransigentes directores obligó a Teresa a someter su
conciencia a unos y a otros y su caso pasó de mano en mano discutido; lo que
le ocasionó un martirio atroz. 37.
Desposorio
Místico Un poco y llegarán Diego de Cetina que,
aunque joven, la apacigua, y Francisco de Borja y el padre Juan de Prádanos, gloria a Dios, que aciertan. A este último le
cabe el mérito de que, bajo su dirección, alcance Teresa el desposorio
místico, que ella encuadra en su Sexta Morada. Teresa oye la voz: «Ya no
quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles». 38.
La gracia que
sana En este momento ha llegado una nueva vida
para Teresa. El Señor ha estado grande con ella. No olvidemos que la grandeza
es del Señor, que socorre la debilidad de Teresa. Se puede mirar el
privilegio como mérito del privilegiado, y es todo lo contrario; se
privilegia la flaqueza que necesita ser ayudada, restañada, curada, para
poder cumplir los designios del autor de los regalos. Dios la quería más
interior. Si su psicología y sus contradicciones interiores son un obstáculo,
El la sanará y las armonizará. 39.
Es creada la
mujer nueva Paladinamente lo confiesa Teresa en el
capítulo veintitrés: "De aquí en adelante es otro libro nuevo, quiero
decir otra vida nueva. La de hasta aquí era mía, ésta es de Dios que vive en
mí». Teresa estrena vida nueva. Tras los forcejeos de ella, sus vacilaciones
y mediocridad, Dios se enseñorea de su timón, porque la necesita
transfigurada, transformada, recreada. Ha muerto ya el gusano de mal olor y
ha nacido la mariposa, «la mariposita blanca». Lo que Teresa no pudo
conseguir en tantos años, lo logra Dios con su gracia en un instante. 40.
Catarata de
carisma Siguen las gracias místicas
esplendorosamente dolorosamente, eficazmente: visiones intelectuales de
Cristo, <ví cabe mí o sentí a Cristo que me
hablaba», e imaginarias como la transverberación: <veía un ángel cabe mi
en forma corporal... veíale en las manos un dardo
de oro con fuego que metía en el corazón y me llegaba a las entrañas...»; y
los arrobamientos en público, que la llenaban de rubor y bochorno. Estaba
realmente humillada, acobardada, «era tan excesivo el tormento, que hubiera
preferido que la enterraran viva». Quería irse a otro monasterio, quizá a
Valencia, donde no la conocieran. 41.
San Pedro de
Alcántara Sólo alguien que conociera por
experiencia los fenómenos tan extraños en que venían envueltas las inmensas
torrenteras de amor, podía intervenir con eficacia para serenarla,
garantizarla, devolverle la paz. Este santo varón fue san Pedro de Alcántara.
«Enseguida vi que me entendía por experiencia, que
era lo que yo necesitaba». 42.
La visión del infierno.
Teresa ha experimentado el infierno. Nos
lo relata en el capítulo treinta y dos de Vida. «Entendí que quería el Señor
que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado... Quiso el
Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y amargura
espiritual, como si los padeciera en mi carne». Es el golpe definitivo y
fulminante de Dios. ¿Qué puede hacer Teresa por Dios, por los hombres, sus
hermanos, por la Iglesia? «De aquí gané la grandísima pena que me da de las
muchas almas que se condenan y los ímpetus grandes de ayudar a las almas,
que, por librar una sola de gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes
muy de buena gana». Como mujer de su tiempo antifeminista se encuentra
limitadísima. Por lo menos podrá convertirse ella, «guardar su regla con la
mayor perfección»; «hacer lo poquito que puede» para que, pues «el Señor
tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos sean buenos». Y tras la
conversación en su celda con sus amigas, cuando salta al desgaire en la
conversación la idea de «si no podrían ser monjas como las Descalzas y hacer
un monasterio», con el permiso del Provincial y el del Papa, será fundadora.
Se reformará ella y reformará el Carmelo, que tendrá desde ahora un apellido:
Teresiano. Tiene cuarenta y cinco años. Toda su alma va a poner en el empeño,
pues «Su Majestad le ha mandado que lo procure con todas sus fuerzas», aunque
le esperan «grandes desasosiegos y trabajos». 43.
Teresa de Jesús
Fundadora Se van a cruzar en su camino monjas y
frailes, alguaciles y arrieros, señoras principales y albañiles, mercaderes y
caballeros, curas y obispos, corregidores y mesoneros, teólogos, duquesas y
príncipes, nuncios papales y hasta el mismo rey. Está bien preparada;
fogueada por Dios, puede ya "repartir la fruta"; dará la talla,
cruzará Castilla cabalgando a lomos de mula o en carreta, atravesará la
nevada sierra de Guadarrama en crueles invernadas,
llegará hasta Andalucía y estará a punto de perecer ahogada en el difícil
paso de una torrentera burgalesa. Camina ya dentro de la morada del Rey y su
presencia y su actividad es la de Dios. 44.
Se eclipsó su luz
en Alba. «Ya es tiempo de caminar. ¡Vayamos muy
enhorabuena!» Maltrecha y agotada, rezumando Dios por todos sus poros,
humanísima y celestial, soñadora y realista -equilibrada-, inteligentísima y
práctica, decidida y trabajadora infatigable, haciéndose presente en toda
Castilla y Andalucía con sus cartas, tan humanas y afectuosas, preocupada,
tanto por las necesidades más ordinarias de la vida, como por el vuelo de sus
corresponsales, y obediente a sus superiores, que eran sus hijos, hasta la
muerte- Así tenía que ser. En Alba de Tormes a donde la conduce, medio
muerta, la obediencia al padre Antonio de Jesús, provincial de Castilla, se
paró aquel corazón singular cansado de tanto amar, agotado y consumido de
amor teologal: «Al fin, muero hija de la Iglesia». Fueron sus últimas
palabras, y en ellas ve encerrado todo el secreto de su vida: el deseo de
servir a la Iglesia, «ayudar lo que pudiera a este Señor mío, que tan
apretado le traen», y el temor de que la Iglesia no permitiera que ella la
ayudara e impidiera el desarrollo de su carisma; que no la mantuviera en sus
entrañas maternales, que pudo haber ocurrido, y no fue fácil que no
ocurriera, pues los <tiempos eran recios». 45.
Guirnaldas de
flores Al tiempo de morir Teresa, en la huerta,
al pie de la ventana de su celda, las ramas secas de un arbolito, que nunca
llevó fruto, ha reventado en una prodigiosa floración, cubriéndolo todo de
armiño; ha repicado sencillamente a gloria con las campanillas blancas y
sonrosadas de sus fragantes florecillas, que
llenaron el aire de perfume ¡en octubre, y en la meseta castellana! Era un prodigio, realmente un prodigio, entre los muchos que
acaecieron, remolinos de luces, olores deliciosos, misteriosas presencias,
blancas palomas, claridades... Pero el arbolito cubierto de flores con sus
corolas rientes y encendidas, tiene una connotación de doble signo: de la voz
del Esposo de los Cantares: «Levántate, amada mía, ven a mí, porque ha pasado
el invierno, y brotan las flores en la vega y la viña en flor dífunde perfume», y de la primavera de gracia que, a su
muerte, dejaba la madre en la Iglesia, con sus hijas e hijos y sus libros:
«Yo no conocí ní vi a la
Madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra; mas ahora que vive en el
Cielo, la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de
sí, que son sus hijas y sus libros» (Fray Luis de León). II TERESA DE JESÚS ESCRITORA 46.
