Caminando con Jesus

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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SANTA TERESA DE JESUS

 

 

 

 

TERESA DE JESUS Y EL AMOR DE DIOS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Camino al V centenario del Nacimiento de Teresa de Jesús


En el Capítulo 10 del Libro de la Vida, la santa madre Teresa de Jesús, nos habla de los obsequios que el Señor le hacía en la oración, y en de lo que nos podemos nosotros ayudar, además de lo mucho que importa que entendamos los regalos que el  Señor nos hace. Amor puro de Dios a todos los hombres. Y en ese sentido, ella nos dice que “Mal deseará que todos le desprecien y le aborrezcan, y todas las virtudes grandes que tienen los perfectos, quien no tiene alguna prenda del amor que Dios le tiene, y juntamente fe viva”. (Vida 10, 6).

Más adelante, Teresa nos expone que hay muchos caminos para darse cuenta del amor de Dios en la oración, no obstante, algunas, si son muy sensibles, sufren mucho pensando siempre en la Pasión, y en cambio otras se regalan y aprovechan el poder y la grandeza de Dios en las criaturas y el amor que nos tiene y que en todo se manifiesta (Cfr. Vida 13, 13). Y es así como exclama; “¡Oh, Jesús y Señor mío! ¡Cuánto nos ayuda aquí vuestro amor!, porque éste tiene cogido al nuestro, que no le deja libertad para amar en aquel momento a nadie y nada, más que a Tí! (Vida 14, 2).

Se pregunta Teresa, hablando sobre el segundo grado de oración, donde el alma comienza a sentir  gustos más particulares; ¿Es posible, Señor, que exista algún alma que haya llegado a que tú le hagas obsequios semejantes haya entendido que Tú  gozas con ella, que luego haya vuelto a ofender después de tantos favores y de tan grandes muestras del amor que le tienes, de lo cual no puede dudar, pues las obras se han visto claras? (Vida 14, 11). Teresa siempre ha tenido el valor de reconocerse pecadora, ella usa mucho la expresión “ruin”, por eso se auto responde; “Sí la hay, por cierto, y no te ha ofendido una vez sino muchas, y esa soy yo”. Y quiera vuestra bondad, Señor, que sea yo sola la ingrata y la que haya hecho tan gran maldad y tenida tan excesiva ingratitud: porque incluso de esa ingratitud algún bien ha sacado Tú infinita bondad, y cuanto mayor es el mal, más resplandece el gran bien de Tus misericordias. ¡Y con cuánta razón las puedo yo para siempre cantar! (Vida 14, 11).  (“El amor de Dios  por siempre cantaré”, salmo 89, 2).

Dando algunos avisos de cómo se puede sentir en la oración de quietud, dice Teresa que esta oración es una luz que comienza el Señor a encender en el alma del verdadero amor suyo, y quiere que el alma vaya entendiendo qué cosa es este amor con regalo. Esta quietud y recogimiento y lucecita, es espíritu de Dios  y ésta lucecita  encendida por Dios, aunque es tan pequeñita hace mucho ruido, y si no la apaga por su culpa, comienza a encender el gran fuego llameante del grandísimo amor de Dios que hace Su Majestad (El Señor) para que tengan las almas perfectas (Cfr. Vida 15, 4).

En capítulo donde Teresa nos habla sobre que el seguro camino para los contemplativos, es no levantar el espíritu a cosas altas si el Señor no le levanta, y cómo ha de ser el medio para la más subida contemplación la Humanidad de Cristo, aconseja que siempre que se piense en Cristo, acordémonos del Amor con que nos concedió tantas gracias, y de qué gran amor nos demostró Dios dándonos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor. Dice además la santa; “Y aunque estemos comenzando a hacer oración y nosotras seamos tan ruines, procuremos ir mirando siempre esto y despertándonos a amar; porque si el Señor nos concede la gracia de que se nos grave en el corazón este amor, todo nos resultará fácil y lo haremos todo muy pronto y con muy poco esfuerzo. Que el Señor nos conceda este amor, es porque sabe lo mucho que nos conviene, por el amor que nos tuvo y por su glorioso Hijo, a quienes nos demostró su Amor, que tan caro le costó, amén” (Vida 22, 14).