Gestación del
libro de la Vida. Concretamente este libro de su Vida.
Cuando comenzó a pedir consejo y a abrir su alma a sus consejeros -algunos ya
citados-, se encontró trabada al querer manifestar lo que ocurría en su alma,
el misterio. ¿Cómo podrá explicar su vida, su alma henchida de Dios? Una cosa
es vivir, experimentar; otra decir lo inefable. Y aun no se le ha dado este
carisma. Forcejea. Ha leído la Subida del Monte Sión de Bernardino de Laredo
y se ha visto reflejada allí, al pie de la letra. Subrayó los pasajes con que
él describe lo que a ella le ocurre y entregó el libro a sus consejeros. 47.
El embrión de
“Vida”. Esta narración tan original de su vida.
La relación escrita dirigida al padre Pedro Ibáñez y las diversas Cuentas de
conciencia, constituyen el embrión de «Vida». Esta narración tan original de su
vida, la relación escrita el embrión del libro de la Vida, que, por mandato
del padre García de Toledo, terminó de escribir en junio de 1562, cuando ya
gozaba del carisma de poder decir lo inefable. 48.
Le dictan Escribe ella, pero «como quien tiene un
dechado delante, del que esta sacando aquella labor» Le dictan. «Es así que,
cuando comencé esta ultima agua a escribir, me parecía más imposible saber
tratar estas cosas que hablar en griego, así de difícil es. Así pues, lo dejé
y me fui a comulgar. Bendito sea el Señor que así favorece a los ignorantes.
¡Oh virtud de obedecer, que todo lo puedes! Iluminó Dios mi entendimiento,
unas veces con palabras y otras inspirándome cómo lo había de decir, que
parece que Su Majestad quiere decir lo que yo no puedo ni sé. Esto que digo
es entera verdad, y así lo bueno que diga es doctrina suya, lo malo, del
piélago de los males que soy yo». Por eso fray Luis de León no duda que
<hablaba el Espíritu Santo en ella en muchos lugares y que le regía la
pluma y la mano». 49.
Instrumento Cabal Le inspiraban a veces, pero
ordinariamente ella ponía el instrumento afinado por el ejercicio que incluye
también sus lecturas del libro de Job y de las Confesiones de san Agustín
cuyo estilo de diálogo con Dios muchas veces adopta. Había leído mucho y lo
había asimilado; de todo, pero fundamentalmente buenos libros. «Dióme la vida haber quedado amiga de buenos libros».
Cuando termina de escribir el libro de su Vida tiene cuarenta años. Su
personalidad está granada, en plenitud de madurez vital, biológica, humana
con la riqueza de sus variadísimas vivencias, y siempre en busca que de que
le garanticen sus experiencias, todavía vuelve a reescribir su libro, que
ella llamaba su alma, por orden del que después será obispo de Salamanca,
Francisco de Soto y Salazar, para enviarlo al padre Juan de Avila, el más
prestigioso criterio de Andalucía, quien «si aceptó leerlo fue, no por pensar
que él fuera suficiente para juzgarlo, sino por aprovecharse de su doctrina
con la que se ha consolado y podría edificarse con ella». Teresa, a su vez,
descansó y se consoló con el dictamen de Avila, seis años después de la
primera redacción, y en vísperas de inaugurar la Reforma de los frailes en
Duruelo con san Juan de la Cruz y el padre Antonio de Jesús, el de Requena. 50.
Teresa es un
clásico Puede mirarse la obra de santa Teresa
como una obra literaria que lo es. Escribió otro clásico, fray Luis de León:
«En la alteza de las cosas que trata y en la delicadeza y claridad con que
las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma del decir y en la pureza y
facilidad del estilo y en la gracia y buena compostura de las palabras y en
una elegancia desafeitada que deleita en extremo,
dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con sus libros se iguale»
(Carta prólogo en la edición príncipe, 1588). 51.
Genial
comunicadora Teresa sabía hablar, era una gran
comunicadora. También sabía escribir. Aunque apenas conocía la gramática ni
las reglas de sintaxis, ha sido capaz de conseguir un estilo lleno de fuerza
que, con imágenes vigorosas, narración vivaz en los relatos y pinceladas
coloristas, pone en pie al lector. Ahí brilla su genio mejor. Esto en la
forma, y en el fondo, la interior introspección, resultado de su rica y
poderosa personalidad y del conocimiento de las reacciones psicológicas que
asimiló en sus lecturas de <libros de caballerías». 52.
Pero Teresa no
busca el arte por el arte Jamás lo hubiera pensado ella, ni hubiera
escrito una sola página por hacer literatura. Ella escribió para dar a
conocer su espíritu a sus maestros y, mas adelante, para participar a sus
monjas las misericordias del Señor, el misterio que vivió. Fue más tarde
cuando, sin pretenderlo, se abrió el círculo de sus lectores. Les estudiosos
aún tardarán en llegar. Entre sus lectores, por recordar los más egregios del
siglo XX, están Carlos de Foucauld y Edith Stein,
judía, filósofa y después deliberadamente atea, quien, tras haber devorado en
una noche este libro de la Vida, exclamó convencida: <Aquí está la
verdad». 53.
En busca de
lectores Ha escrito Julián de Marías refiriéndose
a san Juan de la Cruz, que el autor, por muy santo que sea, prefiere tener
lectores más que estudiosos. Debemos dilatar la audiencia selecta de Teresa
en estos <tiempos recios» de secularismo, materialismo y consumismo
instigado por la formidable publicidad, cuando el cristianismo sociológico se
está quedando a la intemperie y se hace imperiosamente necesaria la formación
de cristianos interiores profundos y sólidos, «amigos fuertes de Dios», con
intención pastoral y dilatadora, afán de repartir el pan robustecedor
teresiano, que ahonde y vivifique las raíces, tras
haberlo vitalmente comulgado para 9ncrementar la santidad. La iglesia de los
Hechos y la de las persecuciones y aún la de la patrística, tuvo muy clara la
vocación a la santidad; pero nunca, desde entonces, había sido sacada a la
calle, como en estos últimos años en que el Vaticano II, con el evangelio, la
ha propuesto como meta a todos los fieles, de cualquier clase, estado, edad y
condición. Puestos a renovar estructuras y legislaciones, hay que adecuar
también al pueblo de la base la teología espiritual. Democratizar la doctrina
teresiana, como la sanjuanista. Es indudable que santa Teresa quiere
tener más lectores, pues para eso Dios le concedió el carisma de decir lo inefable
y su experiencia de Dios la capacita para anunciarnos el Reino. 54.
Urge la
restauración Que mas
quisiéramos que todos pudieran digerir y gozar de la bella prosa de santa
Teresa, tan poblada de símbolos y de imágenes incrustadas en su vibrante
narrativa. Pero hoy se lee poco eso. La literatura actual es más superficial,
y el lector de la cultura de la imagen y de la informática carece de resortes
para mantener la atención, a veces en medio de párrafos larguísimos
que hoy ya no tienen gancho. Sus elipsis e hipérbaton frecuentes, los
anacolutos atribuidos por Mancini a la impericia de
la escritora, aunque ella los emplea para imprimir más vigor a su estilo,
restan al concepto claridad. III ACTUALIDAD
DEL MENSAJE DE TERESA Dios quiso hacer de Teresa un testigo de
Jesús resucitado, como hizo a Juan y
Pedro y a los apóstoles. Esta elección la convirtió en mujer nueva,
capacitada para testificar con su vida lo que había visto y oído. Y el
mensaje que aportó Teresa a la Iglesia de su tiempo fue principalmente el de
la imperiosa necesidad de orar, como camino para amar, cuando la oración
mental, fruto de la devotio moderna, que había
degenerado en puro juego de a silogismos, era desconocida y peligrosa. Los
teólogos escolásticos oficiales de entonces, carecían del conocimiento de
este don. Decía fray Domingo de Soto que «si no era con el evangelio delante
no sabía pensar en Dios, que, como era invisible, no sabía qué pensaban
algunos hincados de rodillas dos horas delante del altar, que él no podía
hacerlo". Otros, tanto o más calificados, tuvieron expresiones todavía
más inauditas y lamentables. Melchor Cano ataca los «Comentarios sobre el
catecismo cristiano» de Bartolomé Carranza porque divulgan la oración mental
entre todos los cristianos. Por la misma razón acusaba a fray Luis de
Granada, y hasta veía en la oración mental peligro para el desarrollo normal
de la sociedad. Se comprende, sólo con asomarnos a aquel
ambiente, que Teresa tuviera dificultades, y no sólo las sociales. En una
atmósfera, no sólo poco propicia, sino hostil, cuando sólo el pensamiento de
buscar la interioridad era peligroso (se temía el erasmismo y el alumbradismo), Teresa se abre camino y ofrece con
contundencia el mensaje de aquel momento, para aquel momento. Y en medio de
la tormenta se abrió camino, ¡y qué camino! Creo que no hay en toda la
historia de la Iglesia un panegirista de la oración más caracterizado,
elocuente y persuasivo que Teresa en obras y en palabras. Fue su gran divina
intuición. Hemos vivido unos años de verdadera algarabía en torno a la
oración. Y no sólo en la Iglesia Católica sino también en las separadas.
Sobre la oración primero fue el silencio. Después la calumnia. Luego la
omisión. Y ahora que se habla más de ella, creo que se habla más que se
ejerce. Mientras avanza el desierto. Con la teología radical de la muerte de
Dios, no había posibilidad de diálogo con con un
Dios muerto. Con la crisis y falta de fe, Dios no interesaba al hombre. La
autonomía del hombre descartaba el trato con el Ser trascendente. Más, se le
consideraba rival y amenazante. Estorbo para el desarrollo humano. Con la
secularización y la desacralización, el trato con Dios era una forma
alienante de la personalidad. Le escasa coherencia de los orantes
profesionales, daba origen a acusar a la oración de evasión y desencarnación de la vida. En esta situación, como en la
suya, no más fácil, ni menos difícil, Teresa alza la voz y nos dice: «que
nadie tomó a Dios por amigo que no se lo pagase». Y se pregunta: ¿Por qué no
hacen oración? <Por cierto, si no es para pasar con más trabajo los
trabajos de la vida, yo no lo puedo entender, y para cerrar a Dios la puerta
para que no les dé alegría en la oración. Cierto, les tengo lástima, porque a
su costa sirven a Dios; porque a los que hacen oración el mismo Señor corre
con el gasto, pues por un poco de trabajo les da gusto para que con él se
pasen los trabajos». 55.
La oración sin es
importantísima, pero no lo es todo. El primado es del amor, pero sin oración el
huerto no produce flores, es decir, ni amor ni valores humanos, ni virtudes
evangélicas, y las bienaventuranzas sin ella yacen marchitas, heladas: «Que
para esto es la oración, para que nazcan siempre obras, obras, obras», que en
el pensamiento de la maestra equivalen a virtudes. <No pongáis vuestro
fundamento sólo en rezar y contemplar; porque si no procuráis virtudes y no
hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas». Es decir, sin oración
no hay cristianos. Y sin cristianos no puede haber "nueva
evangelización», al menos en profundidad. Por eso Juan Pablo II, promotor de
la misma, ha dicho que «el mensaje de santa Teresa conserva hoy toda su
verdad y fuerza» y pide «que el pueblo cristiano se ponga a la escucha del
mensaje teresiano». Santa Teresa tiene una inteligencia
excepcional y una facilidad extraordinaria para la conversación, y así escribe como si conversara. Pero al
igual que en la conversación no se exige un rigor dialéctico ni una línea
cartesiana ajustada y lógica, no se encuentra en las obras de Santa Teresa ni
esa dialéctica ni tal rigor científico. Ella habla con desenfado tal como le
bullen las ideas y, cabalmente por eso, resulta árduo
encuadrarlas y clasificarlas. Su estilo vitalista y experiencial y concebido
en términos coloquiales tiene un encanto que, junto con el empleo de un
castellano popular, que no vulgar, adquiere un gracejo singular, embrujador e
inimitable. Pero el genio de Santa Teresa es bravío y original, vegetación
crecida a su aire, y me he preguntado si cabría la posibilidad de someterlo a
un molde, dejándola expresarse con libertad condicionada, eligiendo unos
temas interesantes y fundamentales, que dieran soluciones a las zonas de los
interrogantes actuales. Creo que esto sería oportuno, seleccionando los temas
y limitándole el espacio de los mismos, para que dijera todo lo que ha dicho
en sus obras de ellos sin repetirse y sin divagar -"sin
divertirse"- como ella suele y se divierte reconociendo. 56.
La Primera fuente
de información de Santa Teresa es la humana. Sorprende al estudioso de santa Teresa la
abundancia de doctrina que encuentra en sus obras, más si se tiene en cuenta
el ambiente cultural de su época, en el que la mujer tenía la puerta cerrada
a las letras. Aún así, Teresa conoce toda la teología católica. Es más. No
quiere oración que no vaya fundamentada en doctrina sólida: "de
devociones a bobas nos libre Dios". Es verdad
que ella tiene varias fuentes de información y de formación. A la humana, y a
ésta me refiero ahora, ha accedido por vía de lectura personal y por la
escucha, también individual y personal, de los mejores teólogos de su tiempo:
"Yo he tratado a muchos, pues los he buscado y siempre fui amiga de
ellos": Domingo Báñez, el Padre Ibáñez, García de Toledo, y un largo
etcétera, a quienes ella consultó, escuchó y cuya enseñanza asimiló, de qué
manera... ¡Cuánta gratitud rebosa ella, tan agradecida, a "estos hombres
que nos enseñan a los que sabemos poco y nos dan luz y nos enseñan a entender
las verdades de la Sagrada Escritura"! "Había de ser muy continua
nuestra oración por estos que nos dan luz". 57.