Hablando sobre que el Señor nunca deja de querer si a él le quieren, exclama Teresa; ¡Oh, Señor mío! ¡Qué delicada y fina y sabrosamente sabes tratar a quienes te aman! ¡Quién nunca se hubiera entregado a amar a nadie sino a Tí!  Parece, Señor, que pruebas con rigor a quien te ama, para que en la mayor intensidad del sufrimiento se manifieste la mayor intensidad de Tu amor (Vida 25, 17).

Más adelante, Teresa trata el otro modo que utiliza el Señor para enseñar al alma y sin hablarle le da a entender su  voluntad por una manera admirable y dice que en este modo de conocer Dios y el alma, sólo con quererlo Su Majestad (El Señor), se entienden estos amigos y se manifiestan el amor, y sin necesidad de palabras. Del mismo modo que en este mundo dos personas inteligentes que se aman, con sólo mirarse y aun casi sin señas, parece que se entienden.  Y dice; “Claro, así debe de ser este modo de conocimiento del que estoy escribiendo, sin que veamos cómo, de contiguo en contiguo se miran estos dos amantes, como creo que he oído que dice el Esposo a la esposa, en los Cantares” (“Me robaste el corazón hermana mía, novia me robaste el corazón con una mirada tuya con una vuelta de tu collar”. Cantar de los Cantares 4, 9). (Cfr. Vida 27, 10).

Tratando sobre los efectos que le quedaban cuando el Señor le había hecho algún obsequio, expresa santa Teresa; “todo lo paso por Tu amor, pues bien sabes, Señor mío, que todo es un gran tormento para mí, que los poquitos ratos que tengo para gozar de Ti, también te escondes? Creo yo, Señor, que si yo pudiera esconderme de Ti, como Tú dé mí, el amor que me tienes  no lo soportaría; pero Tú estás conmigo y me ves siempre. ¡No se puede sufrir esto, Señor mío! Te suplico mires, que lastimas a quien tanto te ama” (Vida 37, 8).

En las Meditaciones sobre los Cantares, (Conceptos del amor de Dios) Meditación Primera, nos habla Teresa sobre la profundidad de las palabras de Dios y de los modos que nos ama Dios, es así que, comentado y buscando darle sentido al amor que Él nos tiene expresa; “¡Oh, señor mío, que de todos los bienes que nos hiciste nos aprovechamos mal! Vuestra majestad (Dios) buscando modos y maneras e invenciones para manifestar el amor que nos tienes; nosotros, como mal experimentados en amarte a Ti, los apreciamos tan poco, que de mal ejercitados en esto, se nos van los pensamientos a donde están siempre, olvidando los misterios que este idioma encierra en sí, como ha dicho el Espíritu Santo. ¿Qué más era necesidad para encendernos en amor suyo y pensar que adoptó este estilo no sin gran causa?

Y sigue: Recuerdo haber oído a un religioso un sermón muy admirable, declarando estos regalos que la esposa trataba con Dios. Y causó tanta risa y se recibió tan mal lo que dijo, porque hablaba de amor (siendo el sermón del Mandato, que es para no tratar de otra cosa), que yo estaba asombrada. Y veo claro que nos ejercitamos tan mal en el amor a Dios, que no nos parece posible que un alma trate así con Dios. Más conozco a algunas personas que sacaron tan gran bien, tanto regalo, tan gran seguridad en sus temores, que hacían particulares alabanzas a nuestro Señor muchas veces, porque dejó remedio tan saludable para las almas que con hirviente amor le aman para que entiendan y vean que es posible que se humille Dios tanto (Meditaciones sobre los Cantares 1, 4-5).

Más adelante, avisando a sus hijas (las monjas) sobre lo buen pagador que es Dios, aunque sean por cosas muy pequeñas, les recomienda que no dejen de hacer por su amor lo que pudieran por El, ya que El no mirará sino el amor con que las hicieron. Y sigue luego, “Aunque no entiendan la Sagrada Escritura ni los misterios de nuestra fe, ni las palabras encarecidas que en ella oigan de lo que pasa entre Dios y el alma, no se asunten jamás. El amor que nos tuvo y nos tiene me espanta a mí y más me desatina, siendo los que somos; que amándonos así, no hay encarecimiento de palabras con que nos lo demuestre, que no las haya demostrado más con obras” (Meditaciones sobre los Cantares 1, 7).