Necesidad de
testigos hoy. "En un mundo secularizado las
huellas de Dios se van borrando y por este motivo la concentración en el Dios
Trino como origen y base firme de nuestra vida y de todo el mundo constituye
la tarea más urgente", ha dicho Juan Pablo II a un grupo de profesores
de Teología. Estas palabras nos han afianzado más en la idea de que Santa
Teresa de Jesús puede aportar al mundo eso que urgentemente necesita y
precisa que se lo digan más que los maestros, los testigos, y testigo es ella
que se ha visto inmersa experimentalmente en la inmensidad de la vida
trinitaria. 58.
La segunda fuente
de información de Santa Teresa: la divina. Enseña Santo Tomás que la tarea del
teólogo al servicio de la doctrina sobre Dios constituye un acto de amor al
hombre (II-II, 59.
Pervivencia de
Santo Tomás de Aquino. La Suma Teológica, Carta magna de la Teología
Católica. Fue el Angélico entre los teólogos del
siglo XIII, el gran adalid del progreso. La teología tradicional, heredada del
siglo XII y codificada en el libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, era
hostil al uso de la razón en la explicación de los dogmas y se limitaba a
coleccionar y ordenar los argumentos de los Padres, especialmente del mayor
de todos, San Agustín. Los excesos de Roscelín, de
Gilberto de la Porrée y de Abelardo les habían
prevenido contra el uso de la Dialéctica, que consideraban como una especie
de racionalismo y la sustituían por un misticismo piadoso y contemplativo,
derivado de San Bernardo y cultivado con brillantez por Ricardo y por Hugo de
San Víctor. Los teólogos por un lado, y los filósofos, abusando de la
autoridad de Aristóteles con sus adherencias árabes y judías por otro, abrían
cada vez más hondo el foso que iba separando y oponiendo la Teología a la
Filosofía, por no tener la perspicacia para descubrir, como ocurre también
hoy, que no hay contradicción entre la Teología y las ciencias humanas, sino
diferentes metodologías. Y, como afirma Pablo VI: "la separación entre
el Evangelio y la cultura es un caso dañino de nuestro tiempo como lo fue en
otras épocas" (EN 20). Por eso llegó a tiempo San Alberto Magno para
advertir la necesidad de revisar las mútuas
posturas, tratando de armonizar en la Filosofía a Platón con Aristóteles, con
lo cual unía a San Agustín, representante del platonismo, con Aristóteles.
También la Teología debía utilizar los servicios de la Filosofía, aunque
permaneciendo ésta como "ancilla Teologiae". San Alberto Magno, hombre de más
erudición que originalidad, de más curiosidad que penetración, no logró
dominar plenamente los vastísimos materiales que con su estudio e
investigación había acumulado; le faltó la crítica y no consiguió evitar un
cierto eclecticismo, que traduce sin pretenderlo, un espíritu de compilador,
y por eso no pudo lograr la síntesis. Quedaría la culminación de esta empresa
colosal para su discípulo predilecto, Tomás de Aquino. Este, con la
aprobación de la Santa Sede, trabajó sobre una traducción directa de
Aristóteles, y un estudio profundo sobre el Estagirita y sobre San Agustín le
descubrió que el espíritu de ambos no era divergente y podía ser armonizado.
Con una síntesis propia y personal hizo suyo el espíritu de ambos, y situó en
la base la experiencia y la técnica aristotélicas y en el vértice las geniales
intuiciones agustinianas, enriquecidas con sus agudas aportaciones
personales. Este trabajo y agudeza
determinará que, a partir de él, la Teología se convierta, sin perder nada de
su altura y afectividad, en verdadera ciencia. Ya no será puramente mística y
subjetiva, sino también científica y objetiva. En adelante, va a ser más
difícil su estudio, pero en compensación, resultará más rica y fecunda. Por
eso con Santo Tomás comienza una época nueva para la Teología y para la
Filosofía. Fue un cambio profundo y gigantesco. La colaboración de la fe y la
razón aseguraba a la Teología fundamento inconmovible (cf Santiago Ramírez,
Introducción a la Suma). Valorando la Suma, dice el mismo autor: "Santo
Tomás se sumerge hasta lo más hondo de los problemas, buceando sus reconditeces más ocultas con una facilidad y agilidad
pasmosa. Nada de titubeos, nada de saltos en el vacío, nada de pasos atrás.
Montado sobre principios indiscutibles y evidentes, puestos al principio de
cada tratado..., se lanza imperturbable al sondeo de las conclusiones más
recónditas, avanza con paso firme, explora con ojos de lince, recoge solícito
las conclusiones anudándolas fuertemente a sus principios, y sobre ellos
vuelve a emerger, exhibiendo su presa a la luz del día, en un lenguaje todo
sencillez y transparencia". 60.
No espiritualidad
sin teología. Santa Teresa no quería "devociones a
bobas" y buscaba maestros, teólogos, casi
todos tomistas, después que alzó el vuelo. He dicho antes, que Santo Tomás
estuvo presente a través de ellos en su formación, y es hallazgo sorprendente
comprobar que en casi todos los temas fundamentales de la Suma tiene algo que
decir Santa Teresa, aunque sólo sea a veces de manera muy sumaria. Doctora de
la Iglesia, la caracteriza sobre todo su don de oración, que a la vez que
tiene a Dios tan cercano, se remonta a la trascendencia del hombre y se
acerca y llega al hombre y a la mujer de hoy para dar solución a las
aspiraciones del humanismo contemporáneo, desencantado ante tantos ídolos
caídos, en esta cultura nuestra posmoderna de las postrimerías del siglo XX.
Lejos quedan afortunadamente, los tiempos en que, por no haber teología, la
filosofía se encerró en el estudio de la materia como su objeto exclusivo. Y
los que por la desorientación e ignorancia del camino cristiano, y de la
Iglesia como misterio, hasta en algunos monasterios de clausura llegó a
prohibirse la lectura de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, como afirma
Menéndez Reigada. Otra corriente más conforme con
el predominio de la inteligencia, ha infravalorado como camino no científico
y de categoría no intelectual, la dedicación al estudio o, mejor, la vivencia
teologal, y la formación mística del cristiano interior; ha considerado la
iniciación de la familiaridad experimental con el misterio de Dios, como apta
para personas menos intelectuales. 61.
El peligro de un
cristianismo "humanista". Una falta de integración del Evangelio
con el Antiguo Testamento ha dado un conocimiento de Jesús de forma abstracta
y ha dado pie a inventar un poco su figura, y ha podido ser convertido en un
personaje sociológico, humanista, romántico y futurista; y su Iglesia en una
institución humana más. "Con una lectura parcial del Concilio se ha
hecho una presentación unilateral de la Iglesia como una estructura meramente
institucional, privada de su misterio", ha constatado el Sínodo de los
Obispos a los 20 años del Concilio. Tal afirmación nos da la clave del desmedulamiento a que se ha llegado en la praxis y en la
concepción del hecho cristiano. La conjunción de esta "Suma
Antológica" con la Suma Teológica de Santo Tomás, intenta dar vigor
nuevo racional a la lectura espiritual, desarbolando a un tiempo estas
concepciones erróneas, de escaso calado teológico y bíblico. 62.
Raíces de la descristianización de los pueblos. Del teocentrismo al antropocentrismo. La pérdida del sentido de Dios comenzó en
el siglo XVI con la renovación del paganismo, y con el renacimiento de la
soberbia y de las sensualidades paganas en los pueblos cristianos. Creció con
el protestantismo, que llevaba consigo la negación del Sacrificio eucarístico
y del sacramento de la confesión, de la infalibilidad de la Iglesia, de la
Tradición, del Magisterio y de la necesidad de guardar los mandamientos para
conseguir la vida eterna. Errores graves que, como el cáncer, han introducido
en el pueblo y en la Iglesia un principio activo de muerte. Cuando estaba
bien cuajado este movimiento de descristianización
progresivo llegó la Revolución Francesa, basada en el Deísmo y en el
Naturalismo, con un Dios, Ser abstracto al que sólo le importan las leyes
universales y no se preocupa de las personas individuales. Ni existe lo
sobrenatural, ni el pecado ofende a Dios. El robo no es pecado, y la que peca
es la propiedad individual. De ahí, se precipitan en cadena los errores: el
liberalismo, el radicalismo, el racionalismo y, por reacción, el
romanticismo, el socialismo y de éste el comunismo con su materialismo
dialéctico y ateo, la persecución y negación de la religión como "el
opio del pueblo", de la propiedad individual, de la familia, y el reduccionismo de la vida a la actividad económica. En
1917, la Virgen en Fátima, profetizó de éste: "Si no se reza y no se
hace penitencia, Rusia extenderá muchos errores en el mundo". Así ha
ocurrido hasta nuestros días. El año 63.
A grandes males,
grandes remedios. Pero ¿se pone remedio a tanto mal grave?
Al menos, ¿se sabe ver dónde está el remedio? ¿Se acierta en su diagnóstico?
Una predicación con poca solidez doctrinal y sin robustez de fe, que no
provoque la conversión del corazón y no construya al hombre interior, y una
acción apostólica dañada por el activismo, no serán suficientes. No se puede
curar un cáncer con aspirinas. Los brotes de un cierto neoromanticismo,
muy pernicioso; la afirmación del yo, el exclusivismo en el apostolado, la
independencia, la proclamación a ultranza de los derechos del hombre, muchas
veces contra los de Dios y en pugna con la legislación positiva; la vanidad,
la presunción y búsqueda de sí mismo y la ostentación de la propia
personalidad y la jactancia, pueden hacer estéril la nueva evangelización. La
innovación y la predicación de un Jesús de Nazaret fácil, producto del
sentimiento y de la imaginación, que todo lo tolera y permite; guerrillero,
unas veces, humanista y permisivo, otras; que ni es el Jesús del Evangelio,
ni revela genuinamente al Padre, no será el remedio decisivo. Un Jesús
falsificado, el Jesús de la Pascua y no el de la cruz; una separación entre
la Pascua y la Cruz, como si la primera fuera la fiesta, y el llanto la
segunda, disociables, y no unidas, con ignorancia intolerable y culpable, no
trae la Buena Noticia. ¿No dijo Nietzsche: "Si Dios creó al hombre a su
imagen y semejanza, le ha salido bien, porque el hombre ha creado un Dios
hecho a su imagen y semejanza también"? Pues ahí asoma el peligro. 64.
La oración es la
solución clave de los problemas. Cuando los discípulos de Jesús habían
fracasado en el intento de expulsar al demonio, el padre del joven
endemoniado se dirigió a Jesús, y le dijo: "Maestro, te he traído a mi
hijo que tiene un espíritu mudo y donde le coge le tira; echa espuma, rechina
los dientes y se pone rígido. He pedido a tus discípulos que lo alejen, pero
no lo han conseguido". Cuando le preguntaron a Jesús sus discípulos:
"¿Por qué no hemos podido expulsarlo nosotros? Jesús respondió: Esta
especie sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno" (Mc 9, 28).
Habían fracasado los discípulos de Jesús, a quienes él estaba formando para
continuar su acción; los mismos que mientras Jesús oraba en Getsemaní,
dormían (Lc 22, 45). El Espíritu Santo en Pentecostés les enseñará a
decidirse por la oración: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al
ministerio de la palabra" (Hch 6, 4).
Según Santo Tomás la enseñanza y la predicación brotan de la plenitud
de la contemplación. He ahí el gran remedio que necesita nuestro mundo: la
oración. Ha escrito Trueman Dicken:
"El único remedio al que nuestro señor mismo prometió coronar con el
éxito..., no ha sido aplicado seriamente: el remedio de la oración... La
oración es la clave indispensable de la situación" (El crisol del amor).
Si Santa Teresa pudo corresponder tan vigorosamente a los deseos de Dios fue
debido a la oración. De ella le vino todo, porque antes "no entendía
como lo había de entender, en qué consiste el amor verdadero a Dios".
Pero al "Príncipe de este mundo" le interesa que no se de con el
remedio, y que se vayan dando palos de ciego, a ver si se acierta por
casualidad. El problema no está en disparar al blanco, sino en hacer diana.
"No luchamos contra la carne y la sangre, sino contra los imperios y
potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los
espíritus malos", que saben lo que se juegan cuando una persona se
decide de veras a vivir el misterio de la cruz y del amor. "Les presenta
el demonio tantos peligros y dificultades ante sus ojos, que no es menester
poco ánimo para no volver atrás, sino mucho y mucho favor de Dios", dice
Santa Teresa. 65.
El método teresiano. La Doctora Mística en sus obras afirma,
pero raras veces razona, las verdades cristianas. Sobre todo, vive, ha
vivido, exhorta a vivir en cristiano, narra sus experiencias humanas, a veces
dramáticas, cristianas y celestiales infusas. Es Doctora sin ínfulas porque
es también y a la vez, Madre. Es Madre, no abuela, por eso, con claridad y
firmeza, puede y educa a sus hijos, a quienes no consiente, pero comprende,
porque ella también se sabe de barro y ha tenido que luchar consigo misma, y
porque sabe que "por muchas caídas, como tenga amor de Dios el alma y no
deje la oración, el Señor le da la mano tantas cuantas veces caiga, para que
se levante". Uno de los tratados más intensamente esparcido
por todas sus obras es el amor de Dios y el amor a Dios. Amor a Dios y al
hombre, sobre todo en su vocación y valor supremo, la llamada a la
identificación con Dios por amor. Con ello se constituye en realizadora de
los Mandamientos del Sinaí, que se resumen en amor a Dios y al prójimo y,
sobre todo, del Evangelio y del Mandato de Jesús. ¿Cómo podría ser de otra
manera si Dios es Amor? Hoy que tanto se horizontaliza
el amor, necesitamos oír a Teresa y aprender de ella el amor teologal, pues
"si el amor a los hermanos no nace de la raíz del amor de Dios", no
amaremos con perseverancia, constancia y con sacrificio a los hermanos,
"porque nuestra raíz está muy dañada". Puede ella hablar con
autoridad del amor porque el que habita en un fuego luminoso devorador e
inextinguible, le abrasó las entrañas en su fuego vivificante. El arquero
clavó en su corazón la saeta envenenada y extinguió en ella la raíz de Adán y
la creó mujer nueva: Mujer humana para un mundo selvático; mujer celestial
para unos hombres mundanos; mujer divinizada para un mundo transfigurado, que
aspira ¡a que pase ya "la representación de este mundo afeado por el
pecado, y llegue la morada nueva donde habita la justicia que Dios nos
prepara y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y de rebasar todos los
anhelos de paz que surgen en el corazón humano" (GS, 39). Arde la Santa
en santa exigencia, pero ésta, si es iluminada y positiva, y lo es su
magisterio, se acata y se sigue porque ilumina y porque también es
vigorizante y porque ella camina con el discípulo. Como ella camina en la
luz, proyecta la luz a los demás. Porque vive en la verdad, arrastra hacia la
vida, que ella vive con una manera de ser y de pensar en la que los mandatos
y las prohibiciones son expresión de una convicción profunda y fluyen de su
ser, no como una ascesis dolorosa, sino como una explosión gozosa que mueve y
apasiona. No define ni pontifica, sino que aplica la doctrina a la vida; sólo
una definición se ha permitido, la clásica, afortunada y conocida de la oración:
"tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos
ama". Humildemente explica, y a cada paso como que pide disculpas por
atreverse a decir lo que dice. En una palabra: educada. Cuando explica lo que
vive con Dios, aunque ahí radica el Doctorado teresiano como "Madre de
los espirituales", sólo una vez apela a su derecho a enseñar como Madre
y Priora. Más que afirmar indiscutiblemente lo que vive (nuestra sociedad hoy
tan dogmática y absoluta, mientras huye de lo dogmático y presume de demócrata),
lo refiere como "que le parece". "Le parece que ha oído, que
ha visto, que ha sentido", aunque le constan con certeza todas esas
percepciones suyas, como quien manifiesta que está pronta a rendirse al
Magisterio de la Iglesia y a sus confesores. 66.