En la Meditación Tercera, trata teresa de la verdadera paz que Dios Concede al Alma, y es así como reflexiona; ¡Por cuántos caminos y de cuántas maneras y de cuántos modos nos manifiestas el amor! Con trabajos, con muerte tan áspera, con tormentos, sufriendo cada día injurias y perdonando; y no sólo con esto, sino que además le dices en los Cantares unas palabras tan heridoras al alma que te ama, y le enseñas a que te las diga, que no sé cómo se pueden soportar, si Tú no ayudas a que las sufra quien las siente. (Meditaciones sobre los Cantares 3, 11).

Y tratando sobre los beneficios de esta unión amorosa, dice Teresa que pensaba si hay alguna diferencia entre la voluntad y el amor. Y le parece que sí, pero no sabe si es soberbia. Esto porque el amor le parece que es una saeta que envía la voluntad, que si va con toda la fuerza que ella tiene, libre de todas las cosas de la tierra, empleada en solo Dios, muy de verdad debe de herir a Su Majestad (El Señor); de suerte que, metida en el mismo Dios, que es Amor, vuelve de allí con grandísimas ganancias (Meditaciones sobre los Cantares 6, 5).

Trata Teresa de Jesús, (IV Moradas) sobre la diferencia que hay de contentos y ternura en la oración y de gustos, (toda clase de experiencias gratas, paz, satisfacción, agrado) y dice el contento que le dio entender que es cosa diferente el pensamiento y el entendimiento y además es de provecho para quien se divierte mucho en la oración. Entonces le dice a sus monjas; “Todas quieren, mis hijas, procurar tener esta oración, y tienen razón, que -como he dicho- no acaba de entender el alma las mercedes que allí le hace el Señor y el amor con que la va acercando más a sí. Lo cierto es que desearan saber cómo alcanzamos esta merced (IV Moradas 2, 9).

Y más adelante les añade; “Yo sé que hay mucho que temer en este caso, y conozco algunas personas que me tienen muy lastimada, y he visto lo que digo, porque cayeron por haberse apartado de quien con tanto amor se les quería dar por amigo y manifestárselo con obras.  Y, aunque  el demonio no vea otra cosa sino que Su Majestad les demuestra amor tan particular, basta para que él se deshaga por perderlas, y por eso son muy combatidas, y aún mucho más perdidas que otras, si se pierden (IV Moradas 3, 10).

Tratando luego  sobre que el Señor al hacer mayores mercedes hay más grandes trabajos, santa Teresa expone. “Pues vengamos, con el favor del Espíritu Santo, a hablar de las sextas moradas, donde el alma ya queda herida del amor del Esposo y busca más tiempo para estar sola y evita todo lo que puede, según su estado, lo que puede impedir esta soledad (VI Moradas 1, 1). Y es así como ella pide que le crean que lo más seguro es no querer, sino lo que quiere Dios, que nos conoce más que nosotros mismos y nos ama. Y entonces le pide a sus hijas (las monjas) “Pongámonos en sus manos para que se haga su voluntad en nosotros, y no nos equivocaremos si con determinada voluntad, permanecemos en esa decisión” (VI M oradas 9, 17).

Finalizando su libro Las Moradas, o Castillo Interior, Santa Teresa de Jesus nos habla de los grandes favores que hace Dios a las almas que han llegado a entrar en las séptimas moradas. En ese ambiente, expone ella que es un secreto tan grande y una gracia tan alta lo que Dios comunica allí al alma en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sabe a qué compararlo, sino a que el Señor quiere manifestarle en aquel momento la gloria que hay en el cielo de modo más perfecto, que por ninguna visión ni gusto espiritual (VII Moradas 2, 4).

Es por esa razón que sólo se puede decir que, a lo que se puede entender, el alma, o mejor, el espíritu de esta alma, queda hecho una cosa con Dios que, como también es espíritu, ha querido Su Majestad (El Señor) manifestar el amor que nos tiene haciendo ver a algunas personas hasta dónde llega para que alabemos su grandeza; porque de tal manera ha querido unirse a la criatura, que no se quiere separar de ella como los que, ya casados, no se pueden separar. (VII Morada 2, 4).