Santa Teresa
demuestra muy especialmente su enseñanza en la oración y en las virtudes. Sus palabras son teología pero sobre
todo, experiencia de quien ha vivido y vive lo que enseña. Las virtudes son
frutos de la oración: "para esto es la oración, para que nazcan obras,
obras". Obras en su idioma son actos, actos de virtudes, de todas, pero
tres son sus predilectas, "virtudes grandes" las
llama: la caridad, el desasimiento y la humildad. La obediencia no la
incluye en las tres grandes pero, a pesar de eso, es piedra de toque del
camino de santidad del que es Maestra. La obediencia para ella es la
consecuencia de la humildad y de la fe. Teresa Maestra de virtudes y ¡qué
silencio tan clamoroso hoy en torno a ellas! "Quien ha de hacer algún
provecho debe tener las virtudes fuertes". La pobreza de virtudes en los
cristianos es causa de escándalo y de esterilidad, de vacío y de desierto.
Porque se va la fuerza en el enmarañado trazado de esquemas, y de planes
pastorales muy racionalizados, es necesario dar un golpe de timón, un cambio
de rumbo según el estilo de Santa Teresa. La conversión del mundo antiguo al
cristianismo fue el fruto de la fe encarnada en las virtudes de los
cristianos primitivos, y no el resultado de una actividad muy elaborada y
sumamente planificada. "Después que el Señor ya me había
fortalecido en la virtud, se aprovecharon en dos o tres años, muchos",
cuando antes, "sin virtudes", "en muchos años solos tres se
aprovecharon". Esta es una voz de alarma dirigida a los maestros de
todos los tiempos. "La nueva evangelización no va a ser realizada con
teorías astutamente pensadas", ha escrito Ratzinger. Debe comenzar con
la vida abnegada y virtuosa. En la práctica, el tratado de las virtudes,
diseminado por las obras de Santa Teresa, es el más eficaz evangelizador. Si
no se practican virtudes, parecerá que se hace, pero no se hace, que se hace
el bien, pero para quedar bien. Frutos con gusano dentro, espectaculares,
pero inútiles, cuando no dañinos. El tratado original de las cuatro maneras
de regar el huerto, está lleno de belleza, e inventiva y energía, y ha
conseguido montones de flores olorosas y sabrosas frutas. Ellas solas tienen
energía suficiente para llenar de olor a todo el mundo y para construir un
mundo mejor, convertido en verdadero paraíso. 67.
Nos enseña y nos
contagia su fe. Esa fe en los grandes misterios y la
seguridad del valor de su oración e inmolación con las que ha salvado las
almas. Ha llegado al más profundo centro del misterio de la Iglesia y ha sido
sumergida en la Verdad y nos da testimonio de la Verdad. ¿Qué mayor
magisterio que participar con su Esposo en la Redención por la Sangre de su
cruz? Ha comprendido el misterio de la cruz del Redentor y la Misericordia
del Padre que lo entrega, y la debilidad del Todopoderoso que baja de los
truenos y de los rayos del Sinaí al madero de la cruz ensangrentada, donde se
revela en la pobreza su rostro cabal de Dios. Y nos da testimonio del Amor y
de la Cruz. Por eso puede cumplir su magisterio sólo con contarnos su vida,
vida totalmente en Cristo, como la de San Pablo. No cabe en su estructura
mental la trivialización y la mediocridad.
Destierra el peligro de superficializar en el
pueblo de Dios el misterio de la Iglesia, el designio de Dios de hacernos
santos e irreprensibles ante El por el amor. 68.
La galanura del
estilo de Teresa. Y, aunque es accidental, ¡cómo se realza
y queda enaltecido el magisterio de Santa Teresa con la riqueza estilística
con que nos lo entrega! Como ofrecer el Sacrificio en cáliz de oro: la Sangre
es la misma, pero alegra y deleita el corazón verla tan ricamente servida. La
teología católica está muy bien representada en el cañamazo del Angélico,
pues no en vano el Vaticano II quiere que "los misterios sean
profundizados y descubierta su conexión bajo el Magisterio de Santo
Tomás" (OT, 16). También Pablo VI exhorta a que se escuche
con reverencia la voz del mismo, "pues es tanta la penetración y
reducción a la unidad de las verdades más profundas, que su doctrina es
eficacísima para salvaguardar los fundamentos de la fe y para lograr un sano
progreso". En la Meditación en las grutas vaticanas,
con motivo de la gran oración por Italia (15-3-94), ha dicho Juan Pablo II:
"Desde el corazón de la historia del siglo XIII, es necesario proclamar
la figura de un gigante del pensamiento, un genio acaso irrepetible: hablo de
Tomás de Aquino, hijo de la Orden de Santo Domingo. La síntesis filosófica y
teológica por él elaborada constituye un bien sólido y permanente de la
Iglesia y de la Humanidad". No ha de parecer extraño que tenga temas
radicalmente suyos, pues es especialista en ellos: El amor teologal en su
doble vertiente divina y humana, y la oración de la que es maestra consumada
y que fue el carisma de su vida. Ella fue un áscua
de amor forjada en la oración. Y ese es su servicio permanente a la Iglesia y
al mundo. Hoy que se cacarea estridentemente el
afán del compromiso, tenemos ante nosotros a una mujer comprometida en el más
sustancial sentido de plenitud y de gratuidad y, sin embargo, de eficacia,
que la sociedad de hoy tan competitiva, intensamente persigue y, las más de
las veces, cosechando virutas, cenizas, sino tempestades. El Creador nos
quiere asociados a El y colaboradores con El, en la acción que desde su amor
creador dimana infatigable, constante y silenciosa y cala y desciende hasta
el centro de la vida, como savia invisible que asciende por las ramas del
vigor haciendo germinar las flores y nacer y madurar los frutos. Todas la empresas caerán parecidas si
brota del ser ambicioso que pretende edificar sobre si y con sus fuerzas una
torre, que siempre será sin Dios, y se llamará Babel. Recurrir al hontanar de la vida y de la
energía suprema es el quehacer más perentorio que precisa nuestro mundo. Lo
que Teresa de Jesús ha hecho es dejarse sumergir en la raíces del ser y dejar
que subiera su savia fecunda hasta los más insignificantes actos de su misión
eclesial. Por eso no le basta lo que ella alcanza hacer; siente la necesidad
de entrelazar sus manos con muchos que crean lo mismo, porque ella será el
vigilante constante que les contagiará su vigor y les comprometerá en su
empresa divina y humana -"su negocio"-. No importa quiénes sean sus
compañeros con tal de que quieran seguirla. Teresa de Jesús no ha fundado conventos
para recluirse y solazarse a Dios burguesamente y
aislada en su torre de marfil, sino para estar más presente en el mundo, en
las gentes, en los suyos, y en los extraños. Sus grandes obras doctrinales, que tantos
esfuerzos le costaron, son casi un grano de arena comparadas con la multitud
de cartas dirigidas a tantas personas, con quienes une sus manos para salvar
y extender la redención de la sangre de su Señor a toda la tierra. Uncida al yugo de la pluma permanece toda
su vida de fundadora, agotándose de aquellos medios elementales, plumas de
ave, tinta y papel de difícil escritura, correos lentos e inseguros. Su gran
pena de no poder llegar más lejos en la extensión de su amor por las almas,
quedaba paliada por el cauce de su correspondencia cordial y santa, prudente
y sagaz, con que mantenía el fuego sagrado entre sus amigos y en todas
aquellas personas que le ofrecieran siquiera, una leve rendija por donde
pudiera colarse su amor y compromiso. Cartas compartiendo el dolor, o la
pobreza, o la preocupación de su familia, siempre elevándoles a la santidad,
su afán supremo. Para que crezca la cristiandad en el corazón de la
humanidad, para que esa cristiandad se haga caridad, en frase de Peguy. La contemplación de la esencia tomista se
concreta en la ética de las virtudes. A ellas conduce aquélla y es así como
se entronca en la vida evangélica el destello de la belleza reflejado por las
virtudes, que ella llama "obras". Teresa no queda encerrada en su pequeño
horizonte, sino que abismada de Dios trasciende el deseo de su corazón a
todas las personas que entran en su órbita. Cuando se lamenta a Dios de que
quede encerrada en ella la riqueza que está recibiendo, oye la voz:
"Espera y verás grandes cosas". Por eso ella siempre espera que el
Señor encamine la solución de sus ardientes deseos: "Hágalo Dios como
puede y ve que es necesario". Como orante calificada, visto Dios y
habiendo estado en el infierno, siente el deber acuciante de proyectar la luz
eterna sobre las cosas temporales, de situar los destinos humanos en la balanza
de la eternidad, de elevar las cosas enmarañadas e inexplicables de la tierra
a la realidad plena y diáfana que les corresponde según la verdad, el juicio
y la gracia de Dios. Visión de fe, anticipo de la celeste. Juan, en sus visiones apocalípticas,
Dante, en la Divina Comedia, y Teresa en su propia vida, no solo no han visto
la purificación y salvación, sino también el fuego y las bestias del abismo. Si la creación es la manifestación de
Dios, su palabra es su más excelsa salida hacia los hombres. Cuando la
Palabra se hace soplo débil utilizando unos impulsos de aire vocalizados por
un Hombre-Dios, éste ha llegado a su sublime "kenosis",
abajamiento. Habló Jesús y hablan sus Profetas y Santos. Con su estilo
inimitable, Teresa, que en sus grandes obras ha expresado la Palabra, en sus
cartas la matiza y la hace más humana, materna y fraterna. Si uno se pregunta
cómo poner en práctica esa vida que en sus obras grandes se manifiesta
siempre en vuelo, al leer sus cartas verá cómo y con qué facilidad puede
encarnarse, en la vida de cada día, y quedará asombrado de cómo viviendo una
vida mística permanente, no queda comprometida ni perjudicada su vida
cotidiana y sí sublimada la preocupación por todas las iglesias, de Pablo. El
águila que vuela alto, puede y lo hace, descender a los más nimios detalles
de la salud de todos y de cada uno, de las recetas y medicación
rudimentarios, de los consejos para la compra de las casas nuevas, de la
inversión de las dotes de las que pueden, para ayudar a las que no pueden,
como medio de aportar una corriente de sangre nueva a la Iglesia. La
sabiduría de acertar: si sólo escoge las que le gustan, se quedará sin
monjas. No podría haber tantas si ella tanto hubiera elegido. Se comienza con
lo que se puede y Dios actúa después... Zozobras, penas de Gracián,
inquietudes sin fin por el éxito de sus empresa, que
es de Dios, calumnias y alegrías, ansia de vocaciones nuevas, alegrías
infantiles de Teresica y de su Bela, ¡cómo pudo
todo recalar en un solo corazón, de no haber sido oceánico y rebosante de
amor cósmico que la unión con su Esposo le ha fraguado! Un verdadero
trasplante, diríamos hoy. Pero no son sus obras grandes las que han
acaparado sus más intensas energías. Cada día ha llevado apresado en su afán,
el latido vigoroso de la escritora de cartas. Si 15.000 se calculan que
escribió, de las cuales sólo nos han llegado poco más de cuatrocientas, es
evidente que la cantidad de sus páginas superan mucho las cuatro obras
mayores. Con la ventaja para el lector de poder contemplar vibrante ante los
más diversos aconteceres, su espíritu singular, y
su estilo de buen humor que, a veces, toma a broma los acontecimientos, las
personas, y a ella misma, y la complejidad de los días. No necesita
maquillarse para entregarse a sus corresponsales. Se presenta tal cual es,
sin doblez ni amaneramiento, con una sencillez y un desgaire que cura para
siempre a los amanerados de gazmoñería. Sin fingimientos. Con llaneza. Con
autenticidad. Capacidad inaudita de observación,
ninguna obsesión por ningún tema, avisos certeros, tenacidad en insistir en
lo esencial, labor constante, aunque sin tiempo para releerla y por lo tanto,
pulirla. Y todo de manera magistral. ¡Cuanta y cuán maravillosa belleza
refulge en estas cartas! ¡Qué estilo más impresionante y embelesador! ¡Qué
arte tan excepcional goza su autora! La difícil facilidad de su estilo
siempre a su alcance. ¡Qué regalo su lectura y cuán bienhechora! 69.
"Las cartas
son para mí, vida". Ella lo dijo. Hablaba de la “barahunda” de las que recibía. Porque las que ella
escribió desde que se metió a fundadora, la agobiaban y la consumían. Que la
tenían clavada en su escritorio paupérrimo hasta las tres de la mañana. ¿De
dónde sacó tanto tiempo par escribir tántas y tan
bellas, con los precarios medios del siglo XVI? Quienes hoy apenas escribimos
por la abundancia y la facilidad y la rapidez de las comunicaciones, apenas
podemos comprender este río que fluye de su mano al impulso de su voluntad y
enorme corazón. Apreciaremos que no da puntada sin hilo.