Y la unión viene a ser como si dos velas de cera se uniesen tanto que toda la luz fuese una, o que la mecha y la luz y la cera es todo uno. Pero después que han estado unidos se pueden separar sin dificultad una vela de la otra y quedan siendo como antes dos velas, o mecha y cera. (VII Moradas 2, 6).

Nos aclara Teresa que el matrimonio es como si cae agua del cielo en un río o en una fuente en donde queda hecha toda agua. Nadie podrá dividir ni separar el agua del río de la que cayó del cielo; o como si un arroyo pequeño entra en el mar, no habrá manera de separarlos; o como si en un salón hubiese dos ventanas por donde entrara mucha luz, aunque la luz entra separada, se hace toda una luz. Quizá es esto lo que dice san Pablo: "Estar unido al Señor es ser un espíritu con El" (1 Cor 6, 17), referido a este soberano matrimonio, que presupone que Su Majestad (El Señor) se ha juntado al alma por unión. Y también dice san Pablo: "Para mí vivir es Cristo y morir ganancia" (Filipense 1, 21). Esto me parece que puede decir aquí el alma, porque ahora es cuando la mariposilla de que hemos hablado, muere, y con grandísimo gozo, porque su vida es ya Cristo (VII Moradas 2, 5).

Todo esto porque es muy cierto que si nosotros nos vaciamos de todas las criaturas y de ellas nos desasimos por amor de Dios, el mismo Señor nos llenará de sí mismo nos dice que; ¡No sé qué mayor amor puede ser que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque así dijo Su Majestad (El Señor): "No te pido sólo por éstos, te pido también por los que han de creer en Mí mediante su mensaje" (Jn 17, 20). Y sigue diciendo: Yo unido  con ellos y tú conmigo" (Jn 17, 23).

En una de las “Exclamaciones” o “Meditaciones del alma a su Dios”, escritas por la Santa Madre Teresa de Jesús en diferentes días, conforme al espíritu que le comunicaba nuestro Señor después de haber comulgado, enamoradamente de Dios exclama: 

¡Oh, verdadero Amador, con cuánta piedad, con cuánta suavidad, con cuánto deleite, con cuánto regalo y con cuán grandísimas muestras de amor curáis estas llagas que con las saetas del mismo amor habéis hecho! ¡Oh, Dios mío y descanso de todas las penas, qué desatinada estoy! ¿Cómo podía haber medios humanos que curasen a los que ha enfermado el fuego divino? ¿Quién ha de saber hasta dónde llega ésta herida, ni de qué procedió, ni cómo se puede aplacar tan penoso y deleitoso tormento? No sería justo que tan precioso mal pudiera poderse aplacar con algo tan vulgar como son los medios que pueden tomar los mortales. Con cuánta razón dice la esposa en los Cantares: "Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado” (Cantar de los Cantares 2, 16); porque semejante amor no es posible que tenga su origen en amor tan pobre como el mío. (Exclamaciones 16,2)

Pues si es pobre, Esposo mío, cómo no para en ninguna criatura hasta llegar a su Creador? ¡Oh mi Dios!, ¿por qué yo para mi Amado?. Tú, mi verdadero Amador, comienzas esta guerra de amor, que no parece otra cosa el desasosiego y desamparo de todas las potencias y sentidos que salen por las plazas y barrios conjurando a las hijas de Jerusalén que le digan a su Dios. ¡Oh, alma mía, qué batalla tan admirable has tenido en esta pena, y cuán al pie de la letra pasa así! Pues mi Amado para mí y yo para mi Amado, ¿quién será el que podrá extinguir y apagar dos fuegos tan encendidos? Será trabajar en balde, porque ya se han convertido en uno (Exclamaciones 16,3)

¡Oh Amor que me amas más de lo que yo puedo amar ni entiendo! ¿Para qué quiero, Señor, desear más de lo que Tú quieras darme? ¿Para qué me quiero cansar en pedirte cosa pedida por mi deseo, pues todo lo que mi entendimiento puede organizar y mi deseo desear, ya sabes Tú en qué termina, cuándo yo no entiendo lo que más me aprovecha? En lo que mi alma piensa salir con ganancia, quizá estará más perdida (Exclamaciones 17)

El Señor nos Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Editado en este link; VOCES DE SANTA TERESA DE JESUS

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