Y que las cartas son el complemento de la doctrina de sus libros mayores.
Como el diagnóstico y la receta. Por su pluma pasan todos y todos los
acontecimientos y todos y cada uno de los problemas, suyos y de los otros,
siempre con ánimo, vigor, amor manifestado, humanidad, respeto, exigencia.
Sobre la manifestación de su amor a las personas no conozco en la hagiobiografía un caso semejante de alguien que hable de
amor sin ningún rebozo y con tanta generosidad, salvo San Pablo en algunas de
sus cartas. Yo creo que este estilo nos está haciendo mucha falta.
Preocupados con exceso por las ideas, como buenos occidentales que rinden
culto a la mente, olvidamos el corazón, que es parte integrante de nuestra
vida de hombres, y la que le da follaje al árbol, le hace florecer y le da
perfume. 70.
Jesús tiene
Corazón. Y nuestros hermanos también tienen
corazón. Y, como miembros del Cuerpo Místico, integran a Jesús. Jesús se deja
querer y se hace de querer. En cada hermano nuestro hay un Niño, que necesita
amor y dedicación. Una sonrisa le hace feliz; una pequeña atención puede
disipar una tristeza. Teresa no quiere hombres y mujeres
hirsutos, "almas encapotadas”, personas cerebrales, que tienen miedo de
manifestar sus sentimientos porque creen, equivocadamente, que eso les empequeñece,
y les rebaja: "Cuanto más santas más conversables con las
hermanas". Los que así piensan, no tienen ni idea de que la grandeza
consiste en la sencillez, y de que el hombre integral no es sólo cerebro,
sino también corazón, es decir sensibilidad, afectos, emociones,
sentimientos. Dice Jesús: "Tengo compasión de esta gente". Jesús
llora ante el sepulcro de Lázaro, se deja perfumar por Magdalena, acaricia y
bendice a los niños, y deja que se le acerquen y rodeen, consuela a la viuda
que lloraba a su hijo muerto: "Mujer, no llores"... Hemos de
aprender en la escuela de los sentimientos de Jesús, porque somos
prolongación de Jesús y, no solo histórica, sino principalmente, profunda e
interior. "Tened los mismos sentimientos de Cristo", nos dice San
Pablo. La Iglesia, Esposa de Cristo, ha de estudiar más los sentimientos de
Cristo que las ideas de Cristo. Porque en la Iglesia, huyendo del peligro de
caer en el sentimentalismo, se cae, con muchísima facilidad, en el
racionalismo. Y la razón no conmueve. Y sólo desde la conmoción podemos
adoptar las grandes decisiones, y se consiguen las plenas adhesiones. Muchas lanzas rompió el genio de Teresa
que cambiaron el rumbo de la historia, pero no es pequeña la que rompe en la
manifestación de su afecto, en una época hirsuta de señorías, sus mercedes y
sus reverencias, cuando incluso a su sobrina Teresica
le habla de usted. Teresa hoy, con su estilo sustancial y
accidental, puede central la atención a los hombres de acción para que no se
pierdan en lo superficial, pero con tintes de clarividencia y siempre de
ternura y con su disposición al sacrificio. ¿Por qué aparece tan preocupada
por la salud, sobre todo de los responsables, Gracián
en primera línea, y después las prioras, sino porque aquella vida que ella ha
ideado inmolada y sin descanso, les minaba las energías? Sacrificio cuyos
frutos sabe que sólo verá en el cielo, como fruto ímprobo de su trabajo.
"No sienta que haya padecimientos, pues el padecer trae tantas
ganancias". Preguntó a Fray Juan de la Cruz una hermana
tras escuchar sus versos divinos: "Padre ¿esas palabras se las ponía
Dios, o las buscaba usted?" -"Unas veces me las ponía Dios y otras
las buscaba yo". Teresa en sus cartas no está siempre en trance místico:
Busca, pregunta, observa, razona. El lector que se decida a leer las Cartas no va a perder tiempo; son
un tesoro maravilloso de sencillez, de
buen humor, de enfado y enojo naturales y espontáneos, corregidos por la paciencia,
y con una abundancia de matices que nos la hacen ver más palpitante que en
sus obras doctrinales grandes. Maestra de apóstoles, paciente y dolorosa
ante su inactividad exterior forzosa, siempre animada por la esperanza de que
el Señor lo encaminará todo bien. Madre de Gracián,
sobre todos, porque es el artífice que el Señor le ha puesto para que ella
dirija y pulse su arpa. ¿Entendió Gracián
alguna vez a la Madre, o se dejó arrullar por sus acentos, prescindiendo
alguna vez de sus avisos? La impetuosidad de Gracián
ha de ser refrenada muchas veces por la Madre. El fue su hijo querido pero,
aun repleto de carismas por la oración de ella y por su influjo, no llegó a
conocerla del todo. ¿Conoció Teresa a Doria? Quedó fascinada
al principio por su personalidad arrolladora. Se dejó impresionar por el
genovés, que suplía muchas de sus carencias, a quien intuyó culto, y no se si
algo se le enmascaraba. Los hombres cambian mucho, pero en ellos siempre
permanece intacto su carácter hereditario y cultivado desordenadamente por
miras no tan finas y sobrenaturales. La audacia de Doria y su preparación en
medio de un mundo de mediocres e incultos, logró disimular a la Madre su
fondo intrigante, absorbente, que equivocaba los principios evangélicos.
Estalló la catástrofe cuando ya la Madre no estaba para defender a Gracián y a sí misma como Fundadora. Gracián
y María de San José, serán las víctimas de Doria. ¿Conoció a San Juan de la Cruz? Apenas
podemos saberlo por algunas cartas a otras personas. Desafortunadamente no
tenemos ni una sola a él dirigida. La persecución terminó con unas. La mortificación
del Santo, que las llevaba en una taleguilla colgadas al cuello, las destruyó
todas. Lamentable pérdida. Desgraciadamente, los cristianos de hoy,
nuestros hermanos, sin excluir a los consagrados, han optado por prescindir
de los clásicos espirituales a cambio de acudir a la lectura de autores de
tercera o cuarta división. Los juzgan anacrónicos, no situados, lejanos. Y es
verdad esto referido al ropaje. Pero es falso si, con superficialidad,
trasladamos el anacronismo y el desfase al mensaje. No se puede prescindir en el camino
cristiano de Santa Teresa, como tampoco de San Juan de la Cruz; si lo hacemos
y porque lo hemos hecho más de lo que se cree, nuestra teología se ha
empobrecido y nuestra fe oscila sobre arena movediza. Pienso que la mejor democracia
es la que pone en manos del pueblo lo mejor de la cultura y de la
espiritualidad para elevarlo. No tenemos derecho a quedarnos con la
llave de la puerta, y menos a ponernos a la tranca de estorbo, porque se nos
ha dicho que empujemos para que entren, no que dificultemos el paso (Lc
14,23). |